CAPÍTULO 102: FRÁGIL
Tendría que estar contento, había
muchos motivos para ello. Era viernes y el sábado íbamos a ver a Blaine en su
campeonato de natación y me apetecía bastante porque además me había escrito un
par de mensajes al Whatsapp, apostándome un helado a que hacía mejor tiempo que
el que yo había hecho en mi última competición. El intercambio de teléfonos
había sido algo progresivo. Poco a poco nos habíamos ido buscando, y ahora
hasta estábamos pensando en crear un grupo para hablar todos juntos. Blaine
proponía hacer dos, el de los de “¿la boda para cuándo?” y el de los de “¿les
separamos o qué?”. Pero la verdad es que cada vez había menos candidatos al
segundo grupo. Leah, Sean, Madie, Alejandro, Michael y Harry tenían sus reservas,
pero eran reservas al respecto de qué pasaría con nosotros. Nadie ponía en duda
ya que Aidan y Holly parecían felices de estar en la vida del otro.
Tampoco hablábamos mucho, creo que
nos daba algo de corte. Además, solo Blaine, Leah y Sam tenían Whatsapp. Algo
tendríamos que ingeniar para que Holly se estirara en ese aspecto y les dejara
tener un smartphone con todas las funciones a Sean, Scarlett y Jeremiah. Pero
lo importante es que en tan solo un par de días llegué a la conclusión de que
Blaine y yo íbamos a llevarnos genial.
Como digo, tendría que estar contento
por eso y porque Sebastian estaba cuadrando con papá cómo iba a ser su visita
exactamente y cada vez se le veía más animado para contactar con Dean. Prometió
que iba a hacerlo después del fin de semana, alegando que necesitaba espaciar
un poco tantas emociones.
Un último motivo de alegría era el
hecho de que por fin había vuelto a los entrenamientos de natación de forma
activa. No podía competir por el momento, papá decía que no era seguro y
probablemente tuviera razón, pero había vuelto a nadar. Eso tendría que haberme
hecho feliz y, sin embargo, al regresar a casa aquel viernes por la tarde todo
lo que quería era meterme en la cama, esconderme bajo la colcha y no salir
nunca más de allí.
No pude cumplir mis deseos porque los
enanos me habían estado esperando para que les llevara al parque. Papá tenía
mucho que hacer en casa y Michael se había ido al cine.
-
¿Seguro que estás bien, campeón? – me preguntó Aidan por
tercera vez desde que había llegado.
-
Sí, pa.
-
¿Te viene mal ir con los peques? Si me doy prisa creo que…
-
No, yo les llevo – le interrumpí.
Sin embargo, el teléfono sonó justo
en ese momento. Cerré los ojos. Había tenido la esperanza de que no se enterara
hasta el día siguiente.
-
AIDAN’S POV -
Hay algunos días en los que todo te
sale mal. Te olvidas de dar el botón de la lavadora, te dejas el congelador
abierto y provocas un pequeño desastre doméstico, se te quema la comida…. La
mañana del viernes una nube negra de mala suerte me persiguió por toda la casa,
haciendo que la pifiara constantemente.
Tal vez era un presagio para lo que
me esperaba por la tarde.
Michael me pidió permiso para ir al
cine a ver la película que me había comentado hacía unos días. Al escuchar cuál
era, Alejandro quiso ir con él, pero Mike deseaba ir solo. Discutieron un poco,
pero al final lo solucionaron. No sé qué le hizo prometer Jandro a cambio, pero
accedió a no acompañarle.
Los enanos querían ir al parque y era
mi intención llevarlos, pero tenía mucho retraso con la colada y por una vez en
la vida quería planchar mis camisas y las de mis hijos mayores. Que al día
siguiente fuera a ver a Holly no tenía nada que ver.
Pensé en la posibilidad de que Ted
fuera con los peques. Esperé a que llegara de natación para planteárselo. No se
había vuelto con nosotros porque quiso quedarse a hablar con sus amigos del
equipo después de terminar el horario de las extraescolares. Como no había
llevado mi coche, no hubo problema y los demás nos volvimos dando un paseo. Le
esperamos en casa, pero, cuando llegó, no era el chico eufórico que me
encontraba siempre que venía de pasar un rato en la piscina.
-
Hola, canijo. ¿Todo bien? – le saludé.
Él asintió y se quitó la chaqueta con desgana, para
después dirigirse hacia las escaleras. ¿Y mi beso? ¿Y mi abrazo? Ted me había
acostumbrado a esos gestos cariñosos y su ausencia me llamó poderosamente la
atención.
-
¿Seguro? ¿Qué tal en natación? ¿El entrenador no te dejó
practicar?
Le había insistido a ese hombre con que mi hijo tenía que ir despacio
después de lo que le pasó, pero tal vez me había tomado demasiado en serio.
-
Sí, sí me dejó. Hice un par de largos y me felicitó por mi
técnica.
