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KORAN’S POV –
La noche siempre me ha parecido un tiempo de paz. En mi
hogar en tierra firme, era el único momento en el que podía estar a solas con
mis propios pensamientos, sin deberes que atender, consejeros a los que
escuchar, obligaciones que cumplir. El ritmo en la nave era más relajado, pero aun
así había algo en el silencio de la noche que me daba tranquilidad. Desde que tenía a Rocco conmigo, esa
sensación se había incrementado. Observarle dormir era mi nuevo pasatiempo
favorito. Iba a lamentar cuando nos mudáramos a unas habitaciones más grandes,
donde él pudiera tener su propio espacio: echaría de menos tenerle en mi cama.
Era extraño. Cuando no sabía de su existencia, no
sentía que me faltara nada, tan solo el deseo insatisfecho de tener una
familia. Pero, ahora que le conocía, se había apoderado de todo mi mundo en un
segundo. No había nada más importante que él y quería recuperar los años
perdidos. Pero sabía que no debía asfixiarle. Mi hijo necesitaba intimidad, por
más pequeño que fuera a mis ojos.
Sonreí al recordar cómo quedó más dormido que
despierto después de la segunda película. Se espabiló bruscamente cuando
insinué la posibilidad de llevarle en brazos a la cama. La próxima vez me
limitaría a hacerlo sin anunciárselo, aunque, la verdad, me iba a ser difícil
poder con él. Rocco era mucho más grande de lo que debería ser a sus diecisiete
años. Los terrícolas crecían tan rápido… Gracias al cielo, Rocco era mestizo,
así que no tenía que preocuparme porque envejeciera antes que yo. Iba a tener
una larga y feliz existencia.
Mientras
vigilaba sus sueños, comencé a escuchar ruidos en el pasillo. ¿Quién armaba
semejante escándalo a la una de la madrugada? Esperé a que los guardias del
turno de noche solucionaran la situación, pero me impacienté cuando al cabo de
los minutos seguía escuchando gritos. A regañadientes, me levanté de la cama,
me puse una bata y salí a investigar, moviéndome con sigilo para no despertar a
Rocco.
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¿Qué sucede? – pregunté, en cuanto se abrieron las puertas.
Una
mujer lloraba mientras le reclamaba algo a los guardias y enseguida la
reconocí: era mi vecina, la madre de Ari.
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Alteza… mi hija… no está en su cama – me explicó su marido,
el padre de la niña.
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No sabemos dónde está – añadió la angustiada mujer.
Me
tensé. Como máxima autoridad de aquella nave, me sentía responsable de la
seguridad de sus habitantes. Los secuestros eran sucesos muy poco frecuentes e
imaginar que uno había tenido lugar aquella noche era simplemente terrible.
Pero, además, recientemente había adquirido otra perspectiva sobre aquel asunto
y solo podía empatizar con el miedo y con el dolor de aquellos padres. Si
alguien se hubiera llevado a Rocco, hubiera perdido la cordura.
Ari
era una niña indefensa, una criatura adorable y tierna. ¿Quién querría hacerla
daño?
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¿Qué estamos haciendo para encontrarla? – indagué,
dirigiéndome al guardia más cercano. El hombre se cuadró y me lanzó una mirada
angustiada. Me impacienté al ver que no me respondía. - ¿Algún sospechoso?
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Esto… Ninguno, Alteza. El protocolo dice que debemos esperar
una hora, por si la niña apare…
-
¿El protocolo? – le interrumpí, sintiendo que mi cuerpo
entero se llenaba de rabia. ¿Qué estaba pasando con los soldados de aquella
nave? En los últimos días, su incompetencia estaba siendo abismal. Aún no
olvidaba la forma en la que se habían lanzado a sujetar a Rocco, como si fuera
un delincuente. - ¡Una niña ha
desaparecido!
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Tenemos hombres buscándola, Alteza, pero no podemos asumir
que se la han llevado hasta que…
-
¿¡Es que acaso va a irse sola!? – exclamé, furioso y
sorprendido por lo que estaba escuchando.
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Pues… la menor tiene un historial – respondió el soldado,
tímidamente.
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¿Oh? – me sorprendí y miré a los padres.
-
Ari tiene el mal hábito de salir a explorar por su cuenta…
por eso nos asustamos tanto cuando entró en su habitación, Alteza. Pero nunca
había estado fuera tanto tiempo ni se aleja demasiad… La hemos buscado por
todos los lugares a los que suele ir, y nada… - susurró el padre, visiblemente
preocupado.
-
La hemos regañado mil veces por hacerlo, nos aterra que un
día pueda pasarle algo. ¿Y si se perdió? ¿Y si se ha caído? ¿Y si…? – la madre
se interrumpió, incapaz de continuar.
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