CAPÍTULO 72: REGALOS Y RECUERDOS
Me llegó el
sonido de unas risas ahogadas y el rechinar de los muelles de la cama de
Michael, justo encima de la mía. Alguien siseó pidiendo silencio y una risita
infantil se anticipó a un pequeño terremoto en mi colchón.
-
¡Despierta, Ted, despierta! ¡Ha venido Papá Noel, ha venido Papá Noel!
Hannah
consideró que no abrí los ojos con la suficiente rapidez, así que me sacó la
sábana y la manta de un tirón. Alice y Kurt saltaron a mi cama para tirar de mí
y, por la cara que ponía papá desde la puerta, con él habían hecho lo mismo. Su
sonrisa traviesa, que le quitaba por lo menos diez años, me hizo pensar que la
idea de que fueran los enanos quienes me despertaran había sido suya.
- Mmmm. No,
pero yo tengo hambre. Mejor desayunamos primero y vemos los regalos después,
¿no? – les chinché. Los enanos pusieron idénticas muecas de horror y me tuve
que reír.
- ¡No,
primero los regalos! – protestó Cole. Él se había contenido, pero creo que
también tenía ganas de tirar de mí para que me diera prisa.
- Vale,
vale. Primero los regalos – accedí, como si de verdad el orden hubiera llegado
a estar en duda. Qué inocentes eran. - ¿Soy el único que falta?
- No, faltan
Harry y Zach – dijo Kurt.
- Pues ¿qué
hacéis que no vais a saltar en su cama? – les sugerí y salieron corriendo.
Sonreí y me
estiré, para desperezarme. Me acerqué el móvil y vi que eran las ocho de la
mañana.
- Guau, todo
un record – me sorprendí. – Papá, ¿cómo has conseguido que no nos despierten a
las siete este año?
- Los muy
pillos se despertaron a las dos y bajaron al salón. Tuve que meterme corriendo
en el garaje para que no me vieran.
- ¿Te ha
dado tiempo a todo? – le pregunté.
La noche
anterior le había ayudado a envolver las últimas cosas, pero me había mandado a
la cama antes de que pudiera ayudarle a poner los regalos en el salón, junto al
árbol. Creo que no lo hizo tanto por respetar mis horas de sueño como para
poder sacar mis regalos de donde sea que los tuviera escondidos. Mira que había
revuelto bien entre las cosas de los enanos, pero no había visto ningún paquete
con mi nombre. Ah, pero a ese juego podíamos jugar dos y yo también había
escondido algunos de los regalos de Aidan.
-
Milagrosamente, sí. Creo que me he pasado… Por lo que hay ahí abajo, uno no
sabe si aquí viven doce niños o treinta.
Eso me dio
curiosidad, pero conocía las normas: prohibido bajar hasta que estuviéramos
todos.
- ¿Doce? –
preguntó Michael, desde su cama. No me había dado cuenta de que él seguía allí.
Estaba sentado, poniéndose unos calcetines.
- Ya sé, ya
sé que no eres un “niño” – replicó Aidan, pero Michael le restó importancia con
un gesto.
- ¿Para mí
también hay?
Me quedé
mudo y papá también.
- ¿Me estás
preguntando en serio si para ti también hay regalos? – preguntó al final. -
¿Acaso crees que te hice escribir la carta para tener algo que leer?
- Pensé que
era para seguirle el juego a los enanos…
- Michael –
dijo papá, con más amor del que habría creído posible poner en una sola
palabra. – Por supuesto que hay regalos para ti también. Eres mi hijo. Todos
mis hijos tienen regalos el día de Navidad.
- Pero ya no
soy un niño...
- ¿Y?
Muchachito, podrás tener cuarenta años y tres o cuatro churumbeles dándote
guerra, que siempre habrá algún paquete con tu nombre en esta casa.
Poco a poco,
una enorme sonrisa se adueñó de la cara de Michael. Creo que no es que hubiera
creído que no tendría regalos, sino que no estaba cien por cien seguro. Le
habían robado más de una decena de Navidades y de cumpleaños y, ahora que por
fin podía tenerlos, había tenido miedo de ser “demasiado mayor” como para que
se le permitiera disfrutar de ellos.
- ¿Y a qué
estamos esperando? ¡Vamos, vamos, quiero bajar!
Papá se rio
ante tanto entusiasmo.
- En cuanto
estemos todos, campeón. Voy a ver qué pasa con tus hermanos.
- AIDAN’S
POV –
Había
perdido la cuenta del número de paquetes, pero una cosa era segura: jamás había
gastado tanto dinero en Navidad. Era como si en un solo año quisiera compensar
todos los juguetes que no había podido comprarles en años anteriores. Ni
siquiera pensé en la posibilidad de que les estuviera malcriando: mis hijos ya
habían renunciado a muchas cosas en el pasado y además aquel día estaba hecho
exclusivamente para malcriarles. Tampoco me había vuelto loco, pero al ser
tantos, todo se magnificaba. Mi salón parecía una juguetería y estaba deseando
ver sus caritas cuando lo vieran.
La duda de
Michael me estrujó el corazón. ¿En serio me había creído capaz de dejarle sin
regalos? Ni en las épocas donde las cosas estaban mal hubiera tenido tan poco
corazón. Le habría comprado algún detalle o le habría fabricado algo. De hecho,
en su montón había incluido una pequeña talla de madera…
Aquellas
eran las primeras Navidades que Mike pasaba con nosotros. Tras la llegada de
Alice, me planteé si iba a haber más “primeras veces”. Con Andrew nunca se
sabía.