-
Genial – le sonreí y él estiró los labios en un intento de
sonreírme de vuelta. Fruncí el ceño, pero antes de poder añadir nada más, Kurt,
Hannah y Alice le abordaron diciendo que yo era malo y no les llevaba al parque.
– Te iba a preguntar si podías ir tú…
-
Claro – respondió, pero creo que lo dijo por compromiso. No
tenía aspecto de que le apeteciera ir, ni de querer hablar conmigo.
Algo le pasaba a mi muchacho y le pregunté por tercera
vez, pero el sonido del teléfono no nos dejó continuar con la conversación.
-
¿Dígame?
-
Buenas tardes, señor Whitemore. Le llamo del colegio, por un
asunto delicado.
-
Oh. Buenas tardes, director – respondí, reconociendo su voz. -
¿Qué sucede?
Sí que tenía que ser un asunto delicado. Delicado y
grave, para que me llamara un viernes por la tarde después de las clases.
-
¿Le sería posible acercarse? – me preguntó.
-
¿Ahora? Pero, ¿qué ocurre? – me alarmé.
-
Alguien ha destrozado el despacho del entrenador Janson y
faltan también algunos objetos de valor. Ted fue el último en salir hoy de las
instalaciones – me explicó, con voz seria.
¿Estaba ese hombre insinuando que Ted
había saqueado el despacho de su entrenador de natación? ¿A qué droga dura le
daba?
-
¿Cree que Ted lo hizo? Ya le aseguro yo que no fue él –
repliqué, pero entonces mi hijo me dedicó una mirada culpable. Hundió los
hombros, como si algo le pesara mucho de repente, pero al que le pesaba era a
mí. ¿Había sido él?
-
Recientemente instalamos cámaras, pero me gustaría que usted
esté presente cuando visionemos el vídeo, al ser Theodore un menor. El
entrenador no quiere presentar cargos, siempre y cuando se devuelvan los
objetos robados, pero me temo que como mínimo abriremos un expediente
disciplinario.
Me quedé en silencio, mirando a Ted a
los ojos, intentando ver más allá de ellos. Mi hijo estaba a punto de llorar y
le tembló el labio.
-
¿Señor Whitemore? – insistió el director.
-
Estaré allí en media hora – respondí al final.
-
A Ted le citaremos el lunes. Si es posible, queremos hablar
primero con usted.
Apenas fui consciente de despedir la llamada. No podía
apartar la vista de mi hijo. Esperé a que dijera algo, lo que fuera, pero Ted
había enmudecido.
Noté que me empezaba a hervir la sangre. ¿Asaltar el
despacho de su entrenador? ¿Robarle? El tercero de mis hijos que se apropiaba
de lo ajeno, pero aquella situación era mucho más grave que la de Zach o la de
Harry en su día.
No le creía capaz de algo así. Ted era un buen chico.
Tenía que ser un error.
-
Teddy… ¿Qué pasó?
-
Yo… - murmuró, pero no añadió nada más. Ni siquiera un “no me
llames Teddy”.
-
Hablan de un expediente… De presentar cargos… Por Dios, hijo,
¿qué hiciste? – insistí, pero luego decidí reformularlo. - ¿Hiciste algo? Sabes
que puedes contarme lo que sea. Cuéntame tu versión, antes de que escuche la
del director.
Se mordió el labio.
-
Yo…
-
¿Tú, qué? ¿Tú qué, Theodore? – me frustré, y me masajeé la
sien. – Te estoy dando la oportunidad de explicarte. Intento no tomar
conclusiones apresuradas, pero me lo estás poniendo muy difícil. Tienes esa
mirada de cachorrito arrepentido… ¡y tu director acaba de decirme que te van a
expedientar!
-
¡PUES QUE LO HAGAN! – explotó. - ¡QUE ME EXPEDIENTEN, QUE ME
EXPULSEN Y QUE SE VAYAN A LA PUTA MIERDA! ¡ESTARÁN MEJOR SIN MÍ, ASÍ SE LIBRAN
DE LA BASURA!
Kurt, Hannah, Alice y Madie, los únicos que estaban en
el salón, soltaron idénticas exclamaciones de asombro, seguramente por lo
extraño que era escuchar a Ted diciendo tacos tan fuertes.
Caminé hasta él y le agarré del brazo. Le giré y le di
una sola palmada, porque no estaba en condiciones de castigarle y además tenía
que ir al colegio.
PLAS
-
Que sea la última vez que te llamas basura a ti mismo – le
advertí.
Ted rompió a llorar sentidamente y el que se sintió
una basura fui yo. Traté de darle un abrazo, pero entonces él me empujó con
fuerza, haciéndome trastabillar.
-
¡Bueno, se acabó! ¿Qué está pasando contigo? – le regañé, más
impactado que otra cosa. Fue como si ese reproche diera rienda suelta a todo el
enfado que había estado conteniendo, hasta que me desbordó. - ¡LO QUE HICISTE
ES UN DELITO, TED! ¿LO ENTIENDES?
