Cuando supe que era padre sentí que ya era muy tarde.
Mi ex-esposa, Marisol, se fue de casa y nunca supe de ella.
Éramos apenas unos críos, unos niños o sipotes. Apenas
y tenía los 19 años cuando decidimos que estábamos locamente enamorados, y en
un impulso de borrachera llegamos al ayuntamiento y unimos nuestras vidas. Seis
meses después, Marisol desapareció de mi vida.
Todos en Prado Verde supieron del desastre de Matías
Cerrano- el chico que tuvo que volver a casa con la cola entre las patas. Vamos,
al vivir en un pueblo de apenas 200 habitantes, es un milagro que no se enterara
hasta de la paliza que me dio mi padre por desobedecerlo. Aun viviendo en una
hacienda los chismes en este pueblo son el pan diario.
Pasaron 15 años, nunca más me quise volver a casar y
me dedique a levantar la hacienda de mis padres. Me partí el lomo todos los
días, y muchas veces, a la hora de la cena, no podía ni moverme del cansancio.
Pero cuanto disfrutaba ver el amanecer montado en mi viejo amigo, Fuego y con
Colmillo, mi perro, a mi lado.
Todos los días parecían ser igual, no importaba que
fuera domingo o miércoles, todas las mañanas recibo los primeros rayos del sol
en mi caballo. Y mi madre nunca cambio.
“¡Quiero conocer a mis nietos! ¡Al paso que vas, voy a
estar comida por gusanos para cuando nazcan y tu serás un viejo cascarrabias!”
Esas eran sus frases favoritas. “Vamos…es una chica muy linda.” Era eso, o “Es
una chica muy inteligente…” Y los adjetivos cambiaban por educada, buena gente,
gentil, hermosa, graciosa, y tantas otras.
Algunas veces, por complacerla, solía decir si e iba a
sus citas. Todas eran un desastre, y me gane así el título de escorpión en el
pueblo.
“Matías es un chico muy apuesto…pero pareciera tener
el carácter de un escorpión.”
Y la verdad era esa. Prefería la compañía de los
vaqueros y los animales que el de una mujer, que no hacía nada más que
arrancarte el corazón.
Y así transcurrieron los 15 años más cortos y más
largos de mi vida, y todo cambio aquel viernes por la tarde.
Mamá había planificado toda una pequeña reunión
social para las mujeres de su edad y sus
hijas-todas convenientemente entre los 22 y 34 años, todas solteras, y todas dispuestas
a ser la siguiente Señora Cerrano.
La verdad, la “Casa Grande” como la llamaban los
empleados parecía en ese momento, “El Zoo”. Papá prácticamente me rogo a que me
quedara cerca a petición de mi madre. Decidí complacer a los viejos, aunque sé
que papá se encerró en su despacho y no asomo su curiosa nariz ni por las
rejillas de las ventanas.
“Mati…” Todas me llamaban así, mi viejo apodo de la
secundaria, y solo algunas me conocieron a esa edad. Vamos, que algunas las
había visto con los mocos chorreados de niñas y ahora fingían ser todas unas
distinguidas señoritas.
Era la hora del almuerzo, a lo único que papá y yo prácticamente
fuimos forzados a sentarnos a la mesa. Papá al menos tenía a mamá, y todas lo
respetaban, pero y ¿yo? Yo tenía que lidiar con todas esas locas. Fue en ese
momento que llego Joaquina, una de las sirvientas de más confianza, con cara de
urgencia.
“Joven, disculpe, pero…le buscan.” Dijo, viendo a mis
padres con nerviosismo.
“¿Quién es, Joaquina?” Pregunto mi madre, igual de curiosa que mi padre.
Y con toda la prudencia del mundo que Joaquina nunca conoció,
y enfrente de la mayoría de chismosas del pueblo, soltó aquella bomba que creí jamás
conocería. “Un chamaquito, jefa, a’i todo flacuchito y mugrosito, jefa. Pue’
dice que es hijo aquí del joven Matías, jefa.”
