CAPÍTULO 87: Boxeadores aficionados
Aaron estaba incómodo. Sus músculos estaban tensos y
su espalda rígida y deduje que no le gustaban mucho los abrazos. Por eso no
tardé demasiado en separarme. Mi respiración todavía seguía acelerada, pero
logré convencerme de que no había un peligro real.
Aaron era ligeramente más bajo que yo, pero su
estatura no hacía que fuera menos imponente. Su camisa ajustada dejaba ver lo
fuerte que era. Su piel bronceada en contraste con sus ojos azules producía el
mismo efecto hipnótico que en Michael. Pero, a diferencia de los de mi hermano,
aquellos ojos estaban vacíos. Ni siquiera apagados, o tristes, como podían
estar los de Michael cuando le conocimos, sino más que eso. Los ojos de Aaron
estaban desprovistos de toda vida, como si alguien se la hubiera arrebatado.
- ¿Estás bien? – me preguntó, pero antes de que
pudiera responderle, su mirada se desvió hacia Sean. - ¡DIJE QUE BASTA! ¡TE
QUIERO A UN METRO DE DISTANCIA DE ESE CHICO!
Su potente grito se metió dentro de mi cuerpo y
provocó una reacción física. Papá gritaba a veces, pero nunca de esa forma.
Sonó como el grito de un militar cuando tiene aprisionado a un asesino y le
quiere dejar claro la escoria que es, la escoria que siempre fue y la escoria
que siempre será. La voz de Aarón no solo estaba cargada de volumen y fuerza,
sino también de ira. Me estremecí y, sin que yo mismo pudiera explicar por qué,
sin que pudiera entenderlo, se me llenaron los ojos de lágrimas. Me recordé a
mi hermanito Kurt cuando papá le descubría en alguna trastada, le regañaba, y
él intentaba aguantar la bronca pero terminaba llorando en cuanto entendía que
papá estaba enfadado con él. Esa misma sensación de no poder controlar el
llanto fue la que me embargó.
Fue como si aquel grito hiciese de detonante para lo
que sea que estuviese mal en mi mente. Abrió la puerta del búnker en el que
tenía bien guardadito el miedo a la violencia y a los hombres fuertes
dispuestos a utilizarla.
- ¿Qué? Chico, no llores, ¿qué pasa? – le oí decir,
pero escuché también algo más. Una risa ahogada.
- ¡Pero si a ti ni te he tocado! ¡Será llorica! –
exclamó Sean.
- ¡No te rías de mi hermano, trozo de mierda! – chilló
Alejandro.
- ¿A quién llamas trozo de mierda, hijo de puta?
Michael, que había permanecido ajeno a la primera
pelea, estaba de pronto al lado de Jandro y, al escuchar ese insulto, estiró el
brazo y le dio un golpe a Sean en la boca. Desde mi ángulo no pude verlo bien,
pero sí me di cuenta de que había sido relativamente flojo. Solo relativamente,
porque el chico retrocedió y se tocó el labio, como si aún estuviese asimilando
el impacto.
- ¡Cobarde! ¡Pegaste a alguien más pequeño que tú! –
gritó Blaine, fuera de sí. Se abalanzó sobre Michael y comenzó a golpearle,
pero apenas conseguía rozarle. Michael era muy rápido y su manera de esquivar
los golpes era casi artística, como si fuera alguna clase de baile.
- ¡BASTA! – ordenó Aaron, pero nadie le hizo caso.
Blaine, Alejandro, Sean y Michael se volvieron una maraña confusa de empujones
y puñetazos. - ¡DIJE QUE BASTA!
Un camarero comenzó a gritar que nos teníamos que ir
del local. Creo que llevaba un rato intentando hacerse escuchar. Todo era muy
confuso, había demasiado gente hablando a la vez y yo estaba como drogado,
incapaz de concentrarme en una sola de las muchas escenas que estaban
sucediendo a mi alrededor.
De lo que sí me entere perfectamente fue del gran
golpe que Blaine le dio a Alejandro. Un puñetazo tan fuerte que por un segundo
temí que le hubiera roto la mandíbula. No llegó a tanto, pero mi hermano se
cayó al suelo y Michael, en venganza, le dio un rodillazo a Blaine en el
estómago, obligándole a encogerse sobre sí mismo.
Ese fue el momento exacto en el que volvió papá, con
Kurt. Por unos segundos, nos miró desconcertado. Después, corrió junto a
Alejandro y yo sentí como un pinchazo: quería correr hacia él, quería que me
dijera que todo estaba bien, que me diera un abrazo. Pero Alejandro le
necesitaba más en ese momento. Y yo tuve que conformarme con Aaron, que no
parecía saber muy bien qué hacer conmigo.
- Vamos, cálmate. ¿Te duele algo? – preguntó,
inseguro.
“Claro, porque lo único por lo que
una persona puede llorar es el dolor físico” pensé, con mordacidad.
“Él no tiene la culpa. A su torpe
manera, intenta hacerte sentir mejor” replicó mi lado más amable.
Sabía que debía recomponerme. Respiré hondo y me dije
que no tenía motivos para ponerme así. No había pasado nada grave. Esa
sensación agobiante en el pecho no estaba justificada.
- E-estoy bien – murmuré, y traté de secarme los ojos
con la punta de mis dedos.
- ¿Qué diantres ha pasado? – preguntó papá.
- Márchense ahora mismo del establecimiento o
llamaremos a la policía – dijo un empleado, el que parecía el encargado.
- S-sí, disculpe, ahora mismo nos vamos. D-dígame
cuánto le debo – respondió papá, visiblemente avergonzado.
- Espera, pago yo – se apresuró a decir Aaron.
- No te preocupes, pago yo – dijo papá.