-
Lo… snif… lo sé…
-
¿LO SABES? ¡PUES SI LO SABES YA PUEDES EMPEZAR A BUSCAR UNA
BUENA EXPLICACIÓN PARA CUANDO VUELVA! – le espeté y le arrastré del brazo hasta
la esquina del salón. – Te vas a quedar aquí hasta que sepa qué hacer contigo –
le advertí.
Ted no se resistió, ni intentó darse la vuelta. Yo sí
me giré, y me encontré con varios pares de ojos observándonos fijamente.
Suspiré y me agaché junto a los enanos.
-
Peques, si no vuelvo muy tarde, os llevaré al parque. Os lo
prometo. Pero tengo que ir al colegio ahora, ¿vale? Me ha llamado el director –
expliqué, rezando porque no iniciaran un berrinche.
-
¿Tash en líos, papi? – preguntó Alice.
Solo mi princesa podía sacarme una sonrisa en un
momento así.
-
Pues no lo sé, corazón. Pero me tengo que ir, ¿bueno?
-
Ta bien.
-
¿Tete está castigado? – preguntó Hannah.
Suspiré de nuevo. Todo había tenido que pasar delante
de sus hermanos, por supuesto.
-
Dejad a Ted tranquilo, ¿sí? Ya sé qué podéis hacer hasta que
vuelva: jugar con los monitos que os trajo Papá Noel, ¿mmm?
-
¡Sííí! – aceptaron los tres, entusiasmados.
Desaparecieron escaleras arriba y yo subí con ellos
para decirle a los demás que salía un momento. Creo que algo habían oído,
porque todos tenían cara de circunstancias.
Cuando bajé, Ted no se había movido. Caminé hasta él
deseando decirle algo, pero no sabía bien qué. Estaba sumamente molesto con él
y sentía que cualquier cosa que saliera por mi boca sería un error.
Me alejé sin decir nada, me monté en el coche y fui
hacia el colegio, intentando calmarme. Aún no estaba seguro de creerme lo que
había dicho el director, pero Ted no lo había negado tampoco. Mi hijo estaba
muy raro y todo apuntaba a que las acusaciones eran ciertas. ¿Realmente sería
tan terrible de ser así? Era una tontería adolescente, ¿no?
“Destrozar la propiedad privada y
robar no son tonterías. Son delitos. Ted es casi mayor de edad. No puede hacer
estas cosas. No sé si ha sido un reto de algún compañero o qué, pero…”
Respiré hondo y pensé en cómo iba a manejar aquello.
Al menos el director decía que no iban a presentar cargos si aparecían las
cosas robadas. ¿Dónde podría tenerlas? ¿En su coche? Debería que haberlo
comprobado antes de irme.
Pero es que seguía sin encajarme que Ted pudiera robar
en el despacho de su entrenador. No era propio de él. Me habría resultado más
creíble el relato de que un extraterrestre hubiera tomado posesión momentánea
de su cuerpo.
“Me hablaron de que su carácter podía
cambiar como secuela de la operación… pero sigue siendo el mismo de siempre.
Quitando los pequeños ataques de pánico cuando alguien se enfada cerca de él…. “.
Al pensar eso, sentí una punzada. Me había ido sin
comprobar si estaba bien. Le había pegado, aunque solo fuera una palmada.
“Mierda, igual por eso me empujó. Creo que le
asusté”.
Por millonésima vez aquella tarde,
suspiré y seguí conduciendo hasta llegar al colegio. Entré con un nudo en el
estómago, pues los problemas de mi hijo eran mis problemas y Ted podía estar
metido en un lío muy grande.
El edificio estaba prácticamente vacío. Normal, por la
hora. Solo me crucé con un bedel, que ya estaba informado y me indicó que me
dirigiera a una salita en lugar de al despacho del director. Él me estaba
esperando allí.
-
Ah, señor Whitemore. Gracias por venir – me saludó. – Siéntese.
Lamento haberle hecho acudir al centro con tan poca antelación. Sé que no lo
tiene fácil para organizarse, con una familia tan numerosa.
-
Entiendo que es una situación excepcional. Ted no ha sido
capaz de contarme lo que ha pasado…
-
Como le dije, alguien forzó la puerta del despacho del
entrenador, destrozó el mobiliario y robó varios objetos. Varios estudiantes y
un conserje dicen que Ted fue el último en salir de las instalaciones de la
piscina cubierta.
-
No suena típico de él… - murmuré, como pobre defensa.
-
Lo sé, señor Whitemore. Por eso quiero que veamos el vídeo y
salgamos de dudas. No lo he abierto aún, nos tomamos la privacidad de nuestros
alumnos muy en serio. Pusimos las cámaras únicamente como medida de seguridad.
Asentí y me coloqué frente a la pantalla de un
ordenador portátil que había sobre la mesa. El director pinchó en un archivo y
las imágenes se empezaron a reproducir casi al instante.