El silencio sepulcral no se hizo esperar, y nosotros,
mis padres y yo, no hicimos esperar mucho al muchacho aquel. En efecto, si su
apariencia, a pesar de ocupar con urgencia un baño, una mudada limpia, y una
buena comida, no era prueba, no sé qué lo seria.
En aquella sala me esperaba un hijo, con mis mismos
ojos azules, mi mismo cabello obscuro y ondulado, mis mismas facciones, y mi
mismo carácter.
Aquel niño estaba por cumplir sus 14 años. Producto de
mi ahora fallecida ex-esposa. Nunca supe porque Marisol se había marchado, y
nunca lo sabré. Solo sé que se fueron a una ciudad de Nuevo Mexico, donde crio
a mi hijo sola…o debo decir, malcrió.
La única razón por la cual me buscó fue porque quería
emanciparse. Por supuesto, al tener 14 años, esa opción no era, en realidad,
una opción.
Eduardo Matías Cerrano no sabía nada de su padre, y
yo, Matías Cerrano, no sabía nada de mi hijo. Los primeros días fueron todos pacíficos.
Hablamos con nuestro abogado, su custodia paso a mis manos y el, muy a su
pesar, se mudó a la Casa Grande.
La verdad, no sé qué habría hecho sin mis padres.
Ellos me guiaron en todo. No tenía ni idea en cómo tratar a un sipote de
catorce años. Siendo sinceros, no tenía idea de cómo tratar a un crio de
cualquier edad.
“No tengo cuatro años!” Esa era la frase favorita de
Eduardo, la descubrimos rápidamente. Y tres semanas después de su venida,
sinceramente, me estaba agotando.
“¡No me importa!” Le dije aquella noche, parado en
aquel pasillo. “Es tarde ya, en esta casa, por si no lo has notado, nos
levantamos muy temprano, por lo tanto, es hora de que vayas a dormir.”
Su mirada me fulmino, eran ya las nueve de la noche, y
se lo tomo muy mal cuando le recalque que era hora de dormir. “Pues yo no. Vete
tú a dormir, yo puedo quedarme haciendo lo que quiera.”
Sentí la sangre surgir por todas mis venas y hervir.
De niño siempre había dicho que jamás castigaría a mis hijos igual que mis
padres lo hacían conmigo. A mis 34 años, con un hijo de 14, rompí aquella
promesa hecha entre lágrimas y nalgas adoloridas.
Rápidamente tome el flacucho brazo aquel y a rastras
lo metí dentro de su habitación. “¡SUELTAME! ¡IDIOTA! ¡SUELTAME GRAN ESTUPIDO!”
Solo eso basto para que mi mano cayera en aquellos
glúteos. PLAS
Era la primera vez que le daba una nalgada a alguien,
y creo que fue con demasiada fuerza. Sentí una pequeña picazón en mi mano, y
Eduardo palideció de golpe. Un quejido ahogado salió de sus labios, y me miro
con grandes ojos.
“Basta, Eduardo Matías.” Mi vos fue irreconocible
hasta a mis oídos, era como escuchar a mi padre veinte años atrás. “Te dije a
la cama, y es a la cama. No me importa la edad que tengas. Mañana iras conmigo
a hacer la ronda matutina, así que decide ahora, si lo harás con unas nalgas blancas
o unas nalgas rojas.”
Su cara enrojeció y me fulmino con la mirada. “Me voy
a la cama.” Musito entre dientes. Asentí, y lo lleve a su cuarto. Por primera
vez me deje llevar, y actué mas como su padre y menos como su guardián.
Lo arrope como debí hacerlo desde el día en que nació.
Recogí algunas cosas que estaban fuera de lugar, y antes de salir, le desee las
buenas noches y le di un beso en la frente, no importándome que se lo limpiara
inmediatamente. Pude ver la confusión en su mirada, ¿pero que le podía decir?
Salí de su habitación a la mía. No sé cuánto tiempo
paso, pero no podía conciliar el sueño. Por un momento observe mi mano con la
que había dado aquella única nalgada. Por el trabajo, mi mano era lejos de ser
suave. Tenía varios callos, era tosca y dura, y para nada pequeña. Mis dedos
eran largos, y diestros al momento de trabajar con los caballos o las reses.
