Capítulo 66: EL AMOR
VENCE AL MIEDO
Algo había pasado entre papá y Holly en la breve conversación que
habían tenido, porque ella se tuvo que enjugar los ojos y se fue rápidamente.
Quise preguntarle a papá, pero aquél no parecía un buen momento. Además, Andrew
me distrajo al agarrarme del brazo. Sentí un escalofrío ante el contacto.
-
¿Es su
novia? – me preguntó.
-
No sé si
soy yo quien debe responderte a esa pregunta… - murmuré, prudente.
-
Ya sé que
están saliendo. Pero no sé si van en serio.
-
¿Y cómo
es que lo sabes? Van en serio. Papá siempre va en serio.
-
¿Siempre?
No es como si hubiera tenido otras parejas. – replicó él.
-
De nuevo,
¿cómo lo sabes? – contesté. Andrew parecía estar demasiado bien informado sobre
nuestra vida para alguien que no había formado parte de ella.
No me respondió y tampoco siguió haciendo preguntas, pero observó a
Aidan mientras volvía hacia nosotros como si quisiera leerle la mente. Papá
estaba triste, lo cual concordaba muy poco con el hecho de que Michael iba a
volver a casa, y creo que se dio cuenta porque inmediatamente cambió su
expresión por una sonrisa genuina. Eliah también se acercó a nosotros y su
mueca triunfal fue el preludio de sus buenas noticias.
-
Michael
tiene que ir a recoger sus cosas. Nosotros vamos también, tú depositas el
cheque y después se puede ir contigo.
-
¿De
verdad?
Papá no se lo podía creer y yo, en parte, tampoco. Pero el juez había
fijado una fianza, papá la podía pagar y el abogado decía que todo estaba
solucionado, así que tal vez tenía que
empezar a creérmelo.
-
¿Michael
se negó a desestimar el juicio? – preguntó John. Me daba la sensación de que a
él no le caía bien Eliah.
-
Dijo que
quería… defenderse.
-
Claro,
seguro que no influyó para nada el asunto del dinero – rezongó John.
-
¿Qué
quiere decir? – le pregunté, preocupado, antes de que pudiera hacerlo papá. .
John me miró a los ojos antes de responder.
-
Por la
conversación que tuve con tu hermano, saqué tres cosas en claro: uno, es una
buena persona; dos, necesita una dosis de realidad y de control en su vida y
tres, se parece demasiado a Aidan.
-
¿A mí? –
se extrañó papá. Seguramente estaba pensando lo mismo que yo: Michael no se le
parecía en nada.
-
Sí. Los
dos tenéis un gran complejo de Mesías que os hacen tomar decisiones nobles y
arriesgadas. También tenéis una culpabilidad crónica y egocéntrica que os hace
pensar que todos los males del mundo se deben a vosotros. Michael piensa que
gran parte de esto es su culpa, y lo cierto es que, aunque Greyson sea el gran
culpable, él tampoco hizo las cosas bien. El caso es que si Eliah le mencionó
que yendo a juicio puede conseguir una compensación económica, Michael vio su
oportunidad.
-
¿De ganar
dinero? – se extrañó Andrew.
-
De
devolvérselo a Aidan.
Papá abrió mucho los ojos. La vista había sido tan rápida que
probablemente no había tenido tiempo de pensar en que efectivamente Michael
había rechazado la posibilidad de la desestimación, ni en los motivos que había
tenido para hacerlo.
-
Si… si
hubiéramos desestimado esto se habría acabado… Ahora tenemos que ir a juicio –
murmuró Aidan. - …Lo voy a matar. Lo voy a abrazar, le voy a comer a besos, y
luego lo voy a matar.
-
Estoy
seguro de que tendréis mucho de lo que hablar. Pero primero vamos a ocuparnos
de que vaya a casa. – zanjó Eliah, al parecer sin sentir una pizca de
remordimiento. Nos metimos en el coche, y papá condujo hasta la cárcel. Yo no
dejaba de pensar en Michael y en la noche tan difícil que tenía que haber
pasado.
-
MICHAEL’s POV –
Todo había pasado
tan deprisa… El nuevo abogado hablando de la fianza… Papá en aquella sala,
mirándome desde su banco, tan cerca pero a la vez tan lejos… Nunca pensé que se
pudiera llegar a necesitar tanto un abrazo. Creo que aquellos meses con él me
habían hecho físicamente dependiente, o algo, porque no era normal lo mucho que
quería mandar al juez a la mierda e ir a abrazar a Aidan.
Pensé que iba a tener que hablar más. Pensé que me harían alguna
pregunta complicada, pero al parecer eso iban a dejarlo para el juicio. Aquello
solo era una vista…. Y yo me había negado a que desestimaran el caso. ¿Habría
hecho bien? ¿Y si Aidan se echaba para atrás y no pagaba mi fianza? No le
podría culpar, era mucho dinero. Aun así, yo había hecho bien: era mucho lo que
le debía a Aidan, no solo la fianza, y si podía pagarle aunque solo fuera un
poquito me sentiría satisfecho. Incluso aunque tuviera que volver a la cárcel.
Me sacaron por una puerta trasera y volvieron a meterme en un furgón.
Miré a mi alrededor, asustado. ¿Qué iba a pasar después? Ya debería conocer los
distintos protocolos de entrada y salida en prisión, pero lo cierto era que
cada vez había sido diferente. Nunca había entrado una tropa de policías a
detenerme, armados hasta los dientes, por ejemplo.
En los furgones de
los traslados nunca estás solo. Siempre hay un policía contigo, por si intentas
escapar. La mayoría eran seres de tamaño descomunal y cara de pocos amigos,
pero si les hablabas solían responderte, así que probé suerte.
-
¿Qué va…
qué va a pasar ahora? – titubeé.
-
Ya has
oído al juez. Volvemos a la cárcel.
-
Pero…
¿después?
-
Yo tengo
órdenes de llevarte de vuelta. No sé qué va a pasar después – replicó el tipo.
Me quedé mirando mis manos esposadas, intentando controlar los nervios
y el miedo. Tenía la boca seca. El furgón dio un frenazo y yo me sobresalté.
-
Tranquilo,
hombre. Es solo un semáforo – dijo el policía. Me observó con ojo crítico, yo
estaba jadeando.
Intenté concentrarme en mi respiración, como otras veces, pero no
funcionó. No podía respirar bien, mis músculos se contraían demasiado rápido.
Enseguida empecé a notar un hormigueo en la mano, y entendí que tenía un ataque
de pánico.
-
¡Donahow!
¡Donahow! ¿Estás bien? – exclamó el policía – Si esto es alguna especie de
truco….
No podía doblar las manos, las tenía totalmente frías y agarrotadas, y
enseguida empecé a notar frío en los pies también. El policía pareció llegar a
la conclusión de que aquello no era ninguna estratagema para intentar escapar y
dio un par de golpes a la pared del furgón, para que el conductor parara. Noté cómo
la velocidad disminuía y al poco nos detuvimos, seguramente a un lado de la
carretera aunque, como no había ventanas, no podía saberlo.
-
Túmbate.
– me aconsejó el policía y apoye la espalda en el largo banco que atravesaba el
furgón. – Voy a suponer que no tienes asma…
-
No - le confirmé.
-
En ese
caso, no deberías estar respirando así. Tranquilízate, respira hondo.
Me volví a sobresaltar cuando la puerta se abrió bruscamente. El
conductor se había bajado y había venido a ver lo que pasaba.
-
¿Qué ocurre?
-
¿Tienes
agua? – pidió el primer policía, sin responderle.
El conductor desapareció, y enseguida volvió a aparecer con una
botella. Me la dio, y también puso algo de música, en la radio.
-
¿Llamamos
a una ambulancia? – preguntó. No supe si hablaba conmigo o con su compañero,
pero por si acaso, negué fervientemente.
-
No, ya me
siento mejor. Gracias por… por parar el coche.
-
¿Tomaste
algo, chico? – preguntó el policía. Supe que se refería a algún tipo de droga.
-
No está
colocado, Frank – respondió el conductor. – Solo está asustado.
El conductor parecía el tipo de persona que penaba que los presos
también eran seres humanos, con emociones humanas, tales como el miedo. El tal
Frank no debía de compartir su misma opinión.
-
Asustado
el compañero al que agredió. Si ya está bien, vámonos. Arranca el coche.
Mientras el conductor volvía a su asiento y retomábamos la marcha,
pensé con horror que oficialmente yo era un “agresor de policías”. Eso
significaba que si iba a la cárcel, los presos iban a ser el menor de mis
problemas. Los “tipos buenos” que me tenían que defender, jamás me iban a
perdonar el haberme metido con uno de los suyos. O ganaba a Greyson o me podía
dar por muerto….
Cuando llegamos a la cárcel ya me había recuperado por completo y
cambié de custodios al atravesar una de las puertas. Los guardias me indicaron
que esperara mientras hablaban con alguien por teléfono.
-
Donahow,
van a pagar tu fianza. Recoge tus cosas en esa sala de allí y espera a que te
llamen.
Tardé unos segundos en procesar el significado de aquellas palabras. Me
iba a casa. Aidan iba a pagar la fianza. No tenía que entrar allí, al menos no
de momento. Casi corrí a la habitación que me indicó el guardia.
Me entregaron mis objetos personales, uno a uno, y en el último momento
el guardia me dio una carta.
-
Es de tu
compañero de celda – me dijo. – Me pidió que te la diera. Solo has pasado aquí
una noche, y por lo visto has hecho un gran impacto.
Inmediatamente pensé en Pinzas. Qué amable de su parte escribirme…
Oh. No era de Pinzas. Era una nota de George.
Bien hecho, chico.
Sabia decisión no dejar que desestimaran el caso. Sigue así, con la boca
cerrada, y tal vez a tu familia no tenga que pasarle nada.
Apreté los puños,
arrugando la nota en el proceso. Sin pretenderlo, había hecho justo lo que
George quería. ¿Debería haber hecho que desestimaran el caso, entonces? …. ¿El
nuevo abogado me había aconsejado mal? Incluso en la distancia, Greyson seguía
manejando los hilos. Lo que parecía correcto no lo era y una vez más yo me
sentía atrapado en las garras de un hombre más listo y más poderoso que yo.
El guardia me pidió que revisara si estaban todas mis pertenencias y yo
lo hice, algo distraído, sin dejar de pensar en cómo podía beneficiar a Greyson
el que yo fuera a juicio. Porque así podía meterme en la cárcel, claro. La
cuestión era si me creía tan estúpido como para no defenderme y declarar en su
contra…. Aunque había amenazado a mi familia. Ese, sin duda, era un motivo de
peso. Pero, ¿acaso iban a estar a salvo si yo acababa en la cárcel? ¿Acaso no
sabían demasiado ya?
-
¡Donahow!
– gruñó el guardia, un poco molesto. Creo que llevaba llamándome un rato, pero
estaba absorto y no le había oído. – Ya puedes irte.
Abrió una puerta lateral para mí y me le quedé mirando sin comprender
del todo. ¿Así sin más? ¿Salía por esa puerta y ya estabas? ¿Habría venido
Aidan a recogerme? La cárcel estaba en medio de la nada… Como no hubiera venido
iba a tener problemas para volver a…. ¿Volver a dónde? ¿Si Aidan no estaba
significaba que estaba harto y no podía volver a su casa?
¿Por qué pensaba eso, si había estado en el juicio? ¿No significaba eso
que aún no se había rendido conmigo? Y John había dicho que… había dicho que
Aidan…
Respiré hondo, antes de que me diera otro ataque de pánico, y salí.
Para salir del terreno de la cárcel, tenía que atravesar un enorme patio y
cruzar una valla en la que había varios hombres apostados. Al otro lado de la
valla, estaban Ted y Aidan.
-
No corras
– me advirtió la voz de un guardia, a mis espaldas.
Estuve a punto de mandarle a la porra y volar hacia mi familia, pero
entonces comprendí el por qué de la advertencia: si salía corriendo, alguno de
los vigilantes se podía pensar que estaba escapando y aquello podía terminar
muy mal. Del tipo “alguien disparando una pistola” mal. Así que me tuve que
contener y recordarme a cada paso que no podía echar a correr. El camino hasta
la valla se me hizo eterno. Cuando todavía estaba lejos, vi como Aidan le decía
algo a Ted, pero no pude entenderlo. Finalmente, la puerta de la valla se abrió
para mí y, antes de que pudiera traspasarla, Aidan me rodeó con los brazos y
apretó como si su objetivo fuera impedirme respirar.
-
Michael…
- susurró y le escuché respirar hondo, para calmarse. – Hijo, estaba tan
preocupado… ¿Estás bien? Nunca más van a separarte de mí.
Aquello sonó como una promesa solemne y deseé que pudiera cumplirla. Me
centré en su pregunta y traté de buscar una respuesta que no le alarmara.
-
Solo ha
sido una noche… - murmuré, todavía sin soltarme. No estaba preparado para
romper el abrazo.
-
Te
hicieron daño en el hombro, me fijé en el juzgado. – me reprochó, como diciendo
“no trates de ocultarme cosas”.
-
No es
nada. El médico de aquí me atendió…
Aidan iba a decir algo más, pero en ese momento sentí que alguien me
aprisionaba por detrás. Mi primera reacción fue ponerme tenso y por poco le doy
un codazo en las costillas a Ted, antes de darme cuenta de que era él, que solo
quería unirse al abrazo. Al contrario que Aidan, él se separó enseguida,
seguramente avergonzado por ese gesto antinatural entre hermanos de la misma
edad.
-
Siento
mucho lo que has pasado… - me dijo. Le miré para ver si lo decía de verdad.
Para ver si no… me guardaba rencor. ¿Sabía él toda la historia? ¿La sabia
Aidan? ¿Sabía que Greyson era mi antiguo socio y que me había ordenado que
hiciera daño a su familia?
-
Vámonos a
casa – pidió Aidan, separándose finalmente. – Quiero salir cuanto antes de este
lugar.
-
No más
que yo – le aseguré, y empezamos a caminar rumbo al parking, donde habría dejado
el coche.
Pensé que habían venido ellos dos solos, pero en el parking estaban los
dos abogados… y Andrew. También le había visto en el juzgado. ¿Qué me había
perdido? ¿Qué hacía él allí? ¿Desde cuándo se hablaban él y Aidan?
-
Me alegro
de verte sin esas esposas, chico – me saludó John. Correspondí con una media
sonrisa, porque había sido amable conmigo. Después me di prisa por meterme en
el coche. No quería hablar con nadie, solo quería llegar a casa cuanto antes.
-
AIDAN’s POV –
Tuve que esforzarme
por ser educado al despedir a John y a Eliah, porque quería quedarme a solas
con mi familia cuanto antes. El dilema vino a la hora de despedir a Andrew. Él
dijo que ya se iba y una parte de mí quiso impedírselo. Pero otra, más grande,
deseaba que se fuera.
-
No tienes
por qué irte… - murmuró Ted.
-
Sí, Ted,
tendrá cosas que hacer – repliqué yo, intentando ser políticamente correcto.
-
Bueno…
Puedes volver cuando quieras. Gracias por… por traer a Eliah.
