CAPÍTULO 77: AÑO NUEVO
La
visita de Andrew dejó muchas cosas que procesar. No podía saber si papá me lo
había contado todo, sospechaba que había algo que se estaba guardando, pero
solo con lo que sí me había dicho daría para varias horas de psicólogo. Mi
padre era fruto de una violación, su madre había muerto por culpa del hombre
que le había engendrado y Andrew era un espía que mataba criminales de alto
riesgo como medio de vida. Ah, y papá nos podía adoptar. Aún estaba intentando
asimilar eso.
Sin
duda, el año estaba terminando por todo lo alto. Un año que había estado lleno
de altibajos y que, como ya era costumbre en mi peculiar familia, nos dejaba al
menos con un miembro más. O con dos: tal vez Andrew tuviera un hueco. Todavía
no sabía qué pensar al respecto. Que no se opusiera a la adopción me había
hecho muy feliz y además había que tener en cuenta que había salvado a mi padre
de criarse con un hombre como Greyson. Pero no le había tratado bien mientras
crecía y no había estado ahí para nosotros. Podía entender que su vida había
sido complicada, pero no sabía si podía perdonar todos sus errores. Tal vez
algún día. Paso a paso. Por el momento, decidí abrir el iphone que me había
regalado y eso me dio algo con lo que entretenerme. Configurarlo y ponerlo en
marcha me ayudó a alejar la mente de los nuevos descubrimientos.
Papá
intentó encontrar también su vía de escape. Se concentró en todo lo que el
abogado de Michael nos había dicho. Después se centró en preparar la
celebración del año nuevo. Pero sus ojos no eran los de siempre. Estaban
apagados, igual que él, que apenas hablaba y apenas se reía. Finalmente, en la
mañana del día de Nochevieja, se derrumbó.
Hannah
y Alice estaban peleando por el unicornio-balancín, nada serio, aunque las
voces de mis hermanitas cuando usaban ese tono quejoso era muy aguda y algo
molesta.
-
¡Me toca a mí! - protestaba Hannah.
-
¡Tú ya has estado antes! - respondía Alice.
-
¡Y tú también!
-
¡Pero es mío!
-
¡Papá dijo que lo tenías que compartir! ¡Papá, papá! ¡Papi, díselo! - pidió
Hannah y entró a la cocina a buscar a papá, que estaba preparando cosas para la
cena de fin de año. Tenía que empezar temprano, porque sino por la tarde no le
daba tiempo a todo.
Yo
seguí a Hannah hasta la cocina, porque tneía un mal presentimiento. Mi
hermanita agarró a Aidan del pantalón para llamar su atención.
-
¿Qué le diga qué, Hannah?
Papá
sonaba cansado. Dudaba que hubiera dormido algo aquella noche.
-
¡Que tiene que compartir el unicornio!
-
¡Tú ya has jugado con él! - se quejó Alice. - ¡Ahora quiero “juegar” yo!
Papá
dejó el pavo bruscamente sobre la encimera, haciendo que mis hermanitas le
miraran.
-
¿No os he dicho mil veces que no podéis entrar a la cocina? - gruñó.
Hannah
y Alice enmudecieron, sin saber qué responder. No podían jugar allí, ni entrar
ellas solas, pero normalmente no pasaba nada si querían ir a decirle algo a
papá y luego salían. Además Aidan no tenía nada en el fuego en ese
momento.
-
Peques, papá está ocupado ahora – intervine yo, antes de que la olla a presión
que era Aidan en ese momento hiciera explosión o peor, implosión. - Tenéis que
turnaros para jugar con el balancín. De todas formas es un poco pequeño para
ti, Hannah.
Las
empujé suavemente hasta sacarlas de la cocina y cerré la puerta, ignorando sus
suaves protestas. Acabarían por resolverlo solas, mis hermanos estaban
acostumbrados a solucionar conflictos en torno a los juguetes. Inventarían un
juego en el que una era una princesa montada sobre el unicornio y otra una
bruja que la quería hechizar o algo así.
Papá
empezó a vaciar las entrañas del pavo y, si eso ya es de por sí una imagen
desagradable, verle haciéndolo con tanta violencia era casi nauseabundo. El
pobre pavo no iba a llegar entero para la cena, lo estaba viendo venir.
-
Papá, para un momento – le pedí, pero él me ignoró. - Aidan – le llamé,
sabiendo que tendría más efecto al utilizar su nombre propio. Me lanzó una
mirada envenenada. - Cuando nos adoptes tendré que dejar de hacer eso – bromeé,
intentando que se relajara.
-
Deberías dejar de hacerlo ahora. Nunca me ha gustado que me llames por mi
nombre. Además, creo que técnicamente sería “Andrew” - masculló. - Y, por lo
visto, quedan tres meses para mi cumpleaños, en lugar de once. No le pregunté
el día. Tal vez cumplo el mismo día que Madie.
Pobre
papá. Eran demasiadas cosas juntas.
-
Siempre serás Aidan – le aseguré. - Y por mí podemos seguir celebrando tu
cumpleaños en Noviembre. Ninguna de esas cosas cambian quién eres.
-
Pero mi padre sí es otra persona. No es quien yo pensaba, en todos los sentidos
de la expresión. No solo no soy hijo de Andrew, sino que él no es lo que yo
creía que era.
No
supe qué responder a eso, porque básicamente era verdad.
-
¿Quieres que hablemos? - le ofrecí. - Apenas comentamos nada desde que se
fueron Andrew y el abogado.
Papá me miró con cariño y pude ver en sus ojos un poco de esa luz que había echado en falta.
Papá me miró con cariño y pude ver en sus ojos un poco de esa luz que había echado en falta.
-
Soy yo el que debería estar disponible para escucharte a ti. Han sido muchas
novedades juntas. ¿Cómo lo estás llevando? - me preguntó.
Me
frustró que ignorara sus preocupaciones para encargarse de las mías. Alguna vez
tenía que ponerse él en primer lugar, o iba a pasarle factura. Necesitaba
desahogarse, no podía cargar con todo eso él solo. Pero papá se cerró en banda,
poco dispuesto a compartir conmigo sus angustias y temores.
Estuvimos hablando un rato sobre la adopción. Incluso aunque Andrew usara su influencia para acelerar las cosas, algo que papá aún no estaba convencido de querer hacer, podría llevar un tiempo, porque no convenía empezar ningún trámite hasta que todo lo de Michael se solucionara. La gente de protección de menores podía restarnos puntos por vivir con un delincuente con causas pendientes.
Después
Aidan me dijo que tenía que continuar cocinando, pero no me dejó ayudarle.
Cuando le insistí me confesó que necesitaba estar solo y eso activó mis
alarmas: papá nunca quería estar solo. Lo que terminó de asutarme fue cuando un
rato después le descubrí llorando y mirando algo en el móvil.
- AIDAN'S POV -
Habia tenido varias pesadillas aquella noche, aunque apenas recordaba alguna. A las dos de la mañana renuncié a dormir y me quedé despierto, pensando, y eso no fue buena idea. No dejaba de revivir la conversación que había tenido con mi padre. Estuve dando vueltas en la cama mientras reproducía y reinterpretaba partes de mi vida como si fueran una película.