- Estamos celebrando el concierto de mi sobrino. Pago
yo – replicó Aaron, aunque sonó como un gruñido. Solo faltaba que empezasen a
pelearse ellos dos…
- Pagamos a medias – zanjó Holly. No me había dado
cuenta de cuándo había vuelto ella también. – Tenemos demasiados niños como para que
hagáis una pelea de quién es más macho. Tú no puedes permitirte tanto dinero y
tú no has ganado una pasta después de años de trabajo para desperdiciarla en tu
ego – les dijo, a Aaron y a papá, respectivamente. Era la primera vez que la
escuchaba hablar con tanta fiereza. Su hermano y mi padre se sonrojaron como
dos niños regañados.
Cuando la cuenta estuvo saldada, y después de que
Aidan y Holly pidieran perdón repetidas veces, volvieron a insistir en que
teníamos que marcharnos. La pelea se había detenido cuando papá se puso a
revisar a Alejandro y no se habían atrevido a reanudarla.
Cogimos nuestras chaquetas y comenzamos a salir del
local, pero papá se detuvo antes de atravesar la puerta.
- Dylan. ¿Dónde está Dylan? – preguntó papá.
- Scarlett – dijo Holly, en el mismo tono angustiado.
Hice un rápido repaso visual y me di cuenta de que ni
mi hermanito ni Scay estaban con nosotros. Antes de que nos diera tiempo a
asustarnos, un camarero llamó nuestra atención, señalando debajo de unas mesas.
- ¿Son suyos? – inquirió, casi como si estuviera
hablando de unos objetos caídos del bolsillo o algo así.
Dylan y Scarlett estaban semiescondidos en idénticas
posiciones defensivas, con las piernas recogidas y envueltas por sus propios
brazos. Holly fue la primera en acercarse, con pasos lentos.
-
Hola, peques. No tengáis miedo, no pasa nada.
-
N-no m-me gustan las p-peleas – dijo Dylan.
- Ni
a mi tampoco, cielo. Vuestros hermanitos se portaron muy, muy mal. Eso no se
hace. Pero ya dejaron de pelear. Y nos tenemos que ir – les explicó, y estiró
una mano para ayudarles a salir. Scarlett la tomó, sin decir nada, pero Dylan
rehuyó el contacto y salió gateando por sus propios medios.
-
¿Por qué soy “cielo”? – se extrañó Dylan.
- Es
un apodo cariñoso – respondió Holly.
Dylan
se quedó pensando en la respuesta por unos segundos.
-
¿Ella es “cielo” también? – preguntó, señalando a Scarlett.
- Pues sí… También le llamo “pollito” y “pajarito”…
- No tiene plumas – le aclaró Dylan, como si no fuera
evidente. Sonreí. Mi hermanito solía tener problemas con las metáforas. – Y yo
no soy azul, así que no entiendo lo de “cielo”. Es una comparación estúpida.
Papá me dice “campeón”, porque ya sé atarme los cordones yo solo.
- Cielo no es porque seas azul – intervino Sam. – Es
sinónimo de algo bonito y preciado y se lo decimos a la gente que es importante
para nosotros.
- ¿Yo soy importante? – tanteó Dylan.
- Mucho, renacuajo. ¿A que eso sí lo entiendes? Eres
un renacuajo porque eres un enano todavía – le chinchó Sam y le revolvió el
pelo.
Sorprendentemente, yo diría que casi imposiblemente,
Dylan se dejó tocar, y no dio muestras de que el contacto le incomodara.
Salimos por fin de la pizzería y yo me pregunté quién
iba a ser el primero en estallar. Mis apuestas estaban en Aaron, aunque no
descartaba que papá explotara pidiendo explicaciones, pero la primera en hablar
fue Holly.
- Espero que estéis orgullosos. Es la segunda vez que
nos echan de un restaurante. Luego pediréis que salgamos a comer fuera más a
menudo – regañó, mirando a sus hijos con seriedad. ¿La segunda vez? Para nosotros era la primera
y el bochorno no se me iba a olvidar en mucho tiempo. - No me interesa quién
empezó, de quién fue la culpa o quién dijo qué cosa. Eso me lo contareis
después. Ahora espero que os disculpéis con los hijos de Aidan.
- ¿Qué? ¡Que se disculpen ellos! – protestó Sean.
- Se van a disculpar también – aclaró papá,
prácticamente entre dientes, taladrando a Alejandro y a Michael con los ojos.
- Una disculpa no borra la vergüenza que nos hicieron
pasar – gruñó Aaron.
- Si estoy enfadada no es por ninguna vergüenza, es
porque se pelearan como animales – corrigió Holly. – Cuando llegué vi cómo
tiraste a Alejandro al suelo de un golpe, Blaine.
- ¡Te perdiste los que me dio él a mí! ¡Y el que le
dio Michael a Sean! ¡Le saca cuatro años!
- Hijo, ¿es eso verdad? – preguntó papá.
- Toda la pelea fue por su culpa – respondió Michael,
como si eso lo explicara.
- ¡Mentira! ¡Fue culpa de él! – replicó Sean,
señalándome.
Apenas tuve tiempo de ofenderme.
- Basta. No quiero escuchar una sola palabra más –
ordenó Aaron. – Dad gracias a que estamos en la calle. Pero cuando lleguemos a
casa, ya vais a ver. Os despedís de cualquier aparato tecnológico hasta nuevo
aviso y ya os adelanto que antes de un mes no os los voy a devolver.
- ¿La Play también? – susurró Sean, sonando de pronto
mucho más pequeño.
- ¡TODO! Y tú te quedaste también sin extraescolares y
sin salidas, que no me olvidé de las burradas que llevas diciendo todo el día.
Los ojos de Sean se aguaron en seguida y me recordó
tanto a mi propio llanto incontrolable que sentí mucha lástima. No era una
reacción del todo normal dado el contexto y su edad y empecé a comprender que
había algo raro en ese chico.