-
Sí,
gracias por eso – corroboré, aunque no estaba seguro de estar realmente
agradecido. Eliah había sacado a mi hijo de la cárcel, pero solo temporalmente:
Michael iba a ir a juicio y Eliah no parecía preocupado por eso. O estaba muy
seguro de ganar, o mi hijo le importaba una mierda.
-
No hay de
qué. Yo… Cuídate, Aidan.
Esas palabras me
sorprendieron. Hacía mucho que Andrew no era tan agradable conmigo. Tan…
normal. Cerré la puerta detrás de él con la esperanza de volver a abrirla
pronto. Ya había vuelto una vez, nada le impedía regresar de nuevo…
Pero tenía otras cosas en las que pensar. Concretamente tenía un hijo
al que abrazar durante horas y días incluso. Me giré en busca de Michael y
sufrí un microinfarto cuando no le vi en el salón. En seguida di con él, en la
cocina, asaltando la nevera. Tragó con fuerza un trozo de queso y me devolvió
una mirada culpable.
-
Ayer no
cené – se justificó. – Y hoy apenas me entraba el desayuno sabiendo que tenía
la vista. Me muero de hambre.
Solté una risita y me dispuse a prepararle un tentempié.
-
Eso puede
esperar – me dijo, y me agarró por el brazo, como si quisiera decirme algo. No
le dejé hablar y le abracé, tal y como me pedía cada célula del cuerpo. – Te he
echado tanto de menos… - susurró.
-
Y yo a
ti, mi vida. Y yo a ti. Espero que no tengas planes por los próximos treinta
años, porque no pienso soltarte.
-
Suena
bien para mí.
Fui con él al salón y nos sentamos en el sofá, donde podía tenerle a mi
lado sin asfixiarle. Tal vez necesitaba su espacio y le agobiaba que le
estuviera abrazando cada dos segundos… Sin embargo, él se recostó sobre mi
hombro, como dejando claro que no tenía ningún problema por olvidarse
momentáneamente de que tenía dieciocho años.
Le rodeé con el brazo y estuvimos básicamente en silencio durante un
rato. A veces, uno de los dos hacía algún comentario trivial, esquivando
sutilmente los acontecimientos de las últimas horas. En un determinado momento,
Ted entró con un sándwich para Michael, porque al final yo no le había
preparado nada de comer.
-
Gracias,
Ted – dijimos Michael y yo a la vez. Nos sonreímos por la coincidencia.
-
No es
nada… Papá, le he escrito a Alejandro diciéndole que Michael ya está en casa…
-
¡Mier…coles! Le escribí al salir del juzgado, pero ahora
no le he dicho nada. Gracias otra vez.
-
Había
pensado que… que tal vez podíamos llamar al colegio y sacar a todos de clase
antes… - sugirió Ted con timidez.
-
No es una
buena idea, hijo. No sería responsable por mi parte hacer que pierdan más horas
de clase este trimestre y además tengo cosas que hablar con Mike y quiero aprovechar
antes de que estén todos.
Noté cómo Michael se ponía algo tenso ante mis palabras, pero luego se
relajó y asintió. Ted suspiró y asintió también.
-
Estaré en
mi cuarto estudiando un poco… - susurró, y nos dejó a solas, como lanzando una
indirecta de que ya iba siendo hora de que habláramos. Algo en su lenguaje
corporal me hizo pensar que Ted estaba molesto, tal vez porque no había hecho
caso a su sugerencia de ir a por sus hermanos.
La habitación se quedó en silencio cuando él se fue. No sabía cómo debía
abordar las cosas. Nada de aquello tenía que ser fácil para Michael y yo aún
tenía muchos vacíos y zonas en blanco respecto a su relación con Greyson… con
mi padre. No quería que nada en mis palabras sonara a reproche y aún así tal
vez algún reproche fuera necesario, porque Michael me había estado mintiendo
quién sabe sobre cuántas cosas.
-
¿Qué te
pasó en el hombro? – le pregunté. Decidí empezar por ahí, porque me pareció un
tema bastante neutral y además necesitaba saber qué le había pasado.
-
Mmm. Nada
grave.
-
Michael,
no estoy enfadado contigo, pero las mentiras, las medias verdades y el ocultar
información se van a acabar. Quiero la respuesta más sincera y detallada
posible a todas las preguntas que te haga, ¿queda claro? – le dije, firmemente.
Me separé un poco de él para taladrarle con la mirada. Nada iba a volver a
ponerle en peligro, ni siquiera él mismo.
-
Sí,
señor…
-
No
“señor”, Michael. Solo hay dos formas en las que mis hijos pueden llamarme:
“papá” o “papi”. A ti te dejo una tercera dado que aún te estás acostumbrando,
pero que sepas que “papá” me gusta mucho más que “Aidan”.
-
Ted a
veces te llama “Aidan” - replicó. – Y
“señor”.
-
Pues,
como hermano mayor, ya puedes irle enseñando cómo me tiene que llamar –
respondí, en un tono que combinaba firmeza con cariño y le hizo sonreír un
poco.
-
No pienso
decirte “papi”. No soy Alice.
-
Sí, eso
creo que lo sé. Es difícil confundirte con tu hermanita de cuatro años. Y ahora
deja de desviar el tema. ¿Qué pasó con tu hombro?
-
Uno de
mis compañeros de celda me clavó un tenedor – respondió con un suspiro. Apreté
los puños.
-
¿Por qué?
-
Quería
entregar un mensaje.
-
¿Qué
mensaje? ¿De quién? – intenté controlar mi frustración. Me ponía nervioso tener
que sacarle las respuestas así, con sacacorchos, pero no quería ser áspero con
él.
-
De
Greyson. Creo … Creo que le pagó para que me metiera miedo y no… y no contara
todo lo que sé.
No supe qué responder ante eso. ¿El odio de ese hombre hacia Michael
llegaba tan lejos? ¿Había pagado a un matón para aterrorizar a mi hijo? ¿Y ese
hombre era mi padre biológico? ¿No podía cambiarme los genes?
-
Pensé que
hoy iban a hacerme más preguntas y que por eso me amenazaba, pero creo… creo
que querían que fuera a juicio. – siguió diciendo Michael. - Me entregó una
nota esta mañana, cuando recogí mis cosas. Creo que las amenazas son…son “
apostreriori”…
-
A
posteriori, Michael.
-
Como sea.
Creo que eran advertencias para… para el juicio. No quiere que declare en
contra de Greyson… Pero yo lo voy a hacer igual. Voy a contarlo todo, papá. No
voy a dejar que me controle más.
Vi determinación en sus ojos, pero yo no podía dejar de pensar en lo
que había dicho: Greyson y su… su gorila… querían que Michael fuera a juicio.
¿Qué tendría planeado? ¿Y si se guardaba algo bajo la manga? ¿Algo que pudiera
hacer que mi hijo volviera a la cárcel?
-
Tienes
que contármelo todo, Michael – le urgí. - ¿Cómo exactamente te controlaba? ¿Qué
tiene ese hombre contra ti? ¿Te chantajea con algo? Sea lo que sea, puedes
decírmelo, hijo. No me importa lo que hayas hecho, no me importa lo que está en
el pasado, tan solo quiero que me digas la verdad. Necesito saberlo todo para
poder protegerte.
-
Protegerme…
Eso es lo que yo pretendía, papá. Aunque no me creas, todo lo que yo quería era
proteger a Ted… y luego a ti. – susurró. Sus ojos brillaban de una forma en la
que no los había visto antes. Me di cuenta de que, por fin, estaba conociendo
al verdadero Michael. Debajo de todas sus capas.
-
Te creo,
hijo, claro que te creo. ¿Por qué no iba a hacerlo?
-
Porque… te
he mentido tanto… - murmuró, con la voz quebrada. Limpié las lágrimas de sus
ojos antes incluso de darme cuenta de que estaba llorando. Pese a su altura,
pese a su edad, pese a toda su experiencia viviendo solo, tuve más claro que
nunca que Michael era mi bebé. Y nadie iba a hacerle daño a ninguno de mis
bebés. Y quien ya se lo había hecho pagaría un alto precio.
-
Estoy
seguro de que no querías hacerlo. – respondí, sin pensarlo, pero una vez lo
dije me sonó verdaderamente cierto. Michael era un buen chico que había caído
en las garras de un mal hombre. – No más mentiras, ¿está bien? Ahora estás a
salvo. Estás a salvo – repetí, abrazándole. – Antes no sabía… Para ser sinceros, siempre sospeché que algo
pasaba contigo, pequeño, pero nunca supe el qué. Ahora que lo sé, puedo
protegerte. Nadie va a acercarse a ti. Nadie te hará daño. Y no vas a ir a la
cárcel de nuevo, así tenga que contratar a todos los abogados del estado.
Michael se relajó entre mis brazos y quise pensar que aquello era un
reflejo de que se sentía seguro. Seguí haciéndole preguntas sin soltar el
abrazo y Michael me respondió con la verdad absoluta, sin guardarse nada y sin
soltar malas palabras. La ira que normalmente le corroía había… desaparecido.
-
Pensar
que estuve tres meses enviándote cada mañana a su lado… - gruñí, cuando me
estaba contando que aquellos meses en la comisaría solo habían sido una
tapadera para que Greyson pudiera seguir controlándole.
-
Tú no lo
sabías, papá. Al principio, yo no lo sabía tampoco… No estaba seguro de… lo que
planeaba… Pensé que solo me tenía ahí para poder tenerme controlado y obligarme
a robar cosas… Como aquél día… Cuando casi me rompo la mano…
-
Espera,
espera. ¿Me estás diciendo que ese día estuviste haciendo algo para Greyson? –
le pregunté, acordándome de lo que había pasado esa tarde. Michael había bebido
y le dolía mucho la mano. No me quería contar por qué. Tuvimos una pelea
horrible y después… le salvó la vida a Dylan, cuando se tragó el macarrón. Al
final conseguí que me dijera que había participado en una redada y por eso se
había hecho daño en la mano. Recordé que me puse furioso al pensar que le
habían llevado a perseguir criminales, pero él me dijo que fue un imprevisto,
que no estaba planeado… Y yo no había sabido si creerle…
-
Me pidió
que robara un diamante de un tipo rico que daba una fiesta o algo así. Me colé
en su casa y logré cogerlo, pero el tipo me descubrió y me dio en la mano con
una de las cosas que tenía expuestas, un martillo super antiguo.
-
¿Te pidió
que robaras? – repetí, intentando asimilarlo. No era la primera vez que
insinuaba que Greyson hacía esa clase de cosas, pero me impactó mucho saber que
había pasado mientras Michael estaba conmigo y yo había sido incapaz de darme
cuenta. Qué imbécil era.
-
Quería
negarme, incluso quería contártelo, pero os acababa de conocer… Ted acababa de
volver del hospital y no sabía si él le había mandado allí en primer lugar.
Pensé que le había envenenado y la apendicitis había sido solo una tapadera. Él
me hizo creer eso…
-
¿Te
amenazó con la vida de tu hermano? – quise asegurarme, sin poder creer por
cuántas cosas había pasado Michael sin que yo lo supiera.
-
Desde el
principio. Desde antes de conoceros. Después aprendió que también podía
amenazarme con la tuya…
Apreté su mano en un gesto que pretendía ser reconfortante. John ya me
había contado que Michael había estado amenazado por Greyson, pero no sabía qué
porcentaje de aquello era cierto: Michael no me parecía una persona fácil de
asustar. Pero en aquella conversación me estaba quedando claro lo mucho que ese
hombre –con el que me negaba a estar biológicamente relacionado- le
atemorizaba. Me sorprendía que ahora estuviera dispuesto a ir a juicio y
comprobé una vez más lo valiente que mi muchacho era.
-
Lo que
pasó ese día… Yo… Aidan, siento cómo te traté. – murmuró, mirándose los pies.
De entre todo lo que podía salir de su boca en esos momentos, aquello era lo
que menos me esperaba.
-
Hace ya
mucho de eso, Michael, y ya lo hablamos, ¿recuerdas? Para mí, quedó perdonado y
olvidado ese mismo día.
-
Pero
nunca me castigaste… No en serio, al menos.
Acaricié su mejilla, algo tímidamente porque no sabía si el gesto era
demasiado cariñoso, pero él cerró los ojos y ladeó la cabeza, encantado.
- Me parece que la vida ya te ha castigado demasiado – susurré.
-
Fue el
día que te convencí de que ya estaba mayor para… eso. Y dijiste que solo me
castigarías si hacía algo ilegal o peligroso…. Todo lo que he estado haciendo
estos tres meses es ilegal y peligroso – murmuró, mirándome con los ojos algo
hundidos. – Todo era parte del plan de Greyson…
-
Él es el
único que merece ser castigado. – sentencié, dándome cuenta de que una parte de
Michael aún esperaba que yo estallara en gritos en su contra, culpándole de lo
que no era culpa suya. – Aunque no creo que todo lo que has hecho fuera parte
de su plan. Cuidaste de tus hermanos. Te hiciste parte de nuestra familia. Me
llamaste papá – ejemplifiqué. Debí escoger mal mis palabras, porque Michael se
mordió el labio.
-
En
realidad eso también era parte de su plan. Yo… se suponía que tenía que firmar
los papeles de la adopción. Por eso no los firmé. Era lo único que podía hacer
para… rebelarme. Él quería que yo…fuera tu heredero para… para cargarse a
Andrew y quitarte a ti del medio, y que yo, es decir él, tuviera acceso a
vuestro dinero. Pensé que ese era todo su plan, pero más adelante me di cuenta
de que no era por el dinero y el testamento que me enseñó de Andrew era falso
y…
-
Espera,
espera, Michael, no tan rápido. Me cuesta seguirte. ¿Qué tiene que ver Greyson con
los papeles de la adopción? Te los di yo…
-
Él sabía
que me los darías. Quería que me los
dieras. Su plan consistía en que yo… me ganara tu confianza. Y lo hice… en
cuestión de horas. Se lo oculté a Greyson durante semanas. Aun sigue sin saber
que siempre he tenido los papeles, pero en algún punto llegó a averiguar que
tú… me importabas de verdad.
Parpadeé. Medité cuidadosamente sobre aquellas palabras y sus muchas
implicaciones. Se suponía que Michael tenía que estafarme y lo hubiera hecho,
por el bien de su hermano, si no se hubiera convertido en mi hijo. Su amor
hacia mí impidió que el miedo de perder a Ted fuera suficiente. Años enteros
viviendo bajo la sombra de Greyson, y Michael por fin se había vuelto en su
contra, aún casi sin saberlo, porque había encontrado algo por lo que valía la
pena luchar. Salvando las distancias, algo parecido me pasó a mí cuando Ted me
hizo cambiar de vida.
-
¿Estás
enfadado? – preguntó Michael, porque yo aún no le respondía.
-
Busca la
emoción contraria, y eso es más o menos lo que estoy sintiendo.
-
¿Por qué?
Te… te estoy diciendo que te mentí… Te estafé, durante todo este tiempo.