No sé cómo sucedió, pero me encontré en la habitación
de mi hijo. Nunca lo había observado dormir, y aquello fue como un bálsamo. Ningún
amanecer se le comparaba. Era evidente que aun dormido tenía muchas energías.
Dormía sobre su estómago, su cabecita encima de
aquella almohada, y una mano cerca de su boca. Sus piernas ampliamente
abiertas, y aquella colcha celeste con la que lo había arropado reposaba
suavemente sobre su cama, y otra parte sobre el suelo. Una de sus almohadas yacía
sobre aquel frio piso de madera.
Me senté suavemente a su lado, y me di cuenta que a
diferencia de mí, su sueño no era ligero. Observe su rostro relajado, sus mejías
que aun conservaban aquel toque de niño, su pequeña naricita, y sus labios
entreabiertos que empezaban a deshilar un pequeño hilo de saliva sobre la
almohada.
Observe aquella mano tan cerca de su boca y me
pregunte si alguna vez había tenido la maña de chuparse el dedo gordo, me deje
llevar y la tome. Comparada con la mía, su mano era aún muy pequeña. Sus dedos
serian algún día tan largos como los míos, pero aún eran pequeños. Su palma era
pequeña, también, y era suave, muy suave.
Por alguna razón note que necesitaba cortarse las
uñas, y también me di cuenta que necesitaba un corte de cabello. ¿Se habría
preocupado Marisol por esas cosas alguna vez? No lo supe, pero note que Eduardo
no se preocupaba mucho por su aspecto físico. No sabía si era por su edad o
simplemente por su crianza, pero en ese momento decidí que eso tendría que
cambiar.
Llevado por el impulso, bese su manito y sentí un gran
dolor. Me habían robado a mi bebe, me habían robado la oportunidad de tenerlo
junto a mi todos esos años. De atender a su llanto y a sus rizas, de ver sus
primeros pasitos, sus primeras palabras.
Un pequeño quejido me saco de mis pensamientos,
Eduardo se quejó en sueños y se movió suavemente. “Shhh, duerme, bebe.” Susurre
por instinto, pose mi mano sobre su espalda y le hice una caricia. Eduardo se relajó
inmediatamente, y puso su mano sobre mi muslo, tomando un puñado de mi buzo en
su inconsciente estado.
Observe el resto de su cuerpo mientras le acariciaba
la espalda, sus piernas eran largas, supe que iba a ser alto, y sus pies ahora
eran un tanto largos. Subí mi mirada hasta llegar a sus nalguitas. Aquellas que
habían recibido un único azote de la misma mano que ahora acariciaba su
espalda.
¿Había alguna razón por la cual dormía sobre su estómago?
¿Le había dejado algún hematoma? Mi mano no dolía, pero bien sabía yo que ellas
eran duras y pesadas. Gradualmente, me estire hasta alcanzar el elástico de su
pantalón y tire un poco de él. Su muslo derecho tenía la leve silueta de la
palma de mi mano, y su muslo izquierdo denotaba la silueta de mis dedos. Por la
luz que entraba del pasillo, pude ver que estaba en un color rosa suave, para
el día siguiente no habría seña alguna. Deje el elástico de su pantalón de
vuelta en su lugar, sobando un poco el área que había agredido horas antes.
Dando otro beso en la cabeza de mi niño, me levante
con sumo cuidado y arregle su cama, recogí aquella almohada que yacía en el
suelo, lo arrope nuevamente para mantener el frio de la noche lejos de él, y me
volví hacia la entrada, pero Eduardo tomo la tela de mi pijama y la sujeto
antes de poder dar dos pasos más. “Nuuu….paapii…” Aquel quejido fue lo más
hermoso que mis oídos habían escuchado. Nada se comparaba que por primera vez
mi hijo se dirigiera a mí con aquella expresión tan paternal e infantilmente
dulce.
