Una segunda oportunidad
Leonardo
Leónidas
Luis
El príncipe se movió inquieto en su asiento, sin dejar de observar cuidadosamente hacia los costados. No había nadie en aquella pálida habitación... tan sólo él y su montaña de libros, un sillón cómodo y una puerta cerrada, custodiada del otro lado por uno de los más leales sirvientes del reino de su padre. Y sin embargo, en aquella solitaria alcoba, el jovencito se sentía vigilado. Pero por quién? Si allí no había nadie!! Aquello era ridículo! Pero una vez su padre, el rey, le había dicho que las paredes tenían ojos! Por lo que no estaba de más echar una mirada!
De pronto, el sonido de unos pasos le alertaron de
la llegada de la guardia del turno siguiente. Maldición!! Debía darse prisa si
quería enviar la carta a la hermosa Catherine! Pero si su noble, leal y
compinche "carcelero" se marchaba antes de que él terminara, ya nunca
tendría oportunidad y perdería el cariño de su amada.
-Dese prisa, mi príncipe, que mi
capitán no tarda en llegar!- Le dijo el
guardia, que había visto crecer al principito del otro lado de la puerta, y no
quería que lo descubrieran.
-Unos minutos más, Luis. Por favor...
es que no sabes lo difícil que es escribir con esto!!- Respondió levantando la pluma de ganso, mostrando todos los
deditos manchados de tinta.
Escribir con 'eso' era simplemente imposible para
él!!! No importaban las horas de práctica ni los retos, ni las amenazas de
castigo... él no lograba mejorar ni un poquito y terminaba sintiéndose
frustrado!
-Lo sé, mi príncipe. Pero ahora debe
apresurarse. Si mi capitán o mi señor, su padre, nos descubren, estaremos en
serios problemas!- Muy serios
problemas! En especial para él. Pero eso mucho no le importaba a Luis, sólo lo
preocupaba que al principito no lo descubrieran, porque ahí si que el niño
sufriría. Y eso era algo que él no podía tolerar... pero tampoco impedir!
Sin darse cuenta, Luis se fue encariñando con el
niño que cargaba al hombro el destino de todo un país. Lo había visto nacer,
crecer... hacerse un jovencito con los sentimientos más sinceros que haya
conocido, y con cada añito, con cada diente perdido, con cada cambio ganado, la
devoción de Luis no hacía más que aumentar... todo un ejemplo de empleado,
verdad?! Pero si bien Luis era digno de reconocimiento por su dedicación, había
otra razón que explicaba el por qué de tanto afecto... una razón oculta
celosamente en el corazón del valiente guardián, que muy pocos conocían.
Habían pasado quince años ya! Quince años desde el
momento que sintió nacer de nuevo. Quince años en que la tierna mirada de aquél
pequeño soberano en pañales fue sanando su corazón herido.
Luis había sentido morir... y más que eso: había
deseado morir el día que le dieron aquella trágica noticia. Su niño, su razón
de vivir, y la mujer que eligió para amar todos los días de su vida, habían...
muerto.
Una parte de él murió aquella tarde, y el resto de
su ser quedó a la espera de que la naturaleza hiciera lo suyo... dejó de
trabajar, de comer, incluso hasta de dormir, esperando por el frío beso de la
muerte que se había llevado a su único hijo y a su amada lejos de sus brazos.
Muy pronto, la constante angustia, el terrible
dolor en su corazón y sobre todo, la rabia desmesurada contra el cruel destino
hicieron que Luis se sumiera en una profunda depresión, que llegó a su punto
crítico cuando intentó quitarse la vida. Sólo el destino sabe por qué no tuvo
éxito, pero la bala no salió... y un segundo después, el Asesor Real, Gustavo
de la Colina, tocó su puerta.
El rey lo había designado como el guardia especial
(niñera personal, fue su primer pensamiento!!!) del principito que estaba a
punto de nacer.
Cuando llegó al palacio, fue recibido por el llanto
puro de un recién nacido que resonó como música en sus oídos y en su pecho
sintió cómo su corazón empezaba a latir fuertemente otra vez, como anunciándole
el comienzo de su nueva vida.