-
¿De
verdad? ¿Era mentira cuando me llamaste papá? ¿Cuándo me dijiste que te gustaba
estar aquí, que me querías a mí, que querías a tus hermanos? ¿Era mentira lo
que escribiste en aquél cuento, recién llegado a casa? Porque creo que ahora,
por primera vez, puedo entender lo que esa historia significaba. Nunca has sido
un lobo. Siempre has sido un cachorro disfrazado y asustado. Tenías que fingir
algo que acabó convirtiéndose en realidad.
Michael me escuchó sin apartar sus ojos azules de los míos, como si
quisiera leer a través de ellos. Como
efecto de lo que encontró en mi mirada, o quizá de mis palabras, volvió a
recostarse sobre mí, más mimoso todavía de lo que siempre me había parecido.
¿Había estado conteniendo esa faceta necesitada? Siempre había estado más que
dispuesto a darme un abrazo, pero ahora parecía incapaz de dejar de abrazarme
alguna vez.
-
Me gusta
eso. “Cachorro”. Mejor que “campeón”. Es más original. No es justo que Alice
sea la única con mote propio. – se quejó y no pude evitar soltar una risita.
Me hizo gracia ese repentino ataque de celos contra “la pitufa”, pero
sobre todo me gustaba lo que esos pensamientos delataban: Michael se veía como
parte de la familia. Me gustó verle así de relajado, y si todo lo que hacía
falta era buscar un nuevo apodo cariñoso, podía ser mi cachorro y todo lo que
él quisiera.
-
También
siento lo que pasó ese día – continuó, tras un rato de silencio. – El cuento…
lo que pasó con Cole… Nunca te llegué a contar toda la verdad sobre eso, aunque
me quedé cerca porque fuiste muy… mm… convincente.
-
No estoy
orgulloso de cómo manejé las cosas esa vez – le susurré, acariciándole el pelo
como hacía a veces con Alejandro. – De un tiempo a esta parte creo que controlo
mejor mi temperamento. Eso te lo debo a ti, me has entrenado en respirar hondo
y evitar ataques cardíacos prematuros – le chinché, pero puede que en parte
fuera cierto. Puede que lidiar con los problemas de Mike, y sufrir con Ted en
el hospital me hubieran hecho más… paciente. Adquirir más autocontrol, algo de
lo que siempre había carecido, y de ahí mi pasado de adicción.
-
No
hiciste nada malo…
-
Me enfadé
demasiado y fui muy agresivo. Tampoco estuvo bien la forma en que reaccioné en
el hospital, cuando fui a verte las primeras veces. Fue arrogante de mi parte
pensar que podía darte órdenes cuando aún apenas me conocías. No tenía ningún
derecho a reprenderte, y me hubiera gustado comenzar con el pie derecho en
lugar de con el izquierdo. Tal vez ahora podamos empezar de nuevo, ¿mm? Esta
vez, sin secretos entre nosotros. Estás haciendo un buen trabajo campe…
cachorrito. – rectifiqué, y le hice sonreír con algo de vergüenza.
-
No fuiste
agresivo. Nunca lo eres y, además, tenías motivos para enfadarte. El enano me
pilló hablando con Greyson, no con un amigo. Yo estaba enfadado porque te había
pedido dinero para poder traerme a casa. No sabía lo que Cole había oído ni lo
que había podido entender, así que me asusté y… le amenacé, porque en eso han
consistido casi todas mis interacciones antes de conocerte. Greyson me
amenazaba a mí, yo amenazaba a los tipos a los que me hacía robar, los guardias
del reformatorio me amenazaban más… Hasta hace muy poco, creía que si querías
que alguien hiciera algo, la mejor forma era amenazarle… Incluso a veces ahora
pienso que…
-
¿Qué,
Michael? Continúa, hijo, puedes decir lo que sea… - le animé, al ver que se interrumpía.
-
Tú
también amenazas a veces, pero son amenazas más amables. Así consigues que los
enanos… Bueno, y los demás, te hagan caso.
-
Supongo
que puede verse así… Pero no todas las amenazas son iguales.
-
No, no lo
son… Y yo a Cole le asusté mucho.
-
Pero lo
arreglaste. Te tiene mucho cariño ahora – le aseguré. – Nadie te guarda rencor
por nada, Michael.
-
Ni por…
¿lo de ayer?
-
¿Lo de
ayer? No veo cómo nada de lo que pasó ayer puede ser culpa tuya.
-
La
policía entró armada en tu casa… - me recordó, como si alguna vez pudiera
olvidarlo.
-
Es
NUESTRA casa y no fue culpa tuya en absoluto.
-
Si nunca
me hubieras traído aquí, no hubieran venido – replicó.
-
Y si
nunca hubiera adoptado a Ted, no hubiera pasado horas en el hospital con él.
¿Qué me quieres decir con eso? Me alegro de haberte traído y de que, si tenías
que pasar por ese infierno, haya sido rodeado de las personas que te quieren.
Las cosas malas pasan sin que queramos, Mike, y muchas veces provocan
“inconvenientes” en los demás. Claro que me hubiera gustado que Alice y los
enanos nunca hubieran visto un arma tan de cerca, pero tú no querías que eso
pasara. Tú no querías que nada de esto pasara. Y, mírame bien, no hiciste nada
para merecerlo. Ahora que conozco toda o casi toda la historia, puedo ver que
todos los delitos que hayas cometido alguna vez en tu vida jamás hubieran
tenido lugar de no haber conocido a Greyson.
-
No soy un
santo… He hecho muchas cosas malas que se podían haber evitado si hubiera
actuado de otra manera. Te he hecho cosas horribles a ti, sin que Greyson haya
tenido nada que ver. Le hice daño a Harry. Una vez casi te pego a ti.
Supe exactamente a qué se refería con eso último. Aquél día, no hacía
tanto, en realidad, Michael había estado borracho, agresivo… y tremendamente
dañado por dentro. Después de eso había estado deprimido por un tiempo y aún a
veces creía pillarle con una mirada de tristeza en los ojos, cuando él creía
que no estaba prestando atención.
-
Ese día
parecías muy disgustado. ¿Ocurrió algo en la comisaría? – le pregunté.
Por primera vez en aquella larga y reveladora conversación, Michael
tuvo reticencias para responder. Le escuché suspirar y le vi debatirse consigo
mismo, hasta que finalmente me decidí a agarrarle la mano, para recordarle que
podía confiar en mí.
-
Ese día
me enteré de que habían condenado a mi padre a muerte. – susurró, arrastrando
las palabras.
Me quedé congelado. Sabía que el padre de Michael era un delincuente y
que iba a pasar el resto de su vida en una celda. Aquello ya me parecía
demasiado duro para mi hijo, el saber que nunca podría compartir los grandes
momentos de su vida con su padre biológico. Desde los seis años había tenido
que crecer sin él, y el tipo además tampoco le escribía, seguramente carcomido
por los remordimientos y la culpabilidad. Pero la pena de muerte… Michael iba a
perder a su padre. Le iba a perder para siempre… Por eso reaccionó así aquél
día. Por eso llegó borracho….
-
Mi
pequeño…. – le apreté contra mí, deseando poder hacer algo para ahorrarle ese
sufrimiento. Tal vez…. – Existen recursos. Apelaciones… Le pagaré los mejores
abogados, veremos qué se puede hacer, Michael.
Él negó con la cabeza.
-
Es
culpable. Aunque a veces quiera negarlo, sé que es culpable. Es un asesino.
-
Aunque
sea culpable, eso no significa que no merezca la oportunidad de defenderse.
Conseguir… un mejor trato.
No quería darle falsas esperanzas, pero tampoco rendirme sin luchar.
-
No
debería importarme… snif… Ese hombre ya no es mi padre…snif… No es nada para
mí, nunca lo ha sido. – declaró, pero su tono de voz no era creíble. Solo
trataba de convencerse a sí mismo. Le limpié los ojos, porque había comenzado a
llorar, y besé su frente, buscando reconfortarle.
-
Claro que
te importa. Compartiste seis años de tu vida con él. Es tu padre biológico. Le
quieres y estoy seguro de que él te quiere a ti. Eres lo mejor que ha hecho, su
mayor logro. Nunca estará entre mis personas favoritas, pero te tengo gracias a
él. Y por eso haré lo que esté en mi mano por ayudarle.
Michael se quedó callado, dejando que le mimara con los ojos cerrados.
Me hubiera gustado tanto ser capaz de protegerle de aquél dolor.
-
Gracias,
papá. Siempre consigues que me sienta mejor… Ese día también hiciste que me
sintiera mejor.
-
¿Ah, sí?
No recuerdo haber hecho nada. De hecho te castigué, y sabiendo lo que ahora sé
no debería haberlo hecho.
-
Lo
necesitaba – me confesó. – Además, me lo busqué yo solito. No debí pagar mi
rabia contigo, es algo que siempre hago y que no está bien.
Esa reflexión me impactó mucho y también que dijera que lo necesitaba.
Fue muy maduro de su parte decir algo así, y me dejó sin palabras durante un
rato. Michael parecía querer repasar conmigo todos los líos en los que se había
metido en aquellos meses, como para contarme lo que realmente había pasado en
esas ocasiones y yo no sabía.
-
¿Y el día
de la insulina? – pregunté, tras unos segundos. - ¿Qué pasó ese día? ¿Por qué
fuiste a casa de Andrew, Greyson te obligó?
-
No,
Greyson no tuvo nada que ver. Ese día simplemente fui un idiota. Quería
conocerle. Quería conocer al hombre al que tenía que estafar. El problema de
Greyson es con él, no contigo, aunque te quiera usar a ti para hacerle daño a
él. Me parecía absurdo, si no teníais ningún contacto… Pero ahora sé que Andrew
te quiere más de lo que intenta hacer ver.
Solté un gruñido como toda respuesta. Siempre sería escéptico ante la
idea de que Andrew realmente se preocupara por mí, pero aquél último día había
comprobado que no era tan indiferente a mis problemas como siempre me había
demostrado. Había estado ahí para mí, me había recomendado un abogado, y tal vez,
solo tal vez, estuviera dispuesto a cambiar. Lástima que hubiera decidido
hacerlo justo cuando yo descubría que en realidad no era mi padre.
Pensé en lo que Michael había dicho. Incluso cuando no seguía órdenes
directas de Greyson, su vida estaba influenciada por él: había ido a ver a
Andrew para conocer al hombre con el que Greyson estaba obsesionado. Ese tipo
era peligroso, no solo por lo obvio, sino porque había calado muy hondo dentro
de mi hijo. Michael era un buen chico y no iba a dejar que nadie le
contaminara.
Todavía tenía cientos de preguntas más, cientos de cosas que quería
aclarar, pero Ted carraspeó al pie de las escaleras, para llamar nuestra
atención.
-
Papá, ¿no
oyes el teléfono? – me preguntó. Parpadeé, confundido. Era verdad, el teléfono
estaba sonando, pero decidí ignorarlo. No quería hablar con nadie en ese
momento. Seguramente fuera un periodista, de todas formas, que quería
información o declaraciones sobre el resultado de la vista. No pensaba hacer
ningún comentario ni hablar con ninguno de ellos. Solo había una periodista con
la que hubiera estado dispuesto a hablar, de no haberla echado de mi vida hacía
tan solo unas horas.
Ted no esperó a que le respondiera, y cogió el teléfono.
-
¿Dígame?
Sí, un momento. Papá, es para ti.
Le miré extrañado. Ted no me pasaría el teléfono si se tratara de un
periodista. Ni tampoco tendría esa cara de preocupación. Cogí el inalámbrico
con repentino cansancio, harto de problemas y de no poder estar en paz ni
siquiera por un día.
Era la secretaria del colegio, diciéndome que había habido un problema
con mis hijos y que tenía que ir a recogerlos. Debía de ser nueva, porque no
reconocí su voz, y la otra secretaria sabía que conmigo tenía que especificar
de qué hijos se trataba, puesto que tenía diez escolarizados allí.
-
¿Recoger
a quiénes? – pregunté, sujetándome el puente de la nariz a medida que me iba
calentando. Aquél no era el día para que mis hijos la montaran en el colegio.
No era el día. – Tengo bastantes hijos.
-
Oh,
perdone. A Harry y Zachary. El director quiere hablar con usted, se han estado
peleando con otros chicos de su clase. Nada grave, no se preocupe, ellos están
bien.
Exhalé con frustración y pude escuchar mi propia respiración a través
del teléfono, como con eco.
-
Harry y
Zach son mis hermanos. Es mi papi también. – escuché, al otro lado del
teléfono. Reconocí la voz de Kurt. ¿Qué hacía él fuera de clase? ¿Se habían
puesto de acuerdo para portarse mal el día en el que yo iba a estar ocupado con
Michael? ¿Acaso no se habían dado cuenta aquella mañana que yo no podía más?
¿No podían ayudarme ni durante cinco horas?
La secretaria habló con otra mujer durante unos segundos, pero no pude
entender lo que decían. Imaginé que se trataba de la profesora de mi hijo
pequeño.
- También tiene que recoger a Kurt, señor Whitemore. Lo siento, le
acaban de traer… - empezó la mujer. Se la veía agobiada y confundida. – No,
pequeño, estáte quieto, siéntate ahí…
Lo que faltaba. Encima de lo que sea que hubiera hecho, Kurt estaba
dándole problemas a la pobre mujer.
-
Póngame
con él – la pedí y escuché cómo llamaba a mi hijo para que cogiera el teléfono.
-
Hola,
papi – su vocecita sonaba triste, seguramente porque sabía que le iba a
regañar.
-
Hola,
campeón. – saludé, amable pese a todo. No me soné demasiado sincero, estaba
enfadado con él, pero no quería ser cruel en mis palabras ni en mi forma de
tratarle.
-
¿Vas a
venir a por mí? – me preguntó. Sonaba como si estuviera lloriqueando.
-
Pues no
lo sé, Kurt – respondí, fallando en mi intento de ocultar mi rabia. Claro que
tenía que ir a por él. Todavía podía hablar con el director y decirle que no
podía acercarme y que Harry y Zach podían venirse solos, pero Kurt era aún
demasiado pequeño. Aunque los gemelos le podían traer… Pero eso me haría quedar
como un padre irresponsable con el colegio. El director querría hablar conmigo
sobre la pelea y sobre lo que hubiera hecho Kurt, que ya podía ser grave para
que mandaran a casa a un niño de seis años. – Ahora mismo tengo que estar con
tu hermano. No tengo tiempo para niños que se portan mal.
Dudé sobre si había hecho bien en decirle eso. Kurt tenía tendencia a
malinterpretar mis palabras y podía pensar que no quería estar con él. No
debería haber usado esa expresión: aunque estaba enfadado, siempre tenía tiempo
para mis enanos. Era solo que no quería separarme de Michael, no todavía, y me
frustraba tener que hacerlo porque ellos eran incapaces de portarse bien.
Kurt me había preguntado si iba a ir a por él y yo había sido tan burro
de decirle que no. ¿Qué clase de padre hacía eso? Mi hijo era pequeño todavía,
no quería que sintiera que lo abandonaba en el colegio.
Me extrañó el silencio que recibía desde el otro lado de teléfono.
Hubiera esperado que Kurt se enfadara, o se pusiera triste o incluso que llorara
por lo que le había dicho, pero en lugar de eso se quedó callado. Lo tomé como
una señal de que mis palabras realmente le habían impactado.
