lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo 10: Los autistas son genios



Capítulo 10: Los autistas son genios

Le sugerí a papá que fuera a la cafetería con los demás, para así poder hablar a solas con Cole cuando volviera del baño. Él estuvo de acuerdo, pero su expresión era la de un hombre abatido así que cuando iba a salir por la puerta le detuve:
- Papá…Sabes que no te odia ¿verdad? Eso son cosas que se dicen sin pensar o que se piensan pero no se sienten. Es más, puede que sólo necesite llamar tu atención.
-Tal vez sí lo sienta. Tal vez sí me odie – respondió, y suspiró con agotamiento. – Lo hago lo mejor que puedo, Ted, de verdad, pero a veces creo que debería limitarme a ser vuestro hermano.
No me gustaba verle así. Se ponía muy tonto cuando le daba por pensar que no era un buen padre para nosotros.
- ¡Ni hablar! ¿Quién le pararía los pies a Alejandro entonces? – le dije, y él esbozó una media sonrisa, ya que la sonrisa entera debía de habérsele perdido. Decidí hablarle un poco más en serio – Si tú fueras sólo nuestro hermano, yo no habría tenido un padre. Y con eso lo digo todo. Yo también “te he odiado” muchas veces, cuando no me comprabas otro helado, cuando me obligabas a comerme el pimiento, cuando no me dejabas salir sólo a la calle…Si eso es odiar, todos los hijos “odian” a sus padres, aunque sólo algunos lleguen a decirlo. Y nunca es cierto. Cole sólo está contrariado porque le castigaste. Algún día entenderá por qué lo haces, si es que no lo entiende ya.
Papá se me quedó mirando muy fijamente.
- Mírate – me dijo. – A veces creo que eres más sabio que yo. Has crecido tanto…. Por dentro y por fuera. Si hasta te han puesto en la planta de adultos. ¿Cuándo te has convertido en un hombre?
Me ruboricé muchísimo. Una vez más quiero agradecerle a mi madre la herencia de su color de piel, favoreciendo que mi rubor no se notara.
- Pues ha debido ser entre anteayer y hoy, porque alguien me dijo que era un crío que hacía berrinches con la comida – repliqué, y así conseguí que papá sonriera del todo. Siguió mirándome de una forma que me hacía sentir incómodo.
- Estoy muy orgulloso de ti, Ted, y te quiero mucho. Eres la prueba de… Eres la prueba de que la astilla no tiene por qué parecerse al palo.
- No. A veces se parece a una astilla un poco más grande – coincidí yo, y así Aidan se sintió abochornado también. Gracias a Dios se fue por fin, antes de que aquello se pusiera aún más incómodo.
Poco después entró Cole, arrastrando los pies con desgana y apatía. Parpadeó un par de veces, sorprendido porque de pronto sólo fuéramos él y yo en la habitación.
- ¿Y los demás?
- En la cafetería. Mucha gente, poco espacio – simplifiqué, evitando decir que en realidad su repentina ausencia era algo planeado. – Ven Cole, siéntate aquí. Cuéntame qué tal tu día – invité, haciéndole un hueco en la cama - ¿Alejandro se porta bien contigo? ¿O tengo que hacer de hermano mayor cabreado y darle una lección?
Sin el menor atisbo de sonrisa, Cole se acercó y se quedó de pie junto a la cama, en vez de sentarse. Esquivó mi mirada y se concentró en las sábanas. Joder. Parecía tan triste…
- Se porta bien – respondió únicamente.
- ¿Y Madie? ¿Está muy mandona?
Madie a veces tendía a olvidar que Cole no era mucho más pequeño que ella, y como él era tan buenazo se dejaba hacer, tolerando que le diera órdenes a cada rato.
- No.
Vaya. Me lo estaba poniendo realmente difícil con sus respuestas secas y sus monosílabos.
- Si alguno se pasa contigo tú dímelo – le dije, más bien en broma, como para romper el hielo. Pero él levantó la cabeza y me miró con furia.
- ¡No necesito que me defiendas, no soy débil! – me espetó. Sus ojos relampaguearon de ira, y yo me sorprendí mucho. Debió darse cuenta de que había sobrereaccionado, porque volvió a agachar la cabeza. – Quiero decir…que… que no tienes que defenderme de nada. Todos son buenos conmigo. Te echan de menos. Te echamos de menos.
Oooowwwwww.
 - Y yo a vosotros, enano. Aquí no hay nadie que me estropee los deberes cuando acabo de hacerlos, o que toquetee mi ordenador a la mínima que me descuido…
- ¡Ese es Kurt! – protestó.
- Ya lo sé. El peque no sabe estarse quieto. Dime ¿se ha metido en muchos líos? – pregunté, haciéndome el inocente, como si no supiera nada de lo que había pasado.
- Ni idea. Supongo que no. Por lo visto si tienes seis años y la capacidad de llorar a voluntad no importa lo que hagas.
Había cierta rabia en su voz. Yo medité sobre sus palabras.
- ¿Por eso estás enfadado? ¿Porque papá te castigó a ti y a él parece que no? – le pregunté, y luego decidí explicarme – Papá me lo ha contado.
- Entonces te habrá dicho que le odio.
- Sé que se lo has dicho, pero también que no lo piensas de verdad.
- Si lo pienso de verdad. Le odio. Le odio mucho.
- Eso no es cierto – respondí, con tranquilidad.
- ¡SÍ LO ES! – gritó él. Pocas veces le he visto tan rabioso. - ¡LE ODIO, LE ODIO, LE ODIO!
Pareció llenarse la boca con esas palabras.
- Porque lo repitas no me lo voy a creer, enano.
Cole me miró muy enfadado, y de pronto se derrumbó y se echó a llorar. Fue como si estuviera lleno de emociones, y tuviera que dejarlas salir para no reventar. Se apoyó en mi cama y yo le abracé como pude.
- Lo siento… – le oí susurrar.
