jueves, 4 de noviembre de 2021

CAPÍTULO 141: TITITO


CAPÍTULO 141: TITITO

Alguien tuvo la brillante idea de encender la luz de la habitación, como si no entrase suficiente por la ventana. Me contorsioné sobre la cama y me tapé la cara con la almohada.

-         Campeón, ya se levantaron todos – le oí decir a papá.

 

-         Mffg.

 

-         ¿No has dormido bien?

 

-         Mmffg.

Noté su peso sobre el colchón.

-         Normalmente te despiertas el primero – me hizo notar. – Tu reloj interno sabe cuándo ha amanecido y no se te pegan las sábanas.

 

-         Mmm. Un ratito más.

 

-         Teddy, ya son las diez – insistió.

 

Abrí los ojos de golpe.

 

-         El colegio – exclamé.

 

-         Tranquilo, canijo. Hoy no vais a ir, ¿recuerdas? Vamos a conocer a Dean. Pero primero tengo que llevar a tu hermano al examen de conducir, y necesito que Michael y tú os quedéis con los enanos.

 

-         Ah, sí. Ya… ahuum… voy.

 

-         ¿Te encuentras bien? – me preguntó. Sonaba preocupado.

 

-         Sí, solo tengo sueño.

 

-         Dime la verdad. ¿Estuviste con el móvil hasta tarde?

 

-         Qué va, se durmió super pronto – intervino Michael. – Déjale dormir, papá, yo me encargo.

 

-         No, no, ya me levanto – murmuré. Michael tenía razón, me había dormido al poco de acostarme, pero aún así estaba cansado, como si acabara de escalar una montaña.

 

-         ¿Seguro que estás bien? – dijo papá.

Se me escapó un estornudo como toda respuesta y eso le hizo mirarme con sospecha.

-         ¿No estarás incubando algo? – casi lo preguntó como si fuera un crimen, o como si hubiera algo que yo pudiera hacer al respecto. – Eso es por tu ducha de ayer en el jardín. Te empapaste y has cogido frío – me acusó.

 

-         Corrección: me empaparon.

 

Michael se escabulló de la habitación oportunamente. Rata traidora.

 

Me levanté de la cama sintiendo que estaba abandonado el mejor lugar del mundo.

 

-         ¿Te duele algo? ¿La cabeza? ¿La garganta? – me interrogó Aidan.

 

-         Estoy bien, pa.

Me escudriñó durante unos segundos, buscando cerciorarse por sí mismo. Después, suspiró.

-         Tienes el desayuno abajo, cariño. Hice tortitas.

 

Sonreí.

 

-         Por eso sí que salgo de la cama.

 

-         Glotón – replicó y me dio un beso en la frente, pero creo que no fue un beso inocente, sino que trataba de medirme la temperatura. Debió de satisfacerle lo que percibió, porque se relajó un poco. – Siento dejarte con el marrón, tus hermanos están muy excitados por lo de ayer y muy nerviosos por lo de hoy, pero el examen de Jandro es en una hora.

 

-         No te preocupes, papá.

 

-         Sebastian me ha escrito hace un rato. Él y Olie estaban desayunando en el hotel. Parece que el pequeño tiene un poco de jet lag, así que igual se quedan en el hotel durmiendo otro ratito.

 

-         Pobre. Oye, ¿y no tenía una conferencia médica o algo así?

 

-         Sí, dentro de cinco días.

 

-         ¿Solo se van a quedar cinco días?  - protesté.

 

-         No pensemos en eso, campeón. Estoy seguro de que ya es más tiempo del que Sebastian planeaba emplear en este viaje. Tendrá que volver al trabajo…

 

Sabía que era cierto y que uno no podía desaparecer de su rutina por tiempo ilimitado, pero no estaba acostumbrado a tener familia tan lejos… En otro continente, para ser más precisos. No sabía cuándo íbamos a tener ocasión se vernos de nuevo. Pero papá tenía razón: mejor no pensar en la separación por el momento.

 

Bajé a desayunar y apenas pude contener la risa cuando vi a Alice, a Hannah y a Kurt llenos de chocolate, desde los mofletes a la camiseta.

 

-         ¡Pero bueno! ¿Qué pasó? – preguntó papá, que debía de haber dejado a tres niños relativamente limpios cuando fue a buscarme y ahora se encontraba con una catástrofe chocolatera.

Los enanos le miraron como si no le comprendieran, como si estar cubiertos de chocolate fuera lo más normal del mundo.

