martes, 7 de enero de 2020

CAPÍTULO 87: Boxeadores aficionados


CAPÍTULO 87: Boxeadores aficionados

Aaron estaba incómodo. Sus músculos estaban tensos y su espalda rígida y deduje que no le gustaban mucho los abrazos. Por eso no tardé demasiado en separarme. Mi respiración todavía seguía acelerada, pero logré convencerme de que no había un peligro real.
Aaron era ligeramente más bajo que yo, pero su estatura no hacía que fuera menos imponente. Su camisa ajustada dejaba ver lo fuerte que era. Su piel bronceada en contraste con sus ojos azules producía el mismo efecto hipnótico que en Michael. Pero, a diferencia de los de mi hermano, aquellos ojos estaban vacíos. Ni siquiera apagados, o tristes, como podían estar los de Michael cuando le conocimos, sino más que eso. Los ojos de Aaron estaban desprovistos de toda vida, como si alguien se la hubiera arrebatado.
- ¿Estás bien? – me preguntó, pero antes de que pudiera responderle, su mirada se desvió hacia Sean. - ¡DIJE QUE BASTA! ¡TE QUIERO A UN METRO DE DISTANCIA DE ESE CHICO!
Su potente grito se metió dentro de mi cuerpo y provocó una reacción física. Papá gritaba a veces, pero nunca de esa forma. Sonó como el grito de un militar cuando tiene aprisionado a un asesino y le quiere dejar claro la escoria que es, la escoria que siempre fue y la escoria que siempre será. La voz de Aarón no solo estaba cargada de volumen y fuerza, sino también de ira. Me estremecí y, sin que yo mismo pudiera explicar por qué, sin que pudiera entenderlo, se me llenaron los ojos de lágrimas. Me recordé a mi hermanito Kurt cuando papá le descubría en alguna trastada, le regañaba, y él intentaba aguantar la bronca pero terminaba llorando en cuanto entendía que papá estaba enfadado con él. Esa misma sensación de no poder controlar el llanto fue la que me embargó.
Fue como si aquel grito hiciese de detonante para lo que sea que estuviese mal en mi mente. Abrió la puerta del búnker en el que tenía bien guardadito el miedo a la violencia y a los hombres fuertes dispuestos a utilizarla.
- ¿Qué? Chico, no llores, ¿qué pasa? – le oí decir, pero escuché también algo más. Una risa ahogada.
- ¡Pero si a ti ni te he tocado! ¡Será llorica! – exclamó Sean.
- ¡No te rías de mi hermano, trozo de mierda! – chilló Alejandro.
- ¿A quién llamas trozo de mierda, hijo de puta?
Michael, que había permanecido ajeno a la primera pelea, estaba de pronto al lado de Jandro y, al escuchar ese insulto, estiró el brazo y le dio un golpe a Sean en la boca. Desde mi ángulo no pude verlo bien, pero sí me di cuenta de que había sido relativamente flojo. Solo relativamente, porque el chico retrocedió y se tocó el labio, como si aún estuviese asimilando el impacto.
- ¡Cobarde! ¡Pegaste a alguien más pequeño que tú! – gritó Blaine, fuera de sí. Se abalanzó sobre Michael y comenzó a golpearle, pero apenas conseguía rozarle. Michael era muy rápido y su manera de esquivar los golpes era casi artística, como si fuera alguna clase de baile.
- ¡BASTA! – ordenó Aaron, pero nadie le hizo caso. Blaine, Alejandro, Sean y Michael se volvieron una maraña confusa de empujones y puñetazos. - ¡DIJE QUE BASTA!
Un camarero comenzó a gritar que nos teníamos que ir del local. Creo que llevaba un rato intentando hacerse escuchar. Todo era muy confuso, había demasiado gente hablando a la vez y yo estaba como drogado, incapaz de concentrarme en una sola de las muchas escenas que estaban sucediendo a mi alrededor.
De lo que sí me entere perfectamente fue del gran golpe que Blaine le dio a Alejandro. Un puñetazo tan fuerte que por un segundo temí que le hubiera roto la mandíbula. No llegó a tanto, pero mi hermano se cayó al suelo y Michael, en venganza, le dio un rodillazo a Blaine en el estómago, obligándole a encogerse sobre sí mismo.
Ese fue el momento exacto en el que volvió papá, con Kurt. Por unos segundos, nos miró desconcertado. Después, corrió junto a Alejandro y yo sentí como un pinchazo: quería correr hacia él, quería que me dijera que todo estaba bien, que me diera un abrazo. Pero Alejandro le necesitaba más en ese momento. Y yo tuve que conformarme con Aaron, que no parecía saber muy bien qué hacer conmigo.
- Vamos, cálmate. ¿Te duele algo? – preguntó, inseguro.
“Claro, porque lo único por lo que una persona puede llorar es el dolor físico” pensé, con mordacidad.
“Él no tiene la culpa. A su torpe manera, intenta hacerte sentir mejor” replicó mi lado más amable.
Sabía que debía recomponerme. Respiré hondo y me dije que no tenía motivos para ponerme así. No había pasado nada grave. Esa sensación agobiante en el pecho no estaba justificada.
- E-estoy bien – murmuré, y traté de secarme los ojos con la punta de mis dedos.
- ¿Qué diantres ha pasado? – preguntó papá.
- Márchense ahora mismo del establecimiento o llamaremos a la policía – dijo un empleado, el que parecía el encargado.
- S-sí, disculpe, ahora mismo nos vamos. D-dígame cuánto le debo – respondió papá, visiblemente avergonzado.
- Espera, pago yo – se apresuró a decir Aaron.
- No te preocupes, pago yo – dijo papá.
