CAPÍTULO 109: Pecado de pensamiento
Todos en el colegio se habían enterado del chisme:
habían expulsado a George, a Jason, a Eric y a Ben por irrumpir y robar en el
despacho del entrenador y por haberme golpeado. Les habían visto salir del
instituto a primera hora de la mañana, acompañados de sus padres. El cotilleo,
sin embargo, no se terminaba ahí: al parecer, alguien había rayado el coche de
la madre de George, escribiendo “abusón” sobre el capó. Algunos chicos de mi
curso estaban convencidos de que yo había tenido algo que ver y me felicitaban
por haberme vengado.
-
¿Has sido tú? – me preguntó Fred, en un cambio de clase.
-
¡No, claro que no!
-
Sería comprensible – me aseguró.
-
¿Por qué rayos no nos dijiste nada? – me increpó Mike. – Les
habría dado de su propia medicina.
-
Precisamente por eso – repliqué. – No necesito que nadie se
meta en líos por mí. No habrás sido tú el de los rayajos, ¿no?
-
Yo se lo habría hecho al coche de George. Su madre ya tiene
bastante con tener que aguantar a semejante imbécil.
-
Seguramente quien lo hizo se pensó que era su coche y no el
de la familia – dijo Fred. Asentí, porque sonaba lógico.
De pronto, unas manos suaves me taparon los ojos,
mientras un cuerpecito pequeño se subía a mi espalda.
-
¡Ted! – saludó Agustina.
“Que no me diga `chocolatito’ delante
de Mike y Fred” pensé, con espanto. Agus había escogido ese mote cariñoso para mí, pero
me daba vergüenza que lo usara en público.
-
Hola – sonreí, agarrando sus manos tanto para liberarme como
para capturarla a ella.
-
Recibí el ingreso de tu padre por las clases. Fue más de lo
que acordamos – protestó.
-
Tendrás que reclamarle a él – me reí. Agus todavía era muy
tímida con papá, sabía que apenas conseguiría decirle “gracias”.
-
Hiciste trampa – insistió. – Pero ya me ocupé de eso. Como me
pagasteis de más, te he comprado algo – me informó, y entonces me enseñó un
colgante con forma de tableta de chocolate. – Los hace mi prima. Yo tengo uno
igual, pero en blanco. ¡Mira!
-
Oh, colgantes a juego – se burló Mike.
-
Cállate, aguafiestas. ¿Te gusta, chocolatito?
Mike y Fred estallaron en carcajadas y mis mejillas
echaron a arder.
-
¿Chocolatito? ¡Jajajajaja! – exclamó Mike.
Le di un pisotón con toda la fuerza de la que fui
capaz.
-
Yo… esto… Muchas gracias, es muy bonito – respondí, para no
herir los sentimientos de mi novia. Además, el colgante no estaba mal, aunque
en ese momento quisiera esconderlo en el fondo de algún pozo.
-
Ya lo pillo, él el chocolate negro y tú el blanco.
¡Jajajaja!
Al parecer, mi pisotón no había sido
muy efectivo. Intenté darle una colleja, pero Mike me esquivó.
-
Tendrías que haber comprado un chocolate negro y otro con
leche, entonces. Tú no eres tan paliducha. ¿O es que querías hacerme un regalo
a mí también? – continuó burlándose.
-
A veces olvido que los hombres sois gilipollas – refunfuñó
Agus.
-
No todos – me quejé, bajito.
-
Sí, tú también, por no haberme contado lo que te hizo George
– me respondió.
-
Pero te conté la salida con la familia de Holly – alegué, en
mi defensa.
-
Hum.
Me puse el colgante y eso pareció
aplacarla. Mis amigos siguieron tomándome el pelo por un rato, en la puerta de
nuestra siguiente clase, hasta que un avisó por megafonía solicitaba que fuera
al despacho del director.
-
Ugh, Ted. Has estado allí más veces en este año que en toda
tu vida en el colegio – dijo Mike. – Cualquiera diría que el director tiene
fijación por ti. Espero que no le hayas seducido como a Agustina.
-
Calla, loco. Seguramente querrá hablar conmigo de lo del
viernes. Solo habló con mi padre.
Les pedí que me guardaran un sitio y
me dirigí al despacho del director. Me hicieron pasar enseguida.
-
Buenos días, Theodore.
-
Buenos días – contesté.
Me indicó que me sentara con un gesto y le noté
extremadamente serio.
-
Con respecto a lo que sucedió el otro día en el
entrenamiento, quiero que sepas que lo condeno totalmente y ya se ha castigado
a los responsables.
-
Sí, he oído que les han expulsado – dije, sin poder evitar cierto
alivio. No es que me alegrara que echaran a nadie a esas alturas del curso y en
el último año, pero iba a estar mucho más tranquilo sin tener que cruzármeles
por el pasillo.
-
Así es. El vandalismo y las agresiones son cosas que no
toleramos en este colegio – me aseguró. Después le vi dudar un segundo. – Por
eso te he llamado, en realidad. Ted… - empezó, y suspiró, repentinamente
cansado. – Entiendo que necesitaras vengarte. Lo que esos chicos te hicieron
fue horrible. Pero, rayar un coche…
-
¿Qué? Yo no he sido. He oído rumores, pero no tengo nada que
ver.
-
Eres el que más motivos tendría para hacerlo. Y un niño de
primaria afirmó que vio merodeando alrededor del coche a un chico negro…
-
Oh, claro, y resulta que soy el único negro de Oakland,
¿verdad? - dije, sarcásticamente, porque en realidad, según las últimas
estadísticas, éramos mayoría en aquella ciudad.
-
En este barrio y en este colegio no es tan habitual – replicó
el director, con sequedad.
