martes, 21 de mayo de 2019

CAPÍTULO 68: LAS PRINCESAS TAMBIÉN PIDEN PERDÓN




CAPÍTULO 68: LAS PRINCESAS TAMBIÉN PIDEN PERDÓN

El primer día de clases tras la operación no había ido tan mal. Es decir, había gente que se me quedaba mirando como si yo fuera un fantasma. Algunos se fijaban en mi cojera, por más que yo intentara disimularla, y otros cuchicheaban a mi paso, esparciendo rumores como el de que la policía había venido a mi casa porque mi hermano vendía cocaína y yo le ayudaba. Y eso daba asco, pero por lo menos me dejaban tranquilo y no me decían nada en voz alta. Y mis amigos actuaban con normalidad. Si acaso, estaban un poquito sobreprotectores, pero podía lidiar con eso.
-         Dicen que ha dormido en la cárcel – susurró uno chico de otra clase.

-         ¿Quieres que le dé un puñetazo? – se ofreció Mike.

-         Tendrías que pegarte con medio colegio – repliqué.

-         Con gusto – respondió él, como si la idea de verdad le agradara.
En ese momento pasamos al lado de un grupo de chicas más pequeñas, quizá de la edad de Barie y Madie.
-         Mírale, tiene cara de peligroso – murmuró una.

-         ¿A ellas también? – le dije a Mike, alzando una ceja, sabiendo que jamás pegaría a una chica y menos a una menor que él. Mi amigo vaciló unos instantes, pero luego resopló.

-         Yo no, pero si se lo digo a tu hermana seguro que me ayuda con gusto.

-         ¿Cuál de las dos? – me reí.

-         Madie. Ella tiene más carácter – respondió Mike, sin duda recordando alguna ocasión en nuestra infancia, cuando mi hermanita intervenía en nuestros juegos rudos y más de una vez nos ganaba.

-         Barie también puede dar miedo cuando se enfada – le aseguré.

-         Liarse a golpes no arregla nada, pero no podemos dejar que hablen así de ti – intervino Agustina.

-         No podemos hacer nada. Ya se les pasará – dije, restándole importancia e intentando aparentar que aquellos comentarios me daban igual.
Lo cierto es que – yo mismo me sorprendí al descubrirlo – en realidad sí me daban bastante igual. Las palabras de unos semidesconocidos no podían hacerme verdadero daño. Solo me importaba lo que pensara mi familia y mis amigos. Si ya no era de los más admirados del instituto daba lo mismo, de hecho tenía más ventajas que inconvenientes. Había otras cosas más importantes en el mundo, como el hecho de que mi padre no fuera mi hermano sino mi primo. Eso no se lo había contado a nadie, ni siquiera a Agus, porque aún no sabía cómo reaccionar.
-         Te lo estás tomando bastante bien – comentó Fred. – Una reacción muy madura. 
Antes de poder responderle, se nos acercó George, uno de mis compañeros de natación, el único con el que no me llevaba bien porque era amigo de Jack.
-         ¿Qué pasa, Whitemore? ¿Ya puedes andar? ¿Seguro que no necesitas un taca-taca?

-         ¿Y tú? ¿Necesitas un cerebro nuevo? – le espetó Agustina.

-         ¡Uy! ¿Tiene que defenderte tu novia?  ¿Te dejaste los huevos en el hospital?

-         Si tienes algo que decirme, suéltalo ya y sino déjame pasar, que mi padre me estará esperando – le pedí, con cansancio.

-         Claro, claro, vete. No querrás que papi se enfade y te zurre delante de tu novia.

Me ardieron las mejillas.
-         Vete a la mierda – le espeté, a falta de una respuesta mejor. Era imposible que él supiera que Aidan todavía me castigaba así, pero a mí me dio vergüenza igual.

-         Lo siento, no puedo, mi religión me prohíbe acercarme a ti a más de cinco metros. Por suerte ya no voy a tener que aguantarte más en natación.

-         ¿Qué quieres decir? – le gruñí.

-         Si no vienes a los entrenamientos estás fuera del equipo, ya lo sabes.

-         ¿Y quién te ha dicho que no voy a ir? – repliqué. – Mañana mismo estaré ahí y venceré tu marca como hago siempre.

Omití el hecho de que papá y mi médico me mataban si hacía eso. George se quedó sin respuestas y yo me alejé, victorioso.
-         Ted, todavía no puedes nadar… - me recordó mi novia, preocupada.

-         Claro que puedo – respondí. No quería quedar como un cobarde y un debilucho.

-         Y ahí se le fue la madurez… - anunció Fred.

Decidí ignorarle y caminé con ellos hasta la salida. Papá y algunos de mis hermanos estaban ya ahí, pero llegué en un mal momento…

-         AIDAN’S POV –

El resto de la mañana fue muy tranquila. Michael se despertó y él, Kurt y yo vimos una peli mientras los gemelos estudiaban. Después de un rato subí a ver a Harry y a Zach, por si acaso tenían alguna duda y porque me apetecía verles y averiguar cómo iban. Sin embargo, cuando llegué a su cuarto les encontré hablando en vez de concentrados en sus libros. Aunque mi primera reacción fue molestarme, capté unos pedazos de su conversación y me quedé a escuchar:
-         ¿Cómo puedes decir eso? ¿Es que acaso no recuerdas cómo se puso ayer? – decía Harry.

-         Hablo en serio – respondió Zach. – Papá está más blando. Se enfada menos y está más cariñoso.

-         Siempre ha sido cariñoso.

-         Pero ahora más.

-         Bueno, pero yo no creo que tenga que ver con Holly – replicó Harry. – Yo creo que es por Michael. Él ha traído “problemas de verdad” y ahora no se molesta tanto por las tonterías normales. Y por Ted…

-         ¿Porque estuvo en el hospital? – aventuró Zach.

-         No. Es decir, por eso también, pero es que ahora Ted es como papá dos.

-         Siempre ha sido así – le recordó Zach.

-         Pero ahora más. Es más… no sé, más responsable. Más aburrido. Más…  - Harry se atascó con las palabras.

-         ¿Adulto? – le ayudó su gemelo.

Pensé sobre lo que estaban diciendo y me di cuenta de que tenían razón, en todo. Ted había crecido, ya no era mi enano responsable sino mi adulto responsable, por más que me doliera admitirlo. Y yo… No sé si yo me había vuelto más blando, como ellos decían, pero creo que sí había aprendido a tener más autocontrol. Y a conectarme más con mis propias emociones. Siempre había tenido facilidad para ser cariñoso con mis hijos, pero el miedo de perder a Ted y la necesidad de integrar a Michael dentro de la familia me habían vuelto un oso de peluche. Por lo visto, a mis hijos les gustaba el cambio. Y a mí también. Había cosas mucho más importantes que un berrinche o un adolescente malhablado. Zach también había tenido razón, Holly sí me había enseñado algo: que había problemas mucho más graves que un par de travesuras salidas de tono. Su familia había pasado por cosas realmente duras, cosas que ni el más estricto de los padres hubiera podido evitar, porque por desgracia los accidentes ocurren.
Elegí ese momento para entrar en el cuarto de los gemelos.

-         ¿Qué tal se está dando? – les pregunté.
Los dos se sobresaltaron.
-         Bien… - respondió Zach.

-         ¿Harry está estudiando? – le interrogué, y él asintió. Antes de que su gemelo pudiera reclamarme nada, añadí. - ¿Y Zach? ¿Está estudiando?

-         Él no necesita estudiar – replicó Harry, frustrado.

-         Todo el mundo necesita estudiar, campeón. Vamos, cambia esa cara. Escuchad, voy a por vuestros hermanos al cole. Cuando vuelva, os pregunto lo que os habéis estado mirando hoy y si los dos os lo sabéis esta noche cenamos sushi.

Los ojos de Harry brillaron con interés. Siempre había querido probar el sushi y nunca había habido ocasión, por muchos motivos. El principal, porque era muy caro, pero también porque tenía demasiados hijos y demasiado pequeños y el sushi no suele ser una comida que les guste. No es que a Harry le desagradara cuando pedíamos pizza o hamburguesa, pero alguna vez había lanzado la indirecta de que le apetecía probar comida japonesa.
-         ¿Lo prometes?

-         Ahá.

-         ¿De verdad?

-         ¿Cuándo he faltado yo a una promesa? – protesté.

-         ¿Y si solo se lo sabe Zach? – preguntó Harry.

-         Entonces tendremos que dejar lo del sushi para otro día.

Harry puso un mohín que se parecía demasiado a un puchero.
-         No es justo – se quejó.

-         Mala suerte, campeón. Pero creo que deberías considerarte afortunado porque te esté ofreciendo un premio por estudiar en lugar de un castigo si no lo haces.

-         El castigo ya me lo diste ayer – me reclamó, ahora sí, con un pucherito.

-         Por eso hoy me permito consentir a mi bebé. Pero para eso mi bebé tiene que poner de su parte – le chinché, ignorando su mirada asesina cuando le llamé “bebé”. Me reí y le revolví el pelo. – Voy a por los demás. Portaros bien. Os quedáis con Michael. Me llevo a Kurt y así os quedáis tranquilos sin que el enano os distraiga.
Minutos después estaba caminando de la mano de Kurt, dado que en el coche no cabríamos los diez a la vuelta. El peque parecía muy contento de tenerme solo para él un ratito y todo indicaba que se encontraba mucho mejor del estómago. Fue un paseo agradable hasta el colegio, aunque hacía algo de frío y lamenté no haber cogido un gorro para Kurt. Llegamos algo pronto y esperé en la puerta mientras mis hijos salían. Como de costumbre, las enanas salieron primero. Hannah había echado mucho de menos a Kurt y se puso a contarle cosas mientras Alice reclamaba toda mi atención a base de saltitos impacientes para que la cogiera en brazos.
-         Mi profe es tonta, papi – me dijo, abrazándose a mi cuello.

