CAPÍTULO 68: LAS PRINCESAS TAMBIÉN PIDEN PERDÓN
El primer día de
clases tras la operación no había ido tan mal. Es decir, había gente que se me
quedaba mirando como si yo fuera un fantasma. Algunos se fijaban en mi cojera,
por más que yo intentara disimularla, y otros cuchicheaban a mi paso, esparciendo
rumores como el de que la policía había venido a mi casa porque mi hermano
vendía cocaína y yo le ayudaba. Y eso daba asco, pero por lo menos me dejaban
tranquilo y no me decían nada en voz alta. Y mis amigos actuaban con
normalidad. Si acaso, estaban un poquito sobreprotectores, pero podía lidiar
con eso.
-
Dicen que ha dormido en
la cárcel – susurró uno chico de otra clase.
-
¿Quieres que le dé un
puñetazo? – se ofreció Mike.
-
Tendrías que pegarte
con medio colegio – repliqué.
-
Con gusto – respondió
él, como si la idea de verdad le agradara.
En ese momento
pasamos al lado de un grupo de chicas más pequeñas, quizá de la edad de Barie y
Madie.
-
Mírale, tiene cara de
peligroso – murmuró una.
-
¿A ellas también? – le
dije a Mike, alzando una ceja, sabiendo que jamás pegaría a una chica y menos a
una menor que él. Mi amigo vaciló unos instantes, pero luego resopló.
-
Yo no, pero si se lo
digo a tu hermana seguro que me ayuda con gusto.
-
¿Cuál de las dos? – me
reí.
-
Madie. Ella tiene más
carácter – respondió Mike, sin duda recordando alguna ocasión en nuestra
infancia, cuando mi hermanita intervenía en nuestros juegos rudos y más de una
vez nos ganaba.
-
Barie también puede dar
miedo cuando se enfada – le aseguré.
-
Liarse a golpes no
arregla nada, pero no podemos dejar que hablen así de ti – intervino Agustina.
-
No podemos hacer nada.
Ya se les pasará – dije, restándole importancia e intentando aparentar que
aquellos comentarios me daban igual.
Lo cierto es que
– yo mismo me sorprendí al descubrirlo – en realidad sí me daban bastante
igual. Las palabras de unos semidesconocidos no podían hacerme verdadero daño.
Solo me importaba lo que pensara mi familia y mis amigos. Si ya no era de los
más admirados del instituto daba lo mismo, de hecho tenía más ventajas que
inconvenientes. Había otras cosas más importantes en el mundo, como el hecho de
que mi padre no fuera mi hermano sino mi primo. Eso no se lo había contado a
nadie, ni siquiera a Agus, porque aún no sabía cómo reaccionar.
-
Te lo estás tomando
bastante bien – comentó Fred. – Una reacción muy madura.
Antes de poder
responderle, se nos acercó George, uno de mis compañeros de natación, el único
con el que no me llevaba bien porque era amigo de Jack.
-
¿Qué pasa, Whitemore?
¿Ya puedes andar? ¿Seguro que no necesitas un taca-taca?
-
¿Y tú? ¿Necesitas un
cerebro nuevo? – le espetó Agustina.
-
¡Uy! ¿Tiene que
defenderte tu novia? ¿Te dejaste los
huevos en el hospital?
-
Si tienes algo que
decirme, suéltalo ya y sino déjame pasar, que mi padre me estará esperando – le
pedí, con cansancio.
-
Claro, claro, vete. No
querrás que papi se enfade y te zurre delante de tu novia.
Me ardieron las
mejillas.
-
Vete a la mierda – le
espeté, a falta de una respuesta mejor. Era imposible que él supiera que Aidan
todavía me castigaba así, pero a mí me dio vergüenza igual.
-
Lo siento, no puedo, mi
religión me prohíbe acercarme a ti a más de cinco metros. Por suerte ya no voy
a tener que aguantarte más en natación.
-
¿Qué quieres decir? –
le gruñí.
-
Si no vienes a los
entrenamientos estás fuera del equipo, ya lo sabes.
-
¿Y quién te ha dicho
que no voy a ir? – repliqué. – Mañana mismo estaré ahí y venceré tu marca como
hago siempre.
Omití el hecho
de que papá y mi médico me mataban si hacía eso. George se quedó sin respuestas
y yo me alejé, victorioso.
-
Ted, todavía no puedes
nadar… - me recordó mi novia, preocupada.
-
Claro que puedo –
respondí. No quería quedar como un cobarde y un debilucho.
-
Y ahí se le fue la
madurez… - anunció Fred.
Decidí ignorarle
y caminé con ellos hasta la salida. Papá y algunos de mis hermanos estaban ya
ahí, pero llegué en un mal momento…
-
AIDAN’S
POV –
El resto de la
mañana fue muy tranquila. Michael se despertó y él, Kurt y yo vimos una peli
mientras los gemelos estudiaban. Después de un rato subí a ver a Harry y a
Zach, por si acaso tenían alguna duda y porque me apetecía verles y averiguar
cómo iban. Sin embargo, cuando llegué a su cuarto les encontré hablando en vez
de concentrados en sus libros. Aunque mi primera reacción fue molestarme, capté
unos pedazos de su conversación y me quedé a escuchar:
-
¿Cómo puedes decir eso?
¿Es que acaso no recuerdas cómo se puso ayer? – decía Harry.
-
Hablo en serio –
respondió Zach. – Papá está más blando. Se enfada menos y está más cariñoso.
-
Siempre ha sido
cariñoso.
-
Pero ahora más.
-
Bueno, pero yo no creo
que tenga que ver con Holly – replicó Harry. – Yo creo que es por Michael. Él
ha traído “problemas de verdad” y ahora no se molesta tanto por las tonterías
normales. Y por Ted…
-
¿Porque estuvo en el
hospital? – aventuró Zach.
-
No. Es decir, por eso
también, pero es que ahora Ted es como papá dos.
-
Siempre ha sido así –
le recordó Zach.
-
Pero ahora más. Es más…
no sé, más responsable. Más aburrido. Más…
- Harry se atascó con las palabras.
-
¿Adulto? – le ayudó su
gemelo.
Pensé sobre lo
que estaban diciendo y me di cuenta de que tenían razón, en todo. Ted había
crecido, ya no era mi enano responsable sino mi adulto responsable, por más que
me doliera admitirlo. Y yo… No sé si yo me había vuelto más blando, como ellos
decían, pero creo que sí había aprendido a tener más autocontrol. Y a
conectarme más con mis propias emociones. Siempre había tenido facilidad para
ser cariñoso con mis hijos, pero el miedo de perder a Ted y la necesidad de
integrar a Michael dentro de la familia me habían vuelto un oso de peluche. Por
lo visto, a mis hijos les gustaba el cambio. Y a mí también. Había cosas mucho
más importantes que un berrinche o un adolescente malhablado. Zach también
había tenido razón, Holly sí me había enseñado algo: que había problemas mucho
más graves que un par de travesuras salidas de tono. Su familia había pasado
por cosas realmente duras, cosas que ni el más estricto de los padres hubiera
podido evitar, porque por desgracia los accidentes ocurren.
Elegí ese
momento para entrar en el cuarto de los gemelos.
-
¿Qué tal se está dando?
– les pregunté.
Los dos se
sobresaltaron.
-
Bien… - respondió Zach.
-
¿Harry está estudiando?
– le interrogué, y él asintió. Antes de que su gemelo pudiera reclamarme nada,
añadí. - ¿Y Zach? ¿Está estudiando?
-
Él no necesita estudiar
– replicó Harry, frustrado.
-
Todo el mundo necesita
estudiar, campeón. Vamos, cambia esa cara. Escuchad, voy a por vuestros
hermanos al cole. Cuando vuelva, os pregunto lo que os habéis estado mirando
hoy y si los dos os lo sabéis esta noche cenamos sushi.
Los ojos de
Harry brillaron con interés. Siempre había querido probar el sushi y nunca
había habido ocasión, por muchos motivos. El principal, porque era muy caro,
pero también porque tenía demasiados hijos y demasiado pequeños y el sushi no
suele ser una comida que les guste. No es que a Harry le desagradara cuando
pedíamos pizza o hamburguesa, pero alguna vez había lanzado la indirecta de que
le apetecía probar comida japonesa.
-
¿Lo prometes?
-
Ahá.
-
¿De verdad?
-
¿Cuándo he faltado yo a
una promesa? – protesté.
-
¿Y si solo se lo sabe
Zach? – preguntó Harry.
-
Entonces tendremos que
dejar lo del sushi para otro día.
Harry puso un
mohín que se parecía demasiado a un puchero.
-
No es justo – se quejó.
-
Mala suerte, campeón.
Pero creo que deberías considerarte afortunado porque te esté ofreciendo un
premio por estudiar en lugar de un castigo si no lo haces.
-
El castigo ya me lo
diste ayer – me reclamó, ahora sí, con un pucherito.
-
Por eso hoy me permito
consentir a mi bebé. Pero para eso mi bebé tiene que poner de su parte – le
chinché, ignorando su mirada asesina cuando le llamé “bebé”. Me reí y le
revolví el pelo. – Voy a por los demás. Portaros bien. Os quedáis con Michael.
Me llevo a Kurt y así os quedáis tranquilos sin que el enano os distraiga.
Minutos
después estaba caminando de la mano de Kurt, dado que en el coche no cabríamos
los diez a la vuelta. El peque parecía muy contento de tenerme solo para él un ratito
y todo indicaba que se encontraba mucho mejor del estómago. Fue un paseo
agradable hasta el colegio, aunque hacía algo de frío y lamenté no haber cogido
un gorro para Kurt. Llegamos algo pronto y esperé en la puerta mientras mis
hijos salían. Como de costumbre, las enanas salieron primero. Hannah había
echado mucho de menos a Kurt y se puso a contarle cosas mientras Alice
reclamaba toda mi atención a base de saltitos impacientes para que la cogiera
en brazos.