-         ¿Cómo habéis podido mancharos así? ¿Os habéis restregado las tortitas por la cara? – dijo papá, mientras cogía una servilleta para limpiar el estropicio. No parecía enfadado, pero Alice no debía tenerlo tan claro porque le observó con sus ojos azules muy atentos y una expresión de preocupación en el rostro, hasta que papá la picó el costado, haciendo que soltara una risita. – Mira qué cochinita. ¿Estaba bueno?

 

-         ¡Ti!

 

-         Me alegro, cariño.

Papá procedió a limpiar también a Hannah y a Kurt y, cuando ya estaba terminando, Hannah cogió una tortita bañada en chocolate y se la llevó a la boca con la mano para darle un mordisco, dejando claro cómo se habían manchado tanto.

-         Hay que comer con los cubiertos, ¿eh? No somos animalitos – regañó papá, algo más serio.

 

-         Pero la pizza se come con la mano – protestó Kurt, recordando, seguramente, la cena del día anterior.

 

-         La pizza sí, pero las tortitas no.

Hannah arrugó los labios, como si acabaran de quitarle toda la diversión al asunto, pero cogió el tenedor para cortar un pedacito.

Los peques y yo éramos los últimos; los demás ya habían terminado de desayunar. Alejandro empezó a meterle prisa a papá para que fueran al examen y, aunque aún tenían tiempo de sobra, Aidan no pudo contenerle más y salieron con mi coche, porque era más pequeño y manejable. Deseé que mi bebé le diera suerte, aunque en realidad estaba convencido de que Jandro aprobaría sin problemas.

 

-         AIDAN’S POV –

Tuve uno de los mejores despertares posibles. La manita de Kurt se aferraba a mi camiseta del pijama mientras mi pequeño soñaba profundamente. Jandro respiraba con paz, dormido también y había un tercer intruso: uno que debía de haberse metido con sigilo en mitad de la noche, porque no me había dado cuenta de su llegada. La espesa melena de Barie le tapaba parte de la cara. Mi princesa estaba acurrucada, ocupando muy poquito espacio y abrazada a su almohada, que había traído desde su cama. Les observé dormir a los tres durante un rato, hasta que la tentación fue demasiado grande y tuve que estirarme para coger el móvil y hacer una foto.

Con el movimiento, Barie se despertó. Se giró lentamente, bostezó y después abrió los ojos.

 

-         Buenos días, cariño. No me enteré de cuándo viniste.

 

-         Mmm.

 

-         ¿Tuviste un mal sueño o solo querías mimos?

 

-         Mimos – respondió, con otro bostezo.

 

Sonreí y pasé el brazo por encima de Kurt para llegar hasta ella y hacerle una caricia.

 

-         Prr :3 – ronroneó.

 

-         Uy, si está Leo por aquí y no le he visto – bromeé.

 

Barie se rio y me señaló los pies de la cama, donde había una manchita enrollada. El gatito también se había subido a mi cama, a pesar de que tenía una blandita y perfecta para su tamaño en una esquina de mi cuarto.

 

-         Vaya, creo que he tenido el sueño muy profundo esta noche. Se han colado dos polizones y no me di cuenta.

 

-         Claro, es que ayer no dormiste – me regañó.

 

-         ¿Y tú cómo lo sabes? ¿Es que me espías? – pregunté y apreté ese punto débil debajo de su axila, provocando que se revolviera. Sus risas y sus espasmos despertaron a Kurt y a Jandro. – Hola, enanos.

 

-         ¡No soy enano! – respondieron dos voces al unísono. De Alejandro me lo esperaba, pero me sorprendió escuchar lo mismo de Kurt.

 

-         ¿Cómo que no? Tú eres mi bebé – le dije y le levanté por encima de mi cuerpo para después tumbarle sobre mí en un abrazo. Kurt se acomodó fácilmente en la nueva posición.

 

-         Soy un bebé grande :3 – me respondió. – Y Olie es un bebé pequeño.

 

Me había preocupado que pudiera sentirse celoso de Oliver, porque algo de eso había habido la primera vez que vio su foto. Pero, a juzgar por aquella afirmación, Kurt había reaccionado con él de la misma manera que lo hizo en su día con Alice y más adelante con los trillizos de Holly: había adoptado un rol protector que todos mis hijos tenían interiorizado, a imitación de sus hermanos mayores.