-
Sé bueno
con la señorita, ¿vale, Kurt? Siento haberte dicho eso. Claro que voy a ir a
recogerte.
Más silencio. Entonces sí, Kurt comenzó a llorar, como con efecto
retardado. Me lo merecía, por no medir mis palabras. Le escuché cada vez más
lejos del teléfono, por lo que deduje que lo había vuelto a coger la
secretaria.
-
Lo
lamento, señor Whitemore, está muy asustado. ¿Cuánto cree que va a tardar? – la
voz no era la de la secretaria, sino la de la profesora de Kurt.
¿Asustado? ¿De mí? No era para tanto… No había sido tan borde, ni
siquiera le había gritado.
-
No mucho,
una media hora, pero dígale que no llore…
-
Debe de
dolerle mucho, pobrecito. Hemos intentado darle manzanilla, pero la ha vomitado
también.
Casi suelto el teléfono. Enfermo. Kurt estaba enfermo, no se había
portado mal. Como tenía que ir a por los gemelos por haberse peleado, había
asumido que Kurt estaba en líos también. Me di cuenta que nunca había llegado a
oír el motivo por el que mi bebé no estaba en clases. Simplemente había pensado
lo peor, porque sabía que mi pequeño podía ser un trasto, aunque nunca antes
había tenido que ir a buscarle por mal comportamiento. Me enviaban notas y me
pedían reuniones, pero Kurt aún era pequeño como para hacer algo realmente
serio.
Kurt siempre se asustaba cuando se ponía malo. Lloraba mucho cuando le
dolía la tripa y lo único que le calmaba era que yo paseara con él en brazos
por el pasillo. Y en lugar de estar ahí para hacerle sentir mejor, yo le había
regañado demasiado duramente, como si hubiera hecho algo malo.
-
Salgo
ahora mismo para allá, llegaré lo antes que pueda. – dije, y colgué. No pedí
hablar otra vez con él porque prefería estar allí cuanto antes, y poder
conversar en persona.
-
¿Qué
pasa, papá? ¿Qué ha hecho el enano? – inquirió Ted.
-
Él nada,
solo está malo. Harry y Zach se han peleado. Tengo que ir al colegio a por los
tres. Michael, siento mucho, mucho, tener que dejarte solo. No tardaré, ¿vale?
Michael asintió, pero sus ojos me demostraron que no estaba preparado
para quedarse solo. No después de aquella noche tan horrible.
-
¿Por qué
no vamos contigo? – sugirió Ted. - Se alegrarán al ver a Michael.
Miré a mis dos hijos mayores y supe que aquella era la única opción con
la que me sentía mínimamente cómodo. Yo tampoco estaba preparado para separarme
de Mike.
-
Está
bien. Vamos al coche, anda. Kurt está con vómitos y encima le he dejado
llorando.
-
¿Y eso? –
preguntó Ted, mientras abría la puerta.
-
No
preguntes – le pedí y cogí las llaves antes de salir de casa.
-
ZACHARY’S POV –
-
Papá nos
va a matar – murmuró Harry, mientras esperábamos sentados frente a la puerta
del despacho del director. – Aunque esos
idiotas se lo merecían.
Asentí, dándole la razón en ambas ideas. La espera se estaba haciendo
interminable. Me froté la cara, donde uno de los imbéciles con los que nos
habíamos peleado me había dado un puñetazo, y me pregunté cuánto iba a tardar
papá en llegar. ¿Le habrían llamado ya?
Estiré la mano para alcanzar mi mochila y saqué un momento el móvil,
para volver a leer el mensaje que me había mandado Alejandro hacía solo un
rato:
MICHAEL YA ESTÁ EN CASA. TE DIJE QUE NO LE AGUANTABAN NI EN LA CÁRCEL.
Después había añadido varias sonrisas y una cara de alivio. Sonreí,
como la primera vez que lo había leído, pero Harry, a mi lado, soltó un
gruñido. Él seguía molesto porque los chicos con los que nos habíamos peleado
se habían librado de ir con el director y no le parecía justo. Pero yo sabía
que nosotros teníamos un largo historial de meternos en problemas en el colegio
y probablemente nos iban a echar por unos días. De ahí que nos hubieran enviado
con el director.
-
¿Cómo
puedes estar tan tranquilo? – me reprochó.
-
No estoy
tranquilo. Papá nos va a matar – repetí, lo que parecía ser nuestro mantra cada
vez que nos metíamos en problemas. – Pero Michael está en casa. Todo vuelve a
la normalidad. Nadie está en peligro, y tú y yo nos la vamos a cargar. Es el
equilibrio natural del universo.
A su pesar, Harry sonrió un poquito también. Seguimos esperando en
silencio un poquito más, hasta que alguien se nos acercó corriendo por el
pasillo. Era Kurt, que venía lloriqueando, seguido de la nueva secretaria del
colegio, que estaba sustituyendo a la antigua por una baja. Se abrazó a mí e
intentó sentarse encima.
-
Enano…
¿Pero qué pasa? ¿Por qué no estás en clase? – me extrañé. En todos mis años en
el colegio, nunca había venido a buscarme entre lágrimas ninguno de mis
hermanos. Nos saludábamos en el patio y cuando nos veíamos en el pasillo, pero
nada más.
-
Estoy
malito, Zach - lloriqueó, mimoso. – Me
duele la tripa.
-
Ya he
avisado a vuestro padre, está viniendo. – dijo la secretaria. – Tienes que
esperarle ahí conmigo, cariño.
-
¿No se
puede quedar aquí? – pregunté. – Papá tiene que venir aquí de todas formas.
Aquí estará más tranquilo.
La secretaria lo pensó un poco y asintió, pero se quedó en el pasillo
que juntaba su salita con el resto del colegio, para no abandonar su puesto
pero tampoco dejarnos solos. Yo sostuve a Kurt y acaricié su espalda, buscando
hacerle sentir mejor. Hacía ya un tiempo que el enano no se ponía malo, pero
aún así cada pocos meses se cogía algún virus en el estómago, algunos más
fuertes que otros. Este debía ser de los fuertes para que llorara así en medio
del colegio.
-
Papá se
ha enfadado conmigo, Zach – gimoteó el enano. Intercambié una mirada de
desconcierto con Harry.
-
¿Contigo?
¿Por qué?
-
Por estar
malito…snif…
-
Papá no
se enfada por eso, enano. Está enfadado con nosotros, no contigo – le dije – No
tienes la culpa de estar enfermo. ¿Te duele mucho?
Kurt asintió y se acurrucó mejor sobre mis piernas. Me dio vergüenza
pensar que alguien podía vernos, pero todos estaban en clase y mi hermanito se
encontraba mal, así que le rodeé con un brazo y le dejé ahí, dispuesto a ser su
sillón provisional.
Papá llegó varios minutos después. Sus ojos enseguida se posaron en
Kurt y me gustó la cara que puso al verle acurrucado encima de mí. Era una
expresión que auguraba que tal vez no fuera a enfadarse tanto conmigo.
En seguida vi a Ted y a Michael detrás de papá. Me levanté sin soltar a
Kurt y fui a saludar a mi hermano. Había sido horrible ver cómo se lo llevaban.
No podía olvidarme de su cara llena de lágrimas cuando la policía le sacaba a
la fuerza de nuestra casa.
-
¡Michael!
– dijimos Kurt y yo a la vez. Él se colgó de su cuello.
-
Eso, y a
mí que me salude el vecino – protestó papá, sintiéndose ignorado, pero sonrió y
abrazó a Harry, que se había puesto de pie pero no se había acercado. Luego
vino y me abrazó a mí también. Suspiré aliviado, porque de momento no parecía
“tan” enfadado.
Por último, se acercó a Kurt y le sacó de entre los brazos de Michael
para sostenerle en los suyos.
-
¿Cómo
estás, enano? – le preguntó, mientras le daba un beso en la frente. Me entraron
dudas de si lo hizo para saludarle o era una forma de medirle la temperatura.
-
Papi,
¿estás enfadado?
-
No,
corazón. Siento mucho, mucho, lo que te dije por teléfono. No has hecho nada
malo. Quiénes sí están en líos son tus hermanos. – añadió, lanzándome una
mirada mucho menos alentadora que la de antes. Glup.
-
Papá, tú
no lo entiendes, es que… - comenzó Harry, pero papá le interrumpió.
-
Luego me
contáis vuestra versión. Hablemos con el director cuanto antes para poder ir a
casa a cuidar de tus hermanos.
Le miré extrañado. Entendía lo de cuidar a Kurt, pero ¿a quién más?
Después me fijé en Michael y en sus enorme ojeras. Mi hermano mayor seguramente
también necesitaba cuidados, aunque de otro tipo.
Justo en ese momento el director abrió la puerta. Probablemente le
habían avisado por teléfono de que papá ya estaba.
- Ted, Mike, esperad aquí con Kurt, por favor – les pidió papá, y ellos
se sentaron justo donde habíamos estado Harry y yo segundos antes. Papá, mi
gemelo, y yo, entramos al despacho del director.
Fue horrible. El director no nos echó un cable para nada, en todo caso
uno al cuello. Pintó las cosas incluso peor de lo que eran. Le dijo a papá que
nosotros éramos muchas cosas, pero nunca habíamos sido matones y eso me hizo
sentir fatal. Luego añadió que teníamos muchas faltas leves acumuladas y que,
con esto, no le quedaba otra que expulsarnos por tres días. Cuando término de
hablar se hizo un silencio incómodo y la tensión podía cortarse con un
cuchillo.
-
¿Tenéis
algo que decir? – dijo papá, entre dientes. Harry empezó a decir que el
director no se lo había contado todo, pero yo sabía que papá no se refería a
eso. Él quería que nos disculpáramos.
-
… Lo
sentimos mucho. – murmuré. No soné demasiado sincero y papá seguramente no
estaría contento, pero el director no me conocía tanto y pareció bastarle.
-
Lo sé,
Zachary. No eres un mal chico y tu hermano tampoco, pero esto no puede volver a
pasar. – me respondió.
Papá y él intercambiaron un par de fórmulas corteses y después salimos
de allí. Si papá no estaba contento antes, después de cómo nos había vendido el
director tenía que estar furioso. Lo había hecho ver como si no hubiera sido
una pelea, sino nosotros dando una paliza a tres pobres chicos inocentes. ¡Ja!
¡Inocentes las narices!.
-
Tres días
de expulsión. Brillante, hijos, brillante. Justo en la época de exámenes, para
terminar de rematarlo. – nos dijo papá, mientras cogía a Kurt de los brazos de
Ted. Era admirable como podía mimar a mi hermanito mientras nos taladraba a
nosotros con la mirada.
-
¡No fue
nuestra culpa, papa! ¡Ellos empezaron! ¡Y encima solo les van a mandar una nota
a casa! ¡Y a nosotros nos expulsan! ¡No es justo! – protestó Harry. Iba a secundar
sus palabras, hasta que mi hermano tuvo la brillante idea de soltar una patada
al banco para descargar su frustración. Papá le miró como si fuera a matarle
allí mismo.
-
¿Sabes lo
que no es justo? ¡Que me llamen del colegio porque os habéis metido en una
pelea justo hoy! ¡Sabíais que hoy era la vista de vuestro hermano!
-
¡Hubieras
tenido que venir igual, a por Kurt! – replicó Harry, alzando un poco la voz.
-
¡Ese no
es el punto, Harry! – replicó papá. - ¿Es que no podéis estar un solo día sin
meteros en problemas?
-
¡Si tan
jodidos somos no habernos dejado hoy en clase y habernos llevado al juzgado!
-
No te
preocupes, que a este paso terminarás tú solo en uno y bien pronto – le soltó
papá. Auch. ¿Tantos problemas dábamos? Bueno, Harry, porque se lo había dicho
solo a él. ¿Tanto la liaba que papá pensaba que iba a terminar teniendo
problemas con la ley?
- ¿Pero qué rayos te pasa, papá? – intervino Ted. – Si no puedes hablar
con ellos sin ser un imbécil mejor cállate.
Abrí la boca y no me creí capaz de cerrarla en un futuro próximo. ¿Ted
había insultado a papá? …¿Ted? Jamás le creí capaz de hacerlo, aunque me
pareció recordar que hubo una vez que también lo hizo, casi un año antes…
Ted también pareció sorprendido de su propio arrebato. Pero nadie
estaba tan asombrado como papá. Poco a poco, le vimos entrecerrar los ojos y
dar un paso hacia Ted, que a su vez retrocedió.
-
¿Qué me
has llamado? – le preguntó. Odiaba eso: ¿para qué rayos preguntaba si lo había
oído perfectamente?
Ted estaba como congelado. Retrocedió un par de pasos más y de pronto
echó a correr, hacia la salida, alejándose de nosotros. Nos pilló tan de
sorpresa que ninguno fue tras él. El enfado de papá desapareció y parpadeó
varias veces, como en shock.
-
¿A dónde
ha ido? ¿Por qué se ha ido así? ¡Ted! – le llamó, inútilmente, porque Ted ya no
podía oírle. - ¿Qué le pasa?
-
Te
enfadaste con él por cómo te hablo – dijo Harry. – Seguramente pensó que le
ibas a castigar.
-
AIDAN’s POV –
-
¿Aquí? –
me extrañé.
¿Harry tenía razón? ¿Ted salió corriendo porque pensó que iba a
castigarle? Él sabía que yo no haría eso. No en el colegio, delante de todo el
mundo. Y además Ted nunca huía de mí. Él se acercaba siempre, desde bien
pequeño, sin huir de las consecuencias. Desde muy niño siempre se quedó quieto
cuando yo le regañaba, sin hacer berrinches, ni armar escándalos, sino
mirándome con unos ojitos llenos de arrepentimiento. Eso me robaba el corazón,
y más de una vez le sirvió para librarse de un castigo.
Rebobiné mentalmente unos segundos para intentar ver lo que había
pasado desde los ojos de mi hijo. Estaba molesto con los gemelos, y encima
Harry se puso a discutir y patear el mobiliario. Me frustraba que no pudiera
entender que había escogido el peor momento para pelearse, si es que alguno era
bueno. ¿Y si se hubiera hecho daño, como Ted? ¿Y si él hubiera hecho daño a
alguien más? El director dijo que los otros chicos habían quedado bastante
magullados. No podía soportar el pensamiento de que alguno de mis niños
volviera a acabar en el hospital, ni tampoco la idea de que ellos pudieran ser
responsables de que otra persona acabara allí.
Así que me frustré con Harry, y le dije… Le dije una burrada, en ese
momento me di cuenta. Ningún hijo mío iba a acabar en un juzgado. Eran buenos
niños. Los gemelos y Alejandro a veces me traían de cabeza, pero tenían buen
corazón. Jamás harían daño a otra persona, no daño en serio. Eran algo
impulsivos pero… yo también lo era. Debían llevarlo en la sangre. Tan solo
tenía que esforzarme por enseñarles a mantener esa impulsividad bajo control…
Así como yo tenía que hacer un mejor trabajo controlando la mía.
