lunes, 6 de enero de 2020

Capítulo 16




Apenas acababa de amanecer, pero el caballo ya estaba cargado y listo para partir. John había recuperado su vieja carreta, la que utilizó para viajar con su familia, e intentó que no le asaltaran los malos recuerdos. Necesitaban el transporte para ir a la ciudad a arreglar los papeles de la antigua casa de los Olsen.

- James, ¿llevas todo? - le preguntó, para cerciorarse.

El chico asintió, así que se limitaron a esperar a que llegaran Will y su padre. La madre y la recién nacida no les acompañarían: el bebé tenía poco más de una semana y aunque no era mucha distancia, no era lo más prudente.

Así que serían cuatro hombres viajando solos, o mejor dicho dos hombres y dos niños. Y un perro, por supuesto. James se lo estaba tomando como una gran aventura y John sentía que su corazón se ensanchaba cuando le descubría dando algún que otro saltito emocionado o hablando con Spark con grandes muestras de entusiasmo infantil:

- Haremos noche al aire libre, Spark. ¿Crees que padre me dejará dormir fuera de la carreta? Sí, yo también creo que sí, si no llueve.

La parte de dormir a la intemperie no era necesaria, podían quedarse en una de las posadas de la ciudad, pero John sabía que los dos muchachos preferirían una noche de acampada. Dormirse junto al fuego, mirando las estrellas, contando historias... No lo habría hecho con niños pequeños, pero James y Will eran mayores ya, la zona era segura, y tanto John como el señor Jefferson llevaban armas como medida de precaución. Su único motivo de inquietud era el hecho de que los asesinos de los Olsen seguían en libertad, pero habían pasado dos meses sin que tuvieran señales de ellos y en cualquier caso ellos iban a dormir muy cerca de la ciudad. Ninguna banda criminal se acercaría tanto

- ¡Ahí vienen! - anunció James.

Los dos niños corrieron el uno hacia el otro y los adultos se saludaron con mayor formalidad.

- La señora Howkings nos ha preparado este pastel para el viaje – anunció el señor Jefferson.

James giró la cabeza al escuchar la palabra “pastel”.

- Acabamos de desayunar, glotón. Lo tomaremos después, en la comida – le dijo John, leyéndole la mente.

- Sí, padre – respondió el niño, con un suspiro.

El señor Jefferson soltó una carcajada ante la expresividad del chico.

- La comida de esa mujer es de otro mundo – comentó.

- Mi padre tampoco cocina mal – dijo James, lo cual hinfló de orgullo a John, que se había estado esforzando para darle de comer algo decente. Nunca antes había cocinado, no en el sentido más elaborado de la palabra.

Se pusieron en marcha, decidiendo que los dos adultos se turnarían en el manejo de las riendas. Los niños viajaron a ratos en la carreta y a ratos caminando. Hacía un buen día y querían estirar las piernas, jugando con Spark para que el camino se hiciera menos aburrido.

- Cuando les veo corriendo y riendo con ese perro, me doy cuenta de que siguen siendo niños – comentó el señor Jefferson.

John asintió, mostrando su acuerdo.

- Y pensar que algunos vecinos de la aldea querían ponerle a trabajar en una granja. James todavía necesita un padre. No sé si soy el más adecuado para el puesto, pero necesita una familia y no solo alguien que le dé de comer.

- Seguramente, esa gente tuvo que empezar a trabajar a una edad temprana – respondió el señor Jefferson.

- Y yo también. Pero mi idea de progreso es que los niños puedan tener una mejor infancia que sus padres...

- Soy de la misma opinión. Mejor que la mía, por lo menos – susurró el hombre. John evitó hacer comentarios, porque suponía que no era un tema del que quisiera hablar. Nacer como esclavo era una de las cosas más duras que se podía imaginar. - Intento que Will crezca ajeno al odio hacia nuestra raza pero, aunque ya no seamos la propiedad de nadie, seguimos sin ser considerados personas.

- Lo son para mí y para James, señor Jefferson.

- Llámeme George – respondió, con una sonrisa. - Después de todo, mi hijo te llama “Tío John”.

- Es un muchacho especial – sonrió John.

- Lo mismo podría decir de James. Me alegro de que se hayan conocido.

Mientras los padres mantenían esa profunda conversación, los dos niños tenían una mucho más sencilla:

- Te apuesto a que llego a esa roca antes que tú – dijo Will.

- ¿Y qué me das si te gano? - preguntó James.

- Mmm... Mi trozo de pastel.

James abrió mucho los ojos. Eso era una apuesta seria. ¿Un trozo del pastel de carne de la señora Howkings? ¿Dónde había que firmar? Claro que... ¿y si perdía? No estaba dispuesto a renunciar al suyo. Tampoco quería quedar como un cobarde. Tenía las piernas más largas que Will, seguro que corría más que él.

- ¡Vale!

Echaron a correr casi al mismo tiempo y la carrera estuvo muy igualada, pero finalmente fue William el primero en poner un pie sobre la roca.

- ¡Te gané!

- ¡No es justo, me tropecé a la mitad! -  protestó James.

- Te gané, llegué primero.

- Bueno. Pero no te voy a dar mi pastel.

- ¡Pero te gané!

- Yo no dije que te lo daría – replicó James, enfurruñado.

- ¡Tramposo! - le acusó Will.