Hice
algo todavía más estúpido: imaginar cómo hubiera sido mi infancia si mi madre
no hubiera muerto en aquel accidente provocado. Resultó tan doloroso que me
obligué a parar y me levanté a ver dormir a mis hijos. Eso siempre me había
dado paz. Harry había tirado su manta y se la coloqué con cuidado. Aún no le
había dicho ni a él ni a su gemelo que Andrew no era mi padre biológico y que
por eso les podía adoptar. Esa parte tenía que contársela a todos, pero debía
pensar una manera de que los peques lo entendieran y no se impactaran
demasiado.
Los
únicos que sabían la historia completa eran Michael y Ted, aunque realmente no:
había omitido cuidadosamente la existencia de Sebastian y Dean. No sé por qué
no se lo había dicho. Tal vez estaba esperando a saber algo más sobre ellos o a
terminar de aceptar que nos habían robado una vida juntos.
Aquella
noche más que nunca tuve sentimiento encontrados hacia mi padre. Me había
ocultado la existencia de dos hermanos, pero había renunciado a todo por mí. Y
a su vez había renunciado a mí, por sentirse atrapado en su peculiar trabajo,
pero ahora volvía para permitirme adoptar a sus hijos, que eran los míos. Era todo
demasiado confuso. No podía odiarle ni quererle sin reservas.
No
tenía lo que se dice un ánimo festivo para recibir el nuevo año, pero no
pensaba amargarle a nadie las celebraciones de Nochevieja. Me puse a preparar
el pavo y casi pago mi dolor con las enanas, pero Ted no me dejó. Mi hijo
intentó consolarme, una vez más ocupando un lugar que no le correspondía. Tenía
que dejar de apoyarme en él. Bastantes cosas tendría él solito en la cabeza.
Hablamos durante un rato pero empecé a notar que el nudo que había en mi
garganta crecía y crecía al pensar que mi padre biológico y mi hijo más
reciente se iban a ver las caras en un juicio. Si las cosas salían bien,
después iba a adoptarles a todos, pero si salían mal... Si salían mal,
¿realmente que podía hacer? ¿Cuántos años podían caerle a Michael? Un solo día
sería demasiado, mi niño ya había sufrido mucho.
Necesitaba
quedarme a solas para controlar mi respiración y frenar el ataque de ansiedad
que estaba por sufrir. Cuando Ted se fue, apoyé las manos en la encimera d ella
cocina. Uno, dos. Respirar, expirar. Todo iba a salir bien. Andrew estaba
convencido de que iba a salir bien. Aunque, ¿no había dicho Eliah que declarar
podía traerle problemas? Esto iba a sonar horrible, pero entre el bienestar de
mi padre y el de mi hijo, elegía el de mi hijo. Pero eso no significaba que
quisiera que a Andrew le pasase nada.
Mi
móvil vibró con un mensaje nuevo. Mi padre me había escrito, como invocado por
mis pensamientos. Su mensaje no decía nada, solo me enviaba dos ficheros
adjuntos. Era la información sobre Sebastian y Dean que le había pedido. Ni
siquiera fui capaz de abrirlos. Me quedé mirando el móvil y me eché a llorar.
¿Tendría una carpeta como esa de todos nosotros? ¿Eran sus hijos un asunto más
que tener almacenado en el ordenador, como sus casos de espía? Aunque
probablemente esos no los tuviera en un lugar tan poco seguro.
Sentí
que tenía que salir a tomar el aire, pero no podía simplemente dejar a mis
hijos solos.
“No
es la primera vez. Michael y Ted pueden cuidar de los enanos por un rato”
dijo una voz en mi cabeza.
“No quiero que Ted asuma responsabilidades que no le tocan, ¿recuerdas?”
“No quiero que Ted asuma responsabilidades que no le tocan, ¿recuerdas?”
“Ya,
bueno, mira: tienes doce hijos. A no ser que te puedas multiplicar, en algún
momento vas a necesitar ayuda. Todos los hermanos mayores cuidan alguna vez de
los pequeños”.
Mientras
yo mantenía ese diálogo conmigo mismo, alguien se había acercado
silenciosamente y había puesto una mano sobre mi hombro. Levanté la cabeza para
encontrar a Ted y solté una risa triste por que apareciera justo en ese
instante.
-
Pa... ¿estás bien? - me preguntó.
Asentí,
pero realmente no era un buen mentiroso. Hice esfuerzos por serenarme. Cerré
los ojos y respiré hondo.
-
Creo que necesito dar un paseo... ¿te importaría vigilar a tus hermanos por un
rato? Prometo que no tardaré – le dije.
Ted puso su mano en mi mejilla de la misma forma en la que lo hacía Alice a veces, como para comprobar si estaba bien afeitado.
-
No vuelvas hasta la hora de comer – me ordenó.
-
Ey. ¿Quién es el padre aquí? - protesté.
-
Tú. Por eso necesitamos que estés bien y cuides de ti como lo haces de
nosotros.
“¿Me
lo puedo comer?” pensé, conmovido una vez más por lo especial que era mi
pequeño.
“No,
que te quedas sin él” respondió mi voz interior, sola que esa vez sonó
diferente. No sonó como yo, sino que fue una voz de mujer, asombrosamente
parecida a la de Holly. De pronto supe con quién me hacía falta hablar.
Le
di las gracias a Ted y algunas instrucciones, tales como llamarme
inmediatamente si necesitaba cualquier cosa. Salí y cogí el coche. Normalmente
yo no disfrutaba de conducir tanto como mi hijo, pero porque cuando me ponía
tras el volante era para llegar con prisa a algún sitio, como el colegio, el
médico, la editorial, etc. Ese día en el coche iba yo solo y en la radio no
sonaban canciones infantiles, sino una emisora de rock.
Conduje
directamente hasta la casa de Holly. Aquello era una locura, ni siquiera le
había avisado. Aparqué a pocos metros de su casa y saqué el móvil. Me lo cogió
al tercer toque.
-
¿Aidan? - preguntó. Le había salido mi nombre en la pantalla.
-
Señorita Pickman, le informo de que en unos dos minutos van a llamar a su
puerta. No abra, repito, no abra, a no ser que quiera sufrir las consecuencias.
Solo
con su risa aligeró la carga que sentía sobre mis hombros.
-
¿Y qué consecuencias serían esas? - preguntó, divertida.
-
Ah, si quiere averiguarlo va a tener que abrir la puerta. Me han dado permiso
para salir hasta la hora de comer – bromeé.
La
escuché reír otra vez.
-
Estoy en pijama, Aidan - me confesó. - Al menos dame tiempo a que me
vista.
-
No veo por qué, si así estás perfecta.
-
Llevo una bata rota de estar por casa y una mascarilla horrible en la cara,
cortesía de mi hija mayor. Para que te hagas una idea de mis pintas, creo que
Tyler se acaba de esconder para no verme.
Fue mi turno de reírme y me hizo bien. No creí que pudiera reírme por una temporada.
Fue mi turno de reírme y me hizo bien. No creí que pudiera reírme por una temporada.
-
Esperaré lo que necesites. Pero, si puedes, me gustaría verte – respondí, ya
hablando en serio.
-
Dame diez minutos – me pidió.
En
exactamente nueve minutos y quince segundos estaba saliendo por la puerta. Creo
que era la primera vez que la veía sin maquillar y quise tomármelo como un
signo de confianza. Se sentía lo bastante a gusto conmigo como para dejar que
la viera al natural, cuando, por lo que sabía, era una persona insegura que
rara vez salía de su casa sin por lo menos algo de rimel y sombra de
ojos.
