Ansias de Libertad
Capítulo 19
Nota: Aaron es un chico de trece años,
pupilo de Daniel, del grupito de “rebeldones”
Aaron POV
Cuando el pastor Daniel se llevó a
Pablo y a Héctor para castigarlos, todos nos quedamos quietos y callados
esperando a que regresaran.
Cada vez que se llevaban a alguien a
castigar sentía una mezcla de terror y alivio: por un lado sentía cómo se me
subía la adrenalina de pensar que podría haber sido yo el que estuviera por
recibir un doloroso castigo, pero por otro lado sentía un alivio indescriptible
de saber que no era yo, e incluso un poco de curiosidad de que tan fuerte sería
el castigo y que tanto lo soportaría el que lo iba a recibir.
A mí Daniel me parecía un pastor
buena onda, se veía más paciente que el pastor Enrique, pero después de
presionar bastante a Pablo para que nos contara si Daniel era menos estricto, nos
platicó algo avergonzado que Daniel ya lo había castigado y que había sido
bastante duro. Llegamos a la conclusión de que era más difícil de hacer enojar,
pero que cuando se enojaba era igual de malo.
Por eso nos sorprendió cuando Pablo
salió sonriendo aunque sobándose un poco las pompis, pues esperábamos que el
castigo fuera bastante duro.
—¿Qué pasó?—lo increpamos cuando
llegó a nuestro grupito, alejado de los acusones como Benito
—¿No te pegó muy fuerte?
—¿Se le olvidó bajarte los
pantalones?—todos nos reímos y Pablo sonrojándose empujó levemente a Andrés
—No tonto, no me bajó los pantalones
porque no quiso, no porque se le olvidara.
—¿Cómo?
—Seguro que sí se le olvidó
—Qué no, ¡escúchenme!, hasta me pidió
perdón por haberme pegado tan duro el otro día.
—¿Qué? Imposible
—Que mentiroso eres
—¿Qué se volvió loco?
—No, me dijo que había sido tan duro
porque el pastor estaba ahí, pero en serio me pidió perdón, y ahorita casi ni
me pegó.
—Wow!
—¿En serio?
En eso todos nos callamos
instintivamente al ver que regresaba Daniel con Héctor. Pero cuando Héctor se
sentó con nosotros sin ninguna expresión de dolor y comenzó a bromear que su
ficha se quemaba, comprendimos que realmente el castigo había sido muy leve y
que Pablo decía la verdad.
Unas horas más tarde
Estaba jugando Jenga con mi hermano
pequeño cuando escuché a mi madre gritar desde mi cuarto:
—Ay! ¡Dios mío!, Armando, ven a ver
esto.
El grito nos sobresaltó a todos, solo
podía significar una de dos cosas: o mi madre había encontrado un alacrán o una
alimaña parecida, o había encontrado… no quería ni pensar en la posibilidad.
Era imposible. Lo había escondido muy bien.
Mi padre corrió hacia el cuarto,
dispuesto a enfrentar cualquier cosa para salvar a mi madre, pero unos instantes
después escuché su voz:
—¡No puede ser!... ¡Aaron, ven acá inmediatamente!
Yo sentí como se me secaba la boca
del miedo, mientras se me helaba la sangre con la adrenalina. Pero no podía
ignorar esa orden, además de que debía comprobar con mis propios ojos lo que mi
cerebro registraba como inevitable. Me levanté tembloroso, y sin querer tiré la
torre de Jenga con la que habíamos estado jugando, a lo que mi hermano protestó
y yo lo ignoré. Caminé hacia el cuarto,
entré lentamente y sentí que se me paraba el corazón, ahí en el suelo estaba el
recorte. Era un recorte irregular del tamaño de la palma de mi mano, de papel
brillante plastificado, en el que aparecía una mujer delgada y con la piel
bronceada vestida únicamente con un traje de baño de dos piezas color blanco
perfecto.
La había encontrado por azar en una
revista en la sala de espera del consultorio al que iba mi madre para su
tratamiento de pies. La primera vez que la vi no podía dejar de verla, era como
si mis ojos fueran de imán, pero sabía que estaba mal y me había causado culpa.
