martes, 30 de enero de 2018

Capítulo 2: Piscina



Capítulo 2: Piscina
Era un día feriado y bastante bonito en el país de la eterna primavera. El hombre de confianza que trabajaba para el señor Armando Fernández trajó a su hijo de 13 años a la casa como acostumbraba a veces en los días de vacaciones para que jugara con los muchachos Fernández Strauss.
Los chicos estaban terminando de desayunar y le preguntaron si quería comer algo pero el les dijo que ya había desayunado. Estaba plenamente consciente de las normas no escritas de la sociedad mexicana que impedían que el hijo de un empleado se sentará con los hijos de su patrón a comer en la mesa del comedor familiar.
  • Voy a regar el jardín en lo que terminan. – dijo Manuel (el niño) para solucionar la incómoda situación
  • OK – dijo el mediano
Ese día no venía la muchacha así que los chicos tenían que limpiar la mesa y meter los trastes a la lavavajillas si no querían llevarse un castigo, y seguro que no querían.
  • Hoy te toca Peter, yo lo hice la última vez – dijo el mayor
  • Eso fue parte de un castigo así que no vale.
  • Estoy tratando de salvarte de uno pero de adeveras
  • ¿Y porque Caleb no?
  • Ya sabes que a papá no le gusta que yo use la maquina porque piensa que la voy a maltratar. – dijo el menor encogiéndose de hombros y ordenando el salero y todo lo del centro de mesa.
Después de un rato de discutir se pusieron de acuerdo y mientras que Peter guardó los platos en la lavatrastes Jonathan se encargó de ordenar lo demás.
Mientras tanto Caleb sacó el enorme bote de helado de oreo del congelador y se sirvió una enorme cucharada en un vaso desechable.
Los otros dos hermanos terminaron y se llevaron el helado y unos desechables a la terraza.
  • Ven ¿no quieres helado Manuel?
Manuel que todavía no terminaba de regar el jardín asintió y fue a apagar la manguera antes de ir a la terraza con los chicos.
  • ¿Una ronda de Uno? – propuso Peter sacando la baraja de cartas plastificadas del cajón de la mesa en la terraza.
  • Bueno – asintieron los demás unánimes
Repartieron las cartas y jugaron un par de rondas y comieron helado hasta que se aburrieron.
-¿Guerra de agua con tanques? – propuso Jonathan
- Sí…- Claro
Y así los chicos reunieron una inmensidad de rifles y pistolas y globos de agua y los cargaron en los dos carritos de golf de la familia. Si el señor Fernández los hubiera visto habría entendido porque las baterías de esos carros hacían corto circuito tan seguido, pero se había ido a resolver un asunto del mantenimiento y la mamá estaba de compras en el supermercado más cercano (a media hora en carro).
Jonathan tomó el volante de uno de los carros mientras que Caleb se encargaba de la artillería y Manuel se sentó al volante del otro “tanque” con Peter de artillero.
Y así salieron a toda la velocidad que permitían los carritos al circuito que rodeaba el campo de golf. Al principio solamente se mojaron entre ellos refrescándose del calorón que hacía, pero cuando se aburrieron de eso se pusieron a mojar a los huéspedes del hotel que salían a caminar al circuito o iban al campo de golf. Pero lo hacían disimulando que estaban jugando un batalla entre ellos y “por error” los mojaban procediendo a disculparse inmediatamente, por supuesto, una vez que se alejaban un poco estallaban en carcajadas.
Los niños estaban jugando a esto cuando Peter vio que un vecino había dejado la manguera abierta para regar una de las bardas de setos y la agarró mientras Jonathan aceleraba para alcanzar y empapar a Jonathan y a Caleb. Obviamente Jonathan aceleró para huir, pero en ese momento la vecina estaba saliendo de su casa para revisar la manguera que había dejado y gritó cuando vio el carrito de golf acercándose a toda velocidad y a punto de arrollarla.
  • ¡Cuidado! ¡JOHNY! – Gritaron casi al mismo tiempo Manuel y Caleb cuando la vieron y Jonathan tuvo que dar un volantazo para esquivarla apenas por los pelos. Pero la inercia era demasiada y el carrito acabó volcándose a un lado.
  • ¡Aaayyy! – gritó la vecina y se metió corriendo a la casa a llamar a su esposo.
  • Vámonos de aquí – le dijo Peter a Jonathan cuando los alcanzaron.
  • Antes tenemos que levantar esto – dijo levantándose del suelo y señalando al carrito volteado. - ¿Estás bien? – le preguntó a Caleb ayudándolo a levantarse también.
  • Sí – le respondió este quitándose una piedrita enterrada – ouch
  • Hay que empujarlo entre los cuatro
Y así lograron parar el carrito.
  • VÁMONOS DE AQUÍ
Y se fueron andando a toda velocidad hacia la casa.
-Al último que toque el centro de la alberca le toca guardar todo. – Gritó Jonathan quitándose la playera.
Estacionó el carrito de golf al lado de la alberca y se echó de un clavado con todo y Crocs a la alberca seguido por Caleb que también se había quitado la playera. Casi inmediatamente llegaron Jonathan y Peter, pero mientras Peter luchaba por quitarse la playera (los tres chicos Fernández traían un short playero y una t-shirt) Jonathan se aventó a la alberca con todo y pants, playera y tenis. Y así llegaron los tres antes de Caleb.
  • Eso es trampa – se quejó
  • No más que tener que cambiarme antes de poder saltar a la alberca – se reivindicó Manuel
  • De todas formas te tienes que cambiar porque no puedes nadar con algodón en la alberca, tapa el filtro – le recordó Jonathan
  • Ya lo sé- y se dirigió a afuera donde se quito el pantalón, la playera y los tenis y calcetines y los puso a secar en uno de los camastros que estaban al lado. – Es elástico, eh – dijo señalando el bóxer con el que quedó vestido antes de zambullirse de nuevo. Algo nada alarmante nadar en ropa interior ya que estaba entre chicos solamente. Mientras tanto Caleb acabó de ordenar refunfuñando los juguetes y estacionar en el garage los carritos de golf Y poco después se zambulló con los demás.
Al poco rato llegó el señor Armando Fernández y después de servirse un poco de agua se dirigió a la piscina donde estaban los chicos.
-¿Qué le pasó al carrito de golf rojo?.- preguntó en tono casual
- Pasamos debajo de una rama y la calculamos mal papá – respondió Jonathan y volvió a zambullirse.