-
Mi profe es tonta, papi
– me dijo, abrazándose a mi cuello.
-
Eso no se dice, Alice.
No puedes llamarle eso a tu seño. No puedes llamárselo a nadie.
-
¡Pero lo es! –
protestó. – Me ha “degañado” y yo no estaba “hashendo” nada malo. ¡Me ha dejado
sin “juegar”!
-
Mmm. A ver, pajarito.
Cuéntale a papá lo que ha pasado, ¿sí?
-
Tábamos hashendo un
dibujito. Y ha dicho que el mío es feo y que lo tenía que repetir.
Dudaba que esas
hubieran sido las palabras de su maestra, pero por desgracia ya me olía por
dónde podían ir los tiros. Alice pasaba mucho tiempo con Kurt y a Kurt a su
edad le habían dicho lo mismo muchas veces. Mi enana llevaba el dibujo en su
mochilita, con un mensaje de la profesora para que yo lo viera. El dibujo
estaba pintado con colores amarillos y negros y no se reconocía lo que era, pero
no era bonito, sino perturbador. La maestra les había pedido que pintaran a su
padre. En casos como ese, Alice me dibujaba a mí. Ya sabía reconocerme en sus
dibujos: era un monigote formado por cuatro palitos y un montón de círculos en
la cabeza representando mis rizos. Pero aquel dibujo era diferente, seguramente
porque la visita de Andrew estaba muy reciente y eso, de alguna manera, la
había afectado.
-
La profe no te ha
castigado, tesoro, solo te pidió que repitieras el dibujito, ¿mm?
-
¡Mientras los demás
“juegaban”, papi!
No supe qué
responderle, así que me limité a darle un beso y a dejar mis labios apoyados en
su frente. A algunos de mis hijos les gustaba dibujar y utilizaban eso para
expresar cómo se sentían. La primera vez que Kurt me vino con un dibujo así me
asusté mucho, pero un especialista me dijo que no tenía de qué preocuparme.
Kurt echaba de menos una figura materna, pero la mayoría de sus dibujos eran
los de un bebé feliz. Que pudiera expresar sus sentimientos mediante los
dibujos era algo bueno y, si yo estaba atento para verlos, podía hablar con él
de los temas que le preocuparan. Supuse que con Alice pasaba lo mismo.
-
Siento que hayas tenido
que repetir el dibujo, cariño. A mí me gusta mucho.
-
¿De verdad? – me
preguntó, ilusionada.
-
Claro. ¿Me lo explicas?
¿Este es papá? Pero yo no veo una persona.
-
Tú eres el negro, papi.
Como tu pelo, ¿ves?
-
Ah, claro, claro. Mmm.
¿Y el amarillo es Andrew? – aventuré, en un tono que pretendía ser imparcial.
-
Ahá.
-
¿Y por qué los colores
están así todo revueltos, como remolinos? ¿Estamos peleando?
En ese punto
Alice se encogió de hombros. Supongo que la pregunta era demasiado compleja.
-
Tú sabes que te quiero
mucho, ¿no? Y que siempre seré tu papá.
Mi
enana asintió y apoyó su cabecita en mi hombro, como si la pesara.
-
¿Y él? – quiso saber,
señalando la mancha amarilla de su dibujo.
Lo medité
durante unos segundos. Era el momento de aclarar lo que para ella tenía que ser
un caos. La pregunta venía en mal momento, sin embargo, porque yo acababa de
descubrir que mi relación con Andrew era biológicamente distinta a lo que
siempre había pensado. Por si había tenido alguna duda, el dibujo de Alice me
dejó claro que no era el momento de explicarles que él era en realidad mi tío.
La explicación que mi hija necesitaba era mucho más sencilla. Necesitaba saber
qué suponía que Andrew volviera a formar parte de su vida.
-
Andrew es el papá de
papá. Así que, si es buenito, solo si es buenito, tal vez pueda ser tu abuelo.
Alice pareció
pensarlo unos instantes y después asintió. Iba a decirle algo más, pero justo
en ese momento escuché el grito de un hombre. Automáticamente giré la cabeza y
vi algo que no hubiera podido creer si me lo hubieran contado: Kurt estaba
golpeando a aquel desconocido. Le dio una patada y dos puñetazos antes de que
yo pudiera reaccionar.
-
¡Kurt! – grité. Dejé a
Alice en el suelo y caminé hasta él. Mi hijo estaba fuera de control. Golpeaba
a aquel hombre con una rabia inusitada. Sorprendido por aquella escena, intenté
separarle, pero Kurt no dejó de golpearle por eso.
Furioso,
avergonzado y preocupado por un comportamiento que no era propio de él, le
agarré de la oreja. Era algo que no había hecho nunca y, aunque estaba bastante
enfadado, logré controlarme para no tirar con fuerza. No quería hacerle daño.
Aún así, Kurt puso su manita sobre la mía y caminó en la dirección en la que yo
estaba tirando, por puro instinto.
-
¡Au, papi!
-
¿Cómo que papi? ¿Cómo
que papi, caramba? ¿Has visto lo que has hecho? ¿Qué pasa contigo? Le vas a
pedir perdón ahora mismo, le…le… ¡Madre mía, Kurt!
No
sabía ni qué decir. Ted vino hacia nosotros en ese momento, con los ojos muy
abiertos, tan asombrado como yo, imagino. Kur tiró para soltarse y así solo
logró hacerse daño, porque yo no le solté.
-
Te vas a ir con Ted
mientras yo hablo con este señor.
-
Pero papi…
-
¡Pero nada! Ve antes de
que te dé una azotaina aquí mismo.
Kurt salió
corriendo y se abrazó a las piernas de Ted. Yo miré al desconocido muerto de
vergüenza. ¿Sería el padre de algún alumno? ¿Presentaría alguna queja? Dudaba
que lo hiciera tratándose de un niño de seis años, pero estaba en su derecho.
Estaba seguro de que mi hijo le había hecho mucho daño.
-
Por Dios, discúlpeme.
Es que no sé cómo empezar…. Él no… Él nunca había hecho esto. ¿Está usted bien?
El hombre se
frotó la espinilla y me echó una mirada de profundo odio. A nuestro alrededor,
padres y madres murmuraban y chasqueaban la lengua. Sabía lo que todos estaban
pensando. “Vaya padre de mierda”, con esas palabras, más o menos.
-
Papi – lloriqueó
Hannah. La escena debía de haberla asustado, a ella y a Alice… Hannah estaba visiblemente peor, sin embargo.
– Papi, perdón – gimoteó.
-
¿Perdón por qué? Si tú
no has hecho nada, mi vida.
-
Ese hombre m-me dio un
c-caramelo – explicó Hannah, entre hipidos. Había empezado un llantito suave,
parecido al que tenía al despertar de alguna pesadilla particularmente fuerte.
-
¿Un caramelo? – repetí.
Se me erizaron los pelos de la nuca.
-
Snif… me… me dijo que
si quería ver a su perrito… Snif…
Mi cerebro unió
las piezas rápidamente. Cogí a Hannah y a Alice, una con cada brazo, y las
alejé de aquél monstruo.
-
¡Llamen a la
policía! - grité. - ¡No le dejen
escapar!
Por suerte, un
par de padres habían llegado a la misma conclusión que yo y fueron rápidos en
reaccionar. Le cerraron el paso al tipo mientras otros sacaban el móvil. Yo
apreté a Hannah contra mi pecho, asimilando poco a poco lo cerca que había
estado de irse con ese hombre quién sabe a dónde, para quién sabe qué. Mi mente
bloqueó la imagen de Scarlett, la hija de Holly, pero fue demasiado tarde. Me
entraron unas ganas inmensas de llorar, y de hecho me escocieron los ojos, con
lágrimas que resbalaron silenciosamente.
-
Hannah…
Al
escuchar su nombre, mi bebé empezó a llorar más fuerte.
-
Shh, shh, tranquila – susurré,
sin apenas prestar atención a lo que decía, mientras frotaba su espalda para
reconfortarla.
Un
montón de familias del colegio nos rodearon. Se acercaron algunos profesores.
En algún punto llegaron el resto de mis hijos. La policía estuvo en menos de
dos minutos. Esposaron al tipo acusándolo de intento de secuestro, mientras yo
intentaba torpemente relatar lo que había pasado, sin soltar a Hannah ni por un
segundo. Ted se quedó con el resto de mis hermanos, y sus dos amigos y su novia
le echaron un cable.
Había
muchos testigos y una cámara por fuera del colegio. La policía me aseguró que
tenían lo necesario para encerrar a ese hombre y que ni siquiera iba a tener
que declarar. Que había tenido mucha suerte, que habían recibido llamadas de un
hombre merodeando los colegios de la zona, que gracias a mí lo habían podido
atrapar antes de que le hiciera daño a nadie.
Gracias
a mí no. Gracias a Kurt. Cuando la multitud comenzó a marcharse, me arrodillé
frente a mi hijo, que escondió la cara en la cadera de Ted.
-
Kurt… mi vida… -
empecé, pero no pude continuar. Me tapé la cara, no me gustaba que ellos me
vieran llorar. Hannah, a mi lado, me pasó la mano por el pelo para hacerme
sentir mejor.
Había
estado a punto de perder a mi princesa. Había faltado muy poco.
-
Kurt – lo intenté de
nuevo. – Perdóname – decidí empezar por ahí. Intenté añadir algo más, pero él
me embistió y se colgó de mi cuello, en un abrazo que me cortó la respiración.
Le envolví con fuerza y me senté en el suelo con él, apretándole contra mí para
sentirle cerca y para que no me viera llorar. Mi bebé había defendido a su
hermana con todas sus fuerzas, con puños y patadas, con todo lo que tenía. – Te
diste cuenta de que era un hombre malo, ¿verdad?