-         Eso no se dice, Alice. No puedes llamarle eso a tu seño. No puedes llamárselo a nadie.

-         ¡Pero lo es! – protestó. – Me ha “degañado” y yo no estaba “hashendo” nada malo. ¡Me ha dejado sin “juegar”!

-         Mmm. A ver, pajarito. Cuéntale a papá lo que ha pasado, ¿sí?

-         Tábamos hashendo un dibujito. Y ha dicho que el mío es feo y que lo tenía que repetir.

Dudaba que esas hubieran sido las palabras de su maestra, pero por desgracia ya me olía por dónde podían ir los tiros. Alice pasaba mucho tiempo con Kurt y a Kurt a su edad le habían dicho lo mismo muchas veces. Mi enana llevaba el dibujo en su mochilita, con un mensaje de la profesora para que yo lo viera. El dibujo estaba pintado con colores amarillos y negros y no se reconocía lo que era, pero no era bonito, sino perturbador. La maestra les había pedido que pintaran a su padre. En casos como ese, Alice me dibujaba a mí. Ya sabía reconocerme en sus dibujos: era un monigote formado por cuatro palitos y un montón de círculos en la cabeza representando mis rizos. Pero aquel dibujo era diferente, seguramente porque la visita de Andrew estaba muy reciente y eso, de alguna manera, la había afectado.
-         La profe no te ha castigado, tesoro, solo te pidió que repitieras el dibujito, ¿mm?

-         ¡Mientras los demás “juegaban”, papi!

No supe qué responderle, así que me limité a darle un beso y a dejar mis labios apoyados en su frente. A algunos de mis hijos les gustaba dibujar y utilizaban eso para expresar cómo se sentían. La primera vez que Kurt me vino con un dibujo así me asusté mucho, pero un especialista me dijo que no tenía de qué preocuparme. Kurt echaba de menos una figura materna, pero la mayoría de sus dibujos eran los de un bebé feliz. Que pudiera expresar sus sentimientos mediante los dibujos era algo bueno y, si yo estaba atento para verlos, podía hablar con él de los temas que le preocuparan. Supuse que con Alice pasaba lo mismo.
-         Siento que hayas tenido que repetir el dibujo, cariño. A mí me gusta mucho.

-         ¿De verdad? – me preguntó, ilusionada.

-         Claro. ¿Me lo explicas? ¿Este es papá? Pero yo no veo una persona.

-         Tú eres el negro, papi. Como tu pelo, ¿ves?

-         Ah, claro, claro. Mmm. ¿Y el amarillo es Andrew? – aventuré, en un tono que pretendía ser imparcial.

-         Ahá.

-         ¿Y por qué los colores están así todo revueltos, como remolinos? ¿Estamos peleando?

En ese punto Alice se encogió de hombros. Supongo que la pregunta era demasiado compleja.

-         Tú sabes que te quiero mucho, ¿no? Y que siempre seré tu papá.

Mi enana asintió y apoyó su cabecita en mi hombro, como si la pesara.

-         ¿Y él? – quiso saber, señalando la mancha amarilla de su dibujo.

Lo medité durante unos segundos. Era el momento de aclarar lo que para ella tenía que ser un caos. La pregunta venía en mal momento, sin embargo, porque yo acababa de descubrir que mi relación con Andrew era biológicamente distinta a lo que siempre había pensado. Por si había tenido alguna duda, el dibujo de Alice me dejó claro que no era el momento de explicarles que él era en realidad mi tío. La explicación que mi hija necesitaba era mucho más sencilla. Necesitaba saber qué suponía que Andrew volviera a formar parte de su vida. 

-         Andrew es el papá de papá. Así que, si es buenito, solo si es buenito, tal vez pueda ser tu abuelo.

Alice pareció pensarlo unos instantes y después asintió. Iba a decirle algo más, pero justo en ese momento escuché el grito de un hombre. Automáticamente giré la cabeza y vi algo que no hubiera podido creer si me lo hubieran contado: Kurt estaba golpeando a aquel desconocido. Le dio una patada y dos puñetazos antes de que yo pudiera reaccionar.
-         ¡Kurt! – grité. Dejé a Alice en el suelo y caminé hasta él. Mi hijo estaba fuera de control. Golpeaba a aquel hombre con una rabia inusitada. Sorprendido por aquella escena, intenté separarle, pero Kurt no dejó de golpearle por eso.
Furioso, avergonzado y preocupado por un comportamiento que no era propio de él, le agarré de la oreja. Era algo que no había hecho nunca y, aunque estaba bastante enfadado, logré controlarme para no tirar con fuerza. No quería hacerle daño. Aún así, Kurt puso su manita sobre la mía y caminó en la dirección en la que yo estaba tirando, por puro instinto.
-         ¡Au, papi!
-         ¿Cómo que papi? ¿Cómo que papi, caramba? ¿Has visto lo que has hecho? ¿Qué pasa contigo? Le vas a pedir perdón ahora mismo, le…le… ¡Madre mía, Kurt!
No sabía ni qué decir. Ted vino hacia nosotros en ese momento, con los ojos muy abiertos, tan asombrado como yo, imagino. Kur tiró para soltarse y así solo logró hacerse daño, porque yo no le solté.
-         Te vas a ir con Ted mientras yo hablo con este señor.

-         Pero papi…

-         ¡Pero nada! Ve antes de que te dé una azotaina aquí mismo.

Kurt salió corriendo y se abrazó a las piernas de Ted. Yo miré al desconocido muerto de vergüenza. ¿Sería el padre de algún alumno? ¿Presentaría alguna queja? Dudaba que lo hiciera tratándose de un niño de seis años, pero estaba en su derecho. Estaba seguro de que mi hijo le había hecho mucho daño.
-         Por Dios, discúlpeme. Es que no sé cómo empezar…. Él no… Él nunca había hecho esto. ¿Está usted bien?
El hombre se frotó la espinilla y me echó una mirada de profundo odio. A nuestro alrededor, padres y madres murmuraban y chasqueaban la lengua. Sabía lo que todos estaban pensando. “Vaya padre de mierda”, con esas palabras, más o menos.
-         Papi – lloriqueó Hannah. La escena debía de haberla asustado, a ella y a Alice…  Hannah estaba visiblemente peor, sin embargo. – Papi, perdón – gimoteó.

-         ¿Perdón por qué? Si tú no has hecho nada, mi vida.

-         Ese hombre m-me dio un c-caramelo – explicó Hannah, entre hipidos. Había empezado un llantito suave, parecido al que tenía al despertar de alguna pesadilla particularmente fuerte.

-         ¿Un caramelo? – repetí. Se me erizaron los pelos de la nuca.

-         Snif… me… me dijo que si quería ver a su perrito… Snif…

Mi cerebro unió las piezas rápidamente. Cogí a Hannah y a Alice, una con cada brazo, y las alejé de aquél monstruo.
-         ¡Llamen a la policía!  - grité. - ¡No le dejen escapar!
Por suerte, un par de padres habían llegado a la misma conclusión que yo y fueron rápidos en reaccionar. Le cerraron el paso al tipo mientras otros sacaban el móvil. Yo apreté a Hannah contra mi pecho, asimilando poco a poco lo cerca que había estado de irse con ese hombre quién sabe a dónde, para quién sabe qué. Mi mente bloqueó la imagen de Scarlett, la hija de Holly, pero fue demasiado tarde. Me entraron unas ganas inmensas de llorar, y de hecho me escocieron los ojos, con lágrimas que resbalaron silenciosamente.
-         Hannah…
Al escuchar su nombre, mi bebé empezó a llorar más fuerte.
-         Shh, shh, tranquila – susurré, sin apenas prestar atención a lo que decía, mientras frotaba su espalda para reconfortarla.
Un montón de familias del colegio nos rodearon. Se acercaron algunos profesores. En algún punto llegaron el resto de mis hijos. La policía estuvo en menos de dos minutos. Esposaron al tipo acusándolo de intento de secuestro, mientras yo intentaba torpemente relatar lo que había pasado, sin soltar a Hannah ni por un segundo. Ted se quedó con el resto de mis hermanos, y sus dos amigos y su novia le echaron un cable.
Había muchos testigos y una cámara por fuera del colegio. La policía me aseguró que tenían lo necesario para encerrar a ese hombre y que ni siquiera iba a tener que declarar. Que había tenido mucha suerte, que habían recibido llamadas de un hombre merodeando los colegios de la zona, que gracias a mí lo habían podido atrapar antes de que le hiciera daño a nadie.
Gracias a mí no. Gracias a Kurt. Cuando la multitud comenzó a marcharse, me arrodillé frente a mi hijo, que escondió la cara en la cadera de Ted.
-         Kurt… mi vida… - empecé, pero no pude continuar. Me tapé la cara, no me gustaba que ellos me vieran llorar. Hannah, a mi lado, me pasó la mano por el pelo para hacerme sentir mejor.

Había estado a punto de perder a mi princesa. Había faltado muy poco.

-         Kurt – lo intenté de nuevo. – Perdóname – decidí empezar por ahí. Intenté añadir algo más, pero él me embistió y se colgó de mi cuello, en un abrazo que me cortó la respiración. Le envolví con fuerza y me senté en el suelo con él, apretándole contra mí para sentirle cerca y para que no me viera llorar. Mi bebé había defendido a su hermana con todas sus fuerzas, con puños y patadas, con todo lo que tenía. – Te diste cuenta de que era un hombre malo, ¿verdad?