Regrese a su lado, pero en vez de sentarme me acosté a
su lado. “Quieres a papá a tu lado, bebe?” Pregunte, viendo como sus ojos se
entre habrían, nublados de sueño, y apenas reconociendo lo que sucedía. El
asintió suavemente y se tumbó sobre mi pecho, escondiendo su rostro en él. Lo abrase
hacia mí, y me arrope con su colcha. Cerré los ojos y disfrute del calor de mi
niño, de su aroma y de su suave respirar mientras estaba en los brazos de
Morfeo.
No supe a qué hora me dormí, pero cuando abrí los ojos
supe reconocer que el amanecer estaba a una hora. Escuche los silbidos de
algunos vaqueros, que llamaban así a sus caballos, alguien había apagado la luz
del pasillo, y el canto de algunos pajarillos madrugadores que se preparaban
para un nuevo día.
“Hey, campeón.” Llame dulcemente al tesoro entre mis
brazos. Desde que Eduardo se acomodó en la noche, no se había movido. Y si,
parte de mi brazo, el cual usaba de almohada, se había dormido, y una de sus
rodillas se había clavado a mi lado, y una de sus piernas reposaba sobre mis
piernas. En pocas palabras, mi hijo me uso de colchón y de almohada, pero nunca
había dormido tan cómodamente, aun cuando este sipote pesaba. “Eduardo, hijo,
despierta.”
Le sobe su espalda por debajo de su camiseta,
haciéndole algunas cosquillas a los costados. Ya que eso no sirvió de mucho, le
di unas cuantas suaves palmaditas sobre su pijama, mientras que mi otra mano le
sobo su negra cabellera y bese suavemente su cabecita. Se movió y se quejó un
poco, hasta que abrió los ojos de golpe y se separó bruscamente de mi lado.
“¡¿Qué haces aquí?!” Su vos estaba un poco aguda, y
sus ojos abiertos en sorpresa.
“Es hora de levantarse.” Respondí simplemente,
levantándome de su cama y abriendo las cortinas de su ventana. Todavía estaba
obscuro, pero pronto amanecería. “Vamos, hay que desayunar, y luego tienes que
montar a Kimara.”
Su debilidad era esa yegua negra, y lo supe al momento
en que sus ojos brillaron de emoción. El día pasó sin mayor incidente, aunque
aquella ternura de niño al dormir desaparecía a la luz del día. Eduardo era
arisco y hasta un poco grosero con todos, incluyéndome.
El único momento en que podía ver a ese muchacho dulce
era cuando estaba con Kimara, pero ese día fue una excepción. Desde que se la
entregue y le dije sus responsabilidades hacia ella, Eduardo había cumplido. La
cepillaba todos los días, le daba su alimento, limpiaba su establo, le hablaba
con cariño, y hasta jugaba con ella. Pero ese día, al volver de cabalgar, le
dije que la cepillara y que se limpiara, pronto seria la hora del almuerzo y su
abuela nos estaría esperando para comer.
No había terminado con Fuego cuando vi pasar a
Eduardo. “Hey, terminaste con Kimara?” Por lo general, le tomaba más tiempo que
a mí.
“No…que uno de los hombres lo haga.” Me dijo, con tono
de finalidad. Pare de cepillar a Fuego y le di mi atención completa a Eduardo.
“Hijo, esa es tu responsabilidad, cada quien cuida de
su caballo aquí. Kimara es tuya, así que cepíllala y ponle agua limpia.” Le
dije con calma, volviendo a cepillar a Fuego.
“¿Porque tengo que hacerte caso?” Me dijo airado, “No
es mía, es tuya, y si tanto te molesta, ¡hazlo tú!”
Nuevamente, volví mi atención a Eduardo, cruzándome de
brazos. Pude ver que se debatía entre hacerme caso o pasar de mí, así que decidí
apelar a su razonamiento. “Vas a ir a cepillar a Kimara, TU, ahora obedece sin
rechistar.”
No fue un pedido, fue una orden, pero Eduardo obedeció
y volvió al área asignada de Kimara. No le escuche hablar con ella como por lo
general hacía, pero no le di importancia. Ya había terminado de cepillar a
Fuego cuando escuche el quejido de Kimara y los gritos de Eduardo. De golpe
deje lo que hacía y fui a ver que sucedía. Para mi sorpresa, estaba Eduardo
gritándole a Kimara, tirando el agua casi encima de ella, y dándole patadas al
cubo del agua.
