CAPÍTULO 58: PELEAS Y
RECONCILIACIONES
El mismo día que me dieron las notas me puse a estudiar, intentando
ponerme al día con lo que habían visto mis compañeros. No es que no hubiera
hecho nada mientras estaba convaleciente, pero empecé a hacerlo más en serio en
vista de las desalentadoras palabras del director. Había perdido toda una
evaluación, pero aún podía prepararme para llegar bien a la segunda. Mientras
metía la cabeza en los libros, me di cuenta de que había cosas que no entendía,
en Geografía, por ejemplo, que siempre se me había dado mal, y en Economía.
Frustrado, decidí enviarle un mensaje de SOS a Agustina, y de paso miré a ver
sí me había respondido a los mensajes que le envié por la mañana contándole la
conversación con el médico y con el director. Me había respondido solo con un
“me alegro que estés mejor”. ¿Es que no había leído la parte en la que me
decían que podía repetir? Agus estaba muy rara y ese mensaje me pareció
innecesariamente frío e impersonal. Decidí no rallarme por tonterías, y la
escribí de nuevo:
TED: Necesito ayuda con Geo…
Esto no hay quien lo entienda…
AGUS: Y q quieres q haga yo?
Su respuesta me desconcertó un poco. Me pareció muy borde, pero a veces
los mensajes escritos se podían malinterpretar.
TED: Como tienes que estudiar
para los finales, podrías repasar conmigo…. Así me ayudas mientras estudias…
AGUS: No puedo, Ted. Pídeselo a
Fred.
Contemplé el móvil durante unos segundos, y poco a poco fue
apoderándose de mí una ira cegadora. Estaba claro que ella pasaba de mí. Al
principio, tras mi operación, me visitó en el hospital y se portó muy bien
conmigo. Pero después debió de hartarse de estar con un lisiado. ¿Y por ella
había enfrentado a unos matones? ¿Por ella había acabado en el hospital? Sabía
que no hacía bien en culparla de eso, pero sentía que me estaba destrozando por
dentro y culparla se sentía bien.
TED: Tenemos que hablar. Por
Skype. ¿Puedes ahora?
Como única respuesta, recibí una llamada suya por Skype. Cerré la
puerta del cuarto deseando que mis hermanos no entraran a interrumpirme y
contesté. Agustina estaba en pijama y en una habitación poco iluminada.
-
¿Qué
pasa? – me preguntó.
-
Eso
quisiera saber yo. ¿Te pasa algo conmigo? ¿Te he hecho algo?
-
No, Ted,
no me has hecho nada…
-
Pues
pareciera, porque estás como muy fría. Y por más que te lo pido nunca vienes a
casa. Hemos estado mucho sin vernos porque yo no podía ir a clase y tu no
venías nunca… Y cuando te he dicho que ya me dan el alta del todo, sin
rehabilitación ni nada, apenas te has alegrado…
-
¡Claro
que me he alegrado! - protestó.
-
Nadie lo
diría, no sé… Pero bueno, no importa… ¿Por qué no puedes venir aquí a estudiar
conmigo? Si es por mis hermanos, te prometo que no harán ruido. O mira, si
quieres puedo ir yo a tu casa…
-
¡Que no
puedo, Ted, no seas pesado! – me recriminó.
Apreté los dientes y las manos, con frustración.
-
Si tan
pesado soy igual ya no quieres salir conmigo. – le dije.
-
¡Pues
igual no!
-
¡Pues
igual yo tampoco! – respondí, enfadado, pero sobre todo dolido. - ¡Cuando más te
necesité no estabas!
-
¡No todo
gira alrededor de ti, ¿sabes?! – me respondió. En ese momento, impulsivo,
harto, dolido y furioso, cerré la pantalla del ordenador, cortando la
comunicación.
Me llevó unos segundos asimilar lo que había pasado. ¿Acabábamos de
romper? No, peor que eso: YO había roto con ella. ¿Era idiota, o qué? ¿Y si la
llamaba de nuevo? Me daba igual quedar como un imbécil desesperado… Pero ella
ya había dejado claro que ya no estaba interesada en mí.
Experimenté uno de esos momentos de “todo me pasa a mí”, pero creo que
con justa razón. Primero el accidente, luego la visita de Andrew, después la
charla con el director y para rematarlo rompía con mi novia. Quería llorar y
romper algo. Agustina había sido la primera chica en la que me había fijado y
me negaba a creer que la hubiera cagado tan pronto.
Me tumbé en la cama y me tapé la cara con las sábanas. Estuve así hasta
la hora de la ducha, que papá vino a ver por qué no salía.
-
Ted…
¿pero qué te pasa? – preguntó, preocupado.
Me hubiera gustado
responder algo así como “que me quiero morir”, pero eso hubiera sonado
demasiado melodramático.
-
Todo me
sale mal – gimoteé.
-
¿Esto es
por el colegio? No te rindas, campeón, todavía no está todo dicho…
Papá se sentó en una esquina de mi cama y comenzó a acariciarme. Me
acerqué más a él, mimoso.
-
Snif…snif…
No es por eso… Es que… snif…Agustina ha roto conmigo…snif…o yo con ella….snif…-
le dije, y empecé a llorar más fuerte.
Papá detuvo las caricias un segundo, sorprendido, y luego las retomó con
más energía.
-
¿Qué ha
pasado?
-
Snif…
Lleva unos días muy rara. Yo intento hablar con ella, pero está fría conmigo y
no quiere venir a verme… snif…. Yo no quiero una novia por Facebook…quiero una
novia real.
Papá guardó silencio y comenzó a mimarme el pelo. Me encantaba que
hiciera eso, me relajaba y me daba paz.
-
Entiendo
lo que dices, yo también me he extrañado de no verla por aquí… Pero se portó
muy bien en el hospital… ¿No decías que no venía porque no quería molestar?
-
Eso podía
entenderlo al principio, cuando acababa de volver del hospital… Pero ya estoy
mejor, puedo andar de nuevo, y no pasaría nada porque venga. Además, sus
respuestas son raras, como si no estuviera detrás de la pantalla escribiéndome…
Parece otra persona Ay, papá…. yo la
quiero… - confesé, con vergüenza, y escondí la cara en la almohada.
-
Mi niño….
No lo des todo por perdido. Tal vez haya una razón para todo esto.
-
Snif… lo
dudo.
-
Bueno,
pues entonces es que ella no te merecía. Nadie que haga llorar a mi niño se
merece estar con él – sentenció, y agachó la cabeza para darme un beso. A mi
pesar, sonreí un poquito. El cariño de papá no era lo mismo que el cariño de mi
novia, pero sí me hizo sentir mejor. Al menos alguien me quería. Estiré los
mimos todo lo que pude, hasta que papá empezó a insistir para que fuera a la
ducha.
-
No quiero
– refunfuñé, en un tono bastante infantil.
-
Vamos,
Ted, tienes que ducharte…
-
¿Para
qué? - pregunté, en tono de “qué más da todo ya”.
Pensé que papá me iba a decir algo así como “para no apestar”, pero en
lugar de eso tiró un poco de mí para levantarme.
-
Se acabó
la autocompasión. No voy a dejar que te quedes aquí teniendo lástima de ti
mismo.
-
Qué borde
eres… - protesté, pensando que podía ser un poco más amable conmigo.
-
No,
cariño, sé que estás triste y me duele verte así, pero lo único que puedo hacer
ahora mismo por ti es no dejar que te ahogues en tu propia burbuja. Así que
venga, dúchate, cena bien y duerme. Verás que mañana es un nuevo día.
-
No, no lo
será, porque ya iré a clases y ella estará allí… - gimoteé.
-
No,
mañana no irás al colegio, irás pasado. Mañana es el primer día que retirarás
la medicación y quiero estar contigo para asegurarme de que no te da un ataque
epiléptico.
-
Pero ya
perdí muchos días, ya oíste al director…
-
Uno más
no será una gran diferencia. No voy a enviarte a clase sin saber que vas a
estar bien. – me aseguró.
No le contradije, porque de todas formas no tenía ninguna gana de ir y
encontrarme con Agustina. Al menos tenía un día más antes de enfrentarme a ella.
Finalmente acabé por ir a la ducha, a ver si me iba por el desagüe y así dejaba
de irme mal en todo. Cuando se lo dije a papá, me dedicó una media sonrisa y me
dijo que ya empezaba a usar las mismas expresiones que Michael.
-
AIDAN´s POV –
Aunque intenté actuar con normalidad para mantenerle entero, lo cierto
es que sentía mucha pena por Ted. Entendía que solo quisiera quedarse tumbado
en la cama, pero no podía dejar que hiciera eso. Puede que yo no supiera del
todo cómo se sentía una desilusión amorosa, porque Holly era la primera mujer
de la que me enamoraba, pero sí sabía cómo era tener el corazón roto en otros
sentidos de la palabra. Al final, el dolor es el mismo: alguien que era muy
importante para ti te decepciona, y temes que nunca más vaya a estar presente
en tu vida, o no de la misma manera.
No era solo que Ted estuviera pasando por un mal momento… Es que,
además, él tenía una personalidad muy sensible. A veces se comía sus
sentimientos, pero eso no quiere decir que no los tuviera. Lo que pasaba a su
alrededor le afectaba mucho, y lo cierto es que últimamente habían pasado un
montón de cosas. Ted casi siempre compartía sus problemas conmigo, no como
Michael, que se callaba y los enfrentaba solos… En algunos sentidos, Michael
parecía más fuerte que Ted, capaz de soportar más cosas. Pero abrirse a los
demás a veces es la opción más valiente y sufrir en soledad la más cobarde.
Agustina había pasado a encabezar mi lista negra. Jamás la iba a
perdonar por lastimar a mi hijo, aunque al menos había mostrado sus cartas
antes de que mi hijo tuviera más tiempo para implicarse con ella a un nivel más
profundo. Aun así, había algo que no me cuadraba… Cuando les vi juntos de
verdad me pareció que ella se preocupaba por él. Sabía que los adolescentes
peleaban todo el tiempo y a lo mejor eso era lo que había pasado entre ella y
Ted… Una pelea absurda, y nada más. Pero de ser así mi hijo no estaría tan
dolido…
Tuve un ojo puesto en Ted durante toda la noche, hasta que se acostó.