Rápidamente corrió guiado por los sollozos hasta la
habitación donde se encontraba el bebito. Bastó con ver aquel par de ojitos
color zafiros, igual de brillantes que los de su propio hijo, para que la
coraza de tristeza que envolvía su alma se derrumbara en mil pedazos.
Para Luis, acunar al príncipe Leonardo entre sus
brazos, fue como recuperar a su adorado Lorenzo... aún cuando sabía que no le
pertenecía, él se conformaría con contemplarlo en la distancia... queriéndolo y
educándolo como a su hijo y nadie le quitaría esa ilusión de su corazón.
Su Leoncito, como él le decía cariñosamente, era su
mayor tesoro. Y como tal, lo protegía, adoraba y custodiaba con el mayor de los
fervores, siendo capaz de entregar su libertad y hasta su vida a cambio de su
felicidad.
-Sólo un ratito... ya termino! - Vino la respuesta llena de entusiasmo, que lo trajo de vuelta de sus
ensoñaciones... Sólo un "te amo" más y la carta estaría lista.
Luis se relajó un poco. Internamente deseaba que el
niño viviera todo lo que un adolescente normal podía vivir, en especial su
primer amor. Era revitalizante verle tan ilusionado, con los ojitos brillando,
la sonrisita bailando en su rostro. El príncipe merecía vivir aquello! Y, sin
embargo, ahí estaba, encerrado entre cuatro paredes, estudiando tratados y
pactos de tiempos pasados, olvidados y la más de las veces ignorados!
-Sólo un ratito más... - "Mi niño" susurró, con la frente
pegada a la puerta...
El principito sonrió con alegría. Había terminado
la carta. Sólo faltaba guardarla y dársela a su mejor amigo para que la llevara
sana y salva a destino.
Se puso de pie para buscar un sobre, revolviendo un
poco de los papeles de su escritorio. Cuando al fin encontró uno, se dispuso a
colocar el nombre de su amada en el reverso, tomando nuevamente el tintero con
la pluma en su mano. De pronto, el carraspeo de una garganta lo hizo
sobresaltarse.
Inmediatamente se dio la vuelta, intentando ocultar
la carta, pero sólo logró volcar el botecito de tinta sobre la hoja.
-Se puede saber qué has estado
haciendo en lugar de estudiar?! - Cuestionó el Rey Leónidas, con una voz peligrosamente calma.
-Pa-padre! Yo...
-Tú! Tú has estado holgazaneando todo el día,
verdad?!
-No, Padre! Yo...
-Silencio! Ya veo que no eres más que
un mocoso irresponsable! - Gritó.
El Leoncito lo miró con ojos tristes. El rey se
veía verdaderamente cabreado.
-Lo siento, mi Señor. No fue mi
intención defraudarlo. - Contestó,
desviando la vista al suelo para que el rey no viera la humedad de sus
ojos.
-Y sin embargo lo has hecho! - Leonardo levantó el rostro, con la mirada herida, centrada en su
padre. Le habían dolido tanto sus palabras y no pudo contener más las lágrimas.
-Sabes muy bien que es tu obligación
prepararte. Serás el gobernante de todas éstas tierras cuando yo ya no pueda...
o no esté, y debes estar listo. Hay cientos de asuntos que demandarán de ti y
si en vez de instruirte estás perdiendo el tiempo, será tu pueblo el que
sufrirá! - Leónidas observó cómo una lágrima
le resbalaba por la mejilla. Sabía que estaba siendo duro con el muchacho, pero
él era un príncipe... futuro soberano de todas esas tierras que tan
valientemente defendió y conservó para su hijo.
-Perdóname, padre. Le ruego que me
disculpe, mi Rey. Yo le prometo que no volverá a suceder...- Dijo el príncipe, limpiándose la traicionera lágrima con su puño.
-Lo siento, hijo mío, pero te advertí
ya la última vez. Habrían severas consecuencias para ti si me desobedecías. Y
creo haber sido claro. No me dejas más remedio que cumplir con mi promesa. -Dijo solemnemente.
-Padre?! Qué piensas hacerme?! -Preguntó
Leonardo, debatiéndose entre retroceder y ponerse a salvo, o enfrentar las
"severas consecuencias" que su padre había planeado para él.
Leónidas, rápido en sus acciones, tomó a su hijo de
la muñeca y empezó a arrastrarlo hacia la mesa donde su hijo estudiaba.