 

-         Sí, cariño. Olie es un bebé más pequeñito – acepté. – Pero tú sigues siendo mi enano. Y siempre lo serás. ¿A que sí, Alejandro?

El aludido se limitó a taparse la cabeza con la almohada, al parecer considerando que estábamos hablando demasiado para ser tan temprano. Forcejé suavemente para sacársela y le di un beso en la mejilla.

-         Hoy serás un enano con carnet de conducir – le dije y aquel recordatorio tuvo el éxito esperado, porque abrió los ojos y se incorporó de inmediato. Me reí. – Tranquilo, campeón. Aún es pronto. Tienes tiempo de desayunar con calma.

 

-         ¿Puedes hacer tortitas? - me pidió, con ojos manipuladores.

No podían estar todo el día comiendo guarrerías, pero no podía negarme cuando me lo pedía así. Para comer haría crema de verduras y lo compensaría. Además, ya era una victoria que tuviese hambre, pese a los nervios.

-         Está bien, mocoso consentido. Voy a hacerlas. Y tú podrías aprovechar para ducharte que ayer como vino Sebastian no hubo tiempo.

 

-         Ah, pero para regañarme sí hubo – protesto con voz aniñada.

 

-         Injusticias de la vida – repliqué.

Bajé a la cocina y procuré distraerme con lo que estaba haciendo para no pensar en el encuentro con Dean y en si iría tan bien como con Sebastian. Cuando terminé de preparar el desayuno, fui a despertar al resto de mis hijos, pero a Ted costó sacarle de la cama. Me preocupó que pudiera haberse resfriado, pero de momento no parecía encontrarse mal. Le dejé desayunando y me fui con Alejandro al examen antes de que le diera un ataque de impaciencia.

Cuando salimos de casa, mi móvil sonó con una llamada entrante de Holly. Alejandro puso un mohín, porque no quería que nada nos entretuviera.

-         Solo será un segundo, campeón – le prometí y acepté la llamada. – Hola, Holls.

 

-         Buenos días, qué tal dormiste, ya vi las fotos, a tu sobrino me lo voy a comer, ahora pásame con Alejandro – barbotó, todo seguido, hasta llegar a la última parte que al parecer era lo que le importaba. Me reí y estiré el brazo para darle el teléfono a mi hijo, que lo aceptó con confusión. Holly habló tan fuerte que pude escucharla. - ¡MUCHA SUERTE EN EL EXAMEN!

 

Alejandro sonrió y se lo agradeció torpemente. Estuvieron hablando durante un par de minutos y después me devolvió el móvil para que me despidiera.

 

-         Ya pensé que no querías hablar conmigo – protesté. – Me voy a poner celoso.

 

-         No hay razón. Ante tus hijos no hay competencia: ellos ganan sin ninguna duda – replicó.

 

Después de bromear un poco, me preguntó cómo estaba. Habíamos hablado un rato por la noche. Le había contado que todo había ido bien y había presumido de lo maravilloso que había estado Jandro en la audición, pero estaba muy cansado y fue una conversación corta. Aquella mañana me explayé un poco más y ella me dio ánimos para el encuentro con Dean. Me hubiera gustado quedarme horas hablando, pero no podía ser, así que nos despedimos y guardé el teléfono.

 

-         ¿Le pasaste un vídeo de mi audición a Holly? – me preguntó Jandro, pero no parecía molesto, sino solo curioso.

 

-         Sí… el que te hizo Barie.

 

-         Dice que no me llamó ayer para desearme suerte porque no quería ponerme nervioso pero que lo ha visto y le gustó mucho – sonaba ilusionado y un par de años más joven.

 

-         Eso es porque lo hiciste muy bien, campeón.

 

-         ¿Tú crees que me cogerán?

 

-         No lo sé. Solo te puedo decir que yo te seleccionaría sin dudarlo – le aseguré.

 

-         Pero porque tú eres mi padre, no eres imparcial.

 

-         Pues tus hermanos y Holly están de acuerdo conmigo.

 

-         Tampoco son imparciales – replicó, pero le vi sonreír un poco, esperanzado.

Emití una plegaria silenciosa para que no se llevara una decepción. No le había mentido, realmente creía que tenía posibilidades.

Nos metimos en el coche y nos dirigimos al lugar del examen. No había mucha cola, así que le hicieron pasar enseguida y a mí me enviaron a una sala de espera con varios padres ansiosos. Alejandro regresó media hora después con una enorme sonrisa, lo que me indicó que había ido bien. Me entregó un papel en el que ponía “apto” y me dijo que teníamos que ir a una ventanilla a que le hicieran el documento. Le abracé e intenté no ponerme demasiado emocional ante el pensamiento de que tres de mis hijos ya eran lo bastante mayores como para conducir y dos ya tenían carnet. Siguiente punto en la lista: que Michael se lo sacara.

