CAPÍTULO
84: VÍSPERA DEL DÍA H
Viernes por la mañana. Me había dormido muy tarde por
quedarme hablando con Agustina. Papá no lo sabía y tenía la esperanza de que
siguiera sin saberlo, porque acababa de recuperar mi móvil y no quería perderlo
de nuevo tan pronto.
El despertador sonó a la misma hora de todos los días, pero yo no podía
levantarme, apenas había dormido dos horas. Sin embargo, Kurt entró a mi cuarto
sigiloso como una sombra y se puso al lado de mi cama.
- Buenos días, peque. ¿Quieres algo? - le pregunté, extrañado por aquella
visita tan temprana.
El enano asintió. No llevaba las gafas puestas y sus ojitos brillantes parecían
más grandes que nunca.
- Un abrazo – susurró.
- Oww. Pues claro, hermanito, ven aquí – le dije y me incorporé para sentarle
encima de mis piernas. - ¿Y tanto mimo de dónde sale?
Kurt no me respondió y se limitó a acomodarse y a apoyar la cabeza en mi pecho.
Recordé que aquel era un día difícil para él: le iban a hacer unas pruebas para
que el lunes las viera el cardiólogo. Papá se lo había dicho el día anterior y
Kurt no se lo había tomado demasiado bien. Yo no sabía qué pensar, me estaban
dando mala espina tantas citas médicas. ¿Es que habían visto algo preocupante?
- ¿Estás nervioso? - aventuré y él volvió a asentir.
- Papi dice que no me van a hacer pupa...
- Ah, pues entonces le tienes que creer, papá no miente nunca.
- No me gusta ir al médico – me dijo, como quien hace
una confidencia secreta.
“A mí tampoco, enano” quise responderle, pero sabía que no era lo más adecuado.
- Lo sé, peque, pero solo queremos asegurarnos de que estás bien, ¿mm? Papá
tiene razón, no te va a hacer pupa. Además, ¿te cuento algo? Después de ir al
médico, si te portas bien, papá te llevará a comer chocolate caliente.
¿Quieres?
- ¡Sí! ¡Sí, sí, sí! - exclamó.
- Shhh, no grites, que los demás están durmiendo – le recordé, sonriendo por su
repentina alegría. - ¿Ves? No todo es malo. Además te vas a perder un día de
cole.
- Me gusta el cole.
“De momento”, pensé, pero también me lo guardé para mí.
- Y mañana vamos a ver a Sam, ¿verdad? - me preguntó. Mi hermanito estaba
desarrollando una pequeña obsesión hacia él y no era el único. Todos habían
quedado muy impactados por su visita. A mí particularmente me había caído mejor
Blaine, me parecía un buenazo atolondrado.
- Sí, vamos al concierto – le confirmé. Papá le había
pedido la dirección a Holly. - ¿Tienes ganas?
- ¡Shi!
- Pues con tantas cosas chulas, seguro que la visita al médico se te pasa
rápido – le dije. Kurt asintió una tercera vez, mucho más animado en esta
ocasión.
Sonreí y me levanté con él en brazos para llevarle a su cuarto a que se
vistiera. Me pregunté dónde estaba papá, pero tuve mi respuesta en seguida:
estaba intentando sacar a Alice de la cama, lo cual no era nada fácil porque la
enana reptaba debajo de las mantitas intentando esconderse. La escena era muy
tierna y papá tenía una sonrisa que le hacía ver más joven, totalmente
enamorado de las monerías de su pitufa.
- Me uno al club de “quedémonos en la cama” - dije, entrando en el cuarto de
las niñas con Kurt todavía en brazos.
- Ese club lo fundé yo, pero nunca funciona – respondió papá. - Buenos días,
peques.
Rodé los ojos, porque ese “peques” me incluía a mí.
- Olla, papi – saludó el enano. Deseé encontrar una forma de que mi hermanito
no creciese nunca, para poder escuchar siempre sus “olla”, sus “papi” y, en
definitiva, para que conservase esa ternura tan especial más propia de los
bebés.
- Hola, corazón – la sonrisa de papá delató que estaba tan derretido como yo.
Sacó al peque de mis brazos para cogerle él. - ¿Me ayudas a sacar a tu
hermanita de la cama?
- Papi, yo ya estoy despierta – se hizo notar Hannah. Era frecuente que mis
hermanos pequeños hicieran eso: competir por los halagos de mi padre.
- Ya lo veo, princesita. Qué mayor. ¿Me ayudas tú también? ¿Le hacemos
cosquillas?