Pero la segunda vez que fui no pude resistir volver a buscarla, y cuando la
encontré, estuve viéndola y dejando de verla, hasta que finalmente mi
curiosidad pudo más que mi culpa, y decidí llevármela a mi casa. Pero como no
me podía llevar la revista entera a escondidas, corté con la mano el pedazo, rompiendo
un pie de la mujer en el proceso, y escondí el recorte en mi pantalón hasta que,
ya en mi cuarto, lo había puesto debajo del colchón, muy adentro, para evitar
que mi madre lo encontrara al cambiar las sábanas. ¿Qué había salido mal?
El llanto de mi madre me sacó del
trance. Realmente me sentía mal, triste y culpable, pero sobre todo aterrado,
porque estaba seguro de que me pegarían como nunca.
—¿Cómo puede ser que nuestro hijo
tenga pornografia, Armando? —decía mi madre entre sollozos
Mi papá miraba el recorte con la cara
desencajada. Mi hermano se asomó al cuarto y, a pesar de ser menor, percibió la
tensión y se alejó silenciosamente. Mi padre finalmente volteó a verme, y en
ese momento su ira aumentó hasta dejarlo rojo.
—De esta te vas a acordar toda tu
vida, Aaron, para que nunca más se te ocurra estar viendo esas indecensias, y
mucho menos meterlas a esta casa. Voy por la vara. —Dijo dirigiéndose a la
sala. Y mi madre lo siguió llorando y rezando por mi alma.
En ese momento, por instinto de
supervivencia, corrí y cerré la puerta con seguro. Estaba temblando como loco y
realmente sentía que me faltaba el aire. Mi padre regresó unos minutos después
y trató de entrar, pero cuando se dio cuenta que la puerta estaba cerrada con
seguro comenzó a forcejear con la puerta y a gritarme.
—¡Aaron, abre la puerta
inmediatamente, si no quieres que vaya por las llaves!
Pero yo no podía, estaba paralizado,
echo bolita junto a la puerta, no sé ni en qué momento había empezado a llorar,
pero ahora lloraba incontrolablemente y sin nadie que me consolara. Unos
instantes después escuché a mi papá acercarse con las llaves tintineando.
—Ojalá cuando entre te encuentre de
rodillas clamando a Dios misericordia, porque de esta no hay quien te libre.—me
dijo con una voz que me hizo estemecerme y reaccionar, me levanté y mantuve
presionado el botón del seguro, para que mi padre no pudiera abrir con la
llave. Era una técnica que había aprendido con mi hermano.
Mi padre se enfureció todavía más y
comenzó a golpear la puerta con una mano, mientras con la otra forzejeaba con
la chapa. Mientras yo lloraba frenéticamente y me aferraba al botón del seguro,
pero cada segundo me dolían más mis dedos por mantener el seguro y me sentía
más desesperado. Cuando pensé que no iba a aguantar más, recordé esa mañana en
la iglesia, y aferrándome a una última y ridícula opción comencé a rogarle a mi
papá por la puerta.
—Papá, por favor, hablale al pastor
Daniel, por favor.
—¿Pará qué quieres que le hable? ¿Para
que venga a detenerte mientras te doy la corrección? No seas ridículo hijo, eso
lo puede hacer tu madre, abre inmediatamente. —y siguió forcejeando, pero yo no
me rendí
—Papá, por favor, te ruego, háblale.
—¿A él si le vas a hacer caso?
—Sí papá, pero por favor háblale.
—Está bien, para que te diga que
dejes tu rebeldía y te sometas a la corrección de tus padres.
Oí como mi padre dejó de forcejear y le
marcaba desde su celular. Cuando Daniel respondió, mi padre le contó mi maldad
y se quejó de que yo no me dejaba corregir y que había pedido hablar con él. Mi
padre le pidió que me convenciera de recibir la merecida corrección. Unos
momentos después mi papá tocó la puerta.
—Hijo, ya está aquí Daniel, quiere
hablar contigo.
Yo decidí dar un paso de fe, pues al
final no tenía ya más opción. Abrí la puerta y tomé el teléfono de mano de mi
padre.
—Bueno
—Bueno ¿Aaron?