Estaba
maravillosa. Llevaba un abrigo largo que la cubría casi todo el cuerpo y
estilizaba mucho su figura. Sus grandes ojos azules eran como dos faros que
venían a sacarme de las tinieblas.
-
Si me llegas a avisar de que ibas a estar tan guapa, me hago una coleta por lo
menos – dije, observándola apoyado sobre mi coche.
Eso
bastó para hacer que se ruborizara. Sus mejillas se sonrojaban con la facilidad
con la que un pez nada en el agua.
-
Me gusta tu pelo así – me respondió. - Enmarañado.
-
Un nido de pájaros – respondí, parafraseando lo que me había dicho el otro día.
- ¿Te pillé en mal momento? - pregunté, consciente de que su vida familiar era
tan complicada como la mía.
-
No, sorprendentemente todo está en paz y armonía hoy.
Antes
de que ninguno de los dos pudiera decir nada más, la puerta de su casa volvió a
abrirse y salió Sam, con un bolso en la mano.
-
Mamá, te olvidaste esto – explicó y a mí me dedicó una sonrisa. - Hola. Veo que
seguiste mi consejo.
- ¿Qué consejo? - preguntó Holly.
- ¿Qué consejo? - preguntó Holly.
-
Que dejara de ser un idiota – respondió él.
-
¡Samuel!
-
Ay, mamá, hoy me vas a gastar el nombre.
-
Porque estás muy palabrotero. Tienes hermanos pequeños, ¿sabes? Y luego van por
ahí repitiendo todo lo que oyen – le regañó.
-
Intento cortarme delante de ellos – se defendió Sam.
-
Pues córtate también delante de mí. Y de Aidan. Discúlpate con él.
-
Perdón – musitó el chico, a duras penas conteniendo una sonrisa. - No eres
idiota, solo actuaste como uno.
-
Samuel, acabarás consiguiendo que me enfade, ¿eh?
-
No puedes enfadarte conmigo, mamá – respondió Sam, con descaro, y le dio un
beso en la mejilla. - Y bien que me aprovecho – añadió, justo antes de darse
media vuelta y meterse de nuevo en la casa.
Solté
una risita al ver la cara de indignación de Holly.
-
Es un gran chico ese que tienes – dije y su expresión se suavizó hasta formar
una sonrisa.
-
Lo sé. Últimamente se está esforzando por llamarme siempre “mamá”. Sabe que así
me hace feliz. Para él es difícil, porque tenía una relación muy especial con
su madre.
-
Por lo que he visto, también tiene una relación muy especial contigo.
Holly
sonrió más.
-
No siempre está así de payaso. Son raros los momentos en los que se comporta
como un chico de su edad. Me disculpo por lo que te ha dicho, no ha estado
bien.
-
Tiene toda la razón. Fui un idiota que casi deja marchar a la mujer más
increíble que ha conocido – respondí. Holly fue incapaz de sostenerme la
mirada.
-
No hay nada de increíble.
-
¿Bromeas? ¿Madre de once, periodista de gran talento, generosa, solidaria y,
por si fuera poco, guapísima?
-
Bueno, ya vale de hacerme sonrojar, ¿no? - se quejó.
-
Nop. Creo que es mi nuevo deporte favorito.
Habíamos
ido caminando hacia mi coche y, sin pensarlo, le abrí la puerta, aunque todavía
no habíamos dicho a dónde íbamos. Mi pequeña burbuja de felicidad se pinchó un
poco mientras ocupaba el asiento del conductor. Ver a Holly me había puesto de
buen humor, pero no podía olvidar todas las cosas que me habían llevado a mi
pequeña crisis.
-
Siento si no soy romántico y divertido, pero en realidad he venido a verte
porque necesito hablar contigo – confesé.
-
¿Ha pasado algo? ¿Tiene que ver con lo que hablamos el otro día de tu padre?
Asentí
y empecé a contarle todo, sin dejarme nada, desde la muerte de mi madre, al
trabajo de mi padre y mis hermanos perdidos. Ni siquiera me paré a pensar en la
conveniencia de compartir el secreto de mi padre con ella. Aún no había
procesado bien todo aquello del mundo del espionaje. Hablé también del miedo
que sentía por Michael, y de la cita pendiente de Kurt con el cardiólogo.
Compartí todo lo que me angustiaba y, al decirlo, el nudo de mi garganta y de
mi pecho se deshizo ligeramente, transformándose en lágrimas que me negaba a
derramar.
-
… ahora mismo no... no sé ni quién soy... ni qué voy a hacer, pero a mis hijos
no puede pasarles nada. Lo único que quiero es adoptarles y que todo esto
termine de una vez... yo...
Me
detuve, porque noté que me fallaba la voz. Holly me había escuchado sin
interrumpirme, pero en ese momento me mandó callar con un siseo suave y me
abrazó, obligándome a apoyarme sobre ella. Lo que sentí podía resumirse en una
palabra: calidez.
-
Todo va a salir bien, Aidan – me aseguró. - No puedes cambiar el pasado, pero
sí puedes usarlo en beneficio de tu futuro. Todo lo que ahora sabes sobre ese
hombre, Greyson, te ayudará a salvar a Michael. Él no es tu padre. Tú sabes
mejor que nadie que padre es el que está ahí, luchando por sus hijos. Dándoles
su amor. Y un hombre capaz de hacer lo que le hizo a tu madre, no puede amar.
-
Entre él y Andrew, me quedo con Andrew – confirmé. - Pero tampoco es el mejor
modelo de paternidad.
Holly
no dijo nada y enredó sus dedos en mi pelo. Acabé recostado sobre ella,
utilizando sus piernas de almohada, agradeciendo el triple espacio delantero de
los vehículos de nueve plazas. Allí, en aquel asiento de mi coche, me sentía en
casa, como si sus brazos fueran el lugar al que yo pertenecía. Me relajé en
silencio, disfrutando de sus caricias, algo avergonzado por haberme mostrado
tan vulnerable delante de ella.
-
Una vez me dijiste algo así como que ninguno de los dos había tenido suerte con
los padres que nos habían tocado – recordé. - ¿A qué te referías? ¿Qué pasa con
los tuyos?
Me
había contado que se había hecho cargo de su hermano desde que este tenía doce
años. ¿Tal vez habían muerto?
-
No creo que este sea el momento...
Se
puso algo tensa. Eso aumentó mi curiosidad.
-
Por favor. Me consolaría saber que no soy el único con un pasado raro.
-
En mi familia no hay espías - me advirtió, como intentando hacer un chiste,
pero estaba inusualmente seria y triste. - En realidad tenemos mucho en común.
Los dos tuvimos que aprender a ser padres sin tener buenos modelos.
Me
incorporé un poco y la miré con atención.
-
No me lo cuentes si no quieres – le dije. No quería que se viera forzada a
compartir algo doloroso.
-
Te ahorraré los detalles, pero me identifico bastante con Andrew en lo que a su
infancia se refiere – me explicó. - Cuando cumplí los dieciocho y me casé, me
llevé a Aarón conmigo. Aunque tampoco entonces le pude dar lo que
necesitaba.
Me
levanté del todo y sujeté su barbilla.
-
¿Tu padre te maltrataba?
-
A él más que a mí – me confesó. - Aarón siempre se llevó la peor parte.