- ¡Ño! - protestó Alice bajo las mantas, con una risita.
- ¡Shi! - dijeron Hannah y Kurt a la vez.
Los mellizos se abalanzaron sobre Alice y el cuarto se llenó de risas en pocos
segundos. La pitufa quedó bien despierta y sin posibilidad de adormilarse de
nuevo.
- Papá uno, microbio cero – le dije y Aidan hizo un gesto de triunfo con la
mano.
- ¿Estás bien? Pareces cansado – me preguntó y
automáticamente me mordí el labio. Aidan alzó una ceja con suspicacia. - ¿Ted?
- ¿Sí? - pregunté, con la voz más inocente que supe poner. Su ceja se arqueó
todavía más.
- Dime la verdad. Si te pido el móvil y miro el uso de la batería en las
últimas 24 horas, ¿me saldrá que lo has estado usando toda la noche? -
preguntó.
Pero, ¿por qué tenía que conocerme tan bien?
- Mmm. Probablemente – admití.
Papá me lanzó una mirada seria, pero pude ver un brillo divertido en sus ojos.
- Hoy te irás a dormir dos horas antes, ¿me escuchas?
- Sí...
- Y más vale que no te llamen la atención en clase por estar cansado – me
advirtió.
- No, pa... Lo siento, es que estaba hablando con Agus.
Aidan rodó los ojos.
- ¿Y qué? ¿Ella no duerme?
- Se nos pasó el tiempo... Solo íbamos a estar un rato.
- Cuando os apago la luz es para que durmáis, no para que saques el móvil,
mocosito – me regañó.
- Perdón...
- Ya te voy a dar yo a ti perdón. Anda, ve a llamar a
los demás, antes de que me lo piense mejor y me quede con tu móvil.
Sonreí porque no se hubiera enfadado. Iba a ser verdad que estaba tratando de
ser más paciente. Y yo que pensé que no se podía ser más blando, pero él
siempre encontraba la forma.
- Shi. ¡Ah! Le dije a Kurt que después del médico le
llevarías a por chocolate. Como hacías conmigo. Estaba algo nervioso antes.
- Gracias, Teddy.
- Que no... Grrrd – le saqué la lengua. Sabía que lo hacía para chincharme. En
verdad no me molestaba tanto que me llamara así, al menos no mientras lo
hiciera en privado.
Fui a por mis hermanos y se formó cola en ambos baños.
Zach daba saltitos porque tenía muchas ganas de entrar, pero era el turno de
Cole.
Por alguna razón, mi mente empezó a fantasear sobre
colas más largas, como de unas ventitrés personas.
- AIDAN'S POV
-
Tendría que haberle
quitado el móvil a Ted durante un día por lo menos, sus horas de sueño eran
importantes, pero me hubiera sentido un hipócrita al hacerlo, teniendo en
cuenta que yo había estado hablando con Holly hasta las dos de la mañana. Al
principio iba a ser una conversación corta, ella me estaba dando ánimos con lo
de Kurt e intentando que no me preocupara. Pero luego una cosa llevó a la otra.
Los dos estábamos bastante nerviosos por el sábado: el momento de juntar a
nuestros hijos en el concierto de Sam. Creo que lo veíamos como una especie de
prueba de fuego.
En cualquier caso, el
sábado venía después del viernes y yo tenía que llevar a Kurt a que le hicieran
una ecografía de corazón y otros exámenes físicos que el doctor quería ver el
lunes. La sensación de que algo malo sucedía con mi pequeño no se me iba, a
pesar de que intentaba convencerme de que me estaba precipitando.
Mis hijos me mantenían
de buen humor, sin embargo. Los mellizos me ayudaron a sacar a Alice de la cama
y me robaron una sonrisa. Se fueron con Ted y todos empezaron a arremolinarse
entorno al baño. Todos excepto Jandro. A él también debían de habérsele pegado
las sábanas. Fui a su cuarto y le encontré arrebujado bajo la manta, ocupando
muy poquito espacio.
- Buenos días, dormilón.
- Mfffg.
- Hay que ir al cole,
cariño.
- Fffff.
Dejé escapar una
risita y me acerqué a su cama para darle un beso.
- Amgf - resopló.
- Qué elocuente estas hoy – repliqué. - ¿Estás
inventando un nuevo lenguaje a base de gruñidos?
- Papáaaaaa…. ¿No puedo quedarme hoy en casa? – protestó.
Estuve a punto de decir que no, pero me inquietó la posibilidad de que hubiera algo más que pereza bajo su reclamo.