-
Snif… Snif… siempre nos
dices… snif… que no cojamos caramelos de desconocidos…. Snif… Y que no nos
vayamos… snif…. Con nadie que no conozcamos.
Apenas
logré contener un sollozo y asentí, sin dejar de abrazarle.
-
Sí, Kurt. Sí, mi vida.
Nunca, nunca, tenéis que hacer eso. Ese hombre se quería llevar a tu hermanita
y tú has hecho muy bien en defenderla. Pero te podía haber hecho daño. Mi sol,
ese hombre te podía haber hecho daño – le apreté más. – Perdóname, tesoro. Lo
siento, lo siento mucho. Siento no haberme dado cuenta, siento haberte gritado,
siento haberte tirado de la orejita. ¿Te duele mucho? – pregunté y ladeé su
cabeza para darle varios besos en la mejilla derecha, y en su orejita y en cada
milímetro de piel que pude pillar.
-
No, papi… snif
Me balanceé un
par de veces con él entre los brazos y después me esforcé por serenarme. Me
vibró el móvil en el bolsillo del pantalón. Sin mirarlo, supe que serían
Michael y los gemelos, extrañados de que tardáramos tanto. Solo nos habíamos
retrasado media hora con respecto a lo que era habitual, pero a mí me habían
parecido muchas más.
Cogí el teléfono
y hablé brevemente con Michael, diciéndole que enseguida volvíamos. Fui breve y
escueto, porque no quería contarles lo que había pasado por teléfono. Cuando colgué, noté algo de alboroto a mi
alrededor. Mike, el amigo de Ted, se estaba encarando con un par de compañeros
que seguían por allí. No podía lidiar con una pelea en ese momento. Simplemente
no podía.
-
¡Mike! – le llamé.
-
¡Están diciendo que es
tu culpa! – dijo Alejandro, que se había puesto a su lado, en contra de los
otros chicos. – Que si no fueras famoso no hubiera venido a por Hannah.
Y que si tienes hijos
delincuentes, atraes a los delincuentes.
-
Déjales que digan lo
que quieran – gruñí. Me planteé la posibilidad de que tuvieran razón en lo
primero. ¿Hannah podía haber sido una víctima elegida o solo estaba en un mal
momento y en un mal lugar? Quizá nunca
supiera la respuesta, pero en cualquier caso ese hombre era un perturbado. –
Vámonos a casa.
-
Llevan todo el día
diciendo un montón de tonterías sobre Ted – protestó Mike.
Miré al aludido,
que en ese momento estaba con Alice en brazos.
-
No tiene importancia.
-
Sí, sí la tiene. Mañana
hablaré con el director. Pero ahora vámonos a casa, por favor.
Ted se despidió
de sus amigos, dio un beso rápido a su novia y lentamente nos fuimos de allí.
Yo llevaba a Kurt y Hannah de la mano, poco dispuesto a separarme de alguno de
los dos.
-
No estés triste, papi –
me dijo Kurt. – Hannah está bien.
Le apreté la
mano y asentí.
-
Lo siento – gimoteó Hannah.
A la pobre no se le había quitado la carita de susto todavía. Me detuve y me
agaché a su lado.
-
No ha sido culpa tuya,
bebé. Quien hizo algo mal es ese hombre, ¿entiendes? Sé que tú no pensaste que
te fuera a hacer daño. Pero por eso papá te dice que no hables con extraños, ni
aceptes lo que te dan. Porque puede ser gente mala que no te esté haciendo un
regalo, sino poniéndote una trampa.
-
Yo no sabía que era
gente mala – lloriqueó. – Pensé que era el papá de algún niño. Me dijo que el
perrito era de su hija…
-
Lo sé, cariño. A veces
la gente mala puede estar disfrazada de papá o incluso serlo de verdad. Por
eso, como precaución, no hablamos con personas que no nos hayan presentado
antes. A eso me refiero con “desconocido”, ¿mm? Tienes que prometerme que
nunca, nunca hablarás con desconocidos, ¿sí?
-
Lo prometo, papi –
susurró y me dio un abrazo bien fuerte. Me levanté con ella así agarrada y
volví a darle la mano que tenía libre a Kurt.
-
Papá – me dijo Kurt. –
Yo hablé con Blaine en el zoo. Y no le conocía.
-
Es verdad, campeón. Y
él resultó ser bueno. En el mundo hay más gente buena que mala, tesoro, el
problema es que no siempre es fácil distinguirlos ¿sabes? En el zoo te habías
perdido y Blaine te ayudó a volver con papá. Para otra vez, busca a un policía
o a alguien vestido de uniforme, que trabaje allí ¿sí?
Kurt asintió,
con carita pensativa. Seguimos caminando, pero Ted me agarró del hombro para
decirme algo. Solo entonces me di cuenta de que apenas había hablado con el
resto de mis hijos. No les había preguntado qué tal el día. No había hablado
con Ted sobre su vuelta al cole, que por lo visto había estado llena de rumores
y habladurías.
-
Papá… Dylan llevará
esperando un buen rato. ¿Quieres que me adelante y vaya a por él? Aunque a lo
mejor Alejandro es más rápido – añadió, señalándose la pierna.
No había
reparado en Dylan y en que ya deberíamos de haber ido a recogerle. Lo apunté a
la lista de cosas por las que no era un buen padre.
-
Sí, por favor.
Alejandro, ve, campeón. Os alcanzamos enseguida – le dije. Con tantos niños y
algunos de ellos pequeños, caminábamos más despacio y yo no sabía si Dylan
estaba asustado. – Gracias Ted. ¿Cómo estás, por cierto? ¿Te duele algo? ¿Estás
cansado?
-
Estoy algo cansado,
pero estoy bien, papá, no te preocupes.
Varios minutos
después llegamos al colegio de Dylan. Alejandro ya estaba allí y Dylan parecía
bastante tranquilo, jugando con sus canicas.
-
Hola, Dy – le saludé –
Siento llegar tarde, campeón.
-
Me d-debes una
c-chocolatina – me dijo, sin mirarme.
-
¿Cómo dices? – me
extrañé.
-
H-hace dos años m-me
dijiste q-que si llegabas t-tarde a por mí me c-comprarías una c-chocolatina.
Alejandro soltó
una risita y algunos de mis hijos se contagiaron. Escucharles reír sirvió para
hacerme sentir mejor y yo mismo me permití una pequeña sonrisa.
-
¿Ah, sí? Bueno, no lo
recuerdo, pero supongo que las promesas nunca prescriben – respondí. Dylan
tenía una memoria prodigiosa, así que era probable que fuera cierto. Sonaba a
algo que yo podía decir. Hace dos años le trajimos a ese colegio y no le
gustaba estar en uno diferente a sus hermanos. Estoy seguro de que le dije de
todo para hacerle sentir mejor, como que nunca llegaría tarde a recogerle. –
Esta tarde te la doy, ¿bueno?
-
Q-que no se t-te
olvide.
-
Contigo para
recordármelo, lo dudo, campeón – sonreí más. - ¿Qué tal en el cole?
-
Me d-dieron las notas –
anunció y señaló su mochila.
-
Oh. ¿Puedes ir a por
ellas, por favor?
Dylan cogió sus
canicas y caminó hasta su mochila. Luego vino hacia mí y me la dio, para
después volver a lo que estaba haciendo como si nada. Abrí el sobre y me
sorprendí al ver que tenía la máxima calificación en todos los ámbitos. Las
notas de Dylan nunca habían sido un problema, él todavía era muy pequeño y su
colegio tenía una adaptación en los temarios debido a las necesidades
especiales de sus alumnos. Pero mi peque había hecho pleno de matrículas y eso
me hizo sentir muy orgulloso.
-
Enhorabuena, Dy.
Ted se acercó a
cotillear y luego fue a darle un abrazo a su hermano, que se dejó hacer aunque
no se lo devolvió. Yo aproveché para ir a hablar con su maestra, que nos
esperaba un poco más allá.
-
Siento el retraso. Ha
habido un…
-
Su hijo me lo ha
contado – respondió la profesora, refiriéndose a Alejandro. - ¿Está todo bien?
Si necesita algo…
-
Estamos bien, muchas
gracias. Gracias por quedarse con Dylan.
-
No ha sido nada. Es un
niño muy tranquilo. ¿Ha visto sus notas? Estamos muy contentos con él. Aunque
últimamente está algo menos hablador que de costumbre.
-
Con todos los cambios
que ha estado viviendo en estos últimos meses, me sorprende que eso sea lo
único – me sinceré. – Es increíble lo bien que lo está encajando todo.
-
Está creciendo, señor
Whitemore – me sonrió la maestra.
Sonreí
de vuelta y, ya con todos mis enanos, volví a casa. No quería separarme de los
mellizos, pero Hannah tenía que ir al baño y los dos tenían que lavarse las
manos. Les dejé marchar reticentemente, mientras ayudaba a Alice a quitarse la
mochila.
-
Papá, no te enfades con
Hannah, ¿sí? – me pidió Ted. - Se ha asustado mucho.
-
La defensa puede
descansar – bromeé, pero no me quedó muy creíble porque no me sentía con
ánimos. – No la voy a regañar, Ted. No serviría de nada, no aprendería nada,
porque ella no tenía ninguna mala intención. No es como otras veces, que yo le
pido que no haga algo peligroso y ella aún así lo hace. Hannah solo creyó que
era algún papá del colegio. No pensó que fuera uno de esos “desconocidos” de
los que la hemos hablado. Ella sabe que el cole es un lugar seguro y allí
conoce profesores, compañeros y padres muchos días. “Desconocido” es una
palabra ambigua para una niña tan pequeña. No puedo castigarla por ser una bebé
confiada, solo tiene seis años. La inocencia forma parte de lo que es. Ya hablé
con ella y creo que entendió. Luego tengo pensado hablar un poco más, pero ya
decidí que no voy a castigarla por esto. Además, estoy demasiado aliviado como
para pensar en enfadarme.