—Sí. Pastor Daniel, por favor, venga
a mi casa, por favor, castígueme usted, no importa que sea duro, pero hágalo
usted. Venga por favor, no me deje solo, tengo miedo. —Le dije rompiendo a
llorar incontrolablemente.
Mi padre me arrebató el celular.
—Perdone, Pastor, de verdad perdóneme.
No sé qué le pasa a mi hijo hoy. Parece que toda la rebeldía se le juntó, pero
ya me encargo yo de sacársela ahora mismo con la vara, conforme a la enseñanza
de la iglesia. Le prometo que no volverá a importunarlo y faltarle al respeto
de esta forma.
Daniel POV
Estaba
poniéndome un short para ir a la alberca porque le había prometido a John, el
hijo del pastor Enrique, que le enseñaría a nadar, cuando sonó mí celular.
Al principio
no identifiqué la voz, pero sonaba algo alterada, y me explicó que su hijo
Aaron tenía un recorte “indecente” en su cuarto y que quería castigarlo pero no
se dejaba.
Traté de
recordar quién era el niño, y me acordé que era de los amigos de Pablo, aunque
no había interactuado demasiado con él. Su padre me dijo que Aaron había rogado
hablar conmigo y me pidió que lo convenciera de recibir la corrección, así que
yo accedí a hablar con él para tratar de entender un poco más el problema.
—Bueno— sonó
una voz temblorosa
—Bueno
¿Aaron?
—Sí. Pastor
Daniel, por favor, venga a mi casa, por favor, castígueme usted, no importa que
sea duro, pero hágalo usted. Venga por favor, no me deje solo, tengo miedo.
Cuando
escuché eso quedé estupefacto, pero conforme pasaban los instantes sentía como
me invadía un coraje enorme contra sus padres, al tiempo que se me aceleraba y
se me estrujaba el corazón al sentirme contagiado por el pánico de Aaron. En
eso escuché a su padre:
—Perdone,
Pastor, de verdad perdóneme. No sé qué le pasa a mi hijo hoy. Parece que toda
la rebeldía se le juntó, pero ya me encargo yo de sacársela ahora mismo con la
vara, conforme a la enseñanza de la iglesia. Le prometo que no volverá a
importunarlo y faltarle al respeto de esta forma.
—¡No! , no
—intervine antes de que fuera demasiado tarde —voy a su casa a hablar
personalmente con Aaron
—Pero no es
necesario, pastor. Ya me encargo yo. —me insistió, algo preocupado, lo que me
sorprendió un poco hasta que comprendí el por qué: Yo ya tenía cierta
autoridad, sobre todo en los temas de los niños, pues era su pastor.
—Voy para
allá, debo hablar con él, y yo mismo lo voy a disciplinar. Lo que si necesito
es que me prepare una vara fresca de 40cm. —le dí las instrucciones y medidas
de la vara para que se distrajera en algo mientras yo llegaba y no se fuera
directo a pegarle a Aaron.
Cuando colgué
volví a cambiarme por un jeans y una camisa de manga corta y después de ponerme
los zapatos me dirigí a la oficina del pastor Enrique para pedirle las llaves
de la camioneta, pero en el camino me encontré a John ya con su short de nadar.
—¿Qué pasó,
Daniel? ¿No venías ya a nadar? Pablo y Benja ya están en la alberca.
—De verdad lo
siento, John. Pero me surgió una emergencia de la iglesia y voy a tener que ir.
—note cómo se decepcionaba, pero también que se resignaba, como estaba
acostumbrado al ser hijo del pastor—hoy vas a tener que nadar con el chaleco
salvavidas, pero te prometo que mañana ya te empiezo a enseñar a nadar. —le
dije revolviendole el cabello.
—Bueno. Pero
¿en serio mañana?
—En serio.
—¿Y si no
cumples?
—Tu papá me
pegará con la vara por mentir—le dije de broma y el de río y se fue a buscar su
chaleco.
Antes de
entrar a la oficina del pastor, toqué la puerta para pedir acceso.
—¿Sí?