-
¿Qué mierda nos pasa a los hombres? - medio gruñí.
-
No solo a los hombres, mi madre era incluso peor.
-
Me refería a la especie humana – aclaré. - Siento que tuvieras que pasar por
eso.
-
Ahora no estábamos hablando de mí. Realmente tienes un problema para dejar que
se ocupen de ti, ¿no? - me preguntó. Abrí la boca, pero no se me ocurrió nada
que decir, así que la cerré, derrotado. Ella me dedicó una sonrisa. - Te ves
adorable con ese puchero.
-
Cuando estamos juntos, siempre parece que todo gira en torno a mí – me defendí,
encontrando por fin las palabras. - Siempre eres tú quien me ayuda.
-
Tú me ayudas solo con tenerte cerca – respondió. Sonreí un poquito y la di un beso
rápido en los labios, antes de volver a recostarme, porque me encantaba lo que
había estado haciendo con mis rizos.
De nuevo, nos quedamos en silencio, pero no fue un silencio incómodo. Holly no quería presionarme para que hablara y yo se lo agradecía.
De nuevo, nos quedamos en silencio, pero no fue un silencio incómodo. Holly no quería presionarme para que hablara y yo se lo agradecía.
-
No sé si las almas rotas buscan otras de su clase o si simplemente tú y yo
estábamos destinados a encontrarnos – susurré, al final. - Pero le agradezco a
la vida que te haya puesto en mi camino.
-
Mmm. Creo que no fue la vida. Me parece que fue una periodista que insistió
durante semanas a su editor para que le dejara entrevistarte y luego unos niños
compinchados, cada uno buscando emparejar a su padre – me dijo, divertida.
Pensé en Barie y en Madie con la tablet y en que, tal como ella misma me había
contado, fue uno de sus hijos el que me envió su teléfono.
-
Pero luego nos encontramos por casualidad varias veces – insistí. - Solo que yo
no creo en las casualidades. Por cierto, ¿quién fue el que me dio tu número?
¿Sam?
-
No, Jeremiah. Según él, tenía que encharme un cable, porque yo no sé nada sobre
hombres.
Me
reí.
-
Se llevará bien con Barie – dije y me di cuenta demasiado tarde del uso del
futuro y no del condicional. - Quiero decir... si algún día se conocen.
-
Es algo que tenemos que planificar bien – me respondió.
Pese
a lo controlador y obseso de los detalles que yo era, no estaba de acuerdo con
Holly en eso. No creía que fuera algo que tuvieramos que planear. Las cosas del
corazón a veces van mucho mejor cuando le haces el caso justo al cerebro. Sino
yo no estaría ahí en aquel momento, como un adolescente huyendo de casa, ni
hubiera querido involucrarme con una mujer con tantos hijos teniendo doce yo
mismo.
-
No sé cómo andarás de fe ahora mismo, pero yo creo que todo sucede por un
motivo – reflexionó Holly en voz alta. - Piensa en tu caso... Si Andrew hubiera
sido un buen padre, tú no habrías criado a tus hermanos, probablemente ni
siquiera tendrías tantos. Y, aunque para la mayoría del mundo eso sería algo
bueno, sé que tú no cambiarías tu vida de ahora por una mejor infancia.
Realmente no – me dijo, y asentí, porque tenía razón. - Y en el mío... Pensé
tantas veces en separarme de mi marido... Y, si lo hubiera hecho, tal vez no
habrían nacido los trillizos, ni West... Quizá no hubiese conocido a Sam y el
pobre estaría en quién sabe qué orfanato. Hay tantos “quizás”. Quizás no
hubiese muerto. Quizás se hubiera retirado del trabajo activo del ejército y lo
hubiera cambiado por un trabajo de escritorio, en lugar de usar las misiones
para escapar de nuestro matrimonio. Esto va a sonar horrible, espero que sepas
entenderme, pero si él siguiese vivo yo no podría estar aquí contigo. Todo
sucede por un motivo – repitió.
Tomé
su mano y observé sus uñas, recorriendo mis dedos con sus dedos.
-
Por cómo hablas de tu matrimonio, ni él ni tú fuisteis demasiado felices –
comenté. - Y, sin embargo, tu familia no dejó de crecer.
-
Connor quería una familia numerosa y yo también. Los niños nunca dejaron de ser
una bendición para mí, pero cuando nacieron los trillizos él no estaba
demasiado contento, como si fuera mi culpa haber tenido un embarazo múltiple.
Con cada nuevo hijo los dos cometíamos la estupidez de pensar que traer un
nuevo miembro a la familia iba a arreglarlo todo entre nosotros. Hasta el
secuestro de Scarlett, estábamos más o menos bien, o eso pensé. Siempre creí
que habían sido las diversas tragedias las que habían ido rompiendo nuestra
felicidad conjunta, pero mi matrimonio estaba roto desde mucho antes. Me ocultó
que tenía un hijo de una relación anterior. Me puso los cuernos, cuando ya
estaba casado conmigo. Nuestro matrimonio se construyó sobre una cama de
mentiras y yo me las tragué todas. Pero, volviendo a lo de antes, todo sucede
por alguna razón: si yo hubiese descubierto sus engaños antes de casarme o al
principio, en lugar de al final, le hubiera mandado a freír espárragos y no
habría sido madre de once criaturas perfectas. Yo tampoco cambiaría nada si el
precio fueran mis hijos – me aseguró.
Me
sentí muy identificado con ese sentimiento.
-
Si quería estar con otras mujers, ¿por qué no te dejó? Nunca entenderé la
infidelidades - declaré.
-
Supongo que la gente no quiere perder la vida cómoda y estable de casado, pero
al mismo tiempo hecha de menos la aventura y la libertad de las relaciones sin
ataduras.
-
No existe relación sin ataduras, porque no son ataduras, son compromisos. Sin
compromisos, de diversa intensidad, no hay relación posible – afirmé y ella me
sonrió, mostrando su acuerdo.
-
En el caso de Connor, además, no podía simplemente dejarme y casarse con otra.
Era católico. No se podía divorciar – explicó y luego guardó silencio por unos
segudos, hasta que me dio un golpecito en el brazo, como para llamar mi
atención. - Tú también eres católico, ¿verdad? Eso decían las revistas – dijo y
yo asentí tímidamente. - Él era de ascendencia irlandesa, el catolicismo casi
se le presupone, pero ¿tú?
-
Me convertí en torno a los veinte años. Primero fui a algunas charlas para
alcohólicos en la parroquia de mi barrio. Allí había un sacerdote muy anciano
que siempre se interesaba por mí y por Ted, que empezó a vivir conmigo por
entonces. Empecé a ir a la iglesia cuando necesitaba un poco de paz y a veces
el sacerdote se sentaba conmigo en el banco. Aún no rezaba, simplemente iba
allí en busca de algo, pero no sabía de qué. Me dieron comida y pañales para
Ted aún antes de plantearme siquiera el bautismo. Me ayudaron sin pedir nada a
cambio. Yo creía más o menos en la existencia de un ser superior y fui dando
forma a esa creencia según pasaba más tiempo en aquel lugar. Una tarde, me
quedé mirando una imagen de la Virgen durante casi una hora, con Ted dormido en
mis brazos. Yo necesitaba una madre, y la iglesia me la ofrecía. Meses después,
finalmente di el paso y Ted y yo nos bautizamos – resumí. Nunca le había
contado a nadie esa historia y me había saltado algunos pasos esenciales, como
algunas lecturas recomendadas por Don Gustavo, el sacerdote que decidió que yo
era su problema aún antes de realmente conocerme. Había conocido al viejito por
muy poco tiempo, porque falleció seis meses después de que yo comenzara a
frecuentar su parroquia.