Se proyectó un despacho vacío. El director lo puso a
cámara rápida y se vio entrar y salir al entrenador. La cámara estaba colocada
de tal forma que podía verse la puerta de la habitación, además de gran parte
de la misma. Tras unos segundos, puso el vídeo a velocidad normal, justo a
tiempo para ver a Ted forzando la puerta. Se me secó la boca de golpe.
El vídeo también tenía audio, así que le escuché
quejarse:
-
¡Aquí no está, George! ¡No tiene gracia, devuélvemelo!
George. Ese era el chico que se metía con él, amigo
del bruto de la navaja.
Se oyeron unas risas de fondo y
entonces varios adolescentes entraron y le rodearon.
-
¿Has buscado bien? Yo creo que está por aquí, ¿eh? – se mofó
uno de ellos, y de un solo movimiento tiró al suelo todos los papeles que había
sobre el escritorio del despacho.
-
¡George! ¿Qué haces? – exclamó Ted.
-
¿Yo? Yo no hago nada. El que forzó la puerta eres tú.
-
¡Me dijiste que habías escondido aquí mi mochila! – gruñó
Ted.
-
“Me dijiste que habías escondido aquí mi mochila” – repitió
el chico, en tono de burla. Los demás se rieron. – Deberías aprender a ser menos
confiado, imbécil. Tu mochila está en la basura del vestuario, donde deberías
estar tú también.
El chico le empujó y Ted se cayó al
suelo. No hizo el menor esfuerzo de levantarse, sino que comenzó a
hiperventilar. Los otros sacaron una cuerda que habían llevado consigo y ataron
a Ted a la calefacción. En algún punto mi niño reaccionó y comenzó a
resistirse, pero eran cuatro contra uno y al estar él en el suelo les fue muy
fácil someterle y amarrar sus muñecas. Ted intentó entonces darles una patada y
eso le valió que ellos le dieran tres mucho más fuertes.
Fue muy duro de ver. No solo por el
acto en sí, maniatarle y golpearle, sino por su expresión de terror, apreciable
incluso desde la distancia de la cámara. Ver a mi bebé en ese estado me llenó
de tristeza y de rabia.
Esos animales rompieron el cristal de
una de las ventanas, cogieron un trofeo de la estantería y empezaron a golpear
la mesa con él, dejando claras marcas en la madera. Después, se llevaron el
trofeo, una tablet y otros objetos que no pude distinguir bien en la grabación.
Salieron del despacho dejando a Ted allí, atado y llorando mientras gritaba que
le soltaran.
El chico que respondía al nombre de
George se asomó por la puerta:
-
Tenemos gente que dirá que nos fuimos con ellos al centro
comercial después del entrenamiento. Tus amiguitos ya se han marchado y nadie
va a hablar a tu favor. Cuidado con lo que dices o la próxima vez que estés en
el agua chupándosela al entrenador igual no sales de ella.
Aquel animal se marchó y Ted permaneció quieto durante
un buen rato, llorando desde lo más profundo de su pecho. Estaba tan asustado
que quise cruzar la pantalla para abrazarle, como si aquello estuviera pasando
en aquel momento. Como si no hubiera pasado ya, cuando yo no podía protegerle.
-
Señor Whitemore… Lo lamento profundamente… - empezó el
director, pero ambos nos callamos cuando, en la grabación, Ted empezó a
moverse, buscando la forma de liberarse.
No debían de haberle atado muy
fuerte, porque logró soltarse tras un par de minutos. Se levantó del suelo,
miró con espanto el desastre de la habitación, y salió de allí.
Me quería morir de la impotencia, de
la angustia, de…
-
Quiero que expulsen a esos chicos – susurré, con una ira
vengativa que no recordaba haber sentido nunca. – Humillaron, inmovilizaron y
golpearon a mi hijo, quien no hace tanto se sometió a una operación de vida o
muerte, le amenazaron, y estoy seguro de que si lo pienso un poco más se me
ocurren más cosas de las que acusarles.
-
Estoy… estoy de acuerdo con usted y lamento… lamento
profundamente haber pensado que los destrozos eran culpa de Ted. De no haber
sido por la grabación… los alumnos desconocían que había cámaras aquí.
Quise molestarme con el director, que no era del todo
de mi agrado, e incluso acusarle de racista, porque aquella ya era la segunda
vez que culpaba a mi hijo siendo él la víctima, pero conservaba el suficiente
sentido común como para entender que las circunstancias habían hecho que Ted
pareciera culpable.
Para quien no tenía excusa era para mí mismo. Pero ya
habría tiempo de autotorturarme.
-
Sé que Ted forzó la puerta… creo que esos chicos le
engañaron… No estuvo bien, pero…
-
No habrá ninguna represalia – me aseguró el director. – Por
favor, trasmítale a su hijo que… Siento mucho lo que ha pasado. Theodore es un
gran chico. No se merece esto.