Siguió diciendo algo más, pero apenas
le escuché, porque tuve una especie de flashback. No era la primera vez que me
acusaban de algo que había hecho “un negro”, y en aquella ocasión el
responsable había sido Michael. ¿Podría…? Es decir, ¿tendría mi hermano algo
que ver en todo esto? Me había estado preguntando por los chicos que se metían
conmigo, pero nada fuera de lo común. En seguida me sentí culpable por pensar
mal de él. Aunque no era pensar mal si lo había hecho para defenderme… No, las posibilidades
eran remotas. Como le había dicho al director, había muchos negros en Oakland.
“Pero no tantos con ganas de
llamarle ‘abusón’ a George” me recordó una voz en mi cerebro.
Rayos, todo indicaba que había sido
yo, ¿verdad? Y si yo no había sido, había alguien muy cercano a mí que hubiera
podido sentir deseos de venganza y que además era menos… remilgado… para
aquellas cosas.
“Michael, ¿qué has hecho?”
Me quedé en blanco, sin saber qué decir. Incluso
aunque estuviera seguro de que había sido Michael, no podía delatarle. No solo
por lealtad fraterna, aunque también, sino porque la situación de mi hermano
era demasiado delicada como para que le pusieran una denuncia por vandalismo.
Quería sugerirle al director que mirase a ver si las
cámaras del aparcamiento habían captado algo, pero tenía miedo de descubrir
quién había sido.
-
La verdad, Theodore, tu familia me está dando un año muy
movidito – concluyó el director.
Eso me enfadó un poco, porque la mitad de las cosas
que habían ocurrido no eran culpa nuestra. Ni mi operación, ni lo que había
pasado con Jack, ni lo del chico que se metía con Cole, ni el hombre que se
había intentado llevar a Hannah….
No sé qué espíritu me poseyó -el de Alejandro-
para darle la respuesta que le di:
-
¿Sí? Pues no parece que eso le importe cuando llega final de
mes y recibe diez cuotas, ¿no?
-
¿Qué estás insinuando? Si crees que porque tu padre se deja
mucho dinero voy a pasar por alto lo que has hecho…
El director no pudo continuar. Se había puesto tan
rojo que no descarté que la vena del cuello se le hubiese hinchado tanto que no
le dejara respirar.
-
Yo no he hecho nada.
-
Hay una forma muy sencilla de descubrirlo. Traeremos al chico
que te vio para que diga si fuiste tú – me advirtió, visiblemente furioso.
-
Cuando quiera – gruñí.
“Pista, Ted: cabrear al hombre que te
puede expulsar no parece una buena idea”.
Respiré
hondo mientras el director salía un momento para pedir que avisaran al supuesto
testigo. Aproveché para sacar el teléfono y escribirle un mensaje a Michael.
TED:
Dime por favor que no has rayado un coche en la puerta del colegio…
Me
respondió con un emoji con cremallera en la boca, como indicando que no
soltaría prenda. Aquello fue prácticamente una confirmación. Ay, madre.
El
director regresó y enseguida vino un niño de la edad de Cole o como mucho un
año mayor.
-
¿Es este el chico que viste, Rob?
El
niño, bastante incómodo, negó con la cabeza. En pocos segundos las facciones
del director mostraron sorpresa, vergüenza y frustración.
-
¿Seguro?
-
Sí, señor, él es Ted, el capitán del equipo de natación de
los mayores. Él no ha sido – repuso el niño.
Le
sonreí, agradecido, y suspiré. ¿Existiría alguna grabación que delatara a
Michael o podíamos darnos por salvados?
-
MICHAEL’S POV –
El
fin de semana había pasado y había llegado el momento de que Alejandro y yo
llevásemos a cabo un asuntillo pendiente: darle una lección a los imbéciles que
se habían metido con nuestro hermano. El domingo por la noche, habíamos
discutido posibles cursos de acción, pero él me hizo ver que no íbamos a tener
muchas opciones, puesto que era probable que, si les expulsaban, se marchasen
pronto del colegio. Teníamos que actuar rápido.
Así
pues, el lunes por la mañana Alejandro cogió uno de los botes de Cola-cao de la
cocina. Yo había insistido en que era mejor utilizar mierda de perro o, en su
defecto, la de la cajita de arena de Leo, pero él decía que eso era demasiado
asqueroso. Metió el bote en la mochila y nos marchamos con los demás. Era una
suerte que papá hubiese comprado tres botes pequeños en lugar de uno grande,
como solía, porque ese no hubiera cabido en la mochila.
Hay
muchas ocasiones en la vida para las cuales tener once hermanos resulta muy
útil. Una de ellas es cuando quieres que tu padre no se fije demasiado en ti.
Mientras Aidan despedía a los enanos con un beso y un abrazo, Alejandro sacó de
su mochila el bote de Cola-cao, junto con una botella de agua y una cuchara. Lo
dejó todo detrás de un árbol, para que yo pudiera cogerlo luego, y me señaló a
dos de los imbéciles que se habían metido con Ted. A los otros dos no pudimos
verlos llegar.
-
Ese es George – me informó. – Está entrando con su madre,
debe de haberla citado el director.
-
¿Ese es su coche? – pregunté.
-
Debe serlo – se encogió de hombros. – Y ese es Eric. Él ha
venido en bici, mira.
Asentí,
tomando nota de los dos chicos y, sobre todo, de sus vehículos.
Papá
hizo que mis hermanos entraran a clases y se preparó para llevar a Dylan a su
colegio. Yo le pedí si me podía volver andando y él se extrañó, pero no puso
objeciones.
-
Creo que te hago pasar demasiado tiempo en casa sentado con
los libros – se reprochó. - ¿Te gustaría apuntarte al gimnasio? Antes yo iba
por las mañanas. Lo dejé por falta de tiempo, pero tal vez pueda sacar un rato
y vamos juntos, ¿qué dices?
Me sorprendí ante el ofrecimiento.