Fui al
cuarto de Zach y Harry para ver qué les estaba llevando tanto tiempo y me
encontré con que Zach ya estaba requetedespierto, pero Harry se había tapado
con las mantas hasta la cabeza. Sabía que si le obligaban a salir de forma
brusca se pondría de mal humor, así que me hice un hueco entre mis hijos y me
senté en su cama.
- Hola,
campeón. ¿No quieres ver tus regalos?
- Es que se
está muy calentito aquí – protestó, mimoso.
Sonreí, y
rebusqué entre las mantas hasta encontrar su cabecita para darle un beso.
- ¿Quieres
que te lleve como un rollito de primavera? – le pregunté y vi cómo se estiraba
la comisura de sus labios. Pasé los brazos alrededor del refajo de mantas y lo
levanté de la cama, con él todavía dentro. Harry empezó a reír y a
revolverse.
- No, no,
bájame, bájame.
- ¿Seguro? –
pregunté, con una sonrisa maliciosa que él no pudo ver.
- ¡Sí!
Le dejé caer
sobre la cama con un pequeño “plof”, teniendo cuidado de que no se hiciera
daño. Harry continuó riéndose como si tuviera pulgas rascándole la tripa.
- Vaya, y yo
que te iba a hacer cosquillas, pero veo que ya no hace falta. Qué alegre está
mi enano hoy. Eso es que ha sido muy bueno y espera muchos regalos.
El
comentario iba con la mejor intención del mundo. Si acaso, buscaba hacerle de
rabiar un poco con el excesivo infantilismo que puse en mi tono y mis palabras,
pero lo que sin duda no quería provocar es que Harry se entristeciera.
- Ey. ¿A qué
viene esa cara?
- Muy bueno
muy bueno, no he sido este año, ¿eh? – me respondió, en un susurro.
Cosita.
- Claro que
sí. Mis hijos siempre son buenos – le aseguré. – Lo que pasa es que a
veces se les olvida.
Harry sonrió
y salió de su capullo hecho con mantas.
- Papiiii,
¿ya podemos bajar? – me pidió Hannah.
- Ya
podemos, cariño.
Fue decirlo
y que salieran en estampida.
- ¡Sin
correr! – les recordé, pero no sirvió de nada.
Escuché un
par de grititos entusiasmados. Saqué el móvil y decidí grabar el momento. Alice
daba saltitos mirando hacia todos lados, Hannah tiraba tan fuerte de Michael
que le iba a tirar, y Cole encontró enseguida los paquetes con su nombre. Kurt
se mordía el labio, con emociones encontradas.
- ¿Qué
ocurre, campeón? ¿No estás contento? - le pregunté.
- Papi, es
que en esos pone mi nombre.
- Claro, mi
niño. Son tus regalos.
- Pero yo le
dije a Papá Noel que no los quería, que los cambiaba todos por una mamá.
Detuve la
grabación y me guardé el móvil en el bolsillo. Cogí a Kurt en brazos y si no me
lo comí a besos allí mismo fue solo porque siempre he tenido mucha fuerza de
voluntad.
- ¿Es que no
me escuchó? – puchereó, acomodándose en mis manos como si fuera su lugar
natural en el mundo.
- Pues claro
que te escuchó, bebé. Pero no puede traerte una mamá así envuelta con lacito y
todo ¿no? Esas cosas llevan más tiempo y sé de buena tinta que está trabajando
en ello. Como se lo has pedido de corazón y estabas dispuesto a renunciar a tus
juguetes, ha debido de pensar que te merecías mucho muchos regalos.
- ¿De
verdad?
Poco a poco,
mi niño se fue ilusionando y una enorme sonrisa se adueñó de su rostro.
- De verdad.
Así que corre a abrirlos, ya quiero ver qué te ha traído.
Le baje y
Kurt corrió a despedazar envoltorios como todos los demás.
Dylan me
trajo uno de sus paquetes para que se lo abriera. Sonreí y me senté con él
entre mis piernas.
- ¿Qué será,
Dylan? – le pregunté, mientras rasgaba el papel de colores. Intenté no pensar
en el tiempo que me había llevado envolverlos todos. - ¡Mira, un Mecano
nuevo!
Dylan agarró
la caja y la abrazó junto a su pecho.
- ¿Te gusta?
– le pregunté y él asintió.
Me trajo sus
demás regalos para que los abriera y los dejó en un montoncito a mis
pies.
- ¿Sabes?
Abrirlos es parte de la diversión. ¿Por qué no lo intentas tú?
Dylan lo
meditó por unos segundos y después se sentó para abrir un set de dinosaurios de
plástico. Pareció olvidarse de que tenía más regalos y empezó a jugar con
ellos. Le saqué una foto, porque verle manejar una familia de triceratops era
demasiado adorable.
Me paseé por
la habitación viendo las reacciones de todos mis hijos. Alice, Hannah y Kurt
tenían un equipo de monitos robots a juego. Los monitos abrían y cerraban los
ojos, reaccionaban a las caricias y hacían ruiditos de dormir. Se podían colgar
de los dedos y en definitiva mis enanos estaban encantados. Ted les había
ayudado a sacarlos de las cajas y a encenderlos.
- ¡Mira
papi, papi, mira! – me dijeron, entusiasmados.
Sonreí.
Hannah los había pedido en su carta y, al verlos, supe que a Kurt y a Alice les
gustarían también. A mis hijos les hacía especial ilusión cuando recibían algún
regalo extra que no habían pedido.
- ¡Papi, hay
muchos! – Kurt, directamente, estaba eufórico. Miraba todos los regalos sin
saber cuál debía abrir a continuación.