- Aaron, estoy de acuerdo en que merece un castigo,
pero eso es excesivo… - empezó Holly.
- ¡Ni siquiera empecé todavía! Ya te voy a dar motivos
para llorar, mocoso malcriado.
- No le hables así – gruñó ella. – Por última vez, es
MI hijo y yo lidiaré con él en estas situaciones.
- Pero hazlo de verdad, porque sabes que esta vez se
ganó una buena paliza.
Fue muy incómodo para todos estar presentes en un
momento así, pero creo que a mis hermanos les benefició. Papá estaba demasiado
ocupado sintiéndose fuera de lugar como para sacar a la luz su propio enfado.
- No tienes derecho a avergonzarnos así – protestó Leah.
- ¿Que no tengo derecho? ¿Que no tengo derecho? No
quieras saber a lo que tengo derecho, mocosa. Este par de imbéciles le acaban
de arruinar el día a tu hermano y a todos, y ni siquiera están arrepentidos.
- No les llames imbéciles – intervino Sam.
- Pues que no se comporten como si lo fueran.
- Creo que necesitamos calmarnos todos – dijo papá. –
Yo el primero, porque aún estoy confundido. Ni siquiera sé lo que pasó ahí
dentro, pero algo me puedo imaginar. Tuvisteis una discusión, pero fue con los
puños, ¿no? Bonito ejemplo para los más pequeños. Bonito broche para esto que
intentábamos hacer hoy, que era conocernos. ¿Esta es vuestra carta de
presentación? Todos vosotros sois mejores que esto. La violencia nunca
soluciona nada. Holly y yo habíamos puesto mucha ilusión en este día y os he
visto llevaros bien, sé que es posible. Pero tenéis que poner de vuestra parte.
Somos mucha gente y no podéis saltar al mínimo roce. Sois mayores ya, tenéis
que ser más responsables, tener más autocontrol.
Alejandro, Blaine y Michael agacharon la cabeza. Sean,
por su parte, se acercó a su madre, como buscando refugio en ella, y también
algo de mimos, porque seguía lloriqueando.
- Tenía que defender a mi hermano – murmuró Blaine.
- Y yo al mío – dijo Alejandro.
Aidan dejó escapar una pequeña sonrisa.
- Eso lo entiendo y habla muy bien de vosotros. Pero
creo que ya sabéis distinguir cuándo esa defensa debe incluir la fuerza física
y cuándo no. Ahora despediros, que nos tenemos que ir. Pensad en lo que os he
dicho.
Le hicimos caso, aunque en algunos casos las
despedidas fueron frías. Ellos parecían menos cariñosos que nosotros, y no
debía de gustarles mucho el contacto. Estaba acostumbrado por mi hermanito
Dylan, así que no forcé a nadie. Me limité a darle un beso a los más pequeños,
aunque me fijé en que Zach y Jeremiah chocaban la mano. Ellos sí parecían
haberse hecho amigos.
Ellos fueron los primeros en alejarse e ir hacia sus
coches, pero primero Holly y papá se dieron un beso rápido, que hizo que varios
de mis hermanos soltaran silbidos. Papá sonrió mientras la veía marcharse, pero
luego se puso serio:
- Id pensando una muy buena explicación, porque voy a
querer oírla cuando estemos en casa – nos dijo. – Ahora todo el mundo a los
coches. Los que vinieron con Ted, con Ted.
Papá ni se había fijado en mí. Ni siquiera se había
dado cuenta de que había tenido algo así como un colapso mental.
“No eres el centro del mundo. No
puede estar todo el rato pendiente de ti. Y tú tampoco te diste cuenta de que
Dylan no estaba” me recordé.
Barie se agarró del brazo de Aidan.
- Papi… A pesar de todo les vamos a volver a ver, ¿no?
No pasó nada tan grave…
- Prefiero hablar de esto luego, pero sí, princesa, yo
estoy dispuesto a intentarlo. Aunque lo de que no fue tan grave es discutible.
Nos echaron de la pizzería.
-
AIDAN’S POV –
Mi día perfecto con mi novia y su familia se había
transformado en una batalla campal. Me sentía furioso, pero también triste y
preocupado. ¿Significaba la pelea que aquello no había funcionado? No fue hasta
que Barie me preguntó cuando me di cuenta de que en realidad no significaba
nada. Era solo un conflicto entre adolescentes, que no implicaba que no
pudieran llevarse bien en el futuro. Mis hijos también peleaban entre sí
algunas veces.
- Oye, papá… - me dijo Harry, cuando ya estábamos en
el coche. Le miré a través del retrovisor. Se mordía el labio, como si me fuera
a decir algo difícil, pero hasta donde yo sabía él no había participado en la
pelea. No estaba seguro, tenían que contarme bien qué había pasado.
- Dime – le animé. Intenté que mi voz no reflejara el
enfado que sentía y creo que por el momento estaba haciendo un buen trabajo.
Desde mi punto de vista, no me había puesto tan agresivo como Aaron.
- Nada… que… que deberías saber… que a Ted le pasó
algo antes, no sé bien qué.
- ¿Antes de la pelea?
- No… No lo sé bien, no me enteré por qué pelearon.
Solo empecé a prestar atención cuando el tipo ese casi le arranca la oreja al
de las malas pulgas.
- Sean – aclaró Zach, y después continuó él con el
relato. – Aaron se enfadó mucho con él por algo que le dijo a Ted, creo.
Entonces empezaron a pelear y Ted se tumbó en el suelo… Daba mal rollo verle
así. Aaron le ayudó a levantarse y luego Ted empezó a llorar.
¿Qué? ¿Y yo me había perdido todo eso? ¿Cuánto había
estado en el baño con Kurt, cinco minutos o cinco años?
- ¿Aaron le hizo algo?