Al verse apresado, el Leoncito heredero entró en
pánico.
Qué pretendía hacer su padre?! Cuáles serían las
severas consecuencias a las que hacía referencia?! Su mano?! Acaso... acaso
pensaba cortarle la mano?! Observó con horror la espada enfundada, lista para
ser usada cuando el monarca así lo dispusiera, y empezó a luchar por liberarse.
-No, padre, por favor!!... -Rogaba, tirando su brazo para soltarse. Pero el rey lo sostenía firme- Mi...
mi Señor, déjeme. Mi Rey, le pido clemencia. No lo volveré a hacer nunca más!!!
Tiene mi palabra..... Nooooo!! Por favor, no me corte la manooooo.... Papáaaaa!!
Noooo....- Aquél sollozo alertó al guardia del otro lado, que no
esperó ni un segundo para entrar.
-Mi Rey! Déjelo, por favor. Tome mi
mano en su lugar. -Dijo sin
titubeos, ofreciendo ambos brazos.
Leonardo lloraba tristemente. Él no permitiría tal
sacrificio.
-Noooo, Luiiis!!
-Mi Señor, por favor le pido... no,
le suplico - Dijo, hincándose ante el Rey para pedir clemencia -que tome
mi vida en compensación de la falta....Ha sido mi culpa que el príncipe lo haya
desobedecido, por lo tanto yo soy quien debe pagar la afrenta. Pero deje al
muchacho, por lo que más quiera! - Luis tenía en su rostro una
mezcla de determinación y amargura. Por un lado, estaba dispuesto a dar todo
por su niño amado, la vida misma de ser necesario, pero eso significaba no
verlo nunca más. Su corazón lloraba a gritos descomunales en su pecho, pero ni
un poco de aquello se reflejó en sus palabras.
-Afuera, Luis. No me hagas olvidar
los años de estima que he tenido contigo. -Ordenó.
-Por favor, mi Rey! Yo no puedo
permitir que lastime a mi niñ... a mi príncipe! -
-Luis. Vete, por favor! - Tanto Luis como Leonardo miraron con asombro a Leónidas.
El rey no se caracterizaba por ser de esas personas que pedían ´por favor´ las
cosas. Y a continuación, añadió - Me sorprende, mi querido amigo, que
me tengas en tan mal concepto pensando que soy capaz de lastimar a mi hijo....
un hijo que, a decir verdad, es tan mío como tuyo.- Dijo, sin soltar la
manito blanca de su principito- Sí, Luis... Yo lo habré engendrado,
pero tú... tú has hecho más que eso: lo has criado. Fuiste tú quien ha sufrido
con cada enfermedad, quien lo arrulló después de una pesadilla, lo has
convertido en el muchacho de bien del que me siento orgulloso y que algún día,
será el orgullo de mi querida nación. Y yo jamás tendría el valor de dañarlo.
-Mi Rey, yo....-Balbuceó Luis, una vez que encontró su voz. Estaba sorprendido por las
palabras de su alteza.
-No hay más que decir, Luis. Sal ya! Mi hijo se
portó mal y merece un castigo. Confía en mí... Sal y cierra la puerta. Tú
podrás consolarlo luego.
Luis dudó unos momentos. No quería abandonar a su
Leoncito, mucho menos al verlo llorar como lo hacía, sorbiéndose los mocos, muy
asustado, pero resignado.
Miró al Rey... su amigo de toda la vida, y supo ver
en sus ojos el amor que le tenía al Leoncito. Dio un suspiro, ya podía
retirarse, Leónidas no lastimaría a su niño. Como él, el rey amaba
profundamente a su hijo; aún cuando su postura de rey supremo no le permitía
darse los lujos de ser cariñoso con él, Leónidas vivía sólo para contemplar a
su bebé.
-Sí, mi Señor!! -Contestó, haciendo una reverencia, y
se dirigió al jovencito, con calidez- Estarás bien, mi niño. Ya lo
verás!- Y con esas palabras, salió de la alcoba, dejando a padre e
hijo solos para lidiar con la falta y el castigo.
-Ven conmigo, hijo mío! Terminemos
con éste asunto de una vez- Dijo Leónidas,
completando el trayecto que lo separaba de la mesa. Apartó una silla y se
sentó. Leonardo lo miró confundido. Esa no era la postura más cómoda si pensaba
amputar su mano.