Conté los
paquetes: había diez. La verdad que sí me parecieron demasiados para un solo
niño. Yo solo le había comprado cinco, más un detalle de madera que le había
tallado como ya era tradición. Justo en ese momento abrió ese. Se trataba de
una caja sencilla decorada de forma tierna. Me había costado más dibujar los
detalles que hacer la caja en sí, porque no se me daba bien pintar, pero sí
trabajar la madera.
Kurt decidió
que la caja era un buen lugar donde meter a Alice y, como no era nada
peligroso, les dejé hacer, divertido por sus ocurrencias. La caja tenía ruedas,
así que paseó a su hermanita por toda la habitación.
- Vale, ¿de
dónde han salido los otros cuatro regalos de Kurt? – le pregunté a Ted, mi
sospechoso número uno. Él sabía lo que le había comprado. – Me encanta que
penséis en vuestros hermanitos, pero son demasiados…
- Uno es el
de Andrew. Otro es mío, de Michael y de Alejandro y otro de los gemelos y
las niñas. Pero el cuarto ni idea, papá.
Le miré con
desconfianza y él levantó las manos.
- A mí no me
mires, de verdad. Habrá sido Papá Noel.
Rodé los
ojos, pero lo cierto era que no encontré explicación para ese paquete y para
unos cuantos más que no recordaba haber envuelto ni visto en el garaje. Me dije
que con tanto regalo habría perdido la cuenta. Esa era la explicación más
lógica, aunque el sonido de un cascabel justo en ese momento casi me hace dar
un sato, como esperado ver aparecer un trineo.
Se trataba
solo de Leo, el gatito, atrapado en medio de un envoltorio abandonado. Me reí y
fui a su rescate.
- Hola,
bicho. ¿Te han confundido con un regalo? Mira, para ti también hay algo – le
dije, y le enseñé una pelotita atada a un poste. El tipo de la tienda de
animales me había dicho que le gustaría.
- ¡Ay, papi,
le compraste algo a él también! ¡Qué mono eres! – me dijo Barie, abrazándome
por detrás. Llevaba en el cuello uno de los collares que acababa de
desenvolver.
- Hola,
princesita. ¿Ya abriste todos tus regalos?
- Ño. Quería
darte gracias por el buhíto. Me ha gustado mucho, papi. ¿Dónde lo compraste? –
me preguntó, sosteniendo un búho de madera. Estaba particularmente orgulloso de
esa creación.
- No lo
compré, cariño.
- ¿Qué
quieres decir? – se extrañó.
- Papá
siempre añade un regalo hecho a mano por él, Barie – intervino Ted. -
¿Recuerdas el conejito de hace un par de años?
Bárbara
abrió mucho los ojos y los labios, como si acabara de descubrir una magia mucho
mayor que la de Papá Noel.
- ¡Papi,
pero son muy buenos! Podrías venderlos y hacerte rico.
Me
reí.
- Solo es un
hobbie, canija. Pero me alegro que te guste.
- ¡Me gusta
mucho! Lo voy a poner en mi mesita. ¡Gracias! – exclamó y me dio un beso en la
mejilla antes de desaparecer rumbo a su cuarto.
- Mira, me
la como – le dije a Ted. - ¿Puedes congelarla así y que no crezca?
- Creo que
con doce o veinte años siempre será nuestra princesita dulce – me tranquilizó
Ted. - ¿Te das cuenta que le ha gustado más ese búho que la Nintendo 2DS?
- Su
cuaderno está lleno de dibujos de búhos – le expliqué. – Oye, ¿y tú qué haces
que no abres tus regalos?
- Ni tú los
tuyos – se burló y caminó hasta el sofá. Levantó la cubierta, ya que estaba
hueco por dentro, y reveló un montón de paquetes. Había por lo menos
ocho.
- ¿Y
eso? – me extrañé.
- No sé,
aquí pone Aidan.
Me acerqué,
curioso y emocionado. Mis hijos mayores siempre me hacían algún regalo por
Navidad, pero yo seguía sin acostumbrarme. Sacaban a relucir mi lado más infantil.
Abrí los regalos uno a uno. Había ropa (Barie, seguro), CDs de música, un
reloj, gafas de sol, un libro… Había un paquete que llamaba mi atención, porque
era plano y grande, tal vez un libro e tamaño A4. Lo abrí y era una especie de
cuaderno, con algo escrito. Pero no estaba escrito con tinta, sino con algo
rugoso al tacto, pequeñas bolitas marrones pegadas al papel. Reconocí el título
dela primera página: “La historia de Tuli y las flores que no se ven”. Ese
cuento era mío, de hacía ya bastantes años. Se lo dediqué a Harry y se lo
contaba todas las noches. Conmovido, empecé a leer, preguntándome qué serían
aquellos pegotes con los que estaba escrito:
Érase una
vez un niño que nació de una flor. Creció escondido entre los pétalos y, cuando
alcanzó el tamaño de una goma de borrar, los pétalos se abrieron. Como había
salido de un tulipán, las flores del lugar empezaron a llamarle Tuli.
Tuli era un
niño muy travieso, pero de muy buen corazón. Nunca quería irse a la cama cuando
se lo decía su mamá y es que no le gustaba volver a la flor cuando se hacía de
noche. Los pétalos se cerraban a su alrededor y sentía que estaba en una
jaula.
Cuando llegó
el otoño, las flores empezaron a ponerse mustias y su mamá le explicó que
durante el invierno tendría que dormir al aire libre, porque no iban a quedar
pétalos con los que taparle.
- Pero
no tengas miedo – le dijo. – En la primavera volveré y estaré
contigo.