- No pasa nada. Entonces, ¿es por eso? ¿Estás enfadado con él porque… te dio unos azotes? – pregunté y Cole no respondió pero se apretó más contra mí – No tengas vergüenza. Te apuesto a que yo me he llevado más que tú. ¿Te pegó? – seguí preguntando, pese a conocer la respuesta.
- Sí…
- Bueno. Tú no debiste pelear con el enano, ni insultar a papá. No estoy diciendo que Kurt sea inocente, pero lo que hiciera él no quita lo que hiciste tú. No te estoy regañando ¿vale? Sólo quiero que entiendas que él no te castigó por malo.
Cole y yo teníamos una relación extraña. Yo le sacaba siete años y quizá era el que más se parecía a él. Siempre le había dado consejos, y en los últimos tiempos esos consejos se parecían cada vez más a conversaciones casi más propias de padre a hijo que de hermano a hermano, porque a mí siempre me escuchaba. De la misma forma que a veces bañaba y vestía a Alice, cuando Aidan no podía hacerlo, a veces regañaba a Cole, cuando creía que no estaba obrando bien. Era el único hermano cuya actitud me permitía hacerlo, porque me consideraba una especie de figura de autoridad…
- Yo ya sé eso – respondió él. – Y en realidad no me importa que no castigara a Kurt. De hecho me alegro. A mí no me ayuda en nada que él esté triste también.
Esa forma de verlo me pareció muy madura para un niño de diez años. El sufrimiento ajeno no disminuye el propio, y Cole no sólo lo entendía sino que además no le guardaba rencor a nuestro hermanito.
- Entonces, ¿por qué estás triste tú? Si no es porque el peque se ha librado, ¿cuál es el problema? – le pregunté, pensando que estaba muy cerca de la verdad.
- ¡Me ha castigado sin leer! ¡Todo el fin de semana! – protestó, indignado. Como decía papá, cariñosamente, Cole era un “enano comelibros”. Me sorprendí al descubrir que todo su enfado radicaba en eso. Ese castigo debía de parecerle un golpe bajo.
- Que no es más que un día y parte de otro. Es muy poco. Cole, tú le insultaste. De haber estado allí tal vez yo también te habría castigado.
- ¡Tú no puedes hacer eso! – exclamó, pero sonó casi como una pregunta. No, yo no podía. En primer lugar, no era mi misión ni mi responsabilidad. En segundo lugar, papá nunca me dejaría. Y en tercer lugar yo no sería capaz de castigar a mi hermano ni quería hacerlo. Pero no pasaba nada porque él pensara que sí. Sobre todo si con ello lograba que entendiera que lo que había hecho estaba mal.
- Puedo, si empiezas a portarte mal, y a hablarle mal a papá. – argumenté, y tal vez exageré demasiado mi falso tono de enfado, porque sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Estaba como muy sensible ¿no?
- Yo no quería… - me dijo - No te enfades conmigo.
- No lo hago. Entre tú y yo creo que soy incapaz de molestarme contigo ni siquiera un poquito. Pero estoy preocupado. Papá dice que estás raro, y por lo que he visto es verdad. El Cole que yo conozco no se enfadaría tanto por un castigo pequeño como el que te ha puesto papá.
- ¡No es pequeño! – protestó, y rodé los ojos.
- Está bien, un castigo super fuerte y super injusto, que te matará de aburrimiento antes de que termine el fin de semana y te traumatizará para el resto de tu vida. – repliqué yo con algo de sarcasmo, y a su pesar esbozó una pequeña sonrisita, ante mi irónica exageración. Se pasó la mano por los ojos, para limpiarse los restos de lágrimas y pretendió hacerse el ofendido porque no tomara en serio sus quejas. - Pero aun así, yo sé que te pasa algo más. – proseguí – Pareces muy… deprimido.
Cole sostuvo mi mirada durante varios segundos. Creo que se estaba pensando su respuesta, sin saber si contarme lo que fuera o seguir callándoselo. Él sabía que podía confiar en mí. Siempre me contaba todo, incluso lo que no le contaba a papá, como aquella vez que me confesó que le daban miedo las arañas y me hizo jurar no decírselo a nadie para que no le tuvieran por un cobardica. Por eso pensé que sería sincero conmigo…
- Sólo estoy triste por haber peleado con papá – dijo al final, bajando la mirada. En ese momento estuve convencido de que me mentía. Le pasaba algo más, pero no me lo iba a contar. Intenté asimilarlo, empezando a preocuparme yo también. Aquello ya no era un favor que le hacía a mi padre: en ese punto yo también necesitaba saber lo que le ocurría a mi hermano…
… Sin embargo, por propia experiencia sabía que presionar era la peor estrategia. Si Cole era la mitad de cabezota de lo que yo era, no iba a soltar prenda, cada vez más obstinado en su silencio cuanto más le insistieras. Lo mejor era fingir que su actuación había sido convincente, y observarle muy de cerca para descubrir por uno mismo cuál era el problema.
- Si se trata de eso, tiene muy fácil solución – respondí. – Vas donde está papá y le abrazas hasta dejarle sin respiración.
- Pero él no va a querer. No va a olvidarse de lo que le he dicho…
- Tal vez no lo olvide, Cole, pero ten por seguro que te perdonará. Ya te ha perdonado. Sólo está esperando a que se te pase el enfado a ti, porque él ya no está enfadado.
- ¿Tú crees? – preguntó, esperanzado.
- No lo creo. Lo sé.
Se me quedó mirando, visiblemente aliviado.
-         ¿A qué esperas? ¡Ve! – le insté y entonces sonrió un poco y salió corriendo. Suspiré cuando le vi salir.