-
¿Tantas ganas tienes de que te deje en ridículo o es que
quieres ponerte más fuerte para tu novia? – le chinché.
-
Pero mira el mocoso qué creído se lo tiene. Veremos a ver
quién deja en ridículo a quién – resopló. – Entonces, ¿te apetecería?
-
Sí, suena bien – le sonreí y me devolvió una sonrisa enorme,
que le iluminó el rostro. Después, se marchó con Dylan, pidiéndome que no
tardara demasiado.
Esperé
a que el mogollón de estudiantes se metiera dentro del edificio. Después, cogí
el bote de Cola-Cao y lo mezclé con agua hasta que quedó una masa pastosa y
marrón. Alejandro tenía razón: transmitiría el mismo mensaje que cualquier
posible excremento, pero ahorrándome los malos olores. Fui hacia la bici del
tal Eric y embadurné el sillín con la mezcla. Después me acerqué al coche de
George y manché con ella los retrovisores. Asegurándome de que nadie miraba, y
de que no había cámaras apuntando en esa dirección, saqué mis llaves para el
toque final: escribí “abusón” sobre el capó, poniendo sobre cada una de las
letras toda la rabia que sentía por lo que le habían hecho pasar a Ted. Suerte
tenían de que les fueran a expulsar o sino en vez de con el coche la habría
tomado con su estúpida cara de matón. A
ver qué tal le sentaba un ojo morado al cobarde que había atado a mi hermano
para poder golpearle.
Me
alejé un poco, pero no me fui del todo: quería ver la cara de aquellos
imbéciles cuando se encontraran con mis regalitos. El primero en salir fue
Eric, y la plasta de Cola-cao aún estaba fresca, así que se pensó que era otra
cosa y puso una mueca, soltó un taco, y pateó la bicicleta. Sonreí. Su padre no
estaba demasiado lejos y le ayudó a limpiarla, aunque la tensión entre ambos
era evidente. Me pregunté cómo reaccionaría Aidan si expulsaban a alguno de sus
hijos, pero en realidad no necesitaba preguntármelo porque ya lo sabía.
George
salió poco después y su madre se fijó enseguida en la palabra que había rayado
sobre su coche. Empezó a increpar a su hijo y se metieron en el vehículo
todavía discutiendo, solo para descubrir que los espejos estaban sucios. La
madre salió furiosa del coche, sacó un pañuelo y le ordenó a George que los
limpiara. Me hubiera gustado estar más cerca para entender bien lo que decían,
pero no me quería arriesgar.
George
y su madre se quedaron allí discutiendo por un rato y luego les vi volver a
entrar al colegio. Finalmente, decidí
volver a casa, sintiendo que había entregado un poco de justicia divina.
Papá
ya estaba allí cuando llegué.
-
Has tardado mucho, campeón. Estaba a punto de llamarte al
móvil.
-
Pe-perdón. Me entretuve por el camino.
-
Está bien, no te preocupes. ¿Pasaste frío?
Negué
con la cabeza, conmovido como siempre que se preocupaba por mí. Me sentí
culpable por mentirle, pero había sido por una buena causa.
Papá
me dejó sentarme un rato a ver la tele, pero a la media hora vino cargado con
los libros y la apagó con el mando. Suspiré.
-
Estuve hablando con Holly y creo que he estado enfocando mal
esto. Ella enseñó a sus hijos en casa por mucho tiempo, ¿sabes? Y me he dado
cuenta de que tenerte horas estudiando por tu cuenta no sirve de mucho. No es
cuestión de que me preguntes cuando tengas dudas: creo que debería planificar
una serie de explicaciones y actividades.
Le miré con horror. ¿Pero la otra para qué tenía que
darle ideas? Papá captó mi expresión porque me sonrió comprensivamente.
-
No es tan malo como suena. De hecho… Pensé esto anoche – me
dijo y para mi sorpresa sacó un pequeño maletín de entre el montón de libros. –
Es el kit de ciencia de Dylan. En biología te quedaste por los órganos y
sistemas del cuerpo humano, ¿verdad?
Asentí. El último día había estado empollándome el sistema
circulatorio.
-
¿Te gustaría ver un trozo de piel al microscopio? – me
preguntó.
Parpadeé.
Eso no sonaba tan mal. De hecho, me daba mucha curiosidad. De niño, nunca había
podido tener esa clase de juguetes y creo que Aidan lo sabía. Aidan era
consciente de todas las cosas que no había podido hacer de más pequeño, de
todas las cosas “normales” que desconocía y que me avergonzaban, como cuando no
sabía qué era un león marino. Estaba bastante avanzado en literatura porque
había leído bibliotecas enteras, pero en otras materias, como en ciencias,
desconocía los aspectos más básicos. Leyendo se aprende mucho y además sí había
estado escolarizado bastantes años, así que tampoco era un ignorante. Pero
precisamente sobre el cuerpo humano tenía muchas dudas sin resolver.
Me
noté de un humor repentinamente sensible, al ver aquello como una muestra más
de lo mucho que mi vida había cambiado, gracias a Aidan. Se esforzaba tanto por
hacerme feliz…
“Sí,
y tú a cambio le das problemas todo el día y le mientes” me reprochó mi cerebro. Lo
silencié mientras sacaba el microscopio de maletín que había traído papá.
Me
sonrió, al ver que aprobaba su idea. Sacó varios objetos, y me pidió que le
diera la mano. Raspó el dorso con una pequeña cuchilla de metal, sin cortarme,
sino tan solo retirando la piel muerta.
-
¿Tu piel se verá igual
que la mía? – pregunté, reparando en el contraste entre los colores de nuestras
dos manos.
-
No lo sé. Vamos a comprobarlo, ¿no? – me dijo, aunque creo
que sí lo sabía, pero no quería arruinarme la sorpresa. Se raspó a sí mismo y
colocó lo fragmentos entre dos placas de cristal que después puso bajo el
microscopio.