—Soy Daniel
—Adelante
Una vez que
entré, le expliqué que el padre de uno de mis niños me había hablado, porque
estaba teniendo problemas para disciplinarlo, y que yo había decidido ir a
solucionarlo.
—Venía a
pedirle si me prestaba la camioneta.
—Claro—me
dijo el pastor dándome las llaves de la camioneta, pero cuando me dirigía a la
puerta me llamó de nuevo.
—¿No olvidas
algo, Daniel?
Yo me detuve
y me giré lentamente, tratando de pensar, ¿Qué me podría estar faltando?
—¿La vara?
—pregunté dubitativo—su padre la va a preparar de acuerdo a mis instrucciones.
—No— me dijo
sonriéndome, como decepcionado, y me pasó una de las muchas Biblias que había
en la oficina.
Una vez en la
camioneta, traté de apurarme para llegar rápido, pero durante el camino me
asaltaron mis pensamientos:
¿No iba a
hacer justamente lo que menos quería? ¿Por qué había aceptado ir a pegarle a
este niño si ni siquiera tenía que hacerlo?
Me dije a mi
mismo que el niño me lo había pedido. Pero ¿eso realmente lo justificaba?
¿estaba el niño en condiciones de pedírmelo, o lo había hecho por el pánico que
sentía en ese momento hacia su padre?
La respuesta
a eso era obvia, pero yo ya me encontraba cerca de la casa del hermano Armando
y tenía que tomar una decisión. Estuve a punto de dar la vuelta y regresarme a
la casa, pero el razonamiento de que mi intervención, aunque no era lo ideal,
podría reducir considerablemente el castigo que el pobre niño enfrentaría, fue
lo que me convenció a continuar.
Al llegar a
su casa ya me esperaban afuera los padres de Aaron, con la vara que les había
pedido en la mano. Yo estacioné la camioneta y caminé hacia la entrada. No
tenía ganas de saludarlos, pero ellos se acercaron a saludarme con gran
deferencia y tuve que corresponder. Noté que estaban tensos y me preocupé por
Aaron, así que entré rápidamente a la casa. El niño no estaba en el comedor ni
en la sala, pero alcancé a escuchar a alguien sollozando en el cuarto de los
niños. Entré sigilosamente al cuarto, y vi que Aaron estaba hincado en el
suelo, acurrucado junto a la puerta, llorando quedito. Así que yo también me
arrodillé a su lado y suavemente me dirigí a él:
—Aaron— pero
en cuanto me escuchó se soltó a llorar más, y yo le tomé de la barbilla para
que me mirará. Su cara estaba húmeda y sus ojos rojos de tanto llorar, pero
además había en ellos ese miedo transformado en dolor. Yo no pude resistir y lo
atraje hacia mí para abrazarlo mientras le decía:
—por favor,
escúchame, estoy aquí para cuidarte, para protegerte, ¿no es lo que los
pastores deben hacer con sus ovejas?
Al principio
Aaron no contribuyó ni se resistió al abrazo, pero poco a poco dejó de llorar
tan fuerte y lanzó sus brazos hacia mí para abrazarse.
—Sí…Snif…
supongo que sí…Snif…Gracias, pastor Daniel…Gracias
Yo me quedé
así unos instantes más, con el niño aferrado a mí calmándose poco a poco. Noté
que sus padres me miraban atónitos desde la puerta, pero no decían nada.
Finalmente me
separé del abrazo de Aaron y lo ayudé a levantarse.
—¿Ya estás
más tranquilo? — le pregunté y el me sonrió levemente, asintiendo entre
lágrimas.
Yo me dirigí
al centro del cuarto, donde yacía el mencionado recorte, y lo tomé.
—¿Así que
este es el causante? — el niño volvió a asentir avergonzado
—¿Tienes más?
— negó con la cabeza y yo me sentí aliviado, pues el castigo no tendría que ser
más fuerte.
—¿Sabes que
te tengo que castigar, verdad? — él asintió con tristeza— Pero antes voy a
hablar con tus padres y a tirar esto— dije refiriéndome al recorte “indecente”.