Tuli no
entendió del todo lo que su madre le quería decir, pero una noche, mientras
dormía, comenzó a entrarle frío. Su mamá había perdido uno de sus cinco
pétalos. Durante las noches siguientes, fue perdiendo todos los que le
quedaban. Tuli, asustado, cogió el último y se tapó con él. El pétalo le
consoló al principio, pero no era suficiente.
- Ya no
quiero ser un niño – lloró Tuli, al verse solo en el prado en el que había
crecido. – Quiero ser una flor también.
Esa noche se
fue a dormir entre lágrimas, pero cuando despertó, escuchó el llanto de un
bebé. Extrañado, fue a investigar y descubrió que una de las flores de invierno
había tenido un niño como él.
- ¿Por qué
lloras, bebé? – le preguntó. – Si estás con tu mamá.
- Pero este
lugar es muy triste – protestó el recién nacido. – Solo hay nieve y frío.
- No te
preocupes –le dijo, envolviéndole con su pétalo. - Pronto llegará la
primavera y entonces volverán las flores. La nieve se irá y todo el prado se
vestirá de colores. Hasta entonces, toma este pétalo. Te ayudará a recordar que
han estado aquí, aunque no las hayas visto.
FIN
El cuento
tenía demasiados significados como para que los entendiera un niño pequeño,
pero Harry, a los cinco años, no me dejaba leerle otra cosa. Volví a pasar los
dedos por las bolitas marrones que hacían de tinta y entonces comprendí que
eran semillas. Centenares y centenares de semillas, pegadas con mucho cuidado
para construir palabras. Aquello tenía que haberle llevado horas. Horas no,
días. Sentí que los ojos me escocían y se me llenaban de lágrimas.
- ¿Qué es
eso, papi? – me preguntó Madie, cotilleando. - ¿Es un libro tuyo?
- Sí,
cariño. Es una edición especial. La más especial de todas.
- ¡Es el
cuento de la flor! – exclamó, al leer el título. – Oye, qué ratas. Si te van a
regalar algo, que sea algo nuevo y no encima un cuento que has escrito
tú.
- A mí me ha
gustado mucho, canija. Está hecho con semillitas.
Madie se
encogió de hombros.
- Si a ti te
gusta, papi. Mira, esto me lo regaló Ted – me dijo, y me enseñó unos pendientes
muy originales, con forma de animales que, una vez puestos, parecían
atravesados en el agujero de su oreja.
- ¿Cómo sabes que fue Ted?
- Porque reconocí su letra, dah. Le tienes que
enseñar a disimular, ¿eh?
Me reí.
- Bueno. ¿Te gustan? – pregunté, y ella
asintió.
La di un beso y se fue a cotillear los regalos del
resto. Descubrí a Harry mirándome a lo lejos y caminé hasta él. Antes de darle
tiempo a decir nada, le estrujé en un abrazo.
- Es el mejor regalo que me han hecho nunca, enano.
- No sé de qué me hablas – fingió.
- De esto hablo – repliqué, enseñándole el
cuaderno. - ¿Cuánto tiempo te costó hacer esto? Y lo bonito que te quedó.
- ¿Te gustó? – preguntó, inseguro.
- Me encantó, campeón – le aseguré, y le estampé un
beso lo más sonoro que pude. – Te quiero mucho, ¿sabías?
Le apreté
más contra mi pecho y me obligué a recordar ese sentimiento la próxima vez que
me viniera con un suspenso, o con un petardo o con cualquier otra de sus
metidas de pata. Harry me había dicho que ese año no se había portado demasiado
bien y lo cierto era que había hecho unas cuantas grandes (cuando me cogió el
dinero, la tontería de esconder petardos, cuando se pasó con Madie…), pero no
quería hacerle sentir que era problemático. Él y Alejandro eran mis saquitos de
problemas pero les adoraba con toda mi alma, como al resto, y nada de lo que
hicieran nunca podría cambiar eso. Puede que tuviera que añadir a Michael a la
ecuación, aunque su situación era muy complicada y algunas de sus mayores
cagadas no habían sido en realidad culpa suya.
- Oye, a mí
nunca me regalas cosas tan bonitas – protestó Zach, fisgoneando el cuaderno. –
Yo también quiero un cuento.
- Mira, para
ti tengo un poema, ¿quieres oírlo?
Hermano querido,
hermano amado.
Eres muy feo
y eres adoptado.
Solo le estaba chinchando y así se lo tomó Zach,
que le dio una colleja que decidí ignorar.
Siguieron
abriendo y estrenando regalos y vi a Alice peleándose con el papel de uno particularmente
grande. Yo sabía lo que era y sonreí con anticipación. Con ayuda de Kurt
consiguió abrirlo y destapó el dichoso balancín con forma de unicornio que
tantas horas me había costado. Quería que fuera blandito, así que había forrado
la madera con felpa de color azul.
Alice se quedó petrificada por unos
instantes y luego comenzó a dar saltitos y a aplaudir.
- ¡Papi, mira!
- Qué chulo, cariño. ¿Quieres montar?
- ¡Shi! – exclamó y pasó su piernecita
por encima con torpeza para subirse. Se balanceó con energía y pocas veces la
he visto sonreír tanto. Saqué el móvil para inmortalizar ese momento y varios
de sus hermanos mayores lo hicieron también.
Decidí ir con Ted y ocuparme de que
abriera sus paquetes de una vez.
- Solo faltas tú – le dije. Le tendí
uno pequeñito con una sonrisa pícara. Eso llamó su atención y lo abrió. Soltó
una pequeña carcajada.
- Papá, tú sentido del humor es de lo
más peculiar – se quejó.
Aquella era mi talla de madera para él:
un colgante con forma de oso panda.