Habíamos tenido que llevar una foto reciente. Se la entregamos a un funcionario, rellenamos unos papeles y a cambio nos dieron el carnet de Alejandro. Él lo guardó con movimientos casi ceremoniosos en su cartera.

-         Estoy muy orgulloso de ti – susurré, aunque en verdad quería gritarlo, pero imaginé que eso le habría avergonzado.

 

-         Pero si todo el mundo conduce…

 

-         No todo el mundo. Y a mí me da igual lo que hagan los demás, solo me importa lo que haga mi hombrecito, sin importarme quién lo haya hecho primero y cuántas veces.

 

Alejandro sonrió.

 

-         ¿Crees que Ted me dejará su coche? – me preguntó.

 

En ese punto, no supe quién tenía más ganas de que llegara el momento de abrir sus regalos al día siguiente, si él o yo.

 

-         Sabes que tu hermano siempre te presta todo – respondí, evasivo.

 

-         Pero no su coche. Es lo que más quiere en este mundo.

 

-         Eso no es cierto. Es importante para él, pero a ti te quiere más. Eres su hermanito. Su primer hermanito, además.

 

-         Aich, papá. Qué cursi eres.

 

-         Es la verdad. Además, te dejó usarlo hoy, ¿no?

 

-         Porque tú le obligaste – bufó.

 

-         Qué va. Solo se lo pedí. No tuve ni que insistirle – le aseguré. Eso le sorprendió un poco y le hizo inflar el pecho, porque lo tomó como un signo de confianza en sus habilidades conductoras.  – Venga, volvamos para contárselo a todos.

 

-         Díselo también a Holly – me pidió. – Viene mañana, ¿no?

 

-         No se lo perdería.

 

Quise dar un brinquito de alegría, pero me esforcé por mantener la compostura. Mis hijos y Holly cada vez tenían un trato más cercano y eso era maravilloso.

Volvimos a casa y allí nos esperaban con una cartulina donde se podía leer “Enhorabuena” con una letra que delataba que lo había escrito un niño pequeño. A juzgar por los dibujos de gatitos que lo acompañaban, el artífice principal debía de ser Kurt. Hannah habría dibujado mariposas y Alice borrones multi interpretables pero que para ella serían unicornios.

Alejandro contó y recontó cada segundo de su examen y, cuando parecía que iba a empezar otra vez desde el principio, llamaron a la puerta. Eran Sebastian y Ollie, este último dormitando en los brazos de su padre.

-         Uh, bebé con sueño igual a bebé gruñón – me susurró Ted. Asentí, familiarizado con ese estado. Sentía mucha empatía hacia Sebastian, porque me recordaba a mí en mis primeros años como padre, solo que él encima había tenido que lidiar con el duelo ante la pérdida de su mujer.

 

-         Si quieres, Ollie puede dormir un poco más en uno de los cuartos – le ofrecí.

 

-         Si no es molestia…

 

-         Claro que no.

 

Le guie hacia el piso de arriba y le llevé a la habitación de Kurt y Dylan. Sebastian depositó al niño en la tercera cama, la que sobró cuando metimos la litera en el cuarto de los mayores. Le arropó con mucho cuidado y le dio un beso. Aproveché para hacerle un tour por el piso de arriba.

-         Perdona el desorden – murmuré, mientras me apresuraba a recoger los calzoncillos sucios que Zach había dejado sobre el escritorio.

 

-         ¿Desorden? Tienes doce hijos. Esta casa debería caerse a pedazos, y sin embargo todo está muy limpio y organizado.

Sonreí, agradecido por el cumplido. Íbamos a volver al piso de abajo cuando Alice nos interceptó y agarró a Sebastian de la mano para presentarle su colección de unicornios. En momentos como ese recordaba la bebé tímida y asustadiza que llegó a mi casa dos años atrás, y apenas podía reconocerla. Alice se había vuelto confiada, decidida y dispuesta a buscar su espacio en el mundo.