- Estamos celebrando el concierto de mi sobrino. Pago yo – replicó Aaron, aunque sonó como un gruñido. Solo faltaba que empezasen a pelearse ellos dos…
- Pagamos a medias – zanjó Holly. No me había dado cuenta de cuándo había vuelto ella también.  – Tenemos demasiados niños como para que hagáis una pelea de quién es más macho. Tú no puedes permitirte tanto dinero y tú no has ganado una pasta después de años de trabajo para desperdiciarla en tu ego – les dijo, a Aaron y a papá, respectivamente. Era la primera vez que la escuchaba hablar con tanta fiereza. Su hermano y mi padre se sonrojaron como dos niños regañados.
Cuando la cuenta estuvo saldada, y después de que Aidan y Holly pidieran perdón repetidas veces, volvieron a insistir en que teníamos que marcharnos. La pelea se había detenido cuando papá se puso a revisar a Alejandro y no se habían atrevido a reanudarla.
Cogimos nuestras chaquetas y comenzamos a salir del local, pero papá se detuvo antes de atravesar la puerta.
- Dylan. ¿Dónde está Dylan? – preguntó papá.
- Scarlett – dijo Holly, en el mismo tono angustiado.
Hice un rápido repaso visual y me di cuenta de que ni mi hermanito ni Scay estaban con nosotros. Antes de que nos diera tiempo a asustarnos, un camarero llamó nuestra atención, señalando debajo de unas mesas.
- ¿Son suyos? – inquirió, casi como si estuviera hablando de unos objetos caídos del bolsillo o algo así.
Dylan y Scarlett estaban semiescondidos en idénticas posiciones defensivas, con las piernas recogidas y envueltas por sus propios brazos. Holly fue la primera en acercarse, con pasos lentos.
- Hola, peques. No tengáis miedo, no pasa nada.
- N-no m-me gustan las p-peleas – dijo Dylan.
- Ni a mi tampoco, cielo. Vuestros hermanitos se portaron muy, muy mal. Eso no se hace. Pero ya dejaron de pelear. Y nos tenemos que ir – les explicó, y estiró una mano para ayudarles a salir. Scarlett la tomó, sin decir nada, pero Dylan rehuyó el contacto y salió gateando por sus propios medios.
- ¿Por qué soy “cielo”? – se extrañó Dylan.
- Es un apodo cariñoso – respondió Holly.
Dylan se quedó pensando en la respuesta por unos segundos.
- ¿Ella es “cielo” también? – preguntó, señalando a Scarlett.
- Pues sí… También le llamo “pollito” y “pajarito”…
- No tiene plumas – le aclaró Dylan, como si no fuera evidente. Sonreí. Mi hermanito solía tener problemas con las metáforas. – Y yo no soy azul, así que no entiendo lo de “cielo”. Es una comparación estúpida. Papá me dice “campeón”, porque ya sé atarme los cordones yo solo.
- Cielo no es porque seas azul – intervino Sam. – Es sinónimo de algo bonito y preciado y se lo decimos a la gente que es importante para nosotros.
- ¿Yo soy importante? – tanteó Dylan.
- Mucho, renacuajo. ¿A que eso sí lo entiendes? Eres un renacuajo porque eres un enano todavía – le chinchó Sam y le revolvió el pelo.
Sorprendentemente, yo diría que casi imposiblemente, Dylan se dejó tocar, y no dio muestras de que el contacto le incomodara.
Salimos por fin de la pizzería y yo me pregunté quién iba a ser el primero en estallar. Mis apuestas estaban en Aaron, aunque no descartaba que papá explotara pidiendo explicaciones, pero la primera en hablar fue Holly.
- Espero que estéis orgullosos. Es la segunda vez que nos echan de un restaurante. Luego pediréis que salgamos a comer fuera más a menudo – regañó, mirando a sus hijos con seriedad.  ¿La segunda vez? Para nosotros era la primera y el bochorno no se me iba a olvidar en mucho tiempo. - No me interesa quién empezó, de quién fue la culpa o quién dijo qué cosa. Eso me lo contareis después. Ahora espero que os disculpéis con los hijos de Aidan.
- ¿Qué? ¡Que se disculpen ellos! – protestó Sean.
- Se van a disculpar también – aclaró papá, prácticamente entre dientes, taladrando a Alejandro y a Michael con los ojos.
- Una disculpa no borra la vergüenza que nos hicieron pasar – gruñó Aaron.
- Si estoy enfadada no es por ninguna vergüenza, es porque se pelearan como animales – corrigió Holly. – Cuando llegué vi cómo tiraste a Alejandro al suelo de un golpe, Blaine.
- ¡Te perdiste los que me dio él a mí! ¡Y el que le dio Michael a Sean! ¡Le saca cuatro años!
- Hijo, ¿es eso verdad? – preguntó papá.
- Toda la pelea fue por su culpa – respondió Michael, como si eso lo explicara.
- ¡Mentira! ¡Fue culpa de él! – replicó Sean, señalándome.
Apenas tuve tiempo de ofenderme.
- Basta. No quiero escuchar una sola palabra más – ordenó Aaron. – Dad gracias a que estamos en la calle. Pero cuando lleguemos a casa, ya vais a ver. Os despedís de cualquier aparato tecnológico hasta nuevo aviso y ya os adelanto que antes de un mes no os los voy a devolver.
- ¿La Play también? – susurró Sean, sonando de pronto mucho más pequeño.
- ¡TODO! Y tú te quedaste también sin extraescolares y sin salidas, que no me olvidé de las burradas que llevas diciendo todo el día.
Los ojos de Sean se aguaron en seguida y me recordó tanto a mi propio llanto incontrolable que sentí mucha lástima. No era una reacción del todo normal dado el contexto y su edad y empecé a comprender que había algo raro en ese chico.