- gruñí. Ese hombre tenía claros problemas para controlarse.
- Creo que no… Pero tendrás que preguntarle a Ted.
- Lo haré – les aseguré. Después, suspiré. – Gracias,
chicos. ¿Vosotros que tal lo habéis pasado?
- Muy bien, papá. Jeremiah es muy simpático – dio
Zach.
- No para de hablar – refunfuñó Harry. - Su melliza en
cambio no dice nada.
- S-scarlett es b-buena – intervino Dylan. No si me
sorprendió más que participara en la conversación o que estuviese expresando
sus impresiones sobre otra persona.
- ¿Sí, campeón? ¿Te ha caído bien? – pregunté. Luego
me di cuenta de que con él tal vez fuera necesario reformular la pregunta. -
¿Te gustaría ser su amigo?
- Sí.
Sonreí plenamente, aquello era una victoria
indiscutible.
Cuando llegamos a casa, mientras ellos bajaban del
coche, saqué el móvil y vi que tenía un mensaje de Holly. Mantuve una breve
conversación con ella. Así eran casi todas nuestras conversaciones, breves,
pero constantes, que era lo importante.
Holly: Gracias por venir hoy.
Aidan: A ti por invitarnos. Sam ha
estado realmente espectacular.
Holly: Siento lo que ha pasado…
Aidan: No ha sido culpa tuya.
Holly: De mis hijos…
Aidan: Y de los míos. Ahora hablaré
con ellos.
Holly: Es probable que todo haya sido
cosa de Sean…
Aidan: ¿Está bien? Me dio pena verle
llorar. Sé que no es asunto mío, pero no le castigues más… Un mes sin ningún
tipo de diversión ni salidas es más que suficiente…
“Es excesivo, incluso” pensé, pero no lo escribí.
Holly: No voy a tenerle tanto tiempo.
Aaron dijo eso sin consultarme. Tenemos que dejar de desautorizarnos de esa
manera delante de ellos…
No supe qué responder. Estaba de acuerdo con ella,
contradecirse así era contraproducente. Empezaba a entender que Aaron era más
que un tío para ellos. En algunos sentidos, era otro hijo más para Holly. En
otros, un apoyo en su educación. Igual que Ted, solo que él era mucho más
joven. Tal vez, si Ted hubiera tenido diez años más, tomaríamos las decisiones
entre los dos. Pero yo jamás permitiría que nadie tratara a mis niños con tanta
dureza… El asunto de Aaron era algo que quería hablar con Holly en algún
momento. Tenía muchas preguntas, pero nunca me parecía la ocasión indicada para
plantearlas.
Holly: Yo me ocuparé de hablar con
Blaine y Sean, pero ellos también se pasaron.
Aidan: No seas mala, que ese papel no
te pega…
Holly: Ya que defiendes tanto a mis
chicos, supongo que vas a ser bueno con los tuyos.
Aidan: Yo siempre soy bueno. Son
ellos los que me vuelven loco.
Alice llamó mi atención para que la desabrochara de la
sillita, así que me despedí de Holly y me ocupé de que todos mis peques
entraran en casa.
Se quedaron todos en el salón, a la expectativa,
sabiendo que iba a querer decirles algo.
- Vamos a obviar por un momento el catastrófico final
de esta salida – sugerí. - ¿Lo habéis pasado bien?
- ¡Sí!
- ¡Sí, papi!
- ¡Mucho!
- ¡Sí!
Me sorprendió la unanimidad por parte de mis hijos más
pequeños. No había podido controlar todo lo que hacían cada uno de ellos, pero
pensé que al menos Kurt no iba a estar tan contento, teniendo en cuenta que le
había regañado. Me agaché junto a él y le sonreí.
- ¿Te gustó el concierto?
- ¡Shi! ¡Y la pizza! ¡Y el helado!
Una vez más, me asombró lo poco que hacía falta para
hacerles felices. Mis hijos siempre disfrutaban los planes familiares y creo
que funcionaban tan bien porque los afrontaban con ganas y entusiasmo.
- Pues para pasarlo bien, menudo berrinche armaste,
enano – le recordó Harry.
Kurt se miró los zapatos y junto las manitas, con
vergüenza.
- Eso ya está olvidado – le dije. - ¿Quieres ir a por
Cangu?
- ¡Shi!
- Pues corre, peque. Subid todos, a lavaros las manos
y a cambiaros de ropa no os la ensuciéis – les instruí. - Quiero hablar con los
mayores. Los tres mayores – aclaré, por si había dudas.
Michael, Ted y Alejandro se quedaron en el salón
mientras los demás subían a sus cuartos. Les señalé el sofá para que se
sentaran.
- A ver. ¿Me vais a contar lo que pasó? – pregunté,
pero solo obtuve silencio. Se escuchaban de fondo los pasos de mis hijos en el
piso de arriba y sus voces amortiguadas, pero nada más.
- Solo me estaban defendiendo, papá – respondió Ted,
finalmente. – Fue mi culpa, yo le eché en cara a Sean lo que le dijo a Kurt.
- No, qué va a ser tu culpa – replicó Alejandro. – El
imbécil ese tiene la boca demasiado grande. Insultó al enano y luego le llamó a
Ted negro de mierda.
Abrí mucho los ojos. Mi primera reacción fue
enfurecerme, pero recordé lo que me había dicho Holly. La mente de Sean no era
exactamente como la del resto. Dylan no podía evitar decir ciertas verdades con
demasiada crudeza y Sean no podía evitar determinados comentarios agresivos.
- Y supongo que ahí pasasteis a los golpes.
- No, porque intervino su tío – me aclaró
Alejandro. – Le echó una bronca que le
dejó suave, suave y se puso a lloriquear. Ted es un buenazo estúpido y le
ofreció un pañuelo. Yo me encaré con Blaine y sin previo aviso Sean me soltó un
puñetazo. ¡Ese imbécil lo empezó todo, papá!