“¡EDUARDO MATÍAS!” Grite, más en sorpresa que en
enojo.
“¡ES UNA ESTUPIDA!” Me grito, enojado con aquel
animal. “¡MIRA! ¡YA LA TENIA LIMPIA Y ENSUNCIO EL AGUA!” Fue allí que note que
no le había cepillado, el establo estaba sucio, y era más que obvio que no
había estado cumpliendo con sus responsabilidades.
Me acerque a Eduardo y tome su brazo, sacándolo del
recinto aquel y cerrando la puerta. Todos los capataces estaban almorzando o
descansando por la hora, y sabía que no habría nadie que nos interrumpiera, y
si lo hacían, no sería raro para ellos. Esto sucedía en todas las haciendas del
lugar donde había niños.
Me senté en uno de los tantos banquillos del lugar, y
aun gritando y empezando a dar patadas, tire de Eduardo hasta que estuvo sobre
mis rodillas. El pataleo y grito, y hasta me dio unos cuantos golpes con su
puño cerrado, pero después de un tiempo callo.
“Kimara es tu responsabilidad. De nadie más. La única excusa
para no cuidar de ella es que estés enfermo, y este no es el caso.” Le dije,
conteniendo mi propio enojo. “No puedes gritar de esa forma a ninguno de los
animales aquí, aunque sea un perro, una yegua, un gallo, o una res. Y mucho
menos a una persona.” Le dije, calmadamente.
“No lo vuelvo a hacer…suéltame.”
“No, no lo vas a volver a hacer, y no, no te voy a
soltar, Eduardo.” Le dije tranquilamente. “Tampoco se le dan patadas a las
cosas, ni maltratas las cosas. ¿Has entendido?”
Un terso, “Si.” Fue mi respuesta.
“Bien, ahora, a partir de hoy, si vuelves a tener ese
comportamiento te encontraras en esta misma situación, Eduardo. Se acabó, no
voy a dejarte pasar ese comportamiento.”
Con eso, deje caer mi mano sobre sus jeans. Sé que le tomó
por sorpresa, y esta vez medí mi fuerza.
Plass
Plass Plass
Plass
Plass Plass
Cayeron sobre sus nalgas, y unos cuantos quejidos y gruñidos fue mi respuesta, pero no hizo más.
Plass
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Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass
Le levante y lo vi a sus ojos. Empezaban a humedecerse
pero no lloraba aun, su cara estaba un poco roja, pero no sabía si por
vergüenza o por enojo. No se movió de lugar, y no dijo nada, estaba quieto como
una roca.
“Quítate los pantalones, Eduardo.”
Ante esto, su cara se volvió más roja, y sus ojos me
vieron en enojo. “No.” Dijo, pero aun así no se movió, y una sola lagrima rodo
por su mejilla.
“Tienes dos opciones, Eduardo, lo haces tú o lo hago
yo.”
Por unos cuantos segundos, la mirada desafiante de
Eduardo me reto, pero ante mi rígida disposición, Eduardo puso sus manos sobre
el cierre de su pantalón y lucho con él. Se lo desabrocho, y sujeto su
pantalón, pero pronto lo dejo suelto. “Quítalos, y dóblalos.” Le ordene, aunque
un tono dulce se mesclo en la orden. Sabia, por experiencia propia, cuan odiosa
era esa orden en particular. Eduardo lucho por hacerlo, y me encontré
ayudándolo un poco, para que pudiera apoyarse en mí al momento de quitárselos
completamente. Los puse sobre un banquillo que estaba junto a mí y jale de él,
dejándolo nuevamente sobre mis rodillas.
El área de los muslos que su slip de caricaturas no cubría
estaba un poco rosa, y todo él estaba tenso. Le sobe la espalda con los mismos
mimos que le había hecho justo la noche anterior hasta que se relajó un poco. “No
me gusta tener que hacer esto, Eduardo, pero, campeón, si tengo que hacerlo lo
hare. Tienes que aprender a tratar bien a todos aquellos a tu alrededor.” Le
dije, poniendo mi mano sobre sus nalgas.