-
Solo ha sido un susto,
papá – me dijo Ted. – La enana está bien.
Asentí, pero
antes de poder responderle Michael y los gemelos bajaron las escaleras.
-
¿Por qué habéis tardado
tanto? – me reclamó Zach.
Dejé que fuera
Ted quien se lo contara, porque no me apetecía revivirlo. Cuando acabó de
ponerles al día, Michael frunció el ceño y se mordió el labio.
-
¿Cómo era el tipo? –
preguntó.
-
Pues… alto, rubio, no
sé – dijo Ted. – Un tipo normal.
-
No me suena – susurró
Michael. Solo entonces entendí a qué venía la pregunta. Me fijé en sus hombros
hundidos y resoplé.
-
Escúchame bien: dudo
mucho que ese tipo tuviera algo que ver con Greyson pero, de ser así, no sería
culpa tuya, ¿estamos? Como tenga siquiera la ligera impresión de que te sientes
culpable por esto te estaré haciendo cosquillas hasta que se te caigan los
pies.
-
Glup. Bueno, no hace
falta ponerse así.
Me reí y le
revolví el pelo, feliz de que le estuviera creciendo. Me obligué a mí mismo a
ser positivo. Ted tenía razón, solo había sido un susto. Y yo iba a poner
veinte ojos a la salida del colegio para que nada semejante volviera a pasar.
Kurt y Hannah
volvieron de lavarse las manos y fui con ellos al comedor. Había dejado hecha
la comida antes de ir a por ellos, solo tenía que calentar la sopa y los
filetes, así que tuve que resignarme a separarme por unos minutos y les senté a
la mesa.
-
Papá… ¿no nos
preguntas? – me dijo Harry. Zach le dio un codazo para que se callara. – Aich.
Deja, no he dicho nada…
-
No, cariño, tienes
razón, os dije que lo haría – respondí, contento de que fuera precisamente
Harry el que quería que les preguntara. Eso significaba que sí había
estudiado. – Después de comer, ¿vale?
Serví la comida
y nos sentamos todos a la mesa. El ambiente general era un poco extraño, todos
mis hijos se habían llevado un buen susto. No se me ocurría nada qué decir para
animar la situación y por eso hice algo que era una excepción en mi casa: me
levanté y arrastré la mesita con el televisor para ponerla delante de nosotros.
En mi casa, nunca se veía la tele durante las comidas, eran momentos para
hablar entre nosotros.
-
¿Vamos a ver una peli?
– preguntó Alice, extrañada.
-
Algo así. El otro día
Zach me dijo algo que me hizo pensar, acerca de que Michael tenía 18 años de
cosas que acumular. Poco a poco nos encargaremos de eso, pero creo que hay una
que podemos solucionar ahora mismo: tiene horas y horas de videos familiares
que nunca ha visto.
-
¡Ay, no! – protestó
Alejandro.
-
Papá, no hace falta –
continuó Harry.
No se estaban
quejando de verdad, era simplemente que les daba algo de vergüenza. A Barie,
Madie, y Ted les gustaba verse de pequeñitos. Los demás se ruborizaban. A Kurt
y a Hannah les fascinaba verse de bebés, como si estuvieran mirando a otra
persona.
-
Ah, sí, yo quiero ver
eso – dijo Michael. – Alejandro de bebé tenía que ser adorable, luego creció y
lo perdió todo – le chinchó.
-
No hay vídeos míos de
bebé – murmuró Alejandro. – Solo desde los tres años, que es cuando vine con
papá.
Mi intención era
que los ánimos subieran, no que decayeran, así que me esforcé por redirigir la
conversación.
-
Hay uno muy gracioso de
cuando Alejandro tenía cinco años – recordé, y me puse a rebuscar entre las
cintas, hasta encontrar la que quería. – De Tato, ¿recuerdas a Tato?
Tato había sido
un peluche del que Alejandro no se quería separar. El juguete terminó
destrozado por el uso, después de cientos de lavados y remiendos. Mi enano lo
pasó muy mal cuando acabó por romperse del todo. Yo intentaba evitarles esas
“grandes pérdidas” de bebé, pero formaban parte de la vida y en algún momento
algún juguete querido se les rompía o perdía.
Puse el DVD
mientras todos terminaban de comer y observamos diez minutos a un Alejandro
diminuto que jugaba con Tato y un Zach bebé. Intentaba contarle un cuento a su
hermanito, en el que Tato era el protagonista. Mi voz se oía de vez en cuando
desde el otro lado de la cámara, ayudándole cuando se atascaba con la historia.
-
¿Ves? Sí que eras
adorable – dijo Michael. – Y Zach también. Qué gordito estabas.
-
¡Oye! ¡No era gordito,
era bebé! – protestó Zach.
Michael y
algunos de sus hermanos se rieron. Empezaron a compartir anécdotas y a discutir
amistosamente sobre quién era más rubio, más mono, o más trasto. Yo podría
haber acabado con sus dudas en un santiamén, pero me divertía ver lo que
recordaban.
-
Cualquiera que nos
conozca sabe que el más trasto era y siempre será Alejandro. A las pruebas me
remito – concluyó Barie, en tono solemne, como si fuera una abogada.
-
Te sorprenderías –
replicó Ted, que había vivido y recordaba más cosas. – No subestimes el poder
de los gemelos: venían por duplicado.
-
Y no te olvides de ti
mismo, que no podía dejarte ni dos minutos solo – intervine, sonriendo.
-
¿Ted era travieso,
papi? – preguntó Kurt. Le gustaba saber cosas de sus hermanos antes de que
naciera él.
-
No tanto como tú,
renacuajo – le dije y le hice cosquillas. La risa de mi peque terminó de
aligerar mi corazón. - ¿Ya terminaste?
A Kurt le había
hecho comida especial, hasta que se recuperara del estómago, y por eso le había
puesto solo un poco de arroz caldoso. No se había comido todo lo que había en
el plato, pero forzarle a comer si no tenía hambre podía hacer que le sentara
mal.
-
¿Te duele la tripita
otra vez?
Kurt asintió,
mimoso. Le di un beso y le cogí en brazos.
-
¿Quieres dormir una
siesta?
-
Con Hannah – me pidió.
-
Bueno. ¿Hannah quiere
dormir una siesta?
-
Shi.
La cogí a ella
también con algo de esfuerzo y fingí que les daba mordisquitos a los dos.
-
A la camita entonces.
¿Queréis ir a la camita de papá?
-
¡Sí!
Subí a
acostarles y cuando bajé de nuevo mis hijos mayores ya habían recogido casi
toda la mesa.
-
Tú deberías dormir una
siesta también, papá – me dijo Ted. – Hoy apenas dormiste cuidando del enano.
-
Tal vez en un rato.
Tengo que poner el…
-
No tienes que poner
nada. A dormir – me ordenó, poniendo voz de capitán, con lo que solo consiguió
hacerme reír. – Nosotros nos ocupamos de los platos.
-
Es mi turno – protesté.
La hoja de la cocina repartía las tareas y, aunque a veces les tocaba a ellos
poner el lavavajillas, ese día me tocaba a mí.
-
Y ha sido el mío muchos
días mientras estaba en el hospital o recuperándome – replicó Ted. – Chicos,
¿una ayudita?
Harry, Madie,
Alejandro y Zach prácticamente me arrastraron hasta el sofá.
-
Ah, sabía que se me
olvidaba algo, tengo que preguntar a los gemelos.
-
Cuando despiertes. Así
nos das más tiempo para repasar.
-
Está bien – cedí, ante
su insistencia. Me dejé caer sobre el sofá, pero en el último segundo atrapé a
Madie e hice que cayera conmigo.
-
¡Aich! Suelta, papi pegajoso.
Tengo que ir a estudiar yo también. Mañana tengo examen.
-
Bueno – acepté, de mala
gana. – Pero si quieres que te suelte tendrás que darme un beso.
Madie se rió y
negó con la cabeza, pero la hice cosquillas y al final me dio un beso sonoro en
la mejilla. Después de eso, tuve que
dejarla marchar y me recosté en el sofá. Mi intención no era quedarme dormido,
pero Ted tenía razón, había pasado la noche prácticamente en vela y tenía
sueño. Los párpados se me cerraron.
Cuando desperté,
media hora después, la casa estaba en completo silencio. Mis hijos mayores
estaban estudiando, porque estaban en período de exámenes. Alice estaba muy
concentrada dibujando y Hannah y Kurt seguían durmiendo. Michael era el único
que no tenía nada que hacer aquellos días, hasta que arregláramos su situación
escolar, así que estaba con el ordenador, viendo vídeos de Youtube con los
cascos. Como todo el mundo parecía ocupado, fui con los gemelos para
preguntarles sobre lo que habían estado estudiando. Les observé desde la
puerta, ya que la tenían abierta, y les vi concentrados en algún libro. Sentí
una repentina oleada de orgullo.
-
¿Qué estáis estudiando?
– me interesé.
-
Sociales – dijo Zach.
-
¿Tú también? – le
pregunté a Harry. Él solo se encogió de hombros. - ¿Harry? Te hice una
pregunta, campeón.
-
Ya te oí – me gruñó.
Normalmente me hubiera molestado ese tono, pero justo antes de comer había sido
él el que me había pedido que les preguntara, así que redirigí mis energías a
intentar averiguar qué había cambiado.
-
Bueno, entonces
responde, hijo. ¿Tú también estás con Sociales?
-
Supongo.
-
¿Y cómo lo llevas?
-
¿Qué más te da? – me
gruñó.
-
¡Harry! – le reprochó
Zach, mirándome con algo de preocupación, pidiéndome con los ojos que no me
enfadara con su gemelo.
-
Si te estoy preguntando
es porque me importa, ¿no?
Harry volvió a
encogerse de hombros.
-
¿Qué ocurre, campeón?
¿Te está costando? – le pregunté, dispuesto a no dejarme enfadar por su
actitud. Sabía que era su particular forma de pedir ayuda con algo.