-Aidan´s POV –

Cuando tenía una conversación con otros padres, del tipo de “un día de estos mis hijos me vuelven loco”, no faltaba el típico que me preguntaba de dónde sacaba las fuerzas y las ganas para cuidar de once niños y adolescentes, sin saber a veces si eran peores los primeros o los segundos. No entendían nada. Yo no tenía que sacar fuerzas y ganas. Mis hijos no eran un trabajo. Mis hijos, eran mis hijos. Y cuando se portaban como acababa de hacerlo Ted me recordaban los muchos motivos que tenía para estarle agradecido a la vida. Once motivos, para ser exactos.
En casa ya éramos dos hombres. Tenía que empezar a asumirlo, porque cada vez que cerraba los ojos Ted se hacía más grande, en todos los sentidos. Antes de que me diera cuenta tendría un trabajo y una familia propia. Sacudí la cabeza, mientras deseaba que tuviera suerte en su conversación con Cole.
Al entrar en la cafetería, sentí algo de paz al comprobar que algunos de mis hijos aún tenían un largo camino que recorrer antes de ser adultos o semiadultos como Ted. Estaban de pie frente al mostrador de la cafetería, volviendo loco al camarero.
- ¡Que no! ¡Quiero uno de esos! – decía Alice.
- Está bien, entonces dos Cornetto de chocolate, dos Magnum de chocolate blanco… - trataba de enumerar Alejandro.
- ¡Yo también quiero ese! – decía Kurt.
- Tú has dicho que querías el polo de fresa, Kurt.
- ¡Pero quiero ese también!
Alejandro estaba saturado como sólo lo está alguien que intenta que ocho niños se pongan de acuerdo para pedir un helado.
- A ver, ¿cómo están los marcadores? – intervine, de buen humor, poniendo una mano en el hombro de Alejandro. - ¿Creéis que habréis terminado de decidir para mañana por la noche?
Kurt se abrazó a mi pierna nada más verme, como haría alguien con un salvavidas en medio del mar. Mi enano se había llevado un disgusto muy grande a lo tonto, traumado por unos complejos que yo no sabía que tenía, acerca de no ser querido por culpa del abandono de su madre. Le entendía bastante bien: yo también me habría preguntado varias veces qué narices había hecho para que mi madre se desentendiera de mí. Creo que todos nosotros nos preguntábamos eso de vez en cuando, y no era algo que fuera a pasarse con el tiempo o con la edad. Le acaricié el pelo con cariño. Me agobiaba un poco la falta de espacio vital, pero entendía que estuviera mimoso.
- Papi, yo quiero ese – dijo mi enano, y señaló la foto de un polo rojo.
- Está bien. ¿Alguien más quiere ese? – pregunté, y Hannah levantó la mano. Yo fui señalando uno a uno los helados del cartel y apuntando mentalmente cuántos iban a ser de cada. Creí que ya lo tenía, pero…
- ¡Y también quiero este! – pidió Kurt.
- Aclárate, peque. Querías el de fresa. – le recordé.
- Quiero los dos.
- Eso no puede ser. Uno para cada uno, cariño.
- ¡Pero yo quiero los dos! – protestó poniendo un puchero.
- Papá, yo en realidad no quiero – dijo Alejandro. – Puede comerse el mío.
- Eso es muy amable de tu parte, hijo, pero no es sólo una cuestión de dinero. Tiene que aprender a renunciar a unas cosas para tener otras. No está bien ser caprichoso, y además no es bueno que coma dos helados. Ni siquiera creo que sea bueno que coma uno a estas alturas del año.
- ¡Yo quiero los doooos! – exigió Kurt.
- Luego te duele la tripita, peque. Decide cuál prefieres.
- ¡Los dos!
- Uno.
- ¡Dos! – gritó, y tiró de la tela de mi pantalón, insistentemente.
- Cariño, si he dicho uno es que sólo va a ser uno, aunque también puede ser ninguno si montas una escena.
Como si mis palabras le hubieran dado la idea, Kurt empezó a llorar de forma chillona y molesta, explotando al máximo la increíble capacidad de sus pulmones infantiles. Si hiciéramos un experimento, ¿quién aguantaría más: una soprano profesional o un niño pequeño con una rabieta? Era algo que algún día debería estudiarse. De momento yo apostaba por mi pequeño, que se volvió el centro de todas las miradas de la cafetería.
El hecho de haber vivido momentos similares con alguno de mis otros hijos me hizo ver que lo mejor era tener paciencia. Probablemente al final tuviera que enfadarme con él, pero Cole aprendió a controlar sus rabietas en seguida, al ver que yo le ignoraba. Quería darle su oportunidad a Kurt.
Sin embargo Barie no tenía tanta paciencia. Sintió vergüenza ajena y odió que todos nos miraran por la escenita que estaba montando Kurt así que se agachó junto a él tratando de que se calmara.
- Enano, para ya. Todos te están mirando y van a pensar que eres un bebé.
Kurt se apartó de ella y siguió envuelto en su llanto, con más fuerza aún si cabe. Regla número uno: no intentes razonar con un niño con una rabieta. Es imposible. Tienes que esperar a que al menos se calme lo suficiente para poder escucharte. Eso sucedió en unos treinta segundos.