- Papáaaaaa…. ¿No puedo quedarme hoy en casa? – protestó.
Estuve a punto de decir que no, pero me inquietó la posibilidad de que hubiera algo más que pereza bajo su reclamo.
- Ya es viernes,
campeón. Último día antes del fin de semana. ¿Ocurre algo para que no quieras
ir? ¿Alguien te molesta? ¿Has tenido algún problema? ¿Qué pasó con ese chico,
el del iPhone?
- No ha pasado nada
con ese imbécil - respondió. Me abstuve de hacer comentarios sobre su lenguaje.
- Es solo que odio el colegio.
Suspiré y me hice un
huequecito a su lado.
- Ya sé que no te
gusta, campeón. Lo dejaste muy claro desde... en realidad desde el principio.
Pero no puedes estar todo el día en casa viendo la tele y jugando videojuegos.
- ¿Por qué no? A mí me
parece un buen plan - refunfuñó.
- Porque tienes que
estudiar para encontrar un trabajo. Y tienes que trabajar para ganar
dinero.
- Ojalá pudiera ser
youtuber y hacerme millonario por subir tonterías - reflexionó. - Pero no se me
da bien, no tengo ninguna gracia.
- Eso no es verdad,
tienes mucha chispa. Pero ese no es un trabajo estable, bicho.
- Ni el de escritor -
contraatacó. Tocado y hundido.
- Si sacas buenas
notas al final de año, te ayudaré a crear un buen canal. ¿Qué dices? - le
ofrecí.
- ¿Y de qué hablaría?
Mi vida no es interesante.
- Bromeas, ¿no? Tienes
doce hermanos.
- ¿Un canal de
familias? ¿En serio? - replicó.
- ¿Por qué no?
No me gustaba que
colgaran imágenes suyas en internet, especialmente en ese momento en el que la
prensa tenía cierto interés por nosotros, pero si realmente era un sueño por
cumplir podíamos llegar a un acuerdo. Quería interesarme por las cosas que le
hacían feliz.
Pareció sopesar la
idea por unos segundos, pero luego suspiró.
- Nah. En realidad lo
de YouTube no me interesa tanto.
- ¿Y qué te interesa,
canijo? - pregunté, con verdadera curiosidad. Desde hacía un par de años estaba
bastante perdido con los hobbies de Jandro, más allá de ver series, estar con
el móvil y los videojuegos. Con la adolescencia sus adicciones se habían
reducido a eso, pero yo sabía que tenía que haber algo más.
Alejandro se encogió
de hombros.
- Algo habrá, campeón
- insistí.
- Dormir - afirmó,
echándose la manta por encima. Una parte de mí se dio cuenta de que solo estaba
intentando cambiar de tema, pero le funcionó.
- Eso lo podemos dejar
para el sábado. Los días de cole hay que madrugar.
- Agggg.
- Que te hago
cosquillas, ¿eh? - le amenacé. Alejandro subió más su manta, como si pudiera
hacerle de escudo, pero yo sé la levanté por debajo y moví los dedos sobre las
plantas de sus pies.
- Jajajajajaja ¡No,
no!
- ¿Ya se fue la
pereza?
- ¡Ño!
- ¿Más cosquillas? -
pregunté, y sin darle ocasión a responder le destapé y le apreté los costados.
Disfruté de su risa por un buen rato y luego le di un beso en la frente para
poner fin al juego. - Hay que levantarse, Jandro. Llegaremos tarde si no.
- Buh.
- Buh, campeón.
Arriba, anda.
Alejandro se levantó
de mala gana y comenzó a desvestirse frente a mí sin ningún pudor.
- Cuando estés listo
baja a desayunar, bicho.
Poco a poco, conseguí
que todos mis hijos fueran estando listos para ir al colegio. Barie estaba muy
excitada por su excursión al teatro y no dejaba de meterle prisa a todo el
mundo. En contraste, Harry arrastró los pies hasta el coche sin ningún
entusiasmo.
- Vamos, campeón.
- Mi vida es un asco -
protestó. - Una hora más en el colegio y encima tengo que hacer deberes
extra.
Harry se estaba refiriendo a su castigo por el incidente de las hormigas. Se había tenido que quedar una hora extra en el colegio durante toda la semana y yo le había mandado un trabajo de investigación de diez páginas sobre las alergias. Tal vez me había pasado con las diez páginas, pero mirándolo con perspectiva, un chico había terminado en el hospital.