El pobre tenía demasiado encima. Ojalá la vida le diera un respiro. Cuando me fui a dormir, después de acostar a
todos mis hijos, reflexioné sobre el hecho de que a veces la vida parecía
cebarse con ciertas personas. Pensé en Ted, y en Holly y su familia. Hay gente
que parece que viene al mundo para pasarlo mal y luego hay otros para los que
todo es mucho más sencillo. Recordé que
una vez le planteé eso mismo a un sacerdote, cuando Ted lloraba porque tenía
hambre y yo no podía darle de comer, porque había gastado todo el dinero en una
crema que me mandó el médico para unos sarpullidos que le habían salido en la
cabecita. Resultó ser mucho más cara de lo que había pensado, porque no entraba
en el seguro médico. El cura, un hombre bastante joven que no dudó en darme
algo de comida para el bebé, no supo bien qué decirme y solo me respondió que
Dios nunca envía más de lo que uno puede soportar.
-
Si eso
fuera cierto no habría suicidios – le dije. – Dios debe de equivocarse alguna
vez…
-
O tal
vez, la gente que pone ahí para ayudarnos no cumple el trabajo que se le
encomendó…
Me pareció una curiosa reflexión… Una forma de decir que siempre
culpamos a Dios cuando en verdad nosotros también podíamos hacer algo por los
demás cuando sufrían, y los demás podían hacer algo por nosotros cuando lo pasábamos
mal. Pero en ese momento, diecisiete años después, con Ted deprimido sobre su
cama, me hubiera gustado que simplemente jamás hubiera tenido que sufrir, y que
jamás hubiera necesitado mi ayuda. Sobre todo porque a veces era incapaz de
ayudarle y ese sentimiento de impotencia me volvía loco.
Ya casi me había dormido mientras le daba vueltas a este pensamiento,
cuando sentí que alguien se acercaba a mi cama.
Encendí la luz de mi mesita y vi a Kurt, con su carita habitual de
“vengo a dormir contigo”. Traía su almohada y todo, y aunque mi primer impulso
fue levantar las sábanas para que se metiera, me contuve.
-
¿Qué
pasó, bebé?
-
Me
desperté…
-
Bueno,
pues vuélvete a dormir, cariño. ¿Quieres que vaya a leerte un cuento? – le
ofrecí.
-
¡No!
Quiero dormir contigo.
Suspiré. No había cosa que me gustara más en el mundo que dormirme
sintiendo a alguno de mis hijos a mi lado. Igual para otros padres llegaba a
ser un incordio, porque querían tener momentos a solas con su mujer, pero como
yo era soltero eso no era un problema. De hecho me ayudaba a no sentirme solo.
Pero sabía que no podía acostumbrar a Kurt a dormir en mi cama, aunque de hecho
era probable que ya estuviera acostumbrado. Tenía que aprender a dormir solo y
tal vez así fuera ganando un poquito de independencia.
-
Tienes
que dormir en tu cama, peque. Ven, vamos, me quedo contigo hasta que te
duermas… - dije, levantándome del colchón y dándole la mano para llevarle a su
cuarto.
Kurt me dedicó una mirada sorprendida.
-
¡No,
aquí! – protestó.
-
No puede ser,
Kurt.
-
¡Siempre
duermo aquí!
-
Por eso
mismo. Tú tienes tu cuarto, y tienes que dormir ahí. – le dije.
Como a cámara lenta, Kurt comenzó a llorar y me hizo sentir el ser más
malvado del planeta.
-
No
llores, bebé, no pasa nada. En tu cuarto está Dylan ¿mm? Y yo voy a estar
contigo hasta que te duermas.
-
Bwaaaa…..
¿por qué…snif… no quieres…snif…que duerma aquí?
Era una pregunta legítima, pero no era fácil de contestar. No podía
decirle algo como “porque tienes que hacerte mayor”. Bueno, sí podía decirlo,
pero no quería. Me parecía cruel y dudaba que sirviera a mi causa.
-
Porque tú
tienes tu camita, peque. Pero no llores, que no pasa nada….
-
Bwaaa…Ya
no me quieres…
-
Claro que
te quiero, te quiero mucho. ¿Crees que a Ted le quiero menos porque duerma en
su camita y no aquí?
-
Snif….
Kurt se calmó un poco y dejó de llorar. Intenté darle la mano para
llevarle a su cuarto, pero se soltó y se fue él solo, corriendo y enfadado.
Dejé salir el aire, repentinamente agotado. Aquello había sido difícil. Me
senté en la cama, sin dejar de sentirme terriblemente mal. Todos mis hijos,
sobre todo los pequeños, venían a dormir conmigo de vez en cuando. Pero Kurt a
veces pasaba más tiempo ahí que en su cuarto. Dormía conmigo incluso más que
Hannah, que tenía muchas pesadillas infantiles con monstruos y cosas así.
Además, cuando venía Hannah no me preocupaba tanto, y no porque ella fuera
chica ni nada de eso, sino porque ella no estaba tan “pegada a mí” como Kurt…
Pero, por eso mismo, sabía que a Kurt le había dolido horriblemente que no le
dejara dormir conmigo. Diablos, ¿qué había de malo en que se viniera a mi cama?
¿Qué había de malo en que a veces solo tuviera ojos para mí? ¿Y qué si se
acostumbraba a dormir conmigo? Esa era una de aquellas situaciones de “los
expertos dicen…”, pero a mí me daba igual lo que dijeran los expertos. Kurt era
mi hijo, y además de eso mi hermano: yo sabía mejor que nadie lo que era mejor
para él. Ya tenía muchos hijos: tendría que haber sabido que la independencia
les llega tarde o temprano, y cuando les llega quieres que vuelvan a ser tu
sombra. Por mí Kurt podía vivir pegado a mí hasta que fuera adolescente o
incluso después.
Me levanté de la cama y fui a buscarle, pero no estaba en su cuarto. Me
asusté por unos segundos, pero luego vi que estaba en el cuarto de los mayores.
Se había metido en la cama de Ted y dormía ahí, acurrucado junto a él. Les
observé durante un rato, y vi que parecían cómodos y que sería imposible
sacarle de allí sin despertar a los dos. Decidí volver a mi cuarto, y al final
me dormí yo también.
-
ALEJANDRO´S POV –
Papá nos despertó a susurros y nos instó a no hacer ruido para no
despertar a Ted. Pero la suerte no estaba de su parte porque el enano, que por
lo visto había dormido en nuestro cuarto, no era especialmente sigiloso, y
además parecía molesto con papá por algo, así que se escondió entre las sábanas
para que papá no le sacara de la cama y al final, con su movimiento, Ted se
despertó.
-
De todas
formas ¿cuál es el problema? – pregunté, medio dormido – Él también tiene que
levantarse.
-
No, hoy
ya no tiene rehabilitación y no irá al colegio hasta mañana, así que hoy podía
dormir un poco más…
-
“Podía” –
murmuró Ted, tapándose la cara con la almohada.
-
Qué morro
tiene – protesté, sin pensar.
-
Sí,
quedarme en casa para ver si no me dan ataques epilépticos es mi definición de
“morro” – replicó Ted. Era un alivio ver que no era el único que despertaba
sarcástico y de mal humor.
-
Igual
puedes dormir de nuevo. Tú quédate en la cama, campeón – le sugirió papá. – Y
tú ven, Kurt, sal de ahí y vamos a tu cuarto.
-
¡Contigo
no, bicho! – le respondió Kurt. Yo me tuve que reír, porque esa frase me la
había tenido que oír a mí, o a Harry o Zach, o a alguno de los videos que
veíamos en Youtube.
-
¿Cómo? –
preguntó papá, confundido. – Claro que conmigo. Vamos, ven.
-
¡No, con
Ted!
-
Conmigo.
Ven acá. – instó papá.
-
¡Contigo
no, bicho! – repitió Kurt.
A mí me parecía sumamente gracioso, pero seguro que a papá no tanto, a
juzgar por la expresión que tenía. Ted también pareció darse cuenta, porque se
levantó de la cama para evitar que el día comenzara con el asesinato de un niño
de seis años.
-
No pasa
nada, papá, si total ya estoy despierto, ya le acompaño yo.
Se le llevó de allí antes de que papá pudiera decir nada. Poco a poco,
papá relajó el ceño y suspiró. A saber qué le pasaría ahora al enano. Papá
recogió un poco nuestro cuarto, que la verdad estaba que daba pena, y justo en
ese momento recordé que no me interesaba que mirara debajo de mi cama. Ahí
escondía algo que podía meterme en muchos problemas. Miré alarmado cómo se iba
acercando más y más, pero entonces los dioses fueron benévolos e hicieron que
Michael interviniera.
-
Mm…
Aidan…
Papá le miró y chasqueó la lengua.
-
Está
bien… papá…- rectificó Michael. – La semana que viene termino en la comisaría. Solo… pensé que
querrías saberlo.
La mandíbula de papá por poco llega hasta el suelo. Tuvo que sentarse
en mi cama y todo, porque no era capaz de asimilar la noticia.
-
¿Cómo he
podido olvidarlo? – se recriminó. - ¿Cómo han pasado ya tres meses?
-
Es
normal… Con lo de Ted, y todo eso…
-
No. Yo…
tendría que haber estado atento… Madre mía… Y ni siquiera hemos hablado de qué
harás después… Lo siento tanto, Michael… De verdad. Siento haberlo olvidado.
-
Si el que
tenía que recordarlo era yo. No te disculpes por nada. Bueno, eso, que en una
semana.
Papá miró el reloj y se dio cuenta de que no tenía mucho tiempo o
llegaríamos tarde a clase, y Michael a la comisaría.
-
Hablamos
cuando vuelvas, ¿vale, campeón? – le dijo papá.