- ¡YO… QUIERO…cof cof…EL HELADO! – gritaba, medio ahogado y tosiendo a causa del llanto y el sobreesfuerzo de su garganta.
- Kurt, papá no va a escucharte hasta que no te calmes. – le dije, con voz tranquila. Esas situaciones ya no me alteraban. No después de Ted, Alejandro, Harry, Zach, Madie Barie, Cole, y Dylan. Ya era un experto en ignorar llantos exigentes.
Kurt pareció entender la idea y se calló por un segundo, mirándome con curiosidad, como para ver si iba en serio.
- Eso es. Mucho mejor, cariño. Ahora si voy a escucharte.
- Yo…snif… quiero helado. – explicó, con pucheros y sollozos contenidos.
- Como todos tus hermanos, peque, por eso papá te ha dicho que elijas el que quieres.
- ¡Pero yo quiero los dos!
- Pero sólo puede ser uno.
- ¿Por qué?
- Porque es así, mi vida. Porque si comes dos luego te sienta mal. Y porque papá te ha dicho que sólo puede ser uno.
Kurt frunció el ceño.
- ¡No me gusta!
- Tomo nota, pero ahora dime, ¿vas a elegir o no vas a tomar ninguno?
Mi peque me desafíó con la mirada un poco más a ver si cedía, pero finalmente se rindió, en un tiempo record. Las rabietas de Madie, en su época, eran mucho peores: Kurt había entendido el concepto de “consigo más cosas si no lloro” mucho antes.
- El de chocolate.
- Muy bien, tesoro. – dije, y me dirigí al camarero- Entonces serán cuatro Cornettos de chocolate, un polo de fresa, y tres Magnum blancos. ¿Tú Alejandro, cuál quieres?
Alejandro parpadeó un par de veces, extrañado porque yo hablara con el camarero como si no hubiera pasado nada.
- Un Magnum almendrado – dijo al final.
- Que sean dos. Yo también quiero.  – añadí, y le guiñé un ojo a Alejandro, con complicidad porque había pedido uno de mis sabores favoritos.
El camarero empezó a servir lo que habíamos pedido, y al final no pudo más y tuvo que preguntarlo:
- ¿Todos son hijos suyos?
- Sip.
- Mis condolencias – dijo el hombre, y yo me reí. No era la primera vez que me hacían un comentario como ese.
Cada uno cogió su helado y nos sentamos a una mesa larga. Me fijé en la cara de pocos amigos de Bárbara. Ella era muy expresiva, y cuando estaba enfadada o molesta por algo se la notaba a la legua.
- ¿Qué ocurre, Barie? –pregunté. La mayoría de mis hijos estaban sonriendo por el helado, pero ella estaba lejos de sonreír.
- Esto es un hospital. Se supone que aquí no hay que gritar y Kurt ha montado un espectáculo. Ha tenido una rabieta y tú encima le recompensas con un helado.
Yo suspiré. Hiciera lo que hiciera, tanto si les castigaba como sino, al final SIEMPRE era el malo.
- No, Bárbara. Lo que he recompensado es que haya sabido sobreponerse a su disgusto y haya entendido lo que le quería decir. Tu hermano tiene seis años. No puedes pedirle que sepa manejar su enfado. Poco a poco. Lo que yo le he pedido es que elija, y lo ha hecho.
- Tal como yo lo veo se ha salido con la suya – replicó ella. – Ha tenido una pataleta de niño pequeño y aun así se lleva un helado.
- ES un niño pequeño, Barie. ¿Qué debería haber hecho, según tú?
Me molestaba un poco ser cuestionado en mis decisiones, pero por otro lado sentía curiosidad por ver cómo entendían ellos lo de “acción = consecuencia”.  Indicaba que estaban creciendo y que alguno de mis hijos ya entendía que toda acción, buena o mala, tenía repercusiones.
- Dejarle sin helado - respondió ella, con seguridad. La conversación, sin embargo, estaba teniendo lugar delante de todos, y un par de oídos estaban escuchando con especial atención. A Kurt no le gustó nada lo que estaba oyendo de su hermana. No tenía un pelo de tonto, el enano ese.
-         ¡No!  ¡Calla, mala!
-         No callo. Te has portado como un crío caprichoso. – replicó Barie, y le sacó la lengua. Mmm. Ella tampoco parecía muy mayor haciendo eso.
-         ¡No es verdad!
-         Si es verdad, y no te mereces ese helado, que lo sepas. – sentenció Barie.
Kurt se sacó el helado de la boca y lo miró, como si esperara comprobar al verlo si Barie tenía razón.
-         Yo… - balbuceó Kurt, sin saber qué decir.
-         Tú eres un bebé chillón y si te portas así de mal nadie te va a querer – regañó Barie. Esas palabras hicieron saltar mis alarmas, y las de Kurt, que abrió mucho los ojos, a punto de llorar. Eso era un golpe bajo para mi niño, que ese mismo día me había confesado su miedo porque la gente le dejara de querer. Bárbara no podía saberlo, y probablemente su intención no había sido hacer daño, pero sus palabras dolían igual. Es como esa gente que dice “si te portas mal vendrá el coco y te comerá”. Si yo fuera un niño esas palabras me impactarían mucho. Vamos, que me acojonarían. No estaba seguro de que estuviera bien usar ese tipo de psicología con los niños. Sobre todo en niños tan impresionables e inocentes como mi Kurt. Y, en cualquier caso, decir “si no haces esto ya no te voy a querer”, era una salvajada. Se lo había oído a algunos padres y me parecía horrible, y no iba a permitir que mis hijos lo utilizaran.