Harry se estaba refiriendo a su castigo por el incidente de las hormigas. Se había tenido que quedar una hora extra en el colegio durante toda la semana y yo le había mandado un trabajo de investigación de diez páginas sobre las alergias. Tal vez me había pasado con las diez páginas, pero mirándolo con perspectiva, un chico había terminado en el hospital.
- No son deberes
extra. Es un trabajo para que te des cuenta de los diferentes grados de
alergias que existen y del peligro que corrió ese chico. Además, tu hermanita
es alérgica a los frutos secos, así entenderás un poco mejor cómo funciona.
Harry bufó y lanzó su
mochila al interior del coche.
- Ánimo, canijo.
Saliste bien parado y lo sabes, mocosito quejoso. Le revolví el pelo y él se lo
recolocó con fastidio mientras se metía dentro del vehículo con los demás.
Dediqué un segundo a
mirar a Ted con preocupación. Estaba al frente de su propio coche y yo no podía
dejar de preguntarme si iba a estar bien. Las secuelas más evidentes de su
operación habían quedado superadas, pero yo seguía temiendo que en cualquier
momento le diera un dolor fuerte de cabeza o perdiera la consciencia. Era
consciente, sin embargo, de que no podía tenerle en una jaula de cristal.
Intenté superar mis miedos y llevé a mis hijos al colegio.
Como siempre, la
última parada fue la escuela de Dylan. Me despedí de él en la puerta y le
observé entrar, algo apenado porque no me había respondido "yo
también" al decirle "te quiero". Sabía que no era nada personal,
Dylan no respondía muchas veces aunque le hablaras directamente, pero su
silencio me recordó que la comunicación con él no era todo lo buena que me
gustaría. Y no solo por el autismo, sino por mi culpa. No le había dedicado mucho
tiempo en los últimos días. Ni a él ni a Cole. Siempre eran los más
perjudicados, porque eran obedientes, independientes, no reclamaban mi atención
y por eso no siempre se la prestaba. Me propuse cambiar eso, aunque no era
sencillo. El inconveniente de tener doce hijos es que siempre hay alguno que
necesita algo de ti, o que quiere pasar tiempo contigo, o que simplemente te
pide mimos. Pero hay otros que nunca te piden nada y no por eso tienes que
dejar de dárselo. Una vez un conocido me dijo que eso pasa también en las
familias pequeñas. Que tienes que estar atento porque sino un día te despiertas
y te das cuenta de que no conoces a tus hijos. Esperaba que nunca me pasase
algo como eso.
Cuando todo el mundo
estuvo en clase, Kurt y yo nos fuimos al médico. Se portó realmente bien
mientras esperábamos el turno, pero hizo una especie de berrinche al momento de
hacerle el electro.
- ¡Que no, que no quiero! – lloriqueó, forcejeándose para alejarse de la camilla donde le esperaba la doctora.
- ¡Que no, que no quiero! – lloriqueó, forcejeándose para alejarse de la camilla donde le esperaba la doctora.
- Tranquilo, no te va a doler – le aseguró la mujer.
-
¡Que no! ¡Papi, papi!
– chilló, mientras intentaba que le cogiera en brazos.
-
Shh, campeón, no pasa
nada. Solo te van a poner unas pegatinas.
-
¡Y cables, papi!
Mi bebé debía de tener
miedo a que le electrocutaran, o algo así.
-
Bueno, sí, y cables,
pero tú no vas a notar nada.
-
¡No quiero, papi,
llévame a casa!
-
No podemos irnos aún,
Kurt, nos iremos cuando termine la prueba, ¿bueno?
- ¡No! ¡No quiero, no, no! ¡NO! - gritó. A partir de ese punto, fue imposible seguir hablando con él. Lloraba y gritaba y solo se calmó un poco cuando accedí a cogerle en brazos. Miré a la doctora con un gesto de disculpa, pero ella no parecía sorprendida. Seguramente estuviera acostumbrada a escenas como esa.
- ¡No! ¡No quiero, no, no! ¡NO! - gritó. A partir de ese punto, fue imposible seguir hablando con él. Lloraba y gritaba y solo se calmó un poco cuando accedí a cogerle en brazos. Miré a la doctora con un gesto de disculpa, pero ella no parecía sorprendida. Seguramente estuviera acostumbrada a escenas como esa.
Una enfermera que estaba en aquella habitación con nosotros, se acercó
enseñándole a Kurt las pegatinas que le tenían que poner. Eran un modelo
especial para niños, con dibujos de perritos.
-
Mira, Kurt – le dijo.
- ¿Me dejas que te ponga solo una en el bracito?