- Aaron, estoy de acuerdo en que merece un castigo, pero eso es excesivo… - empezó Holly.
- ¡Ni siquiera empecé todavía! Ya te voy a dar motivos para llorar, mocoso malcriado.
- No le hables así – gruñó ella. – Por última vez, es MI hijo y yo lidiaré con él en estas situaciones.
- Pero hazlo de verdad, porque sabes que esta vez se ganó una buena paliza.
Fue muy incómodo para todos estar presentes en un momento así, pero creo que a mis hermanos les benefició. Papá estaba demasiado ocupado sintiéndose fuera de lugar como para sacar a la luz su propio enfado.
- No tienes derecho a avergonzarnos así – protestó Leah.
- ¿Que no tengo derecho? ¿Que no tengo derecho? No quieras saber a lo que tengo derecho, mocosa. Este par de imbéciles le acaban de arruinar el día a tu hermano y a todos, y ni siquiera están arrepentidos.
- No les llames imbéciles – intervino Sam.
- Pues que no se comporten como si lo fueran.
- Creo que necesitamos calmarnos todos – dijo papá. – Yo el primero, porque aún estoy confundido. Ni siquiera sé lo que pasó ahí dentro, pero algo me puedo imaginar. Tuvisteis una discusión, pero fue con los puños, ¿no? Bonito ejemplo para los más pequeños. Bonito broche para esto que intentábamos hacer hoy, que era conocernos. ¿Esta es vuestra carta de presentación? Todos vosotros sois mejores que esto. La violencia nunca soluciona nada. Holly y yo habíamos puesto mucha ilusión en este día y os he visto llevaros bien, sé que es posible. Pero tenéis que poner de vuestra parte. Somos mucha gente y no podéis saltar al mínimo roce. Sois mayores ya, tenéis que ser más responsables, tener más autocontrol.
Alejandro, Blaine y Michael agacharon la cabeza. Sean, por su parte, se acercó a su madre, como buscando refugio en ella, y también algo de mimos, porque seguía lloriqueando.
- Tenía que defender a mi hermano – murmuró Blaine.
- Y yo al mío – dijo Alejandro.
Aidan dejó escapar una pequeña sonrisa.
- Eso lo entiendo y habla muy bien de vosotros. Pero creo que ya sabéis distinguir cuándo esa defensa debe incluir la fuerza física y cuándo no. Ahora despediros, que nos tenemos que ir. Pensad en lo que os he dicho.
Le hicimos caso, aunque en algunos casos las despedidas fueron frías. Ellos parecían menos cariñosos que nosotros, y no debía de gustarles mucho el contacto. Estaba acostumbrado por mi hermanito Dylan, así que no forcé a nadie. Me limité a darle un beso a los más pequeños, aunque me fijé en que Zach y Jeremiah chocaban la mano. Ellos sí parecían haberse hecho amigos.
Ellos fueron los primeros en alejarse e ir hacia sus coches, pero primero Holly y papá se dieron un beso rápido, que hizo que varios de mis hermanos soltaran silbidos. Papá sonrió mientras la veía marcharse, pero luego se puso serio:
- Id pensando una muy buena explicación, porque voy a querer oírla cuando estemos en casa – nos dijo. – Ahora todo el mundo a los coches. Los que vinieron con Ted, con Ted.
Papá ni se había fijado en mí. Ni siquiera se había dado cuenta de que había tenido algo así como un colapso mental.
“No eres el centro del mundo. No puede estar todo el rato pendiente de ti. Y tú tampoco te diste cuenta de que Dylan no estaba” me recordé.
Barie se agarró del brazo de Aidan.
- Papi… A pesar de todo les vamos a volver a ver, ¿no? No pasó nada tan grave…
- Prefiero hablar de esto luego, pero sí, princesa, yo estoy dispuesto a intentarlo. Aunque lo de que no fue tan grave es discutible. Nos echaron de la pizzería.


-         AIDAN’S POV –
Mi día perfecto con mi novia y su familia se había transformado en una batalla campal. Me sentía furioso, pero también triste y preocupado. ¿Significaba la pelea que aquello no había funcionado? No fue hasta que Barie me preguntó cuando me di cuenta de que en realidad no significaba nada. Era solo un conflicto entre adolescentes, que no implicaba que no pudieran llevarse bien en el futuro. Mis hijos también peleaban entre sí algunas veces.
- Oye, papá… - me dijo Harry, cuando ya estábamos en el coche. Le miré a través del retrovisor. Se mordía el labio, como si me fuera a decir algo difícil, pero hasta donde yo sabía él no había participado en la pelea. No estaba seguro, tenían que contarme bien qué había pasado.
- Dime – le animé. Intenté que mi voz no reflejara el enfado que sentía y creo que por el momento estaba haciendo un buen trabajo. Desde mi punto de vista, no me había puesto tan agresivo como Aaron.
- Nada… que… que deberías saber… que a Ted le pasó algo antes, no sé bien qué.
- ¿Antes de la pelea?
- No… No lo sé bien, no me enteré por qué pelearon. Solo empecé a prestar atención cuando el tipo ese casi le arranca la oreja al de las malas pulgas.
- Sean – aclaró Zach, y después continuó él con el relato. – Aaron se enfadó mucho con él por algo que le dijo a Ted, creo. Entonces empezaron a pelear y Ted se tumbó en el suelo… Daba mal rollo verle así. Aaron le ayudó a levantarse y luego Ted empezó a llorar.
¿Qué? ¿Y yo me había perdido todo eso? ¿Cuánto había estado en el baño con Kurt, cinco minutos o cinco años?