-         Bárbara, que sea la última vez que te oigo hablar así. Quiero que te disculpes de inmediato, que dejes el tema y que pienses en la burrada que acabas de decirle a tu hermano pequeño.
Mi tono de voz fue bastante agrio, y Bárbara lo percibió. Me miró algo impactada.
-         S-sí, papá. No he debido meterme. Lo siento, Kurt. – dijo, más para complacerme que porque en verdad lo sintiera. Pero entonces se fijó en la expresión herida de su hermanito, y su propia expresión cambió, a una de pena. – No lo he dicho en serio. Kurt, no te pongas triste, que no iba en serio…
Como toda respuesta Kurt la tiró el helado a la cara. Estaba luchando contra las lágrimas, pero no sabría decir si eran de tristeza o de rabia.
-         Eres muy mala. – afirmó, mirando a su hermana con los ojos acuosos. Barie se limpió el helado, demasiado culpable como para enfadarse porque se lo hubiera lanzado.
-         No, peque…Yo… lo siento mucho. Perdona ¿vale?
-         Kurt, ¿qué es eso de tirarle cosas a tu hermana? – intervine yo, medio en shock porque en ese momento Barie parecía querer llorar también. Jesús.
-         ¡Porque es mala, y no la perdono! – gritó.  Barie bajó la mirada, dolida y muy triste. Miré a mi alrededor y vi que de pronto ninguno estaba comiendo su helado, como si no les apeteciera.
-         De verdad lo siento, Kurt – insistió Barie.
-         ¡Me da igual! ¡Tonta, tonta, tonta!
De nuevo éramos el centro de varias miradas y no pude evitar pensar lo típico de “¿qué estarán pensando de nosotros?”. Concretamente, consideré que yo estaba dando la imagen de ser un padre horrible.  Tal vez lo fuera. Yo amaba a mis hijos con toda mi alma, pero no sólo de amor vive el hombre.
-         Kurt, vale ya. – dije yo, sin entender como habíamos llegado a ese punto - Le has tirado el helado a la cara. Lo menos que puedes hacer es aceptar sus disculpas.
-         ¿Por qué? – exigió.
-         Porque es tu hermana y te está diciendo que lo siente. Y porque estás muy cerca de acabar con mi paciencia hoy. Te has peleado con Cole y papá te ha perdonado, has tenido una rabieta y papá te ha perdonado, así que tú ahora perdona a tu hermana y vamos a tomarnos el helado en paz.
-         Yo no tengo helado – dijo Kurt, de pronto, dándose cuenta.
-         No haberlo tirado – respondí, y él puso un puchero.
-         Quiero otro.
-         No, Kurt. No hay otro.  – dije, firmemente, con mi cupo de tolerancia para niños pequeños a punto de rebosar. 
Kurt puso un puchero y empezó otro berrinche, llorando y pidiendo a gritos otro helado.
-         Kurt, te pongas como te pongas no voy a comprarte otro helado, pero a lo mejor  terminas consiguiendo que te castigue.
Lejos de darse por advertido, Kurt siguió con su pataleta. Zach intentó acariciarle, para que dejara de llorar, y como recompensa se llevó un manotazo.
-         ¡HELADO, HELADO, HELADO!
En ese punto las miradas de la gente me daban igual. Barie tenía razón: estábamos en un hospital y aunque aquello era la cafetería y había algo de bullicio, no era un lugar donde uno pudiera gritar libremente.
-         Hijo, ¿vas a calmarte por las buenas, o va a ser por las manas? – pregunté, y esas palabras tendrían que haberle avisado de que estaba a un tris de tomar medidas más drásticas. Pero no se dio por enterado, o no quiso hacerlo.
-         ¡CÓMPRAME OTRO! – gritó, y dio un golpe a la mesa.
-         No digas que no te avisé – dije, y suspiré. Le levanté sin mucho esfuerzo y le di tres azotes.
PLAS PLAS PLAS
Su llanto se volvió un sonido diferente. Ya no era exigente, ni agudo, ni estridente, ni con gritos. Era un llanto triste y de protesta, porque yo le había castigado.
-         Eso por caprichoso – le dije, y le di dos palmadas más.
PLAS PLAS
-         Y eso por tirarle el helado a tu hermana.
Kurt se tapó el trasero con ambas manos y lloriqueó entre ruidosa y silenciosamente.
- A ver si así aprendes a obedecer.
-         Papá, no seas tan duro con él… - protestó Barie. Yo la miré mal, porque en parte aquello era culpa suya, por sus comentarios desafortunados. Primero me criticaba por no regañarle, y luego protestaba porque era muy duro. ¿Quería probar ella a ver si era tan fácil? Yo era blando hasta cierto punto, pero sí finalmente me enfadaba lo hacía de verdad. Y Kurt llevaba todo el día llenando el vaso de gotas, hasta que finalmente rebosó.  Aun así aguanté sólo dos segundos sin apretar a Kurt contra mí, para que dejara de llorar.