Salí de su
cuarto y les pedí a sus padres que me acompañaran a la sala. Una vez que nos
sentamos el padre de Aaron comenzó a hablar inmediatamente:
—Pastor, no
sabes cuanto lo siento. Me muero de la vergüenza de que tuvo que ver las
indecencias que mi hijo tenía, además de que le estamos haciendo perder su
tiempo.
—No, no, hermano,
escúcheme por favor— lo interrumpí antes de que siguiera disculpándose por lo
que no era importante. — Las almas de estos niños son mi responsabilidad y
nunca va a ser una pérdida de tiempo atenderlos, y mucho menos cuándo ellos me
lo pidan, ¿o no recuerdan el versículo de la Biblia de: “al que a mí viene, no
le echo fuera”? Y respecto al recorte, aunque no estuvo bien, deben entender
que es un niño, y es normal que sienta curiosidad y que cometas errores de vez
en cuando. — Noté que sus padres me escuchaban aliviados. — y es nuestra
responsabilidad, de ustedes como pare y mía como pastor, enseñarles y
corregirlos cuando sea necesario, para llevarlos al mejor camino, el de nuestra
iglesia de los elegidos.
Hice una
pausa y después continué en un tono un poco más serio
—Lo que no
está bien, es que el niño tenga pánico de sus padres. — noté cómo su expresión
volvía a mostrarse preocupada. —Hermano dime una cosa ¿ibas a castigar a tu
hijo de manera justa, por enseñanza, o lo ibas a castigar enojado, por coraje
de que te avergonzara ante Dios y ante los demás elegidos? ¿ibas a tener
misericordia como Dios la tiene contigo, o ibas a ser despiadado en el castigo?
— Noté como su conciencia lo acusaba y comenzaba a sentirse culpable.
—Perdón,
pastor, tiene razón, creo que me dejé llevar por la ira. — noté algo raro en su
voz y en la forma en la que evitaba mirarme a los ojos, algo que me hizo sentir
bien, que me hizo sentir poderoso. Era miedo.
Un escalofrío
recorrió mi cuerpo cuando me di cuenta del grado de poder que tenía sobre estas
personas, y la forma en la que estaba disfrutando ejercerlo. ¿Pero se lo
merecían, no? Su hijo me había hablado llorando, rogándome que viniera yo a
pegarle, a lastimarlo, del miedo que le tenía a sus padres.
—¿Y qué
pasaría con usted sí Dios lo juzgara con la misma intensidad con la que usted
planeaba juzgar y castigar a su hijo?
—No, pastor,
no quiero ni pensarlo. Me condenaría a lo más profundo del infierno. Oh Dios,
¿qué he hecho? — noté que la culpa lo devoraba y su esposa había comenzado a
llorar.
—Exactamente.
Dios le ha confiado lo más valioso, un niño, para que le enseñe sí, la justicia
y la ley de Dios, pero también su misericordia. Y parece que usted no está
haciendo bien su trabajo. — ahora era él quien me miraba con terror, quizás
pensando que le pediría al pastor Enrique que los expulsara de la iglesia de
los elegidos, condenando sus almas por la eternidad. Pero yo me paré y me
acerqué a él, apoyando una mano sobre su hombro.
—¿Ve,
hermano, como todos podemos cometer errores? Si usted y yo los cometemos, su
hijo también lo hará, pues es un niño, y así como la iglesia es misericordiosa
con usted, usted debe serlo con su hijo. — noté que ambos padres respiraron
aliviados.
—Antes de
irme tengo que corregir al niño—dije tomando la vara que había preparado el
hermano Armando y pensando en qué hacer a continuación. Tenía dos opciones:
entrar yo solo a castigar a Aaron, lo que me permitiría darle un castigo más
leve; o castigarlo enfrente de su padre, para enseñarle a hacerlo de una manera
no tan brutal, pero implicaría darle un castigo más fuerte de lo que yo hubiera
querido, pues la falta se consideraba grave.
Opté por la
segunda, así que le pedí a la hermana si podía salir al patio un momento con el
hermanito de Aaron.
—Hermano, voy
a castigar a Aaron aquí en la sala, y quiero que observes, para que veas como
se puede ser justo sin ser brutal. —El hermano asintió y llamó a Aaron.