-Padre?! -Susurró.
-Has desobedecido, hijo mío... Te he dado una
orden en la tarde.Tenías que estudiar todo esto y no lo hiciste por perder el
tiempo con cartas de amor. - Leonardo se sonrojó.
-Lo siento, papá. Yo...
-Aún no he terminado, hijo mío. - Lo interrumpió- Sé que eres joven, mi pequeño. y que
quieres disfrutar tu juventud, pero nuestra posición no siempre nos lo
permitirá. Debes ser responsable, Leoncito de mi corazón, sino tendré que
castigarte... y créeme que no te gustará.
Leonardo miró su maniito, pensando que tal vez su
padre se conformaría con un sólo dedito y eso le revolvió el estómago. Pero lo
que hizo su padre, lo dejó pasmado.
No supo en qué momento pasó de estar de pie,
temblando frente a su padre a estar acostado sobre sus rodillas.
-Pa... padre?!! Padre, qué
haces?!
El rey lo movió hacia un lado y le desprendió el
pantalón, bajándoselo hasta las rodillas, junto con los pantalones interiores.
-Papáaaaaa!! Papáaaa!!! Qué haces?!
Qué haces?! - Gritó asustado, tratando de
detener el descenso de sus ropas.
-Voy a castigarte, mi niño. Y si
quiero estar seguro que no voy a lastimarte, debo ver lo que hago. Te amo,
Leonardo Beristain! Eres lo más importante que tengo en éste mundo y no quiero
que lo dudes en tu vida! - Dijo.
Leonardo miró hacia atrás, tratando de fijar sus
claros ojos en los todavía más claros de su papito y le sonrió. Era la primera
vez en sus 15 años que su padre le decía que lo amaba... al menos en voz alta y
mientras él estaba despierto.
Leónidas le devolvió la sonrisa y le acarició la
espalda, hasta que su hijo se relajó un poco. Después, levantó su mano y la
dejó caer en el trasero desnudo del principito, con fuerza controlada.
ZAS!! - Cayó el palmetazo en la nalga derecha, al
que lo siguieron otros nueve bastantes más pesados.
-Auuu!! - Se quejó el principito, todavía un poco desconcertado sobre lo que
estaba pasando. Desconocía esa clase de castigos. Cuando se portaba mal, su
padre sólo lo mandaba a estudiar horas y horas en esa fea habitación... pero
tal vez, y sólo tal vez, estudiar no estaba tan mal después de todo.
ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!!
ZASS!!-
-Ayyyyyyyy!!! A-auuuuu!! Aughhh!! Padre...
Padre, por-por fav...auuuu! Por favooooooooorrrrr... auuuu!! Ya no más!! - Se quejaba, sintiendo que su colita empezaba a quemar.
ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!!
ZASS!! ZASS!! - En el muslo izquierdo, dejando la piel pálida con un tono rojo
intenso.
-AuuuuuuUU!!! Buaaaaaaaaa.....
Buaaaaaa!!!- Leonardo comenzó a llorar,
retándose mentalmente por no poder soportar ese simple castigo. Las lágrimas
rodaban por sus mejillas, bañando su pequeño rostro. Le dolía demasiado, y
quiso poner su mano para evitar un nuevo ataque, pero su papá la apartó,
dejándola sostenida contra la parte baja de la espalda, y procedió a entregar
una nueva tanda de nalgadas.
ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!!
ZASS!!- Volvieron a caer en la nalguita derecha, acentuando el tono
colorado que ya lucía como consecuencia de las primeras palmadas, repitiendo el
proceso en el cachete izquierdo.
-AUAUAUAUAAUUUUU!!! BUAAAAAAAAAAA!!!!
YAAAAAA... PAPITOOOO!! YAAAA.... PAPIIIII BUAAAAAAA... BUAAAA!!! - El rey se mostraba implacable, descargando palmada tras palmada,
pero en su interior estaba desarmado, maldiciéndose por ser el causante de las
lágrimas que su principito atesorado derramaba a caudales.
ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!! ZAS!! ZAS!! ZAS!! ZASS!!
ZASS!!- Con esas diez palmadas, el rey dio por terminado el castigo. Su niño
lloraba con una aflicción que hacía estrujar su corazón.