-
¿Todos tus hijos están bautizados? - me preguntó.
-
Michael no. ¿Los tuyos? - inquirí y ella asintió. - ¿Bautismo católico o
protestante?
Normalmente
no habría hecho esas preguntas, me parecían muy directas y personales, pero
ella había abierto esa puerta.
-
Católico, excepto Sam. Él se bautizó el año pasado según el rito protestante,
pero en realidad está en una etapa en la que cree en todo y a la vez en nada*.
-
¿Dejaste que Connor les bautizara? - pregunté. Daba por hecho, no solo por esta
conversación, sino por otras previas, que Holly era protestante. Pero resultó
que me equivocaba.
-
La religión no es tan importante para mí, aunque puede que últimamente más,
pero ¿quién te dice que no fui yo quien quiso bautizarlos? - replicó, con
una mueca burlona.
-
Está usted llena de sorpresas, señorita Pickman.
-
Lo sé. Y aún no has visto nada – bromeó.
En
mi interior, me alegré porque también compartiéramos eso. La religión no era un
obstáculo insalvable para mí, pero ya teníamos demasiadas dificultades en esa
incipiente relación como para sumarle diferentes creencias. Lo tomé como una
señal más a nuestro favor: el catolicismo no era una religión mayoritaria en
Norteamérica. El Gran Jefe me estaba haciendo señales de humo.
De
pronto experimenté un inmenso cariño hacia esa mujer que lo dejaba todo para
consolarme en un momento de necesidad.
-
¡Mira, van a dar las doce! - me dijo, ilusionada. La miré sin comprender. - Ya
sabes que hoy, a las doce de la noche, cuando cambiemos de año, en Times
Square... mm... - se interrumpió, pero la entendí: existía la tradición de dar
la bienvenida al nuevo año con un beso a tu pareja. - Los dos vamos a estar
ocupados esta noche, pero en algún lugar del mundo ya es Año Nuevo.
Sonó
adorablemente infantil diciendo eso y no me costaba nada complacerla.
-
Ah, pero ningún beso de Año Nuevo que valga la pena se da dentro de un coche –
objeté y me incorporé para salir del coche.
Ella
abrió su puerta y me contempló con confusión. Corrí a su lado, di al botón de
cierre automático y la tomé la mano. Tiré de ella y se dejó guiar,
divertida.
-
¿A dónde me llevas? - preguntó, riendo.
-
Ya lo verás. ¿Cuánto queda?
-
Cinco minutos.
-
Perfecto. ¡Vamos!
-
Estás como una cabra. Lo sabes, ¿no? - me dijo y como toda respuesta la sonreí.
- Ese es mi Aidan favorito: el Aidan chinito – añadió, con dulzura, haciendo
referencia a cómo se estiraban mis ojos cuando sonreía.
Corrimos
por la acera durante cuatro minutos, hasta llegar a una calle central, llena de
tiendas. Sin pensarlo, me arriesgué y entré en la primera que vi. Mis ojos
captaron en seguida lo que quería.
-
¿Qué hacemos aquí? Sé que te gustan los libros, pero no entiendo qué hacemos en
una librería – susurró, muerta de vergüenza porque algunos clientes nos miraban
por nuestra entrada precipitada.
Algo
pagado de mí mismo, le señalé el muérdago que había encima de la puerta.
-
Este sí es el lugar indicado para un beso – expliqué y, mientras en algún lugar
cercano un campanario daba las doce de la mañana, yo agaché ligeramente la
cabeza, ella se puso de puntillas y nos besamos.
- TED'S
POV -
Papá
necesitaba unos momentos para sí mismo. Deseé que lograra encontrar la paz,
porque lo que es yo me quedé en plena zona de guerra. Había días en los que mis
hermanos eran perfectos angelitos y días en los que hacían méritos para que uno
se replanteara el infanticidio. Si no les quisiera tanto, probablemente más de
uno no hubiera llegado vivo al fin de año. Grr.
Supongo
que la perspectiva de la adopción les tenía excitados, más activos que si
hubieran tomado dos litros de Coca-Cola cada uno.
-
¿A dónde ha ido papá, Ted? - me preguntó Cole. Había tardado en darse cuenta de
que no estaba, porque había estado enfrascado en uno de sus libros nuevos. Me
pregunté si podría notar un terremoto o simplemente esperaría a que el molesto
temblor parase para poder leer mejor.
-
A dar una vuelta, peque – le respondí, distraído, porque Hannah y Kurt estaban
saltando en el sofá.
Papá no les dejaba hacer eso pero cuando el gato no está los ratones hacen fiesta. Yo no había tenido mucho éxito al decirles que se bajaran, e iba a hacer un segundo intento cuando Harry y Zach llegaron con su videoconsola, que acababan de “rescatar” del cuarto de papá.
Papá no les dejaba hacer eso pero cuando el gato no está los ratones hacen fiesta. Yo no había tenido mucho éxito al decirles que se bajaran, e iba a hacer un segundo intento cuando Harry y Zach llegaron con su videoconsola, que acababan de “rescatar” del cuarto de papá.
-
¡Enanos, fuera, que vamos a echar una partida! - dijo Harry.
-
¿Con el permiso de quién? Aún estáis castigados – les recordé.
-
Papá no está, no seas chivato.
-
No soy chivato, pero... ¡Kurt, no tan alto! ¡Vas a romper el sofá y te vas a
caer! Venga, estaros quietos y os pongo una peli, ¿bueno?
-
¡No! ¡Siempre vemos una peli! - protestó Kurt. - ¡Es aburrido!
-
Vale, pues salimos al jardín y hacemos una búsqueda del tesoro.
-
¡Tampoco! ¡Prefiero jugar aquí! - insistió el enano, remarcándolo con un gran
salto que casi me para el corazón.
Justo
en ese momento una paleta de maquillaje se estrelló desde el piso de arriba
hasta el suelo del salón, desparramándose todo su contenido y poniendo la
alfombra perdida de polvos azules, morados y verdes. Levanté la cabeza para ver
a Barie y a Madie peleando, agarrándose de los pelos como dos salvajes.
-
¡Era mi maquillaje, estúpida! - gritaba Madelaine.
-
¡Pues no haber cogido mi camiseta sin mi permiso! ¡Ahora tiene un agujero!
-
Siempre cojo tu ropa, ¿qué te pasa?
Me
llevé los dedos a los labios y silbé con fuerza.
-
¡Basta! Kurt, Hannah, bajad de ahí pero ya, no voy a repetirlo. Harry, Zach,
poned la consola donde estaba. Y vosotras dos, ¿en qué estábais pensando?
¡Venid aquí y recoged esto ahora mismo! ¡Pasad la aspiradora y rezar para que
salga!
Los
seis empezaron a protestar a la vez, pero no les escuché.
-
Dije ahora. No tengo por qué negociar con vosotros para que me hagáis caso. A
papá le obedeceríais y cuando no está papá yo estoy al mando – dictaminé,
sonando mucho más seguro de lo que en realidad me sentía.