Ted, como tantas otras veces, había hecho de freno por mí. No me iba a
dejar que hablara así a sus hermanos y eso… eso era bueno. Era bueno que fuera
capaz de hablar conmigo, cuando creía que estaba siendo injusto. Solo me
hubiera gustado que hubiera sido capaz de hacerlo sin insultarme. Le regañé por
eso, bueno, en realidad apenas empecé un regaño, cuando él salió corriendo. ¿Me
había pasado con él también? No le había gritado…
No era propio de él asustarse así, de la nada. Claro que… la última vez
que le había regañado, había sido injusto con él, excesivamente duro y
horriblemente desconsiderado con su derecho a la intimidad. Tal vez Ted aún
tenía eso presente. Tal vez, aunque me había perdonado, nunca iba a poder
olvidar cuando le castigué por coger el coche.
- ¿Me tiene miedo? – susurré, más para mí mismo que otra cosa, pero aún
así los gemelos, Kurt y Michael me escucharon. Kurt por cierto estaba hecho
bolita contra mí, tristón no sé si por estar malo o por que hubiera regañado a
sus hermanos.
-
Eso
parece… - dijo Zach.
-
No lo
creo – replicó Harry. – No creo que sea por ti. Ayer reaccionó de forma
parecida con Andrew, cuando discutieron. Se acojonó.
Le miré con atención. ¿Qué estaba pasando con mi chico? ¿Qué señales me
había perdido? Ted parecía estar bien para mí, pero evidentemente algo estaba
fallando. Suspiré. Demasiado para un solo día, como siempre. El estrés de tener
doce hijos iba a acabar conmigo algún día. Era difícil que todos estuvieran en
la misma página: a salvo, seguros, tranquilos y felices.
-
Voy a ir
a buscarle. Esperad aquí…. Harry, tú ven conmigo.
-
¿Y por
qué yo? – se quejó, desconfiado.
-
Porque
tengo que hablar contigo y no puedo partirme por la mitad y porque cuatro ojos
ven más que dos. No tengo ni idea de dónde puede estar tu hermano.
Eché a andar hacia la salida y Harry se vino conmigo. Se mantenía algo
alejado de mí, pero me dije que era una reacción lógica, dadas las
circunstancias. Me acerqué yo, y pasé un brazo por sus hombros.
-
Tregua,
¿vale? No discutamos más, al menos hasta estar en casa. Allí prometo que te
escucharé, y oiré tu versión y todo lo que tengas que decirme.
-
Hum.
¿Tengo que buscar un abogado o tendré un juicio justo? – me replicó. El
reproche detrás de su juego de palabras no me pasó inadvertido.
-
Siento
haberte dicho eso. No es verdad y no he pensado que lo sea ni por un segundo.
Tu hermano ha hecho bien en saltar a defenderos. Esa no era forma de hablar
contigo.
-
¿Está Ted
en problemas? – me preguntó.
-
Primero
tenemos que encontrarle. – le dije, justo cuando atravesábamos las verjas de
salida del colegio.
Por suerte, Ted no había ido muy lejos. Solo estaba sentado en el banco
de la esquina, con los codos apoyados en las piernas y la cabeza entre las
manos. Respiré, aliviado. Había creído que había salido corriendo de verdad,
quién sabe a dónde ni por qué.
-
Espera
aquí… - le pedí a Harry, y caminé hasta el banco intentando hacerme notar, para
que se diera cuenta de que me acercaba.
Ted no levantó la cabeza, pero tampoco se movió. Seguramente me había
visto, pero no mostró ninguna reacción. Me senté a su lado.
-
¿Hay algo
interesante en el suelo? – le pregunté, porque dada la forma en que estaba
apoyado sobre sus codos, tenía la mirada fija en las baldosas.
-
Tres
hormigas están llevando una pipa a cuestas – murmuró.
Me fijé en las hormigas en cuestión y no dije nada, hasta que
desaparecieron de nuestra vista. Ted no
parecía muy dispuesto a hablar de lo que había pasado y yo no sabía muy
bien cómo sacar el tema.
-
Hoy estoy
algo cansado, Ted, y todavía me dura el… susto… de todo lo que ha pasado. Tuve
mucho miedo por Michael y no me quería separar de él. Por eso no he escogido
bien mis palabras ni con el enano, ni con Harry. ¿Por lo visto tampoco contigo?
– concluí, mi última frase en forma de pregunta.
-
No me has
dicho nada – respondió él, confirmando lo que yo pensaba.
-
No
pretendía sonar agresivo, ni nada.
-
Ya sé que
no. Yo no debí hablarte como lo hice.
-
Esa es
una conversación que podemos dejar para luego – le dije y, muy despacio, me
atreví a poner una mano en su espalda. - ¿Volvemos dentro? Tengo que llevar al
enano a casa. Luego volveré a por el resto de tus hermanos, cuando sea la hora.
-
Puedo
venir yo a por ellos – se ofreció.
-
Bueno, lo
vamos viendo. Ya sé que siempre puedo contar contigo, campeón. – le aseguré, y
me levanté del banco, esperando que él lo hiciera conmigo.
También se levantó y parecía más tranquilo que cuando salió corriendo.
Estuve tentado de agarrarle de la mano para que no saliera corriendo de nuevo,
pero sabía que eso le avergonzaría mucho. Volvimos con Harry y él también miró
a su hermano con preocupación, pero luego con agradecimiento.
-
Ey, si
papá tiene razón, ¿puedo pedirte que seas mi abogado? - le preguntó. Creo que
intentaba imitar a su gemelo, que siempre destensaba el ambiente con un poco de
humor.
-
Soy tu
abogado desde el día que naciste, enano – replicó Ted, y le revolvió el pelo.
Más tranquilo al ver que estaba bien, me reuní con los demás y fuimos
al coche. Kurt tuvo un par de náuseas antes de entrar, pero no llegó a vomitar.
-
¿Y si
vomita dentro del coche? – preguntó Michael. Había estado muy callado desde que
llegamos al colegio.
-
Pues
nada, luego lo limpio y ya. Es un viaje corto, de todas formas.
Todos se sentaron lejos del enano en aquél coche de nueve plazas, como
para alejarse de posibles accidentes. Ted fue el único que se puso a su lado,
en la fila de en medio, haciéndole mimos para que se sintiera mejor. Kurt se
sentó encima de él y seguramente lo hubiera hecho conmigo de no estar
conduciendo.
-
Peque,
siéntate bien, que es peligroso. Ponte en tu silla, ¿sí? Ted, abróchale el
cinturón.
Kurt se sentó en una de las muchas sillas para niño que tenía en el
coche, de varios tamaños en función de sus edades. Le miré a través del espejo
retrovisor y le noté algo pálido.
-
Pobre
microbito. ¿Quieres que ponga música? – le pregunté, y Kurt asintió.
Cerró los ojos mientras yo encendía la radio y antes de llegar a casa
se había quedado dormido. Con cuidado de no despertarle y con la ayuda de
Michael para abrirme las puertas, cogí a Kurt en brazos y le metí en casa. Le
dejé en el sofá y le acaricié la carita. Cuando dormía Kurt parecía un angelito
feliz.
Tras observar a mi bebé por unos segundos, me giré a los otros cuatro
hijos que tenía en casa en ese momento.
-
Os quiero
a todos en el piso de arriba, vamos a intentar dejarle dormir por un rato. Cada
bicho a su cuarto, ale, ale.
Ted me dio la mochila de Kurt, que había sacado del maletero, y fue el
primero en subirse. Los demás le siguieron, aunque Zach se giró un momento
antes de poner el pie en la escalera.
-
¿Qué
pasa, campeón?
-
Nada,
solo miraba.
-
¿El qué?
-
Si echas
espuma por la boca. – respondió, lengualarga como siempre. – Quiero saber si me
vas a comer.
Fingí un gruñido de león, que por cierto me quedó muy logrado, y él
soltó una risita para después desaparecer por las escaleras. No me sobraba el
tiempo antes de ir a recoger a los demás y tenía que subir a hablar con los
cuatro, pero me obligué a esperar un poco antes de ir con ellos. Quería
asegurarme de estar bajo control para no volver a meter la pata hablando de
más. Fui a la cocina y puse a cocer un poco de arroz aguado para Kurt, ya que
dudaba que con la tripa así pudiera comer otra cosa.
Después de echar un último vistazo al peque y comprobar que seguía
durmiendo, subí al cuarto de los gemelos. Estaban hablando a susurros, pero se
quedaron callados en cuanto llamé a la puerta. Entré, y me apoyé sobre la mesa
larga que compartían, mientras ellos me miraban desde cada una de sus camas.
-
Así que…
Un buen día en el colegio, ¿no? – empecé, para romper el hielo, porque ninguno
de ellos dos parecía estar dispuesto a ser el primero en hablar.
Harry y Zach intercambiaron una mirada y vi cómo el primero se mordía
el labio y ponía cara de frustración. Seguramente habían acordado que fuera
Zach el que respondiera a mis preguntas. Sabia decisión: Harry no siempre era
capaz de controlarse y, aunque Zach a veces también se ponía respondón, no era
por maleducado sino por su necesidad constante de hacer chistes que le hicieran
sentir cómodo. Quería escucharles a los dos, pero de momento me conformaba con
conseguir algún tipo de respuesta.
-
Sentimos
que hayas tenido que venir con todo lo de Michael y eso, papá… - murmuró Zach.
-
En
realidad… - comencé y suspiré. – Incluso en el día más ocupado iría a buscaros
al fin del mundo si hiciera falta, campeón. Lo que me molesta, hoy y cualquier
otro día, es tener que ir a por vosotros porque os habéis ganado una expulsión.
-
Pero
estás más picado porque fue justo hoy – replicó Harry. Zach intentó lanzarle
una patada desde su cama, pero no llegaba.
-
¡Zach! –
le recriminé. – Sin violencia. Tienes razón, Harry, estoy más picado. Tenía
muchas cosas que hablar con tu hermano, porque ha pasado una de las peores
noches de su vida y os puedo asegurar por lo que voy sabiendo que tiene varias
donde elegir.
-
No
pretendíamos darte problemas – continuó Zach. – Te aseguro que nosotros no queríamos
que nos expulsen…
-
Ya me
imagino, ya. Pero da la casualidad de que a uno no lo expulsan porque sí, hijo.
Provocasteis una pelea y eso fue la gota que colmó un vaso bastante lleno de
líos, salidas de tono y cagadas en general.
-
¡Nosotros
no provocamos la pelea! – protestó Harry. - ¡Ellos llevaban todo el día dando
por culo!
-
Lo que
Harry quiere decir… – intervino Zach, antes de que pudiera llamarle la atención
a su gemelo por esa forma de hablar. – es que nosotros dimos el primer golpe,
pero no iniciamos la pelea. Se estaban metiendo con nosotros.
Le miré con atención. Me debatí entre el “eso no justifica que os liéis
a golpes” y el “¿qué os dijeron, cariño?” y finalmente llegué a un término
medio.
-
Me
gustaría saber qué pudieron decir para que os lanzarais a su cuello hasta el
punto de hacerles varios moretones, según dijo el director.
-
El
director exagera. Apenas les dimos un par de golpes y además eran tres contra
dos. Si no saben pelear es su problema. – bufó Harry.
-
Harry… -
le advertí.
-
Se metieron
con Michael, papá. Y con Ted. Dijeron que somos una familia de delincuentes –
me dijo Zach.
Le miré con incredulidad. No porque no le creyera, sino porque era
horrible pensar que la gente pudiera ser tan cruel. Mi familia estaba pasando
momentos terribles y los compañeros de mis hijos lo tomaban como una
oportunidad para hacerles daño.
-
Tú sabes
que eso no es cierto, campeón. No son más que mentiras que habrán oído en la
tele o por ahí. No tienes que hacerles caso…
-
¡No
pueden decir algo como eso e irse de rositas! – protestó Zach.
Suspiré, porque no estaba del todo convencido de lo que yo mismo iba a
decir, pero por el bien de mis hijos necesitaba que sonara sincero.
-
Con
pelear no se arregla nada. Tenéis que ser capaces de controlaros cuando alguien
intenta fastidiaros, porque tened claro que esos chicos solo querían eso,
molestaros, y lo peor es que lo consiguieron. No tenían ningún derecho a decir
eso, pero vosotros no podéis reaccionar a golpes.
-
Es fácil
decirlo ahora, pero en ese momento los golpes parecían bien… - murmuró Zach.
-
Más que
bien – corroboró Harry.
-
¿Y ahora?
¿Ahora os sigue pareciendo bien? – inquirí.
-
S… ¿no? –
dijo Zach, no muy seguro. Sabía la respuesta que yo quería, pero él no estaba
de acuerdo conmigo.
-
Ya
sabemos que no quieres que nos peleemos, pero no vamos a dejar que se metan con
nuestra familia, te pongas como te pongas, me grites lo que me grites y así me
despellejes lentamente – gruñó Harry.
Me acerqué a él y se desinfló, olvidando toda su bravuconería, pero yo
solo quería abrazarle. Al verse entre mis brazos se relajó.
-
Me
enorgullece que defiendas así a tus hermanos y no pienso gritarte ni
despellejarte, pero había otras formas de conseguir justicia, hijo. Esta es una
de esas situaciones donde hablar con un profesor no te hace un chivato, sino
inteligente. ¿Qué habéis conseguido así? Os han expulsado y la razón que
pudieras tener para estar molestos ha quedado enmascarada por lo que habéis
hecho. Oficialmente, habéis hecho más “ruido” que ellos y el director no ha
prestado atención a lo que hicieron ellos. – les expliqué, aunque yo me iba a
ocupar de que el colegio fuera debidamente informado y se ocupara de frenar
esos malditos comentarios.
-
No es
justo que a nosotros nos expulsen y a ellos no, papá – se quejó Zach.
-
Tal vez
no, pero es cierto que llevabais varias cosas acumuladas, Zach, como tu gracia
con el globo de harina del otro día.
Zach agachó la cabeza, y suspiró. Harry también se rindió en el
rinconcito que se había hecho entre mis brazos.
-
¿Algo más
que añadir? – les pregunté.
-
Nop –
dijo Zach.
-
Ya puedes
ir con Kurt… - probó Harry.
-
Buen
intento, mocoso. Pero me temo que no hemos terminado de hablar. Ahora toca la
parte fea.
Harry soltó un gruñido y me dio un golpe en el brazo. Durante unos segundos
no supe cómo reaccionar: creo que ninguno de mis hijos había hecho eso nunca.
Es decir, Ted a veces, cuando jugábamos o yo le tomaba el pelo; o los peques,
cuando se enfadaban. Pero ninguno de mis hijos, y mucho menos los mayores de
diez, me habían pegado nunca como respuesta al hecho de que les fuera a
castigar. No era lo más sensato para hacer en ese momento, la verdad, pero
Harry no me había dado fuerte, no me había hecho daño, y yo me sentí más
curioso que enfadado.
-
Me parece
que necesitas calmarte – le recomendé. - ¿Qué ha sido eso?