-
“Campeón”….
Soy casi tan alto como tú pero me llamas “campeón”…grrr…. – refunfuñó Michael.
-
Oh, y a
Ted a veces le llamo bebé, si se me escapa ^^
-
¡Papiiii,
los zapatooos! – gritó Hannah, desde el baño, y papá salió para seguir con su
rutina de alistar a los peques para el colegio.
En cuanto se fue me agaché y miré bajo la cama. El iPhone seguía ahí.
Un iPhone que no era mío. Tenía que buscar un escondite mejor, el problema era
que casi todos los cajones del cuarto los compartía con mis hermanos. Lo puse
momentáneamente en mi bolsillo, pero el gesto no le pasó desapercibido a
Michael.
-
¿Qué es
eso? – me preguntó.
-
Nada que
te importe.
-
Así que
es algo que no deberías tener – adivinó. - ¿No confías en mí? No soy un
chivato.
Dudé un segundo, pero si se lo decía tal vez me hacía compartirlo con
él. Prefería que siguiera siendo un secreto.
- No es nada – insistí, y cogí mi ropa para vestirme en el baño, para
que no me siguiera interrogando.
Sin embargo, no conté con el factor “hermanos pequeños” ni con que el
pasillo por las mañanas es una zona de guerra. Fui brutalmente embestido por
Kurt, que corría fuera de control mientras Ted intentaba a duras penas
contenerle, y el golpe me tiró al suelo, con tan mala suerte que el iPhone se
salió de mi bolsillo.
-
¡Kurt,
ten más cuidado! – le regañó papá, y se acercó a ver si yo estaba bien. Se
agachó a recoger el móvil, y entonces se dio cuenta de que no era el mío. -
¿Alejandro? ¿Desde cuando tienes un iPhone?
Papá sabía que el aparatejo ese costaba cerca de mil dólares, y él
jamás se había gastado más de ciento cincuenta en un teléfono. Nuestros móviles
solían ser de marcas poco conocidas, y no eran malos, pero sí baratos. Jamás
habíamos tenido nada de Apple.
-
Pues…
pues….yo….
Papá me miró fijamente, como si quisiera leerme la mente.
-
¿Te lo
has encontrado? ¿Buscaste a su dueño? Hijo, si te encuentras algo así, hay que
intentar ver de quién es, o llamar a alguno de los números de la agenda y ver
si lo devuelves…
-
Eh… sí,
iba a hacerlo. Me... me lo encontré, eso es, me lo encontré ayer… - respondí,
pero hasta un bebé hubiera notado en mi voz que era mentira. Papá también lo
notó.
-
¿Alejandro?
¿De dónde has sacado ese móvil? – inquirió.
-
Me… me lo
encontré en un banco de la calle. Alguien debió de perderlo al sentarse… - me
inventé, a ver si colaba. – Y… en realidad…jo, ¿por qué tengo que devolverlo?
Uno encuentra cinco euros en la calle y se los queda ¿no?
-
Si no
sabe de quién son, sí. Porque el dinero no suele llevar escrito el nombre de su
propietario. Pero con un móvil hay formas de averiguar de quién es. Seguro que
su dueño te llama para recuperarlo.
“No, si ya ha llamado, ya…” pensé, para mí.
-
Bueno…
pues si llama se lo doy… Y sino, pues… “quien lo encuentra se lo queda”.
-
¿Seguro
que te lo encontraste? – insistió papá. La vacilación de mi voz le había hecho
dudar.
-
Que sí…
Caminé para volver a mi cuarto, pero papá me agarró del brazo antes de
que me alejara.
-
Mientes
bastante bien pero, desde que eras pequeño, tienes la manía de rascarte la
oreja cuando estás nervioso. No veo por qué ibas a estar nervioso si el móvil
fuera un hallazgo fortuito. – me dijo, y automáticamente dejé quieta la mano
con la que, efectivamente, me estaba rascando la oreja.
-
¿De
verdad estás insinuando que lo robé? – pregunté, haciéndome el ofendido. Eso
funcionó durante un segundo, seguramente porque se acordó de su metedura de
pata con Ted, cuando le acusó de algo que no hizo. Pero supongo que yo tenía un
historial de mentiras y cagadas bastante más grande que el de Ted.
-
Sí.
Porque ayer pasaste toda la tarde en casa y del colegio te traje yo, así que el
único lugar en el que lo pudiste encontrar fue en clase y no en un banco de la
calle. Y no te vi con él en todo el día. No sé qué otro motivo tendrías para
ocultarlo.
-
¡Que me
lo encontré y sabía que tú me harías devolverlo! ¡Pero no imaginé que fueras a
tomarme por un ladrón!
-
Bueno,
encontrar algo y no devolverlo también es robar, en cierta forma… - musitó
papá, ya menos seguro, al ver que yo insistía en mi inocencia.
-
¡Oh, por
favor! ¡Todo el mundo lo hace!
-
Vale, sí,
eso es cierto… Pero… No sé, hijo, te noto raro. – dijo papá, dudando de sí
mismo, pero entonces jugó su carta infalible. Esa en la que apelaba a mi odiosa
conciencia. – No es que dude de ti, porque yo sé que tú jamás le quitarías algo
a otra persona. Si tú dices que te lo encontraste, eso debe de ser. No serías
capaz de mentirme a la cara, sabiendo lo mucho que me duele que me hagan eso.
Eso no era justo. No valía hacerme sentir culpable de esa forma.
-
¿Y si lo
hubiera cogido, qué? – protesté. – No es tan malo. Solo es un teléfono. Él
puede comprarse como mil.
-
¿Él?
Alejandro, ¿quién es él? – preguntó papá.
Suspiré. Prácticamente lo había admitido, así que ya qué mas daba.
-
Un chico
de mi clase, tú no le conoces. Es bastante idiota y muy rico. No tiene
problemas en restregarle a la gente lo rico que es. Y por cierto, sí que lo
perdió… en su pupitre. Y yo lo cogí… y me lo llevé.
-
¿Y por
qué hiciste eso?
Me encogí de hombros, pero sabía que esa respuesta no le iba a valer a
papá.
-
Me cae
sumamente mal y es un maldito iPhone. No lo pensé mucho, solo lo cogí.
Papá me taladró con la mirada. No parecía especialmente enfadado ni
decepcionado, lo cual fue todo un alivio, porque había temido que empezara a
verme como un delincuente, o algo así. Pero tampoco estaba contento con lo que
había hecho, claro…
-
Pues así
como lo cogiste, hoy mismo lo devuelves ¿entendido?
-
Pero…
-
Sin
peros. Ese móvil no es tuyo. Y espera que no te acompañe a la casa de ese chico
para que le pidas disculpas.
-
¡Eso ni
se te ocurra! – me alarmé. No podría soportar la vergüenza de presentarme en
casa del idiota de Jamie acompañado por mi padre.
-
Veremos.
Pero se lo devuelves – zanjó. – La verdad, hijo, no sabía que le dieras tanta
importancia a las cosas materiales. ¿Tanto querías ese chisme? Es cierto que
nosotros no nos lo podemos permitir, pero es que aún pudiendo, ¿para qué
quieres un teléfono de mil dólares? Habiendo gente que no puede ni comer me
parece hasta inmoral tener un móvil tan caro. El que tienes funciona ¿no? Y
manda whatsapps, y eso.
Papá debía pensar que solo quería el móvil para mandar whatsapps… En
eso se equivocaba, pero sí tenía razón al decir que yo, en realidad, no
necesitaba un iPhone. Y tampoco lo deseaba tanto, me habían movido más las
ganas de fastidiar a Jamie que las ganas de tener el móvil.
-
Sí… el
que tengo funciona… - admití.
-
AIDAN´s POV –
¿Por qué no podía
tener una mañana tranquila, como en cualquier otra casa? Aunque, pensándolo
bien, tal vez ninguna casa con niños tiene una mañana tranquila. Siempre se va
a contrarreloj y los imprevistos son tan comunes que ya deberían “preverse”.
Aquella mañana me tocó un niño de seis años profundamente enfadado por no
haberle dejado dormir conmigo, y un adolescente de quince al que por lo visto
le había dado por coger cosas ajenas.
No sabía si aquello
era una chiquillada o algo serio. Es decir… ¿era algo de una sola vez? ¿Debía
enfadarme para asegurarme de que no se repetía o debía tratarlo como una
“trastada de adolescente”? ¿Alejandro lo había hecho para llamar mi atención,
porque necesitaba el dinero o porque algo en mi forma de educarle había
fallado? Lo cierto es que conforme pasaban los segundos me iba enfadando más,
sobre todo cuando recordé cómo había intentado mentirme, diciendo que lo había
encontrado. Y que pensaba que estaba bien quedarse con un móvil ajeno si lo
veíais por ahí. Claramente había un par de valores que le fallaban…
“Fue por venganza” dijo una voz en mi cabeza. “No es que eso le justifique, pero ha dicho que el chico le cae mal, y
que presume de ser rico. Esto no es un robo, es un ataque a un compañero.
Averigua por qué.”
Decidí escuchar a
esa voz interior y le escudriñé, deseando tener suerte como hasta entonces para
leer el lenguaje corporal de mi hijo.
-
¿Hay
alguna razón para que lo cogieras? Has dicho que ese compañero tuyo te cae mal…
-
La
verdad, creo que le cae mal a todo el curso…
Fruncí el ceño. No
quería creer que mi hijo formara parte de una panda de abusones… Eso no era
propio de él. Antes le tenía por ladrón que por acosador y lo cierto es que me
negaba a creer que fuera ninguna de las dos cosas.
-
¿Y eso
por qué?
-
Porque se
mete con todos… Que si por su pelo, porque llevan gafas, por su peso, porque su
mochila es fea…. En mi caso, porque soy mexicano. O eso dice él.
-
Tú no
eres mexicano. Naciste en Estados Unidos. Y si lo fueras, ¿dónde está el
problema? – me extrañé. Alejandro no había estado en México en su vida y tenía
la nacionalidad estadounidense.