-         Snif… Snif… siempre nos dices… snif… que no cojamos caramelos de desconocidos…. Snif… Y que no nos vayamos… snif…. Con nadie que no conozcamos.

Apenas logré contener un sollozo y asentí, sin dejar de abrazarle.

-         Sí, Kurt. Sí, mi vida. Nunca, nunca, tenéis que hacer eso. Ese hombre se quería llevar a tu hermanita y tú has hecho muy bien en defenderla. Pero te podía haber hecho daño. Mi sol, ese hombre te podía haber hecho daño – le apreté más. – Perdóname, tesoro. Lo siento, lo siento mucho. Siento no haberme dado cuenta, siento haberte gritado, siento haberte tirado de la orejita. ¿Te duele mucho? – pregunté y ladeé su cabeza para darle varios besos en la mejilla derecha, y en su orejita y en cada milímetro de piel que pude pillar.

-         No, papi… snif

Me balanceé un par de veces con él entre los brazos y después me esforcé por serenarme. Me vibró el móvil en el bolsillo del pantalón. Sin mirarlo, supe que serían Michael y los gemelos, extrañados de que tardáramos tanto. Solo nos habíamos retrasado media hora con respecto a lo que era habitual, pero a mí me habían parecido muchas más.  
Cogí el teléfono y hablé brevemente con Michael, diciéndole que enseguida volvíamos. Fui breve y escueto, porque no quería contarles lo que había pasado por teléfono.  Cuando colgué, noté algo de alboroto a mi alrededor. Mike, el amigo de Ted, se estaba encarando con un par de compañeros que seguían por allí. No podía lidiar con una pelea en ese momento. Simplemente no podía.
-         ¡Mike! – le llamé.

-         ¡Están diciendo que es tu culpa! – dijo Alejandro, que se había puesto a su lado, en contra de los otros chicos. – Que si no fueras famoso no hubiera venido a por Hannah.
Y que si tienes hijos delincuentes, atraes a los delincuentes.

-         Déjales que digan lo que quieran – gruñí. Me planteé la posibilidad de que tuvieran razón en lo primero. ¿Hannah podía haber sido una víctima elegida o solo estaba en un mal momento y en un mal lugar?  Quizá nunca supiera la respuesta, pero en cualquier caso ese hombre era un perturbado. – Vámonos a casa.

-         Llevan todo el día diciendo un montón de tonterías sobre Ted – protestó Mike.

Miré al aludido, que en ese momento estaba con Alice en brazos.
-         No tiene importancia.

-         Sí, sí la tiene. Mañana hablaré con el director. Pero ahora vámonos a casa, por favor.

Ted se despidió de sus amigos, dio un beso rápido a su novia y lentamente nos fuimos de allí. Yo llevaba a Kurt y Hannah de la mano, poco dispuesto a separarme de alguno de los dos.
-         No estés triste, papi – me dijo Kurt. – Hannah está bien.
Le apreté la mano y asentí.
-         Lo siento – gimoteó Hannah. A la pobre no se le había quitado la carita de susto todavía. Me detuve y me agaché a su lado.

-         No ha sido culpa tuya, bebé. Quien hizo algo mal es ese hombre, ¿entiendes? Sé que tú no pensaste que te fuera a hacer daño. Pero por eso papá te dice que no hables con extraños, ni aceptes lo que te dan. Porque puede ser gente mala que no te esté haciendo un regalo, sino poniéndote una trampa.

-         Yo no sabía que era gente mala – lloriqueó. – Pensé que era el papá de algún niño. Me dijo que el perrito era de su hija…

-         Lo sé, cariño. A veces la gente mala puede estar disfrazada de papá o incluso serlo de verdad. Por eso, como precaución, no hablamos con personas que no nos hayan presentado antes. A eso me refiero con “desconocido”, ¿mm? Tienes que prometerme que nunca, nunca hablarás con desconocidos, ¿sí?

-         Lo prometo, papi – susurró y me dio un abrazo bien fuerte. Me levanté con ella así agarrada y volví a darle la mano que tenía libre a Kurt.

-         Papá – me dijo Kurt. – Yo hablé con Blaine en el zoo. Y no le conocía.

-         Es verdad, campeón. Y él resultó ser bueno. En el mundo hay más gente buena que mala, tesoro, el problema es que no siempre es fácil distinguirlos ¿sabes? En el zoo te habías perdido y Blaine te ayudó a volver con papá. Para otra vez, busca a un policía o a alguien vestido de uniforme, que trabaje allí ¿sí?

Kurt asintió, con carita pensativa. Seguimos caminando, pero Ted me agarró del hombro para decirme algo. Solo entonces me di cuenta de que apenas había hablado con el resto de mis hijos. No les había preguntado qué tal el día. No había hablado con Ted sobre su vuelta al cole, que por lo visto había estado llena de rumores y habladurías.
-         Papá… Dylan llevará esperando un buen rato. ¿Quieres que me adelante y vaya a por él? Aunque a lo mejor Alejandro es más rápido – añadió, señalándose la pierna.
No había reparado en Dylan y en que ya deberíamos de haber ido a recogerle. Lo apunté a la lista de cosas por las que no era un buen padre.
-         Sí, por favor. Alejandro, ve, campeón. Os alcanzamos enseguida – le dije. Con tantos niños y algunos de ellos pequeños, caminábamos más despacio y yo no sabía si Dylan estaba asustado. – Gracias Ted. ¿Cómo estás, por cierto? ¿Te duele algo? ¿Estás cansado?

-         Estoy algo cansado, pero estoy bien, papá, no te preocupes.

Varios minutos después llegamos al colegio de Dylan. Alejandro ya estaba allí y Dylan parecía bastante tranquilo, jugando con sus canicas.
-         Hola, Dy – le saludé – Siento llegar tarde, campeón.

-         Me d-debes una c-chocolatina – me dijo, sin mirarme.

-         ¿Cómo dices? – me extrañé.

-         H-hace dos años m-me dijiste q-que si llegabas t-tarde a por mí me c-comprarías una c-chocolatina.
Alejandro soltó una risita y algunos de mis hijos se contagiaron. Escucharles reír sirvió para hacerme sentir mejor y yo mismo me permití una pequeña sonrisa.
-         ¿Ah, sí? Bueno, no lo recuerdo, pero supongo que las promesas nunca prescriben – respondí. Dylan tenía una memoria prodigiosa, así que era probable que fuera cierto. Sonaba a algo que yo podía decir. Hace dos años le trajimos a ese colegio y no le gustaba estar en uno diferente a sus hermanos. Estoy seguro de que le dije de todo para hacerle sentir mejor, como que nunca llegaría tarde a recogerle. – Esta tarde te la doy, ¿bueno?

-         Q-que no se t-te olvide.

-         Contigo para recordármelo, lo dudo, campeón – sonreí más. - ¿Qué tal en el cole?

-         Me d-dieron las notas – anunció y señaló su mochila.

-         Oh. ¿Puedes ir a por ellas, por favor?
Dylan cogió sus canicas y caminó hasta su mochila. Luego vino hacia mí y me la dio, para después volver a lo que estaba haciendo como si nada. Abrí el sobre y me sorprendí al ver que tenía la máxima calificación en todos los ámbitos. Las notas de Dylan nunca habían sido un problema, él todavía era muy pequeño y su colegio tenía una adaptación en los temarios debido a las necesidades especiales de sus alumnos. Pero mi peque había hecho pleno de matrículas y eso me hizo sentir muy orgulloso.
-         Enhorabuena, Dy.
Ted se acercó a cotillear y luego fue a darle un abrazo a su hermano, que se dejó hacer aunque no se lo devolvió. Yo aproveché para ir a hablar con su maestra, que nos esperaba un poco más allá.
-         Siento el retraso. Ha habido un…

-         Su hijo me lo ha contado – respondió la profesora, refiriéndose a Alejandro. - ¿Está todo bien? Si necesita algo…

-         Estamos bien, muchas gracias. Gracias por quedarse con Dylan.

-         No ha sido nada. Es un niño muy tranquilo. ¿Ha visto sus notas? Estamos muy contentos con él. Aunque últimamente está algo menos hablador que de costumbre.

-         Con todos los cambios que ha estado viviendo en estos últimos meses, me sorprende que eso sea lo único – me sinceré. – Es increíble lo bien que lo está encajando todo.

-         Está creciendo, señor Whitemore – me sonrió la maestra.
Sonreí de vuelta y, ya con todos mis enanos, volví a casa. No quería separarme de los mellizos, pero Hannah tenía que ir al baño y los dos tenían que lavarse las manos. Les dejé marchar reticentemente, mientras ayudaba a Alice a quitarse la mochila.
-         Papá, no te enfades con Hannah, ¿sí? – me pidió Ted. - Se ha asustado mucho.

-         La defensa puede descansar – bromeé, pero no me quedó muy creíble porque no me sentía con ánimos. – No la voy a regañar, Ted. No serviría de nada, no aprendería nada, porque ella no tenía ninguna mala intención. No es como otras veces, que yo le pido que no haga algo peligroso y ella aún así lo hace. Hannah solo creyó que era algún papá del colegio. No pensó que fuera uno de esos “desconocidos” de los que la hemos hablado. Ella sabe que el cole es un lugar seguro y allí conoce profesores, compañeros y padres muchos días. “Desconocido” es una palabra ambigua para una niña tan pequeña. No puedo castigarla por ser una bebé confiada, solo tiene seis años. La inocencia forma parte de lo que es. Ya hablé con ella y creo que entendió. Luego tengo pensado hablar un poco más, pero ya decidí que no voy a castigarla por esto. Además, estoy demasiado aliviado como para pensar en enfadarme.