Con eso último, retome el castigo. Un coro de ‘AY!’
‘AU!’ y ‘Noo’ me acompañaron al dejar caer alrededor de 20 nalgadas más, y
hasta que pare. Sabía que Eduardo ya lloraba, pero en ningún momento mostro
haberse arrepentido. Tenía que ser un poco más duro con él, pero no quería usar
mi cinturón. Quería terminar con algo que le hiciera recordar esto y querer
evitar una repetición lo más posible.
Allí fue cuando lo vi. El cepillo descartado de
Kimara. No era como el cepillo regular para caballos. Parecía más un cepillo
grande para humanos, con agarradera y todo. Lo tome en mis manos, viendo la
tersa y lisa madera y sintiendo el peso. Sabía que dolería, pero también que
era necesario. Puse el cepillo a un lado, y con la otra mano le baje los slips.
“¡NO! ¡DEJA! ¡NOOO!”
Ignore sus plegarias, aunque me doliera en el corazón
tener que hacer aquello. Sus nalgas estaban un poco más rojitas. Dado a que no
dejaba de patalear, el slip callo hasta sus tobillos, así que decidí quitárselo
del todo antes de que saliera volando por el aire.
Una vez que estaba listo, tome aquel cepillo y lo deje
reposar sobre sus posaderas. “No vuelves a tratar a nadie de esa forma, me
escuchas Eduardo Matías?”
“¡Sí! Ya…Deja!” reclamo, moviéndose de lado a lado
para tratar de librarse de lo que sabía le venía.
Sin mediar una palabra más, levante mi brazo y deje
caer aquel cepillo.
PLACK
Fue un ruido que, a decir verdad, hasta a mí me
asusto, pero más aún el alarido de mi hijo. “AAAAAAUUUUUU!!!!!!”
Levante aquel instrumento, y me fije en el ovalo que
se formaba. Había tratado de no ser tan duro, pero al parecer, aquel aparato no
necesitaba mucho esfuerzo.
Mentalmente, decidí en darle trece más, uno por cada
año de vida.
Levante el instrumento aquel, y lo deje caer
nuevamente con menos fuerza. PLACK.
“Ayayayayayaya….noooo….perdón! ¡Perdón!”
PLACK
“Buuuuaaaaaaaaa…..aaaaaaauuuu!!!! Nooooo”
El llanto de mi bebe me partió no solo el corazón,
pero el alma. Sin embargo, sabía que tenía que continuar.
PLACK PLACK
Otro grito, y Eduardo dejo de luchar, se dejó caer, al
final aceptando aquel castigo.
PLACK
PLACK PLACK
“AUUUUU!!!
¡No, papi! ¡Perdón, perdón,
papiiii!”
Y esas palabras hicieron que no pudiera más. Apenas y
llevaba ocho, así que decidí que eso era más que suficiente. Me forcé a
continuar, dándole los últimos dos.
Levante un poco mi pierna, para dejar caer en los ya
enrojecidos pegues donde comienzan las piernas y terminan las nalgas.
PLACK
Fue un poco más fuerte, y el sollozo de mi bebe
incremento.
PLACK
Fue el último, y deje caer aquel endemoniado cepillo.
Mi bebe lloraba a mares, balbuceando su pedido de perdón, pude entender unos
cuantos ‘papi…perdón...duele’ entre todo lo que salía de sus labios.
Lo deje acostado sobre mis piernas por un tiempo, y
luego, cuando ya su llanto calmaba un poco, lo levante, sujetándolo de sus
axilas. Su carita estaba toda llena de lágrimas, mocos, y creo que saliva
también, pero no me importo. Lo senté con sumo cuidado sobre mis piernas y le
sobe su espalda, mientras el me abrazaba de mi cuello, y lloraba sobre mi
pecho.
Con una mano sobe sus cabellos y cuello, y con la
otra, sobe su espalda y a veces sus ardientes nalguitas. Parecía no importarle
su falta de vestimenta.