-
Dice no
sé qué de que “los míos” solo vienen a robar y a violar niñas, y que me vuelva
a mi país…
-
Este es
tu país. Ya entiendo, te topaste con un idiota racista. Bueno, esa gente me da
asco… Pero incluso a ellos no les puedes robar… Sobre todo porque no quiero que
le des argumentos. Tú no eres un ladrón y no debes darle a nadie motivos para
pensar que sí lo eres.
Alejandro bajó la
cabeza, entendiendo mi punto. Le miré con algo de pena. Mis hijos pocas veces
habían vivido situaciones racistas y la verdad, siempre pensé que Ted lo
tendría más difícil que Jandro en ese sentido. Había muchos hispanos en
California, y él, ciertamente, solo era medio hispano. La gente ya tendría que
estar acostumbrada a su presencia, eran ciudadanos como otros cualquiera…
-
Siento
mucho que ese chico te haya molestado con eso, Jandro. Entiendo que te haya
hecho sentir mal y que quisieras vengarte… Pero en esos casos lo que debes
hacer es.…
-
Ser un
maldito chivato, para que nadie de clase vuelva a hablarme nunca más.- me
interrumpió, con sarcasmo.
-
Decir la
verdad no es ser un chivato. Acusar a todo el mundo de cosas sin importancia sí
lo es. Decir que alguien se mete contigo es autodefensa. Autodefensa no
violenta…ni delictiva.
-
Así que
supongo que darle un puñetazo también está descartado…
-
Me temo
que sí. – le respondí, aunque lo cierto era que tal vez estuviera dispuesto a
dejarle pasar un par de golpes a ese individuo.
Alejandro miró el
iPhone con cierta nostalgia.
-
Lo echaré
de menos. ¿Habría alguna posibilidad de que algún día tenga uno?
-
Cuando
trabajes y te lo pagues, sí – le dije, como dejándole claro que no tenía
pensado comprarle uno. Luego decidí darle algún tipo de explicación. – Ahora
mismo, después de este último libro, probablemente te lo podría comprar. Pero
no voy a hacerlo: primero, porque no quiero que pienses que es una recompensa.
Encima de que coges lo que no es tuyo, voy y te compro lo que quieres. Esa no
es forma de conseguir las cosas. Y segundo, por lo que te he dicho antes: no
estoy dispuesto a gastar tanto dinero en un teléfono. Prefiero emplearlo en
comprarte otras cosas que necesites más. Como otro ordenador para vuestro
cuarto, por ejemplo. Si puedo permitirme caprichos empezaré por hacer que
dejéis de pelearos por un ordenador para cuatro personas.
Le escuché
refunfuñar un par de cosas sin sentido, pero pareció resignado ante la idea.
-
Voy a
fiarme de ti ¿eh? – le dije. - Si tú dices que lo devuelves, yo no voy a dudar
que lo vas a hacer. Pero solo te advierto que si vuelvo a ver ese aparatito por
aquí, el castigo que te daré ahora te parecerá un paseo por el parque.
-
¿Qué ¡No!
¡Pero si lo voy a devolver! – protestó. – No me… No me “eso”…
-
¿Que no
te castigue? Bueno, ¿y qué esperabas que hiciera, después de que cojas algo que
no es tuyo y encima intentes mentirme?
-
Esperaba
que lo dejaras en un “no lo hagas nunca más”…
-
Eso por
descontado. No vas a hacerlo más, y de eso me voy a asegurar. De eso, y de que
entiendas que las acciones tienen consecuencias.
-
Pero…Pero….
Se hace tarde para ir a clase, mira la hora que es, tenemos que desayunar. – me
recordó, como insinuando que no había tiempo, cosa que parcialmente era verdad.
Me asomé un momento
al cuarto de los mayores, donde en ese momento solo estaban Michael y Cole.
-
Michael,
haz que los demás vayan desayunando, por favor, yo bajo enseguida.
Creo que lo habían
escuchado todo, y por eso Michael no hizo ningún comentario y se limitó a
asentir y a salir del cuarto. Me miró como si quisiera decirme algo, pero
finalmente no lo dijo y empezó a enviar a sus hermanos al piso de abajo.
Alejandro se quedó
de pie junto a la puerta, sin atreverse a entrar del todo a la habitación. Por
un segundo me pareció el nene de tres años que era cuando le conocí, que me
miraba con ojitos tristes cuando le regañaba por coger chicles de las tiendas,
sin pagarlos y sin avisarme.
-
Muy muy
mal, Alejandro, eso no se hace. Te lo dije ayer también ¿eh? Esos chicles no
son tuyos, hay que pagarlos primero – le decía, y él me ponía su carita de pena
para que no me enfadara con él. – Vamos a ir a devolverlos ¿eh?
Él siempre asentía
y me los daba, y por eso nunca le castigaba, sobre todo cuando empecé a
entender que era una especie de juego para él. Me costó un poco que se quitara
la costumbre de esconderse cosas para ver si yo me daba cuenta. Recordé una frase que solía decirle y la
repetí entonces, con el Alejandro de quince años.
-
Los niños
que cogen cosas sin permiso se pasan muuucho rato en la silla de pensar –
recordé. Alejandro me miró, y supe que él también recordó en ese momento. No
pudo contener una sonrisa. Se acercó a mí con timidez y yo acabé con la
distancia que nos separaba para darle un abrazo.
-
Era un
niño muy difícil ¿no? – me dijo, como si se le acabara de ocurrir.
-
¿Eras? –
pregunté, alzando una ceja, y le piqué el costado. – Eres, mocoso, y me vas a
sacar canas. Pero también eres un buen chico y sabes hacerte querer.
-
Nunca te
cogías grandes cabreos. Al principio me imponías porque eras muy alto, pero
luego vi que eras fácil de manejar.
-
¿Fácil de
manejar? – inquirí, y le di una palmada cariñosa. - ¿A quién manejas tú, eh?
-
A ti te
maneja hasta Kurt – se burló, pero quedó claro que estaba hablando de broma.
Dio un suspiro nostálgico. – Odiaba la silla de pensar.
-
Pero si
solo te puse ahí un par de veces. Tres como mucho – me defendí. Ted en cambio
vivía ahí, porque con él era más efectivo, y era más fácil hacer que
reflexionara.
-
Eso tú,
pero en el cole me pasaba ahí horas y horas – protestó. – Odiaba el cole. Aún
lo odio e.e
-
Tú es que
lo odias todo, quejica. – le dije, y le revolví el pelo, pero no dejé de
prestar atención a esa frase. Sabía que Alejandro no era un gran fan de las
clases, pero tal vez se me estaba escapando algo. Tal vez ese chico racista y
algún otro compañero le molestaban tanto como para hacer su vida un infierno -
¿No te gusta vuestro colegio? – le pregunté. – Últimamente a mí tampoco me
tiene demasiado contento…
-
No me
gusta el concepto de colegio en sí, me da igual cuál sea. Algunos están hechos
para estudiar y otros no…
-
Pues tú
tienes muy buena memoria y facilidad para aprender cosas – le rebatí. – Lo que
pasa es que eres un poco vaguito, pero estas últimas notas me dicen que eso
está cambiando.
-
No soy
vago – protestó, en un tono que además me indicaba que estaba hablando en serio
y que me insinuación le había molestado. – Solo economizo mi esfuerzo y lo
empleo en las cosas que merecen la pena.
Tenía varas formas
de discutir eso, pero no quería empezar una pelea.
-
Tus
estudios merecen la pena. Es tu futuro de lo que estamos hablando.
-
Sí,
claro, como si yo fuera a ser abogado, o algo así.
No supe cómo
habíamos terminado hablando de eso, pero me pareció una muy buena oportunidad
para conseguir que me contara algunas cosas.
-
¿Y qué te
gustaría ser? – le pregunté, con verdadera curiosidad. De pequeño, Alejandro
quería ser futbolista, piloto, conductor de ambulancias y de cualquier cosa que
tuviera sirena, pero ninguno de esos proyectos iban más allá de los planes
infantiles. Desde hacía un par de años parecía que no tenía planes de futuro,
porque nada le interesaba…
Alejandro me miró
de una forma que me indicó que había una respuesta, pero luego se encogió de
hombros como si no la tuviera. ¿Eso quería decir que sí tenía planes, aunque no
los quería compartir conmigo? ¿Y por qué no quería compartirlos?
-
Sea lo
que sea, requerirá un esfuerzo. Todas las cosas en la vida requieren que nos
esforcemos. Si acabas haciendo algo que no exija nada de ti, es porque
escogiste el camino fácil, y será una señal de que debes cambiar algo. – le
dije, y decidí aprovechar para hacerle reflexionar sobre lo que quería hablar
con él en primer lugar. – Por ejemplo, si un día tienes un iPhone en la mano, y
no has trabajado por él, y tu padre tampoco ha trabajado por él, y ni siquiera has tenido que ir a la tienda a
mirar cuál es el mejor modelo, es un signo de que algo no ha estado bien en el
proceso de adquisición de ese iPhone. – dije, en un tono distendido, medio en
broma, pero sin dejar de hablar en serio. Alejandro me sacó la lengua como
respuesta.
-
Pues
Jamie no trabajó para tenerlo y su padre tampoco. Ellos solo son ricos.
-
La gente
rica trabaja para tener ese dinero ¿sabes? Te informo de que ahora tú puedes
ser uno de esos “ricos” a ojos de los demás, pero ya te aseguro que mi trabajo
me ha costado. Trabajo y suerte, eso no te lo discuto. Pero que alguien tenga
suerte en la vida no es motivo para quitarle sus cosas.
-
Que sea
un imbécil sí lo es.