Acerqué
el ojo a la mira y papá lo graduó por mí.
-
Vamos a ir aumentando poco a poco – me sugirió. – Es una
lente bastante buena, Dylan quería un microscopio “de verdad”.
En los primeros aumentos, mi muestra si se
diferenciaba con la de papá. Pero cuando fuimos acercándolo más y más, nuestras
células se me hicieron idénticas. Por alguna razón aquello me gustó mucho, como
si fuera un símbolo de que nos parecíamos por dentro, aunque por fuera fuéramos
distintos.
Estuve un buen rato observando y después papá empezó a
hacer comentarios y a señalarme cosas que venían en el libro de texto. Me
explicó que la piel era un órgano y cuáles eran sus partes. Tratamos de ver
algunas de ellas bajo el microscopio. Después puso un dedo bajo la lente para
que observara un trozo de tejido “vivo”. Me contó las funciones de la piel y
que pertenecía al sistema tegumentario.
Observamos también un pelo e incluso se pinchó con una
aguja para que pudiera mirar una gota de sangre. Me dio grima, pero me aseguró
que no le importaba, y que se había pinchado muchas veces al coser. Quise
pincharme yo también para mirar nuestra sangre. Era exactamente igual. Con
máquinas profesionales, supongo que se podría analizar nuestro ADN y no
coincidiría, pero a nivel biológico era lo mismo. Éramos lo mismo.
Antes
de que me diera cuenta, había pasado una hora y media. Fue entonces cuando me
llegó un mensaje de Ted preguntándome por el rayajo del coche. Me preocupé un poco,
pero en su colegio no tenían forma de saber que había sido yo. Las cámaras no
me habían enfocado, me había asegurado de eso. Greyson me había entrenado para
tomar esa clase de precauciones.
-
Tengo que ir a sacar los platos del lavavajillas. Seguiremos
otro día, ¿vale? – me dijo Aidan. – Ahora repásate estas páginas del libro.
Asentí,
con poco entusiasmo, y él me acarició la nuca.
-
Pondremos una cebolla en remojo. En unos días, podremos
usarla para ver las fases de la mitosis – añadió, como para prometerme que
volveríamos a usar el microscopio.
Volví
a asentir, pero suspiré. Ahí estaba de nuevo, esa punzada de culpa. Aidan era
muy bueno conmigo.
Intenté
concentrarme en el libro, pero no podía.
“Pero,
¿por qué me siento tan mal? Si no hice nada tan horrible. Rayé un coche, ya ves
tú. Ese cabrón se lo merecía” pensé.
“Sí,
pero Aidan te dijo específicamente que no te metieras. Además, creo que él
tendrá una opinión diferente acerca de si fue o no tan horrible…”
-
AIDAN’S POV –
A
Michael le encantó la actividad con el microscopio y me apunté mentalmente
darle las gracias a Holly por la sugerencia de participar más activamente en el
repaso de mi hijo. Me dijo que, aunque no a todo el mundo le gusta estudiar, a
todo el mundo le gusta aprender. Solo hay que buscar la manera de hacerlo
interesante para cada persona.
Sentí
tener que cortarlo, pero necesitaba ocuparme de las tareas domésticas y debía
aprovechar mientras mis peques estaban en el cole para avanzar algo con la
nueva historia, o los de la editorial me iban a crujir.
“Qué
raro. Creí que había comprado más Colca-cao” pensé, cuando vi uno de los
armaritos de la cocina.
Guardé
los platos, puse una lavadora e iba a irme al ordenador cuando me fijé en que
Michael estaba teniendo problemas para concentrarse. Miraba al infinito en
lugar de al libro con expresión de estar a años luz de allí. Pobre. Para él no
era fácil volver a estudiar. Estaba el asunto, además, de que no sabíamos en
qué curso le iban a poner. No podía estudiar con menores de dieciséis años, según
la ley, así que sus opciones eran entrar en el curso de Alejandro el año
siguiente o ir a una escuela para adultos si le ponían en un grado inferior. Me
parecía mejor que estudiara con su hermano, aunque tuviera compañeros más
pequeños que él, y creo que Michael pensaba igual. Pero para eso tenía que
pasar un examen que demostrara que tenía el nivel necesario.
Iba
a acercarme a darle ánimos cuando sonó el teléfono de casa.
-
¿Dígame? – pregunté al descolgar.
-
Buenos días. ¿Es usted el señor Whitemore? Soy la madre de
George Evans.
-
Sí, soy yo – respondí, antes de caer en la cuenta de quien
era “George”. Contuve un gruñido al entender que era uno de los chicos que
habían agredido a Ted. No sé cómo esa mujer había conseguido mi número, pero le
iba a decir unas cuantas cosas…
-
Llamaba para disculparme por el comportamiento de mi hijo. He
estado en el colegio y he visto las imágenes… Fue difícil de ver para mí, no
imagino para usted.
No
respondí. No sabía qué decir.
-
Además, sé que Ted fue operado recientemente y yo… Si le
hubiera pasado algo…
-
Ted está bien – dije al final, porque la voz de aquella mujer
sonó de veras afectada y me di cuenta de que no podía culparla (al menos, no
totalmente) por las acciones de su hijo.
-
Menos mal. A George le han expulsado, pero si usted lo
permite haré que vaya a su casa para disculparse con Ted.
-
No creo que sea lo mejor – respondí. Sabía que Ted no quería
volver a verle. Había estado bastante intranquilo el domingo, por la
posibilidad de que no les expulsaran y tener que enfrentarles de nuevo.