- ¡Retira eso!

- ¡No! ¡Eres un tramposo!

James le dio un empujón y Will se lo devolvió, pero un silbido fuerte impidió que la cosa fuera a mayores. Sus padres les llamaban desde la carreta, que se había ido acercando hacia donde ellos estaban.

- William, no podéis alejaros así – reprendió su padre. - ¿Por qué peleábais?

Los dos niños desviaron la mirada al mismo tiempo.

- ¿Y bien? ¿James? - interrogó John.

- Echamos una carrera... Y Will me ganó – admitió, con la vista fija en sus zapatos.

- Pídele disculpas.

- Pero... padre...

- Pídele disculpas, James. No siempre vas a poder ganar en todo. No te puedes enfadar porque te gane.

- Perdona, Will... - murmuró.

- Está bien. Puedes quedarte el pastel si quieres... - dijo Will.

- ¿El pastel? - preguntó John, sin entender.

- Nos apostamos un trozo del pastel de la señora Howkings – explicó James.

- William, ¿qué te tengo dicho de las apuestas? - regañó el señor Jefferson.

- No fue una apuesta, padre, solo fue un juego...

- No habrá pastel para ti – sentenció el hombre.

- ¡Pero si yo no hice nada! - se quejó William.

- Tampoco para ti, James – anunció John, sintiendo que debían ser equitativos. 

James abrió la boca, pero no llegó a emitir ningún sonido. No le salían las palabras, no podía imaginarse peor castigo en el mundo.

- ¡Todo por tu culpa! - se enfadó William, y le dio otro empujón a James, con tanta fuerza que le tiró al suelo.

John casi tuvo ganas de sonreír ante semejante infantilismo, pero el señor Jefferson entrecerró los ojos.

- ¡William!

El hombre se bajó de la carreta y el niño se quedó paralizado, consciente de que se la había cargado.  Pero James se levantó y se interpuso entre ambos.

- Will tiene razón, ha sido mi culpa, señor Jefferson. Él me ganó de buena ley, y yo tendría que haberlo aceptado. No le regañe, por favor.

Una vez más, John sintió una oleada de orgullo y afecto hacia su muchacho.

- Te empujó.

- Yo le empujé antes... No le regañe...

- Él sabe perfectamente que no puede apostar. Me da igual si es dinero o un trozo de pastel, sabe que no puede hacerlo.

- Perdón, padre – susurró el niño, con la cabeza agachada. Se acercó a él y el señor Jefferson le rodeó con un brazo, en un gesto afectuoso.

- Sube a la carreta, mocoso – le ordenó, pese a todo, en un tono suave y hasta cariñoso, aunque no exento de cierta firmeza.

Ambos desaparecieron en el interior del carromato y James sintió una punzada de culpabilidad en la boca del estómago.

- Le van a castigar por mi culpa. No le dejes, padre, él no hizo nada.

- No debemos inmiscuirnos, James. No está en líos por la pelea. Parece que tienen una historia con el tema de las apuestas.

- Pero no fue una apuesta, no de verdad.

- Que la apuesta sea pequeña no cambia el acto en sí, James. Si yo te prohibo algo, me enfadaría contigo aunque solo me desobedecieras “un poco” - replicó John.

- ¿Y ahora estás enfadado? - susurró el niño, juntando ambas manos en un gesto inseguro que le hacía ver realmente adorable.

- No, ha sido una tontería. Aunque espero que la próxima vez aceptes mejor una derrota. Si no estás dispuesto a perder, entonces no deberías jugar.

- Sí, padre... - respondió, y se mordió el labio. - Pa... ¿de verdad no voy a poder tomar pastel? ¡Lo hizo la señora Howkings!

John se mordió el labio para reprimir una sonrisa. En primer lugar, le había llamado “pa”. Y el tono desesperado que había empleado le restaba por lo menos cuatro años. Iba a responder, pero un sonido peculiar les interrumpió. James se estremeció al reconocer qué era y automáticamente se abrazó a John, que le acogió sin dudarlo, contento de ser la primera opción del niño para refugiarse.

- Solo han sido dos – le dijo, frotando su espalda en un gesto reconfortante.

- Con el cinto – murmuró James, con la cara escondida en su camisa. - El señor Jefferson da mucho miedo.

- ¿Eso crees? Por lo general es un hombre bastante amable. Quiere mucho a su hijo. Y no es tan duro como tu padre lo era contigo – respondió John y le separó un poco. - ¿Es ese el problema? ¿Te recuerda a tu padre?

James asintió casi imperceptiblemente.

- Pero padre solía gritarme antes. Y el señor Jefferson no gritó.

En ese momento, Will y su padre salieron de la caravana. El niño iba con la cabeza gacha, pero no estaba llorando y su padre le sujetaba con un brazo, como si no quisiera separarse de él. John tampoco había visto nunca al señor Olsen haciendo un gesto semejante. Era un hombre más bien frío, que consideraba que cualquier muestra de afecto le correspondía únicamente a su mujer.

- Will y su padre se quieren mucho, James, pero también tiene que regañarle cuando se porta mal – le susurró, en voz muy baja. James asintió.

- Pero yo te prefiero a ti.

- Eso es porque te tengo demasiado consentido, mocoso – replicó John, con una sonrisa, revolviéndole el pelo.




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