-         Solo ha sido un susto, papá – me dijo Ted. – La enana está bien.

Asentí, pero antes de poder responderle Michael y los gemelos bajaron las escaleras.
-         ¿Por qué habéis tardado tanto? – me reclamó Zach.

Dejé que fuera Ted quien se lo contara, porque no me apetecía revivirlo. Cuando acabó de ponerles al día, Michael frunció el ceño y se mordió el labio.
-         ¿Cómo era el tipo? – preguntó.

-         Pues… alto, rubio, no sé – dijo Ted. – Un tipo normal.

-         No me suena – susurró Michael. Solo entonces entendí a qué venía la pregunta. Me fijé en sus hombros hundidos y resoplé.

-         Escúchame bien: dudo mucho que ese tipo tuviera algo que ver con Greyson pero, de ser así, no sería culpa tuya, ¿estamos? Como tenga siquiera la ligera impresión de que te sientes culpable por esto te estaré haciendo cosquillas hasta que se te caigan los pies.

-         Glup. Bueno, no hace falta ponerse así.

Me reí y le revolví el pelo, feliz de que le estuviera creciendo. Me obligué a mí mismo a ser positivo. Ted tenía razón, solo había sido un susto. Y yo iba a poner veinte ojos a la salida del colegio para que nada semejante volviera a pasar.
Kurt y Hannah volvieron de lavarse las manos y fui con ellos al comedor. Había dejado hecha la comida antes de ir a por ellos, solo tenía que calentar la sopa y los filetes, así que tuve que resignarme a separarme por unos minutos y les senté a la mesa.
-         Papá… ¿no nos preguntas? – me dijo Harry. Zach le dio un codazo para que se callara. – Aich. Deja, no he dicho nada…

-         No, cariño, tienes razón, os dije que lo haría – respondí, contento de que fuera precisamente Harry el que quería que les preguntara. Eso significaba que sí había estudiado.  – Después de comer, ¿vale?

Serví la comida y nos sentamos todos a la mesa. El ambiente general era un poco extraño, todos mis hijos se habían llevado un buen susto. No se me ocurría nada qué decir para animar la situación y por eso hice algo que era una excepción en mi casa: me levanté y arrastré la mesita con el televisor para ponerla delante de nosotros. En mi casa, nunca se veía la tele durante las comidas, eran momentos para hablar entre nosotros.
-         ¿Vamos a ver una peli? – preguntó Alice, extrañada.

-         Algo así. El otro día Zach me dijo algo que me hizo pensar, acerca de que Michael tenía 18 años de cosas que acumular. Poco a poco nos encargaremos de eso, pero creo que hay una que podemos solucionar ahora mismo: tiene horas y horas de videos familiares que nunca ha visto.

-         ¡Ay, no! – protestó Alejandro.

-         Papá, no hace falta – continuó Harry.

No se estaban quejando de verdad, era simplemente que les daba algo de vergüenza. A Barie, Madie, y Ted les gustaba verse de pequeñitos. Los demás se ruborizaban. A Kurt y a Hannah les fascinaba verse de bebés, como si estuvieran mirando a otra persona.
-         Ah, sí, yo quiero ver eso – dijo Michael. – Alejandro de bebé tenía que ser adorable, luego creció y lo perdió todo – le chinchó.

-         No hay vídeos míos de bebé – murmuró Alejandro. – Solo desde los tres años, que es cuando vine con papá.

Mi intención era que los ánimos subieran, no que decayeran, así que me esforcé por redirigir la conversación.
-         Hay uno muy gracioso de cuando Alejandro tenía cinco años – recordé, y me puse a rebuscar entre las cintas, hasta encontrar la que quería. – De Tato, ¿recuerdas a Tato?
Tato había sido un peluche del que Alejandro no se quería separar. El juguete terminó destrozado por el uso, después de cientos de lavados y remiendos. Mi enano lo pasó muy mal cuando acabó por romperse del todo. Yo intentaba evitarles esas “grandes pérdidas” de bebé, pero formaban parte de la vida y en algún momento algún juguete querido se les rompía o perdía.
Puse el DVD mientras todos terminaban de comer y observamos diez minutos a un Alejandro diminuto que jugaba con Tato y un Zach bebé. Intentaba contarle un cuento a su hermanito, en el que Tato era el protagonista. Mi voz se oía de vez en cuando desde el otro lado de la cámara, ayudándole cuando se atascaba con la historia.
-         ¿Ves? Sí que eras adorable – dijo Michael. – Y Zach también. Qué gordito estabas.

-         ¡Oye! ¡No era gordito, era bebé! – protestó Zach.

Michael y algunos de sus hermanos se rieron. Empezaron a compartir anécdotas y a discutir amistosamente sobre quién era más rubio, más mono, o más trasto. Yo podría haber acabado con sus dudas en un santiamén, pero me divertía ver lo que recordaban.
-         Cualquiera que nos conozca sabe que el más trasto era y siempre será Alejandro. A las pruebas me remito – concluyó Barie, en tono solemne, como si fuera una abogada.

-         Te sorprenderías – replicó Ted, que había vivido y recordaba más cosas. – No subestimes el poder de los gemelos: venían por duplicado.

-         Y no te olvides de ti mismo, que no podía dejarte ni dos minutos solo – intervine, sonriendo.

-         ¿Ted era travieso, papi? – preguntó Kurt. Le gustaba saber cosas de sus hermanos antes de que naciera él.

-         No tanto como tú, renacuajo – le dije y le hice cosquillas. La risa de mi peque terminó de aligerar mi corazón. - ¿Ya terminaste?

A Kurt le había hecho comida especial, hasta que se recuperara del estómago, y por eso le había puesto solo un poco de arroz caldoso. No se había comido todo lo que había en el plato, pero forzarle a comer si no tenía hambre podía hacer que le sentara mal.
-         ¿Te duele la tripita otra vez?
Kurt asintió, mimoso. Le di un beso y le cogí en brazos.
-         ¿Quieres dormir una siesta?

-         Con Hannah – me pidió.

-         Bueno. ¿Hannah quiere dormir una siesta?

-         Shi.

La cogí a ella también con algo de esfuerzo y fingí que les daba mordisquitos a los dos.
-         A la camita entonces. ¿Queréis ir a la camita de papá?

-         ¡Sí!

Subí a acostarles y cuando bajé de nuevo mis hijos mayores ya habían recogido casi toda la mesa.
-         Tú deberías dormir una siesta también, papá – me dijo Ted. – Hoy apenas dormiste cuidando del enano.

-         Tal vez en un rato. Tengo que poner el…

-         No tienes que poner nada. A dormir – me ordenó, poniendo voz de capitán, con lo que solo consiguió hacerme reír. – Nosotros nos ocupamos de los platos.

-         Es mi turno – protesté. La hoja de la cocina repartía las tareas y, aunque a veces les tocaba a ellos poner el lavavajillas, ese día me tocaba a mí.

-         Y ha sido el mío muchos días mientras estaba en el hospital o recuperándome – replicó Ted. – Chicos, ¿una ayudita?

Harry, Madie, Alejandro y Zach prácticamente me arrastraron hasta el sofá.
-         Ah, sabía que se me olvidaba algo, tengo que preguntar a los gemelos.

-         Cuando despiertes. Así nos das más tiempo para repasar.

-         Está bien – cedí, ante su insistencia. Me dejé caer sobre el sofá, pero en el último segundo atrapé a Madie e hice que cayera conmigo.

-         ¡Aich! Suelta, papi pegajoso. Tengo que ir a estudiar yo también. Mañana tengo examen.

-         Bueno – acepté, de mala gana. – Pero si quieres que te suelte tendrás que darme un beso.

Madie se rió y negó con la cabeza, pero la hice cosquillas y al final me dio un beso sonoro en la mejilla.  Después de eso, tuve que dejarla marchar y me recosté en el sofá. Mi intención no era quedarme dormido, pero Ted tenía razón, había pasado la noche prácticamente en vela y tenía sueño. Los párpados se me cerraron.
Cuando desperté, media hora después, la casa estaba en completo silencio. Mis hijos mayores estaban estudiando, porque estaban en período de exámenes. Alice estaba muy concentrada dibujando y Hannah y Kurt seguían durmiendo. Michael era el único que no tenía nada que hacer aquellos días, hasta que arregláramos su situación escolar, así que estaba con el ordenador, viendo vídeos de Youtube con los cascos. Como todo el mundo parecía ocupado, fui con los gemelos para preguntarles sobre lo que habían estado estudiando. Les observé desde la puerta, ya que la tenían abierta, y les vi concentrados en algún libro. Sentí una repentina oleada de orgullo.
-         ¿Qué estáis estudiando? – me interesé.

-         Sociales – dijo Zach.

-         ¿Tú también? – le pregunté a Harry. Él solo se encogió de hombros. - ¿Harry? Te hice una pregunta, campeón.

-         Ya te oí – me gruñó. Normalmente me hubiera molestado ese tono, pero justo antes de comer había sido él el que me había pedido que les preguntara, así que redirigí mis energías a intentar averiguar qué había cambiado.

-         Bueno, entonces responde, hijo. ¿Tú también estás con Sociales?

-         Supongo.

-         ¿Y cómo lo llevas?

-         ¿Qué más te da? – me gruñó.

-         ¡Harry! – le reprochó Zach, mirándome con algo de preocupación, pidiéndome con los ojos que no me enfadara con su gemelo.

-         Si te estoy preguntando es porque me importa, ¿no?

