sábado, 21 de septiembre de 2019

CAPÍTULO 13




Ponerle crema a Gabriel fue complicado, pero Marcos acabó por conseguirlo, aprovechando que el niño estaba cariñoso y no se quería separar de él.

- El chico te adora – le hizo notar Rubén.

- No sé por qué - admitió Marcos. - Le encontré en la sierra por casualidad. Y en el hospital, la trabajadora social pasó más tiempo con él que yo.

- Le salvaste la vida. Uno no olvida a su salvador. Tenía que estar muy asustado, y tú le salvaste del frío y del hambre.

- Cualquiera lo hubiera hecho, fue simple humanidad.

- Tal vez, pero lo hiciste tú – replicó Rubén. - Y eso te hace especial para él.

Marcos no respondió y se limitó a pasar la mano por el pelo del niño, disfrutando de su textura áspera. Gabi tenía los ojos cerrados, pero no estaba dormido. Tenía su oreja apoyada sobre el pecho de Marcos, como si quisiera concentrarse en la extraña vibración de su caja torácica cada vez que hablaba.

Mientras observaba al niño tranquilamente recostado sobre su cuerpo, Marcos sintió cómo se le encogía el corazón.

- ¿Qué voy a hacer, Rubén? ¿Qué voy a hacer cuando me digan que tengo que despedirme de él?

- No pienses en eso – le recomendó su hermano. - Tal vez nunca tengas que despedirte de él.

- Esta situación es temporal. Están buscando a sus familiares. Sus padres murieron, pero tiene que tener algún tío, o algún abuelo o aunque sea un primo segundo.

- Eso no lo sabes. Y aunque así fuera, quizá consideren que está mejor contigo. O, si no, te permitirán verle. Eres su salvador, después de todo.

Gabi levantó la cabeza justo en ese momento y sus ojitos azules buscaron los de Marcos, que automáticamente le sonrió.

- Me parece que alguien tiene sueño – dijo Marcos, casi como si estuviera hablando con un bebé o con un niño muy pequeño. - Pero no quiero que te duermas, o sino esta noche no habrá forma de meterte en la cama, monito salvaje. Hoy no puedo contar con el efecto de los tranquilizantes.
 
- Será mejor que le entretengas con algo, entonces – sugirió Rubén.


Era una buena idea, porque además Gabi necesitaba algún tipo de estímulo. No podía limitarse a pasar los días durmiendo o esperando la comida.

- ¿Qué sugieres? - preguntó Marcos.

- Guardas alguno de los juguetes de mis enanos, ¿no? ¿Tienes esos bloques de construcción que tanto le gustan a Jaime? Es un juego bastante básico, seguro que Gabriel entiende el concepto enseguida y más adelante tal vez sirva para enseñarle los colores.

Marcos asintió, entusiasmado. Sus sobrinos se pasaban horas con aquellos bloques y, aunque eran más pequeños, había que tener en cuenta que Gabi no era como cualquier niño promedio de su edad.

Trató de levantarse del sofá, pero Gabriel tenía otros planes. Emitió claros gruñidos de protesta y se negó a soltarle.

- Parece que estás prisionero – se rió Rubén.

- No pasa nada, puedo con él, no pesa mucho – aseguró Marcos y, sin embargo, cuando se levantó pasó algo de apuro porque que le costaba sostener al niño.

Caminó con él aferrado a su cuello hasta un armarito que usaba de trastero y se dispuso a sacar la caja con los bloques.

- Necesito mis manos, Gabi – le dijo y trató de dejarle en el suelo con delicadeza.

El niño se opuso fervientemente, pero Marcos era bastante más fuerte que él y logró deshacer el férreo agarre de sus manos alrededor de su cuello. Gabriel se enfadó y le enseñó los dientes, haciendo un amago de morderle, pero Marcos estuvo rápido de reflejos y le agarró de la melena.

- No – le instruyó. - Eso no se hace.
 
Gabi volvió a gruñir y arrugó la cara en un gesto hostil. Marcos le ignoró y cogió la caja.

- Toma, esto es para ti – le indicó.

El niño, rabioso, cogió uno de los bloques y lo tiró al suelo con mucha fuerza.

- Gabi, no. No, no – repitió Marcos, gesticulando exageradamente.

El chico detuvo su brazo en el aire, a medio camino de lanzar un segundo bloque. Dudó un segundo, y después lo tiró, con fuerza, hacia la frente de Marcos. El plástico impactó dolorosamente justo encima de su ceja derecha.

- ¡AY!

Marcos se frotó, sorprendido, y en ese momento Rubén tuvo suficiente. Se levantó, colérico, pero apenas había dado dos pasos cuando un tercer bloque le impactó en la mejilla.

- ¡Marcos! - gruñó el hermano mayor. - Esto tiene que parar.

Sabía que Rubén tenía razón, pero no estaba seguro de querer seguir sus métodos. Alejó los bloques del niño y volvió a restregarse la frente. Gabriel era un chico muy dulce y necesitado, que no comprendía el mundo, pero tenía los mismos instintos que cualquier ser humano y una nula capacidad para reprimirlos.

- Lo único que hiciste fue soltarle un momento. Tiene que entender que no siempre puede salirse con la suya – continuó Rubén, frustrado.

Gabi se sentó en el suelo y se abrazó las piernas, observándoles con una mezcla de rabia y tristeza.

- Creo que esa parte la ha entendido – respondió Marcos. - Por eso está tan enfadado.

- No puedes dejar que te trate así.
 
- Ya lo sé, Rubén. Dame tiempo, ¿quieres?

El más mayor soltó un bufido e irónicamente eso le hizo parecerse mucho al pequeño salvaje.

- Me voy a dar una vuelta – declaró. - Porque si me quedo le voy a dar la palmada que está pidiendo a gritos y encima te enfadarás conmigo.

Sin más palabras, Rubén cogió su chaqueta y abrió la puerta de la calle. Ambos hermanos suspiraron al unísono a distintos lados de la madera.

1 comentario:

  1. Rubén está siendo un idiota. Marcos tiene razón, Gabi es solo un niño pequeño, que no sabe bien de mal, que no tuvo la culpa de actuar de la manera que lo hace, y Rubén quiere vencerlo. Un niño pequeño.

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