-
No, eso tampoco. Y tú lo sabes. Sé que te sentiste
bien al “devolverle” a ese chico un poco del daño que ha causado, pero ese
teléfono no es tuyo, no puedes quedártelo y a la larga no te sentirías bien si
lo tuvieras, porque sería una prueba constante de que no actuaste como es
debido. ¿Has pensado en los problemas que puedes haberle buscado? A lo mejor en
ese móvil hay información importante para él. Contactos irremplazables en su
tarjeta. A lo mejor su padre le ha echado una bronca, porque que sean ricos no
quiere decir que le dé igual perder un móvil de mil pavos. A lo mejor el
colegio inicia una investigación para ver quién tomó el móvil. ¿Has pensado en
algo de eso? … ¿Has pensado en cómo era cuando no teníamos de nada y en cómo te
sentiste cuando pude compraros un ordenador, cuando tenías diez años? Te dije
que teníais que compartirlo y tú dijiste “da igual, papá, es el mejor regalo
del mundo, no pensé que fuera a tener uno”. Me sorprende que le des más
importancia a las cosas materiales ahora que puedes permitírtelas que antes,
cuando no podías.
-
¡Eso no es justo, yo no soy materialista! ¡Eso fue
un golpe bajo, deja de usar mis propias frases contra mí! ¡Si te gustaba más
cuando era pequeño no es culpa mía!
-
No digas tonterías hijo, me gustas lo mismo ahora.
Solo quería recordarte los valores que ya sé que tienes dentro de ti.
-
¡Pues si los tengo ya deja de echarme la bronca!
-
No te estoy “echando la bronca”, Jandro… Más bien
creo que estamos hablando. Sí te estoy regañando un poco, porque hiciste algo
que no debías.
-
Ya lo sé ¿vale? No debía coger el puto iPhone –
gruñó.
-
Cuando empiezas con los tacos es que ya hemos
hablado suficiente. Ven aquí – le ordené, y tiré un poco de su brazo, porque
sabía que si no, no iba a hacerme caso.
Alejandro se dejó acercar y prácticamente se tiró sobre mis piernas,
pero lo hizo con una actitud que no auguraba nada bueno.
-
Venga, rápido que quiero ir a desayunar… - me dijo.
-
¿Disculpa? Tal vez quieras pensar un poco mejor si
eso es lo mejor que tienes para decir ahora mismo.
-
Mmm…Ya lo pensé. Sí, sí lo es. – respondió, con
actitud arrogante.
-
¡Alejandro! Esto no es una broma.
-
Tal vez te tomaría más en serio si me dieras un
castigo que en realidad me importara – replicó, siguiendo con su actitud
altanera.
-
¿Ah, sí? Pues tranquilo, que puedo ser muy creativo.
Ya que te dedicas a coger móviles ajenos, yo podría coger el tuyo ¿no?
-
¿Qué? ¡No, no, no, eso no! – se horrorizó.
-
Entonces vigila esa actitud. Ya sé que no te gusta
que vaya a castigarte, a mí tampoco. Pero no arreglas nada siendo insolente,
más bien lo empeoras.
-
Lo siento…
Le froté la espalda cariñosamente.
-
No te regaño más, pero solo te advierto que vigiles
la forma en la que hablas. Un más así y me llevo todo aparato tecnológico que
tengas o sueñes con tener.
Alejandro asintió, obediente aunque fuera por un ratito.
-
Perdón…
-
Está bien,
campeón. Borrón y cuenta nueva ¿mm? Ya lo sabes.
Alejandro volvió a asentir y yo decidí empezar de una vez, antes de que
volviera a ponerse respondón. Aún no había decidido del todo cómo de duro tenía
que ser. Me dije que dependería de él, y de cómo reaccionara.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
¿Vas a devolvérselo, entonces? ¿Y nunca cogerás nada
que no sea tuyo?
-
Lo devolveré… y no cogeré nada… - respondió -…
excepto las gominolas de Barie…y las camisetas de Ted…
Tuve que contener una risita.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Las cosas de tus hermanos puedes cogerlas siempre
que las devuelvas, y las chuches puedes sisarlas, pero déjales alguna ¿eh?
Arriba, campeón. Ya está.
Alejandro se levantó y se frotó un poco. No estaba llorando ni parecía
estar cerca de hacerlo. Había sido bastante blando con él, aunque seguro que si
le preguntaba tenía una opinión diferente.
-
Vamos a desayunar, enano, que si no te me comes
algún pupitre o algo, con ese apetito que te gastas – bromeé, aunque no era
broma del todo, porque Alejandro no podía pasar más de tres horas sin comer
algo.
Se fue al comedor sin decir nada y cuando bajé yo también evitó
mirarme. Al principio pensé que simplemente estaba molesto conmigo, como otras
veces después de que le regañara. Pero luego vi como mareaba los cereales sin
comérselos y eso me extrañó un poco. Le revolví el pelo cuando pasé por su
lado, y él no me apartó como si estuviera enfadado, pero se mostró totalmente
apático.
-
¿Qué tienes, campeón? – le pregunté.
Alejandro no respondió, pero entonces reparé en que después de
castigarle le había enviado a desayunar, sin darle un abrazo ni nada.
Normalmente me mostraba más cariñoso con él después de regañarle, incluso
cuando él rechazaba mi cariño. Esa vez no me había rechazado, pero como tampoco
había sido duro con él, no le hice ningún mimo… No por nada en especial,
simplemente tenía prisa… Pero tal vez él pensaba que no le había abrazado
porque seguía enfadado con él. Al fin y al cabo, robar era algo serio, y se
podía pensar que había sido suave porque estaba demasiado decepcionado incluso
para castigarle. También podía sentirse avergonzado. A Ted le pasaba a veces:
cuando hacía algo que el consideraba “muy malo” se avergonzaba de sí mismo y
sobre todo se avergonzaba de que yo lo supiera, como si tuviera miedo de que
cambiara mi opinión sobre él.
Decidí ponerle remedio a aquello rápidamente, y le abracé por detrás,
agachándome puesto que él estaba sentado y yo de pie. Pasé las manos alrededor
de su cuello y besé la cima de su cabeza.
-
Ya sabes que estás perdonado. No tengas miedo de
nada ni sientas vergüenza de lo que pasó, porque ya quedó en el pasado. Y ahora
cómete esos cereales o te haré el avioncito como a tu hermana pequeña.
Alejandro sonrió un poco y tomó una cucharada. Eso pareció abrirle el
apetito y tomó varias más. Pero al poco dejó la cuchara en el plato, y me miró.
Parecía querer decirme algo, pero le daba apuro frente a sus hermanos. Esperé a
que los demás acabaran de desayunar, que de todas formas habían empezado antes
y me quedé a solas con él.
-
¿En qué piensas? – le pregunté.
-
Mmm…
-
Vamos, ¿vergüenza conmigo? ¿A estas alturas? –
inquirí.
-
No es vergüenza. Es que… no sé si quiero
preguntarlo. – me dijo, pero al final, después de batallar internamente unos
segundos, se animó a verbalizar lo que le inquietaba. – Con Harry, cuando te
cogió el dinero… fuiste como mil veces más duro.
Parpadeé, con confusión. No es que me estuviera reclamando el haber
sido más blando con él, solo se moría de curiosidad por saber por qué, y no
sabía si preguntarlo no fuera a cambiar de opinión.
-
Pues… es una muy buena pregunta – le dije, aunque en
verdad no había llegado a preguntar nada, pero estaba implícito en sus
palabras. – No es…. No es que haya sido algo meditado, campeón. No he pensado
en eso. Vaya, supongo que ahora tu hermano se podría quejar y con razón. Lo de
Harry fue un poco diferente, él cogió el dinero e intentó culpar a Zach de
ello. Y tú, quiero pensar que cogiste el móvil de este chico como podrías
haberle dado una patada, porque estabas molesto con él. Y no es que esté bien,
por eso te he castigado, pero puedo entender por qué sentías deseos de vengarte
de él y me has prometido que ibas a devolverlo. Sabes de sobra que lo que
hiciste está mal, que no puedes coger lo que no es tuyo, y que si lo haces
puedes enfrentarte a cosas mucho peores que un padre enfadado. Espero que la
pequeña bronca que te has llevado se sume a esa lista de razones por las que no
lo harás de nuevo. Con tu hermano… no siempre he hecho las cosas bien. Me gusta
daros una segunda oportunidad, por eso muchas veces no castigo a Kurt la
primera vez que hace alguna de sus trastadas. Me gusta daros la oportunidad de hacerme caso
solo con un regaño o una llamada de atención. Eso ha sido lo de hoy. La mayoría
de las veces basta para que no repitáis aquello por lo que os he regañado. Con
tu hermano no siempre he tenido esa paciencia, como sé que a veces tampoco la
he tenido contigo.
-
Estaba convencido de que si encontrabas el móvil me
ibas a matar…
-
No hables así, me haces sentir horrible. Mira si
alguien te oye, pensará que te torturo, o algo. Me has cogido en un buen
momento, solo respira aliviado y déjalo estar – le sugerí, y le revolví el
pelo. – Si no, a lo mejor me lo pienso y te doy una buena lección ¿eh?
-
No tiene gracia, papá.
-
Ni yo estaba bromeando – respondí, y le peiné un
poco el pelo que yo mismo le había despeinado. – Desayuna deprisa, hijo, que se
hace tarde.
-
TED´s POV –
Cuando papá se fue a llevar a mis hermanos al colegio, y Michael se fue
a la comisaría, me volví a meter en la cama con pocas esperanzas de poder
dormirme de nuevo. Sin embargo, me puse a leer y tras unos minutos me entró el
sueño y me quedé frito. Desperté mucho después, con la mano de papá apretando
suavemente mi brazo.
-
Ey, campeón. Siento despertarte, pero si duermes más
no tendrás sueño esta noche. Además tengo que ver qué tal estás sin la
medicación, y para eso necesito que estés despierto.
-
Mmmfggg… ¿qué hora es?
-
Las once.
Había dormido gran parte de la mañana. Me estiré un poco para
desperezarme y la tripa me rugió como si tuviera un león dentro, a pesar de que
había desayunado antes. Papá soltó una risita casi inaudible.
-
Cómo te conozco – me dijo, y señaló una bandeja que
había dejado sobre la mesita, con un batido y un cuenco con fruta troceada.