Harry volvió a encogerse de hombros.
-         ¿Qué ocurre, campeón? ¿Te está costando? – le pregunté, dispuesto a no dejarme enfadar por su actitud. Sabía que era su particular forma de pedir ayuda con algo.

-         Es imposible – susurró Harry, hundiéndose en el asiento. – No se me queda.

-         No será tan así – traté de animarle. – A ver, déjame ver. Mira, te has hecho esquemas. De algo seguro que te acuerdas. Venga, háblame del sector agrario…

Poco a poco, a base de preguntas cortas y con algo de ayuda de su hermano en algunos puntos, Harry logró decirme todo el tema que se había mirado.
-         Sí que te lo sabes, Harry. Tienes que repasarlo un poco, todavía, pero muchas cosas te las sabes.

-         ¡Pero Zach ya se lo sabe todo! ¡Este tema y el siguiente!

-         Bueno, campeón. Cada uno tiene su ritmo – me senté en su cama. – A ti se te da muy bien la jardinería.

-         Y la música – me ayudó Zach. – Yo no sé distinguir una nota de otra y tú sí.

-         ¿Ves? Necesitas menos tiempo que los demás para unas cosas y más tiempo para otras.  Pero cada pequeño esfuerzo se nota. Solo que no puedes rendirte cuando se pone difícil.

Harry suspiró y asintió.
-         Entonces… ¿me lo he sabido? ¿Pedirás sushi esta noche? – me preguntó.

-         Sabías que iba a hacerlo de todas formas, mequetrefe – le dije, cariñosamente, y después tiré de su silla, para ponerle frente a mí. – Sigue así, ¿bueno? Poco a poco. Las vacaciones de Navidad están muy cerca, enano. Tú piensa eso.

-         Vale.

-         Y Harry… Si estás molesto por algo, lo entiendo, pero no por eso puedes responderme mal, ¿eh?

-         Perdón…

-         Perdonado, campeón.
Le di un pequeño masaje en los hombros. La gente suele decir que la vida de estudiante es sencilla y en algunos sentidos tienen razón, pero en otros no. Te somete a un estrés constante, con exámenes que cada año se ponen más difíciles. Aprender a tolerar el fracaso no era fácil, mucha gente no podía hacerlo como adultos, mucho menos un niño. Ellos querían que todo les saliera bien a la primera.
-         Papá, ¿qué hay de merendar? – me preguntó Zach.

-         Pero si acabamos de comer, glotón.

-         Estudiar da hambre – protestó y su expresión torturada me sacó una sonrisa.

-         Ve a picar algo, si quieres. La merienda será en hora y media, enano.

Zach salió como un rayo, como si la comida de todo el planeta se estuviera extinguiendo.

-         ¡Tráeme pistachos! – le pidió Harry.
Meneé la cabeza y les dejé tranquilos. Salí al pasillo y justo entonces vi como Bárbara empujaba a Alejandro hasta sacarle de su cuarto.
-         ¡Que te vayas te dije!

-         ¡Oye, bueno, tranquila! – protestó Alejandro. – Solo venía a enseñarte una canción que igual te gustaba, caray.

-         ¡Vete! – gritó Barie, y le empujó con demasiada fuerza, haciendo que Alejandro se chocara contra la pared.

-         ¡Bárbara! – exclamé.

Se quedó congelada unos segundos, luego se metió en su cuarto y cerró la puerta. Suspiré.

-         ¿Estás bien? – le pregunté a Alejandro. Él asintió. - ¿Qué ha pasado?

-         ¡Yo que sé! Solo quería enseñarle un vídeo que me han pasado. No la he hecho nada, ¡en serio!

Sabía que Alejandro estaba siendo sincero. Tanta agresividad sin justificación era más propio de Madie que de Barie, pero ella también tenía carácter, solo que nunca lo había sacado así. Caminé hasta su cuarto, pero Alejandro me agarró del brazo.
-         No ha sido nada, no hace falta que la regañes…

-         Sí hace falta, Jandro. No puede tratarte así.

Entré al cuarto de mis princesas y vi a Barie sentada en su cama con la tablet, mientras Madie estudiaba. 
-         Bárbara, ¿acabaste todos tus deberes? – pregunté. El uso de su nombre completo la hizo encogerse.

-         No tenemos deberes, solo hay que estudiar para los exámenes.

-         ¿Y no deberías estar haciendo eso?

-         Ya terminé – susurró. Me di cuenta de que estaba siendo un poco agresivo con ella.

-         Madie, cariño, ¿nos dejas hablar un momento?

Madie asintió y se escabulló rápidamente, sintiendo la tensión. Me senté al lado de Barie y suspiré.
-         ¿Desde cuándo se trata así a los hermanos? – le dije.

-         No hice nada – protestó.

-         Le empujaste y le echaste de mala manera – repliqué. Esperé alguna clase de respuesta por su parte, pero solo se quedó ahí sentada, mirando la tablet. – Barie, deja eso mientras hablo contigo – le pedí y fui soberanamente ignorando. – Bárbara. Deja la tablet.

Me sorprendió que no me hiciera caso, mi princesa solía ser bastante obediente. Estiré la mano y se la quité.
-         ¡Ey! ¡Devuélvemela!

-         No hasta que acabemos de hablar.

-         Yo no quiero hablar.

-         Mala suerte, mira por dónde, porque yo sí. Y me vas a escuchar. Trataste muy mal a Alejandro y me cerraste la puerta en la cara.

-         ¡En la cara no, no estabas ni cerca! – protestó.

-         Bárbara, basta. Sabes que no ha estado bien y no… - empecé, pero me detuve cuando, al dejar la tablet en su mesa, me fije en lo que estaba mirando.  – Esta foto es de Sam – me sorprendí. – El hijo de Holly. ¿Cómo has…?

-         Facebook – murmuró.

Cuando les compré los móviles y la tablet a Barie y Madie, puse algunas normas. Al principio fui rígido: nada de redes sociales, eran demasiado pequeñas. La edad legal para la mayoría de ellas eran catorce años; para otras, los dieciséis. Pero muchos de sus amigos tenían Facebook e Instagram y el Whatsapp me era bastante útil para comunicarme con ellas cuando salían a casa de alguna amiga, así que acabé por ceder un poco y les dejé tener cuentas, bajo un estricto control sobre lo que podían y no podían ver y subir. La tablet tenía bloqueo parental sobre algunas páginas y Ted de vez en cuando vigilaba que no agregaran a nadie extraño a sus perfiles en redes sociales. En seguida los gemelos quisieron el mismo trato, reclamando que además ellos eran un año mayores, y desde entonces todos mis hijos adolescentes tenían cuentas en las redes. Nunca habíamos tenido ningún problema, salvo una vez en que Zach y un grupo de amigos suyos dejaron un par de comentarios desagradables a otro chico. Zach se sintió fatal porque mi hombrecito no es ningún acosador.
Las niñas lo usaban sobre todo para cotillear sobre sus cantantes y actores favoritos. Así que sí, Barie podía usar Facebook. Por eso no entendí del todo la mirada culpable que puso en ese momento.
-         Les he buscado a todos – continuó, con un hilo de voz. – Pero solo Sam tiene el perfil público. Sube vídeos de música y eso. Es bastante bueno. O sea, muy bueno, en realidad.

-         Va al conservatorio – la informé.

-         ¿Estás enfadado?

-         ¿Porque le hayas buscado en Facebook? No veo por qué tendría que estarlo – repuse. – En cambio sí estoy bastante molesto por la forma en la que me has ignorado hace un momento y por cómo trataste a Ale.

Mi princesa se encogió sobre sí misma, avergonzada.
-         ¿Estoy en líos? – murmuró.
Ah, no. Eso era trampa. Ser tan mona y adorable no iba a salvarla. Nop. No iba a ayudarla ni un poquito.
-         … Si le pides perdón a tu hermano, tal vez me lo piense.
Blando.
-         ¡No le tengo que pedir perdón, no fue para tanto! – protestó.

-         Fue una mala reacción, Bárbara. Da igual si fue para tanto o no, actuaste mal y tienes que disculparte.

-         ¿Por qué? – replicó. No me gustó su actitud orgullosa, uno de mis objetivos como padre es que fueran capaces de reconocer sus errores y disculparse por ellos.

-         Porque lo digo yo, para empezar.

-         Pues yo digo que no – declaró.

Le sostuve la mirada por unos segundos, pensando en qué debía hacer. En realidad, sabía cómo hubiera reaccionado con cualquiera de sus hermanos de haber sido ellos los que hubieran hecho esa escenita en el pasillo.
-         Muy bien, si quieres ponerlo difícil, así sea. Nunca me habías respondido así y no vas a empezar ahora. Arriba.
Barie abrió su boquita formando una perfecta “o”.
-         No, papi.

-         ¿Te vas a disculpar? – decidí darle una última oportunidad.

Barie se encogió y asintió, sin ser capaz de mirarme a los ojos. No me gustó esa reacción. Parecía intimidada, como si yo fuera un gigante a punto de comerla.
«Bueno, mides cerca de dos metros y ella no llega al metro cuarenta y cinco» dijo una voz en mi cabeza. «Para ella eres un gigante. Y no vas a comerla, pero...»
-         No tengas miedo, cariño. Anda, ve a pedirle perdón a Jandro, luego me das un beso y…

-         ¡No me quiero disculpar! ¡No le hice nada, es mi cuarto y no quería que entrara!

-         Entonces se lo dices, de buenas maneras. Y aún así, en esta casa no hay “mi”. Si tu hermano quiere hablar contigo y estás ocupada, le pides que espere. Y si no, le atiendes. Tú entras en el cuarto de todos siempre y entiendo que quieras tu intimidad, pero a veces parece que tu habitación fuera zona prohibida, hija – le dije, recordando algunas quejas de los demás al respecto.