- ¿Aaron le hizo algo?  - gruñí. Ese hombre tenía claros problemas para controlarse.
- Creo que no… Pero tendrás que preguntarle a Ted.
- Lo haré – les aseguré. Después, suspiré. – Gracias, chicos. ¿Vosotros que tal lo habéis pasado?
- Muy bien, papá. Jeremiah es muy simpático – dio Zach.
- No para de hablar – refunfuñó Harry. - Su melliza en cambio no dice nada.
- S-scarlett es b-buena – intervino Dylan. No si me sorprendió más que participara en la conversación o que estuviese expresando sus impresiones sobre otra persona.
- ¿Sí, campeón? ¿Te ha caído bien? – pregunté. Luego me di cuenta de que con él tal vez fuera necesario reformular la pregunta. - ¿Te gustaría ser su amigo?
- Sí.
Sonreí plenamente, aquello era una victoria indiscutible.
Cuando llegamos a casa, mientras ellos bajaban del coche, saqué el móvil y vi que tenía un mensaje de Holly. Mantuve una breve conversación con ella. Así eran casi todas nuestras conversaciones, breves, pero constantes, que era lo importante.
Holly: Gracias por venir hoy.
Aidan: A ti por invitarnos. Sam ha estado realmente espectacular.
Holly: Siento lo que ha pasado…
Aidan: No ha sido culpa tuya.
Holly: De mis hijos…
Aidan: Y de los míos. Ahora hablaré con ellos.
Holly: Es probable que todo haya sido cosa de Sean…
Aidan: ¿Está bien? Me dio pena verle llorar. Sé que no es asunto mío, pero no le castigues más… Un mes sin ningún tipo de diversión ni salidas es más que suficiente…
“Es excesivo, incluso” pensé, pero no lo escribí.
Holly: No voy a tenerle tanto tiempo. Aaron dijo eso sin consultarme. Tenemos que dejar de desautorizarnos de esa manera delante de ellos…
No supe qué responder. Estaba de acuerdo con ella, contradecirse así era contraproducente. Empezaba a entender que Aaron era más que un tío para ellos. En algunos sentidos, era otro hijo más para Holly. En otros, un apoyo en su educación. Igual que Ted, solo que él era mucho más joven. Tal vez, si Ted hubiera tenido diez años más, tomaríamos las decisiones entre los dos. Pero yo jamás permitiría que nadie tratara a mis niños con tanta dureza… El asunto de Aaron era algo que quería hablar con Holly en algún momento. Tenía muchas preguntas, pero nunca me parecía la ocasión indicada para plantearlas.
Holly: Yo me ocuparé de hablar con Blaine y Sean, pero ellos también se pasaron.
Aidan: No seas mala, que ese papel no te pega…
Holly: Ya que defiendes tanto a mis chicos, supongo que vas a ser bueno con los tuyos.
Aidan: Yo siempre soy bueno. Son ellos los que me vuelven loco.
Alice llamó mi atención para que la desabrochara de la sillita, así que me despedí de Holly y me ocupé de que todos mis peques entraran en casa.
Se quedaron todos en el salón, a la expectativa, sabiendo que iba a querer decirles algo.
- Vamos a obviar por un momento el catastrófico final de esta salida – sugerí. - ¿Lo habéis pasado bien?
- ¡Sí!
- ¡Sí, papi!
- ¡Mucho!
- ¡Sí!
Me sorprendió la unanimidad por parte de mis hijos más pequeños. No había podido controlar todo lo que hacían cada uno de ellos, pero pensé que al menos Kurt no iba a estar tan contento, teniendo en cuenta que le había regañado. Me agaché junto a él y le sonreí.
- ¿Te gustó el concierto?
- ¡Shi! ¡Y la pizza! ¡Y el helado!
Una vez más, me asombró lo poco que hacía falta para hacerles felices. Mis hijos siempre disfrutaban los planes familiares y creo que funcionaban tan bien porque los afrontaban con ganas y entusiasmo.
- Pues para pasarlo bien, menudo berrinche armaste, enano – le recordó Harry.
Kurt se miró los zapatos y junto las manitas, con vergüenza.
- Eso ya está olvidado – le dije. - ¿Quieres ir a por Cangu?
- ¡Shi!
- Pues corre, peque. Subid todos, a lavaros las manos y a cambiaros de ropa no os la ensuciéis – les instruí. - Quiero hablar con los mayores. Los tres mayores – aclaré, por si había dudas.
Michael, Ted y Alejandro se quedaron en el salón mientras los demás subían a sus cuartos. Les señalé el sofá para que se sentaran.
- A ver. ¿Me vais a contar lo que pasó? – pregunté, pero solo obtuve silencio. Se escuchaban de fondo los pasos de mis hijos en el piso de arriba y sus voces amortiguadas, pero nada más.
- Solo me estaban defendiendo, papá – respondió Ted, finalmente. – Fue mi culpa, yo le eché en cara a Sean lo que le dijo a Kurt.
- No, qué va a ser tu culpa – replicó Alejandro. – El imbécil ese tiene la boca demasiado grande. Insultó al enano y luego le llamó a Ted negro de mierda.
Abrí mucho los ojos. Mi primera reacción fue enfurecerme, pero recordé lo que me había dicho Holly. La mente de Sean no era exactamente como la del resto. Dylan no podía evitar decir ciertas verdades con demasiada crudeza y Sean no podía evitar determinados comentarios agresivos.
- Y supongo que ahí pasasteis a los golpes.
- No, porque intervino su tío – me aclaró Alejandro.  – Le echó una bronca que le dejó suave, suave y se puso a lloriquear. Ted es un buenazo estúpido y le ofreció un pañuelo. Yo me encaré con Blaine y sin previo aviso Sean me soltó un puñetazo. ¡Ese imbécil lo empezó todo, papá!