-
Lo entiendo… También entiendo que el chico quisiera venganza
y, aunque inicialmente me disgusté, voy a llamar al colegio para que lo dejen
estar y por supuesto no voy a poner ninguna denuncia. Un coche rayado y sucio
es un mal menor al lado de lo que Ted ha tenido que soportar…
-
¿Cómo dice? – me extrañé.
-
Le vuelvo a pedir disculpas y, por si sirve de algo, George
también lo lamenta. Es consciente de lo mucho que ha cruzado la línea. Siempre
ha tenido cierta rivalidad con Ted, por la natación, pero esto…
Ah, por eso tenía mi número, claro.
Los campeonatos.
-
Disculpas aceptadas, señora Evans. No voy a decir que son
cosas de chicos, porque mi hijo lo ha pasado bastante mal, pero sí entiendo que
a veces se cometen errores y solo queda aprender de ellos. Espero que George
recapacite después de esto.
Nos despedimos y colgué el teléfono,
bastante extrañado por la llamada en sí y por algunas de las cosas que había
dicho.
-
¿Quién era? – preguntó Michael.
-
La madre de uno de los chicos que se metieron con Ted – le
dije y me senté en el sofá, mientras pensaba. – Quería disculparse.
-
Humpf.
-
Parecía convencida de que tu hermano había rayado su coche –
continué. Al ver cómo su expresión se convertía en una de horror, añadí: – No te preocupes, sé que él no lo hizo. No
solo porque le vi entrar en clase, sino porque nunca más voy a cometer el error
de sospechar de Ted cuando mi instinto me dice que él no haría algo así.
Sacudí la cabeza y cogí el libro de Biología para ver
si Michael había avanzado.
-
Papá… - susurró, lastimeramente.
-
Lo sé, cariño. Sé que te cuesta estudiar todos los días y
quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti por lo bien que lo estás
haciendo.
Michael se mordió el labio.
-
Papá… - repitió, más angustiado aquella vez.
Le observé con preocupación.
-
¿Qué ocurre, campeón?
-
Mmm.
-
¿Michael? – pregunté. Parecía tener alguna clase de conflicto
interno.
-
Agh, no me puedo creer que Kurt sea más valiente que yo.
-
¿Mas valiente que tú? No te sigo, hijo.
Respiró hondo y juntó ambas manos en su regazo.
-
Es posible, quizás, en cierta medida que… Es decir, yo…
Reconocí algunas señales en su lenguaje corporal y en
el brillo de sus ojos. Me quedó claro que se sentía culpable por algo. Esperé,
pero pasaron los segundos y no dijo nada más.
-
¿Estás en líos? – le
ayudé, como si fuera uno de los pequeños, y es que en verdad se veía muy
vulnerable en ese momento.
Michael dudó unos segundos y luego asintió.
-
¿Por qué?
Silencio.
-
¿Te ha comido la lengua Leo? – planteé, conteniendo una
sonrisa por lo adorable que se veía con esa carita de cachorro regañado.
Me divertí unos momentos más con su expresión
atormentada, y luego me puse serio, intentando averiguar qué podía haber hecho.
-
¿Pasó algo en tu paseo cuando volviste del colegio? –
interrogué. – Campeón, sea lo que sea, puedes decírmelo. Aunque te regañe,
siempre te voy a perdonar. Además, tendré en cuenta que estás siendo honesto
conmigo.
Michael desvió la mirada y no me respondió. Quizá era
el momento de pasar a métodos más agresivos.
-
Michael Donahow Whitemore, si has hecho algo que no deberías
será mejor que confieses en este instante.
Abrió la boca, sorprendido.
-
No me puedes regañar si no sabes lo que hice – objetó.
A duras penas aguanté una sonrisa.
¿Era consciente de que sonaba como alguien mucho menor?
-
Siempre puedo asumir, lo cual puede acabar siendo peor para
ti – le informé.
Me miró fijamente y se encogió.
-
¿No me lo dices? Está bien, entonces pensaré lo peor.
-
¿Qué es lo peor que podría hacer? – preguntó, con curiosidad.
Lo medité por encima, no buscaba darle una respuesta
sincera, sino una exagerada que le hiciera ver que lo que sea que hubiese hecho
no podía ser tan malo. La primera frase que me salía era “robar un banco”, pero
dada su historia eso podía abrir viejas heridas. Recé porque no se tratara de
nada relacionado con eso. El no saber me estaba empezando a inquietar.
-
Conducir borracho y sin carnet, saltar un edificio de quince
metros sin arneses ni redes de protección… - enumeré, gruñendo ligeramente al
recordar la brillante idea de Blaine.
-
No es nada de eso – me aseguró. - ¿Qué es lo siguiente peor?
-
Michael, me puedo tirar aquí toda la mañana diciéndote cosas
que no has hecho, pero todo sería mucho más rápido si me dijeras de una vez lo
que sí hiciste – declaré, en tono firme, cansado de alagar aquello de forma
innecesaria.
-
Yo… Alejandro y yo planeamos… Pero yo fui el que… Yo rayé el
coche de ese chico, y lo llené de Cola-cao, y la bici del otro tipo también.
-
¿Rayaste el coche de la madre de George? – inquirí,
entendiendo por fin.
-
Solo un poco…
-
¿¡Solo un poco!? – exclamé, indignado ante una excusa tan
pobre.
-
¡Teníamos que hacerle pagar por lo que le hizo a Ted! –
protestó.
-
¿Teníamos? – recordé lo que había dicho antes. - ¿Alejandro
te ayudó?
-
Él diseñó conmigo el plan, pero yo fui quien lo hice todo así
que no le vayas a regañar – me advirtió. Alcé una ceja ante su tono mandatorio.
-
¿Qué os dije, Michael? ¿No os dije que lo dejarais estar? ¡Ya
les han expulsado!
-
Eso no es suficiente – se quejó. - ¡Y no fue para tanto!
¡Solo escribí “abusón” con las llaves! Para que todo el mundo sepa lo que es.