-         Es zona prohibida. Zona libre de chicos. El único lugar de la casa donde no hay gritos, ni hermanos plastas, ni pies apestosos. Bueno, hasta que llegaste tú – añadió, con rabia.
Una parte de mí supo comprender su punto de vista. No solo éramos muchos en una misma casa, sino mayoría de chicos. Estaba bien que necesitara su espacio y, dada su edad, estaba bien que quisiera un santuario femenino, compartido solo con su hermana. Pero eso no era justificación para cómo se había comportado ni para el insulto infantil que acababa de lanzarme.
-         No será que no te di oportunidades, hija. Pero si no vas a respetarme, entonces se acabó el padre comprensivo. Ven aquí – la ordené, y no esperé a que lo hiciera, sino que tiré de su brazo.

-         ¡No!

Podría haberla tumbado directamente, Barie apenas tenía fuerza comparada conmigo, pero en lugar de eso la levanté y la puse de pie entre mis piernas.

-         No tienes que tenerme miedo. Nunca te he hecho daño, ¿o sí? – pregunté y ella negó con la cabeza. – No me gusta hacer esto, pero no voy a dejarte tener esos arranques de ira con tu hermano, ni esa actitud orgullosa que no me gusta ni un pelo. Eres mi princesa, pero en esta casa todos somos príncipes – le dije, y concluí con un beso en su frente. Ese gesto tuvo un efecto físico en ella y sus ojitos brillantes comenzaron a derramar gotitas saladas.

-         Snif… Ocho príncipes, cuatro princesas y un rey.

Esbocé una media sonrisa.

-         Y los reyes, los príncipes y las princesas, también piden perdón cuando se equivocan – añadí. – Espero que, para otra vez, lo recuerdes. Así nos ahorramos este mal trago.


-         COLE’S POV –
Me sabía el libro de lengua casi de memoria. Ya no quería estudiar más, había sacado un diez en la evaluación. Pero al mismo tiempo me daba ansiedad si no estaba con el libro en las manos. Apoyé la cabeza sobre la almohada y me tapé la cara con el libro. Estaba frío y se sintió agradable.
Alejandro y Ted cuchicheaban algo desde la mesa. Les dejaba la mesa a ellos porque tenían apuntes y necesitaban el espacio. Además, a Ted no le gustaba estudiar tumbado y a mí sí.
-         ¿Crees que…?

-         Esa pinta tenía. Además, ya está tardando mucho. Si solo la fuera a regañar ya habría terminado.

Iba a preguntarles de qué estaban hablando, pero no fue necesario. Se escuchó un portazo y un llanto y luego a papá llamando a Barie. Alejandro se asomó a ver, sin llegar a salir del cuarto.
-         Se ha encerrado en el baño – informó.

-         Barie, cariño… ¿Estás bien? Sal, princesita. Habla conmigo, ¿sí? – nos llegó la voz de papá.

-         ¿Ha castigado a Barie? – pregunté yo.

Alejandro asintió y Ted dejó escapar un suspiro. Bárbara se metía en pocos problemas y era una suerte, porque ninguno de nosotros soportaba verla llorar. Te rompía el corazón, tenía una de esas caras que nadie quería ver triste.
Dejé el libro sobre la cama y bajé de la litera.
-         ¿A dónde vas? – se interesó Ted.

-         Al salón.

-         Huyes de la zona de guerra – dijo Alejandro.

-         Huyo del libro de Lengua – repliqué, aunque en realidad eran las dos cosas. Ya no soportaba estar encerrado estudiando por más tiempo en una habitación llena de gente y saber que mi hermana estaba llorando en el cuarto de al lado tampoco ayudaba.

Fui al salón y me senté en el sofá con los pies en el respaldo y la cabeza colgando. Estaba aburrido y cansado.
-         Cole, siéntate bien – me dijo papá, desde las escaleras. No le había oído bajar.

-         Me aburro, papá – le dije, mientras me colocaba. Papá tenía la absurda manía de que si me ponía así me subiría la sangre a la cabeza.

-         ¿No tienes ningún libro nuevo que empezar? – me preguntó.

-         Ah, ah. Adivina de quién es la culpa.

-         Tuya, por leer tan deprisa – dijo papá. Se rió, y yo le sonreí. – Después de los exámenes arreglaremos esa penosa situación – me aseguró. – Mi gusanito de biblioteca no puede estar sin nuevas historias.

-         ¡Eso!

Papá se acercó a darme un beso y luego se fue a la cocina. Ya era mayor para que me diera besos, pero a mí me gustaba. Los niños de mi clase parecían constantemente enfadados con sus padres y yo me había empezado a preguntar si no era demasiado bebé por estar siempre buscando que me hiciera mimos. Pero Zach era mayor que yo y lo hacía también. Papá le daba besos hasta a Ted y a Michael.
Escuché un maullido desde alguna parte del sofá y me agaché a buscar. Leo estaba escondido debajo de uno de los cojines, era sorprendente que cupiera ahí. Un día le íbamos a aplastar, por tonto. Se me hacía raro tener un gato. Era muy mono, pero pasaba casi todo el tiempo con Dylan y Kurt. Le hice una caricia y Leo ronroneó. Sip, muy mono. Sonreí y me puse a jugar con él. Papá le había comprado algunos juguetes. Su favorito era un palo largo que acababa en plumas, como un plumero. Leo se volvía loco con él y lo perseguía como si estuviera cazando. Empecé a mover el palo por toda la habitación y Leo saltaba con mucha agilidad para intentar atraparlo. Me subí al sofá y levanté el plumero en el aire para ver cuánto podía saltar, pero me resbalé y me caí. Por suerte quedé sentado en el brazo del sofá.
-         ¡Cole! ¿Estás bien? – me preguntó papá. Tenía la puerta de la cocina abierta y me podía ver.

-         Sip, no ha sido nada.

-         No te subas al sofá, enano.

-         Bueno.

Leo saltó sobre mí, como si de pronto yo fuera su presa. Me reí y retomamos el juego, pero en vez de agitar el plumero decidí esconderlo a ver si Leo lo buscaba. Sin embargo, no me hizo caso. Supongo que eso era más propio de perros. Pero… ¿y si le entrenaba? Cogí el palo y lo lancé bajo la mesa del comedor.
-         Mira, Leo. ¿Dónde está el juguete? Ve por el juguete.
Leo me miró durante varios segundos, luego se sentó y comenzó a lamerse una pata, con indiferencia. Grrd.
-         ¿Ya no quieres jugar o qué?
Leo se subió de un salto al sofá y recuperó su lugar tras el cojín. Yo subí tras él y traté de quitarle el cojín, mientras él lo agarraba con sus zarpas.
-         Bueno, bueno, tuyo.
Leo se cansó de mí y decidió alejarse. Dio un salto super mega grande para algo tan chiquitito y pasó por encima de la mesita del salón, para hacer un aterrizaje perfecto en el suelo.
-         ¡Ala!
Eso parecía divertido. Me puse en cuclillas sobre el sofá y me preparé para saltar yo también. Igual que Leo, aterrizaje perfecto.
-         ¡COLE! – exclamó papá. - ¿Es que no puedes usar el sofá para sentarte, como todo el mundo? ¿Acabas de saltar la mesa? ¿Es que quieres que me dé un infarto?

-         Aichs, ya vale de regañarme por todo – me quejé. – Leo es más divertido que tú.

-         Te regaño porque estás haciendo el cafre. Si te aburres ponte a ver la tele, pero nada de acrobacias en el salón, ¿entendido?

-         Bueeeno.

Qué pesado. Me tumbé y encendí la tele, pero no echaban nada interesante.

-         TED’S POV –
Menudo día. Del susto que me llevé con la enana en el colegio no me iba a recuperar en un tiempo. Por suerte, todas esas personas horribles que se dedicaban a secuestrar niños tenían un gran obstáculo en mi familia: un padre sobreprotector y once hermanos que podían transformarse en tigres, como había demostrado Kurt. Al enano le iba a hacer un altarcito, con velitas y todo.
Después de comer los mellis se echaron una siesta y todavía no despertaban. Yo me había puesto a estudiar, aunque sin poder evitar la sensación de que a lo mejor no servía para nada y acabab repitiendo curso. Pero yo iba a poner de mí para que eso no pasara.
Alejandro estaba estudiando también, pero tenía el móvil al lado y de vez en cuando lo miraba. No le dije nada porque solo había valido para enfadarle. Salió del cuarto para enseñarle algo a Barie y volvió refunfuñando porque ella le había echado. Me dijo que papá lo había visto y estaba enfadado y me pregunté si mi hermana se la iba a cargar.
Por lo visto, se la cargó, y Barie se encerró a llorar en el baño. Ya llevaba allí un buen rato. Papá no dejaba de llamar a la puerta y lo más que consiguió fue un “Déjame porfa” medio llorado por parte de mi hermanita. Decidí salir a echarle un cable.
-         ¿Papá? – le llamé, desde la puerta de mi habitación, para que se alejara del baño y así Barie no nos oyera. - ¿Qué pasó?

-         Nada serio… Pero está llorando mucho y no me ha dejado abrazarla – me dijo, con preocupación.

Me mordí el labio.
-         Igual quiere estar sola…
– Barie nunca quiere estar sola después de… No he sido tan malo con ella. En serio.
-         Papá – comencé y medité con cuidado mis siguientes palabras. – Barie tiene ya doce años. ¿No crees que es mayor para…?

Aidan me miró y juraría que alzó ligeramente una ceja.
-         Nunca me has dicho esto con ninguno de tus hermanos. ¿Son Harry y Zach mayores? ¿Lo es Alejandro?