-
No pude resistirme, Teddy – le chinché. Le di la vuelta para que leyera la
inscripción de detrás: “Siempre serás mi osito”. – El grabado no es mío – tuvo
que reconocer. – No tengo la máquina adecuada, lo llevé a la tienda.
Ted
sonrió con mucha vergüenza y me abrazó.
-
Venga, y ahora los regalos de verdad – le dije.
-
Este también fue de verdad - replicó, pero cogió otro paquete.
Lo
abrió y de la sorpresa casi se le cae al suelo.
-
Papá, ¿¡un Iphone!? ¿Un Iphone XS Max? Pero esto es un pastón. Madre mía.
¡Gracias! Cuando pensaba en un Iphone me refería a uno de los más baratos, y en
realidad no te lo dije en serio, lo decía como un imposible, esto es… es… -
empezó y algo en mi expresión le hizo detenerse. – No me lo has comprado tú,
¿verdad? – preguntó y ni siquiera me dio tiempo a responderle. - ¿Andrew?
Asentí,
lentamente.
-
Estaba en la bolsa. Tu nombre está escrito a ordenador…
-
No lo quiero – barbotó y me lo dio.
-
Ted…
-
No lo quiero. Puedes devolvérselo o tirarlo, me da igual.
-
Hijo – empecé, pero en realidad no sabía qué decirle.
-
¡No! ¿Qué se cree? ¿Qué puede comprarme? Hola, Ted, llevo 17 años sin hacerte
un puñetero regalo, pero aquí tienes, un móvil de 1500 dólares para
compensarlos todos juntos.
Dejé
que desahogara porque detrás de toda esa rabia sus ojos habían comenzado a
brillar.
-
¿No se da cuenta que demostrar lo mucho que le sobra el dinero es peor? –
protestó, con un gimoteo. - Es como un recordatorio de que, de haber querido,
podría haberse hecho cargo de nosotros. No, más allá de eso, que podría haberte
ayudado a ti. Vale que no quiera ser padre, pero ¿tanto le costaba soltar un
par de billetes cuando tú te partías la espalda por traer dinero a casa? ¿Qué quería,
verte sufrir? ¿Vernos morir de hambre? ¡Anda y que se meta su Iphone por el
culo!
La
última frase la dijo gritando y sus hermanos dejaron lo que estaban haciendo
para mirarnos. Hannah se tapó la boca.
-
¡Ted, papá te va a hacer pampam! – le dijo.
-
¿Sí? Pues que vaya empezando, tengo muchas más palabras feas para Andrew,
enana.
Cuando
Andrew nos había visitado, Ted no se lo había tomado bien, pero tampoco mal.
Una vez incluso le dejó pasar él. Pero en el fondo estaba igual de dolido que
sus hermanos, sino acaso más. Me pregunté si podía recordarlo. Me pregunté si
su memoria llegaba tan lejos.
Cuando
Ted estaba a punto de cumplir dos años, las facturas del hospital me ahogaban.
Después de nuestro encuentro con mi abuelo, él había estado tres días ingresado
por la falta de oxígeno que había sufrido a causa de aquella estúpida y
violenta pelea. Por ese entonces yo no tenía seguro médico. El dinero que me
reclamaban era simplemente demasiado. Recuerdo lo que me costó tragarme el
orgullo por segunda vez para pedirle ayuda a Andrew. Ya había acudido a él en
una ocasión, antes de ir a ver a mis abuelos y me había rechazado de mala
manera. Pero aquella vez no iba a rendirme. “Tu padre casi le mata” recuerdo
que le dije. “No te estoy pidiendo una limosna. Dame la herencia en vida, la
herencia que por ley estás obligado a darme. Después ya no me verás más”.
Recuerdo cómo no me respondió. Cogió a Ted con una calma apabullante y le colgó
del perchero, como para quitarle de en medio, como si fuera un abrigo.
-
Pero ¿qué haces hijo de…?
No
pude terminar, porque Andrew me agarró de las solapas de la ropa y me empujó
contra la pared.
-
¿Te volviste loco? ¿Cómo coño se te ocurre ir con Joseph? ¿Es que ya no
recuerdas lo que te hizo?
Su
reclamo me pilló desprevenido. Solo el llanto de mi hijo logró hacerme
hablar.
-
¡Ted! ¡Papá, Ted, se está haciendo daño!
Andrew
se apartó y yo pude coger a mi hijo. Le miré en busca de daños y le abracé para
calmarle. Solo entonces reparé en que le había llamado “papá”.
-
No más del que le haces tú, con esta loca idea de ser padre. La gente como
nosotros no debería tener hijos – susurró.
-
Yo ya estoy limpio, papá. Algún día deberías pensar en hacer lo mismo – le dije
y me di la vuelta para marcharme.
-
¡Espera! Necesitas dinero, ¿no? Entonces lo que buscas es un trabajo. Deja al
monstruo aquí conmigo y ve a esta dirección.
No
quería dejar a Ted con él pero, ¿qué otras opciones tenía? No tenía dinero para
una niñera. No tenía dinero para nada. Por primera vez en dos años Andrew se
había ofrecido a cuidar de su hijo. No solo eso, sino que me estaba ayudando,
me estaba ayudando a encontrar un trabajo. Eso no solucionaría todos mis
problemas, pero sí algunos.
-
¿De verdad? – susurré.
-
Antes de que me arrepienta.
-
Necesitarás su bolsa. Tengo pañales y una muda, y biberones, aunque ya solo los
toma por la noche. De comer le puedes hacer una tortilla francesa o… o compra
un potito en la Farmacia, eso te dará menos trabajo. Se porta muy muy bien, de
verdad, ni notarás que está aquí. Si llora dale su peluche, está en la bolsa
también.