-
No, no se lo merece – concordé.
-
Informaré al entrenador… Estaba consternado porque su mejor
nadador hubiera podido hacer algo así. Tiene a Ted en gran estima.
-
Gracias – respondí, por educación, y apoyé la espalda en el
respaldo de la silla, derrotado.
Intercambiamos un par de palabras más
y después me marché, sintiéndome aliviado porque Ted fuera inocente pero miserable
por haber dudado, aunque fuera por un segundo. Me metí en el coche reviviendo
una y otra vez las imágenes del vídeo. El mundo entero parecía conspirar para
que mi hijo tuviera una pésima autoestima.
Cuando llegué a casa me llevé un susto, porque Alejandro salió a recibirme antes de que pudiera aparcar el coche.
-
¿Va todo bien?
-
No, claro que no va todo bien. Ted lleva llorando desde que
te fuiste.
“Mierda. Imbécil, imbécil,
imbécil”.
-
Me da igual lo que haya hecho, no le puedes dejar en un rincón
del salón y largarte – me reprochó. – No se ha movido de ahí en todo el rato,
que lo sepas.
No sabía qué responderle, así que
guardé silencio y me metí rápido en casa.
Ted seguía exactamente en el mismo
lugar en el que le había dejado, pero sus hombros subían y bajaban al ritmo de
sus sollozos, que eran audibles aunque intentase contenerlos.
-
Teddy…
Se congeló al escucharme y creo que
ese fue el punto exacto en el que se me rompió el corazón.
-
Mi enano obediente… Ven, dame un abrazo – le llamé, conmovido
porque realmente se hubiera quedado allí todo ese tiempo. Había tardado una
hora en regresar.
Ted se giró muy despacito y por un
segundo me pareció mucho más joven, como si volviera a tener trece años.
Recorrí en tres zancadas la distancia
que nos separaba y le envolví con los brazos.
-
No llores más, Teddy… Te vas a enfermar, campeón.
Permanecimos así varios segundos, hasta
que él se separó y se frotó la cara.
-
Snif… Tengo que ir al baño… snif… Me hago pis…
-
Ve, cariño, ve. Te espero aquí, ¿vale?
Ted salió disparado y yo me senté en el sofá, y enredé
los dedos entre mi pelo. Había sido muy bruto con él. Le esperé con una
horrible sensación de vacío y cuando volvió le indiqué que se sentara a mi
lado. Cuando le tuve cerca le volví a abrazar. Se había lavado la cara y ya no
lloraba, pero sus ojos seguían rojos y húmedos, con lágrimas contenidas.
-
No sé por dónde empezar, hijo. Lo siento mucho. Para empezar,
siento haberte gritado y haberte tratado así, hasta hacerte estallar…
-
Yo también siento haberte gritado – me interrumpió. – Y
haberte empujado.
-
Sabía que algo no estaba bien, no tendría que haber
presionado – insistí. – Ni haberte regañado frente a tus hermanos… Ni dejarte
así, mi vida – le acaricié. – Y siento muchísimo lo que esos chicos te
hicieron. El director me enseñó un vídeo.
Ted se encogió y me dedicó una mirada horrorizada.
-
¿Lo viste? – gimoteó. – Soy un cobarde.
-
¡No, nada de eso! ¡Eran cuatro contra ti solo!
-
Me paralicé. Me entró miedo… - me confesó.
Apreté el abrazo y me sentí
afortunado de que compartiera aquello conmigo.
-
Sería normal tener miedo incluso no habiendo vivido todo lo
que tú has vivido recientemente – le aseguré. – Cariño, plantarles cara hubiera
sido una muy mala idea. No voy a darte el típico discurso de que las cosas no
se resuelven a golpes: tienes derecho a defenderte. Siempre os he dicho que la
violencia no se combate con más violencia, pero lo de poner la otra mejilla en
sentido literal mejor se lo dejamos a Jesús. Tú tienes que evitar que te hagan
daño. Sin embargo, a veces, la forma de evitarlo es entender cuándo estamos en
desventaja. Aun así, te enfrentaste todo lo que pudiste.
Ted apoyó la cabeza en mi hombro y
suspiró.
-
Mi pequeño… ¿Por qué no me constaste lo que pasó? Te pregunté
varias veces…
-
Me daba vergüenza – admitió. - Por… todo. La manera en la que
pudieron conmigo y también el hecho de que me engañaron. George me dijo que
había escondido mis cosas en el despacho del entrenador antes de que cerrara
para irse. No aparecían por ningún lado, así que le creí…. Y entré, aun
sabiendo que eso podía meterme en problemas… Lo siento mucho, papá.
-
Hey. Por lo que a mí respecta eso quedó más que saldado
cuando cumpliste una hora de penitencia porque tu padre fue tan burro de irse
sin sacarte de ahí – zanjé, y le di un beso en la frente. Seguramente por eso
se había sentido culpable cuando llamó el director: por haber irrumpido en el
despacho. - ¿Cómo conseguiste entrar?