- En primer lugar, no se insulta a la gente incluso
cuando no está delante, Alejandro. Y, en segundo lugar, puede que él lo
empezara, pero tú sabes perfectamente que no puedes responder a un golpe con
otro golpe. Podrías haber ido a buscarme o habérselo dicho a su tío.
- Ese hombre le tiró muy fuerte de la oreja – susurró
Ted. – Y le habló en un tono que daba miedo.
- Aaron es bastante estricto, campeón – respondí.
Estuve tentado de preguntarle si le había dicho algo para hacerle llorar, pero
pensé que era una conversación que debíamos tener en privado. - ¿Tú
participaste en la pelea?
- Sí…
- No – declaró Alejandro. - Solo para recibir. Se puso
delante de mí y se llevó un puñetazo de Sean en el estómago. Él no le pegó a
nadie.
- En ese caso, sube a tu cuarto, canijo. Ahora en un
rato iré a hablar contigo. Subid los tres. Pero vosotros dos id a mi
habitación.
- Pa, no hicieron nada tan malo…
Ted siempre tenía que ser el abogado defensor. Intenté
aguantarme una sonrisa.
- Arriba, bicho.
-
ALEJANDRO’S POV –
Aunque papá parecía tranquilo, era muy probable que
nos fuera a matar. Habíamos estropeado el gran día, el gran encuentro con la
familia de Holly. Y nos habían echado de un restaurante. Aún así, algo me decía
que tenía que dar gracias de tener que enfrentarme a papá y no a Aaron. Ese
tipo daba miedo.
Michael y yo subimos al cuarto de papá tal como nos
había pedido. Quise pensar que nos mandaba allí no tanto porque estuviera muy
enfadado sino porque en nuestro cuarto iban a estar Cole y Ted y además desde
que solo había literas le era más difícil “tratar” con nosotros allí.
- No me arrepiento – me susurró Michael.
- Que papá no te oiga – le recomendé.
En verdad yo tampoco lo sentía demasiado. Sentía haber
jodido el día y que nos hubieran echado, pero no haber pegado a esos imbéciles.
Michael se tumbó en la cama de papá a esperarle y yo
me quedé de pie, sin saber muy bien qué hacer. Nunca sabía qué hacer en esos
momentos. Por suerte, no tardó demasiado.
- ¿Alguno de los dos se siente demasiado alterado como
para mantener una conversación civilizada? – nos preguntó. Le miramos con
extrañeza, pero los dos negamos al unísono. – Entonces, ninguno va a empezar a
decir tacos ni a cavar más hondo su propia tumba, ¿verdad?
- No, papá – respondí yo.
- Creo que no – dijo Michael.
- ¿Crees?
Papá alzó una ceja.
- Soy imprevisible – replicó mi hermano, encogiéndose
de hombros.
Pensé que papá se enfadaría, pero se limitó a sonreír
y a menear la cabeza.
- Mocoso caradura. ¿Cuál fue tu papel en todo esto? Tú
también estabas peleando, ¿no?
- Sean habla por encima de sus posibilidades. Le llamó
“hijo de puta” a Alejandro, así que le di un golpe. A su hermano Blaine no le
sentó demasiado bien, y se lanzó a por mí. Eso puedo entenderlo, solo estaba
defendiendo a su familia, pero Sean empezó a pelear así de la nada, todo es
culpa suya.
Papá suspiró.
- De eso quería hablaros. A todos, en realidad, peor a
los demás se lo diré luego. Sean no puede controlar sus impulsos.
- ¿Qué quiere decir que “no puede”? – pregunté.
- Pues… Que tiene… algún problema. No me gusta
llamarlo problema. Un trastorno, un trastorno psicológico. Sus reacciones no
siempre se ajustan a lo esperable. Se enfada muy fácilmente y no puede
controlar ese enfado.
- ¿Eso existe?
- se extrañó Michael.
- Eso parece, campeón.
- En cualquier caso, no es excusa – me quejé. – Dylan
también tiene problemas para controlar sus emociones y no por eso le decimos
que está bien pegar a la gente.
- Sean no es autista, Alejandro. Entiendo lo que
quieres decir, pero nadie le ha dicho que esa forma de comportarse esté bien.
De hecho, me habéis contado que su tío le regañó, ¿no?
Eso era cierto. Le había retorcido la oreja. Quizá por
eso las tenía tan separadas de la cara. Sonreí ante mi propio chiste y luego me
sentí culpable por reírme de su aspecto. No es que fuera feo, aunque sí tenía
cara de mala leche.
- Lo que quiero decir es que a Sean tenéis que tenerle
un poco de paciencia, ¿vale? Y en cualquier caso, liarse a puñetazos no
soluciona nunca nada. Sé que os sentisteis ofendidos. Algunas ofensas se pueden
ignorar y, las que no, no se resarcen con golpes. Esto no es la Edad Media y
hace tiempo que el honor dejó de defenderse con sangre. Si hace algo mal, es su
madre la que tiene que enseñarle cómo comportarse, no vosotros con agresiones.
Nadie aprende nada de las agresiones.
Sabía que papá tenía razón y además había descubierto
que a lo mejor Sean no era un idiota tan integral como pensaba…
- Michael, espera fuera mientras hablo con tu hermano
– pidió papá.
- ¿Por qué yo primero? – protesté.
- Porque eres el pequeño.
Bufé. Papá daba esa respuesta a veces para hacernos
callar ante reclamos que le parecían absurdos, era una forma de decir “porque
sí”. Michael se dio prisa en salir, el muy traidor, como si eso fuese a cambiar
algo. Cuando acabase conmigo, papá seguiría con él.