-
¡Mentira, Michael es mayor que tú! - protestó Hannah.
Resoplé.
Mi hermano mayor había desaparecido en el piso de arriba, haciendo quién sabe
qué, dejándome solo el muy desertor.
-
Michael y yo estamos a cargo y si te digo que te bajes del sofá te bajas del
sofá, ¡caramba! - exclamé.
- Bueno, pero no te enfades – protestó Kurt.
- Bueno, pero no te enfades – protestó Kurt.
-
Sí, Ted, qué carácter – se sumó Zach.
Me
froté la frente.
-
Alejaos del sofá y no me enfadaré – les dije y Kurt por fin me hizo caso, pero
Hannah se quedó allí de pie, enfurruñada y de brazos cruzados. ¿Me iba a echar
un pulso la princesa mocosa? - Uno... - empecé. Contar solía ser efectivo. -
Dos...
Hannah
se bajó antes de que llegara al tres. Primera batalla ganada, quedaban
dos.
-
Zach, la consola – insistí. - Podéis jugar a cualquier otra cosa. Esta tarde
quedas libre y Harry, tú mañana. ¿Acaso queréis añadir más días a lo tonto?
Mis
hermanos soltaron un gruñido, pero subieron a dejarla. Eso me dejaba solo con
mis hermanas, que se habían quedado en mitad de la escalera.
-
¿Por qué peleábais así? - inquirí. No sabía muy bien qué hacer con ellas.
-
¡Me rompió mi camiseta! - protestó Barie. - ¡Y era nueva!
-
¡Fue sin querer! ¡Tú has tirado mi maquillaje!
-
¡Papá no te deja usarlo de todas formas!
-
¡Pero no por eso tienes que tirarlo, imbécil! - gritó Madie.
-
¡Sin insultar! Es verdad que las cosas se piden antes de cogerlas pero fue un
accidente, Bárbara. No puedes reaccionar así por un accidente – regañé. Luego
suavicé un poco mi expresión. - ¿Es una de las camisetas que te regaló Andrew?
- tanteé, casi seguro de la respuesta. Barie había recibido un paquete con un
montón de ropa de su talla el día de Navidad. Ropa bastante cara, a juzgar por
la marca. Había un ticket regalo, por si algo no la valía y quería cambiarlo, y
Harry le había sugerido que lo devolviera a cambio del dinero porque seguro que
era una pasta, pero ella había dicho que no. Era el primer regalo que recibía
de su padre biológico y era especial.
Barie
se ruborizó y asintió casi imperceptiblemente.
-
Madie, realmente no tendrías que haberla cogido sin preguntar primero - le
dije.
-
¡Lo que más me enfada es que la rompió a propósito! - gruñó Bárbara.
-
¿Por qué dices eso? - me extrañé.
-
¡Porque a ella le regaló pulseras y collares y no le gustan! ¡Ella quería la
ropa! ¡Es una niñata desagradecida, son joyas buenas y no baratijas!
- ¡Tú eres la niñata y no le agradezco nada porque yo no me dejo comprar con un regalo como hacen otras! - replicó Madie.
-
¡Pero mi regalo bien que lo querías!
-
Bueno, basta – las corté, antes de que la pelea volviera a escalar. - Entiendo
como os sentís con vuestros respectivos regalos. Madie, es perfectamente lógico
que te sientas incómoda al recibir un regalo de Andrew. Y Barie, también es
nomal si a ti te ha hecho mucha ilusión. Pero lo que no está bien es que
envidiéis el regalo de la otra ni que rompáis vuestras cosas a propósito y eso
va tanto por la camiseta como por el maquillaje. Vais a hacer las paces, vais a
limpiar la alfombra entre las dos y después me vais a ayudar a fregar los
cacharros del desayuno.
-
¿Qué? ¿Por qué? - protestó Barie.
-
Porque yo necesito ayuda y vosotras aprender a no pelearos y menos por cosas
materiales. Y no os quejéis, que si estuviera aquí papá os habría ido mucho
peor. Hala, a por la aspiradora – les indiqué.
Obsevé cómo limpiaban durante un rato y después subí al piso de arriba, porque estaba oyendo gritos que no me gustaban demasiado. Alejandro y Harry discutían sobre quién se había comido el último bastón de caramelo y no tuve coraje para decirles que había sido yo, porque parecían dispuestos a destripar al culpable para sacárselo y comérselo ellos. Alice gritaba y le lanzaba peluches a Michael y Kurt y Hannah saltaban sobre la cama del primero. Decidí que esto último era lo más apremiante y entré en el cuarto de mi hermano pequeño.
-
Hoy estáis desobedientes, ¿eh? - les dije.
Kurt
se sorprendió de verme y dejó de saltar, con una carita de “ups” demasiado
adorable. Hannah se sorprendió también, pero en su caso el susto la
desconcentró y calculó mal y por poco se cae de la cama. Tuve reflejos
suficientes para cogerla en el aire y la mirada que la eché bastó para hacerla
encoger.
- La cama no es una colchoneta hinchable. Si os digo que no podéis saltar en el sofá, tampoco podéis saltar en la cama.
- La cama no es una colchoneta hinchable. Si os digo que no podéis saltar en el sofá, tampoco podéis saltar en la cama.
-
Perdón, Tete – musitó Kurt con un puchero. Ugh. ¿Cómo lo hacía papá? ¿Cerraba
los ojos para no dejarse vencer por la ternura?
-
Ya os he regañado antes por esto, ¿eh? Y no me habéis hecho caso y os habéis
subido aquí, para que no pudiera veros. Eso está muy mal, enanos. ¿Y si os
hubiérais caído? ¿Y si os rompéis un brazo u os dais en la cabeza?
Papá
nos dejaba hacer el bruto en la cama y tirarnos en plancha y hacer peleas de
almohadas, pero no saltar como si fuera un trampolín, porque la cama se podía
romper y nosotros caernos. Empezó a ser especialmente paranoico cuando en las
noticias dijeron que un niño había muerto por un golpe que se había dado
haciendo eso mismo.
Los
mellizos se miraron los pies y les tembló el labio como reacción a mi regaño.
Sabía que papá probablemente les habría dado unas palmadas en una situación
similar pero yo estaba medio indeciso. No quería hacer llorar a nadie en
Nochevieja, vaya forma horrible de terminar el año.
“Peor
sería si ahora te vas a hacer otras cosas y cuando vuelvas se han abierto la
cabeza porque han vuelto a saltar sobre la cama, el sofá, las sillas o lo que
sea que encuentren” dijo una voz en mi cabeza y suspiré.
-
Habéis sido desobedientes y por eso os voy a castigar, peques – dije y me senté
en la cama. - Hannah, ven aquí – la llamé y me di ánimos a mí mismo. Ya lo
había hecho antes, no era tan terrible.
Mi
hermanita se mordió el labio, pero me hizo caso. Algo en su expresión me indicó
que sabía lo que me proponía. Caminó hasta quedarse justo delante de mí.
-
¿Sabías que saltar en la cama estaba mal? - la pregunté y ella asintió, bebita
hermosa y sincera como su hermano. - ¿Y por qué lo has hecho, mm?
Hannah
se encogió de hombros. Yo sabía por experiencia que esas preguntas no siempre
eran fáciles de responder. Muchas veces no había un motivo, solo se te ocurre
hacer algo, te parece divertido y hay incluso cierta emoción en intentar
hacerlo sin que papá -o en su defecto tu hermano mayor- te pille.