-
Es una cerradura vieja. Usé el carnet de la biblioteca. Lo he
visto en muchas pelis… y funcionó. Sé que fue una tontería… Pero el entrenador
ya no estaba. ¿A quién se lo podía decir?
-
A mí. Podrías haberme llamado por teléfono.
Ted se hizo pequeñito como para caber
mejor en el sofá y no me respondió.
-
La bolsa está en el coche. No la he sacado porque huele
fatal. O a lo mejor soy yo, que apesto a basura también – murmuró.
-
Eh, no. Nada de eso, ¿me oyes? Por lo único por lo que no me
disculpo del todo es por la palmada que te di. No quiero que te llames basura
nunca más.
-
¿Basurita? – probó.
Que intentara hacer bromas era bueno,
aunque fueran bromas contra sí mismo y contra lo que acababa de decirle. Levanté
la mano en un gesto elocuente e hice ademan de girarle, así, medio tumbado como
estaba.
-
¡No, vale, vale! No lo digo más.
Me puso un puchero sobreactuado,
imitando a los enanos. Mi mocoso. Le quería tanto.
Pasé la mano por detrás de su cuello y le froté la
nuca.
-
Les van a expulsar – le dije. – No van a volver a molestarte
nunca más. Pero si alguien más la toma contigo, necesito que me lo digas,
¿vale? Que no minimices las cosas ni me hagas pensar que son tonterías. Y que
no te calles nada… Sabes que puedes confiar en mí.
-
Sí, pa… Te lo prometo.
Le sonreí, pero luego me puse serio otra vez.
-
¿Te duele algo? Te patearon…
-
Estoy bien. Me molestan un poco las muñecas. Me rocé con la
cuerda al soltarme – me explicó.
Le agarré el brazo con cuidado y se lo examiné. No se
apreciaba nada en su piel oscura, pero siempre había sido más difícil detectar
rozaduras o moratones incipientes en su cuerpo, por su color. Le daría una
crema después.
-
Voy a matarles – murmuré. Me di cuenta demasiado tarde que lo
había dicho en voz alta.
-
No, porque para eso tendrías que irte y no te pienso soltar
por un buen rato – me avisó, agarrando mi camiseta de forma posesiva. Instantes
después, sin embargo, me liberó, aunque no se separó del todo, ni mucho menos.
– Me hicieron la encerrona porque el entrenador dijo que había sido el mejor en
la práctica de hoy.
-
Siempre eres el mejor – respondí, con orgullo. Ted me dedicó
una sonrisa vergonzosa.
-
Tengo ganas de ver a Blaine en el agua. Eso te va a crear un
conflicto – me chinchó. – Tienes que ganártelo, así que debes hacerle la
pelota, pero no puedes decirle que es mejor que yo incluso aunque lo sea, ¿eh?
Me alegré de verle más animado.
-
Nadie está compitiendo aquí…
-
Pá, somos adolescentes. Siempre estamos compitiendo. Pero no
te preocupes, cuando te cases con Holly, le dejaré ganar. Después de todo, seré
el hermano mayor.
Me quedé sin aire y no solo porque de pronto decidiera
usarme de almohada y golpeara mi estómago con su cabeza.
Se quedó ahí por varios minutos y yo me limité a
acariciarle el pelo, mientras buscaba la forma de recuperarme de la aplastante
seguridad con la que había dicho “cuando” y no “si”. Me hizo plantearme si
debía avanzar más rápido en mi relación con Holls, pero pensaría en ello más
adelante. En ese instante, había algo más que quería hablar con Ted.
-
Campeón… ¿me escuchas? – pregunté, porque tenía los ojos
cerrados. Él asintió. – Necesito decirte algo.
Ted se giró un poco hasta quedar bocarriba y, así tumbado, me
miró desde abajo con sus enormes y transparentes ojos castaños.
-
Hubo un tiempo en el que yo también tenía miedo – le dije. –
Miedo de que me volvieran a hacer daño. De sentirme indefenso ante alguien más
fuerte que yo. Aún lo tengo, inconscientemente, cuando alguien me agarra muy
fuerte. Sé por lo que estás pasando y si hay alguien con quien no tienes que
sentirte avergonzado, es conmigo.
Ted
restregó la mejilla contra mi pantalón. Seguí mimándole y saqué el móvil para
pedirle una cita con un psicólogo, maldiciéndome por haber ido postergándolo.
Yo había tenido que superar mis problemas solo, pero él no tenía por qué
hacerlo. Y, aunque me doliera, había cosas en las que con mi ayuda únicamente
no bastaba.
-
MICHAEL’S POV –
Cuanto más confía una persona en ti, peor te sientes por
engañarle. Aidan se había tragado lo del cine tan rápido como Kurt un caramelo.