-         Sshh. Ya está, ya pasó.
-         Snif snif… papi…snif snif.
Le di un beso y saqué un pañuelo para limpiarle la cara y que se sonara la nariz.
-         Vamos, peque, ya está. Si papá dice que no es que no, por eso te he castigado. No hay helado, pero si te portas bien ésta tarde puede haber chocolate.
Creo que a Kurt en ese momento el helado y el chocolate le daban igual. Simplemente se colgó de mi cuello y lloró hasta desahogarse. Cuando le noté más calmado le separé un poquito, y empecé a hacerle pedorretas en la tripa para que se riera, como le hacía a veces a Alice y al propio Kurt cuando era más pequeño. Tuvo efecto inmediato, aunque también causo protestas entres algunos de mis hijos más mayores.
-         Papá, que hay gente…-  dijo Alejandro.
-         Si he tenido que castigarle en público le mimo también en público. A mí no me da vergüenza, y a él tampoco. Si tú eres un soso no es mi culpa – le dije, algo arrepentido por mi forma de proceder con Kurt y empezando a desear que acabara de una vez aquél día, aunque aún ni era la hora de comer.
Kurt se reía bajito porque las pedorretas le habían hecho cosquillas y yo le abracé. Me sorprendió al darme un beso.
-         Perdón – me susurró. Cuando mis hijos pequeños me pedían perdón yo no estaba seguro de si lo hacían por ser conscientes de lo que habían hecho mal o se disculpaban simplemente por haberme hecho enfadar. Aquella vez, sin embargo, creo que Kurt lo entendió bastante bien. Sus ojos brillaban con inteligencia, y lágrimas a punto de derramarse.   Le respondí con un beso, y él, al saberse perdonado, puso un puchero y me habló con tono mimoso. – Me diste en el culito…
-         Ah ¿y de quién es la culpa? – le pregunté.
-         ¡De Barie!  - respondió él, muy seguro. Yo miré a la aludida y me reí.
-         Tienes razón. Mmm ¿La hacemos cosquillas para vengarnos?
-         ¡Sí!  - aprobó Kurt, y se lanzó a por su hermana.
-         Papá, estamos dando un espectáculo… - dijo Madie, abochornada y en tono de reproche. – Tú deberías poner algo de sentido común, no ser como ellos.
Resoplé.
-         Empiezo a cansarme de que me digáis lo que debería o no debería hacer. El padre aquí soy yo y estáis cogiendo la mala costumbre de cuestionar todo lo que digo o hago. – espeté, y Madie se encogió en su asiento, aunque en realidad iba también por Alejandro y Barie.– Qué pasa, que si no os hablo así no me tomáis en serio ¿no? ¿Hay que estar en plan sargento con vosotros?
-         Yo… no tenía mala intención – susurró Madie. Respiré hondo.
-         Sé que no, cielo. Es sólo que no sé de dónde habéis sacado la costumbre de juzgar cada una de mis decisiones.
-         De Ted – respondieron Marie y Barie a la vez, con seguridad. Miré a Bárbara, que intentaba quitarse a Kurt de encima, y me reí, al entender que tenían razón. Ted era mi consejero en muchas ocasiones, y también el que intercedía por ellos. Él, de alguna forma, tenía permitido “cuestionarme un poco”.  Me di cuenta del patrón de que ahí los más mayores intentaban “hacer de padres” con los más pequeños. Aunque hacía unos segundos me había molestado que me criticaran, de pronto me gustó.
-         Peques, que sepáis que tenéis los mejores hermanos mayores del mundo – les dije.
Kurt se dio por vencido, al no poder con Barie y pidió mi ayuda. Agarré a Bárbara de la chaqueta y la di un suave tirón, para acercármela y empezar a hacerle cosquillas en el costado.
-         ¡Ay! Jajaja No es justo. Jajaja Papá eres un abusón, te aprovechas de que eres más grande.
-         No, me aprovecho de que tienes muchas cosquillas – sonreí, y la di un beso.
Así estaba cuando vi que Cole entraba en la cafetería. Me miró, y de pronto se quedó clavado, a unos diez pasos, sin atreverse a avanzar más. Aparté a Barie con cuidado, y me puse de pie, sin saber bien qué hacer yo tampoco. No sabía si la conversación con Ted había ido bien. No sabía si Cole seguía enfadado ni si iba a rechazarme si me acercaba.
Mi hijo acabó con mis dudas cuando echó a correr hacia mí y me dio un abrazo muy fuerte. Mucho más aliviado, se lo devolví.
-         Siento lo que te dije – musitó, mordiéndose el labio con inseguridad.
-         ¿Qué me dijiste? Yo no recuerdo nada – respondí, para indicarle que estaba olvidado, y él me sonrió. Quería llenarle de besos, pero me contuve y le di sólo uno. - ¿Quieres un helado? Casi acabamos con la existencia de la cafetería, pero creo que hemos dejado alguno.
-         No me apetece – dijo – Pero… ¿puedo tomar una palmera?
-         Claro. Ten, cómpratela – le dije, y le di el dinero – Yo voy a ver a Ted. Cuando acabéis el helado ir pasando ¿vale? Vuestro hermano está deseando veros.
-         Cole´s POV –