- No quiero que lo hagas nunca más y tampoco puedes hacer una cosa que te acabo de prohibir aunque parezca divertida, ¿entendido?
- No quiero que lo hagas nunca más y tampoco puedes hacer una cosa que te acabo de prohibir aunque parezca divertida, ¿entendido?
-
Lo siento, Tete – lloriqueó. La agarré por debajo de los brazos y la mantuve un
segundo así alzada, mientras juntaba mi nariz con la suya en un gesto que solía
gustarle. Después la tumbé encima de mis piernas. Sus pantaloncitos del pijama
con dibujos de conejitos no ayudaban. ¿Por qué papá tenía que comprarles ropa
tan mona?
PLAS
PLAS PLAS
Esperé
a ver su reacción, pero Hannah se quedó quieta y callada sobre mis rodillas,
con sus piernas algo dobladas aunque las estiró cuando se dio cuenta de que ya
no había más. La incorporé y me la senté encima. No estaba llorando, aunque sí
me miró con sus ojitos claros rebosantes de humedad. Besé su frente y su carita
preocupada se transformó poco a poco en una sonrisa.
-
Yo te quiero mucho, enana, y no quiero que te hagas daño por un juego
peligroso.
Hannah
no respondió y se recostó sobre mi pecho, pasando su manita por el dibujo de mi
camiseta, que era el de un tigre.
-
Grrr – rugí, y atrapé su mano fingiendo que me la comía.
-
¡Ño comas! - protestó, en tono mimoso.
-
¿Por qué no?
-
Porque solo las dragones se pueden comer a las princesas – me explicó y me reí.
-
Bueno, en ese caso me tendré que conformar con hacerte cosquillas.
-
¡Ño! ¡Kurt, sálvame! - pidió.
Pero
su hermanito, que se había sentado mientras tanto en la cama vacía de Dylan,
miraba al suelo mientras balanceaba tristemente los pies, con pocas ganas de
responder a Hannah. Senté a la enana en la cama y fui con Kurt, sabiendo que no
tenía que hacerle esperar más.
-
Ven aquí, bebé – le dije e intercambié los lugares con él, sentándome en la
cama de Dy mientras que a él le dejaba de pie en frente de mí. - Tú también
sabías que no podías saltar en la cama, ¿verdad?
El enano asintió, así que le levanté y le tumbé sobre mis piernas.
El enano asintió, así que le levanté y le tumbé sobre mis piernas.
PLAS PLAS PLAS
A
diferencia de Hannah, Kurt sí que lloró, y lo hizo como si ya no hubiera más
chocolate en el mundo o como si se hubieran acabado los cumpleaños.
-
¡Bwaaaa!
-
Bueno, bueno, ya, peque – le acaricié la espalda y le incorporé. - Ya pasó,
hermanito, shhh.
Kurt
enroscó los brazos alrededor de mi cuello y me lloró en el oído, haciendo que
mi tímpano y mi corazón se estremecieran a la vez.
-
Vamos, bebé, calma.
-
Kurt, pero si ha sido flojito - intervino Hannah.
Me
alegraba de que dijera eso, ya estaba pensando que a lo mejor me había pasado o
algo. Por lo que sabía, sin embargo, Kurt lloraba siempre que papá le
castigaba, daba igual como de flojo o de fuerte fuera.
Le
froté la espalda mientras esperaba a que se le pasara un poco y entonces tuve
una idea repentina. Saqué el móvil y busqué una canción infantil que recordaba
vagamanete. Me costó un poco encontrarla porque no me sabía bien la letra, pero
finalmente di con ella y puse un vídeo en Youtube, enseñándoselo a mi
hermanito:
Cinco
monitos saltaban en la cama
uno
cayó y se hizo un chichón
y
el doctor le dijo a la mamá:
¡En
la cama nada de saltar!
Cuatro
monitos saltaban en la cama
una
cayó y se hizo un chichón
y
el doctor le dijo a la mamá:
¡En
la cama nada de saltar!
Tres
monitos saltaban en la cama
una
cayó y se hizo un chichón
y
el doctor le dijo a la mamá:
¡En
la cama nada de saltar!
Dos
monitos saltaban en la cama
uno
cayó y se hizo un chichón
y
el doctor le dijo a la mamá:
¡En
la cama nada de saltar!
Un
monito saltaba en la cama
se
cayó y se hizo un chichón
y
el doctor le dijo a la mamá:
¡En
la cama nada de saltar!
Para
cuando la canción terminó, Kurt había dejado de llorar. Las pantallas le
hipnotizaban bastante, especialmente si había música de por medio. Le daba
igual que el vídeo fuera para niños más pequeños. Seguramente la melodía le
sonaba porque papá se la había cantado cuando era un bebé del todo y no solo de
nombre.
Pasó
un puñito por sus ojos para restregárselos.
- ¿Verdad que ya no vais a saltar más? - les pregunté.
-
No, Tete – respondió Kurt y Hannah negó con la cabeza.
-
Así me gusta, peques. Pues entonces ya no hay que estar triste.
-
¿Le vas a decir a papá? - murmuró mi hermanito.
-
Tú sabes que a papá hay que decirle siempre la verdad, pero no se va a enfadar
contigo, Kurt. Ya te he castigado yo.
-
¿Seguro?
-
Claro, enano - le garanticé. - Pero tienes que hacerme caso a partir de ahora,
¿eh?
Mi
hermanito asintió.
-
En la cama nada de saltar – recitó, canturreando al canción.
“Ya
está, ya me lo comí. Adiós.”
Le
tumbé para hacerle cosquillas y le di mordisquitos en el hombro. Después se
aliaron los dos contra mí y se sentaron sobre mi estómago, mientras trataban sin
mucho éxito de devolverme las cosquillas. Por mí me hubiera quedado así durante
media hora, pero escuché a Michael gritar por el pasillo y me pregunté si no
había logrado solucionar lo que sea que pasara con Alice. Me liberé de mis dos
torturadores y fui a investigar.
Alice
tenía el berrinche del milenio y, por lo visto, llevaba así un buen rato.
-
¿Qué ocurre? - le pregunté a Michael.
-
Se ha enfadado conmigo porque no le dejo pintar en la pared.
-
¡Tonto, malo, feo! - gritaba la enana.
-
Oye... ¿les has...? - empezó Michael, pero se interrumpió. - Me ha parecido oír
llorar al enano.
Entendí
lo que me estaba preguntando y suspiré.
-
Sí... Estaban saltando en la cama y antes ya les había regañado por saltar en
el sofá.
- Jo. ¿Y no les podía poner en la esquina o algo?
- Jo. ¿Y no les podía poner en la esquina o algo?
No
sé en qué punto había pasado de ser el hermano duro que quería castigarles a
ser el que les defendía, pero el cambio me alegró.
-
En la esquina me parece que va a terminar la pitufa – añadí, en voz alta y con
toda la intención del mundo, para que Alice lo escuchara. Surtió efecto, porque
la enana dejó de llorar de inmediato y abrió su boquita en forma de “o”.
-
¡No, Tete! ¡Nada de pitufas en la esquina!
-
¿No? Pero estás haciendo berrinche. Michael ya te ha dicho que no se pinta en
la pared. Porque grites y llores y lances cosas no te va a dejar, pero igual te
ganas un rato en la esquina o un pampam.