- No te enfurruñes, Jandro. Soy yo quien tendría que
estar enfadado. La armasteis tan gorda que nos echaron. El camarero gritando
que pararais, Aaron y algunos de vuestros hermanos también, Dylan y Scay bajo
las mesas asustados… Y vosotros, sordos a todo y enfrascados en reventaros los
unos a los otros.
- Perdón… - me disculpé. Eso pareció apaciguarle un
poco. – Papá… No cojas ideas de Aaron, ¿vale? Necesito salir. Mark me invitó a
su casa a hacer maratón de Los Vengadores y no me lo puedo perder.
Tal vez le estaba dando ideas, pero en verdad sabía
que papá no solía ser cruel con los castigos. Había habido un par de veces que
me había quitado lo que más dolía, pero por cosas más graves… Yo no tenía tan
buenos amigos como Ted, pero Mark y su grupo no estaban mal. No quería que se
divirtieran sin mí y me excluyeran de su círculo. Deseé que papá pudiera
entender lo importante que era.
- ¿Y cuándo sería eso, el finde que viene? – me
preguntó. – Tranquilo, campeón. Puedes ir. No voy a tomar ninguna clase de idea
de Aaron – me aclaró y algo en su tono me indicó que el tipo no le caía muy
bien. - Además, sabes que ese no es mi estilo.
- No, tu eres más de dejarnos sin otras cosas
importantes, como mi capacidad de sentarme – repliqué con mordacidad.
- Oye, renacuajo. Pocas veces he sido tan duro como
para eso. No te hagas el listo que todavía puedo arrepentirme y dejarte sin
móvil, por ejemplo, ¿eh?
- No, papi, no hace falta – respondí y por acto
reflejo llevé la mano al bolsillo donde lo tenía guardado.
- Dámelo por ahora, no se vaya a romper. Después te lo
devuelvo, tranquilo – me dijo, y me señaló su mesita para que lo dejara ahí.
Suspiré y lo hice, mientras él se sentaba. – Creo que ya ha quedado claro por
qué estás en problemas, ¿no?
- Sí…
- Entonces, ven aquí – me pidió, aunque no sonó
optativo. Me agarró suavemente de la muñeca y me guió para que me tumbara
encima de sus piernas.
- Solo para que conste ya entendí que no me puedo
pelear con nadie, por más idiota que sea… - murmuré.
PLAS
- Esa boca. Me alegro de que lo hayas entendido. Así
nos ahorraremos esto en un futuro.
Agarré su almohada y contuve las ganas de poner un
puchero. No quería parecer más niño de lo que ya tenía que estar pareciendo en
aquella posición.
- No hundas así la cara, no puedes respirar.
Rodé los ojos. No me iba a ahogar con una almohada,
papá era demasiado sobreprotector. Giré la cara para contentarle y cerré los
ojos al sentir una caricia en el pelo.
- Estoy muy orgulloso de ti por defender a tu hermano.
Pero si alguien pregunta, yo no te dije eso y solo te regañé por peleón.
Sonreí un poquito. Papá no estaba enfadado.
Claro que sacó la mano de mi pelo y sentí la primera
palmada y ya no lo tuve tan claro.
PLAS
- Auch. No estaba preparado – me quejé.
- Nunca estarás preparado, pitufo.
¿Pitufo? ¿Me había confundido con Alice acaso?
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Al menos, eran sobre el pantalón. Si era sincero,
tenía que admitir que así dolía muy poco. Cuando solo tenía los calzoncillos,
picaba más, porque además alguna palmada caía fuera de la tela.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Eso no quiere decir que no doliera. Papá tenía una
mano increíblemente pesada. Pero nunca me haría daño y eso yo lo sabía mejor
que el abecedario.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ya, papi…
PLAS PLAS
“Papi. Pero que tienes quince años,
contrólate” me
reproché.
- No creas que pasé por alto que no llegasteis a
disculparos. Esta noche haré videollamada con Holly y le pediré que se pongan
sus hijos y quiero escuchar una disculpa, ¿entendido?
“¿Disculparme? Ni hablar” pensé, pero no lo
dije, no era suicida. Sin embargo, tampoco respondí nada y eso no le gustó a
papá porque las siguientes palmadas fueron algo más fuertes.
PLAS PLAS Ay… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Jo… PLAS PLAS
PLAS
- ¡No me voy a disculpar! ¡Solo si él lo hace primero!
- Tu harás lo
correcto y le ofrecerás una disculpa. Él debería hacerlo también, pero no tengo
poder sobre eso.
- ¡No voy a hacer una videollamada para que vea que he
llorado porque mi padre me pegó! – seguí protestando.
- Dije por la noche y además no estás llorando. Estoy
siendo demasiado suave contigo, y lo sabes.
Me revolví, irritado y frustrado porque me estaba
quedando sin argumentos.
- Alejandro, ¿tengo que continuar? – me preguntó.
- ¡No, porque no voy a dejarte! ¡No voy a disculparme
y no me puedes obligar! – grité, y me seguí revolviendo… con tan mala suerte
que noté claramente cómo mi codo impactaba con su cuerpo. No podía darle en la
tripa, no: tuve que darle en la entrepierna. Papá soltó un jadeo y yo me di por
muerto.
- Levántate – me ordenó.
- No… No, papi, lo siento… No quería darte, perdón.
Seguro que entonces sí me bajaba los pantalones.
- Levántate, caramba, quiero ponerme de pie – me dijo,
y me empujó un poquito para que le hiciera caso.
- Perdón… ¿Te duele mucho? – susurré. Joder. ¿Por qué
siempre tenía que liarlo todo? Si es que me las cargaba yo solito. Me
escocieron los ojos, estaba seguro de que esa vez sí me podía dar por muerto.
- ¿Tú qué crees? – gruñó papá, pero luego respiró hondo.