Sebastian se dejó llevar, algo confundido, pero presentí que aquello era justo lo que necesitaba. Mi princesa le ayudaría a sentirse cómodo. En menos de cinco minutos estaría cubierto de purpurina y hablándole a un muñeco de plástico y, cuando quisiera darse cuenta, la enana se habría sentado encima suyo. A partir de ahí, todo sería más fácil. Siempre es mejor confiar en los niños pequeños para romper el hielo.

 

 

-         HARRY’S POV –

Cuando no sabes cómo llamar a alguien, te vuelves experto en evitar las situaciones en las que tengas que referirte a él en voz alta. Por ejemplo, cuando te olvidas el nombre de alguien que sí se sabe el tuyo, y te da vergüenza preguntarlo, inventas mil formas de referirte a esa persona sin utilizar su nombre de pila. O cuando tu hermano perdido de treinta y pico años viene a tu casa, y no sabes si deberías decirle “tío”.

Mientras esperábamos impacientemente a que Dean llegara, -tenía que estar al caer- me fijé en que ninguno de mis hermanos se dirigía a Sebastian directamente. Todos le tuteaban y procuraban llamar su atención con expresiones generales. Eso, hasta que Alice decidió resolver la cuestión:

-         ¡No tires a Rosita, malo! – le increpó, cuando Sebastian derribó sin querer a uno de sus unicornios. Llevaban veinte minutos jugando con ellos.

 

-         Perdona. Es que hay muchos… Por cierto, ¿no crees que deberíamos recoger un poco?

 

-         ¡Ño!

 

-         Yo creo que sí. Alguien los puede pisar por accidente…

 

-         ¡Toy jugando!

 

-         Ya sé, peque, pero los unicornios están desperdigados por todo el salón.

 

Era cierto, incluso había uno encima de la tele, en un equilibrio precario.

 

-         ¡No están “perdigados”, tonto! – protestó la enana, seguramente pensando que aquella palaba extraña para ella era alguna clase de insulto.

 

-         Alice, eso no se dice – intervine yo. – No le puedes llamar tonto a… a él…

 

Mi hermanita percibió mi vacilación y miró a Sebastian atentamente, casi como si le estuviera evaluando. Entonces, con la discreción propia de los niños pequeños, me preguntó algo en voz lo bastante alta como para que todos lo oyeran.

 

-         Harry, ¿él es como Michael?

 

-         ¿Como Michael?

 

-         Sí. Mi tito mayor – me aclaró.

 

Observé a Sebastian para ver si quería responderla él, pero se quedó callado, al parecer sin saber qué decir. Barie intervino en ese momento, agachándose junto a la enana.

 

-         Sí, Alice. Técnicamente es nuestro hermano. Pero Ollie piensa que papá es su tío, así que Sebastian puede ser tu tío también.

 

-         Mmmm. ¡Titito! – concluyó la pitufa, inventando una nueva palabra que reflejara lo que Sebastian era para ella.

 

-         Me gusta – apoyó Bárbara. Ojalá la gente simplificara las cosas con la misma facilidad que Barie y Alice. – Pues al titito tienes que hacerle caso, ¿vale? Y si te dice que recojas los juguetes, tienes que recoger.

 

-         Eno – aceptó. Se levantó y agrupó a sus unicornios alrededor de Sebastian. Después se hizo un hueco hasta sentarse encima de sus piernas. – La :3

Sebastian sonrió y la reacomodó entre sus brazos. Y justo después de aquel momento foto, escuchamos el timbre. Todos nos quedamos congelados y papá se acercó a abrir la puerta.

Dean llevaba unas gafas de sol subidas a la cabeza, una cazadora de cuero negro y unos pantalones vaqueros, pero tuve el presentimiento de que hubiera dado igual la ropa que llevara: seguiría dando la impresión de haberse escapado de una sesión de fotos.

-         ¡Bienvenido! – le saludó papá. – Pasa, debes estar muy cansado. Han sido muchas horas conduciendo.

 

-         Gracias.

 

El lenguaje gestual de Dean delató que se sentía muy incómodo. Lo observó todo atentamente y también nos observó a nosotros. Creo que nos estaba contando.

 

Sebastian se acercó y le tendió la mano, como todo un buen inglés cuadriculado.

 

-         Encantado de conocerte – le dijo.

 

-         Lo mismo digo – respondió Dean, pero a mí no me pareció que estuviera “encantado”.  Más bien parecía asustado, desubicado y con ganas de salir corriendo.

 

 

-         AIDAN’S POV –

Dean llegó pronto. Vino directamente a mi casa, sin pasar por el hotel. Sabía que en todo aquel proceso el que lo estaba teniendo fácil era yo. Estaba en mi casa, rodeado de mi familia, y no había tenido que cambiarme de país o de ciudad para presentarme a un montón de extraños.