- En primer lugar, no se insulta a la gente incluso cuando no está delante, Alejandro. Y, en segundo lugar, puede que él lo empezara, pero tú sabes perfectamente que no puedes responder a un golpe con otro golpe. Podrías haber ido a buscarme o habérselo dicho a su tío.
- Ese hombre le tiró muy fuerte de la oreja – susurró Ted. – Y le habló en un tono que daba miedo.
- Aaron es bastante estricto, campeón – respondí. Estuve tentado de preguntarle si le había dicho algo para hacerle llorar, pero pensé que era una conversación que debíamos tener en privado. - ¿Tú participaste en la pelea?
- Sí…
- No – declaró Alejandro. - Solo para recibir. Se puso delante de mí y se llevó un puñetazo de Sean en el estómago. Él no le pegó a nadie.
- En ese caso, sube a tu cuarto, canijo. Ahora en un rato iré a hablar contigo. Subid los tres. Pero vosotros dos id a mi habitación.
- Pa, no hicieron nada tan malo…
Ted siempre tenía que ser el abogado defensor. Intenté aguantarme una sonrisa.
- Arriba, bicho.

-         ALEJANDRO’S POV –
Aunque papá parecía tranquilo, era muy probable que nos fuera a matar. Habíamos estropeado el gran día, el gran encuentro con la familia de Holly. Y nos habían echado de un restaurante. Aún así, algo me decía que tenía que dar gracias de tener que enfrentarme a papá y no a Aaron. Ese tipo daba miedo.
Michael y yo subimos al cuarto de papá tal como nos había pedido. Quise pensar que nos mandaba allí no tanto porque estuviera muy enfadado sino porque en nuestro cuarto iban a estar Cole y Ted y además desde que solo había literas le era más difícil “tratar” con nosotros allí.
- No me arrepiento – me susurró Michael.
- Que papá no te oiga – le recomendé.
En verdad yo tampoco lo sentía demasiado. Sentía haber jodido el día y que nos hubieran echado, pero no haber pegado a esos imbéciles.
Michael se tumbó en la cama de papá a esperarle y yo me quedé de pie, sin saber muy bien qué hacer. Nunca sabía qué hacer en esos momentos. Por suerte, no tardó demasiado.
- ¿Alguno de los dos se siente demasiado alterado como para mantener una conversación civilizada? – nos preguntó. Le miramos con extrañeza, pero los dos negamos al unísono. – Entonces, ninguno va a empezar a decir tacos ni a cavar más hondo su propia tumba, ¿verdad?
- No, papá – respondí yo.
- Creo que no – dijo Michael.
- ¿Crees?
Papá alzó una ceja.
- Soy imprevisible – replicó mi hermano, encogiéndose de hombros.
Pensé que papá se enfadaría, pero se limitó a sonreír y a menear la cabeza.
- Mocoso caradura. ¿Cuál fue tu papel en todo esto? Tú también estabas peleando, ¿no?
- Sean habla por encima de sus posibilidades. Le llamó “hijo de puta” a Alejandro, así que le di un golpe. A su hermano Blaine no le sentó demasiado bien, y se lanzó a por mí. Eso puedo entenderlo, solo estaba defendiendo a su familia, pero Sean empezó a pelear así de la nada, todo es culpa suya.
Papá suspiró.
- De eso quería hablaros. A todos, en realidad, peor a los demás se lo diré luego. Sean no puede controlar sus impulsos.
- ¿Qué quiere decir que “no puede”? – pregunté.
- Pues… Que tiene… algún problema. No me gusta llamarlo problema. Un trastorno, un trastorno psicológico. Sus reacciones no siempre se ajustan a lo esperable. Se enfada muy fácilmente y no puede controlar ese enfado.
- ¿Eso existe?  - se extrañó Michael.
- Eso parece, campeón.
- En cualquier caso, no es excusa – me quejé. – Dylan también tiene problemas para controlar sus emociones y no por eso le decimos que está bien pegar a la gente.
- Sean no es autista, Alejandro. Entiendo lo que quieres decir, pero nadie le ha dicho que esa forma de comportarse esté bien. De hecho, me habéis contado que su tío le regañó, ¿no?
Eso era cierto. Le había retorcido la oreja. Quizá por eso las tenía tan separadas de la cara. Sonreí ante mi propio chiste y luego me sentí culpable por reírme de su aspecto. No es que fuera feo, aunque sí tenía cara de mala leche.
- Lo que quiero decir es que a Sean tenéis que tenerle un poco de paciencia, ¿vale? Y en cualquier caso, liarse a puñetazos no soluciona nunca nada. Sé que os sentisteis ofendidos. Algunas ofensas se pueden ignorar y, las que no, no se resarcen con golpes. Esto no es la Edad Media y hace tiempo que el honor dejó de defenderse con sangre. Si hace algo mal, es su madre la que tiene que enseñarle cómo comportarse, no vosotros con agresiones. Nadie aprende nada de las agresiones.
Sabía que papá tenía razón y además había descubierto que a lo mejor Sean no era un idiota tan integral como pensaba…
- Michael, espera fuera mientras hablo con tu hermano – pidió papá.
- ¿Por qué yo primero? – protesté.
- Porque eres el pequeño.
Bufé. Papá daba esa respuesta a veces para hacernos callar ante reclamos que le parecían absurdos, era una forma de decir “porque sí”. Michael se dio prisa en salir, el muy traidor, como si eso fuese a cambiar algo. Cuando acabase conmigo, papá seguiría con él.