– Ven aquí – pidió, pero tenía los brazos abiertos, así que deduje que era para
un abrazo y me acerqué. - ¿Fue sin querer de verdad? – me preguntó, mirándome a
los ojos, y yo asentí. – No me habrías dado de no haberte agitado como una
lagartija, ¿eh? – me reprochó, y me dio un beso en la frente y una palmada.
PLAS
- ¡Au!
- Vete a esa esquina. Voy a hablar con tu hermano y
cuando vuelva te preguntaré de nuevo, a ver si has recapacitado sobre lo de
disculparte.
- ¿A… a la esquina? – me extrañé. Papá no me mandaba a
la esquina desde hacía años. Es decir, a veces nos poníamos ahí cuando era un
castigo colectivo, pero era más un teatro hacia los enanos.
- Sí, a la esquina de pensar, a ver si se te aclaran
las ideas – me dijo y luego se puso más serio. – No quiero pegarte más solo
porque tu orgullo no te deje hacer lo correcto.
- Papá, la
esquina es de críos – me quejé.
No me escuchó y me agarró de los hombros para llevarme
él mismo junto a la pared.
- Ahí hasta que vuelva – dictaminó.
Bufé, pero no me moví. No quería más palmadas si podía
evitarlo.
-
AIDAN’S POV –
Menos mal que ya tenía doce hijos, porque después del
codazo de Alejandro tenía dudas de que mi cuerpo conservara la capacidad de
reproducirse. Tuve que hacer un gran esfuerzo de autocontrol para no darle un
buen escarmiento después de eso, pero sabía que no había sido aposta, por más
que su actitud rebelde fuera la causa. Decidí ponerle en la esquina para que
tuviera un rato para pensar y también para tener un rato para pensar yo.
No sabía si estaba actuando bien. Tal vez tenía que
ser más duro con él, darle un buen castigo por montar semejante espectáculo en
la pizzería. Pero mis hijos no habían dado el primer golpe y yo sabía que era
difícil salir de una pelea cuando ya está iniciada. Tenía que enseñarles a no
pelear, pero no quería verme ni parecido a Aaron cuando regañó a su sobrino.
Decidí que podía darles una oportunidad y dejarlo en
un aviso por aquella vez. Después de todo, era yo el que les había expuesto a
aquella situación, juntando las dos familias y ellos no me habían puesto pegas.
Todos habían hecho un esfuerzo y yo quería valorárselo.
Encontré a Michael en el pasillo y me pregunté dónde
iba a hablar con él, dado que Jandro estaba en mi cuarto. Su habitación parecía
el lugar ideal, pero primero tenía que tratar con Ted.
- Espérame aquí y vigila que tu hermano no salga – le
encargué.
Michael me miro confundido, pero asintió. Seguí mi
camino y fui con Ted, que descansaba sobre su cama. Cole estaba empezando a
leer su libro nuevo en la litera de arriba.
- Campeón, ¿por qué no vas a leer al salón, ahora que
no hay nadie?
Cole pilló la indirecta y se bajó de la cama,
abrazando el libro como si fuera un bien preciado.
- Fue un buen regalo – le dije a Ted, cuando nos
quedamos solos. – Le encanta.
- La expresión “gusano de biblioteca” se le queda
corta.
Sonreí, dándole la razón, pero después me puse serio.
- Canijo… Tus hermanos me han dicho que te disgustaste
durante la pelea…
- El eufemismo del año – respondió.
- ¿Pasó algo con Aaron? – pregunté. Si la respuesta
era afirmativa, no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Dudaba que Holly
quisiera seguir saliendo conmigo si descuartizaba a su hermano y enterraba cada
pedazo en un extremo del continente.
- No, él solo intentó calmarme, pero no sabía cómo…
Yo…
Si no había sido Aaron, entonces quedaba otra opción.
- ¿Te asustaste? ¿Como te viene pasando alguna vez
desde que te atacaron?
Ted asintió, con una cara de pena y vulnerabilidad tan
grande que no me quedó más remedio que abrazarle. Cosita.
- Me quedé sin aire… Tuve mucho, mucho miedo. Y luego
Aaron gritó y me asusté más y empecé a llorar como un gilipollas.
- ¡Eh! ¿Te doy una palmada por hablar así de mi hijo?
- No, pa… Pero es verdad, fue muy estúpido.
- No fue estúpido. Lo que te pasa es perfectamente
normal para alguien que vivió lo que tu viviste. Nos ocupamos de tus piernas,
pero ahora hay que ocuparse de tu mente. Tenemos cita la semana que viene.
- ¿Crees que tengo arreglo? – me preguntó. De verdad
que ese chico se estaba buscando una palmada.
- Tú no estás roto. Y no quiero oírte hablar así, ¿me
escuchas?
- Bueno. Sí, pa, no te enfades.
- Hum – resoplé, y le acaricié la mejilla. - ¿Estás
bien?
- Sí, ya sí. ¿Y mis hermanos? ¿Los mataste?
- Están perfectamente vivos – respondí y en ese
momento se empezaron a oír voces y un par de golpes.
- No por mucho tiempo – susurró Ted, y es que las
voces parecían de Michael y Alejandro.
- Ahora vengo – le indiqué y salí al pasillo. Michael
ya no estaba allí, sino en la habitación del fondo, la mía, peleando con su
hermano. - ¡Eh! ¿Se puede saber qué está pasando?
- ¡Me mandó a la mierda! – dijo Michael.
- ¡Se rió de mí por estar en la esquina!
- ¡Eso no es cierto!
- ¿Eso es sangre? – pregunté, observando la nariz de
Michael. - ¡Esto es el colmo! ¡Aún no he terminado de hablar con vosotros por
lo de la pizzería y ahora volvéis a pelear, pero esta vez entre vosotros! Esto
me pasa por ser blando. Vamos al baño, que te cure eso. No es mucho. ¿Te duele?