-         Bueno, es diferente – me justifiqué.

-         ¿Por qué?

-         Ellos son chicos.

-         ¿Y?

Bufé. Estaba seguro de que sabía lo que quería decir, solo se empeñaba en negarlo.

-         Le da mucha vergüenza.

-         A vosotros también – contraatacó.

-         No es lo mismo, papá…

-         Ted. Aunque no es asunto tuyo, desde hace años con tus hermanas siempre es sobre la ropa. Sé que está en una edad difícil, sé qué casi siempre se porta muy bien y sé que es nuestra princesita mimada, pero si hace algo mal tiene las mismas consecuencias que vosotros, campeón. No solo porque es lo justo, sino porque ella también tiene que aprender.

-         Ya, pero… Es mi hermanita – protesté, con un puchero que buscaba hacerle sonreír y lo conseguí. – Eres malo.

-         El peor.

-         ¿Quieres que hable yo con ella? – le ofrecí. -  Intentaré hacer que se sienta mejor y luego te la envío para que la llenes de mimos. Tú mientras puedes ir haciéndole un zumo de melocotón. Es su favorito e igual así te perdona por ser un monstruo cruel y sin corazón.

Papá se hizo el indignado y me dio un pellizquito en el costado.

-         Está bien, canijo. A ver si tú tienes más suerte – aceptó y se fue a la cocina.
Yo me quedé en el pasillo por unos segundos y luego me acerqué al baño.
-         ¿Barie? Papá se ha ido abajo… - le dije. Quise añadir algo así como “Sal y habla conmigo, enana”, pero me contuve. Decidí esperar a ver qué hacía ella con esa información.
Después de un rato, oí cómo descorría el cerrojo, abrió la puerta y pasó a mi lado como un huracán rumbo a su cuarto. La seguí y la encontré tumbada sobre la cama, donde se acababa de tirar, con la cabeza escondida en la almohada y llorando mucho. Se iba a poner mala si seguía llorando así.
Caminé hasta su cama y lentamente me senté a su lado, estudiando su reacción por si acaso me echaba, pero ni siquiera me miró.
-         Barie, ya no llores… - le pedí. Ladeó la cabeza para respirar y aproveché para pasar el dedo por su mejilla húmeda. – ¿Quieres contarme qué pasó?

-         No – gimoteó.

-         Bueno. ¿Quieres que llene los bolsillos de papá de azúcar y lo acerque a un hormiguero?

-         No, Ted. Déjame – lloriqueó.

-         No puedo hacer eso, enana. Eres mi hermanita y no puedo dejarte cuando te veo así tan triste.

-         Snif…

-         ¿Papá fue muy duro contigo?

Bárbara no respondió, pero la noté algo más calmada, como si escuchar mi voz fuera un remedio contra el llanto. Probé a seguir hablando, a ver si así conseguía tranquilizarla. Me tumbé a su lado y prácticamente la obligué a apoyar la cabeza en mi brazo.
-         Si todavía te duele, verás que enseguida se pasa.

-         Snif. No me duele…snif… pero me muero de vergüenza.

-         No hay por qué, hermanita. No es la primera vez, ¿mm? Y desde luego no eres la única. Tienes once hermanos bastante familiarizados con lo que te acaba de pasar, diría yo. Algunos somos incluso unos expertos. Si no recuerdo mal, tú tuviste entradas en primera fila la última vez – la recordé. Era algo que me apetecía olvidar, pero si servía para hacerla sentir mejor… -  Eso sí que dio vergüenza.

Me miró en silencio unos segundos y dejó que le limpiara un par de lagrimitas más.

-         Fuiste muy valiente. Si papá me hubiera pegado tanto como a ti, me habría muerto – me dijo.

-         Qué va. Tú eres muy valiente también, y muy fuerte. Y papá jamás te haría daño, ni a ti, ni a mí.

-         A ti te lo hizo.

-         No, Bar. Fue duro conmigo y además esa vez yo no había hecho nada, pero no me hizo daño. ¿Te cuento algo? Pero no se lo puedes decir a nadie.

Barie asintió. Tenía una expresión triste, como de pucherito, pero había cesado el llanto.
-         Tú sabes que siempre que papá nos castiga tenemos permiso para ser sus lapas por el resto del día. No es que tengamos permiso, es que no tenemos otra opción, aunque antes Ale nunca quería y Harry a veces tampoco. Si por papá fuera, se pasaría horas mimándonos y demostrándonos que todo está bien. Ha sido así desde que tengo memoria. Cuando yo era peque siempre que me regañaba me daba un abrazo después y un beso. Es su forma de decir que está todo perdonado, pero no es solo eso. Es como que necesita que sepamos que nos quiere mucho, pase lo que pase. Podría dejarlo en un beso y ya, pero muchas veces hace más que eso. A los peques los coge a upa y a nosotros nos hace cosquillas o nos dice cosas cursis de las suyas… La reconciliación no es solo para nosotros, también es importante para él. Es como si tuviera miedo de que le fuéramos a dejar de querer porque nos castigue… Y yo tengo la culpa de eso. Aquí viene el secreto. ¿Me lo guardas? – pregunté, y Barie volvió a asentir. - La primera vez que papá me dio una zurra fue cuando tenía siete años. Es decir, ya me había castigado antes, pero nunca en serio: unas pocas palmadas y yo lloraba como el bebé que era y él me comía a besos. Pero ese día yo me metí en un lío de los grandes. El entrenador de natación nos llevó a la piscina con trampolines y nos enseñó a tirarnos desde el bajito… pero yo me escapé y me subí al grande… Eran veintisiete metros, Bar. De haber llegado a saltar, me habría matado. Ni siquiera ahora, tras casi quince años nadando, el entrenador me dejaría subir ahí. Es solo para gente que se dedica profesionalmente al salto de trampolín. El entrenador casi se muere. Me llamó para que bajara, pero me daban miedo las escaleras, estaban muy altas. Gracias a Dios, tampoco me animé a saltar. El entrenador se subió a por mí, me bajó, llamó a papá y me prohibió pisar su piscina para siempre. Para siempre duró una semana, pero te puedo asegurar que yo casi me muero. Era el peor castigo del mundo mundial. Con la llorera que me pegué, uno podría pensar que papá se ahorró castigarme en casa, peeeero me había dicho muchas veces que en la piscina había que obedecer al entrenador porque era peligroso y el caso es que el entrenador nos había prohibido acercarnos a ese trampolín. Así que nadie me salvaba. Papá se había llevado un gran susto y encima yo hice un señor berrinche porque no quería quedarme sin natación. Creo que nunca he sido muy de berrinches, no sé, pero ese día le hubiera ganado a Kurt por goleada. Papá me dio una buena… Es decir, fue ridículo, fueron veinte palmaditas nada fuertes, pero para mi yo de siete años fue terrible. Cuando papá terminó me fui al salón a llorar y cada vez que él intentaba acercarse a mí yo salía corriendo. Esa no fue solo la primera vez para mí, también lo fue para él, dado que yo era el mayor. Nunca antes había sido tan duro con nadie. Estoy seguro de que se tuvo que sentir terrible al ver que su hijo le huía de esa manera.

-         ¿Y qué pasó después? – preguntó Barie con un hilo de voz, quizá empezando a ver el punto de conexión entre su situación y mi historia.

-         Me puse malito de tanto llorar. Me empezó a doler la tripa y papá me cogió en brazos intentando calmarme. Al principio, me resistí, quería bajarme, pero al final dejé que me abrazara porque mi tripita empezó a sentirse mejor. Todo mi cuerpo empezó a sentirse  mejor cuando papá me abrazó y al final me quedé dormido en sus brazos. Me despertó a besitos para la hora de cenar y no recuerdo muy bien qué me dijo, pero sé que fue algo bonito y dulce y yo estuve colgado de su cuello prácticamente el resto del día.

Bárbara se quedó en silencio durante un rato. Su respiración se había normalizado y su carita empezaba a perder el color rojo que había adquirido con el llanto.
-         Tú también te sentirás mejor si dejas que te abrace – le dije. – Y él también se sentirá mejor. Todos nos sentiremos mejor.

-         No estoy enfadada con él – susurró.

-         Ya lo sé. Es más complicado que eso. Pero en realidad la solución es muy sencilla, ¿mm? Hay cosas que no se arreglan con un beso, pero esto sí, mira qué fácil. Además, me han dicho que a alguien le están haciendo zumo de melocotón. Pero te lo va a traer papá, así que tendrás que abrirle la puerta.

Barie se retorció de una forma muy graciosa, como un gatito, y se tumbó de lado.
-         ¿Está muy enfadado? – me preguntó.

-         ¿Quién? ¿Papá? Nada de nada. Ni un poquitito. Cero. No va a obligarte a estar con él después de castigarte, Bar. No está enfadado, solo triste.

De nuevo guardó silencio y se frotó los ojos, que la debían de picar.
-         … Si me trae un zumo puede entrar – accedió.
Sonreí, y le di un beso en la mejilla. Me levanté para dejarla tranquila, pero ella me llamó antes de que pudiera salir.
-         Ted… ¿todos saben?

-         No – la mentí. – Y si alguien hace aunque solo sea un comentario pequeñito, tengo cientos de historias embarazosas de cada uno con la que cerrarles la boca.

-         ¿Me cuentas alguna? – me pidió, mimosa.

-         Ya te he contado una mía, ¿qué más quieres?

-         Esa no vale, eras pequeño.

-         Oye, hace menos de un mes me has visto el culo. Dame un respiro.

Con eso, Barie se puso rojísima, levantó la manta y se tapó la cara.

-         ¡Ay, Ted!