Harry me miró, inseguro. Se debatía entre el enfado y el remordimiento
y, finalmente, movió la mano y me acarició el brazo que acababa de golpear. Fue
como si de pronto tuviera diez años menos y me estuviera diciendo “sana, sana”
como a los bebés. Me tuve que morder el labio para no sonreír, y aún así creo
que no hice un buen trabajo, porque Harry esbozó también una sonrisa tímida.
-
Te tengo
muy malcriado, ¿sabías? ¿Por qué me
pegaste?
-
Perdón….
No te pegue… Fue solo… mmm…
Subí su barbilla para mirarle a los ojos y luego agaché la cabeza para
besarle en la frente. Harry se estaba poniendo muy alto. No todos mis hermanos
habían heredado la descomunal estatura de mi padre, pero Harry y Zach iban por
ese camino y el estirón había tenido lugar en pocos meses o incluso semanas, ya
que a principio de curso eran de los bajitos de su clase. Por un segundo me
detuve a pensar que yo no lo había heredado de Andrew sino de… Greyson. Pero a
él no le recordaba tan alto, por la única vez que le había visto. Lo habría
heredado de mi abuelo, entonces. Pero ni él ni Greyson eran personas en las que
quisiera pensar en ese momento.
-
Mírate.
¿Cómo sigues cabiendo en tu ropa? - le
pregunté. Harry pareció confundido por el brusco cambio de tema. - ¿Quién te ha dado permiso para crecer? – le
sonreí y le revolví el pelo. – Si hasta estás dejando atrás a tu hermano.
Conforme los años pasaban, Harry y Zach cada vez se parecían menos.
Eran hermanos, así que siempre iban a tener rasgos en común, pero Harry era
definitivamente más esbelto. Demasiado. Estaba muy delgado y me recordé que no
era la primera vez que aquél pensamiento me venía a la cabeza. Me apunté
mentalmente el estar más pendiente de lo que comía.
-
Te
prohibo que te hagas más alto – bromeé.
-
Siempre
he sido muy desobediente – replicó, contento al ver que yo no estaba enfadado.
Suspiré, como rindiéndome al crecimiento natural de todo cuerpo humano
y me dije que estaba bien siempre que pudiera seguir sintiéndome más alto que
él por unos años más.
-
Demasiado
bien lo sé – le respondí, y le di una palmadita cariñosa. – Anda, mocoso, sal
un momento y déjame hablar con tu hermano. Quédate en el pasillo.
Harry puso un mohín, pero me hizo caso y consideré una pequeña victoria
el que no se pusiera difícil. Me quedé a solas con Zachary y lo primero que
pensé es que ya en el colegio había sido cariñoso con su gemelo y después en
casa también. Le debía a él el mismo trato o le crearía celos. Además, él era
el más mimoso de los dos, así que seguro que estaba esperando al menos un
abrazo como el que le había dado a su hermano.
-
¿Qué
haces ahí tan lejos? – pregunté, en falso tono de enfado. – Ven aquí, que no
muerdo.
Tiré de él para poder rodearle con los brazos y él enseguida me
correspondió.
-
Eso de
que no muerdes… hay opiniones – me dijo, y me dedicó una de sus medias sonrisas
arrebatadoras.
Me agaché para mordisquear su hombro como toda respuesta. Zach se rió
porque le hice cosquillas y se revolvió como una lagartija. Sentí que los dos
necesitábamos eso para liberar la tensión. Lamentablemente, después tuve que
ponerme serio.
-
Estás en
un buen lío, ¿mm?
-
Lo sé…
¿Por qué primero yo? – me preguntó, con algo muy parecido a un puchero.
-
No sé,
campeón. Sé que odias esperar. En cambio a tu hermano le viene bien tener un
tiempo para pensar.
Zach no dijo nada y volvió a abrazarme, como pidiéndome que le mimara
un poco más. Le acaricié el pelo, pero sabía que solo estaba dilatando las
cosas.
-
Luego te
abrazo otra vez, campeón. Ahora tengo que ponerme un poco serio contigo. Que no
esté enfadado no significa que esté contento con lo que habéis hecho.
Zach se separó de mala gana y se llevó las manos al cierre de su
pantalón. Se las sujeté.
-
¿Entiendes
por qué? – le pregunté.
-
En
realidad no. Entiendo lo que nos has dicho antes, pero no es como si nos
hubiéramos peleado por una tontería. Teníamos motivos.
-
Nunca hay
motivos para hacer daño a alguien, Zach. En una pelea ninguno se controla y,
aunque ahora lo intentes racionalizar, en ese momento no te peleaste porque
pensaras que tenías razón, sino simplemente porque estabas cabreado. No puedes
ir por ahí pegando a cualquiera que te enfade.
-
Ya sé
- bajó la mirada, sintiéndose algo
avergonzado. Eso me indicó que sabía que yo tenía razón y lamentaba lo que
había hecho.
-
¿Tú estás
bien? ¿Llegaron a hacerte algo? – le pregunté, maldiciéndome por no haberme
preocupado antes de eso. Los gemelos no tenían ninguna señal en la cara, pero
eso no quería decir que los otros chicos no les hubieran golpeado.
-
Estoy
bien. Estaría mejor si mi padre fuera un poco menos estirado. – me acusó.
¿Estirado? Hum. ¿Después de haberles dado como veinte abrazos?
-
Lástima
que estés atrapado conmigo. – respondí, y le solté las manos que había estado
sosteniendo.
Zach suspiró y se desabrochó el pantalón. Nunca o casi nunca tenía que
pelear con ellos para que aceptaran un castigo. A veces intentaban convencerme
para que cambiara de idea, pero al final siempre cedían. No me consideraba tan
intimidante como para que sintieran que no tenían otra opción, así que sabía
que era porque llegábamos a un punto en el que ellos entendían que habían
actuado mal. Pocas veces les castigaba sin hablar con ellos primero. Eso
ayudaba a que, además de verme como el malo, pudieran comprender por qué lo
hacía.
Me senté en su cama y Zach se sacó el pantalón. Prefería sacárselo del
todo a bajárselo y, por algún motivo, yo también prefería que lo hiciera.
Aunque a veces fuera absurdo porque yo en realidad casi nunca era “tan malo”, y
casi tardaban más en quitarse la ropa que yo en castigarles.
Mi hijo caminó hasta mí y, aunque no quería fijarme, vi algo que no me
gustó en la tela de sus boxers.
-
¿No
tienes otros? – le pregunté. Él siguió mi mirada y se ruborizó un poco. Estaban
descosidos y medio rotos. Negó con la cabeza.
-
Limpios
no.
-
Esos te
los lavé ayer. Y no estaban rotos cuando los metí en tu cajón.
-
Me quedan
pequeños – susurró. Sus mejillas adquirieron un rojo intenso. – Se rasgaron al
ponérmelos.
-
Campeón,
habérmelo dicho. Tengo pendiente compraros ropa nueva, de todas formas.
-
Desde lo
de Ted has estado muy ocupado. Esto podía esperar.
Chasqueé la lengua. Yo solía estar pendiente de esas cosas, pero a
veces, con tantos hijos, era imposible darme cuenta de cuándo se acababa el champú
y quién necesitaba ropa nueva. Los mayores habitualmente me lo decían; con los
pequeños tenía que estar más atento. Pensé en lo distintos que eran mis hijos
entre sí: Barie me había pedido un vestido nuevo a pesar de que tenía como
cinco, y Zach no era capaz de decirme que necesitaba calzoncillos, porque lo
consideraba menos importante que el resto de cosas que estaban pasando.
-
El fin de
semana iremos al centro comercial y lo solucionamos. De todas formas quería
comprarle una cosa a Michael.
-
¿El qué?
– curioseó.
-
Es un
secreto.
-
¡Un
secreto para él, no para mí! Porfa…
Me hizo gracia el tonito que puso y no me costaba nada satisfacerle en
algo tan sencillo.
-
Una
bicicleta. De momento no puede conducir, ni tiene carnet, pero nada le impide
montar en bici. Además, creo que nunca tuvo una. ¿Crees que es una buena idea?
Vosotros las tenéis en el garaje y no les hacéis ni caso…
-
Porque yo
prefiero usar patines. Yo creo que le gustará, papá. Sobre todo por tener una
propia, y no compartir la de Ted. Es como que… esta casa está llena de nuestras
cosas… pero él aún no tiene mucho. Tiene dieciocho años de basura que acumular.
Sonreí, por esa forma de decirlo y porque le pareciera una buena idea.
-
Y ahora,
¿podemos dejar de hablar mientras uno de los dos está en calzoncillos, por
favor? Es raro de narices. – me dijo.
- Como si a ti te importara. Como si no te hubiera visto así cientos de
veces. – repliqué, pero estuve de acuerdo en que era hora de terminar.
Tomé su brazo con suavidad y le acompañé mientras se tumbaba encima de
mis piernas. Froté su espalda mientras tanto él como yo nos preparábamos.
- Sabes que estoy furioso por lo que esos chicos os dijeron. Entiendo
lo que sentisteis y de alguna manera me consuela saber que no peleasteis por
una tontería. Pero no puedo, ni quiero dejar que eso sirva para justificaros.
Algo así no puede volver a pasar, Zach, y solo para que lo tengas en mente si
lo haces de nuevo volveremos a estar exactamente en esta posición, que no nos
gusta a ninguno de los dos.
-
Sí,
papá…. Lo siento…
-
Lo sé,
campeón, porque eres un buen chico que solo tiene que aprender a controlar sus
impulsos.
Seguí frotando su espalda unos segundos más y luego me detuve. Los años
habían hecho que esa fuera una especie de indicación no verbal de que iba a
comenzar.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ay… PLAS PLAS PLAS
Nunca usaba la misma fuerza con Zach que con Alejandro, ni la misma con
Alejandro que con Ted. Era consciente de sus distintas edades y, aunque
seguramente Zach hubiera podido aguantar si le castigaba como a Ted, le estaría
haciendo más daño del que pretendía. No necesitaba que le doliera durante
horas, ni siquiera durante minutos. Se trataba de causar una impresión, no un trauma.
A los pequeños muchas veces les daba palmadas que eran más ruido que otra cosa.
Ellos se impactaban por el sonido y así yo no necesitaba ser duro con mis
bebés. Decidí hacer algo así con Zach y por eso ahuequé la mano las siguientes
veces, usando menos fuerza que al principio pero provocando un ruido más
fuerte.
PLAS PLAS ¡Au! PLAS PLAS PLAS PLAS ¡Papi! PLAS PLAS PLAS ¡Ay! PLAS
-
¡Es muy
fuerte! – protestó, y se levantó de encima para frotarse. No estaba llorando,
pero sus ojos estaban llenos de agua. Cuando parpadeó, se le escapó una
lágrima.
-
Eso es
porque hiciste una tontería muy grande. Te han expulsado tres días, hijo, esto
no es ninguna broma – le respondí, evitando decir que en realidad le estaba
dando bastante flojo. Lo sabía entre otras cosas porque ni siquiera me picaba
la mano.
No es que él estuviera exagerando o fingiendo, es que el ruido fuerte
le había sorprendido y estaba en un momento en el que se volvía muy vulnerable
y susceptible, con las emociones a flor de piel. Contrajo la cara y sorbió un
poco por la nariz, antes de volver a tumbarse.
-
¿Me vas a
pegar sin los boxers? – gimoteó, escondiendo la cara entre sus brazos. La
pregunta me desconcertó unos instantes, hasta que recordé una situación similar
en la que le había advertido que si se levantaba le pegaría sin ropa interior.
De hecho, había llegado a cumplir mi amenaza porque se levantó varias veces
seguidas.
-
No,
campeón. Pero no vuelvas a levantarte. Ya casi acabamos.
-
Snif…
PLAS PLAS PLAS PLAS Au… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Lo
siento, papá. Me portaré bien en el cole, de verdad…- su voz me delató que
estaba llorando. Su forma de hablar también había sido algo infantil y me
conmovió un poco. Acaricié su espalda y le ayudé a levantarse.
-
Estoy
seguro de que sí, campeón. – le dije, y le estreché en un abrazo. Le miré a la
cara y le limpié las lágrimas, terminando la operación con un beso en su
mejilla. Él cerró los ojos con vergüenza y enseguida escondió el rostro en mi
hombro. – Ya está, ya está. Perdonado, ¿mm? Perdonado del todo. Perdonadísimo.
Ya no llores.
Zach se calmó enseguida, pero aún no se soltó ni yo tenía prisa porque
lo hiciera. Dibujé círculos en su espalda con la mano y le escuché respirar
cada vez más despacio, relajado. Ojalá fuera capaz de mantener un perfil bajo
por un tiempo. Odiaba regañarle y odiaba que tuviera problemas en el colegio,
sobre todo en ese colegio donde estaban pasando cosas que no me gustaban
demasiado, como la amarga recepción de Ted o los diversos abusones que habían
molestado a varios de mis chicos.
-
Como he
sido muy malo contigo no estás castigado, campeón, pero quiero que me hagas un
favor estos días que estás expulsado. – le dije, y Zach se separó un poquito
para mirarme con atención. – Quiero que ayudes a tu hermano con los estudios.
Siguen siendo días de cole, así que no podéis salir, y como vais a pasar mucho
tiempo en casa y son ya los exámenes, quiero que estudiéis mucho. Sé que tú no
tienes problema, pero sabes que a Harry le cuesta ponerse, así que quiero que
seas un buen ejemplo, ¿vale?
Zach asintió y volvió a apoyar la cabeza en mi hombro. Sonreí, por
verle tan mimoso, y le acaricié el pelo por un ratito.
-
¿Ya estás
mejor? – pregunté tras unos minutos y el asintió, pero luego negó con la
cabeza. - ¿Eso qué significa?
- Que sí, pero no te lo digo para que así me sigas mimando.
Le apreté el costado, con cariño y para hacerle cosquillas y me contuve
para no comérmelo a besos.
-
Luego te
mimo más, bicho, pero ahora tengo que hablar con tu hermano. Ya le hicimos
esperar mucho, ¿mm?
Zach soltó un gruñidito, poco dispuesto a soltarse todavía, pero era un
niño de buen corazón y no quería prolongar innecesariamente los nervios de su
hermano. Suspiró y separó de mí. Caminó hasta uno de sus cajones y sacó unos
pantalones viejos que usaba para estar en casa y una camiseta. Sin ningún
reparo, se vistió delante de mí. Para que luego se quejara de que le daba
vergüenza, mocoso este.
Cuando estuvo listo salió del cuarto y se cruzó con Harry, que entró
lentamente prolongando cada paso lo más posible.
-
Hey,
campeón. Siento haberte hecho esperar tanto – le dije.
Normalmente hubiera recibido como respuesta algo así como “no, si no es
como si tuviera prisa por hacer esto”, pero esa vez Harry se quedó callado, lo
que me hizo pensar que sí se le había hecho largo el rato que había estado en
el pasillo.
-
¿Estás
bien? - le pregunté. No dejaba de
mirarse las manos en lugar de mirarme a mí.
-
Desde el
pasillo se oye todo – me susurró. – Todo – añadió, por si no había quedado
claro a qué se refería.
Oh. Así que había oído el castigo de su hermano. Intentaba evitar eso,
pero a veces ocurría.
-
¿Y qué?
¿He sido muy malo? – intenté suavizar la situación.