Sonreí, y me abalancé a por la comida. – Coge energía, que vas a venir conmigo
a la ferretería y a la tiendecita del centro en la que venden madera.
Sonreí más. Cuando llegaba Noviembre a papá de pronto le entraba
interés por el bricolaje. Si le preguntabas, decía que quería hacer un armario
o una mesa, pero sorprendentemente el armario y la mesa nunca llegaban a
existir, y él decía que se había rendido, al ver que no le salía. Los enanos se
lo tragaban completamente, pero yo sabía que esa repentina obsesión por el
“hazlo tú mismo” en verdad se debía a los regalos de Navidad. Durante años,
papá solo se pudo permitir aquellos regalos que fabricaba él mismo. Debo decir
que tuve el mejor caballito de madera del mundo, solo que en mi caso no era un
caballito, sino un tigre, porque un servidor no quería montar un animal normal,
no.
En ese momento, y más después de su último libro, papá se podía
permitir el comprar varios regalos para cada uno, y seguramente iba a hacerlo,
pero no quería renunciar a la tradición familiar de que, entre el resto de
cosas, hubiera algo hecho con sus propias manos. Los mayores reparábamos en el
detalle y en el esfuerzo, y los pequeños se ilusionaban pensando que los elfos
de Papa Noel habían diseñado algo expresamente para ellos.
-
Este año quiero ser ayudante de Santa Claus – le
dije.
-
¿Cómo?
-
Que quiero ayudarte a hacer los regalos. ¿A Alice le
harás un unicornio? Si le haces uno a tamaño real, o al menos uno que pueda montar,
la harás totalmente feliz…
-
No sé de qué me estás hablando. La madera es para
hacer una estantería nueva…- replicó él.
-
Papá, que ya no cuela. Quiero ayudar – insistí. –
Además, si no, no te dará tiempo a todo. Tienes demasiados hijos como para ser
tan detallista.
-
Está bien. Será algo divertido de hacer juntos –
aceptó, y puso una mano sobre mi hombro.
El resto de la mañana la pasamos yendo a varias tiendas de bricolaje, y
guardando las compras en el garaje. Luego papá preparó la comida y ahí tuve un
rato a solas para volver a pensar en Agustina y lamentarme de lo mal que habían
ido las cosas. Lo peor es que empezaba a pensar que había sido más culpa mía
que suya. Yo ya era alguien bastante raro y difícil de aguantar como para
encima agregarle una silla de ruedas: era normal que ella se hubiera
replanteado las cosas.
Papá fue a por mis hermanos a la hora de la comida. Los pequeños tenían
que volver después a clase, así que me pidió que fuera poniendo la mesa
mientras él iba a por ellos, para ir ganando tiempo. Lo hice y al poco rato
llamaron a la puerta. Era pronto para que papá estuviera de vuelta y además él
se había llevado las llaves, así que no sabía quien podía ser. Observé por la
mirilla y casi me caigo al ver que era Agustina. Sorprendido, tardé un poco en
abrir.
-
Ho… hola… No esperaba… Es decir, yo…
-
¿No que ya estabas bien? Hoy hiciste pellas ¿o qué?
– me preguntó, como si no hubiera pasado nada entre nosotros.
-
No.… Es por precaución… Es el primer día que estoy
sin medicación. – respondí, sin apenas pensar, aún asimilando que ella estaba
en mi casa.
-
Ah. ¿Y notas algo?
-
De momento no. Aunque no sé qué es lo que tendría
que notar. Creo que mi padre espera que me den convulsiones, o algo así, pero
ya ha debido de convencerse de que no, porque no ha pasado nada en toda la
mañana.
-
Le he visto ahora con tus hermanos, en la puerta del
colegio – comentó.
-
Sí, ha ido a buscarles, ya deben estar al caer.
-
¿Podemos hablar? – preguntó, finalmente. Empezaba a
pensar que iba a fingir que nunca nos habíamos peleado.
-
Sí, pasa… - la invité y me retiré para que pudiera
entrar. Ella caminó hasta el centro de la habitación y miró todo a su
alrededor, como queriendo comprobar que nada hubiera cambiado desde su última
visita. Cuando terminó con la inspección me miró y puso un mohín enfadado, pero
claramente sobreactuado. Se parecía a la cara que ponía papá cuando quería
fingir enfado ante los pequeños.
-
¿Qué es eso de colgarme la conversación así? –
protestó. – Sin despedirte ni nada…
-
Estaba molesto – reconocí. Por un segundo, me sentí
amedrentado. Luego, algo dentro de mí se rebeló. Seguramente la parte de mí que
había estado llorando al pensar en ella. – No tienes derecho a reprocharme
nada. Me has dejado tirado en uno de los
peores momentos de mi vida. Y cuando intenté hablar del tema contigo ayer,
fuiste fría, como lo llevas siendo desde hace días.
-
¿Y no se te ha ocurrido pensar que a los demás
también pueden pasarles cosas y no eres el único?
-
Sí, ya sé que no soy el ombligo del mundo, ayer
también dejaste claro ese punto – repliqué, molesto.
-
No es eso, Ted… He estado ocupada ¿vale? Siento no
haber hablado más contigo, y de verdad siendo si me notabas rara en los
mensajes, pero no estaba siendo fría, solo tenía poco tiempo para responder y
la mente en otra cosa…
Durante un rato no hice más que mirarla con enfado, pero luego, poco a
poco, fui consciente de que sus palabras eran la forma en la que una persona
reservada y solitaria pedía ayuda. Había dejado caer que a ella también le
había pasado algo y entendí que tenia que ser importante, o no se habría
quejado de que yo solo me fijaba en mis propios problemas.
-
¿Qué es lo que te ha tenido tan ocupada? – pregunté
al final, esforzándome porque mi tono no fuera recriminatorio.
Agustina se puso un poco tensa.
-
Las clases, la familia, ya sabes… - murmuró, como si
quisiera cambiar de tema. Pero una parte de ella sí debía querer compartirlo
conmigo, porque suspiró y continuó hablando. – Las cosas… no están del todo
bien…en casa.
-
¿Tu padre? – pregunté, sin rastro de enfado ya. A
veces cuando alguien cercano a nosotros pasa por una situación difícil,
duradera y sin solución rápida, tendemos a ignorar ese problema. Como si por el
hecho de que no nos hable todos los días de ello hubiera desaparecido. Más o
menos, así había reaccionado yo a lo de Agustina: habían pasado tantas cosas,
que casi había sepultado lo que ella me había contado sobre su relación con su
padre. Después de todo, ella iba a tener razón al quejarse de mi actitud.
Agustina asintió, sin mirarme. Pude ver cómo se frotaba un brazo, y fui
incapaz de decir si era por nerviosismo o porque recientemente la habían
golpeado ahí. Deseé que fuera lo primero.
-
¿Me quieres contar? – invité, en un susurro. Me
senté en el sofá y la dejé un hueco para que hiciera lo mismo.
-
Está muy irascible…Grita por todo y cada vez que me
ve viendo la tele, o leyendo o haciendo cualquier cosa relajada se enfurece y
me dice que busque un trabajo… Creo que las cosas no están bien, ya sabes, de
dinero, y él no sabe manejarlo. Está estresado y de alguna forma me culpa por
ser un “gasto de dinero” en vez de una fuente de ingresos… Yo he intentado
buscar trabajo, de verdad, pero no es tan fácil como en las películas o en las
series de televisión. O eso, o yo soy muy tonta, porque no me cogen en ningún
sitio. Soy demasiado joven para casi todo, y los dueños de los bares prefieren
una camarera con experiencia. He oído que en el centro comercial del centro de
la ciudad contratan a gente de nuestra edad en cadenas de comida rápida, pero
está muy lejos de mi casa y no tengo coche, ni carnet. Mis padres no me pueden
llevar. Pasaría media vida en el transporte público, casi hora y media en ir y
otro tanto en volver, y el sueldo se me iría en el billete, he hecho cálculos.
Terminaría ganando como mucho cincuenta dólares, y mis notas bajarían
irremediablemente, si dedico las tardes a trabajar en vez de a estudiar… Si no
mantengo mi media, me puedo olvidar de la universidad…
Guardé silencio, entendiendo su problema y al mismo tiempo recordando
una conversación que tuve con papá, cuando cumplí dieciséis años. Le dije que
quería buscar trabajo y que con eso podría pagar la gasolina del coche que me
acababa de regalar.
-
De eso ni hablar, Ted – me había dicho. – La
gasolina te la pago yo. No quiero que busques un trabajo, tu trabajo ahora es
estudiar.
-
No estoy diciendo que fuera a dejar los estudios,
papá. Muchos chicos de mi edad tienen un trabajo a medio tiempo.
-
Ir a clase, estudiar, trabajar… Es demasiado para
una persona, hijo. Tus notas bajarían, yo apenas te vería y apenas tendrías
tiempo de nada. Ahora tienes edad de salir, campeón, de divertirte y de no
tener grandes preocupaciones.
-
Pero papá…
-
Mira, hijo… Si necesitáramos el dinero, no tendría
más remedio que aceptar que trajeras un sueldo a casa. Pero ahora no lo
necesitamos y no quiero que tú tengas esa clase de vida. Quiero que seas feliz
y puedas disfrutar de tu adolescencia, porque se va y ya no vuelve nunca más.
Si quieres el dinero para comprarte algo, puedes trabajar en verano, organizar
una venta en el garaje con cosas que ya no uses o que hagas tú mismo, o dar
clases particulares a algún niño más pequeño, eso sí. Pero trabajar, con
horarios y eso, no.
-
No, yo no quiero dinero, si siempre me sobra de la
paga, pero es que… quiero ayudarte…
Papá me sonrió, y me besó en la frente.