  • Te estoy hablando Jonathan – fue lo que escucho cuando volvió a la superficie de nuevo unos segundos después.
  • ¿Sí papá? – dijo dejando de nadar y volteando a verlo. Alcancé a ver que el papá de Manuel se acercaba, seguramente después de haber estacionado la camioneta.
  • ¿Cuántas veces tengo que decirte que los carritos no son para que anden corriendo como locos? Y pensar que casi atropellan a alguien y que se voltearon, pudieron haberse accidentado gravemente. ¿Saben qué? ¡SE ACABÓ! Me escucharon. Se acabó. ¿Quién estaba manejando los carritos?
  • Yo – dijo Jonathan
  • Salte de la alberca, sécate con esa toalla – dijo señalando al toallero al lado de los camastros – y ven acá. ¿Y quién más?
Pero los otros chicos se quedaron callados mirándose unos a otros.
  • Les estoy preguntando que quién estaba manejando el otro carro. ¿Están sordos o creen que soy tonto? El otro carritono se manejó solo. Si no me dicen les va a tocar a los dos.
  • Fui yo, señor. – Dijo por fin Manuel avergonzado.
  • Perdón, no sabía, pensé que. No es asunto mío regañarte y mucho menos castigarte, pero si creo que si participas de las trastadas de mis hijos deberías recibir algún tipo de corrección también. – Esto último lo dijo mirando a Horacio el papá de Manuel.
Jonathan ya estaba al lado de su padre y este entró a la casa señalándolo que lo siguiera. Los dos hermanos se quedaron pasmados en la alberca al saber lo que se venía, mientras Horacio y Manuel contemplaban tensos suponiendo lo que iba a pasar, pues no eran ajenos a conocer la forma en la que la familia Fernández Strauss castigaba a sus hijos, aunque había pasado ya un tiempo considerable desde que les tocara presenciar una situación semejante.
Armando y Jonathan entraron a la casa y este tomó la vara que descansaba en una repisa cerca de la entrada pero no inmediatamente visible a las visitas. Todavía estaba fresca pues Helma la había cortado un día antes para coaccionar a Peter a obedecerla con una advertencia.
Armando se colocó a un lado del sillón que quedaba de espaldas a la ventana del jardín.
  • Bájate el short. – dijo tajantemente a su hijo y aunque este le imploró con la mirada finalmente acabo acatando la orden y s de bajo el short.
  • Ahora recuéstate en el sillón.
Jonathan hizo caso y una vez que estaba recostado en el sillón Armando tomó el elástico de su bóxer y se lo bajó de un tirón.
  • NO Papá! – exclamó Jonathan
  • No te muevas ni metas las manos
JUAS… AAYYY! – Jonathan no pudo evitar exclamar de dolor al sentir la vara hacer contacto con su mojado trasero
Y casi inmediatamente cayó el segundo JUAS
AFUERA
La escena vista desde afuera no era menos dramática, después de que Jonathan se bajara el short y se recostara en el sillón su trasero y la mayor parte de su cuerpo quedaba oculto por el respaldo, pero cuando de pronto el bóxer apareció colgando en las piernas del chico los espectadores no pudieron evitar notarlo. Y después vinieron primero el sonido de los azotes seguido de los gritos y posteriormente el llanto mientras se veía el dramático pataleo del chico de catorce años que acabó provocando que el bóxer cayera al suelo junto con el short. Finalmente después de unos 10 o 12 varazos el sonido se detuvo y Armando recogió la ropa de su hijo y se la dio mientras esté se vestía cubierto por el respaldo y se enjugaba las lágrimas con la toalla que había quedado colgada en el reposabrazos.
Adentro
  • Por favor no me vuelvas a desobedecer y mentir así hijo, en verdad pudieron haber provocado o tenido un accidente grave y eso no lo puedo permitir.- Le dijo mientras lo trataba de consolar con un abrazo y él asentía.
Afuera
Los espectadores de la alberca salieron como de un trance y mientras que Jonathan iba a lavarse la cara y sonarse salió Armando.
Los chicos en la alberca siguieron nadando aunque más silenciosamente y al pendiente se los adultos, Horacio se acercó a Armando y en voz baja le preguntó:
  • ¿Está todo bien? En verdad siento mucho lo que pasó Sr. Armando y estoy muy apenado por que Manuel haya participado.
  • No te preocupes Horacio, es normal que los chicos a esa edad sean así, pero para eso estamos nosotros, para ponerles límites.
  • Precisamente estaba pensando ahorita, pero es que, no sé, los métodos que usan ustedes.
  • Lo sé, parecen anticuados, pero funcionan y son rápidos. Es cierto que son dolorosos, pero en cuestión de un rato es como si no hubiera pasado nada, solo que los niños ya aprendieron una lección.
  • Pues… es que no sé, sabes, la última vez que le… Mmm… pegué a Manuel fue cuando a los 11 le aventó una mermelada a su mamá, le di dos cinturonazos sobre el pantalón y de ahí para atrás solamente algunas palmadas sobre el pantalón como de los 6 a los 8.
  • Obviamente es tu decisión y no pienso meterme.
  • Pues sí… pero no sé, tal vez podría funcionar. Además sería una buena advertencia por si algún día le entra la rebeldía adolescente imposible. Estoy seguro de que hoy lo recibirá sin mucho problema al haber visto que acabas de castigar a Jonathan, además admira mucho a tu hijo, como si fuera un primo mayor ¿Sabías?.
  • No sabía pero que bueno. También es ejemplo para sus hermanos, por eso a veces soy un poco más duro con él, aunque trato de ser justo.
  • Claro. Aunque creo que no debemos demorar más esto.
  • Sí, te dejó para que hables con tu hijo.
  • Señor
  • ¿Sí?
  • ¿Básicamente como es la dinámica con un chico mayor como ellos?
  • Simple, preferentemente sin pantalón para que realmente haga efecto, se reclinan o recuestan, unos cuantos azotes y listo.
  • OK, gracias.
Salieron los dos papás y Horacio se dirigió a su hijo:
  • Hijo por favor ven aquí. Tenemos que hablar.
Manuel puso cara de susto pero se salió de la alberca y se secó un poco con una de las toallas.
  • ¿Qué pasó papá?
  • Sabías perfectamente que al Señor Armando no le gusta que corran en los carritos de golf y aún así lo hiciste. Así que te voy a castigar.
  • Pero… ¿Cómo? – dijo con dificultad Manuel
  • Creo que eso ya lo sabes hijo – dijo quitándose el cinturón. Inclínate aquí – le dijo señalando uno de los camastros alrededor de la alberca.
  • Pero… papá…
  • Nada de peros, si no quieres que además te bajé el bóxer ven y hazme caso inmediatamente.
Y así el chico le hizo caso.
- ZPlAS – resonó el cinturonazo sobre el bóxer mojado – Aaaaghhhh! - Se quejó del dolor y trató de ahogar el grito. Y después de unos cuatro azotes su padre lo levantó y le dio un abrazo al que esté no correspondió pero tampoco rechazó.
Jonathan que había salido unos momentos antes le extendió un kleenex que este aceptó.
Los dos chicos se volvieron a meter a la alberca para aliviar un poco sus magullados traseros. Y se alcanzaba a escuchar un poco de las conversaciones de los cuatro niños.
  • Sí duele un montón, osea sabía que dolía, pero no tanto.
  • No y eso no es nada comparado con la vara.
  • Bueno pero estábamos mojados y así duele más.
  • Eso sí
  • Por lo menos ya puedo decir que me han castigado como a niño rico – dijo Manuel y todos se rieron con esa risita nerviosa de cuando alguien dice algo incómodo.
Aunque clásico de los niños, al poco rato se les había olvidado todo y estaban jugando vóleibol en la alberca. El único recordatorio de lo sucedido eran las marcas que de pronto se asomaban debajo del short de Jonathan y del bóxer de Manuel cuando saltaban por la pelota.
Después de haber castigado a sus hijos Armando le ofreció a Horacio una cerveza a pesar de casi no tomar y menos con sus empleados y este se la aceptó aunque renuente.
- Por la ardua tarea de criar a estos maravillosos pero extenuantes y tercos muchachos.- le dijo Armando

- Salud

2 comentarios:

  1. Ay pobres chicos se los castigaron enfrente de todos!!
    Y más al que le tocó afuera de la piscina pobres y así todos mojados!!
    Aunque le fue peor al que le tocó la vara!!
    Me gustó mucho el capi!!

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