Dejó que llorara un rato más en su regazo, frotando
suavemente su espalda. Quería decirle mil cosas, pero su garganta parecía estar
atorada con sus propias lágrimas y sólo atinó a darlo vuelta para acunarlo
contra su pecho, feliz de que su Leoncito, envolviera sus brazos alrededor de
su cuello.
-Shhhh, mi niño!! Shhhh, ya pasó!!
Papá te tiene, mi rey precioso!! Papá te ama... te amo, Leonardo, te amo mucho!
Mucho, mi chiquito... Con toda mi alma. -Le susurraba al oído y le besaba los cabellos castaños.
-Y-yo t-ta-tambi-én t-te a-moo,
papito!! - Balbuceó y su padre lo apretujó más
fuerte contra su cuerpo.
Tantos años privándose de tenerlo así de cerca.
Tantos años de tenerlo a su lado y de ignorarlo. El rey no estaba dispuesto a
perder un minuto más de su vida sin su hijo. Eso tenía que cambiar... pero
primero faltaba otra cosa.
-Te amo, mi niño, y siempre me
tendrás a tu lado. Soy tu padre, aún cuando todo éste tiempo me comporté sólo
como un rey sin corazón, tú eres todo lo que yo más amo en éste mundo,
jovencito... y así será hasta el último día de mi vida... seré tu papá en las
buenas y en las malas. Y quiero que sepas - Le levantó la barbilla para que los ojos de su bebé quedaran a la
altura de los suyos -que de ahora en más, ésto - Le dijo, haciendo
una señal de azote con su mano- es lo que podrás esperar de mí, cada
vez que me desobedezcas. He sido claro, mi príncipe?!
El Leoncito asintió resignado. Cómo podía ser que
se hubiera quejado de tener que estar sentado todo el día estudiando?! Ahora ni
sentarse podría!
El rey tomó la mano de su hijo y le dio un beso en
la palma. Solía hacer eso cuando Leonardo era tan sólo un bebé. Su hijo
conservaba la misma sonrisa pura de aquél entonces.
-Luis?! Puedes pasar! - Dijo, elevando la voz.
Apenas alcanzó a decir "puedes",
Luis ya tenía a su hijo en brazos, acomodándole la ropa. -Shhhh!! Ya
pasó, mi Leoncito- Murmuró, sentándose en la silla que el rey acababa
de desocupar.
-Luiiiiis. Papá... papá me pegóo!! - Sollozó, estirándole los brazos para abrazarlo, dejándose mimar
por su segundo padre.
-Shhh!! Lo sé, mi niño. Lo sé! Y sé
que a su padre le dolió mucho tener que hacerlo, mi príncipe. Créame. A mí
también me dolía cuando tenía que castigar a... a
-A tu hijo?! - Preguntó Leonardo, haciendo un esfuerzo por dejar de llorar.
-Sí. A mi hijo.- Le sonrió.
-Cómo... snif snif... cómo se
llamaba?!- Preguntó el muchachito, con una voz
llena de inocencia.
Luis respiró hondo antes de hablar; no estaba muy
seguro de su voz. -Su nombre era Lorenzo. Tenía 12 años cuando murió- Dijo,
luego de unos segundos de silencio, tomando la manito del niño para darle un
beso. - Se parecía a ti, sabes?!
-A mí?! Cómo?!
- Sus ojos... eran tan azules como
los tuyos y tenía la misma sonrisita traviesa que tienes tú! Tenía un gran amor
por la vida... Y yo amaba la vida sólo porque lo tenía a él!!
-Cuando Lorenzo murió, yo me volví loco
del dolor... creí que moriría! Pero como eso no sucedía, yo... intenté quitarme
la vida... no la quería si no estaba mi niño en ella.
Leonardo lo escuchaba atentamente.
-Tú me salvaste- Le dijo, pasando su mano por las mejillas cálidas del principito
para borrarle las lágrimas. Esas mismas manos que solían consolarlo tras un
golpe, o un reto... Las manos que tanto anhelaron abrazarlo, cuando lloraba
tras la puerta de su alcoba por no poder salir a jugar como los demás niños....
ahora lo acariciaban y mimaban con la ternura que sólo un padre le tiene a su
vástago. -Me diste la fuerza para seguir adelante y eres la razón por la
que estoy aquí! Te amo tanto! Tanto... tanto! -Le decía abrazándolo y
llenándole el rostro de besos.