- ¡No! – chilló y le dio un manotazo, provocando que la mujer tirara la pegatina al suelo. Realmente tenía que conseguir que Kurt dejara de darle manotazos a la gente, pero sabía que no podía enfadarme con él en ese momento. Solo estaba asustado y yo también, aunque por otros motivos.
- ¡No! – chilló y le dio un manotazo, provocando que la mujer tirara la pegatina al suelo. Realmente tenía que conseguir que Kurt dejara de darle manotazos a la gente, pero sabía que no podía enfadarme con él en ese momento. Solo estaba asustado y yo también, aunque por otros motivos.
Aunque no estaba
molesto con él, sí le hablé con firmeza, en un tono que exigía que me hiciera
caso.
- Kurt. Tienes que hacerte la prueba. Tienes que hacer caso a la doctora y no puedes dar manotazos, ¿entendido?
- Kurt. Tienes que hacerte la prueba. Tienes que hacer caso a la doctora y no puedes dar manotazos, ¿entendido?
Mi peque me miró
fijamente, con sus ojos azules húmedos y sorbió por la nariz. Bueno, al menos
tenía su atención.
-
Ya sé que no te gusta,
pero a veces hay que hacer cosas que no nos gustan. Yo voy a estar contigo todo
el tiempo, campeón. No te voy a dejar solito.
-
Snif.
Kurt escondió la cara en mi cuello y yo le di un beso en la cabeza. Le llevé hasta la camilla y dejó que le sentara.
Kurt escondió la cara en mi cuello y yo le di un beso en la cabeza. Le llevé hasta la camilla y dejó que le sentara.
-
Pídele perdón a la señorita, hijo. Le has
pegado.
-
Perdón… snif –
susurró, sin soltarse de mí. Me separé lentamente, pero le cogí de la mano.
Le desnudaron parcialmente para colocarle las pegatinas en sus extremidades
y en el pecho, cerca del corazón. Kurt se dejó hacer y yo me sentí muy
orgulloso de él. Le acaricié el pelo y le sonreí. Estuvo tenso unos segundos,
pero luego se fue relajando en cuanto vio que eso era todo.
Después del electro, le hicieron una ecografía de corazón y eso ya no le
dio miedo, sino solo curiosidad, porque quería ver su corazón a través de la
pantalla.
-
¡Mira, papi! – me
señaló.
-
Ya lo veo, cariño.
-
Así te veía también tu
mamá cuando estabas en su tripita – dijo la doctora.
“Comentario desafortunado” pensé.
-
¿Mi mamá me podía ver?
– se maravilló Kurt.
-
Claro. Cuando eras un
bebé, antes de que nacieras. Y podía escuchar tu corazón.
- ¿Mi corazón ya estaba roto entonces? ¿Por eso no me quiso?
- ¿Mi corazón ya estaba roto entonces? ¿Por eso no me quiso?
Zas. Cerré los ojos
con fuerza, destrozado por aquella pregunta. Cuando los abrí, me di cuenta de
que la doctora también se había quedado muda ante esas palabras. La parte
negativa de que Kurt fuera tan adorablemente tierno era que también era muy
vulnerable. Si hubiera podido, le hubiera metido en una cajita de cristal donde
nadie pudiera hacerle daño nunca.
-
Tu corazón no está
roto – respondió la enfermera, la primera en reaccionar. – Yo lo veo bastante
entero, ¿no ves? Fíjate. ¿Sabes cómo se llama esta parte de aquí? Se llama
ventrículo.
La enfermera le distrajo explicándole las partes del corazón, que era la manera adecuada de tratar con Kurt, porque era un niño bastante curioso.
Quince minutos
después, cuando salimos de aquella consulta, me senté con Kurt un momento en
uno de los bancos de la salita, a pesar de que ya habíamos terminado. Quería
hablar con él sobre lo que había dicho durante la ecografía.
-
No hay nada malo en
ti, cariño. No tienes nada malo ni hiciste nada malo y si Andrew y tu mamá te
dejaron conmigo no fue culpa tuya. Es porque son ellos los que tienen algo mal
dentro, ¿entiendes?
Kurt asintió, pero
noté muy pensativo y le di unos segundos para que organizara sus ideas. Cuando
ponía esa cara era por lo general porque iba a hacerme una pregunta, pero
cuando habló la conversación no tomó el rumbo que yo esperaba:
-
¿Cuando tengas un hijo
con Holly y esté dentro de su tripa podré verlo con un aparato como ese?
Me atraganté y eso que
era difícil porque no estaba comiendo nada.