El niño salió
tímidamente del cuarto, más calmado pero mostrando todavía un rostro de
preocupación.
—El pastor
Daniel te va a corregir, y quiero que le hagas caso y no te pongas difícil—lo
amenazó y él solamente asintió.
Mientras el
se acercaba a mí lentamente, yo me senté en el sillón y puse mis manos sobre
sus hombros.
—¿Sabes por
qué te voy a castigar? —el asintió. —No vuelvas a ver y traer esos recortes
indecentes. Tener curiosidad es normal, pero es mejor que lo hables con tus
padres o con tus pastores, y te vamos a ayudar y guiar, recuerda que el diablo
nos pone muchas tentaciones y debemos ser fuertes como los elegidos que somos,
para resistirlas.
Sin más
preámbulo tomé su short deportivo azul marino de la cintura y se lo bajé hasta
los tobillos. Noté que una lágrima escurría por el ojo del niño, pero no hizo
ningún intento por impedirlo.
—Cuando ya
son un poco más grandecitos, es mejor evitar que se sientan expuestos, pues ese
no es el propósito del castigo—dije dirigiéndome a su padre y jalando al niño
para tumbarlo sobre mis rodillas. Inmediatamente después le bajé sus
calzoncillos grises hasta las rodillas. —estos solo deben estar abajo el menor
tiempo posible durante el castigo, de lo contrario les damos mensajes
contradictorios respecto a la modestia que tratamos de enseñarles.
Yo tomé sus
brazos y se los crucé debajo de su pecho para restringir un poco su
movimientos, después atrapé sus tobillos con mi pierna derecha para evitar que
pataleara durante el castigo y apoyé mi brazo izquierdo sobre su espalda con
fuerza moderada para evotar que se levantara.
Finalmente me
concentré en el castigo. Aunque el niño era algo bronceado, por vivir en la
playa, esta área casi no estaba expuesta al sol y su piel era un poco más
pálida. Tomé la vara y dí el primer azote con una fuerza moderada.
Swish
El niño
emitió un pequeño quejido y se tensó al sentir el dolor, pero no se movió. Yo
esperé unos segundos antes de dejar caer otro varazo
Swish
Esta vez
sentí que empujaba un poco mi brazo izquierdo, tratando involuntariamente de
levantarse, y el quejido fue un poco más fuerte, pero seguía siendo ahogado
pues el niño trataba de mantener la compostura.
Swish sonó
unos segundos después
Los dos primeros
azotes comenzaban a pintarse como una marca rojiza, pero no estaba dejando
moretones.
Swish
El niño trató
de levantarse con un poco más de fuerza y al verse impedido para ello trató de
levantar sus pies, pero estos estaban atrapados también. Logré contenerlo un
poco más, aunque ya tenía trece años y tenía suficiente fuerza para hacerme el
castigo muy complicado de aplicar solo, pero yo no quería involucrar a su
padre.
Swish
Esta vez el
niño exclamó audiblemente de dolor y forcejeó, logrando soltar uno de sus
brazos que intentó llevarse atrás para cubrirse y sobarse, pero yo se lo atrapé
con la misma mano que detenía la vara. Su padre se levantó enojado, pero yo le
hice señas para que se sentara y me dejara continuar solo. El niño en
frustración por no poder aliviar un poco el dolor se soltó a llorar. Y yo decidía hacer una pausa breve.
—Aaron— le
dije suavemente, mientras volvía a poner su brazo libre debajo de su pecho—
estás aguantando muy bien, pero necesito que seas fuerte y aceptes la
corrección. Sabes que hiciste mal. —El asintió llorando y trató de calmarse un
poco.
Swish
En cuanto el
varazo llegó, volvió a intentar forcejear involuntariamente, pero
inmediatamente se controló y solamente aumentó su llanto, mientras me rogaba
que parara.
Swish
Su llanto se
intensificó, y esta vez no logró controlar sus ganas de soltarse y el forcejeo
aumentó. Comenzó a gusanear su trasero hacia la derecha y la izquierda mientras
intentaba soltarse las piernas pataleando.