-
Es imposible – susurró
Harry, hundiéndose en el asiento. – No se me queda.
-
No será tan así – traté
de animarle. – A ver, déjame ver. Mira, te has hecho esquemas. De algo seguro
que te acuerdas. Venga, háblame del sector agrario…
Poco a poco, a
base de preguntas cortas y con algo de ayuda de su hermano en algunos puntos,
Harry logró decirme todo el tema que se había mirado.
-
Sí que te lo sabes,
Harry. Tienes que repasarlo un poco, todavía, pero muchas cosas te las sabes.
-
¡Pero Zach ya se lo
sabe todo! ¡Este tema y el siguiente!
-
Bueno, campeón. Cada
uno tiene su ritmo – me senté en su cama. – A ti se te da muy bien la
jardinería.
-
Y la música – me ayudó
Zach. – Yo no sé distinguir una nota de otra y tú sí.
-
¿Ves? Necesitas menos
tiempo que los demás para unas cosas y más tiempo para otras. Pero cada pequeño esfuerzo se nota. Solo que
no puedes rendirte cuando se pone difícil.
Harry suspiró y
asintió.
-
Entonces… ¿me lo he
sabido? ¿Pedirás sushi esta noche? – me preguntó.
-
Sabías que iba a
hacerlo de todas formas, mequetrefe – le dije, cariñosamente, y después tiré de
su silla, para ponerle frente a mí. – Sigue así, ¿bueno? Poco a poco. Las
vacaciones de Navidad están muy cerca, enano. Tú piensa eso.
-
Vale.
-
Y Harry… Si estás
molesto por algo, lo entiendo, pero no por eso puedes responderme mal, ¿eh?
-
Perdón…
-
Perdonado, campeón.
Le
di un pequeño masaje en los hombros. La gente suele decir que la vida de
estudiante es sencilla y en algunos sentidos tienen razón, pero en otros no. Te
somete a un estrés constante, con exámenes que cada año se ponen más difíciles.
Aprender a tolerar el fracaso no era fácil, mucha gente no podía hacerlo como
adultos, mucho menos un niño. Ellos querían que todo les saliera bien a la
primera.
-
Papá, ¿qué hay de
merendar? – me preguntó Zach.
-
Pero si acabamos de
comer, glotón.
-
Estudiar da hambre –
protestó y su expresión torturada me sacó una sonrisa.
-
Ve a picar algo, si
quieres. La merienda será en hora y media, enano.
Zach
salió como un rayo, como si la comida de todo el planeta se estuviera
extinguiendo.
-
¡Tráeme pistachos! – le
pidió Harry.
Meneé
la cabeza y les dejé tranquilos. Salí al pasillo y justo entonces vi como
Bárbara empujaba a Alejandro hasta sacarle de su cuarto.
-
¡Que te vayas te dije!
-
¡Oye, bueno, tranquila!
– protestó Alejandro. – Solo venía a enseñarte una canción que igual te
gustaba, caray.
-
¡Vete! – gritó Barie, y
le empujó con demasiada fuerza, haciendo que Alejandro se chocara contra la
pared.
-
¡Bárbara! – exclamé.
Se quedó
congelada unos segundos, luego se metió en su cuarto y cerró la puerta.
Suspiré.
-
¿Estás bien? – le
pregunté a Alejandro. Él asintió. - ¿Qué ha pasado?
-
¡Yo que sé! Solo quería
enseñarle un vídeo que me han pasado. No la he hecho nada, ¡en serio!
Sabía que
Alejandro estaba siendo sincero. Tanta agresividad sin justificación era más
propio de Madie que de Barie, pero ella también tenía carácter, solo que nunca
lo había sacado así. Caminé hasta su cuarto, pero Alejandro me agarró del
brazo.
-
No ha sido nada, no
hace falta que la regañes…
-
Sí hace falta, Jandro.
No puede tratarte así.
Entré al cuarto
de mis princesas y vi a Barie sentada en su cama con la tablet, mientras Madie
estudiaba.
-
Bárbara, ¿acabaste
todos tus deberes? – pregunté. El uso de su nombre completo la hizo encogerse.
-
No tenemos deberes,
solo hay que estudiar para los exámenes.
-
¿Y no deberías estar
haciendo eso?
-
Ya terminé – susurró.
Me di cuenta de que estaba siendo un poco agresivo con ella.
-
Madie, cariño, ¿nos
dejas hablar un momento?
Madie asintió y
se escabulló rápidamente, sintiendo la tensión. Me senté al lado de Barie y
suspiré.
-
¿Desde cuándo se trata
así a los hermanos? – le dije.
-
No hice nada –
protestó.
-
Le empujaste y le
echaste de mala manera – repliqué. Esperé alguna clase de respuesta por su
parte, pero solo se quedó ahí sentada, mirando la tablet. – Barie, deja eso
mientras hablo contigo – le pedí y fui soberanamente ignorando. – Bárbara. Deja
la tablet.
Me sorprendió
que no me hiciera caso, mi princesa solía ser bastante obediente. Estiré la
mano y se la quité.
-
¡Ey! ¡Devuélvemela!
-
No hasta que acabemos
de hablar.
-
Yo no quiero hablar.
-
Mala suerte, mira por
dónde, porque yo sí. Y me vas a escuchar. Trataste muy mal a Alejandro y me
cerraste la puerta en la cara.
-
¡En la cara no, no
estabas ni cerca! – protestó.
-
Bárbara, basta. Sabes
que no ha estado bien y no… - empecé, pero me detuve cuando, al dejar la tablet
en su mesa, me fije en lo que estaba mirando.
– Esta foto es de Sam – me sorprendí. – El hijo de Holly. ¿Cómo has…?
-
Facebook – murmuró.
Cuando les
compré los móviles y la tablet a Barie y Madie, puse algunas normas. Al
principio fui rígido: nada de redes sociales, eran demasiado pequeñas. La edad
legal para la mayoría de ellas eran catorce años; para otras, los dieciséis.
Pero muchos de sus amigos tenían Facebook e Instagram y el Whatsapp me era
bastante útil para comunicarme con ellas cuando salían a casa de alguna amiga,
así que acabé por ceder un poco y les dejé tener cuentas, bajo un estricto
control sobre lo que podían y no podían ver y subir. La tablet tenía bloqueo
parental sobre algunas páginas y Ted de vez en cuando vigilaba que no agregaran
a nadie extraño a sus perfiles en redes sociales. En seguida los gemelos
quisieron el mismo trato, reclamando que además ellos eran un año mayores, y
desde entonces todos mis hijos adolescentes tenían cuentas en las redes. Nunca
habíamos tenido ningún problema, salvo una vez en que Zach y un grupo de amigos
suyos dejaron un par de comentarios desagradables a otro chico. Zach se sintió
fatal porque mi hombrecito no es ningún acosador.
Las niñas lo
usaban sobre todo para cotillear sobre sus cantantes y actores favoritos. Así
que sí, Barie podía usar Facebook. Por eso no entendí del todo la mirada culpable
que puso en ese momento.
-
Les he buscado a todos
– continuó, con un hilo de voz. – Pero solo Sam tiene el perfil público. Sube
vídeos de música y eso. Es bastante bueno. O sea, muy bueno, en realidad.
-
Va al conservatorio –
la informé.
-
¿Estás enfadado?
-
¿Porque le hayas
buscado en Facebook? No veo por qué tendría que estarlo – repuse. – En cambio
sí estoy bastante molesto por la forma en la que me has ignorado hace un
momento y por cómo trataste a Ale.
Mi princesa se
encogió sobre sí misma, avergonzada.
-
¿Estoy en líos? –
murmuró.
Ah, no. Eso era
trampa. Ser tan mona y adorable no iba a salvarla. Nop. No iba a ayudarla ni un
poquito.
-
… Si le pides perdón a
tu hermano, tal vez me lo piense.
Blando.
-
¡No le tengo que pedir
perdón, no fue para tanto! – protestó.
-
Fue una mala reacción,
Bárbara. Da igual si fue para tanto o no, actuaste mal y tienes que
disculparte.
-
¿Por qué? – replicó. No
me gustó su actitud orgullosa, uno de mis objetivos como padre es que fueran
capaces de reconocer sus errores y disculparse por ellos.
-
Porque lo digo yo, para
empezar.
-
Pues yo digo que no –
declaró.
Le sostuve la
mirada por unos segundos, pensando en qué debía hacer. En realidad, sabía cómo
hubiera reaccionado con cualquiera de sus hermanos de haber sido ellos los que
hubieran hecho esa escenita en el pasillo.
-
Muy bien, si quieres
ponerlo difícil, así sea. Nunca me habías respondido así y no vas a empezar
ahora. Arriba.
Barie
abrió su boquita formando una perfecta “o”.
-
No, papi.
-
¿Te vas a disculpar? –
decidí darle una última oportunidad.
Barie se encogió
y asintió, sin ser capaz de mirarme a los ojos. No me gustó esa reacción.
Parecía intimidada, como si yo fuera un gigante a punto de comerla.
«Bueno, mides
cerca de dos metros y ella no llega al metro cuarenta y cinco» dijo una voz en
mi cabeza. «Para ella eres un gigante. Y no vas a comerla, pero...»
-
No tengas miedo,
cariño. Anda, ve a pedirle perdón a Jandro, luego me das un beso y…
-
¡No me quiero
disculpar! ¡No le hice nada, es mi cuarto y no quería que entrara!
-
Entonces se lo dices,
de buenas maneras. Y aún así, en esta casa no hay “mi”. Si tu hermano quiere
hablar contigo y estás ocupada, le pides que espere. Y si no, le atiendes. Tú
entras en el cuarto de todos siempre y entiendo que quieras tu intimidad, pero
a veces parece que tu habitación fuera zona prohibida, hija – le dije,
recordando algunas quejas de los demás al respecto.