-
Pero qué cosas dices,
enano. Anda, vamos a ponerte el abrigo. ¿Te apetece tomar chocolate?
-
¡Síííííí!
Era muy fácil distraer
a Kurt, pero yo no dejé de darle vueltas a su pregunta, a lo que implicaba, al
hecho de que sentía que con Holly estábamos yendo demasiado rápido pero eso no
era necesariamente algo malo, a los muchos traumas que el abandono de Andrew
había causado a mis hijos y, por supuesto, a la visita del lunes con el médico.
Demasiadas cosas en las que pensar y eso que estaba dejando otras muchas de
lado.
El resto del día fue
bastante bien. Tomé el chocolate con Kurt y después se me presentaba la
disyuntiva de llevarle de nuevo al colegio o no, pero me decanté por el no y
decidí pasar la mañana con mi pequeño. Tal vez no fuera la decisión más
responsable, pero mi hijo estaba solo en primaria, sacaba buenas notas y me
pareció más importante pasar un rato con él, sobre todo hasta estar convencido
de que no le pasaba nada e iba a estar bien. El fin de semana iba a ser largo….
- Papá, mira, esta hoja tiene forma de dragón – dijo Kurt, tirando de mi chaqueta para que le hiciera caso. Había cogido la hoja de un árbol que se había caído y que tenía una forma un tanto extraña. Le sonreí.
- Papá, mira, esta hoja tiene forma de dragón – dijo Kurt, tirando de mi chaqueta para que le hiciera caso. Había cogido la hoja de un árbol que se había caído y que tenía una forma un tanto extraña. Le sonreí.
-
Es verdad, campeón.
-
¿Me la puedo quedar?
-
Claro, tesoro.
-
La voy a calcar en
papel – me informó. – Y así tendré el dibujo de un dragón :3
Kurt no iba a llegar a la adolescencia, porque yo me lo iba a comer
primero.
Estuvimos dando un paseo largo por un parque, aprovechando que no hacía
mucho frío, y después volvimos a casa. Yo seguía embelesado por las ocurrencias
del peque, que se hizo muy amigo de un perrito y quería que nos lo lleváramos con
nosotros. Le expliqué que el animalito ya tenía dueño y entonces se conformó
con tirarle un palito una y otra vez mientras el dueño del perro nos observaba
con una sonrisa.
-
Michael, ya estamos
aquí – le anuncié, cuando llegamos. Se había ofrecido a acompañarnos, pero le
dije que no era necesario, que podía quedarse durmiendo. El lunes,
probablemente, sí iba a aceptar su oferta: me vendría bien el apoyo para la
consulta con el médico.
-
¿Qué tal fue? - preguntó, desde el sofá.
-
Hicieron un vídeo de
mi corazón – respondió Kurt, mientras se quitaba el abrigo.
-
Ha ido bien, el peque
ha sido muy valiente.
-
Hemos comido chocolate
:3
-
Y no me invitáis –
protestó Michael, sobreactuando un puchero. - ¿Me guardasteis un poquito, por
lo menos?
Kurt entreabrió los
labios y puso una mirada culpable. Michael no pudo resistir esa carita y se
rio.
-
No pasa nada, enano,
de todas formas no puedo comerlo. Tiene demasiado azúcar para mí.
- Te puedo dar mi hoja dragón si quieres – ofreció.
- Te puedo dar mi hoja dragón si quieres – ofreció.
Los ojos de Michael,
con ese color azul que podía ser o muy cálido o muy frío, brillaron con ternura
justo antes de abalanzarse a por Kurt y subírsele a los hombros.
-
Estaba de broma,
microbio. No tienes que darme nada.
Les observé con una
sonrisa. No sabía si Michael se había dado cuenta, pero se había vuelto un gran
hermano mayor. Era increíble lo mucho que había avanzado en tan poco tiempo.
Cuando llegó a casa, apenas se atrevía a hablar con los pequeños, no sabía cómo
tratar con ellos. Y poco tiempo después le salía de forma natural.
-
Kurt, ¿te quieres
quedar con Mike mientras voy al cole a por tus hermanos? – le pregunté.
- No, ¡voy contigo!
- No, ¡voy contigo!
Esbocé una media
sonrisa. Pese a todo, me seguía prefiriendo a mí, y me sentí complacido por
eso, porque sabía que cuando pasaran unos años dejaría de ser su primera
elección de compañía.