Además, me dio veinte dólares, para que me comprara la entrada y unas palomitas
y yo no entendía por qué, dado que ya nos daba una cantidad fija de dinero al
mes. Guardé el billete con algo de remordimiento, porque sabía que no lo iba a
utilizar.
Me dije a mí mismo que tampoco estaba haciendo nada malo,
pero en el fondo me sentía como cuando preparaba un gran golpe para Greyson. Me
movía en la misma atmósfera de secretismo, aunque aquella vez era otro hombre
el que tiraba de los hilos.
“Quiero que nos veamos, pero Aidan no se puede enterar” me había escrito Andrew.
Y yo inicialmente había pensado en mandarle a la mierda, pero
sentía demasiada curiosidad al respecto de lo que podía querer.
Apenas me sorprendí de que tuviera mi número. Había
demostrado ser un hombre de muchos recursos. Acordamos un día y un lugar y solo
me quedó encontrar una excusa para Aidan. No fue muy difícil. Era un incrédulo,
o quizá es que estaba cegado por el amor que nos tenía. Me gustó incluirme en
ese “nos”.
Iba a encontrarme con Andrew en una cafetería. Él llegó allí
antes que yo, porque el autobús se retrasó unos minutos. Estaba sentado en una
mesa y había pedido un café. Al menos, esperaba que fuera un café y no un
whisky en taza. Me acerqué a él y me senté enfrente.
-
Has venido – exclamó, a modo de saludo.
-
Dije que lo haría.
Le
observé atentamente. Hacía solo unas pocas semanas desde la última vez que le
había visto y aún así parecía haber envejecido.
-
¿Lo sabe Aidan?
-
No.
-
¿Seguro? – desconfió.
-
No me habría dejado venir.
-
Es sobreprotector, ¿no? – preguntó con una sonrisa.
-
Demasiado – gruñí. - ¿Para eso me has hecho venir?
-
No…
Se
interrumpió cuando se acercó una camarera. Quería saber qué iba a tomar y
respondí que nada, pero Andrew se empeñó en pedirme un café.
-
¿Te gusta el café? – planteó. Asentí y lo pedí con sacarina.
- ¿Sacarina? - se extrañó.
-
Diabetes – musité, como única explicación. – Bueno, ¿para qué
querías verme?
Andrew
se tomó su tiempo y concentró la mirada en su taza antes de responder.
-
Aidan es una persona admirable – comenzó. – Aunque siempre he
sabido que sería un buen hombre, ha superado todas mis expectativas. Pero,
seamos francos, vive en un mundo paralelo. Un mundo donde cree que todos los
problemas se resuelven con amor. Tú y yo sabemos que no es así. Que el
optimismo no siempre lo arregla todo y que desear algo con mucha fuerza no
significa que lo consigas.
Le escuché sin decir nada. Esa era una buena forma de
describir mi forma de pensar… hasta que conocí a Aidan. Gracias a él yo había
conseguido lo que “deseaba con mucha fuerza” desde niño.
-
¿Por qué me sueltas este rollo? – me quejé. Seguía sin
entender qué buscaba de mí.
-
Sé que él es tu familia ahora.
-
Es mi padre – declaré, para dejar ese punto claro.
-
Lo sé. Y por eso quiero que cuides de él. Sé que piensa que
se puede casar con una mujer con once hijos, pero… A veces, su necesidad de
cuidar a los demás es tan grande que no se cuida a sí mismo.
Me
enfurecí. Era la misma condescendencia con la que hablaba Greyson, como si
Aidan fuera una persona frágil y rota.
-
Sabe lo que hace. Y si tanto te preocupas por él, podrías
haber sido un mejor padre – le espeté.
-
Solo ocúpate de que su idealismo no le consuma, ¿de acuerdo?
-
Esto podrá sorprenderte, pero las familias no solo consumen:
también llenan. Y él tiene derecho a elegir quién forma parte de su familia.
Después de pronunciar aquellas palabras, me di cuenta
de dos cosas. La primera, que para ser fiel a lo que yo mismo acababa de
expresar, tenía que apoyar a Aidan si su deseo era formar una familia con
Holly. Y, la segunda, que aquella emboscada de Andrew sonaba ligeramente a
despedida. Me estaba encargando a su hijo, como si supiera que él no iba a
estar para ocuparse.
No pude deshacerme de esa sensación cuando, diez
minutos después, le vi marcharse de la cafetería.
Estaba lejos de casa, como a treinta minutos en bus y
una hora caminando. Se suponía que aún estaba en el cine, así que decidí volver
dando un paseo tranquilo. Tenía muchas cosas en que pensar.
Intenté vislumbrar cómo sería una vida combinada con
los monstruitos de Holly. Se acabó el silencio, eso seguro. Y en lugar de tres
enanos pegajosos de pronto tendría muchos más. Pero los enanos en verdad no
eran un problema. El conflicto podía venir con los grandes. Ufff… Sean tenía
toda la pinta de ser un dolor de muelas.