- No te enfurruñes, Jandro. Soy yo quien tendría que estar enfadado. La armasteis tan gorda que nos echaron. El camarero gritando que pararais, Aaron y algunos de vuestros hermanos también, Dylan y Scay bajo las mesas asustados… Y vosotros, sordos a todo y enfrascados en reventaros los unos a los otros.
- Perdón… - me disculpé. Eso pareció apaciguarle un poco. – Papá… No cojas ideas de Aaron, ¿vale? Necesito salir. Mark me invitó a su casa a hacer maratón de Los Vengadores y no me lo puedo perder.
Tal vez le estaba dando ideas, pero en verdad sabía que papá no solía ser cruel con los castigos. Había habido un par de veces que me había quitado lo que más dolía, pero por cosas más graves… Yo no tenía tan buenos amigos como Ted, pero Mark y su grupo no estaban mal. No quería que se divirtieran sin mí y me excluyeran de su círculo. Deseé que papá pudiera entender lo importante que era.
- ¿Y cuándo sería eso, el finde que viene? – me preguntó. – Tranquilo, campeón. Puedes ir. No voy a tomar ninguna clase de idea de Aaron – me aclaró y algo en su tono me indicó que el tipo no le caía muy bien. - Además, sabes que ese no es mi estilo.
- No, tu eres más de dejarnos sin otras cosas importantes, como mi capacidad de sentarme – repliqué con mordacidad.
- Oye, renacuajo. Pocas veces he sido tan duro como para eso. No te hagas el listo que todavía puedo arrepentirme y dejarte sin móvil, por ejemplo, ¿eh?
- No, papi, no hace falta – respondí y por acto reflejo llevé la mano al bolsillo donde lo tenía guardado.
- Dámelo por ahora, no se vaya a romper. Después te lo devuelvo, tranquilo – me dijo, y me señaló su mesita para que lo dejara ahí. Suspiré y lo hice, mientras él se sentaba. – Creo que ya ha quedado claro por qué estás en problemas, ¿no?
- Sí…
- Entonces, ven aquí – me pidió, aunque no sonó optativo. Me agarró suavemente de la muñeca y me guió para que me tumbara encima de sus piernas.
- Solo para que conste ya entendí que no me puedo pelear con nadie, por más idiota que sea… - murmuré.
PLAS
- Esa boca. Me alegro de que lo hayas entendido. Así nos ahorraremos esto en un futuro.
Agarré su almohada y contuve las ganas de poner un puchero. No quería parecer más niño de lo que ya tenía que estar pareciendo en aquella posición.
- No hundas así la cara, no puedes respirar.
Rodé los ojos. No me iba a ahogar con una almohada, papá era demasiado sobreprotector. Giré la cara para contentarle y cerré los ojos al sentir una caricia en el pelo.
- Estoy muy orgulloso de ti por defender a tu hermano. Pero si alguien pregunta, yo no te dije eso y solo te regañé por peleón.
Sonreí un poquito. Papá no estaba enfadado.
Claro que sacó la mano de mi pelo y sentí la primera palmada y ya no lo tuve tan claro.
PLAS
- Auch. No estaba preparado – me quejé.
- Nunca estarás preparado, pitufo.
¿Pitufo? ¿Me había confundido con Alice acaso?
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Al menos, eran sobre el pantalón. Si era sincero, tenía que admitir que así dolía muy poco. Cuando solo tenía los calzoncillos, picaba más, porque además alguna palmada caía fuera de la tela.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Eso no quiere decir que no doliera. Papá tenía una mano increíblemente pesada. Pero nunca me haría daño y eso yo lo sabía mejor que el abecedario.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ya, papi… PLAS PLAS
“Papi. Pero que tienes quince años, contrólate” me reproché.
- No creas que pasé por alto que no llegasteis a disculparos. Esta noche haré videollamada con Holly y le pediré que se pongan sus hijos y quiero escuchar una disculpa, ¿entendido?
¿Disculparme? Ni hablar” pensé, pero no lo dije, no era suicida. Sin embargo, tampoco respondí nada y eso no le gustó a papá porque las siguientes palmadas fueron algo más fuertes.
PLAS PLAS Ay… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Jo… PLAS PLAS PLAS
- ¡No me voy a disculpar! ¡Solo si él lo hace primero!
 - Tu harás lo correcto y le ofrecerás una disculpa. Él debería hacerlo también, pero no tengo poder sobre eso.
- ¡No voy a hacer una videollamada para que vea que he llorado porque mi padre me pegó! – seguí protestando.
- Dije por la noche y además no estás llorando. Estoy siendo demasiado suave contigo, y lo sabes.
Me revolví, irritado y frustrado porque me estaba quedando sin argumentos.
- Alejandro, ¿tengo que continuar? – me preguntó.
- ¡No, porque no voy a dejarte! ¡No voy a disculparme y no me puedes obligar! – grité, y me seguí revolviendo… con tan mala suerte que noté claramente cómo mi codo impactaba con su cuerpo. No podía darle en la tripa, no: tuve que darle en la entrepierna. Papá soltó un jadeo y yo me di por muerto.
- Levántate – me ordenó.
- No… No, papi, lo siento… No quería darte, perdón.
Seguro que entonces sí me bajaba los pantalones.
- Levántate, caramba, quiero ponerme de pie – me dijo, y me empujó un poquito para que le hiciera caso.
- Perdón… ¿Te duele mucho? – susurré. Joder. ¿Por qué siempre tenía que liarlo todo? Si es que me las cargaba yo solito. Me escocieron los ojos, estaba seguro de que esa vez sí me podía dar por muerto.