Debería haberle atado, así sabría lo que se siente…
Mi incipiente enfado se congeló por
unos instantes.
-
¿A ti te lo han hecho alguna vez? – pregunté, suavemente.
-
En un reformatorio, mis compañeros de celda – musitó. –
Golpearon a Ted, papá. Eran cuatro contra uno y abusaron de él.
Suspiré.
-
Lo sé, campeón. Entiendo tu rabia. Pero con la venganza no se
consigue nada. Ya hablamos sobre eso una vez – le regañé, acordándome de cuando
él y Ted se escaparon a los barrios bajos. – Las cosas no se resuelven así,
hijo. Viviríamos en una jungla salvaje, si no, ojo por ojo y diente por diente.
Michael bufó y decidí ser más contundente.
-
Rayar un coche no es ninguna tontería. Es un delito.
-
Oh, vamos, papá…
-
Un delito menor, pero aún así un delito – insistí. – Aquí
estamos luchando por demostrar tu inocencia en todo lo que Greyson te obligó a
hacer y tú te metes en más problemas con la justicia.
-
¡No me metí en ningún problema, nadie se enteró! ¡No tengo la
culpa de cómo tu padre me jodiera la vida!
Me paralicé. ¿Me estaba echando en casa que Greyson
era mi… mi padre? ¿Tal vez me guardaba algún tipo de rencor por ello?
Michael abrió mucho los ojos, como dándose cuenta de
lo que acababa de decir.
-
Papá… no quise… Tú no tienes la culpa de nada.
Suspiré y me pincé el puente de la nariz con dos
dedos.
-
Michael… Sé que una parte de ti cree que hizo una buena
acción, pero otra no debe estar tan segura o no te habrías sentido culpable. Me
gustaría poder hacerte entender que no puedes destrozar la propiedad ajena solo
porque una persona haga algo que te moleste, por grave que sea ese algo.
-
Era mejor que liarse a golpes… - se defendió.
-
Eso también está descartado. ¿Por qué no me lo cuentas todo
desde el principio?
Así, Michael me relató que Alejandro y él habían
buscado diversas formas de atacar a esos chicos, pero no lo tenían fácil porque
solo estaban seguros de que iban a estar a primera hora en el colegio. Por eso,
finalmente se habían decantado con tomarla con sus coches, pero Michael solo
había tenido acceso al de George – en realidad, de su madre – y a la bici de
otro chico. No me pude creer el nivel de infantilismo cuando me dijo que untó
Cola-cao como si fuera… mierda.
Cuando acabó, suspiré, y me froté la
frente. Me enfurecía que pusiera en peligro su libertad de esa manera. ¿Y si le
hubieran visto y le hubieran detenido? ¿Y si el juez que estaba estudiando sus
viejas causas decidiera que ese nuevo delito era una señal de que Michael sí
era un delincuente?
La parte de mí que estaba furiosa por
lo que le habían hecho a Ted quería justificarle. Pero otra parte -la que
también quería proteger a Michael de todo mal- sabía que tenía que enseñarle
que NINGÚN delito merece la pena.
Lo que más rabia me daba es que Michael parecía sentir
el haber actuado a mis espaldas, cuando le había dicho que no fuera tras ellos,
pero no lamentaba en absoluto haber vandalizado ese coche.
-
Sube a mi habitación – le ordené al final.
-
¿Qué? Pero… Aidan… ¿no puedes castigarme sin ordenador o algo
así? – protestó.
-
Es papá para ti – le recordé. – No puedes cambiar la forma de
llamarme para intentar convencerme de algo. Además, no va a funcionar. Sube.
Michael gruñó y golpeó el sofá, pero me hizo caso. Fui
a cocina a beber un de agua antes de subir con él, para darle a él tiempo de
calmarse y a mí tiempo para pensar.
Estaba sentado sobre mi cama con los brazos cruzados,
aparentando unos ocho años menos de los que tenía. Era muy cómico ver a alguien
con cuerpo de adulto enfurruñándose como un niño, pero sabía que no sería bien
recibido si lo decía en voz alta.
-
Para que conste, agradezco que tengas instintos protectores
con tu hermano y también estoy orgulloso de ti por habérmelo confesado. No
habría tenido forma de saberlo si no – empecé. Eso le hizo revolverse en su
asiento y descruzar un poco los brazos.
-
Prácticamente me tuviste que tirar de la lengua.
-
Confesar nunca es fácil – le sonreí. – Especialmente cuando
sabes que te puede meter en un problema con tu padre. Estabas avisado sobre no
ir a por esos chicos.
-
No podías esperar que te hiciéramos caso… Eres muy ingenuo si
creíste que lo íbamos a dejar estar – afirmó.
-
Siempre esperaré lo mejor de mis hijos, porque sé de todo lo
bueno de lo que son capaces – le respondí.
Michael abrió la boca y luego la cerró. Alentado por
ese pequeño triunfo, proseguí:
-
Hijo… Sé que has vivido demasiado tiempo bajo la ley del más
fuerte. La ley de “el que la hace la paga”, en el sentido más cruel de la
expresión. Que has aprendido que, si te dan un puñetazo, debes devolver otro más
fuerte. Pero en todo este tiempo conmigo, ¿no has visto que hay más opciones?
Claro que esos chicos merecían un castigo, y yo también creo que con solo la
expulsión no es suficiente, pero eso ya depende de sus padres. Ni tú ni yo
somos imparciales en esto, porque estamos indignados por lo que le hicieron a
Ted, pero por eso mismo no debemos tomarnos la justicia por nuestra mano. Hay
una forma correcta de hacer las cosas, Michael, y a veces es mucho, mucho más
complicada que la forma en la que queremos hacerlas. A veces tenemos que
tragarnos el enfado y la rabia, y aceptar que con dolor no se combate el dolor.