Harry se mordió el labio y no me respondió. Era raro para mí verle tan
callado y estaba claro que estaba reprimiendo alguna idea en esa cabecita suya.
Palmeé un ladito de la cama de Zach, de la que no me había levantado, para que
se sentara a mi lado.
-
¿Qué
ocurre, campeón? No sé lo que habrás oído, pero tu hermano y yo estamos bien.
Él ha sido tan valiente como sé que vas a ser tú y ya hemos hecho las paces.
Harry asintió y no dijo nada más, pero aún parecía distante. Le observé
bien e intenté adivinar lo que estaba pensando.
-
Te ha
puesto nervioso, ¿verdad? Oírlo todo mientras esperabas te ha puesto de los
nervios.
Esa vez, Harry asintió más vehementemente, indicando que había dado en
el clavo.
-
Lo
siento, cariño. No sabía que desde el pasillo se iba a escuchar. Pero así has
oído también que no va a ser tan malo, ¿mm?
-
Nunca lo
es – suspiró. – Pero eso no lo hace ni siquiera un poquito más fácil.
-
Lo sé,
campeón. – le rodeé con el brazo y le apreté, como para darle ánimos.
No pude evitar sentirme raro: no solo le consolaba después de
castigarle, sino que ahora también le consolaba antes de castigarle. ¿No era
hipócrita por mi parte? Seguro que Harry prefería cualquier otra compañía menos
la mía. Por eso había veces en que se iba corriendo justo después…
-
Vamos a
terminar con esto, ¿está bien?
Por tercera vez, Harry asintió, pero con más inseguridad que en las
ocasiones anteriores. Esa era la mejor respuesta que iba a conseguir dada la
situación, así que le hice ponerse de pie frente a mí. Aproveché para echarle
un vistazo rápido en busca de moratones o señales.
-
¿Alguna
herida de guerra? – le pregunté. Negó suavemente. - ¿Ni golpes en la cabeza?
-
No. Solo
me llevé un empujón y ni siquiera me tiró al suelo.
Suspiré, aliviado. A simple vista se notaba que estaba bien, pero Ted
me había hecho temer a las lesiones silenciosas. Harry dio un pasito hacia mí,
tímidamente.
- Pantalones fuera, campeón. – le indiqué. Zach lo había dado por
supuesto. Harry siempre tenía la esperanza de que le dejara conservar los
pantalones. Muchas veces lo hacía.
Harry suspiró y se bajó los pantalones, pero no se los quitó del todo.
Como si quisiera acabar de una vez, se tumbó encima de mis piernas. Me
sorprendí un poco por la rapidez de su movimiento, pero pasé a acariciarle la
espalda como había hecho con su hermano. También intenté recordar lo que le
había dicho a él para usar más o menos las mismas palabras.
-
Esos
chicos no debieron molestaros así. No debieron decir nada sobre tus hermanos.
Entiendo por qué te enfadaste, pero no puedo justificar que les pegaras. No
puede volver a pasar.
Esperé recibir alguna clase de respuesta, pero Harry se quedó callado.
Sabía que me había oído, así que lo dejé pasar. Dejé de frotar su espalda y
levanté la mano derecha.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Au… PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS
Al igual que con su gemelo, empecé a darle palmadas de poca intensidad
pero que sonaron mucho. Sin embargo, Harry empezó a llorar desde antes,
estrujándome el corazón un poquito. Me agarró la mano que tenía libre y
reconocí su pulso firme. Siempre me agarraba con fuerza, como si se fuera a
caer, o como si estuviera liberando tensiones a través de mi mano.
PLAS PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS … Ya… ¡papá, ya!
Me detuve un segundo. Su grito sonó caprichoso, casi como si tuviera un
berrinche y no me gustó demasiado. Instantes después me soltó la mano e intentó
taparse. Esperé sin decir nada, sabiendo que la paciencia tendría mejor
resultado que el enfado. A los pocos segundos, Harry apartó la mano.
-
Snif…
-
Muy bien,
campeón. – le felicité. – Ya falta poco.
PLAS PLAS PLAS PLAS Aichs
PLAS PLAS PLAS Uhh…PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Ya está.
Ya ha terminado. – le froté la espalda otra vez, y esperé a ver qué quería
hacer. ¿Sería de esas veces en las que se enfadaba conmigo y se iba?
Por el momento, Harry se levantó, se colocó los pantalones y se quedó
mirando al suelo. Luego alzó la cabeza y me miró con una cara triste y lágrimas
en los ojos. Esa expresión le hacía parecer tan pequeño… Me traía a la mente su
versión de tres años, puchereando cuando se despertaba de la siesta o se le
acababa el pastel. No pude resistirme y le abracé, sin saber quién lo
necesitaba más, si él o yo.
Harry se dejó abrazar por un rato, pero se separó mucho antes que su
hermano.
-
¿Estamos
bien? – tanteé. Un Harry silencioso no solía ser bueno. Indicaba que estaba
enfadado o deprimido, y yo no quería ninguna de las dos cosas, aunque no podía
hacer nada para evitar lo primero y pensaba a toda costa evitar lo segundo.
Quería saber si estábamos en un buen lugar o si me iba a guardar rencor por un
tiempo.
-
Sí.
Estaríamos mejor si no me hubieras pegado – me reprochó. Sonreí, porque no
estuviera enfadado y le despeiné un poco. Su pelo era demasiado tentador.
-
Podríamos
habérnoslo ahorrado si no te hubieras metido en una pelea. También te habrías
ahorrado la expulsión.
Harry puso una mueca.
-
Menudos
tres días me esperan… - murmuró.
-
Ah, ¿esa
parte no la oíste? Ya le dije a Zach que no estáis castigados. Pero sí espero
que estudies para los exámenes y toooodo lo que tienes que recuperar.
Dejó escapar el aire con fuerza y asintió. La idea no le entusiasmaba y
no se esforzó por disimularlo, pero estaba bastante seguro de que me iba a
hacer caso. Principalmente porque yo iba a estar en casa y no pensaba dejar que
se levantara de la silla en toda la mañana más que para picar algo e ir al
baño.
-
Listo
entonces. Puedes ir empezando desde ahora. Yo voy a hablar con tus hermanos y
después voy al cole a por los demás.
-
¿Vas a
regañar a Ted? – me preguntó con curiosidad. No supe si por simpatía hacia su
hermano o para ver si él también se la cargaba cuando me insultaba.
-
Voy a
hablar con él, enano cotilla, y lo que hablemos no es asunto tuyo. – le dije, e
intenté hacerle cosquillas, pero tenía buenos reflejos y me esquivó.
-
No deberías
castigarle. Le debes una porque le castigaste injustamente por lo del coche –
me dijo, mirándome seriamente y cruzándose de brazos. – La cagast… fastidiaste
mucho esa vez y eso vale como por tres castigos. Así que tienes que dejar pasar
lo de hoy.
Me divertía su pose de “hablo en serio, así que hazme caso” y al mismo
tiempo me gustó que se la jugara por Ted. Era bueno que sus hermanos empezaran
a devolverle las muchas veces que él había hablado en su favor.
-
¿La
defensa tiene algo más que añadir? – le pregunté, alzando una ceja.
-
Solo que
si le castigas me pasaré estos tres días haciendo de tu vida un infierno.
Levanté la ceja todavía más.
-
¿Y quién
saldría perdiendo si me aprietas demasiado las teclas? – inquirí.
-
Tú –
respondió, sin ninguna duda. – Odias enfadarte conmigo – añadió después, con
una sonrisa.
Mocoso descarado. Le di un abrazo rápido y una palmada.
-
Deja que
yo trate con tu hermano y tú preocúpate por no meterte en más líos.
-
No
prometo nada – replicó, con una risita.
-
Harry… -
advertí, algo más serio.
-
Seré un
ángel… caído – me dijo, y se marchó para que no pudiera responderle.
Por un segundo me sentí algo molesto porque no me tomara en serio.
Después me dije que yo mismo había incentivado sus bromas y que en realidad
prefería verle así que triste y desanimado. Ahora, que los gemelos no tenían
vergüenza era un hecho. Y que yo babeaba por ellos, también.
Me fui a buscar a Ted y el primer sitio en el que miré fue en su
cuarto. Aunque les habían dicho que subieran a sus habitaciones, no había sido
realmente una orden, solo quería que dejaran dormir a Kurt en el piso de abajo,
y por eso no me alteré cuando no vi a Ted en su dormitorio. Además, había
tardado un poco más de media hora en hablar con Harry y Zach, así que era
normal que hubiera salido.
Tampoco vi a Michael, pero a él le escuchaba hablar en el piso de
abajo. Me asomé y le vi sentado en el sofá con Kurt mimoseando encima. El peque
debía de haberse despertado y él le estaba haciendo compañía. Se veían tan
adorables que por un momento pensé en dejar a Ted para después y hablar con
Michael primero, pero realmente quería terminar mi puesta al día con Mike sin
que nadie nos interrumpiera, así que lo mejor era hablar antes con su hermano.
Inspeccioné la casa en busca de mi hijo, obligándome a no ponerme
nervioso. No podía ser tan sobreprotector y empezar a preocuparme por perderles
de vista unos minutos. Ted tenía diecisete años, no diecisiete meses. Pero
nadie me podía culpar después de casi perderlo. Mi esfuerzo tenía que hacer
para no atármelo en la cintura con una cuerda corta.
Finalmente le encontré en mi propio cuarto, tumbado en la cama al lado
de Zach. Estaban usando la lamparita de mi mesilla para hacer sombras con las
manos en la pared. Hacía mucho que no jugábamos a eso. A los pequeños les solía
encantar.
-
Un perro
– traté de adivinar la figura que estaba haciendo Ted. Los dos se
contorsionaron para mirarme, ya que me había quedado en el umbral de la puerta.
-
¿Cómo
sabes que es un perro y no un lobo? – replicó Zach.
- Porque el lobo tendría el morro más largo. Así – dijo Ted y movió un
poco las manos y proyectó otra sombra. Se le daba bastante bien.
-
Deberíamos
hacer esto todos juntos, podríamos hacer una historia completa. Cada uno podría
ser un animal. – propuse.
-
Primero
tendrías que enseñar a Alice a hacer un unicornio – dijo Zach. - ¿Hemos hecho
esto con la enana alguna vez? Ya no me acuerdo.
-
Un par de
veces – respondió Ted. – Cuando era más pequeña. La primera vez intentó coger
la sombra, como si se pudiera agarrar.
Las palabras de Ted proyectaron ese recuerdo en mi memoria y sonreí.
Definitivamente, íbamos a hacerlo más a menudo. Michael nunca había estado.
Ted se estiró para apagar la lamparita y la colocó derecha. Luego se
incorporó un poco, para mirarme. Desprendía su habitual atmósfera de serenidad,
lo que me indicó que ya había hecho las paces consigo mismo y lo que sea que le
había estado preocupando en el colegio como para salir corriendo así.
-
Voy a por
un vaso de agua – murmuró Zach.
Fue su manera poco sutil de dejarnos solos. Cuando salió, cerró la
puerta.
-
¿Cuál es
el veredicto? – le pregunté. - ¿Zach se ha estado quejando de mí?
-
De hecho
ha dicho que has sido muy cariñoso. Demasiado cariñoso.
-
¿Demasiado?
– me extrañé.
-
Dice que
al principio eso le puso nervioso. Le hizo pensar que de veras le ibas a matar
y por eso estabas siendo tan amable, intentando tranquilizarlo. Lo de matar iba
en sentido figurado – añadió, al ver que ya iba a protestar.
-
Si soy
seco, malo. Si soy cariñoso, malo también. Parece que no hay una buena forma de
hacer esto – suspiré.
-
A mí me
gusta que seas cariñoso. Y a Zach también. Dudo que a alguien no le guste. Hace
que sea más fácil aceptar el hecho de que estás en problemas – me confesó.
-
Es bueno
saberlo. ¿Y tú estás en problemas? - le
pregunté, captando un brillo de culpabilidad en sus ojos.
-
¿Eso no
deberías decirlo tú? – contraatacó. – Sí lo estoy…
-
¿Ah, sí?
¿Te gustaría desarrollar esa idea?
-
No
realmente…
-
Algo debe
hacerte pensar eso. – insistí. - ¿Tu padre te ha regañado? – le pregunté,
hablando como si se tratara de otra persona.
-
Todavía
no. Salí corriendo cuando iba a hacerlo. – respondió Ted, siguiéndome el juego.
-
¿Y por
qué hiciste eso? ¿Te gritó, el muy bruto?
-
Qué va.
Casi nunca grita. Aunque no le hace falta, puede poner un tono muy severo.
Tuve que contener una sonrisa ante eso. ¿Cómo que severo? ¿Severo yo?
¿Severo cuándo? Por alguna razón, cuando lo dijo me hizo pensar en una imagen
envejecida de mí mismo. Como veinte años más, mínimo. ¿Y a qué tono se refería
exactamente?
-
¿Por qué
iba a regañarte, en primer lugar? Ese padre tuyo suena como un tipo muy gruñón.
-
Es lo
contrario a eso, aunque hoy sí estaba un poco más irritable de lo normal.
-
¿Lo
estaba?
-
Ahá. Se
enfadó mucho con mis hermanos pequeños por meterse en líos en el colegio y les
dijo algo horrible. Y creo que tampoco fue amable con mi hermanito más pequeño.
– dijo Ted. Él no sabía muy bien lo que
había pasado con el enano, pero probablemente detectó que me sentía culpable
por algo y Kurt había preguntado cuando llegamos si yo estaba enfadado.
-
Definitivamente,
sí suena como un gruñón.
-
Tuvo una
noche difícil – contestó Ted – Y sí es verdad que los gemelos la liaron un
poco…
-
Aún así,
tú le dirías algo por ser malo con ellos.
Ted se encogió un poco.
-
Sí… Más o
menos es por eso que me metí en problemas…
-
¿Por
defender a tus hermanos? – exclamé, exagerando un tono escandalizado. – Ah, no,
de verdad que ese tipo parece un imbécil.
-
Justo eso
le llamé… - susurró, mirándose los pies.
-
¿A tu
padre? Mmm. Pero tal vez se lo merecía.
-
No creo
que se lo mereciera. Y aunque así fuera, no debí llamárselo. Es mi padre.
-
Debías de
estar muy enfadado con él… - tanteé.
-
Un poco –
admitió.
-
¿Por
hablar mal a tus hermanos?
-
Sí… Y por
no dejar que los demás volvieran a casa antes para recibir a mi hermano mayor.
Y por… echar a mi padre biológico cuando yo quería que se quedara. Y por…
-
¿Por… ? –
le animé, tomando nota de muchas cosas. Así que estaba molesto conmigo antes de
lo de Harry. Me había parecido notar algo cuando solo estábamos Michael, él y
yo en casa, pero luego había actuado con normalidad.
-
Por
quedarse a mi hermano mayor solo para él. Me puse un poco celoso… - reconoció.
Con los años, había aprendido que, aunque las mejillas de Ted no podían
enrojecer, había otras señales físicas que indicaban cuándo se avergonzaba por
algo, como una forma muy particular de arrugar el ceño, distinta a cuando
estaba enfadado. La forma en la que lo estaba arrugando justo en ese momento.