- ¿Tú qué crees? – gruñó papá, pero luego respiró hondo. – Ven aquí – pidió, pero tenía los brazos abiertos, así que deduje que era para un abrazo y me acerqué. - ¿Fue sin querer de verdad? – me preguntó, mirándome a los ojos, y yo asentí. – No me habrías dado de no haberte agitado como una lagartija, ¿eh? – me reprochó, y me dio un beso en la frente y una palmada.
PLAS
- ¡Au!
- Vete a esa esquina. Voy a hablar con tu hermano y cuando vuelva te preguntaré de nuevo, a ver si has recapacitado sobre lo de disculparte.
- ¿A… a la esquina? – me extrañé. Papá no me mandaba a la esquina desde hacía años. Es decir, a veces nos poníamos ahí cuando era un castigo colectivo, pero era más un teatro hacia los enanos.
- Sí, a la esquina de pensar, a ver si se te aclaran las ideas – me dijo y luego se puso más serio. – No quiero pegarte más solo porque tu orgullo no te deje hacer lo correcto.
 - Papá, la esquina es de críos – me quejé.
No me escuchó y me agarró de los hombros para llevarme él mismo junto a la pared.
- Ahí hasta que vuelva – dictaminó.
Bufé, pero no me moví. No quería más palmadas si podía evitarlo.


-         AIDAN’S POV –
Menos mal que ya tenía doce hijos, porque después del codazo de Alejandro tenía dudas de que mi cuerpo conservara la capacidad de reproducirse. Tuve que hacer un gran esfuerzo de autocontrol para no darle un buen escarmiento después de eso, pero sabía que no había sido aposta, por más que su actitud rebelde fuera la causa. Decidí ponerle en la esquina para que tuviera un rato para pensar y también para tener un rato para pensar yo.
No sabía si estaba actuando bien. Tal vez tenía que ser más duro con él, darle un buen castigo por montar semejante espectáculo en la pizzería. Pero mis hijos no habían dado el primer golpe y yo sabía que era difícil salir de una pelea cuando ya está iniciada. Tenía que enseñarles a no pelear, pero no quería verme ni parecido a Aaron cuando regañó a su sobrino.
Decidí que podía darles una oportunidad y dejarlo en un aviso por aquella vez. Después de todo, era yo el que les había expuesto a aquella situación, juntando las dos familias y ellos no me habían puesto pegas. Todos habían hecho un esfuerzo y yo quería valorárselo.
Encontré a Michael en el pasillo y me pregunté dónde iba a hablar con él, dado que Jandro estaba en mi cuarto. Su habitación parecía el lugar ideal, pero primero tenía que tratar con Ted.
- Espérame aquí y vigila que tu hermano no salga – le encargué.
Michael me miro confundido, pero asintió. Seguí mi camino y fui con Ted, que descansaba sobre su cama. Cole estaba empezando a leer su libro nuevo en la litera de arriba.
- Campeón, ¿por qué no vas a leer al salón, ahora que no hay nadie?
Cole pilló la indirecta y se bajó de la cama, abrazando el libro como si fuera un bien preciado.
- Fue un buen regalo – le dije a Ted, cuando nos quedamos solos. – Le encanta.
- La expresión “gusano de biblioteca” se le queda corta.
Sonreí, dándole la razón, pero después me puse serio.
- Canijo… Tus hermanos me han dicho que te disgustaste durante la pelea…
- El eufemismo del año – respondió.
- ¿Pasó algo con Aaron? – pregunté. Si la respuesta era afirmativa, no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Dudaba que Holly quisiera seguir saliendo conmigo si descuartizaba a su hermano y enterraba cada pedazo en un extremo del continente.
- No, él solo intentó calmarme, pero no sabía cómo… Yo…
Si no había sido Aaron, entonces quedaba otra opción.
- ¿Te asustaste? ¿Como te viene pasando alguna vez desde que te atacaron?
Ted asintió, con una cara de pena y vulnerabilidad tan grande que no me quedó más remedio que abrazarle. Cosita.
- Me quedé sin aire… Tuve mucho, mucho miedo. Y luego Aaron gritó y me asusté más y empecé a llorar como un gilipollas.
- ¡Eh! ¿Te doy una palmada por hablar así de mi hijo?
- No, pa… Pero es verdad, fue muy estúpido.
- No fue estúpido. Lo que te pasa es perfectamente normal para alguien que vivió lo que tu viviste. Nos ocupamos de tus piernas, pero ahora hay que ocuparse de tu mente. Tenemos cita la semana que viene.
- ¿Crees que tengo arreglo? – me preguntó. De verdad que ese chico se estaba buscando una palmada.
- Tú no estás roto. Y no quiero oírte hablar así, ¿me escuchas?
- Bueno. Sí, pa, no te enfades.
- Hum – resoplé, y le acaricié la mejilla. - ¿Estás bien?
- Sí, ya sí. ¿Y mis hermanos? ¿Los mataste?
- Están perfectamente vivos – respondí y en ese momento se empezaron a oír voces y un par de golpes.
- No por mucho tiempo – susurró Ted, y es que las voces parecían de Michael y Alejandro.
- Ahora vengo – le indiqué y salí al pasillo. Michael ya no estaba allí, sino en la habitación del fondo, la mía, peleando con su hermano. - ¡Eh! ¿Se puede saber qué está pasando?
- ¡Me mandó a la mierda! – dijo Michael.
- ¡Se rió de mí por estar en la esquina!
- ¡Eso no es cierto!
- ¿Eso es sangre? – pregunté, observando la nariz de Michael. - ¡Esto es el colmo! ¡Aún no he terminado de hablar con vosotros por lo de la pizzería y ahora volvéis a pelear, pero esta vez entre vosotros! Esto me pasa por ser blando. Vamos al baño, que te cure eso. No es mucho. ¿Te duele?