Recogí a mis hijos del
colegio, incluyendo un segundo viaje para volver a por Harry cuando terminó de
cumplir con su hora extra. Barie se lo había pasado muy bien en la excursión y
me contó hasta el más pequeño detalle sobre la misma. Alice había hecho un
dibujo con pintura de dedos. Zach traía un videojuego que le había prestado su
amigo Will y se moría de ganas de probarlo. La vida de mis hijos continuaba con
normalidad. Era posible la normalidad, a pesar de la locura que habían sido las
últimas semanas.
Mientras yo me ponía
al día con algunas tareas del hogar, mis hijos pasaron una tarde muy tranquila.
Los más mayores hicieron los deberes y después se pusieron a jugar a la play,
hasta que a las siete le dije a Ted que se fuera a la ducha.
-
¿Qué? Pero papá, es
prontísimo. Deja que terminemos la partida – protestó Michael.
-
Vosotros podéis seguir
jugando, campeón. Pero Ted se va a la ducha, a cenar y a la cama.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué?
-
Hoy no durmió bien –
me limité a responder.
Ted no discutió y se
limitó a lanzarme una mirada de tanteo para ver si estaba molesto con él. Se
relajó cuando vio que no, pero pensaba cumplir mi palabra de hacerle dormir dos
horas antes, por haberse pasado la noche anterior prácticamente en vela al
estar con el móvil. Le preparé un sándwich y se lo di cuando bajó con el pijama
ya puesto. Se lo tomó en el salón y dilató al máximo el momento de subir a
acostarse, pero después de comer a una velocidad exageradamente lenta no le
quedó más remedio que dar el último bocado.
-
A la cama, Teddy.
-
Que no… Grdd. Antes no
me lo decías tanto. Te gusta hacerme rabiar.
-
Es mi pasatiempo
favorito. A dormir.
Se levantó de mala
gana, pero se detuvo justo al llegar a las escaleras y me lanzó una mirada de
cachorrito. ¿Qué pretendía, hacerme cambiar de opinión?
-
Buenas noches, Ted –
le dije. Él suspiró y desapareció hacia el piso de arriba, pero a los pocos
segundos le vi asomarse. – Ted, ya en serio, hijo. Acuéstate.
-
Creo que quiere que le
des un besito de buenas noches, papi – sugirió Hannah. Sonreí ante la inocencia
de mi pequeña, pero luego pensé que no iba muy desencaminada. Ted no estaba
acostumbrado a dormirse él solo en el cuarto y además yo siempre iba a darles
las buenas noches cuando ya estaban en la cama.
-
En diez minutos subo,
canijo.
Ted se marchó y no
volvió a asomarse. Al cabo del rato subí con él y le encontré envuelto en las
mantas.
-
Enano trasnochador.
Hoy no saques el móvil, ¿eh? No me lo llevo porque confío en ti, bicho. Pero
tienes que dormir.
Él asintió y me hizo un hueco para que me sentara a su lado. Sentí una gran
oleada de cariño y le complací sin ningún esfuerzo.
- ¿Estás mimoso?
-
Ahá.
- Eso tiene fácil solución – respondí y le acaricié la cabeza.
- Eso tiene fácil solución – respondí y le acaricié la cabeza.
Ted cerró los ojos y
poco faltó para que se pusiera a ronronear. Poder disfrutar de momentos así con
él era un milagro por partida doble. Era un milagro porque, después de todo lo
que había pasado, verle sano era maravilloso. Peor también porque era igual de
increíble que un chico de diecisiete años quisiera estar así con su padre.
Podría haberme adjudicado el mérito y pensar que era así porque yo nunca le
había censurado el afecto y puede que en parte fuera por eso, pero también
tenía que ver con el propio Ted, y su forma de ser tan llena de cariño.
-
Pa…. ¿Cuándo vas a
llamar a Sebastian y a Dean? En la ficha de Andrew vienen sus teléfonos.
La pregunta me pilló tan desprevenido que durante un
breve segundo no supe de qué me hablaba. Había intentado con éxito aparcar a un
rinconcito de mi mente la existencia de dos nuevos hermanos, pero Ted estaba
ansioso por saber más de ellos.
-
No lo sé - decidí ser
sincero. – Creo que… creo que primero tengo que digerir todo lo que ha estado
pasando últimamente.
Pensé que Ted me iba a insistir, pero en lugar de eso me miró
fijamente. Sentí como si me estuviera
sondeando.
-
¿Estás nervioso? – me
dijo.
-
¿Por qué?
-
Por mañana. Por
juntarnos a todos con los hijos de Holly.
-
Vaya, eso sí que es un
cambio de tema, ¿no? – repliqué.