SWISH
Algo molesto,
dejé caer un varazo fuerte en sus muslos, que lo hizo exclamar de dolor, e
inmediatamente me arrepentí pues la marca roja que se formó terminaba en un
puntito morado donde la punta había golpeado en el extremo superior de su muslo
derecho. Su llanto cambió a uno más quebrado, que me hizo sentir terriblemente
mal. Supuestamente ese era el llanto que se buscaba en la corrección, según las
enseñanzas del pastor Enrique, aquel que denotaba que se había quebrado la
voluntad del niño, pero yo no lo soportaba.
—Aaron— le
dije tan suave como pude— campeón, vamos a hacer una pausa, para que te calmes
¿ok? — no me respondió y siguió llorando lastimosamente. Pero yo la necesitaba
tanto como él. —Solo no te levantes.
Esperé como
medio minuto a que el ritmo de su llanto se calmara. No quería ver las marcas
rojizas, a pesar de que había medido mi fuerza en el castigo, pues no sabía si
sería capaz de seguir, así que mejor miré al frente, hacia su padre, que me
miraba con una mezcla extraña de admiración, respeto, miedo y una pizca de
envidia.
Finalmente,
ya que se había calmado un poco, me acerqué al oído de Aaron y le susurré
—Voy a
continuar, campeón, ya falta muy poco. Te pido que seas fuerte y aguantes hasta
el final.
—Pero duele
mucho— me dijo lastimosamente
—Lo sé,
créeme, a mí también me castigan fuerte cuando hago algo malo. —admití algo
avergonzado, pero no encontraba otra cosa para decirle
Esperé unos
instantes y cuando su llanto aumentó un poquito supe que estaba listo, así que
dejé caer la vara otra vez
Swish
A ello siguió
una nueva exclamación de dolor y el llanto comenzó a aumentar otra vez.
Swish
Esta vez
estaba dejando un poco menos de tiempo entre daca azote, pues yo también quería
acabar ya con esto, porque mi conciencia estaba matándome.
Swish
Noté que
Aaron comenzaba a forcejear otra vez. Pero yo logré mantenerlo en su lugar.
Swish
Mi conflicto
interno evitó que me concentrara en el llanto quebrado que estaba teniendo
Aaron otra vez. Pero me di cuenta de que no iba a poder detenerlo más tiempo, y
no estaba dispuesto a darle otro castigo por “no sujetarse a la corrección”,
como si se pudiera esperar que un niño se dejara golpear sin poner ni siquiera
la más mínima resistencia para protegerse.
Swish Swish
Así que dejé
caer dos azotes rápidamente en la parte baja de sus nalgas, casi en el muslo,
que lo hicieron exclamar de dolor. Yo lo solté inmediatamente y él se llevó las
manos atrás para sobarse frenéticamente, llorando.
Mientras yo
trataba de limpiarme una lágrima que se me estaba escapando con la manga de mi
camisa, dejé que se calmara un poco en mis rodillas, y cuando ya había bajado
su llanto le subí el calzoncillo de la forma más cuidadosa que pude, para luego
ayudarlo a levantarse. En cuanto estuvo de pie, lo abracé y le hice un poco de
masaje en su espalda. Al principio sentí un poco de rechazó, que me dolió
muchísimo, pero unos instantes después me abrazó también, sin dejar de llorar.
Yo traté de consolarlo como pude, hasta que dejó de llorar, y le pasé un
pañuelo desechable de mis bolsillos para que se sonara, mientras le limpiaba
con mis dedos sus lágrimas.
—Vamos a
hacer tu oración— le dije y traté de cargarlo, pero no duré más de dos pasos,
pues pesaba más de lo que había pensado.
—Perdón, jovencito, pero creo que no te voy a aguantar. — Le dije
dejándolo de pie en el suelo. Pero el solamente se río
—No te preocupes, Daniel, yo puedo solo.
Verlo sonreír otra vez me hizo sentir muy aliviado. Entramos a su cuarto
y nos arrodillamos en su cama para que hiciera su oración, en cuanto terminó me
levanté para irme, pero no sin antes preguntarle:
—¿Ya estás bien? ¿Ya me puedo ir?
—SI Daniel, muchas gracias— me dijo sonrojándose un poco— perdóname por
lo del recorte, y por haberte pedido que vengas y por no haberme dejado
corregir.