Michael hundió los hombros y asintió
casi imperceptiblemente. Le sonreí, feliz porque comprendiera, pero después me
puse serio de nuevo.
-
Siempre habrá consecuencias cuando agredas a otra persona,
hijo, pero no es lo mismo hacerlo en defensa propia que por venganza. El sábado
fui muy, muy suave con Madie por su pelea con Sean por ese mismo motivo, porque
tuve en cuenta quién dio el primer golpe.
-
Y porque es tu princesa – se burló.
Se me escapó una media sonrisa y no
pude contenerla.
-
Y porque es mi princesa – accedí. – Sin embargo, tú eres mi
cachorrito. Y nada me gustaría más que dejarlo pasar, o ser suave contigo
también, pero lo que hiciste fue un delito, Michael. Y necesito que te grabes
esa palabra a fuego. Nadie mejor que tú entiende las consecuencias de romper la
ley, y quiero evitarte esas consecuencias para siempre – declaré. – Más que
eso, quiero evitar que te conviertas en la clase de persona para la que el fin
justifica los medios. Hoy rayas un coche porque alguien se metió con tu
hermano; mañana lo abollas con un bate de beisbol porque aparcaron en tu plaza.
Quiero que te entre en la cabeza, y, si es posible en el corazón, que de la furia
no nace nada bueno. Nunca. No eres un matón de barrio para ir destrozando
propiedades ajenas como lección o como aviso.
Le dejé tiempo para que absorbiera
mis palabras. Noté cómo le escocían, cómo quería rechazarlas, pero también vi
cómo, finalmente, las aceptaba, con un suspiro. Me senté a su lado y le rodeé
con un brazo.
-
¿Lo entiendes? ¿Entiendes que, aunque al hacerlo una parte de
ti se sintiera bien, estuvo mal?
Michael asintió de nuevo y me miró
como el reo que está esperando a que su verdugo descargue el hacha.
-
Te dije que si eras honesto conmigo lo tendría en cuenta, así
que podrás conservar los pantalones.
-
Demos gracias a su Misericordiosa Majestad… - replicó, con
ironía.
-
Si te vas a poner irrespetuoso entonces se van abajo – le
advertí.
-
¡No!
-
Pues compórtate – le recomendé. – Levántate.
Michael se puso de pie con un
resoplido y después dejó que le tumbara sobre mis piernas.
-
¿Qué tienes aquí? – le pregunté, tocando el bolsillo trasero
de su pantalón.
-
Nada – barbotó y metió la mano para sacar una cucharilla.
Miré el objeto con confusión, hasta que lo entendí.
-
Excrementos falsos, hijo. Que no tienes ocho años…
-
¿Hubieras preferido mierda de verdad?
-
Hubiera preferido que actuaras como el hombrecito maduro que
se supone que eres.
-
Si soy un hombrecito maduro, no entiendo que hago aquí
tumbado – expuso.
-
Ni yo tampoco, campeón, pero parece que todavía es necesario
– le dije, y froté su espalda, porque le notaba tenso. - ¿Preparado?
Soltó un gruñido que interpreté como una respuesta
afirmativa y le di la primera palmada. Él agarró mi almohada y la puso debajo
de su cara, como para ahogar cualquier sonido. Suspiré.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Mmm… PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS… Ai… PLAS PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS
PLAS
-
Te advertí que no les hicieras nada. Aunque algo te parezca
buena idea, si te digo que no, tengo mis motivos, y si no los entiendes, me lo
preguntas. La venganza nunca es una opción y menos aún la venganza que implica
hacer algo ilegal. Quiero que empieces a pensar en las consecuencias antes de
actuar. No estoy preparado ni lo estaré nunca para que vuelvan a separarte de
mí y te lleven a una celda.
Pude sentir que empezaba a llorar tras escuchar
aquellas palabras. Normalmente no les regañaba más durante el castigo, pero
creo que era algo que necesitaba escuchar. Michael no podría soportar que
volvieran a llevarle lejos de mí, ni yo tampoco, así que, aunque solo fuera por
eso, esperé que me escuchara.
PLAS PLAS… Au… snif… PLAS PLAS PLAS… Lo siento… snif…
PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS
PLAS PLAS… Perdón, papá…. Snif… PLAS PLAS … Ya
entendí, no más delitos… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Me detuve y dejé la mano quieta sobre su espalda, para
empezar a hacerle caricias enseguida.
-
Ya está, campeón. Shh, ya pasó.
-
Lo siento… snif…
-
Todo perdonado, cariño. Ven aquí – le pedí, y le levanté para
envolverle en un abrazo.
Escondió la cara sobre mi cuello hasta que se calmó,
lo cual, para mi alivio, no le llevó mucho. Odiaba verle llorar, y odiaba ser
el causante de sus lágrimas.
-
¿Mejor? – le pregunté, y él asintió y se separó un poquito,
pero no le dejé irse muy lejos. – Te quiero mucho, bicho.
Michael esbozó una sonrisa avergonzada.
-
Y yo a ti.
Le apreté más fuerte y me dediqué a
hacerle mimos por un rato.
El resto de la mañana fue tranquila. Terminé todo lo
que tenía pendiente y luego fuimos a buscar a los demás al colegio.
-
Papá… de verdad que Jandro no hizo nada – intercedió Michael.
-
Lo planeó todo contigo, ¿no?
-
Pero yo lo ejecuté… Además, mis ideas eran mucho más
drásticas, aunque no lo creas, él puso la cordura en todo esto.
-
No sabes lo mucho que amo que os defendáis así. Pero tengo
que ser justo. Y eso implica darle el mismo castigo.
-
Papi… porfa…
-
¿Papi? – repetí. - ¿Es eso un intento de manipulación?
-
No si funciona.