-
Es zona prohibida. Zona
libre de chicos. El único lugar de la casa donde no hay gritos, ni hermanos
plastas, ni pies apestosos. Bueno, hasta que llegaste tú – añadió, con rabia.
Una
parte de mí supo comprender su punto de vista. No solo éramos muchos en una
misma casa, sino mayoría de chicos. Estaba bien que necesitara su espacio y, dada
su edad, estaba bien que quisiera un santuario femenino, compartido solo con su
hermana. Pero eso no era justificación para cómo se había comportado ni para el
insulto infantil que acababa de lanzarme.
-
No será que no te di
oportunidades, hija. Pero si no vas a respetarme, entonces se acabó el padre
comprensivo. Ven aquí – la ordené, y no esperé a que lo hiciera, sino que tiré
de su brazo.
-
¡No!
Podría
haberla tumbado directamente, Barie apenas tenía fuerza comparada conmigo, pero
en lugar de eso la levanté y la puse de pie entre mis piernas.
-
No tienes que tenerme
miedo. Nunca te he hecho daño, ¿o sí? – pregunté y ella negó con la cabeza. –
No me gusta hacer esto, pero no voy a dejarte tener esos arranques de ira con
tu hermano, ni esa actitud orgullosa que no me gusta ni un pelo. Eres mi
princesa, pero en esta casa todos somos príncipes – le dije, y concluí con un
beso en su frente. Ese gesto tuvo un efecto físico en ella y sus ojitos
brillantes comenzaron a derramar gotitas saladas.
-
Snif… Ocho príncipes,
cuatro princesas y un rey.
Esbocé
una media sonrisa.
-
Y los reyes, los
príncipes y las princesas, también piden perdón cuando se equivocan – añadí. –
Espero que, para otra vez, lo recuerdes. Así nos ahorramos este mal trago.
-
COLE’S
POV –
Me sabía el
libro de lengua casi de memoria. Ya no quería estudiar más, había sacado un
diez en la evaluación. Pero al mismo tiempo me daba ansiedad si no estaba con
el libro en las manos. Apoyé la cabeza sobre la almohada y me tapé la cara con
el libro. Estaba frío y se sintió agradable.
Alejandro y Ted
cuchicheaban algo desde la mesa. Les dejaba la mesa a ellos porque tenían
apuntes y necesitaban el espacio. Además, a Ted no le gustaba estudiar tumbado
y a mí sí.
-
¿Crees que…?
-
Esa pinta tenía.
Además, ya está tardando mucho. Si solo la fuera a regañar ya habría terminado.
Iba a
preguntarles de qué estaban hablando, pero no fue necesario. Se escuchó un
portazo y un llanto y luego a papá llamando a Barie. Alejandro se asomó a ver,
sin llegar a salir del cuarto.
-
Se ha encerrado en el
baño – informó.
-
Barie, cariño… ¿Estás
bien? Sal, princesita. Habla conmigo, ¿sí? – nos llegó la voz de papá.
-
¿Ha castigado a Barie?
– pregunté yo.
Alejandro
asintió y Ted dejó escapar un suspiro. Bárbara se metía en pocos problemas y
era una suerte, porque ninguno de nosotros soportaba verla llorar. Te rompía el
corazón, tenía una de esas caras que nadie quería ver triste.
Dejé el libro
sobre la cama y bajé de la litera.
-
¿A dónde vas? – se
interesó Ted.
-
Al salón.
-
Huyes de la zona de
guerra – dijo Alejandro.
-
Huyo del libro de
Lengua – repliqué, aunque en realidad eran las dos cosas. Ya no soportaba estar
encerrado estudiando por más tiempo en una habitación llena de gente y saber
que mi hermana estaba llorando en el cuarto de al lado tampoco ayudaba.
Fui al salón y
me senté en el sofá con los pies en el respaldo y la cabeza colgando. Estaba
aburrido y cansado.
-
Cole, siéntate bien –
me dijo papá, desde las escaleras. No le había oído bajar.
-
Me aburro, papá – le
dije, mientras me colocaba. Papá tenía la absurda manía de que si me ponía así
me subiría la sangre a la cabeza.
-
¿No tienes ningún libro
nuevo que empezar? – me preguntó.
-
Ah, ah. Adivina de
quién es la culpa.
-
Tuya, por leer tan
deprisa – dijo papá. Se rió, y yo le sonreí. – Después de los exámenes
arreglaremos esa penosa situación – me aseguró. – Mi gusanito de biblioteca no
puede estar sin nuevas historias.
-
¡Eso!
Papá se acercó a
darme un beso y luego se fue a la cocina. Ya era mayor para que me diera besos,
pero a mí me gustaba. Los niños de mi clase parecían constantemente enfadados
con sus padres y yo me había empezado a preguntar si no era demasiado bebé por
estar siempre buscando que me hiciera mimos. Pero Zach era mayor que yo y lo
hacía también. Papá le daba besos hasta a Ted y a Michael.
Escuché un
maullido desde alguna parte del sofá y me agaché a buscar. Leo estaba escondido
debajo de uno de los cojines, era sorprendente que cupiera ahí. Un día le
íbamos a aplastar, por tonto. Se me hacía raro tener un gato. Era muy mono,
pero pasaba casi todo el tiempo con Dylan y Kurt. Le hice una caricia y Leo
ronroneó. Sip, muy mono. Sonreí y me puse a jugar con él. Papá le había
comprado algunos juguetes. Su favorito era un palo largo que acababa en plumas,
como un plumero. Leo se volvía loco con él y lo perseguía como si estuviera cazando.
Empecé a mover el palo por toda la habitación y Leo saltaba con mucha agilidad
para intentar atraparlo. Me subí al sofá y levanté el plumero en el aire para
ver cuánto podía saltar, pero me resbalé y me caí. Por suerte quedé sentado en
el brazo del sofá.
-
¡Cole! ¿Estás bien? –
me preguntó papá. Tenía la puerta de la cocina abierta y me podía ver.
-
Sip, no ha sido nada.
-
No te subas al sofá,
enano.
-
Bueno.
Leo saltó sobre
mí, como si de pronto yo fuera su presa. Me reí y retomamos el juego, pero en
vez de agitar el plumero decidí esconderlo a ver si Leo lo buscaba. Sin
embargo, no me hizo caso. Supongo que eso era más propio de perros. Pero… ¿y si
le entrenaba? Cogí el palo y lo lancé bajo la mesa del comedor.
-
Mira, Leo. ¿Dónde está
el juguete? Ve por el juguete.
Leo me miró
durante varios segundos, luego se sentó y comenzó a lamerse una pata, con
indiferencia. Grrd.
-
¿Ya no quieres jugar o
qué?
Leo
se subió de un salto al sofá y recuperó su lugar tras el cojín. Yo subí tras él
y traté de quitarle el cojín, mientras él lo agarraba con sus zarpas.
-
Bueno, bueno, tuyo.
Leo
se cansó de mí y decidió alejarse. Dio un salto super mega grande para algo tan
chiquitito y pasó por encima de la mesita del salón, para hacer un aterrizaje
perfecto en el suelo.
-
¡Ala!
Eso
parecía divertido. Me puse en cuclillas sobre el sofá y me preparé para saltar
yo también. Igual que Leo, aterrizaje perfecto.
-
¡COLE! – exclamó papá.
- ¿Es que no puedes usar el sofá para sentarte, como todo el mundo? ¿Acabas de
saltar la mesa? ¿Es que quieres que me dé un infarto?
-
Aichs, ya vale de
regañarme por todo – me quejé. – Leo es más divertido que tú.
-
Te regaño porque estás
haciendo el cafre. Si te aburres ponte a ver la tele, pero nada de acrobacias
en el salón, ¿entendido?
-
Bueeeno.
Qué pesado. Me
tumbé y encendí la tele, pero no echaban nada interesante.
-
TED’S
POV –
Menudo día. Del
susto que me llevé con la enana en el colegio no me iba a recuperar en un
tiempo. Por suerte, todas esas personas horribles que se dedicaban a secuestrar
niños tenían un gran obstáculo en mi familia: un padre sobreprotector y once
hermanos que podían transformarse en tigres, como había demostrado Kurt. Al
enano le iba a hacer un altarcito, con velitas y todo.
Después de comer
los mellis se echaron una siesta y todavía no despertaban. Yo me había puesto a
estudiar, aunque sin poder evitar la sensación de que a lo mejor no servía para
nada y acabab repitiendo curso. Pero yo iba a poner de mí para que eso no
pasara.
Alejandro estaba
estudiando también, pero tenía el móvil al lado y de vez en cuando lo miraba. No
le dije nada porque solo había valido para enfadarle. Salió del cuarto para
enseñarle algo a Barie y volvió refunfuñando porque ella le había echado. Me
dijo que papá lo había visto y estaba enfadado y me pregunté si mi hermana se
la iba a cargar.
Por lo visto, se
la cargó, y Barie se encerró a llorar en el baño. Ya llevaba allí un buen rato.
Papá no dejaba de llamar a la puerta y lo más que consiguió fue un “Déjame
porfa” medio llorado por parte de mi hermanita. Decidí salir a echarle un
cable.
-
¿Papá? – le llamé,
desde la puerta de mi habitación, para que se alejara del baño y así Barie no
nos oyera. - ¿Qué pasó?
-
Nada serio… Pero está
llorando mucho y no me ha dejado abrazarla – me dijo, con preocupación.
Me mordí el
labio.
-
Igual quiere estar
sola…
–
Barie nunca quiere estar sola después de… No he sido tan malo con ella. En
serio.
-
Papá – comencé y medité
con cuidado mis siguientes palabras. – Barie tiene ya doce años. ¿No crees que
es mayor para…?
Aidan me miró y
juraría que alzó ligeramente una ceja.
-
Nunca me has dicho esto
con ninguno de tus hermanos. ¿Son Harry y Zach mayores? ¿Lo es Alejandro?