-         Ven, te presento a todos. Él es Harry. La pequeña es Alice. Bárbara, Zach, Madie, Cole, Alejandro, Michael, Hannah, Kurt y Ted. Y falta Dylan… No sé dónde se ha metido, a veces le agobia conocer gente nueva y el pobre lleva un par de días muy intensos. Ted, ¿vas a buscarle? – le pedí y fue a por su hermano. Le noté moverse más despacio de lo normal, de verdad que ese chico me preocupaba. Estaba convencido de que estaba incubando un buen catarro.

 

-         Mi hijo está durmiendo en el piso de arriba – dijo Sebastian. – Después le conocerás. De todas formas, no puedo dejar que duerma demasiado.

Se hizo un silencio algo tenso, porque Dean no decía nada.

-         ¿Te apetece tomar algo? ¿Fanta, Coca-cola, agua, un café?

 

-         Eh… ¿Tienes una cerveza? – me preguntó.

 

-         Lo siento, no tengo nada de alcohol.

“Genial, para algo que me pide…”

-         Agua está bien.

 

-         Voy yo – se ofreció Madie, creo que agradeciendo la excusa para quitarse de en medio.

 

Ted regresó con Dylan tras su espalda. Iba a presentárselo a Dean cuando me fijé en su cara. Estaba totalmente abrumado, mirando a mi familia como si en realidad no les viera.

 

-         Necesito un momento – murmuró y volvió sobre sus pasos hasta alcanzar la puerta.

 

-         ¡No, espera!

 

-         Solo… no puedo… respirar…

 

Dean salió de casa, cerrando la puerta tras de sí.

 

-         ¿Qué le pasa? – me preguntó Barie.

 

-         Parece un ataque de ansiedad – respondí y me preparé para ir tras él, pero Sebastian me lo impidió, agarrándome del brazo. - No podemos dejarle así.

 

-         Ya lo sé, pero deja que yo me encargue – me pidió.

 

Oh, claro. Era médico. Tendría más idea que yo de qué hacer en estos casos. Asentí y me resigné a esperar, rogando porque pudiera tranquilizarle.

 

Mis hijos corrieron hacia la ventana, para ver si podían espiar algo y no les dije nada porque yo tenía ganas de hacer lo mismo.

 

-         ¡No les veo! – exclamó Zach. - ¡Se han ido!

 

-         Habríamos oído el coche – replicó Harry. – Estarán cerca. Mira, ahí en frete. Sentados en el bordillo.

 

-         Ahuuum… ¿papi? – preguntó una voz infantil. Ollie estaba en mitad de las escaleras, restregándote los ojitos, recién levantado. Y en la mano... en la mano llevaba a Cangu.

 

-         Tu papi viene ahora mismo, cariño. ¿Has tenido una buena siesta?

 

El niño se abrazó al peluche, inseguro por haber despertado y no haber encontrado a Sebastian.

 

-         … ¡Ese es Cangu! – exclamó Kurt.

 

“Genial. Reza lo que sepas, Aidan. Esto puede acabar en guerra”.

 

- ¡ES MI PELUCHE, NO LO PUEDES COGER!

 

-         Cariño, no le está haciendo nada. Se despertó y como estaba solito seguro que Cangu se ofreció a hacerle compañía.

 

Vi a Kurt debatirse internamente. Estaba acostumbrado a compartir, pero ese canguro estaba fuera de sus límites, como los triceratops de Dylan.

 

-         … ¿Me lo das? – dijo Kurt, haciendo un esfuerzo increíble por controlarse.

 

-         ¡Mío!  - protestó Ollie.

 

… y hasta ahí los esfuerzos de mi pequeño.

 

-         ¡NO ES TUYO! ¡ES MÍO Y NO TE LO PRESTO! ¡DÁMELO!

 

-         ¡BWAAAA! ¡MÍO, MÍO!

 

Kurt se acercó a él, rabioso. Ollie aún no había terminado de bajar las escaleras y me asusté por lo que pudiera pasar.

 

- ¡Kurt, espera!

 

-         ¡DÁMELO! – exigió mi bebé y tiró de su peluche. Ollie tiró también y entonces la tela del peluche se rasgó por su punto débil: la cola que ya se había roto y yo había cosido hacía relativamente poco.

 

 

 

 

 


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