Me concentré en aparcar el coche para
así no tener que mirarle, porque lo cierto es que me conocía y me derretía más
rápido que la mantequilla al sol y no podía dejar que eso pasara. El “papi” era
jugar sucio.
Esperamos a que poco a poco todos
fueran saliendo. Ted estaba nervioso y yo no entendía por qué, hasta que vi que
su mirada iba de Michael hacia mí.
-
Papá ya lo sabe y ya me ha asesinado, así que puedes dejar de
fingir tan bien – bufó Michael.
Ted respiró con alivio. Levanté una
ceja. ¿Había planeado encubrir a su hermano? Me contó su charla con el director
y de verdad que ese hombre cada vez me caía peor.
-
No le dije que fuiste tú – añadió.
-
La madre de George no va a presionar en el asunto – les
informé. – Así que no creo que debamos preocuparnos…
Alejandro salió el último y Michael
le puso al día antes de que yo pudiera decirle nada. Vi cómo Jandro se llevaba
la mano a la cabeza y me miraba para tantear mi nivel de enfado. Le hice una
señal de que se acercara y él accedió.
-
Hola, papá. Qué bien te ha quedado el pelo hoy…
Sonreí ante semejante descaro.
-
Hablaremos en casa, cariño. Ahora cuéntame qué tal estuvo tu
día.
-
Bien hasta este momento…
-
Vaya, soy un antídoto contra el buen humor, ¿no?
-
Del todo – me aseguró.
Rodé los ojos, pero no pudimos hablar
mucho más porque él quiso irse en el coche de Ted, para esquivarme,
seguramente. Fuimos a por Dylan y después regresamos a casa. Cuando traspasé la
puerta, Jandro empezó a construir su caso.
-
Técnicamente yo no hice nada, papá. Planear no es algo por lo
que me puedas castigar, solo era una fantasía…
-
Una fantasía que tenías toda la intención de convertir en
realidad.
Alejandro suspiró.
-
Papi, porfa…
Otro con el papi. ¿Es que no sabían
que uno era de goma?
-
¿Quieres que hablemos antes o después de comer? – le
pregunté.
-
Antes – se resignó.
Asentí y le pedí que me esperara en
mi habitación. Ayudé a los enanos a quitarse la mochila y les envié a lavarse
las manos. Les pedí a los demás que fueran poniendo la mesa y después subí a mi
cuarto.
-
¿Entiendes por qué estamos aquí? – le pregunté.
-
Sí, porque tengo peor suerte que el que ganó la lotería y
perdió el boleto.
-
Rayar un coche, Alejandro….
-
Michael llegó a considerar romper los cristales. Creo que esa
opción fue mejor…
-
Ni esa, ni ninguna – repliqué. - ¿Desde cuándo la venganza es
una opción?
-
Desde que se metieron con mi hermano.
¿Cómo podía alguien morir de orgullo
y mirar con enfado al mismo tiempo? No sé cómo, yo lo conseguí.
-
Te digo lo mismo que a Michael. Te advertí que no les
hicieras nada.
-
¡No podía dejar que se fueran de rositas! – se justificó.
-
No se fueron de rositas. Les expulsaron. Que es lo mismo que
podrían haberte hecho a ti, por algo así. ¡Rayar un coche, Alejandro! Es un
delito. ¿Lo sabías?
Alejandro apretó los labios.
-
No… estaba seguro. Pero lo suponía.
-
¿Y te dio igual? – le increpé.
-
Papá, responda lo que responda a eso estoy frito – me dijo. –
No, no me dio igual. Pero sentía que esos tipos se merecían algo.
Escribir lo que habían hecho para que todo el mundo lo viera parecía apropiado.
-
¿Por qué? ¿Qué ganas con eso? ¿Hacerles sentir mal, tal vez?
¿Eso va a borrar lo que le hicieron a Ted?
-
No…
-
Todo el mundo va a pensar que fue él, y ni siquiera puedo
pedirle que cuente la verdad demasiado alto, por miedo a que Michael tenga
problemas con su expediente. ¿Pensaste en eso? ¿En las consecuencias reales que
tiene saltarse la ley?
Alejandro me miró con los ojos muy
abiertos.
-
Lo siento…
Respiré hondo.
-
Perdonado, campeón. Pero sabes que aún así habrá un castigo.
Casi le escuché gimotear. Me senté en la cama y le indiqué
que se acercara. Lo hizo, arrastrando los pies, como si llevara cadenas en
ellos. Tiré un poquito de él, hasta tumbarle, y le ayudé a colocarse.
-
Me enorgullece que des la cara por tu hermano, campeón, pero
hay formas y formas – le dije, y con eso decidí comenzar.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ouch… PLAS
PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS … Arggg… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS PLAS… Ai… PLAS PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS… Ya, papá… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Snif….
Ya… PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS … Lo he pillado, lo he pillado, nada de
rallar coches… PLAS PLAS PLAS…
snif… PLAS PLAS PLAS PLAS
Dejé la mano sobre su espalda y le acaricié por encima
de la camiseta.
-
Snif… fueron muchos, papá – me acusó.
-
Los mismos que a tu hermano.
-
Snif…
-
Ya está, mi vida. Ven…
Alejandro se levantó, pero no aceptó
el hueco de entre mis brazos y se limitó a mirarme con el ceño fruncido. Pensé
que ya habíamos dejado atrás esas reacciones… Últimamente buscaba mi consuelo
después de un castigo.
-
Campeón…
-
Snif. ¡Yo no hice nada y aún así me pegaste! ¡Y no estamos en
la iglesia para que haya pecado de pensamiento!
Salió a zancadas de la habitación y le dejé irse
sabiendo que en ese momento me rechazaría. Dudé durante un buen rato. ¿Tenía
razón? ¿Había sido injusto con él?
N.A.: ¡Muchas gracias por todas vuestras
palabras de apoyo! :)
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