TROZOS DEL PASADO
Al tercer toque del
timbre me animé a correr la cortina y mirar por la ventana. Se trataba de un
hombre y una mujer bien vestidos: él con traje, y ella con una falda larga y
oscura, muy elegante. Solo venían de dos en dos cuando la cosa iba en serio:
uno de ellos –habitualmente la mujer- solía ocuparse de mí y el otro se ocupaba
de darle ciertas instrucciones a papá.
No ganaba nada con ignorar el sonido del timbre porque volverían más
veces hasta que alguien les abriera la puerta. En su lugar, entreabrí la puerta
lo justo para echar un vistazo, y que ellos me pudieran mirar a mí.
-
Buenos
días. ¿Está tu papá en casa? – preguntó la mujer, con una sonrisa.
Asentí. Acababa de pasar por encima de él, con cuidado de no pisarle,
dado que estaba durmiendo en la alfombra.
-
¿Nos
dejas pasar? – siguió preguntando.
-
Tiene que
decirme quiénes son primero – respondí.
La mujer sonrió aún más.
-
Eres un
niño muy inteligente, hay gente mala a la que no debes dejar pasar. Pero
nosotros somos los buenos. Somos de Servicios Sociales.
-
¿Dónde
está Gloria? – indagué. Ella había venido la última vez. Me caía simpática.
-
La han
trasladado a otra oficina. ¿Nos dejas pasar? – repitió la mujer, aún amable,
pero se notaba que se estaba impacientando.
-
Papá no se
encuentra bien – respondí, como indicando que no era el mejor momento. Ellos
intercambiaron una mirada y por un segundo pensé que iban a empujar la puerta y
a entrar de todas formas, pero debieron pensarlo mejor.
-
Por eso
estamos aquí, pequeño. Nos han dicho que llevas días sin ir al colegio y tu
papá no contesta al teléfono. ¿Hace mucho que se encuentra mal?
Miré a esa mujer a los ojos y supe que tenía que mentir. Aquella vez
Andrew no estaba despierto para echar uno de sus discursos convincentes. En otras
ocasiones se daba una ducha, se ponía un traje, se hacía una coleta y hasta el
mejor de los inspectores le habría tomado por un hombre de negocios y el padre
del año. Pero aquella vez no verían un hombre joven, apuesto y capacitado para
cuidar de un niño, sino un borracho que no podía ni levantarse del suelo. En
menos de dos horas yo estaría en una casa de acogida y quién sabe si Andrew
movería un dedo para sacarme de allí.
-
Tiene una
gripe del estómago. Yo también. Vomitamos mucho y hacemos mucha caca.
La mujer soltó una risita y luego trató de contenerla. Algunos adultos
se reían cuando decía “caca” y otros se enfadaban.
-
¿Hay
alguien ahí para cuidaros? ¿Tu papá puede hacerse cargo de ti? ¿No deberíais
estar en el hospital?
-
Estuvimos
en el hospital esta noche. Por eso papá está durmiendo ahora, está cansado.
La mujer volvió a intercambiar una mirada con el hombre. Se alejaron un
poco de mí, como para hablar a solas entre ellos, pero no se dieron cuenta de
que aún les podía escuchar.
-
¿Tú qué
opinas?
-
Puede ser
cierto que esté enfermo, pero debió haberlo dicho en el colegio. Si está tan
mal que no puede abrir la puerta debería buscar a alguien que se ocupe del niño
por unos días.
-
No es la
primera llamada que recibimos acerca de esta familia. Deberíamos entrar y echar
un vistazo.
-
No
podemos hacerlo sin el permiso del dueño. Ni siquiera deberíamos haber hablado
con el menor sin su padre delante.
-
¿Qué
sugieres?
-
Volveremos
en una semana y comprobaremos si se trataba solo de una gripe.
Escuché todo aquél diálogo con mariposas dentro del estómago, pero sin
moverme un milímetro. Volvieron a acercarse a mí y la mujer me sonrió.
-
Está
bien, Aidan, nos vamos ya. ¿Sabes usar
el teléfono?
-
Ahá.
-
Ten, toma
este número por si necesitas algo, ¿está bien? Lo que sea.
-
Adiós.
Les observé irse y todavía les escuché refunfuñar mientras se alejaban.
-
Te digo
que aquí tenemos un caso, Carl. ¿Has visto cómo nos miraba el crío?
-
¿Y qué
quieres que hagamos? Ya has oído al jefe, este es de los ricos. Si te metes con
uno de los ricos, sus abogados se te echan encima. Y al menos que haya signos
evidentes de maltrato, solo consigues quedar en ridículo y complicar las cosas
para el niño. Hay que ir con cuidado.
Cerré la puerta y dejé escapar el aire, algo aliviado, pero no del
todo. Luego fui con papá, que seguía tumbado en la alfombra. Me eché a su lado
y apoyé la cabeza en su estómago. Olía a vómito, pero solo un poquito. Pero yo
sabía que no tenía ninguna gripe estomacal.
Me encanto este relato de Aidan de pequeño.
ResponderBorrarPobre aidan, este Andrew es un misterio y un desastre. me encantó el corto.
ResponderBorrarPobrecito bb
ResponderBorrarMe gusto el relato aunque no me gusto ver sufrir a aiden
ResponderBorrarInteresante. Gracias por continuar escribiendo.
ResponderBorrarSe me soltaron las lágrimas, hasta me parece mejor no saber cómo de difícil fue la infancia de Aidan. Hermoso como siempre tu mini fic. Bellísimo!!!
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