-
Me ayudas más aquí en casa, echándome un cable de
vez en cuando con los peques y dejándome ver esa sonrisa tuya que tanto me
gusta. No te preocupes de nada más, campeón. Otros chicos de tu edad a veces
trabajan o bien porque sus padres quieren enseñarles el valor del dinero, cosa
que tú no necesitas aprender, o bien porque de verdad lo necesitan. Algunas
familias viven bastante apuradas. Nosotros mismos durante mucho tiempo, como ya
sabes. A veces los hijos mayores tienen que trabajar para poder sobrevivir
todos o sacrifican sus estudios para que estudien los más pequeños. Hace años,
ninguna familia de más de ocho hijos como la nuestra se podía permitir que
todos tuvieran estudios superiores. Pero yo he luchado todo lo que he podido
para evitar eso y creo que felizmente lo he conseguido. Tú tienes dieciséis
años, y es mi trabajo y mi orgullo mantenerte. En todo caso, cuando tengas
dieciocho, si vamos muy asfixiados con los gastos de la universidad, y eso, lo
volvemos a hablar.
-
No es justo que solo tú trabajes… Ahora eres feliz
con lo que haces, pero yo te he visto tener trabajos muy pesados para
mantenernos…
-
Claro que es justo, Ted, yo soy el padre.
-
Eres el hermano mayor…
-
Elegí ser más que eso, y no vas a responsabilizarte
tú de esa decisión – me dijo. – Cuando asumí el papel de cuidar de vosotros
tuve muy claro en qué me metía y lo hice felizmente. Sabía que estaba firmando
un contrato para toda la vida, y no solo por unos años, y sabía lo que ese
contrato implicaba. Por la diferencia de edad, no éramos un grupo de hermanos
luchando juntos para sobrevivir: era yo, cuidando de vosotros. Siendo vuestro
padre. Y no quería ser un padre de mierda. Algunos padres tienen tendencia a
tratar a sus hijos como inquilinos. Una cosa es enseñarles a colaborar y a ser
responsables para que puedan ser adultos algún día, y otra cosa exigirles
responsabilidades de adultos cuando aún no lo son. Una cosa es que un niño
ayude con las tareas domésticas, y otra que las haga él, y en eso a veces fallo
porque tú me ayudas demasiado. Una cosa
es que un adolescente trabaje si se necesita el dinero, y otra que se le exija
trabajar con el argumento de “si quieres vivir aquí, tienes que contribuir”.
Los hijos no eligen nacer, es cosa de los padres. Piénsalo antes de formar una
familia si no estás dispuesto a darle a tu hijo todo lo que necesite sin pedir
nada a cambio. A veces Andrew me hacía sentir como si hubiera nacido con una
deuda que tenía que ir pagándole a cuotas cada año de mi vida. Como si le
debiera algo, más allá de la vida. Como si tuviera que pagar de alguna manera
la comida sobre mi plato o el techo sobre mi cabeza. Y eso que él no se
sacrificó excesivamente por mí.
Con esas palabras papá me dejó sin argumentos y me demostró, una vez
más, porque era mi padre en vez de mi hermano. Sonreí ante el recuerdo y deseé
que Agustina hubiera escuchado palabras parecidas alguna vez en su vida. Agarré su mano intentando que el movimiento
no fuera muy extraño.
-
Sacas las mejores notas del curso. Eso es lo mejor
que puedes hacer ahora tanto por tu familia como por tu futuro, y tu padre
debería ser capaz de entenderlo. – le dije. - Claro que eres un “gasto”. Todos
los hijos lo son, durante gran parte de su vida. Los hogares no son un hotel,
no puedes coger y pasarle la factura a tu hijo, porque entonces no estarías
siendo un padre, estarías siendo un hospedero. Si tu familia pasa por un mal
momento económico, habrá que buscar una solución entre todos, pero no puede
culpabilizarte a ti. ¿Qué hay de tu madre? ¿Ella trabaja también?
-
No…. Es ama de casa.
-
Eso también es un trabajo. – apunté yo.
-
A ella no le dice que trabaje – susurró Agustina. –
La culpa de otras cosas, pero eso solo me lo dice a mí… Y no es solo que me lo
diga… Es cómo se pone…
Agustina tembló involuntariamente y un instinto me impulsó a rodearla
con el brazo.
-
Me rompió el ordenador el otro día… - me confesó,
subiendo los pies hasta ocupar muy poco espacio en el sofá. – Entró en mi
cuarto y sin decir nada lo cogió y lo dejó en la mesa, dando un golpe, tan
bruscamente que la pantalla se rompió, y ahora no enciende. La experiencia me
dice que después del ordenador, voy yo…
Esa última frase me hizo estremecerme. Me sorprendió que se animara a
confesarme algo así, pero al fin y al cabo ya me había dicho que su padre tenía
la mano bastante larga. Aunque yo había querido creer que eso formaba parte del
pasado, tal y como ella me había dicho…
-
No lo permitiré – la aseguré, y aquello fue una
promesa. Repentinamente, inspirado por una luz divina, algo hizo clic en mi
cabeza. - Ya sé cómo puedes ganar
dinero. Es un trabajo adecuado para alguien de nuestra edad y tú lo harías
estupendamente.
-
¿Ah, sí? – preguntó, esperanzada.
-
Aham. Mi hermano Harry ha suspendido cinco asignaturas.
Es uno de los mellizos, de trece años, ¿recuerdas? Podrías ayudarle a estudiar.
Tú explicas bastante bien, y él necesita sobre todo alguien que se siente con
él y no le deje separarse del libro. Sé que papá te pagaría. Y yo también
necesito ayuda, ya te lo dije.
-
Pero no puedo aceptar dinero de mi novio… o de su
padre, da igual… No puedo daros clase a ti ni a tu hermano…
-
¿Por qué no? No te quitará mucho tiempo, no tienes
que venir todos los días y además, si la distancia es un problema, mi padre no
dejará que vuelvas a casa de otra forma que no sea en su coche. Escucha, se lo
tengo que preguntar, pero sé que le parecerá bien. Mi hermano de veras necesita
ayuda, si no lo haces por ti, hazlo por él. Aidan también se enfada aunque no
lo parezca ¿sabes? Y no quiero que le eche otra bronca al enano por sus malas
notas. Ni, ya que estamos, que me la eche a mí.
Agus sonrió un poquito y en sus ojos ya no vi tanta preocupación como
antes. Con un movimiento fluido, se recostó sobre mi pecho haciendo que me
ruborizara un poco, pero la apreté contra mí, contento por haber podido
ayudarla.
-
Así que… ¿sigo siendo tu novio? – indagué, porque a
ella se le había escapado llamarme así. Quería saber si habíamos hecho las
paces.
-
Claro. Tú no puedes romper conmigo así como así. –
dijo, en tono burlesco.
-
¿Ah, no?
-
No, en todo caso seré yo la que rompa contigo – me
aseguró, y me sacó la lengua. Sonreí, y sentí repentinas ganas de besarla, pero
me contuve.
-
¿Y yo no tengo nada que decir?
-
Nop ^^
Me reí, y esa vez sí, la di un beso rápido, apenas un roce de nuestros
labios. Sentí cosquillas en el estómago, como si tuviera vértigo. Agustina cerró los ojos mientras duró el
contacto y luego los abrió lentamente.
-
Siento no haber estado ahí cuando estabas sufriendo
– me dijo, con una voz suave que por algún motivo me excitaba y me relajaba a
partes iguales. – Cuando me siento mal me encierro en mí misma. Además sabía
que tenías a tu familia y… me daba algo de miedo que tu padre me echara la
culpa de lo que pasó.
-
Pero si él ya te dijo que no. Aidan sabe que no fue
culpa tuya, Agus. Y, pese a lo que pasó, me alegro de haberme puesto entre esos
idiotas y tú. Mejor que me partan a mí la cara a que te la partan a ti.
-
Puedo defenderme sola – protestó. – Es decir… no soy
una dama desvalida.
-
Eso ya lo sé.
Yo también estaba indefenso ante ellos, no se trata de quién es hombre y
quién es mujer. Se trata de que te quiero, y no voy a dejar que te hagan daño.
Agustina abrió mucho los ojos al escuchar que la quería. Esa vez fue
ella quien buscó mis labios… y así nos encontró papá, cuando abrió la puerta
acompañado de mis hermanos pequeños.
Carraspeó para hacerse notar y Agus y yo nos separamos exageradamente
rápido. Ella soltó una risita nerviosa.
-
Hola, chicos – saludó papá, como si no hubiera
pasado nada pero hablando algo más fuerte d elo habitual. – Qué sorpresa verte
aquí, Agustina.
Le agradecí enormemente que no lo hiciera sonar como un reproche. Papá me miraba con curiosidad y cierta
desaprobación: seguramente estaba molesto con ella porque había tenido que
recoger mis pedazos después de la discusión del día anterior. No entendía por
qué de pronto volvíamos a estar bien, pero fue capaz de ahorrarse los
comentarios y de no hacerle pasar un mal rato a mi novia.
Agustina se puso de pie rápidamente y se colocó la ropa, a pesar de que
no la tenía descolocada.
-
Solo pasé a saludar, señor.
-
¿Señor? ¿No habíamos quedado en que me llamarías
Aidan? – la recordó, mientras ayudaba a los enanos a quitarse la mochila. –
Chicos, saludad e ir a lavaros las manos, que enseguida comemos. ¿Agustina, te
quedas a comer?
-
Mmm… Yo…
-
Anda, quédate – la pedí.
-
Así de improviso no está bien…sois muchos…
-
Uno más no hará diferencia – le aseguró Aidan.
-
Bue…. Bueno…En casa dije que comía en el colegio –
susurró Agus, para que solo lo oyera yo. Fruncí el ceño. ¿Eso quería decir que
había planeado no comer al venir a verme? ¿Acaso si papá no la invitaba se iba
a ir sin comer? Grr.
Agus empezó a mesarse el pelo con nerviosismo, revoloteando por el
cuarto sin saber qué hacer o dónde sentarse. Conmigo no era nada tímida, pero
en ese momento era imposible que sus mejillas estuvieran más sonrojadas. Me
provocaba cierto instinto de protección.