-
Aunque te cueste creerlo, he cuidado de un bebé antes, Aidan.
“Eso
es lo que me preocupa” recuerdo que pensé. Sabía que estaba haciendo mal. Sabía
que aquello era un error y aún así me fui. Todavía no sé si fue porque de
verdad necesitaba el dinero o, aunque duela admitirlo, porque también necesitaba
otra cosa: un rato sin el bebé.
La
dirección que Andrew me había dado estaba a muchos kilómetros. Tardé cerca de
dos horas en llegar y me frustró encontrar solamente una casa abandonada. Me
dio mala espina, me iba a volver, pero entonces un hombre salió de un callejón.
Tenía mal aspecto, como de exdrogadicto. O quizá adicto todavía.
-
¿Qué haces aquí? – gritó aquel tipo.
-
Yo… Creo… creo que me equivocado. Mi padre… Andrew me dijo que viniera.
-
¿Andrew? – preguntó el hombre. Su expresión se volvió de pánico total. – Ha…
haberlo dicho antes. Tengo lo que buscas. Por... por favor espera aquí. Vengo
ahora mismo. Ahora mismo, de verdad.
Esperé,
totalmente confundido y en menos de un minuto el hombre regresó cargando una
bolsa.
-
To-tome. Está todo, de verdad. Dígale que está todo, ¿lo hará? Con esto estamos
en paz, ¿no?
Aquel
tipo estaba completamente aterrado. Abrí la bolsa y vi un montón de dinero.
Pero un montón. Allí había cerca de cien mil dólares, que era lo que me pedía
el hospital.
El
corazón se me paró en ese momento. ¿Por qué ese hombre le estaba dando tanto
dinero a Andrew? El estómago empezó a dolerme y sentí náuseas.
-
¿Le ha amenazado? ¿Mi padre le ha amenazado para que le de este dinero?
-
¡No! – aseguró el hombre, con demasiado terror como para sonar creíble. – Él
solo trabaja para mí. Ese es un dinero que le debía.
-
¿Trabaja para usted? ¿En qué, vendiendo droga?
-
¡No! Co…cójalo, ¿de acuerdo? Y dígale que estamos en paz.
El
hombre salió corriendo y me dejó con aquella bolsa llena de dinero sucio. Un
dinero que solucionaría todos mis problemas. Pero yo no podía aceptarlo. No
podía usarlo. Tampoco podía dejarlo ahí. Metí la bolsa en el maletero y conduje
de vuelta a casa de Andrew. No dejé de temblar y sudar en todo el camino,
estaba histérico. ¿Mi padre era un delincuente además de un alcohólico y un
putero? ¿Había hecho daño a alguien? ¿Vendía droga? No estaba en condiciones de
conducir y por eso mismo estampé el coche. No fue un accidente grave, el coche
quedó con un par de abolladuras, pero yo perdí la consciencia. Desperté en un
hospital un par de horas después.
-
¡Ted! – exclamé y me levanté de la camilla, pero el movimiento me mareó.
-
Cálmese, ha tenido un accidente – me dijo una enfermera. – En seguida viene el
doctor.
-
No, no puedo pagarlo. Deje que me vaya, no puedo permitirme más facturas…
-
Sus gastos ya están pagados, señor Whitemore – dijo la enfermera.
-
¿Qué?
-
Aidan – intervino Andrew, desde el fondo de la habitación. ¿Qué hacía ahí?
¿Había venido a verme? – No te preocupes por eso.
¿Lo
había pagado él?
Cuando
la enfermera se fue, le avasallé a preguntas.
-
¿Quién era ese hombre? ¿Por qué tenía tanto miedo? ¿Qué era todo ese dinero?
-
Tranquilízate.
-
¡No me tranquilizo nada! ¿En qué estás metido?
-
La policía sacó el dinero de tu maletero, Aidan. ¿De verdad crees que si fuera
dinero negro me lo habrían dado como si nada?
Eso
me descolocó momentáneamente.
-
Entonces, ¿qué es? ¿Quién era ese tipo?
-
Un cliente.
-
¿¡Qué clase de cliente!? – bramé. – ¡Se supone que compras acciones no que
trates con yonkies!
-
Precisamente, ese hombre me debía un año como asesor de sus finanzas. Sabía que
le iba a denunciar si no me pagaba, por eso estaba tan asustado.
-
¿Crees que soy idiota? No te acerques más a mí ni a mi… ¿Dónde está Ted? –
recordé de pronto.
-
En casa.
-
¿Le dejaste solo en casa? – me horroricé. - ¡Por Dios, Andrew, tiene dos años!
Me
levanté corriendo y busqué mi ropa, porque me habían puesto una de esas estúpidas
batas de hospital.
-
¿Qué haces? No puedes irte, tienes que…
-
¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE O TE JURO POR DIOS QUE LLAMO A LA POLICÍA! – le grité.
Pedí
el alta voluntaria y me fui a por Ted. Mi coche estaba fuera de uso, sin
embargo, así que tuve que aceptar que Andrew me llevara, a pesar de que no le
quería cerca. Siempre había sabido que era un mal padre, pero es que además era
una escoria de ser humano, un criminal, un… un maltratador por negligencia.
Cuando llegamos a su casa, esperaba encontrar a Ted llorando, pero no de esa
manera. Berreaba con demasiada fuerza. Estaba sentado en el suelo, tenía el
pañal sucio, estaba escocido y muy asustado. Solo había pasado cinco horas
alejado de mí y ese había sido el resultado. Eso es lo que hacía tener a Andrew
cerca. Olí a alcohol y vi una botella en el suelo. Una ira homicida me recorrió
la espina dorsal.