-
No, en realidad es el
mismo tema. Es gente nueva que puede convertirse en familia.
Se me puso un nudo en el estómago. ¿Sería verdad?
Se me puso un nudo en el estómago. ¿Sería verdad?
-
Solo vamos a un
concierto, Ted… - traté de restarle importancia, pero su gesto me desveló que
no me creía. – Vale, está bien. Estoy un poco nervioso. Solo un poco.
-
COLE’S POV –
Justo cuando estaba acabando el libro de La historia interminable
-era la segunda vez que me lo leía- papá nos llamó para ir a la ducha.
-
Cole, si entras a tu
cuarto para coger el pijama ten cuidado no despiertes a Ted, ¿vale? Está
durmiendo – me dijo.
-
Uhum.
-
¿Me has oído o solo
dices “uhum” para que te deje seguir leyendo?
- preguntó, pero su voz no sonaba molesta, sino divertida, así que le
sonreí.
-
Las dos cosas – le
confesé.
-
Mocosito este.
¿Cuántas páginas te quedan?
-
Seis.
-
Está bien, termínalas
– accedió. – Pero después a la ducha.
Asentí y me concentré en el libro, pero cuando le sentí marcharse levanté
la cabeza.
-
Papá… ¿Cómo son los
hijos de Holly?
No sé si se esperaba esa pregunta en aquel momento,
pero si le pilló por sorpresa lo escondió muy bien. Caminó hasta mí, que estaba
sentado en el puf del salón leyendo y se hizo un hueco a mi lado.
- Eso es difícil de responder, campeón. No les conozco mucho todavía y, además, cada uno es diferente. Scarlett es muy muy tímida y muy muy dulce. Ella… verás, tus hermanos mayores ya saben algunas cosas…. Los hijos de Holly han pasado momentos difíciles.
Cerré el libro y lo aparté, para prestarle atención.
-
Scarlett estuvo
algunos años lejos de su familia. Se asusta con facilidad de los desconocidos,
así que intenta ser amable con ella, ¿está bien? Y… y luego está Jeremiah. Él
es ciego, pero es muy simpático – continuó. Papá esperó a ver si quería decir
algo, pero prefería seguir escuchando. - Y Max…
-
¿Ese tiene mi edad,
no?
-
Sí, casi casi. Tiene
nueve años… Max no tiene piernas, Cole – susurró, tras un momento de duda. –
Tuvo un accidente y las perdió. Utiliza unas piernas mecánicas.
Abrí mucho la boca.
Pensé en qué haría yo si me pasara algo así. Era horrible.
-
¿Le dolió?
-
No lo sé – respondió,
pero en un tono que me indicaba que sí lo sabía y que la respuesta era sí. –
Max es un niño con mucho genio, pero luego tiene un buen corazón. Creo que eso
resume bastante bien a varios de ellos: duros por fuera y blandos por dentro. Al
menos, hasta lo que pude ver. Yo también les estoy conociendo.
- ¿Les vamos a ver más veces o solo mañana?
-
¿La verdad,
Cole? No lo sé. ¿A ti te gustaría?
No me entusiasmaba conocer gente nueva. En eso sintonizaba muy bien con Dylan:
la gente hablaba demasiado y por lo general para decir muchas tonterías. Pero
esos chicos no eran “gente”. Eran importantes para papá, así que asentí.
-
A mí también –
me confió, en voz muy baja, como si me estuviera contando un secreto. Agachó la
cabeza para darme un beso. – Vamos, termina de leer y ve a la ducha, peque.
Asentí una vez más y
él se levantó, pero le volví a detener antes de que se fuera.
-
Papá…. ¿te vas a casar
con Holly?
-
¿Qué? Pero, ¿a qué
viene eso ahora? – se escandalizó, muerto de vergüenza, como Ted cuando estaba
hablando con Agus por el móvil y yo entraba a la habitación.
- ¿Te vas a casar o no?
- ¿Te vas a casar o no?
-
Cole, Holly y yo
apenas no conocemos hace unos pocos meses…
-
Bueno, pero dentro de
un tiempo. ¿Te vas a casar con ella? – insistí.
-
Dios dirá – respondió,
pero a mí me sonó claramente a un “ojalá”.
Tendría que prestarle más atención a Holly, entonces. Y a su familia.
El día siguiente iba a ser la ocasión perfecta.
N.A.: Siento la tardanza. Tengo muy poco tiempo libre.
Me da la sensación de que este capítulo no es demasiado bueno, pero al menos continué
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