-
Ven, siéntate aquí – dije, retirando una silla junto
a la mía. – O si quieres, pasa primero al baño. Los demás bajarán enseguida.
Ella me sonrió y se escabulló un momento al cuarto de baño. Momento que
papá aprovechó para abordarme.
-
¿Qué ha pasado? ¿No habíais peleado?
-
Vino a hacer las paces.
-
Pero… ¿no estabas molesto por cómo te estaba
tratando?
-
Ya, bueno, me explicó que… ella también lo ha estado
pasando mal.
Papá me miró fijamente, como estudiándome. Al final pareció decidir que
si estaba bien para mí, estaba bien para él. Aun así, seguro que iba a prestar
especial atención a ver cómo evolucionaban las cosas… No quería que mi novia y
mi padre fueran enemigos, así que deseé que Aidan no fuera demasiado precavido.
Casi todos mis hermanos bajaron enseguida, salvo Alice. Y Agus tampoco
venía. Extrañado, las fui a buscar y las encontré en uno de los baños, frente a
un espejo. Agus le estaba haciendo una trenza a mi hermanita.
-
¡Mira, Tete, “tensha”! – anunció Alice, muy
contenta. Tenía problemas para pronunciar grupos consonánticos como “tr”, pero
también la gustaba hablar en plan mimoso, como si fuera aún más pequeña.
-
Ya te veo, peque. Qué suerte tienes, que Agus viene
a peinarte. Pero tienes el pelo muy corto para una trenza…
-
Con todo el pelo no se puede, pero sí puedo hacerle
una pequeñita, desde la raíz – me dijo Agus, buscando una goma con la que
atársela. Busqué en el mueble del baño y le di una. Cuando terminó, Alice se
miró al espejo muy contenta, la dio un abrazo y salió a saltitos, llamando a
papá para que viera su nuevo peinado.
-
Creo que mi hermanita ahora te adora – sonreí. –
Gracias por ser amable con ella, ¿te ha pedido que la peinaras? A veces no
tiene vergüenza con los extraños u.u
-
No importa, me gusta peinarla. Ojalá hubiera tenido
una hermanita. Tú tienes muchas, me la podrías prestar – bromeó.
-
Hermanitas no tantas, vienen en edición limitada.
Hermanos los que quieras, y si te apetece un día te presto a Alejandro.
Los dos nos reímos y bajamos al comedor. Hubiera sido mejor que nos
quedáramos arriba un poco más, porque papá estaba batallando con Kurt para que
se sentara a la mesa.
-
Kurt, ya vale, ese es tu sitio, siempre te sientas
ahí, a mi lado.
-
¡Contigo no, bicho! – replicó el enano. Debía ser su
frase del día.
-
¿Sigues con eso? No quiero escuchártelo más. Eso no
se dice, Kurt. – le regañó papá.
-
¡CONTIGO NO, BICHO! – gritó Kurt, dándole un
manotazo para que se apartara.
Papá frunció el ceño, le giró, y le dio una palmada.
-
Te he dicho que eso no se dice. Y no se grita.
Kurt puso un puchero y amenazó con romper a llorar en cualquier
momento. Me dieron ganas de abrazarle, pero estaba lejos, aún en la puerta de
la habitación con Agustina flipándolo a mi lado. Creo que papá no se había dado
cuenta de que ella estaba delante.
Estaba seguro de que papá iba a coger al enano en brazos, para frenar
su llanto antes de que llegara, pero no me quedé a verlo porque justo entonces
Agustina empezó a retroceder, alejándose de allí.
-
¿Qué pasa?
-
¡Le…le ha pegado! – exclamó, con expresión
horrorizada.
Aquella no podía ser la primera vez en su vida que veía cómo a un niño
le daban una palmada. La gente no solía hacerlo en público, pero más de una vez
ocurría que a los padres se les acababa la paciencia en plena calle o en un
restaurante o en cualquier lugar concurrido. Entendía que se sintiera incómoda,
pero su gesto me pareció exagerado. Yo en esos casos intentaba mirar hacia otro
lado y me quedaba callado.
-
Bueno… sí, pero ya has visto que no le ha dado
fuerte, es decir…
-
¡Le ha pegado! – repitió, más alto, con los ojos muy
abiertos. Aidan reparó en ella entonces y nos miró, extrañado. Algo de lo que
vio en los ojos de Agustina le hizo darle un beso rápido a Kurt para dejarle y
acercarse a nosotros.
Agustina retrocedió de inmediato, asustada. Solo entonces comprendí
realmente lo que era estar dentro de su mente. Vivir continuamente con el temor
de que tu padre pierda los estribos y te golpeé. Racionalmente, ella sabía que
Aidan no le había hecho daño a mi hermano. Pero su cuerpo no podía evitar
atenazarse por el miedo.
Como si papá también se hubiera dado cuenta de eso, la agarró por el
brazo antes de que saliera corriendo y puso una mano en su hombro, con ademán
tranquilizador. Tras dudar un segundo por la escasa confianza que había entre
ambos, la abrazó. No fue un abrazo corto, como el que le darías a una
desconocida mientras la saludas con un beso, cuando te presentan. Más bien fue un abrazo de consuelo, como el
que tantas veces me daba a mí o a mis hermanos.
-
Lo siento… yo… - intentó disculparse Agustina,
seguramente avergonzada de su reacción.
-
Lamento que hayas visto eso y siento si te he
asustado. No tienes que tener miedo. Todo está bien. – susurró papá, con una
voz pretendidamente relajante.
-
Snif… no me degañes delante de la gente – protestó
Kurt. La verdad, eso me dejó de piedra, el enano no solía preocuparse por eso.
Claro que, aparte de que iba haciéndose mayor, cuando conoció a Agustina me
pareció percibir cierta admiración por parte de Kurt. No debía querer que ella
en concreto viera como le regañaran.
-
Tienes toda la razón, campeón - respondió papá, y volvió con él para,
entonces sí, cogerle en brazos. – Ya sé que estás enfadado conmigo, bebé, pero
no puedes decirme esas palabras tan feas ¿mm? ¿Qué es eso de decirle “bicho” a
papá?
-
Es que no me dejaste dormir contigo – lloriqueó
Kurt. Papá le dio un beso en la frente.
-
Papá se equivocó en eso. Luego fui a buscarte, pero
ya te habías dormido en la cama de Ted. Puedes venir a mi cama siempre que
quieras, Kurt, y siento haberte dicho que no ayer.
Kurt le miró para ver si hablaba en serio y al ver que sí sonrió
plenamente. Papá le sentó en la silla y le hizo una caricia y el enano le
agarró la mano, mimoso.
-
Ña. Contigo sí, papi – le dijo. Papá sonrió.
-
Eso está mucho mejor.
Agustina les miró fijamente, como si aquella interacción le resultase
extraña. Luego me miró a mí, les volvió a mirar, y finalmente se sentó en la
silla que yo le había dicho antes. Me senté a su lado, y papá le sirvió un
plato de macarrones. Luego rodeó sus hombros con un brazo, afectuosamente.
-
Tengo doce hijos, nuerita. Ya tendrás que
acostumbrarte a que les regañe alguna vez, si es que vienes a menudo, y me
gustaría que lo hicieras. Esta es tu segunda casa.
Agustina sonrió con mucha timidez y tomó mi mano debajo de la mesa,
como si me estuviera pidiendo apoyo. Como si necesitara que me quedara a su
lado para enseñarle cómo funcionaba una familia.
¡Me encanta! Adoro esta historia y el capítulo estuvo genial :D Me encanta Alejandro y sus reacciones, su comportamiento, todo el me encanta <3 creo que a veces me siento identificada con su actitud altanera xD ¡Pero también me encanta Ted y lo sensible y tierno que es! Me agrada que siempre piense en los demás y que sea comprensivo :D Entiendo un poco a Agus, yo a los 16 años además de estudiar, trabajaba medio tiempo (en realidad solo 4 horas) lo hacía para ayudar económicamente en casa, pero era más por tener mi propio dinero y no solo estirar la mano, me dio esa crisis de “quiero sentirme independiente” xD
ResponderBorrar¡Por cierto! Ni creas que se me ha olvidado que el tal "Geyrson" le dijo a Mike que tenía solo cuatro meses para hacer su "plan/misión" de estafador con Aidan, así que oficialmente vengo a rogarte que alargues esta historia si es que planeas terminarla! Quizás yo soy una exagerada y no planeas terminar esta hermosa historia en un futuro próximo, pero de cualquier modo mi "alarma" salto enseguida, muchas cosas se cruzaron en mi mente, primero hiciste una intervención de Andrew con sus hijos y la noticia de que la abuela está enferma y a Michael que se le acaba el tiempo ;w; Lo único que puedo pensar es horror al creer que a lo mejor y la historia llega a su fin, porque si es eso no te lo voy a perdonar! xD Yo quiero que esto sea para largo! no importa que ya han pasado varios años! Yo quiero más! Me romperías el corazón Dream si la terminas!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarYo no soy para nada llorona pero que me dio penita pensar que la Agus podia dejar a Ted, y hacerlo sentir así.
ResponderBorrarYo igual que Aidan la iba a colocar en la lista negra...jajaja.
Como siempre quiero mas...mucho mas, y lo peor que sea rapido :) vamos que aun estas de vacaciones ;)
No se como te das el tiempo de escribir tantas historias a la vez y que sean tan buenas. Me ancanto el capi. Completo como siempre y claro no veo las horas de seguir leyendo.
ResponderBorrarQue lindos tus chicos. Ted como siempre tan tierno, Y Aidan como siempre tan buen papá. Y Alejandro tan tremendo y encantador.
ResponderBorrarGenial Dream. No sé cómo logras darle ese sabor real a tus historias, pero te admiró por ello. Me dirigía ha encantado. Extraño a Victor y los chicos del internado.
ResponderBorrarNo puedo creer que haya gente que piense eso de la gente de mi México!!...
ResponderBorrarJajaja ese Jandro como se apodera de un celular... Sólo porque el chico le cae mal...
U.u otraves no salió mucho Michael!!!...