-
¿Has bebido mientras estabas con él?
-
¿Por quién me tomas? ¡Estoy sobrio, Aidan! No habría cogido el coche
sino.
-
¿Y esa botella qué coño hace ahí?
-
¡No paraba de llorar y el estúpido peluche no funcionaba! Le di un poco de
cóñac.
-
¿QUÉ HICISTE QUÉ COSA?
-
¡No me mires así, utilicé una jeringuilla, apenas fueron unos mililitros para
calmarle! ¡Contigo también lo hacía!
Me
centré en controlar mi respiración, porque estaba hiperventilando.
-
¿QUÉ MIERDA PASA CONTIGO? ¿QUÉ CABLE FUNCIONA MAL EN TU CABEZA? ¡SOY UN
PUÑETERO ALCÓHOLICO, ANDREW!
-
¡No me culpes a mí de eso!
-
¿Y A QUIÉN SINO SI LO ÚNICO QUE ME HAS ENSEÑADO ES A BEBER Y POR LO VISTO DESDE
QUE ERA UN BEBÉ? ¡POR DIOS, TED, YA DEJA DE LLORAR! - me desesperé.
-
Entonces deja de gritar.
Respiré
hondo, cogí a Ted y salí de allí, antes de cometer parricidio. Me llevó mucho
calmar a Ted y cuando me fue posible le cambié y le di pomada sobre la piel
escocida.
-
Lo siento, lo siento, mi amor, lo siento – le repetía una y otra vez. – Pensé
que podía dejarte con él. Pensé que por una vez no estaba solo.
Al
día siguiente me enteré de que la factura del hospital de Ted estaba pagada.
Recibí solo una nota: “Tu herencia en vida”. No supe si se refería al
dinero, al gen de la mala paternidad o al del alcoholismo.
Fui
a una comisaría a intentar averiguar el origen de ese dinero y me llevé una
sorpresa cuando corroboraron la versión de Andrew. El comisario me aseguró que
ese dinero provenía de los honorarios de Andrew como agente de bolsa. Eso fue
lo único que me permitió aceptar el pago de la factura, pero una parte de mí se
sintió comprada: tendría que haber denunciado a Andrew por lo que le hizo a
Ted. Por dejarle horas enteras con un pañal sucio, por no darle de comer, por
darle alcohol. Hice un pacto conmigo mismo. Ese dinero era una compensación.
Una compensación para Ted, por tener a alguien como Andrew de padre.
- TED’S
POV -
No
quería estropearle la Navidad a nadie, pero tener ese Iphone en la mano
sabiendo su procedencia era demasiado. Lo dejé en la mesa y subí a mi cuarto,
intentando que mis hermanos no me vieran llorar. A los pocos minutos, papá vino
a buscarme. Se sentó en el borde de mi cama sin decir nada y puso una mano en
mi espalda. Yo estaba tumbado boca abajo, y sus caricias que casi llegaban a
masaje consiguieron relajarme.
-
Sabía que los regalos de Andrew estaban ahí, Barie los trajo, pero no imaginé
que fuera a doler tanto – susurré, incorporándome.
-
Mi niño…
-
¿Me das un abrazo? – me dio vergüenza pedirlo.
-
Todos los que quieras, campeón – dijo, con intensidad, y me rodeó con los brazos.
– No tendría que haber aceptado la maldita bolsa. Tenía que haberle dicho a
Barie que la tirara.
-
No… A los enanos les harán ilusión los regalos.
-
Porque no saben de quién vienen.
-
El problema no es que nos haga regalos, sino que no los haya hecho antes. Que
no haya venido ninguna Navidad, ni ningún cumpleaños.
-
Lo sé, cariño, lo sé.
Disfruté
de su abrazo por varios segundos. Era mejor que cualquier cosa que hubiera
podido decir. Hay momentos en los que ninguna respuesta es buena. Que insultara
a Andrew no me iba a ayudar y que le intentara defender me hubiera puesto
furioso. Saber que le tenía a él y que estaba conmigo era suficiente.
-
Siento haber explotado delante de los enanos – murmuré. - ¿Sería mucho pedir
que no te enfadaras conmigo porque estamos en Navidad?
-
No estoy enfadado contigo, Ted. Ni siquiera un poquito – me aseguró.
-
Pues Hannah estaba convencida de que iba a cobrar.
Papá
soltó una risita y me acarició el pelo.
-
No te rías, que el que tiene que bajar a morirse de vergüenza soy yo.
-
Están tan concentrados en los juguetes que ni te van a prestar atención,
Teddy.
-
Que no me llames Teddy. No soy un osito – respondí, con una sonrisa. Sabía lo
que pretendía y había funcionado. Saqué del bolsillo el colgante que me
había regalado. - Aunque algunos se confundan. Oye, siempre pensé que me veías
como un oso pardo y no como un oso panda.
-
Los pandas son más monos. Son como una bolita de pelo adorable.
-
¿Así que soy una bolita de pelo? – le pregunté.
-
No, pero adorable eres un rato. Anda, bajemos. Te dejaste un montón de regalos
sin abrir.
Suspiré,
pero en realidad quería ver qué más tenía. Ningún paquete me había parecido
como una batería. No pensaba enfadarme aunque sí estaba un poco desilusionado.
Sin embargo, cuando bajé y cogí un paquete, me di cuenta de que era un tambor.
En otro había un platillo. ¡Era una batería desmontada!
-
¡Genial! ¿Cuándo la compraste? – le pregunté. Me sorprendió ver que se
ruborizaba.
