Marcos se
despertó al escuchar un sonido muy particular, como el de un perrito
olfateando. Cuando abrió los ojos, se encontró con los de Gabriel, azules y
limpios, que le miraban con interés. El niño le estaba olisqueando y en ese
momento se mostraba bastante interesado en el olor de su pelo.
-
Buenos días a ti
también – saludó Marcos. - ¿Has dormido
bien?
Se había
empeñado en hablar mucho, aunque el chico no pudiera entenderle. Con suerte,
además de a su voz, acabaría por acostumbrarse a las palabras y algún día
estaría preparado para aprender alguna.
Le observó en
silencio por unos instantes. Gabi tenía un rostro angelical y juvenil. En ese
momento estaba tranquilo, así que no enseñaba los dientes ni gruñía. Si tan
solo pudiera enseñarle a comunicarse… A comunicarse de forma elaborada, como
una persona.
Las tripas de
Gabriel sonaron ruidosamente y Marcos le sonrió.
-
Hora de desayunar. ¿Me
esperas aquí mientras lo preparo?
Se levantó de la
cama y el niño le observó con curiosidad. Gateó sobre las sábanas y puso un pie
en el suelo, como tanteando el terreno.
-
No, no. Quédate – dijo
Marcos.
Como los gestos
funcionaban con él mejor que las palabras, le agarró las piernas y se las puso
sobre la cama. Gabriel pareció entender, porque no volvió a intentar levantarse.
Con la tranquilidad de que le dejaba en un lugar seguro, Marcos fue a asearse
un poco y a preparar el desayuno.
Sabía que
Gabriel no reaccionaba demasiado bien ante los vasos de cristal o los
cubiertos. Ya no se alteraba tanto como en sus primeros días en el hospital,
pero lo más probable es que si le ponía un vaso de Colacao, no se lo tomara. Ni
siquiera estaba seguro de que el niño supiera entender que se trataba solo de
leche con cacao. ¿Sabría lo que era el cacao?. En el hospital, se habían limitado
a darle fruta, porque era lo único que quería desayunar, pero Marcos decidió
hacer algo más. Peló y partió una mandarina y la puso en un cuenco. Después
tostó dos rebanadas de pan y las untó de mantequilla. Por último, cogió un
pedazo de chocolate de la despensa. Se hizo un café para sí mismo y después fue
buscar a Gabi.
Se llevó un buen
susto cuando no le vio en su habitación, pero enseguida dio con él en otro de
los dormitorios de la casa. Gabriel había deshecho la cama y estaba saltando
juguetonamente sobre el colchón. A Marcos se le escapó una sonrisa: eso no era
muy diferente a lo que hacían otros niños. Le gustó ver ese pequeño deje
infantil, un comportamiento no muy distinto del que se esperaba de una persona
de su edad. Quizá era más propio de chicos más pequeños, pero no se iba a poner
tan tiquismiquis: Gabriel parecía contento y eso le provocó un inexplicable
calor en el pecho.
Sabía que tenía
que sermonearle un poco, no obstante. No porque el niño fuera a entenderle,
pero sí para que asociara determinadas acciones con un tono disgustado.
-
No se salta sobre la
cama, Gabriel. Mira cómo lo has dejado todo. Ahora la tengo que volver a hacer.
Sin darse cuenta
de lo que estaba haciendo, caminó hasta él y tomó al niño de la mano para que
se bajara. Gabi tiró un poco, no para resistirse, sino sin entender el
repentino contacto. A los pocos segundos, comprendió que se suponía que tenía
que seguirle y se dejó llevar. Marcos pensó que en realidad era un chico
bastante dócil. Solo se ponía terco y a la defensiva ante las cosas que le
daban miedo.
Le llevó al
comedor y le puso al lado de la silla. Gabriel se sentó, como la noche
anterior, aparentemente reconociendo el lugar y la posición. Marcos le sirvió
el desayuno que había preparado y el niño cogió con la mano un gajo de la
mandarina, lo olió y se lo metió en la boca. Se acabó la fruta en pocos
segundos y después miró las tostadas como si fueran un objeto sospechoso. Las
tocó con un dedo, casi esperando que el pan le mordiera o se transformara en
otra cosa.
Marcos optó por
coger una de las rebanadas y darle un mordisco, para que entendiera que eran
para comer. Gabriel abrió mucho los ojos, como si jamás se le hubiera ocurrido
darle ese uso. Cogió el otro trozo y chupó la mantequilla. Paladeó el sabor por
unos instantes y después le dio un mordisco, abriendo mucho las mandíbulas y
haciendo un sonido gutural, como el de un león antes de morder a su presa.
-
¿Está rico? – le
preguntó Marcos.
Gabriel le miró
sin dejar de comer. En cuanto se acabó la tostada, Marcos le ofreció el
chocolate. Era una porción pequeña, y Gabriel la tomó en la palma de su mano.
La examinó desde todos los ángulos, la olisqueó y le dio un lametón tímido,
casi como preguntando si eso también era para comer. Finalmente se lo metió en
la boca y de pronto se puso de pie. Marcos se asustó por el movimiento brusco.
Gabriel se señaló los labios con muchos aspavientos, abrió la boca y dejó ver
la chocolatina medio derretida. Se la tragó ruidosamente y levantó las cejas.
Dio un par de golpecitos en la mesa, como si estuviera tocando un tambor.
Marcos entendió que era su peculiar forma de mostrar entusiasmo.
-
Te ha gustado, ¿no?