-
¡No, Tete, ño! - protestó.
-
¿Entonces, ya vas a ser buena? - pregunté y ella asintió. - ¿Y le vas a pedir
perdón a Michael? - volvió a asentir y alzó los brazos para que la cogiera.
La
levanté del suelo y ella se removió hasta quedarse cómoda.
-
Peyón, Michael – puchereó.
-
Está bien, enana.
-
Tienes que recoger los peluches que has tirado, ¿mm? - le dije y ella volvió a
asentir.
Le di un beso y la dejé en el suelo y se puso a recoger a sus animalitos esponjosos.
-
Llevo como veinte minutos intentando que se calme y tú lo consigues en treinta
segundos – se quejó Michael, en un susurro.
-
La peque y yo tenemos una conexión especial. Siempre me hace caso – le
expliqué. - Probablemente solo quería llamar mi atención, a falta de la de
papá.
-
Me estaba sacando de quicio. No sé de dónde sacas tanta paciencia.
-
Solo la tengo con ellos – le aseguré.
-
Con unos más que otros – replicó, echándome una mirada que debía de ser similar
a las que yo le echaba a papá cuando castigaba a mis hermanos. Sabía que se
estaba refiriendo a los mellizos.
-
Puedo asegurarte que les tuve mucha paciencia. Se lo repetí más de tres veces
en el salón y solo sirvió para que se escabulleran al cuarto a hacer lo mismo.
Un
grito con un insulto particularmente colorido por parte de Harry nos
interrumpió.
-
¿Y ahora qué? - resoplé y fuimos los dos a averiguar qué pasaba. - Harry, yo me
comí el dichoso bastón, así que... - empecé, pero me interrumpí al ver que ya
no estaba discutiendo con Alejandro, sino con Madie y la fuente de la discusión
parecía ser la tablet, con la que ambos forcejeaban.
- ¡Ted, dile que me la deje un rato! - me pidió Harry.
- ¡Ted, dile que me la deje un rato! - me pidió Harry.
-
Madie, ¿otra pelea?
-
Nadie te dio vela en este entierro, chupacables, metiche, santurrón
metomeentodo – me espetó. Michael soltó una risita que no llegó a salir de sus
labios pero que sonó claramente dentro de su boca. Yo le miré mal, pero Madie
no había terminado. - No eres más que una mosquita muerta con aspiraciones a
moscardón.
-
¿Y ahora qué te he hecho? - protesté. - Te has tirado de los pelos con Barie y
apenas te he regañado, no es para que estés enfadada. ¿Habéis terminado ya de
limpiar la alfombra?
-
¡No tengo por qué hacer nada de lo que me diga un traidor como tú!
-
¿Traidor? ¿Por qué?
-
¡Abrazaste a Andrew! - me acusó. - ¡Y ahora le dices a Barie que está bien que
le guste su regalo!
- En eso tiene razón – se sumó Harry. - ¿Tantas ganas tienes de quedar bien con todo el mundo que hasta a él le lames el culo?
- En eso tiene razón – se sumó Harry. - ¿Tantas ganas tienes de quedar bien con todo el mundo que hasta a él le lames el culo?
Vale,
eso me dolió. ¿Eso pensaban mis hermanos de mí? ¿Que era un quedabien mosquita
muerta?
-
Suficiente – intervino Michael. - Ni una palabra más o vais a echar de menos al
hermano santurrón, ¿me habéis oído? La tablet de momento me la quedo yo y luego
se la doy a Barie. Ahora haced algo útil y echadle un ojo a los enanos, que Ted
y yo no nos podemos multiplicar – ordenó, con firmeza, y mis hermanos se
apresuraron a salir del cuarto. - Yo también tengo una conexión especial con
ellos – añadió para mí, en tono burlón. - La conexión de “sé cómo hablarle a un
adolescente tocapelotas”.
- Hacemos un buen equipo – le sonreí.
La
mañana terminó sin más incidentes. Papá regresó con una sonrisa inmensa, sin
rastro de su desesperación anterior. Nos preguntó qué tal había estado todo por
casa y le pusimos al día, claro que le ofrecí únicamente la versión corta,
omitiendo cuidadosamente algunos detalles. Barie y Madie me miraron con asombro
y yo les guiñé un ojo, cuando creí que papá no estaba atento.
-
He visto eso – anunció. - Tenéis suerte de que esté de buen humor y estemos en
Año Nuevo. ¿Alguien herido? - preguntó.
-
No.
-
Entonces no quiero saberlo – decidió. - Pero dado que creo que Ted acaba de
salvar a más de uno, los que se sientan con una conciencia culpable pueden ir a
limpiarle el coche. Está asquerosito el pobre.
Marie y Barie resoplaron y caminaron hacia el garaje. Kurt, Hannah y Harry las siguieron.
Marie y Barie resoplaron y caminaron hacia el garaje. Kurt, Hannah y Harry las siguieron.
-
Pero bueno, ¿cinco voluntarios? Caray, Ted, cuánto te quieren tus hermanos –
dijo papá, con grandes dosis de sarcasmo.
-
Harry, tú apenas hiciste nada, no te delates tú solo, canijo – le indiqué.
Había intentado usar la videoconsola y dicho alguna que otra palabrota, nada
más. - Y enanos, con vosotros ya hablé, ¿mm? En realidad, se portaron bastante
bien todos, papá – les defendí. Podían ser monstruitos, pero eran mis
monstruitos.
-
Pero qué mal mientes, campéon – me dijo papá, y me revolvió el pelo, o más bien
pasó la mano por el poco que tenía. - Debería llevarme de vuelta los burritos
que compré.
-
¡Burritos! - exclamó Harry. - ¡Hace mucho que no tomamos!
-
Están en el coche – indicó papá.
En
menos de veinte minutos, estábamos todos alrededor de la mesa devorando los
burritos, y gastando bromas. Contemplé a mi familia y sentí que aquel era la
Nochevieja más especial, no solo porque estaba Michael, sino porque papá nos
iba a adoptar. Ese era un sueño que había creído imposible, y sin embargo se
iba a cumplir.
Papá
pasó casi toda la tarde cocinando para la cena. Creo que su intención era
cebarnos. Pavo, puré de patatas, aperitivos varios, varias clases de postre...
Invitó al anciano señor Morrison, el vecino, a que pasara la celebración con
nosotros y juntos vimos por la tele la cuenta atrás.
- ¡Feliz Año Nuevo! - exclamó, mientras
se empezaban a escuchar ruidos de fuegos artificiales en la calle. Salimos a
verlos y, mientras las luces de colores nos bañaban, el señor Morrinson comenzó
a cantar, con una aceptable voz de barítono, el Auld Lang Syne (“Por los viejos
tiempos”).
“No, por los viejos no” pensé yo. “Por los nuevos. Por todo lo que esté por venir”.
“No, por los viejos no” pensé yo. “Por los nuevos. Por todo lo que esté por venir”.
N.A.:
La mayoría de los protestantes considera que el bautismo no limpia de ningún
pecado, es un signo de fe que debe ser administrado a adultos o a niños con uso
de razón, no a bebés. Por eso Sam se bautizó con 20 años.
El Auld Lang Syne es una canción popular en los países angloparlantes. La cantan en varios momentos, entre ellos en Año Nuevo.
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