Michael negó con la cabeza y me acompañó al lavabo.
Mojé un poco de papel y le lavé con cuidado. No hizo gestos de dolor, así que
me convencí de que no era nada serio.
- Me tengo que plantear en serio si estoy criando una
panda de animalitos – le espeté.
- ¡Ey, que yo ahora no le pegué! Solo le empujé un
poco.
- Ni poco ni mucho. ¿Te reíste de él?
- No. Solo me dio curiosidad y entré. Me extrañó verle
ahí.
- No salís de una ciénaga y os metéis en la siguiente.
¡No más peleas! ¿Qué tengo que hacer para que el mensaje quede claro?
- Perdón, papá – murmuró.
- Tú y yo teníamos una conversación pendiente, me
parece, y ahora con más motivo. Bájate el pantalón – le dije, mientras me
sentaba en la taza del váter.
- ¡Pero a Jandro se lo dejaste!
- Con Jandro voy a volver a hablar ahora. ¿Y tú cómo
lo sabes?
- No sonaron a palmadas sin pantalón. Y sonaron
flojitas – me reclamó.
- Eso fue antes de que le volvierais a dar al boxeo.
Ven aquí.
Michael suspiró y se acercó. Se desabrochó los
vaqueros y dejó que le tumbara encima de mí. Se agarró con fuerza a mi pierna
porque allí no estaba tan estable como cuando estábamos en la cama.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Au… Empezaste fuerte…
PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS Aich… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
- Colmáis la paciencia de cualquiera, caramba.
- Oye, no pagues conmigo el enfado que tengas con
Alejandro. Que yo solo le empujé…
- No se empuja a la gente – le respondí, pero una
parte de mí registró que tenía un punto de razón. – No es solo la pelea con
Ale. Es por la que montasteis en la pizzería. Le pegaste a Sean, que es más
pequeño que tú.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS …. Ow… PLAS PLAS
PLAS
- ¡Ya sé que es más pequeño, por eso no le di fuerte!
¡Me sé controlar!
- Entonces deberías haberte controlado del todo y no
haberle pegado.
PLAS PLAS PLAS PLAS Au… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS Ya, papá… PLAS PLAS PLAS Snif… PLAS
PLAS PLAS Lo siento… snif… PLAS
Dejé la mano quieta sobre su espalda. Estaba llorando
muy bajito y entendí que ya era suficiente. Recorrí su columna vertebral en una
caricia relajante y le ayudé a incorporarse. Michael se colocó el pantalón y
luego se frotó los ojos, sorbiendo por la nariz. Le pasé un poco de papel y le
di un abrazo, sin dejar que el pobre se sonara.
- Ya está, canijo. Tranquilo.
- Snif… Estoy enfadado.
Sonó adorablemente aniñado, pero hice esfuerzos por no
reírme.
- Bueno, está bien. Puedes estarlo. A nadie le gusta
un castigo.
No deshice el abrazo y le acaricié el pelo.
- Aunque hagas eso sigo enfadado – refunfuñó.
- ¿Y si te doy un beso?
- Estaré enfadado menos uno.
Sonreí y le di dos besos en la frente.
- Enfadado menos dos.
Me reí.
- Te adoro, grandullón. Tendrás todos los besos que
quieras. Pero no más peleas, ¿bueno? Ni con tus hermanos ni con nadie.
- Sí, papá. No más peleas.
- Ese es mi campeón.
- Dijimos que ese no iba a ser mi apodo – protestó y
tardé unos segundos en recordar a qué se refería.
- Es cierto: cachorrito.
- Sin el diminutivo, papá. Que estoy grande.
Esa vez, no pude contener la risa, y él se rió
también, reconociendo que en esos momentos no parecía demasiado mayor.
- Anda, vamos a dejar el baño libre, por si alguien lo
necesita.
Salimos del cuarto y Alejandro me esperaba al otro
lado, con cara de corderito arrepentido.
- Tira para mi habitación.
- Papá, no seas malo con él, que ya le castigaste –
protestó Michael.
Así no se podía. ¿Cómo podía uno ponerse serio con
esos chicos si no hacían más que derretirme el corazón? Minutos atrás se
estaban atacando y ahora se defendían.
- Solo lo necesario – respondí y fui con Alejandro a
mi cuarto.
- Papá… Lo siento… es que me vio en la esquina y me
dio vergüenza…
- Quítate los pantalones.
- No, papá… - se quejó.
- Tengo que ser justo con tu hermano y además me
parece que tú tienes un poquito más de culpa que él. Quítatelos.
- Pero a mí ya me pegaste – gimoteó, pero se los bajó,
obediente.
Me senté en la cama y le incliné hasta que se tumbó.
Me abstuve de decir frases crueles como “se ve que de mucho no sirvió”.
- ¿Qué pensaste acerca de disculparte?
- Le pediré perdón… y a Michael también…
- Eso quería escuchar… No más peleas, Jandro.
PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS… aich… PLAS PLAS
PLAS PLAS… No más peleas, papá…
- Bien… Ya está campeón. Ey… Shhh, no llores –
susurré, al notar que empezaba a sollozar.
- Snif… Esos fueron fuertes – me acusó.
- Solo un poquito. Porque a mi bebé le di el dedo y me
tomó el brazo entero. Parece que no me escuchaste la primera vez.
- Sí te escuché, snif… alto y claro. Y no soy un bebé.
- Siempre serás mi bebé.
Le ayudé a levantarse y le abracé.
- Snif. Y tú siempre el cascarrabias de mi padre.
- ¿Cascarrabias yo? ¿A que te hago cosquillas?
- ¡No! ¡Me mimas!
- Bueno, si lo pides así… - me reí, y le di un beso. –
Todavía la sacaste barato, canijo.
- Eso es porque soy tu bebé – replicó, aunque juraría
que se ruborizó al decirlo.
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