De reojo vi a uno de los capataces entrar, y al notar
el cuadro aquel, salió disimuladamente sin decir nada. No me importo en ese
momento, solo quería consolar y mimar a mi niño.
“Shhhh….shhh…ya, ya paso, bebe.” Le repetía a su odio,
besando cada parte su carita que podía alcanzar, desde sus orejitas, su
cabello, sus ojitos, y sus cachetitos no importándome lo salado de sus lágrimas
y sudor. “Ya, mi amor, ya, shhh, calma…” susurraba, arrullándolo en mis brazos
y pecho como debí hacer desde el primer día de vida de lo que imaginaba habría
sido una pequeña y perfecta bolita rosa.
“Papii…” se quejó nuevamente, restregando uno de sus
ojos con su puño cerrado, sorbiendo mocos, y removiéndose en mi pierna. “…perdón…no
lo vuelvo a hacer.”
“Ya lo sé, corazón, ya lo sé, chiquito.” Susurre, mi
voz suave como no lo era desde hace ya mucho tiempo, mientras le limpiaba la
carita con uno de mis pañuelos. “Sé que no he estado allí, Eddy, pero si te
prometo que a partir de hoy estaré todos los días. Perdóname tu por no haber
estado allí.”
La verdad, no se me había ocurrido jamás decirle eso a
mi hijo, pero en ese momento entendí que parte de la raíz del mal
comportamiento de él era eso. La falta de su padre. La falta que yo le hice,
aun cuando ambos habíamos sido engañados.
Eduardo asintió, rodeo sus flacuchos brazos alrededor
de mi cuello, y reposo su rostro sobre mi hombro, uno de sus dedos jugando con
el cabello cerca de mi cuello. “¿Te gusta estar aquí?” Pregunte por primera
vez. Para mi sorpresa, Eduardo asintió, pegándose más, de ser posible, a mí.
Mi corazón rebosaba de amor a ese chiquitito con las
nalgas peladas aun. Sabía que pronto mamá enviaría a alguien a buscarnos, al menos
que aquel capataz hubiera dicho algo en las cocinas donde todos ellos se
alimentaban. No me importaba, en ese momento todo podría venir a su fin menos
el amor que sentía al tener a mi hijo en brazos. Al tener a mi bebe donde
siempre debió estar, donde tendría que estar hasta que estuviera listo para
volar fuera del nido.
El sonido de los caballos, de algunos grillos, y
algunas aves acompañaron el silencio nuestro, interrumpido de vez en cuanto por
las esnifadas de Eduardo.
En aquella tardía mañana, por primera vez en quince
años pronuncie aquellas palabras que había prometido nunca más pronunciar, y
nunca antes fueron dirigidas con tanta verdad. “Te amo.” El susurro fue suave,
como una pequeña brisa dirigida solo al oído de aquel tesoro que había entrado
a mi vida. “Te amo, hijito.”
Y como un suave parloteo de los árboles para llenar el
conjunto de la brisa, Eduardo, poso un simple beso sobre mi mejilla y susurro
las palabras que creí jamás escucharía dirigidas hacia mí. “Yo también te amo, papi.”
Y con esa simple, pero poderosa frase, el escorpión
aquel en que Matías Cerrano se había convertido desapareció para dejar atrás a
un nuevo hombre, listo para enfrentar la vida fuera de los llanos que proveía
aquella hacienda.
ohhh aparecida!!! yo te habia leido en fanfiction!!! me encanta que hayas llegado al blog, que bueno, espero la continuacion lo mas pronto posible :D
ResponderBorrarBienvenida,me fascino tu historia espero la continues pronto.
ResponderBorrarMe facino, quiero más de este escorpión y su lindo chiquillo plissssasa y bienvenid@!!!!.....
ResponderBorrarBIENVENIDA!!!! MUY BELLA HISTORIA!!! HABRÁN MÁS CAPÍTULOS?! ESPERO QUE SÍ!!! ;D
ResponderBorrarMuy linda historia, muy intensa......me gusto mucho.......bienvenida
ResponderBorrarMe encanto la historia... sobretodo el carácter de este escorpión ;) espero sigas mandando mas bellas historias como estas.
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