-
Bueno, es diferente –
me justifiqué.
-
¿Por qué?
-
Ellos son chicos.
-
¿Y?
Bufé.
Estaba seguro de que sabía lo que quería decir, solo se empeñaba en negarlo.
-
Le da mucha vergüenza.
-
A vosotros también –
contraatacó.
-
No es lo mismo, papá…
-
Ted. Aunque no es
asunto tuyo, desde hace años con tus hermanas siempre es sobre la ropa. Sé que
está en una edad difícil, sé qué casi siempre se porta muy bien y sé que es
nuestra princesita mimada, pero si hace algo mal tiene las mismas consecuencias
que vosotros, campeón. No solo porque es lo justo, sino porque ella también
tiene que aprender.
-
Ya, pero… Es mi
hermanita – protesté, con un puchero que buscaba hacerle sonreír y lo conseguí.
– Eres malo.
-
El peor.
-
¿Quieres que hable yo
con ella? – le ofrecí. - Intentaré hacer
que se sienta mejor y luego te la envío para que la llenes de mimos. Tú
mientras puedes ir haciéndole un zumo de melocotón. Es su favorito e igual así
te perdona por ser un monstruo cruel y sin corazón.
Papá se hizo el
indignado y me dio un pellizquito en el costado.
-
Está bien, canijo. A
ver si tú tienes más suerte – aceptó y se fue a la cocina.
Yo me quedé en
el pasillo por unos segundos y luego me acerqué al baño.
-
¿Barie? Papá se ha ido
abajo… - le dije. Quise añadir algo así como “Sal y habla conmigo, enana”, pero
me contuve. Decidí esperar a ver qué hacía ella con esa información.
Después
de un rato, oí cómo descorría el cerrojo, abrió la puerta y pasó a mi lado como
un huracán rumbo a su cuarto. La seguí y la encontré tumbada sobre la cama,
donde se acababa de tirar, con la cabeza escondida en la almohada y llorando
mucho. Se iba a poner mala si seguía llorando así.
Caminé
hasta su cama y lentamente me senté a su lado, estudiando su reacción por si
acaso me echaba, pero ni siquiera me miró.
-
Barie, ya no llores… -
le pedí. Ladeó la cabeza para respirar y aproveché para pasar el dedo por su
mejilla húmeda. – ¿Quieres contarme qué pasó?
-
No – gimoteó.
-
Bueno. ¿Quieres que
llene los bolsillos de papá de azúcar y lo acerque a un hormiguero?
-
No, Ted. Déjame –
lloriqueó.
-
No puedo hacer eso,
enana. Eres mi hermanita y no puedo dejarte cuando te veo así tan triste.
-
Snif…
-
¿Papá fue muy duro
contigo?
Bárbara no
respondió, pero la noté algo más calmada, como si escuchar mi voz fuera un
remedio contra el llanto. Probé a seguir hablando, a ver si así conseguía
tranquilizarla. Me tumbé a su lado y prácticamente la obligué a apoyar la
cabeza en mi brazo.
-
Si todavía te duele,
verás que enseguida se pasa.
-
Snif. No me duele…snif…
pero me muero de vergüenza.
-
No hay por qué, hermanita.
No es la primera vez, ¿mm? Y desde luego no eres la única. Tienes once hermanos
bastante familiarizados con lo que te acaba de pasar, diría yo. Algunos somos
incluso unos expertos. Si no recuerdo mal, tú tuviste entradas en primera fila
la última vez – la recordé. Era algo que me apetecía olvidar, pero si servía
para hacerla sentir mejor… - Eso sí que
dio vergüenza.
Me
miró en silencio unos segundos y dejó que le limpiara un par de lagrimitas más.
-
Fuiste muy valiente. Si
papá me hubiera pegado tanto como a ti, me habría muerto – me dijo.
-
Qué va. Tú eres muy
valiente también, y muy fuerte. Y papá jamás te haría daño, ni a ti, ni a mí.
-
A ti te lo hizo.
-
No, Bar. Fue duro
conmigo y además esa vez yo no había hecho nada, pero no me hizo daño. ¿Te cuento
algo? Pero no se lo puedes decir a nadie.
Barie asintió.
Tenía una expresión triste, como de pucherito, pero había cesado el llanto.
-
Tú sabes que siempre
que papá nos castiga tenemos permiso para ser sus lapas por el resto del día.
No es que tengamos permiso, es que no tenemos otra opción, aunque antes Ale
nunca quería y Harry a veces tampoco. Si por papá fuera, se pasaría horas
mimándonos y demostrándonos que todo está bien. Ha sido así desde que tengo
memoria. Cuando yo era peque siempre que me regañaba me daba un abrazo después
y un beso. Es su forma de decir que está todo perdonado, pero no es solo eso.
Es como que necesita que sepamos que nos quiere mucho, pase lo que pase. Podría
dejarlo en un beso y ya, pero muchas veces hace más que eso. A los peques los
coge a upa y a nosotros nos hace cosquillas o nos dice cosas cursis de las
suyas… La reconciliación no es solo para nosotros, también es importante para
él. Es como si tuviera miedo de que le fuéramos a dejar de querer porque nos
castigue… Y yo tengo la culpa de eso. Aquí viene el secreto. ¿Me lo guardas? –
pregunté, y Barie volvió a asentir. - La primera vez que papá me dio una zurra
fue cuando tenía siete años. Es decir, ya me había castigado antes, pero nunca
en serio: unas pocas palmadas y yo lloraba como el bebé que era y él me comía a
besos. Pero ese día yo me metí en un lío de los grandes. El entrenador de
natación nos llevó a la piscina con trampolines y nos enseñó a tirarnos desde
el bajito… pero yo me escapé y me subí al grande… Eran veintisiete metros, Bar.
De haber llegado a saltar, me habría matado. Ni siquiera ahora, tras casi
quince años nadando, el entrenador me dejaría subir ahí. Es solo para gente que
se dedica profesionalmente al salto de trampolín. El entrenador casi se muere.
Me llamó para que bajara, pero me daban miedo las escaleras, estaban muy altas.
Gracias a Dios, tampoco me animé a saltar. El entrenador se subió a por mí, me
bajó, llamó a papá y me prohibió pisar su piscina para siempre. Para siempre
duró una semana, pero te puedo asegurar que yo casi me muero. Era el peor
castigo del mundo mundial. Con la llorera que me pegué, uno podría pensar que
papá se ahorró castigarme en casa, peeeero me había dicho muchas veces que en
la piscina había que obedecer al entrenador porque era peligroso y el caso es
que el entrenador nos había prohibido acercarnos a ese trampolín. Así que nadie
me salvaba. Papá se había llevado un gran susto y encima yo hice un señor
berrinche porque no quería quedarme sin natación. Creo que nunca he sido muy de
berrinches, no sé, pero ese día le hubiera ganado a Kurt por goleada. Papá me
dio una buena… Es decir, fue ridículo, fueron veinte palmaditas nada fuertes,
pero para mi yo de siete años fue terrible. Cuando papá terminó me fui al salón
a llorar y cada vez que él intentaba acercarse a mí yo salía corriendo. Esa no
fue solo la primera vez para mí, también lo fue para él, dado que yo era el
mayor. Nunca antes había sido tan duro con nadie. Estoy seguro de que se tuvo
que sentir terrible al ver que su hijo le huía de esa manera.
-
¿Y qué pasó después? –
preguntó Barie con un hilo de voz, quizá empezando a ver el punto de conexión
entre su situación y mi historia.
-
Me puse malito de tanto
llorar. Me empezó a doler la tripa y papá me cogió en brazos intentando
calmarme. Al principio, me resistí, quería bajarme, pero al final dejé que me
abrazara porque mi tripita empezó a sentirse mejor. Todo mi cuerpo empezó a
sentirse mejor cuando papá me abrazó y
al final me quedé dormido en sus brazos. Me despertó a besitos para la hora de
cenar y no recuerdo muy bien qué me dijo, pero sé que fue algo bonito y dulce y
yo estuve colgado de su cuello prácticamente el resto del día.
Bárbara se quedó
en silencio durante un rato. Su respiración se había normalizado y su carita
empezaba a perder el color rojo que había adquirido con el llanto.
-
Tú también te sentirás
mejor si dejas que te abrace – le dije. – Y él también se sentirá mejor. Todos
nos sentiremos mejor.
-
No estoy enfadada con
él – susurró.
-
Ya lo sé. Es más
complicado que eso. Pero en realidad la solución es muy sencilla, ¿mm? Hay
cosas que no se arreglan con un beso, pero esto sí, mira qué fácil. Además, me
han dicho que a alguien le están haciendo zumo de melocotón. Pero te lo va a
traer papá, así que tendrás que abrirle la puerta.
Barie se
retorció de una forma muy graciosa, como un gatito, y se tumbó de lado.
-
¿Está muy enfadado? –
me preguntó.
-
¿Quién? ¿Papá? Nada de
nada. Ni un poquitito. Cero. No va a obligarte a estar con él después de
castigarte, Bar. No está enfadado, solo triste.
De nuevo guardó
silencio y se frotó los ojos, que la debían de picar.
-
… Si me trae un zumo
puede entrar – accedió.
Sonreí, y le di
un beso en la mejilla. Me levanté para dejarla tranquila, pero ella me llamó
antes de que pudiera salir.
-
Ted… ¿todos saben?
-
No – la mentí. – Y si
alguien hace aunque solo sea un comentario pequeñito, tengo cientos de
historias embarazosas de cada uno con la que cerrarles la boca.
-
¿Me cuentas alguna? –
me pidió, mimosa.
-
Ya te he contado una
mía, ¿qué más quieres?
-
Esa no vale, eras
pequeño.
-
Oye, hace menos de un
mes me has visto el culo. Dame un respiro.
Con
eso, Barie se puso rojísima, levantó la manta y se tapó la cara.
-
¡Ay, Ted!