Tal vez no tuviera que pasar nada de eso. Tal vez
Aidan podía seguir viendo a Holly y nada más. De vez en cuando organizarían
quedadas colectivas, pero cada conejo seguiría en su madriguera. ¿Sería eso
suficiente para papá?
¿Sería lo mejor para mis hermanos? Kurt quería una
madre.
Agh. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? Yo
tendría que estar pensando en el juicio de Greyson. Habían desestimado mis
acusaciones, pero mi expediente todavía no estaba limpio. No habían encontrado
motivos para condenarme, al haber descubierto los embustes de Pistola, pero eso
no significaba que mi nombre hubiera quedado limpio. Eso solo lo lograría si
conseguía que un juez declarase a Greyson culpable de todos sus crímenes.
Me detuve en un parquecito a medio camino y me tumbé
al sol por un rato. El sol del invierno era el mejor: no quemaba como en
verano. Me quedé allí durante tres cuartos de hora, dando pequeñas cabezadas.
Mi futuro era incierto y mi vida no era exactamente la tranquila rutina que uno
esperaría en alguien de mi edad, pero por primera vez en mucho tiempo me sentía
a salvo. Me sentía protegido. Tenía un plan: retomar los estudios, visitar a mi
padre, que Aidan me adoptara. Tenía un lugar al que llamar “mío”.
Finalmente regresé a casa y me encontré a Ted dormido
en el sofá. Miré a mi hermano, tan parecido y tan distinto a mí y sonreí.
-
¡Michael! - exclamó
Hannah.
Ya me había acostumbrado a su efusividad, así que
reaccioné a tiempo para recogerla en mitad del salto de gacela que pegó para
engancharse a mí.
-
Hola, enana. ¿Y tus secuaces?
-
Arriba jugando. No hemos ido al parque porque Tete se portó
mal y papá le regañó y no nos llevó – me explicó, con un puchero.
Miré a Harry, que estaba en uno de los sofás libres en
busca de una explicación mejor. Ted no solía meterse en líos.
-
No sé bien qué pasó – me dijo, con un encogimiento de
hombros.
Tras hacerle una pocas cosquillas a Hannah la dejé en
el suelo y fui a buscar a papá a ver si podía enterarme. No sabía si lo hacía
por cotilla o por la necesidad de saber que Ted también la cagaba de vez en
cuando.
Aidan estaba en la cocina intentando convencer a
Alejandro de que no podía coger una bolsa de patatas porque quedaba poco para
cenar y tenía que ir a ducharse.
-
Hola, Mike – me saludó. - ¿Estuvo bien la peli?
-
Sip. ¿Pasó algo con Ted? La enana me contó a medias.
Aidan suspiró. Pensé que iba a decirme que no era
asunto mío, pero en lugar de eso echó una mirada en dirección al salón, como si
quisiera comprobar que Ted seguía ahí y estaba bien.
-
Después de natación unos chicos le tendieron una trampa. Se
burlaron de él y le ataron a la calefacción con una cuerda. Vuestro hermano lo
ha pasado muy mal – nos relató, a Alejandro y a mí.
-
¿Qué hicieron qué? – gruñí.
Nos dio algunos detalles más y quise partirles la cara
a esos idiotas. Ya una vez le habían lastimado y si no tomé represalias era
porque sus agresores eran viejos conocidos míos. Y porque sabía que si me metía
con ellos podía acabar mal: no eran malos chicos del todo, pero tampoco la
clase de personas con las que quieres iniciar una guerra.
Pero ¿un grupo de críos de instituto? Esos podían
venir de tres en tres, si querían, que yo les iba a enseñar a no meterse con mi
hermano. Alejandro parecía compartir mi opinión.
-
Se van a enterar – bufó.
-
No, nada de eso. No os lo he contado para que vayáis de
justicieros – replicó Aidan. – Ya van a tener lo que merecen, les van a
expulsar.
¿Por aterrorizar y golpear a mi hermano? Oh, no. No
habían tenido lo que se merecían. Ted había sobrevivido a un golpe grave en la
cabeza. Nadie más iba a tocarle nunca.
-
Hablo en serio, chicos – nos advirtió. – No os metáis.
-
Sí, papá – suspiró Alejandro.
Los dos salimos de la cocina para ir a las duchas,
pero, cuando llegamos a las escaleras, le detuve.
-
No lo has dicho en serio, ¿verdad? Aún quieres ir a por esos
tipos – tanteé.
-
Por supuesto.
-
Genial, entonces. Pero será el lunes. Mañana es un día
importante y papá no tiene que sospechar nada, ¿de acuerdo?
-
De acuerdo – respondió y chocamos la mano.
ohhh ya espero con ancias el lio en que se meteran Michael y ALejandro
ResponderBorrarme desespera la personalidad de ted!! y siiii yo tmb muero por saber lo grande que la armaran ale y muchael!! alejandro siempre sera mi favoritooo pliis no tardes taantooo
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