-
Ehm… El día que salí con Holly. Me ayudó a elegirla. Ella entiende mucho de
estas cosas. Su hijo Sam tiene una batería también.
-
Pues dale las gracias – le pedí. - ¿Cuándo la vamos a ver otra vez?
-
¿Te gustaría?
-
Claro. Fue muy buena conmigo en el hospital.
Papá
sonrió y yo me quedé montando la batería. Todavía tenía dos paquetes sin abrir.
Iba a ponerme a ello, cuando Hannah soltó un gritito y se puso a llorar. Kurt
le había pillado la manita sin querer con la caja que movía de un lado a otro.
-
¡Kurt! Deja eso ahí, es para guardar los juguetes, no para hacer el bruto – le
dijo papá, y cogió a Hannah en brazos para que dejara de llorar.
Papá
no le había gritado, pero Kurt se puso triste igual y salió del salón. Decidí
seguirle ya que Aidan estaba ocupado con Hannah y le vi subir a su cuarto y
meterse bajo su cama.
-
Uy. ¿Estamos jugando al escondite? – le pregunté, asomando la cabeza en su
escondrijo.
-
Ño.
-
¿No? ¿Entonces qué haces ahí?
-
Papá se ha enfadado conmigo – puchereó.
-
¿Tú crees? Yo no le he visto enfadado.
-
Me regañó – protestó, con una vocecita supertierna.
-
Eso no fue un regaño, Kurt. Sabemos que fue sin querer, enano. Pero es mejor si
no rodamos más la cajita, ¿mm? Anda, sal de ahí. ¿Ya has abierto todos tus
regalos?
-
Shi.
-
¿Me enseñas qué son? – le pedí, tendiéndole la mano. Kurt la agarró y salió de
ahí debajo, accediendo a venir conmigo. – No se puede estar triste en Navidad,
¿eh?
-
Tú estabas triste antes – me acusó.
-
Bueno, pero ya se me pasó.
Kurt
me enseñó sus juguetes y mis ojos buscaron el paquete misterioso, ese que ni
Aidan, ni yo, Andrew, ni mis hermanos, le habíamos dejado. Recordaba todo lo
que le había comprado Aidan, sabía que Andrew le había regalado unos patines,
los gemelos, Madie y Barie le habían comprado un disfraz de Superman y Michael,
Alejandro y yo una caja de pinturas y folios bastante completa. Así que, por
descarte, el regalo sin dueño tenía que ser el peluche de una mamá canguro con
su bebé.
¿De
dónde habría salido? Al enano le había gustado mucho. Me preguntó si yo tenía
peluches, no sé si preguntándose si era un regalo “de chicos”. Kurt a veces era
vergonzoso con esas cosas y otras en cambio le pedía a Barie que le pintara las
uñas.
-
Me molesta tener peluches en la cama, enano, pero todavía guardo los que me
regaló papá – le aseguré. – y ya sabes que Zach tiene tantos que un día no va a
caber él en la cama.
Kurt
sonrió y abrazó el peluche. Un pensamiento irracional pasó por mi cabeza.
¿Acaso no había pedido Kurt una mamá? ¿Y si ese peluche era el símbolo de que
iba a conseguirla? ¿Y si alguien le estaba enviando una señal?
Sacudí
la cabeza. Qué tontería.
- MICHAEL’S
POV-
Aidan
me había comprado todas las películas que le había pedido. Había ayudado a los
enanos a abrir algunos de sus regalos, así que comprobé que a todos les había
regalado varias cosas… y a mí también. No solo estaban las películas, sino que
también me había comprado un reproductor de DVD portátil, para que no
dependiera de que la tele o el ordenador quedaran libres. Y una cámara de
vídeo. Eso no lo había pedido, pero me gustaba. Y había también un libro, se
titulaba “Más fuerte que el odio” y me llamó la atención. ¿Era alguna clase de
menaje subliminal? ¿Algo así como “Vas a superar toda la mierda que te ha
pasado, ya verás que sí”? No parecía difícil de leer, le daría una
oportunidad.
También
había algo más, un paquete pequeño. Se trataba de una talla de madera. Era un
lobo aullándole a la luna, y a sus pies había otro lobo más pequeño, un
lobezno.
¿Cómo
iba a poder sobrevivir en el mundo real después de aquello? ¿Cómo podía ponerme
mi coraza si me mandaban a la cárcel? Aidan había roto todos mis escudos y mis
defensas. No era más que un niño que aún se alegraba de tener regalos de
Navidad. Era un cachorro indefenso en un mundo que se lo quería comer… Abracé
la figurita. Si Aidan me protegía como los lobos protegían a sus crías, nada
malo podía pasarme.
-
¿Te gustó? – me preguntó, sobresaltándome un poco al acercarse por la
espalda.
-
¿La has hecho tú? Es muy bonita. ¿Me enseñaras a hacer esto?
-
¿Tallar la madera? Cuando quieras.
Le
sonreí. Cogí la cámara y empecé a grabar a mis hermanos.
Mis
hermanos. Yo era el hermano mayor de una camada de doce. Mi camada.
Solo puedo decir que me encantaron ambos capítulos que rico es leer tan seguido 11 hermanos
ResponderBorrarIgual que Kar77 un placer leer 2 capitulos seguidos. Me encanto, pero me llena de dudas quien fue el autor de los regalos sorpresa. Mucho misterio. Continua pronto
ResponderBorrarAaaww que capitulo tan más bello!!
ResponderBorrarMe encantó que los niños hayan tenido una navidad increíble y que hayan recibido muchos regalos!!
Michael bien lindo no se esperaba también regalos!!