Cuando abracé a papá, supe que eso era lo correcto. Es más, sentí como que había tardado demasiado en hacerlo. Seguía algo molesto porque me hubiera castigado sin leer, pero en realidad el motivo de todo mi enfado era ajeno a él, y se debía al hecho de necesitar confesar mi problema, pero sentirme incapaz de hacerlo. Ahora también tenía a Ted detrás de mí…¿por qué no podían simplemente dejar de preocuparse? Supe la respuesta de inmediato: porque me querían.

Papá se fue a ver a Ted y yo me compré la palmera y me quedé con el resto de mis hermanos, que estaban comiendo un helado.
-         ¿Tú no tomas, Kurt? – pregunté, al ver que hasta papá se había comido uno.  Barie se pasó el dedo índice por el cuello, en un gesto universal de “pregunta incorrecta, para”, pero ya era tarde. Kurt puso un puchero.
-         Papá no me deja.
-         ¿Por qué?
-         Porque le tiré el helado a Barie – protestó, como si papá fuera muy raro por castigarle sin otro por eso. Yo me reí, y partí la palmera por la mitad.
-         Ten, toma. – dije, y le ofrecí una de las partes.
-         Cole, no deberías… Papá le ha castigado – dijo Alejandro.
-         Sin helado. No sin palmera – repuse yo. – Además, alguien me dijo el otro día que lo que papá no sepa no le hace daño.
Alejandro me miró fijamente y luego se rió.
-         Si  te la cargas después no te quejes…- empezó, pero al ver la cara de ilusión de Kurt al coger su trozo rodó los ojos. – Olvídalo.
-         ¡Gracias, Cole! – dijo Kurt, con ojos de dibujo japonés, brillantes y enormes como si en vez de una palmera de chocolate tuviera delante el tesoro de un pirata. - ¡Eres el mejor hermano del mundo!.
-         Esta mañana no parecías pensar lo mismo – le dije, y Kurt detuvo en el aire el mordisco que iba a darle al bollo. Bajó las manos y me miró.
-         Lo siento. Papá te castigó por mi culpa.
-         No importa, enano. Yo también puse mi parte – respondí y le revolví el pelo.
-         Papá también le ha hecho pampam a él – informó Alice, que tenía los labios y lo que no eran los labios llenos de chocolate. La mayor parte de su helado no llegaba a su estómago porque se quedaba en sus manos y su cara.
-         ¿Ah sí? ¿Y por qué?
-         Ha hecho un berrinche de los gordos – explicó Madie.
Kurt se enfurruñó.
-         Venga Kurt. Termínatelo pronto y vamos a quejarnos a Ted de lo malo que es papá –  propuse, y le pareció una buena idea.

-         Ted´s POV –

Cuando se fue Cole aproveché para ir al baño. Tras tirar de la cadena y lavarme las manos, miré mi reflejo en el espejo.  Subí un poco la bata de hospital, y me miré la cicatriz. ¿La tendría para siempre? No era muy grande, pero aun así creía que era temporal. Dicen que cuanto más joven eres mejor cicatrizan las heridas.

Me habían quitado el esparadrapo con la gasa, así que pasé mis dedos con cuidado por el lugar de la operación. Las tentaciones de rascarme eran demasiadas así que decidí dejar las manos quietas. Salí del baño justo cuando papá entraba en la habitación. Esto de tener el baño en el propio cuarto era genial, aunque fuera de esos baños de hospitales con la puerta enorme por si tienes que entrar en silla de ruedas.

-         Cole se ha ido hace nada a buscarte… - le dije.
-         Lo sé. Le he visto. No sé qué le dijiste pero… gracias.
-         Lo dijo casi todo él. Te dije que no te odiaba. Pero nadie podrá quitarte el cartel de malo por dejarle sin sus amados libros.
-         No sería un castigo si la idea le gustara – respondió.
-         Supongo que tienes razón. Y también la tenías en que le pasa algo, pero no me lo dijo. Estaré pendiente de él.
-         Vale. Y gracias otra vez, Ted.
-         Es mi hermano. Cualquiera que sea su problema, es mi problema.

En lugar de subirme de nuevo a la cama, me senté en el sofá. Me encontraba bien. Es más, por mí ya podía irme a casa, pero los médicos no opinarían igual.  Papá se sentó cerca de mí, y estuvimos viendo la tele y comentando la inteligencia de los concursantes de un concurso que estaban echando en ese momento. Sin embargo, hubo un punto en el que dejé de prestar atención.

-         Tendremos que hablar de ello ¿sabes? – le dije a papá.
-         ¿De qué?
-         De Michael.