Me
reí y salí del cuarto. Era tan fácil hacerla ruborizar.
-
AIDAN’S
POV –
Deseé que Ted
tuviera más éxito que yo con su hermanita. Al menos habría alguien con ella
para consolarla. Yo me concentré en hacer el zumo. Supuse que no pasaba nada
por adelantar la hora de la merienda, si total, los exámenes les daban hambre.
Cole estaba
aburrido en el salón y me dio un susto cuando le vi saltando como un mono desde
el sofá. Mocoso imprudente… ¿es que no sabía que si le pasaba algo yo me moría?
Terminé de hacer
zumos para todos y saqué unas galletas de la despensa. Le había prometido una
chocolatina a Dylan, así que busqué eso también. Sabía que tenía en algún
lugar, pero me costó encontrarla, y en ese proceso de búsqueda escuché un ruido
muy fuerte. Salí de la cocina como un rayo y me encontré con Cole, sentado en
el suelo y parpadeando medio en shock, justo delante del sofá, que estaba
volcado. Cómo se las había apañado para volcarlo era un misterio, aunque
supongo que si aterrizó de un salto en el respaldo pudo desequilibrar el pesado
mueble.
-
¡Cole! ¿Madre mía, estás
bien?
Corrí hacia él y
le levanté, buscando daños, pero afortunadamente no se había hecho nada. Si
estaba un poco sorprendido, sin embargo, como si no tuviera muy claro lo que
había pasado.
-
¿Qué te dije hace un
momento? – le regañé, el alivio dando paso al enfado.
-
Que nada de acrobacias
en el salón – murmuró.
-
Y tú ni caso, ¿no?
-
Fue sin querer, papi.
No quería volcarlo…
-
El sofá me importa un
pimiento, Cole. Podrías haberte roto un hueso o la cabeza - le dije. Coloqué el
sofá en su sitio y Cole dejó escapar un ruidito sombrado.
-
¡Ala! ¡Lo has levantado
con una sola mano! – exclamó. En otro momento hubiera sonreído por su infantil
admiración y hubiera presumido un poco de mi “súper fuerza”, pero aquella vez
me mantuve serio y Cole lo notó. - ¿Y con esa misma manaza me vas a pegar? – me
preguntó, con un puchero.
Le miré con
incredulidad. Ese comentario era más propio de Zach que de él. Además yo
todavía no había hablado de su castigo, pero mi enano era bastante listo y
sabía lo que esperar. Me agaché para estar a su altura y me aseguré de que me
mirara.
-
Esta “manaza” se vuelve
pequeñita cuando tiene que tratar contigo – le dije. – Pero me parece que un
castigo si te mereces, ¿no? Te regañé por hacer el bruto antes.
-
Sí, papá… snif… Perdón.
Me senté en el
sofá y Cole empezó a llorar abiertamente.
-
Ya no lo hago más,
papi, de verdad.
-
¿Por qué siempre soy
papi cuando estáis en líos?
-
Porque así te enfadas
menos… snif.
Le acerqué a mí
y le di un beso en la frente.
-
Si me enfado es porque
te quiero y no quiero que te hagas daño. Afuera el pantalón, canijo.
Cole me miró con sus ojos oscuros muy
abiertos. Se llevó la mano a la cintura, pero las dejó ahí, quietecitas.
-
Siempre lo haces tú –
murmuró.
Era verdad. Pese
a su edad, pese a su madurez general y a su vocabulario complejo, pese a ser un
enano generalmente responsable, Cole era pequeño todavía. Era un bichito
infantil y adorable que aún dejaba que yo le cogiera en brazos a veces. Puse
mis manos sobre las suyas y le ayudé. Después le agarré por debajo de las
axilas y le alcé un poquito para tumbarle encima de mí.
-
En el salón no se salta
y si te digo que no hagas algo me tienes que obedecer, Cole – le recordé.
PLAS PLAS PLAS
Au, papi… PLAS PLAS
PLAS PLAS Ai…
PLAS PLAS PLAS
Dudé un segundo,
pero al final le levanté. Estaba seguro de ser un blandengue sin remedio, pero
entonces vi sus ojitos húmedos y ya no lo tuve tan claro. Nop, tenía que ser el
monstruo más malvado del planeta.
-
Perdón…
-
Estás perdonado,
campeón – le aseguré. Le coloqué el pantalón y le di un beso. Después volví a
cogerle para sentarle encima de mí. Como era bajito para su edad, cabía entre
mis brazos perfectamente.
-
Caray…. Yo bajaba a ver
qué pasaba con el zumo que me había prometido Ted, pero como que vine en mal
momento – dijo Barie, desde la escalera. Su postura tensa contrastaba con su
intento de sonar relajada. Se estaba esforzando por aparentar normalidad, pero
era evidente que estar ahí no era fácil para ella.
-
Me la cargué, Bar… -
gimoteó Cole. Fue todo un alivio que no le diera vergüenza. Debería de haberle
llevado a su cuarto para hablar con él, pero la costumbre era difícil de
quitar. Con los pequeños no siempre lo hacía y me costaba asumir que Cole
estaba creciendo.
-
Yo también, mico –
respondió Barie, sorprendiéndome al hacerlo. Se acercó a nosotros tímidamente y
se sentó a mi lado en el sofá. Con el brazo que tenía libre, la envolví y
disfruté del contacto de mis dos angelitos. Últimamente no les había prestado
mucha atención, a ninguno de los dos, ni a Madie, porque habían sucedido muchas
cosas que me habían tenido distraído.
-
Qué malo que es papá –
les dije, y le di un beso a cada uno. - ¿Estás bien, mi amor? – le pregunté a
Barie. Ella asintió, y escondió la cara en mi brazo, vergonzosita.
-
Lo siento – me susurró.
-
No pasa nada, cielo.
¿Te disculpaste también con Jandro?
Ella
negó con la cabeza.
-
Pero lo voy a hacer.
-
No esperaba menos de mi
princesa. Tienes el zumo en la cocina, cariño.
-
Ahora voy – cuchicheó y
se recostó sobre mí. Cole hizo lo mismo y yo sonreí, feliz de verme atrapado
entre ellos dos.
---*---
N.A.: Muchísimas gracias por los comentarios :D
Es cierto que habían pasado casi dos años desde la
última actualización. Uff. No era consciente de que hubiera sido tanto tiempo.
Gracias, en serio gracias por haber querido seguir leyendo.
No recuerdo ya si esto lo he dicho alguna vez
(muchas “notas de autor” olvidadas) pero a veces saco ideas de “la vida real” y
las incorporo a la historia, como por ejemplo una familia que conozco a la que
literalmente le ha pasado de todo (como a la de Holly, pero con cosas
diferentes) y aun así han salido adelante y más que adelante. De su capacidad
de superación he aprendido mucho, y también he aprendido que a veces la
realidad supera a la ficción. Os cuento
esto a ver si así os hacéis el #TeamHolly , que he visto reticentes y esto ya
me pasó en otra historia, nunca gustan las parejas que hago jajajaja
excelente capítulo como siempre
ResponderBorrarNo lo puedo creer!!!! Si si si, un nuevo capi, bravo!!!! Y como siempre Aydan hermoso. Pobre Cole solo estaba aburrido jajaja, y Bari, bueno ella tiene un poco de razon,que no entren a su santuario, es una princesa jajaja. Pero las princesas al parecer tambien cobran. Precioso y esperado reencuentro con esta familia. Que no pase mucho. Besos
ResponderBorrarGrace
Menos mal la pusieron en su sitio , porque jadro no le puede ni responder que ya lo castigaba y barbi siempre le dice cosas a Álex y como que no pasa nada yo siempre la he visto que se hace superior a Álex , muy buen Capi cuanto he extrañado esta historia y en poquito tiempo dos capis ojaala la casa sigan así un besito
ResponderBorrarTerry
Que bueno que la castigaron, pero hubiera sido mejor que pusieras la paliza para leerla, aunque también es bueno que quede para la imaginación, hay niñas que son muy mimadas la verdad.
ResponderBorrarQue penita de cole , el es un niño muy tranquilo creo que es la primera travesura que hace
ResponderBorrarA mi me encanta Holly y Aidan, pero me encanta más que actualices jejejejej superrrr
ResponderBorrarCreo que Aidan es un poco injusto, quiero decir, no castigó a Barbie tan rápido como lo hizo con Cole, creo que él vaciló un poco solo porque ella es una niña, su "princesa", Ted también, tratan a las chicas de manera diferente de los chicos, es injusto.
ResponderBorrarPor fin pude leerla con calma y me encantó, como siempre. Me hubiera gustado que narraras el castigo de Barie, pero quedará para la imaginación. Y el POV de Cole me encantó. Respecto a Holly, bueno no eres el únicalp escritor que le cuesta trabajo relatar de parejas, a mi también me cuesta trabajo. Saludos.
ResponderBorrarVaya vaya.. pero que capítulo tan cargado de emociones me vine a encontrar!!
ResponderBorrarOk.. sé que es mi culpa por desaparecerme de la lectura!!
Pero waaoo Kurt es mi ídolo!! Con esa garra para defender a su hermanita me encantó!! No le importó el tamaño de aquel hombre.. él hizo o que hace un buen hermano al defender a su hermana!!
Me alegro que pudieran capturar a ese tipo!!
Pobre Ted se la pasaron molestándolo y por su bien espero no vaya a ir a nadar solamente porque lo retaron!!
Esos gemelos les está saliendo bastante barato el castigo de la expulsión y que bueno que los hayan recompensado con sushi después de tanto estudiar!!
Y esa Barie siento que le salió barata y eso que fue grosera con Jandro y el mismo Aidan!! Igual yo también hubiera querido leer el castigo pero ni modo ojalá en algún futuro!!
Ese Cole se pasó con tanta acrobacia solamente porque estaba aburrido mm lo bueno que no se lastimó cuando tiró el sofá jaja..
Muy lindo el capi amiga!!