Gabriel se
acercó a él y le cogió un brazo. Le abrió la mano, le examinó las mangas y
repitió la operación con el otro.
-
No, Gabi, no tengo más.
Mañana te doy otro. Pero, ya que tienes tanta hambre y de momento estoy
teniendo mucha suerte, vamos a probar con un poco de leche – le dijo y fue
hasta la nevera de la cocina para coger un cartón. Buscó también una taza algo
vieja con el dibujo de una vaquita. Echó la leche en la taza delante de él,
para que el niño viera de dónde salía y no pensara que había aparecido en el
recipiente por arte de magia.
Gabriel
le miró con interés por unos momentos, pero luego se dejó caer en la silla sin
entusiasmo. Era muy expresivo, así que el gesto resultó muy elocuente.
-
Sí, ya sé, ya sé. No es
chocolate. Pero está bueno también, ya verás.
Le
acercó la taza y el niño pasó los dedos por el dibujo. Recorrió con el índice
toda la superficie y después metió la yema en la leche. Se lamió el dedo y ya
no mostró más interés. Marcos intentó acercarle la aza a la boca, pero Gabriel
le dio un manotazo y tiró la taza al suelo. El chico se comunicaba a base de
manotazos cuando algo no le gustaba y Marcos se esforzó por recordar que no
estaba siendo caprichoso, simplemente era su forma de decir “no”.
-
No hacía falta hacer
eso – le reprochó. Se levantó a por un trapo pero entonces Gabriel intentó
ponerse de pie. - ¡No! – le gritó. – Te vas a clavar un trozo.
El niño iba
descalzo y la taza se había roto al caerse. Gabriel se encogió ante el grito,
pero después continuó con lo que se proponía. Marcos le agarró por debajo de
las axilas para levantarle y que sus pies no tocaran el suelo. Gabriel se puso
a patalear, desesperado y justo en ese momento la puerta de la casa de abrió:
su hermano había entrado, con sus llaves de repuesto. Eran apenas las diez y
media de la mañana. El viaje desde Sevilla era de cinco horas. ¿Acaso Rubén no
había dormido por ir a verle?
-
¡Mfggh! – Gabriel
gruñía y bufaba con indignación y seguía revolviéndose para que Marcos le
soltara. Finalmente, una de sus patadas le acertó justo en la entrepierna, y
Marcos dejó escapar un quejido de dolor.
-
Vaya, hermanito – le
saludó Rubén. Veo que lo de ser padre te sienta como un dolor en los co…
-
Muy gracioso – le
interrumpió. No digas tacos delante de él, a ver si lo primero que va a
aprender a decir es una palabrota. Deja de reírte y ven a echarme una mano,
¿no?
Gabriel,
al ver que no le soltaba, le dio un mordisco.
-
Una mano al cuello de
ese mocoso, más bien – replicó Rubén, ya más serio. Se acercó y recogió con
cuidado los restos de la taza. - ¿Qué ha pasado?
-
Nada, creo que la leche
no le gusta, o tal vez sea la taza.
Gabriel
se agitó todavía más, ahora asustado por la presencia de un desconocido. Marcos
le dejó en el suelo y el niño corrió hasta el sofá y se subió encima, como si
estar ahí arriba pudiera protegerle del extraño.
-
No mentías al decir que
es un salvaje, ¿no? ¿Y cómo lo piensas domar? – preguntó Rubén.
-
No me entiende cuando
le hablo. Hay que tenerle paciencia.
-
Precisamente porque no
entiende las palabras, deberías hablarle con más firmeza. Que vea que estás
enfadado – le aconsejó su hermano.
-
¿Qué quieres decir?
-
Mostrarle quién manda.
No me mires así. Se comporta como un animalito, tú mismo me lo dijiste, así que
tiene que entender que tú eres el macho alfa.
Marcos
rodó los ojos. Rubén siempre había sido el más bruto de los dos.
-
Gabi, baja de ahí, no
pasa nada – le pidió y se acercó al sofá para tratar de que bajara. El niño le
gruñó y se agachó ligeramente, en una pose de ataque y cuando Marcos acercó la
mano chasqueó los dientes, como si quisiera decir “si te acerca más, te
muerdo”. Marcos le ignoró y le agarró del brazo, pero entonces Gabriel le clavó
las uñas y le dio un arañazo tremendo, dejándole un pequeño rastro de sangre.
-
¡No se araña! – bramó
Rubén y dio una palmada en el aire. El sonido del aplauso sobresaltó a Gabriel,
que se apoyó en el respaldo del sofá y se hizo pequeño, abrazándose las
piernas. - ¿Lo ves? Firme y enfadado. Ahora ha entendido que eso no lo puede
hacer.
-
Me parece que solo ha
entendido que eres grande y das miedo, Rubén. Anda, mejor espérame en la
cocina. Aún no te conoce y le asustas. Conmigo ya va teniendo confianza.
Su
hermano accedió a su petición, refunfuñando. Marcos contempló al niño hecho
bolita frente a él y supo, como si no lo supiera antes, que se le echaban
encima unos días bastante difíciles.
Qué bueno que estés actualizando todas tus historias
ResponderBorrarMe encanta esta historia. Es original de los relatos de x aqui. Ya deseo seguir y ver como se las arreglan estos dos Marcos y Gaby. Por favor continua pronto.
ResponderBorrarGrace
Ojalá algún día logren comunicarse y es que si se le vienen días complicados!!..
ResponderBorrarJajaja su hermano llegó con muchas reglas!! 🤦🏼♀️