El príncipe no pudo más que corresponder el gesto
con un abrazo efusivo. Sonreía y lloraba, pensando que todos esos años, él pudo
haber sido heredero de una corona de oro y piedras preciosas, pero jamás se
sintió tan importante como en ese momento.
Luis lo acunó contra su pecho, feliz de sentirlo
así de cerca. Lo meció hasta que Leonardo dejó de sollozar y lo ayudó
ponerse de pie.
-Qué le parece, mi principito, si
terminamos esa carta y la mandamos a Catherine?! - Sugirió Luis, encantado de ver la felicidad que eso le provocaba a su
hijo... bueno, no a su hijo, pero a quien su corazón adoraba como si lo fuera:
a su Leoncito.
-Pero...no puedo! Papá se enojará. - Dijo el muchacho, haciendo un puchero.
-Sólo me enojaré si no me cuentas
quién es Catherine. -Se escuchó
la voz grave del rey desde la entrada. Había estado en silencio, contemplando
la escena, con una espinita de celos en su corazón. Estuvo tentado en sacar a
Luis de la habitación de su niño... incluso de su castillo, pero eso no sería
justo. Luis le había dado a su hijito todo lo que él no: la presencia de un
padre protector.
Leonardo corrió a los brazos de su padre. -Papito.
no te enojes conmigo! Por favoor!
-No me enojo, hijito, sólo confía en
mí- Le dijo, besándole la
frente
-Lo haré, Padre!! - Respondió- Papi?! Puedo... puedo mandarle la carta a Lady
Catherine, por favor?! Ella me gusta, papito... La amo!!- Le dijo
envolviendo sus brazos al rededor del torso de su padre.
-Shhh, mi amor! Claro que puedes!
Puedes hacer todo lo que quieras, mi rey, sólo no descuides tus estudios y por
sobre todas las cosas confía en mi. Yo te amo mucho, Leonardo. Aún cuando no
supe ser tu padre... tú eres lo que más atesoro.
Leonardito se quedó mirándolo fijamente, haciendo
que Leónidas se incomodara. Un segundo después, una hermosa sonrisa adornó los
labios del principito.
-Te amo, papito! - Le susurró desde su pecho, abrazándolo con fuerzas. Después fue el
turno de Luis, que lo acurrucó entre sus brazos, aspirando ese olorcito tan
familiar, y que tanto extrañó.
Entre los tres rehicieron la carta malograda por la
tinta, Leonardo siempre sonriendo, pues no podía evitar pensar lo afortunado
que era. Tenía un ángel en el cielo, con el rostro de su mamá; a su lado, un
padre fuerte y serio, pero que lo amaba por sobre todas las cosas; y un padre
cariñoso y consentidor, que siempre estaría a su lado, pase lo que.
Al fin, el vacío que por tanto tiempo lo había
acompañado, empezaba a ser llenado con el cariño sincero de sus
"padres". El tiempo de llorar había terminado....
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Un pequeño obsequio por las 800 mil visitas!!! Que sean muchísimas más,
Lady. Felicidades!!! :D
quiero mas¡¡¡¡¡
ResponderBorrarWaaaaooo Ariane Bella la historia... para querer mucho mas...
ResponderBorrarHola Nena Ariane
ResponderBorrarTe quedo super me gusto que su Papa porfin le demostrara su cariño pero de que manera jajaja porfis porfis continuala siiiii siiii
estrella
aww :3
ResponderBorrarque hermoso, me encanto este relato jejeje por fin Leonidas reacciono :D y espero que ahora Leo sea muy feliz en compañia de sus 2 padres
buua que triste historia la de Luis aunque que genial que haya podido salir adelante por el niño
quiero mas capitlos jeje porfavor
saludos :D
Gracias chicas! Me hacen suuuuper feliz con sus bonitas palabras!!! :D Gracias, gracias.... graciassssssss!!!! :D
ResponderBorrarAriane...
ResponderBorrareste tu principito me ha encantado por favor contnuala si?, e gusto mucho quiero saber que pasara con la novia
Primero Muchas gracias por el maravilloso regalo... que bueno que el principito tenga dos personas en su vida lo amen de esa forma.
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