—Escúchame— le dije en tono serio pero cariñoso— por lo del recorte ya
le pediste perdón a Dios, y por pedirme que viniera no me tienes que pedir
perdón. Recuerda bien esto: siempre que lo necesites, para lo que sea, llámame
o acércate a mí.
¿Cómo era esto posible? Ahora era el niño a quién le había pegado el que
me agradecía y me pedía perdón. SI tenía una plegaria para Dios, era que me
permitiera ayudar a estos niños a salir de la opresión en la que vivían.
—Lo único que sí te pido, es que no le andes contando a tus amiguitos lo
que te dije durante el castigo.
—¿Qué cosa? — me dijo con cara de inocencia, para echarse a reír
inmediatamente después
—¡Si eres…!— le dije girándolo y dándole un nalgada leve de broma—no
quiero que se enteren todos mis chamacos que a su pastor le siguen dejando las
pompis rojas cuando se porta mal.
—Auch— se quejó, riéndose todavía. — Está bien, Daniel, pero entonces me
debes una.
Yo salí del cuarto con una sonrisa, pero me puse serio en cuanto vi a su
padre sentado en la sala. Estaba con los ojos cerrados, orando. Yo esperé, por
respeto a que notara mi presencia y abriera los ojos.
—Hermano, ya me voy, Aaron está en su cuarto, ya hizo su oración de
arrepentimiento y todo está resuelto.
—Gracias, Daniel, de verdad, gracias. Es una bendición enorme que seas
el pastor de nuestros hijos, con esa sabiduría que tienes, ese amor, y esa
justicia. Ahora entiendo porque el pastor Enrique, en su sabiduría heredada del
cielo, te eligió para esto.
Yo no pude evitar sentirme orgulloso, pero tuve que contenerme y
recordarme a mí mismo quién me estaba diciendo estas palabras, era ese ser
totalmente manipulable que hacía un rato estaba dispuesto a golpear
despiadadamente a su hijo.
—Al contrario, hermano, es un placer haber servido de algo.
—¿No gusta quedarse a comer? —Me preguntó emocionado, pero lo que yo
quería era alejarme de él cuanto antes.
—Me encantaría, pero tengo que regresar, además el pastor podría
necesitar la camioneta, me la prestó solo un rato.
—Bueno, cuando quiera, Pastor, ya sabe, esta es su casa.
—Muchas gracias y que Dios los bendiga.
Me despedí de él señor Armando y su familia y me subí a la camioneta.
Pero unas cuadras más adelante volví a estacionarla, y me dejé llevar por todos
los sentimientos que estaba conteniendo, me eché a llorar cuando pensé en la
paliza que le había dado a Aaron, pero trataba de consolarme diciendo que de
esa forma impediría que su padre volviera a sobrepasarse con él cuando lo
castigara. También me eché a reír cuando recordé el miedo en los ojos de
Armando mientras lo regañaba por tratar mal a su hijo, y cuando recordé las
palabras que me dijo al final, sentí felicidad por lo fácil que me estaba
poniendo el pastor ganar influencia para llevar a cabo mi plan, pero también un
poco de preocupación por la responsabilidad que tal nivel de influencia representaba.
Estaba pensando en todo esto, cuando mi celular sonó:
Llamada de Pastor Enrique
—¿Pastor?
—Daniel ¿dónde estás?
—Acabo de salir de casa del hermano Armando ¿por qué?
—¿Todo bien?
—Sí, muy bien.
—Ok. Necesito que traigas la camioneta, tengo una cita con una familia
nueva que está interesada en formar parte de los elegidos.
—Claro que sí, Pastor, llego en 15 minutos
—Perfecto. —y luego de unos momentos de silencio— ¿sabes qué? Quiero que
me acompañes, Daniel. Vamos a ir los dos, así tu puedes hablar con los chicos
mientras nosotros hablamos con los padres. Tu sabes mejor que nadie que el
cambio puede ser especialmente difícil para los hijos, y creo que me puedes
ayudar a hacer ese cambió más llevadero.
—Está bien. Voy para allá. —dije, pues no podía negarme.
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