Michael negó con la cabeza y me acompañó al lavabo. Mojé un poco de papel y le lavé con cuidado. No hizo gestos de dolor, así que me convencí de que no era nada serio.
- Me tengo que plantear en serio si estoy criando una panda de animalitos – le espeté.
- ¡Ey, que yo ahora no le pegué! Solo le empujé un poco.
- Ni poco ni mucho. ¿Te reíste de él?
- No. Solo me dio curiosidad y entré. Me extrañó verle ahí.
- No salís de una ciénaga y os metéis en la siguiente. ¡No más peleas! ¿Qué tengo que hacer para que el mensaje quede claro?
- Perdón, papá – murmuró.
- Tú y yo teníamos una conversación pendiente, me parece, y ahora con más motivo. Bájate el pantalón – le dije, mientras me sentaba en la taza del váter.
- ¡Pero a Jandro se lo dejaste!
- Con Jandro voy a volver a hablar ahora. ¿Y tú cómo lo sabes?
- No sonaron a palmadas sin pantalón. Y sonaron flojitas – me reclamó.
- Eso fue antes de que le volvierais a dar al boxeo. Ven aquí.
Michael suspiró y se acercó. Se desabrochó los vaqueros y dejó que le tumbara encima de mí. Se agarró con fuerza a mi pierna porque allí no estaba tan estable como cuando estábamos en la cama.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Au… Empezaste fuerte… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS Aich… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Colmáis la paciencia de cualquiera, caramba.
- Oye, no pagues conmigo el enfado que tengas con Alejandro. Que yo solo le empujé…
- No se empuja a la gente – le respondí, pero una parte de mí registró que tenía un punto de razón. – No es solo la pelea con Ale. Es por la que montasteis en la pizzería. Le pegaste a Sean, que es más pequeño que tú.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS …. Ow… PLAS PLAS PLAS
- ¡Ya sé que es más pequeño, por eso no le di fuerte! ¡Me sé controlar!
- Entonces deberías haberte controlado del todo y no haberle pegado.
PLAS PLAS PLAS PLAS Au…  PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS Ya, papá… PLAS PLAS PLAS Snif… PLAS PLAS PLAS Lo siento… snif… PLAS
Dejé la mano quieta sobre su espalda. Estaba llorando muy bajito y entendí que ya era suficiente. Recorrí su columna vertebral en una caricia relajante y le ayudé a incorporarse. Michael se colocó el pantalón y luego se frotó los ojos, sorbiendo por la nariz. Le pasé un poco de papel y le di un abrazo, sin dejar que el pobre se sonara.
- Ya está, canijo. Tranquilo.
- Snif… Estoy enfadado.
Sonó adorablemente aniñado, pero hice esfuerzos por no reírme.
- Bueno, está bien. Puedes estarlo. A nadie le gusta un castigo.
No deshice el abrazo y le acaricié el pelo.
- Aunque hagas eso sigo enfadado – refunfuñó.
- ¿Y si te doy un beso?
- Estaré enfadado menos uno.
Sonreí y le di dos besos en la frente.
- Enfadado menos dos.
Me reí.
- Te adoro, grandullón. Tendrás todos los besos que quieras. Pero no más peleas, ¿bueno? Ni con tus hermanos ni con nadie.
- Sí, papá. No más peleas.
- Ese es mi campeón.
- Dijimos que ese no iba a ser mi apodo – protestó y tardé unos segundos en recordar a qué se refería.
- Es cierto: cachorrito.
- Sin el diminutivo, papá. Que estoy grande.
Esa vez, no pude contener la risa, y él se rió también, reconociendo que en esos momentos no parecía demasiado mayor.
- Anda, vamos a dejar el baño libre, por si alguien lo necesita.
Salimos del cuarto y Alejandro me esperaba al otro lado, con cara de corderito arrepentido.
- Tira para mi habitación.
- Papá, no seas malo con él, que ya le castigaste – protestó Michael.
Así no se podía. ¿Cómo podía uno ponerse serio con esos chicos si no hacían más que derretirme el corazón? Minutos atrás se estaban atacando y ahora se defendían.
- Solo lo necesario – respondí y fui con Alejandro a mi cuarto.
- Papá… Lo siento… es que me vio en la esquina y me dio vergüenza…
- Quítate los pantalones.
- No, papá… - se quejó.
- Tengo que ser justo con tu hermano y además me parece que tú tienes un poquito más de culpa que él. Quítatelos.
- Pero a mí ya me pegaste – gimoteó, pero se los bajó, obediente.
Me senté en la cama y le incliné hasta que se tumbó. Me abstuve de decir frases crueles como “se ve que de mucho no sirvió”.
- ¿Qué pensaste acerca de disculparte?
- Le pediré perdón… y a Michael también…
- Eso quería escuchar… No más peleas, Jandro.
PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS… aich… PLAS PLAS PLAS PLAS… No más peleas, papá…
- Bien… Ya está campeón. Ey… Shhh, no llores – susurré, al notar que empezaba a sollozar.
- Snif… Esos fueron fuertes – me acusó.
- Solo un poquito. Porque a mi bebé le di el dedo y me tomó el brazo entero. Parece que no me escuchaste la primera vez.
- Sí te escuché, snif… alto y claro. Y no soy un bebé.
- Siempre serás mi bebé.
Le ayudé a levantarse y le abracé.
- Snif. Y tú siempre el cascarrabias de mi padre.
- ¿Cascarrabias yo? ¿A que te hago cosquillas?
- ¡No! ¡Me mimas!
- Bueno, si lo pides así… - me reí, y le di un beso. – Todavía la sacaste barato, canijo.
- Eso es porque soy tu bebé – replicó, aunque juraría que se ruborizó al decirlo.










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