Me reí y salí del cuarto. Era tan fácil hacerla ruborizar.


-         AIDAN’S POV –
Deseé que Ted tuviera más éxito que yo con su hermanita. Al menos habría alguien con ella para consolarla. Yo me concentré en hacer el zumo. Supuse que no pasaba nada por adelantar la hora de la merienda, si total, los exámenes les daban hambre.
Cole estaba aburrido en el salón y me dio un susto cuando le vi saltando como un mono desde el sofá. Mocoso imprudente… ¿es que no sabía que si le pasaba algo yo me moría?
Terminé de hacer zumos para todos y saqué unas galletas de la despensa. Le había prometido una chocolatina a Dylan, así que busqué eso también. Sabía que tenía en algún lugar, pero me costó encontrarla, y en ese proceso de búsqueda escuché un ruido muy fuerte. Salí de la cocina como un rayo y me encontré con Cole, sentado en el suelo y parpadeando medio en shock, justo delante del sofá, que estaba volcado. Cómo se las había apañado para volcarlo era un misterio, aunque supongo que si aterrizó de un salto en el respaldo pudo desequilibrar el pesado mueble.
-         ¡Cole! ¿Madre mía, estás bien?
Corrí hacia él y le levanté, buscando daños, pero afortunadamente no se había hecho nada. Si estaba un poco sorprendido, sin embargo, como si no tuviera muy claro lo que había pasado.
-         ¿Qué te dije hace un momento? – le regañé, el alivio dando paso al enfado.

-         Que nada de acrobacias en el salón – murmuró.

-         Y tú ni caso, ¿no?

-         Fue sin querer, papi. No quería volcarlo…

-         El sofá me importa un pimiento, Cole. Podrías haberte roto un hueso o la cabeza - le dije. Coloqué el sofá en su sitio y Cole dejó escapar un ruidito sombrado.

-         ¡Ala! ¡Lo has levantado con una sola mano! – exclamó. En otro momento hubiera sonreído por su infantil admiración y hubiera presumido un poco de mi “súper fuerza”, pero aquella vez me mantuve serio y Cole lo notó. - ¿Y con esa misma manaza me vas a pegar? – me preguntó, con un puchero.

Le miré con incredulidad. Ese comentario era más propio de Zach que de él. Además yo todavía no había hablado de su castigo, pero mi enano era bastante listo y sabía lo que esperar. Me agaché para estar a su altura y me aseguré de que me mirara.
-         Esta “manaza” se vuelve pequeñita cuando tiene que tratar contigo – le dije. – Pero me parece que un castigo si te mereces, ¿no? Te regañé por hacer el bruto antes.

-         Sí, papá… snif… Perdón.

Me senté en el sofá y Cole empezó a llorar abiertamente.
-         Ya no lo hago más, papi, de verdad.

-         ¿Por qué siempre soy papi cuando estáis en líos?

-         Porque así te enfadas menos… snif.

Le acerqué a mí y le di un beso en la frente.
-         Si me enfado es porque te quiero y no quiero que te hagas daño. Afuera el pantalón, canijo.

Cole me miró con sus ojos oscuros muy abiertos. Se llevó la mano a la cintura, pero las dejó ahí, quietecitas.
-         Siempre lo haces tú – murmuró.
Era verdad. Pese a su edad, pese a su madurez general y a su vocabulario complejo, pese a ser un enano generalmente responsable, Cole era pequeño todavía. Era un bichito infantil y adorable que aún dejaba que yo le cogiera en brazos a veces. Puse mis manos sobre las suyas y le ayudé. Después le agarré por debajo de las axilas y le alcé un poquito para tumbarle encima de mí.
-         En el salón no se salta y si te digo que no hagas algo me tienes que obedecer, Cole – le recordé.
PLAS PLAS PLAS Au, papi… PLAS PLAS
PLAS PLAS Ai… PLAS PLAS PLAS
Dudé un segundo, pero al final le levanté. Estaba seguro de ser un blandengue sin remedio, pero entonces vi sus ojitos húmedos y ya no lo tuve tan claro. Nop, tenía que ser el monstruo más malvado del planeta.
-         Perdón…

-         Estás perdonado, campeón – le aseguré. Le coloqué el pantalón y le di un beso. Después volví a cogerle para sentarle encima de mí. Como era bajito para su edad, cabía entre mis brazos perfectamente.

-         Caray…. Yo bajaba a ver qué pasaba con el zumo que me había prometido Ted, pero como que vine en mal momento – dijo Barie, desde la escalera. Su postura tensa contrastaba con su intento de sonar relajada. Se estaba esforzando por aparentar normalidad, pero era evidente que estar ahí no era fácil para ella.

-         Me la cargué, Bar… - gimoteó Cole. Fue todo un alivio que no le diera vergüenza. Debería de haberle llevado a su cuarto para hablar con él, pero la costumbre era difícil de quitar. Con los pequeños no siempre lo hacía y me costaba asumir que Cole estaba creciendo. 

-         Yo también, mico – respondió Barie, sorprendiéndome al hacerlo. Se acercó a nosotros tímidamente y se sentó a mi lado en el sofá. Con el brazo que tenía libre, la envolví y disfruté del contacto de mis dos angelitos. Últimamente no les había prestado mucha atención, a ninguno de los dos, ni a Madie, porque habían sucedido muchas cosas que me habían tenido distraído.

-         Qué malo que es papá – les dije, y le di un beso a cada uno. - ¿Estás bien, mi amor? – le pregunté a Barie. Ella asintió, y escondió la cara en mi brazo, vergonzosita.

-         Lo siento – me susurró.

-         No pasa nada, cielo. ¿Te disculpaste también con Jandro?

Ella negó con la cabeza.

-         Pero lo voy a hacer.

-         No esperaba menos de mi princesa. Tienes el zumo en la cocina, cariño.

-         Ahora voy – cuchicheó y se recostó sobre mí. Cole hizo lo mismo y yo sonreí, feliz de verme atrapado entre ellos dos.



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N.A.: Muchísimas gracias por los comentarios :D
Es cierto que habían pasado casi dos años desde la última actualización. Uff. No era consciente de que hubiera sido tanto tiempo. Gracias, en serio gracias por haber querido seguir leyendo.
No recuerdo ya si esto lo he dicho alguna vez (muchas “notas de autor” olvidadas) pero a veces saco ideas de “la vida real” y las incorporo a la historia, como por ejemplo una familia que conozco a la que literalmente le ha pasado de todo (como a la de Holly, pero con cosas diferentes) y aun así han salido adelante y más que adelante. De su capacidad de superación he aprendido mucho, y también he aprendido que a veces la realidad supera a la ficción.  Os cuento esto a ver si así os hacéis el #TeamHolly , que he visto reticentes y esto ya me pasó en otra historia, nunca gustan las parejas que hago jajajaja


9 comentarios:

  1. No lo puedo creer!!!! Si si si, un nuevo capi, bravo!!!! Y como siempre Aydan hermoso. Pobre Cole solo estaba aburrido jajaja, y Bari, bueno ella tiene un poco de razon,que no entren a su santuario, es una princesa jajaja. Pero las princesas al parecer tambien cobran. Precioso y esperado reencuentro con esta familia. Que no pase mucho. Besos
    Grace

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  2. Menos mal la pusieron en su sitio , porque jadro no le puede ni responder que ya lo castigaba y barbi siempre le dice cosas a Álex y como que no pasa nada yo siempre la he visto que se hace superior a Álex , muy buen Capi cuanto he extrañado esta historia y en poquito tiempo dos capis ojaala la casa sigan así un besito

    Terry

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  3. Que bueno que la castigaron, pero hubiera sido mejor que pusieras la paliza para leerla, aunque también es bueno que quede para la imaginación, hay niñas que son muy mimadas la verdad.

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  4. Que penita de cole , el es un niño muy tranquilo creo que es la primera travesura que hace

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  5. A mi me encanta Holly y Aidan, pero me encanta más que actualices jejejejej superrrr

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  6. Creo que Aidan es un poco injusto, quiero decir, no castigó a Barbie tan rápido como lo hizo con Cole, creo que él vaciló un poco solo porque ella es una niña, su "princesa", Ted también, tratan a las chicas de manera diferente de los chicos, es injusto.

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  7. Por fin pude leerla con calma y me encantó, como siempre. Me hubiera gustado que narraras el castigo de Barie, pero quedará para la imaginación. Y el POV de Cole me encantó. Respecto a Holly, bueno no eres el únicalp escritor que le cuesta trabajo relatar de parejas, a mi también me cuesta trabajo. Saludos.

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  8. Vaya vaya.. pero que capítulo tan cargado de emociones me vine a encontrar!!
    Ok.. sé que es mi culpa por desaparecerme de la lectura!!
    Pero waaoo Kurt es mi ídolo!! Con esa garra para defender a su hermanita me encantó!! No le importó el tamaño de aquel hombre.. él hizo o que hace un buen hermano al defender a su hermana!!
    Me alegro que pudieran capturar a ese tipo!!
    Pobre Ted se la pasaron molestándolo y por su bien espero no vaya a ir a nadar solamente porque lo retaron!!
    Esos gemelos les está saliendo bastante barato el castigo de la expulsión y que bueno que los hayan recompensado con sushi después de tanto estudiar!!
    Y esa Barie siento que le salió barata y eso que fue grosera con Jandro y el mismo Aidan!! Igual yo también hubiera querido leer el castigo pero ni modo ojalá en algún futuro!!
    Ese Cole se pasó con tanta acrobacia solamente porque estaba aburrido mm lo bueno que no se lastimó cuando tiró el sofá jaja..
    Muy lindo el capi amiga!!

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