-
¿Celoso
de tu hermano o de tu padre? – indagué, considerando todo aquello muy
interesante. Estaba siendo una charla mucho más productiva de lo que había
imaginado al empezar con aquella tontería de fingir que no estabamos hablando
de mí.
-
De los
dos, supongo, pero más de mi padre… Tenía celos de que él pudiera estar con
Michael y yo no.
-
Tal vez
tenía algo importante que hablar con él. – sugerí.
-
Tal vez
yo quería estar delante y enterarme también. – murmuró.
Medité sobre eso. La conversación con Michael me pareció una que
necesitábamos tener los dos solos, de padre a hijo, pero tal vez fuera cierto
que había partes que bien podían incumbir a toda la familia, como la
explicación a alguno de los arranques furiosos de Mike. Quizá estaba bien que
al menos alguno de sus hermanos supiera la clase de cosas por las que había
tenido que pasar, para saber cómo tratarlo y lo mucho que tenían que intentar
hacerle sentir querido.
-
Puede que
tu padre solo intentara protegerte… Quizás pensara que hay cosas que no
necesitabas saber, dado que además recientemente has escuchado un par de
noticias que seguramente te hayan dado mucho en qué pensar – le dije, pensando
en lo que Andrew nos había desvelado a los dos, que venía a significar que en
realidad no éramos hermanos, sino primos.
Ted se quedó en silencio y su mirada se ensombreció, ante el peso de
una verdad que nos iba a costar mucho tiempo asimilar.
-
¿Estás
enfadado también por eso? – seguí preguntando, pensando que era una reacción
natural. Yo sí que estaba enfadado, y quería zarandear a Andrew hasta que me
explicara por qué lo había hecho.
- No… Por eso solo estoy… triste.
En ese punto decidí mandar a la porra el pequeño juego que nos traíamos
y le abracé.
-
Nada ha
cambiado, canijo. Sigo siendo yo. Sigo siendo papá.
-
Pero no
eres mi hermano. – susurró, casi con un gemido.
-
Nunca
hemos tenido ocasión de realmente serlo. Pero debemos de ser los primos más
cercanos del universo.
Ted sonrió un poquito y apretó sus brazos contra mi espalda.
-
Es un
padre muy especial ese que tengo. Quiere protegerme de todo. Incluso de la
verdad – me dijo, retomando el juego de las identidades.
-
Parece el
trabajo normal de un padre. No es como que el tuyo haya tenido mucho éxito
protegiéndote últimamente… - le dije, rozando levemente su cabeza. Su pelo ya
había recuperado su longitud habitual.
-
Lo hace
muy bien. Pasa que no puede controlarlo todo. Aunque lo intenta y nos mantiene
bien derechitos – bromeó.
-
¿Ah, sí?
¿Y qué hace para teneros así? ¿Tiene muchas normas?
-
No
muchas. Pero las que tiene se cumplen. O si no estás en un buen lío.
-
Uy, ya
parece un gruñón otra vez.
-
¡No lo
es! Ni siquiera sabe enfadarse en serio. A veces lo intenta, pero no engaña a
nadie. – me aseguró.
-
Ah.
Puedes estar tranquilo, entonces. Si al final tienes razón y estás en
problemas, no tienes de qué preocuparte.
-
Sí tengo.
Conmigo sí se va a enfadar – respondió, sonando triste otra vez. Más bien
miserable.
-
¿Por qué?
Si dices que nunca lo hace. No sería justo que no se enfadara con los demás y
sí contigo.
-
Pero es
que yo le insulté – casi gimoteó. – Y para rematarlo salí corriendo.
-
No creo
que esté molesto porque salieras corriendo. Más bien preocupado.
-
No tiene
de qué preocuparse – me aseguró ahora él a mí.
-
No creo
que pueda evitarlo. Es tu padre: preocuparse por ti va en su trabajo. Además
tiene que morirse por saber por qué te fuiste así.
Ted se estuvo mirando las manos un buen rato en lugar de responderme,
pero decidí esperar sin insistirle. Estaba siendo bastante abierto, así que
confié en que eventualmente me lo dijera.
-
Unos
tipos me golpearon hace poco cuando estaba con mi novia – empezó. Debía de
resultarle más fácil contarlo como si verdaderamente yo no fuera yo y no
supiera lo que había pasado. – Me dieron una paliza y fui incapaz de
defenderme. Estuve en el hospital y luego en una silla de ruedas. Después todo
parecía estar bien, pero… Ya ha pasado un par de veces que cuando alguien se
enfada conmigo se me llena la cabeza con imágenes de aquella noche. Todo lo que
quiero entonces es salir corriendo.
Mi niño…
-
Pero… tu
padre nunca te haría daño… ¿No?
-
Sé que
no. Por eso no me alejé demasiado y me senté en un banco cuando volví a pensar
con claridad.
Mi pobre bebé. Había sido un iluso al pensar que sus únicas secuelas
iban a ser físicas. Había estado bien por unos días, sin embargo, pero supongo
que el trauma iba poco a poco calándole dentro.
-
Menos
mal. Tu padre se hubiera muerto de miedo si no te encontraba…
-
Lo sé… Es
por eso que creo que también estoy en problemas por salir corriendo. Por eso y
porque sé que no debo irme cuando me está regañando.
-
Creo que
él será comprensivo con eso. Si no si que sería realmente un gruñón y un
bastardo.
Ted abrió un poco los ojos porque me insultara a mí mismo, pero no dijo
nada al respecto.
-
¿Y cómo
crees que te vaya a ir por haberle insultado? – seguí preguntando, sabiendo ya
de antemano que Ted iba a ser demasiado duro consigo mismo, como siempre. Y yo
tenía parte de culpa de eso.
-
Las
últimas dos veces que le insulté no me fue muy bien…
-
¿Dos
veces? ¿Seguro que no fue solo una? – pregunté, porque no tenía en mente más
que aquella vez, casi un año atrás, al volver tarde del cine. Nunca iba a poder
olvidar lo mucho que lloró aquella noche. Tardé seis meses en ser capaz de
volver a castigarle.
-
Sí. La
última fue hace poco, en mitad de un castigo por mentirle e ir a enfrentar a
los matones que me pegaron. Él estaba siendo muy bueno conmigo y yo me lo
merecía, así que le insulté para hacerle enfadar.
Recordé ese maldito día y el miedo que había pasado.
-
¿Así que
ahora tú decides lo que mereces y lo que no? ¿Eso no debería decirlo tu padre?
– inquirí.
-
Sí, pero
es que él siempre es demasiado bueno conmigo.
-
Aunque
eso fuera cierto, ¿no deberías simplemente dejarlo estar y disfrutar de tu
suerte?
-
Puede que
mi suerte se haya acabado hoy… - murmuró.
Pensé que ya era el momento de hablar en serio, sin usar más la tercera
persona.
-
No
hiciste nada tan malo, Ted. Y, solo para que lo sepas y te relajes, ninguno de
los dos va a cambiar de posición en esta conversación. – le informé. Él captó
la indirecta enseguida.
-
¿Ah, no?
– se extrañó - ¿Por qué?
Resoplé. ¿No podía simplemente aceptarlo y ya? En serio, ¿por qué tenía
que discutir su buena suerte? Pero supuse que sí necesitaba una razón. Iba a
ser difícil dado que ni yo mismo lo tenía claro.
-
En verdad
hay muchos motivos, Ted. Harry dice que estoy en deuda contigo por la última
vez, y un punto de razón tiene. Además hiciste bien en frenarme, porque no debí
hablarle a sí a tu hermano. Me gustaría que lo hubieras hecho sin insultarme,
pero puedo ver que no te sientes particularmente orgulloso de eso. Estabas
picado conmigo y se te escapó, aunque hasta entonces hiciste un buen trabajo
controlando tu enfado. Yo no pretendía alejarte de Michael, ni de Andrew. Y tal
vez sí debería haber recogido a tus hermanos del colegio. Si lo hubiera hecho
quizás Zach y Harry no hubieran llegado a pelear. – le dije, y me senté a su
lado en la cama. – No estás pasando por una buena época y lo último que quiero
es ser un motivo más para que lo pases mal. Tal vez no me tengas miedo, pero si
saliste corriendo fue porque algo en esa situación te recordó a lo que viviste
con Agustina. Odiaría pensar que te he dado motivos para creer que… No sueles
hablarme mal, ni siquiera eres especialmente respondón como los gemelos, y
puede que por eso mismo sobrerreaccionara la primera vez que lo hiciste. No lo
has vuelto a hacer, porque la última vez no cuenta, y yo no le puedo dar tanta
importancia a una sola palabra. Le he dejado pasar muchas faltas de respeto a
Alejandro y a Michael. No puedo ser más exigente contigo solo porque no me
tengas acostumbrado a eso. Y todo eso no son más que excusas, porque el
verdadero motivo es que creo que no te lo mereces. Hay otras formas de
enseñarte qué cosas no pueden volver a pasar y por eso vas a meter el dinero de
tu paga en el tarro.
Ted me escuchó sin interrumpirme. Pude ver que estaba luchando contra
la idea. Él era más duro consigo mismo de lo que nunca podría llegar a ser yo,
y su sentimiento de culpabilidad muchas veces llegaba a ser malsano. Mi mente
recordó fugazmente aquél episodio cuando tenía trece años y se hirió la mano de
tanto rascarse porque pensaba que yo había llegado a una especie de límite y
estaba harto de él. Impulsado por ese recuerdo, le agarré el brazo para llamar
su atención.
-
Eso es lo
que he decidido y eso es lo que va a pasar. Nada más. Cuando cometes un error,
tienes que enfrentar unas consecuencias, pero tú no escoges cuáles son. Puedes
protestar si alguna vez crees que soy demasiado duro contigo, pero ni siquiera
tienes permitido pensar que he sido demasiado blando. Que tú creas merecer una
cosa y yo haga otra no significa que ya no quiera tratar contigo o que me haya
cansado de llamarte la atención. Te estás haciendo mayor, eres mayor ya, y vas
a tener que aprender a lidiar con la culpabilidad. Harás cosas en la vida que
merezcan que te sientas culpable. Esto no. Esto fue una tontería. Y no quiero
que te tortures por ello. – le dije, y le abracé mientras esperaba que mis
palabras fueran entrando en su cerebro y se quedaran allí para siempre.
Él me devolvió el abrazo y le escuché suspirar. Apoyó la cabeza en mi
hombro y no se separó de mí cuando me respondió.
-
No tengo
dinero para meterlo en el tarro – murmuró. – Me lo gasté todo este mes.
En mí. Se lo gastó en mí y en mi fiesta de cumpleaños.
-
Entonces
tú limpiarás la arena de Leo por una semana. – le indiqué. – Así otra vez lo
pensaréis dos veces antes de regalarme un gato.
-
No me
importa limpiar su arena. Merece la pena por ver la cara que pones cuando se
sube a tu cama con tu camiseta en la boca, como si fuera su presa. Te derrite
cuando hace eso y no puedes disimularlo.
Sonreí, porque tenía razón, y pensé en el gatito por un momento,
preguntándome dónde podía estar. A veces se escondía durante horas debajo del
sofá o en algún hueco ridículamente pequeño y solo salía para comer o beber.
-
No es el
único gatito que se sube a mi cama – le dije. - ¿Cómo acabasteis aquí Zach y
tú?
-
Le vi
salir después de que le… de que hablaras con él, y vine a hacerle compañía.
Estaba un poco de bajón, así que se me ocurrió lo de las sombras para
distraerle un rato.
-
Nunca
dejaré de asombrarme de lo buen hermano que eres, canijo.
Ted se volvió a avergonzar. ¿Es que ni siquiera podía decirle un
cumplido? Se echó para atrás sobre el colchón y se tumbó, mirando al techo.
Puse una mano sobre su pelo y él cerró los ojos, anticipándose a mis caricias.
-
¿Quieres
dormir un rato? – le pregunté. La pasada noche no había sido precisamente una
noche de descanso.
-
No. Tengo
que ir a por los enanos al cole. Tú tienes que quedarte aquí con Kurt y
haciendo la comida. Ya es casi la hora de que salgan.
Suspiré. Era verdad y él tenía razón. Tenía que quedarme con Kurt, y
además debía seguir hablando con Michael.
-
No me gusta
demasiado que vayas solo…
-
El médico
dijo vida normal, papá. Te recuerdo que hoy iba a volver a clases si no…
hubiera habido imprevistos.
-
Touché.
Pero llévate el móvil y me llamas si pasa algo o si simplemente te sientes
cansado o…
-
Me llevo
el móvil. Pero no va a pasar nada.
-
Solo ten
cuidado – insistí, algo intranquilo.
Ted asintió y fue a prepararse para salir. Aún no podía conducir, así
que ir hasta el colegio iba a llevarle un rato. Bajó al primer piso y yo fui
detrás de él. Sonrió al ver a Kurt medio dormido en brazos de Michael, que le
estaba leyendo un cuento.
-
Mírale,
todo un padrazo – se burló. Michael le lanzó una mirada envenenada.
-
Enano,
¿no eres ya un poco mayor para esto? – se quejó Michael.
-
¡No
mayor! – protestó Kurt.
-
Es normal
que con seis años le lean cuentos, Mike. Sobre todo si está malito y mimoso.
¿Cómo te sientes, campeón? ¿Michael está cuidando bien de ti?
Kurt asintió y para remarcarlo se acomodó mejor en el regazo de su
hermano.
-
No quiero
que se vuelva a ir – declaró Kurt, con un gimoteo. Los recuerdos de la tarde
anterior debían de estar agolpándose en su pequeña cabecita. Los enanos pasaron
bastante miedo.
- No va a ir a ningún sitio, campeón. – le aseguré, mirando a Michael a
los ojos, como diciéndole “Es una promesa”.
Maravilloso como siempre. Cualquier padre se puede equivocar, sobre todo en un momento de tanta tensión. Aidan es demasiado bueno como hermano, primo, papá o lo que sea. Casi te podría decir que leer tu historia más de una vez me ha hecho ver a mi familia con otros ojos. Un capítulo largo pero que de verdad no lo parece. Solo queda pedirte que actualices pronto.
ResponderBorrarUn abrazo Dream,
Wenseslao
Dream que capítulo tan más bueno te has mandado...
ResponderBorrarPero déjame decirte que me quitas una preocupación y me sumas dos más...
Porque es que esperaban que Michael llegara al juicio!!
no sé pero pensé que iba acabar cobrando Michael cuando Aidan dijo que después de abrazarlo lo iba a matar
Mm y quiero saber también como es que Andrew de la nada los esta ayudando... aayy Dream son tantas cosas...
Espero continúes pronto posfiiiss!!
Lo leí dos veces super hermoso, actualiza porfa que nos dejas con ganas de seguir leyendo
ResponderBorrarsiguelaaaaa porfa
ResponderBorrarPor favor por favor por favor tienes que continuar con esta historia.
ResponderBorrarcontinua porfa :"v, desde hace casi un año que estoy con la intriga de que es lo que pasa :"v, es la historia que más amo en el mundo :"v
ResponderBorrar