Papá apagó la tele y me miró, con cara de circunstancias. No sé si estaba buscando las palabras o dejando que hablara yo primero, pero no dijo nada así que me tocó a mí.

-         Puede que esté muerto. El policía dijo que era una opción. Si no va a un hospital a por insulina, morirá. Y si lo hace, le meterán en la cárcel otra vez.
-         Sobre eso… - dijo Aidan. – He estado pensando. Si tú estás de acuerdo… pagaré su fianza.

Reconozco que eso me sorprendió. Ni siquiera lo había contemplado como posibilidad. No podía pedirle a papá que hiciera eso. No teníamos ni idea del dinero que podía ser y no estábamos sobrados. Nos iba bien, pero Aidan ahorraba el poco dinero que sobraba para comprar una casa más grande, y con más baños.  Era injusto pedirle que hiciera esfuerzos por un desconocido al que no le debía nada.

-         Aidan… - comencé, pero no me dejó seguir. Me miró mal por usar su nombre de pila, y me silenció, hablando por encima de mí.
-         En realidad he formulado esto de forma equivocada. No te estaba preguntando. Tan sólo comentaba que iba a pagar su fianza.
Me planteé contradecirle, pero sabía que era inútil. El tema no estaba zanjado para mí, pero lo dejaría estar por el momento. No fue necesario cambiar de tema, porque en ese momento nos vimos invadidos por  la agradable aunque no por ello menos destructiva plaga de mis hermanos. No vinieron todos de golpe. Entraron Cole, Kurt, Hannah y Dylan.  Papá intentó que me dejaran algo de espacio vital, pero al final acabé con Kurt sentado encima de mí y Hannah agarrándome del brazo.
Dylan se sentó en el suelo y frotó dos canicas una contra otra, junto a su oído. Y así podía tirarse horas. Mientras le observaba, mi mente empezó a divagar desde el futuro de mi hermano al mío propio. Los autistas son incapaces de procesar los estímulos externos. De ahí que no sepan expresar lo que sienten. Si tú oyes la cafetera sabes que tienes que ir a apagar el café. Y el sonido no te confunde de ninguna manera. Ellos oyen muchas cosas a la vez y no las separan en su cerebro. Como si uno se mete en una caja y empiezan a lloverle ruidos, golpes y terremotos. Yo me volvería loco. Dylan, para no hacerlo, focalizaba su atención en actividades concretas, sobretodo cuando había varias conversaciones paralelas a su alrededor, o a veces simplemente cuando se aburría. Ese tipo de actividades, como lo de las canicas, le permitían concentrarse en una sola cosa, olvidando todo lo demás.
Los médicos decían que de adulto Dylan sería bastante independiente. Tenía un retraso en el desarrollo, pero en algún momento llegaría a tener el de un adulto. Lo suyo era lo que se denomina “autismo de alto funcionamiento”. El carácter tímido de Dylan complicaba un poco las cosas, pero quedaba claro que su enfermedad se situaba en la parte alta del espectro autista.  No es algo tan raro, y eran buenas noticias para mi hermano. ¿Qué tienen en común Albert Einstein, Isaac Newton, Mozart, Beethoven, Inmanuel Kant y Hans Christian Andersen? Que todos ellos tenían rasgos autistas. Dudo mucho que fueran autistas completos, pero tal vez alguno de ellos estuviera en el caso de mi hermano.
Estaba seguro de que mi hermano sería un padre excelente. De verdad. Pero para eso alguna mujer tendría que darle una oportunidad y no asustarse porque no le mirara a los ojos y porque su risa fuera especial. Si esa mujer existía, Dylan podría llevar la vida feliz que merecía.
Pero… ¿qué había de mi propia vida? Sentado allí, rodeado de mis hermanos, veía un grupo de niños ajenos a lo que pasaba a su alrededor. Les envidiaba. Deseaba poseer su ingenuidad. Deseaba estar al margen de las malas noticias, como lo estaban ellos. Ninguno sabía todavía que me había salido otro hermano. Dylan era el que más ajeno a todo vivía. Tenía su propio mundo. Uno en el que era feliz.
La diferencia entre Aidan y yo era que él era optimista con la vida, y yo pesimista. Ambos éramos relativamente negativos con nosotros mismos, pero Aidan veía el lado bueno de todo lo que pasaba. Que su padre era un cabrón, daba igual: de él habíamos salido nosotros once. Que los imbéciles de la editorial le pagaban poco en relación con el dinero que se ganaba con sus libros, no importaba: le gustaba su trabajo, porque le permitía pasar más tiempo con nosotros. Que su hijo mayor tiene de pronto un hermanastro, no era un problema: estaba dispuesto a aceptarlo también como hijo.
En cambio yo lo veía de otra forma. Andrew era un cabrón, y mi nacimiento había sido un error que sólo había servido para destrozarle la vida a Aidan. Cuando ya había asumido y aceptado ese hecho, venía una nueva complicación. Prácticamente Aidan se sentía obligado a hacerse cargo de Michael, porque era mi hermano. Ya decía que iba a pagarle la fianza. ¿Qué sería lo próximo? ¿Pagarle la universidad?
No sé cómo es la vida de otras personas. No sé cómo se relacionan con sus hermanos, ni cuánto tiempo le dedican a su familia. No sé cuáles son sus planes de futuro, ni sus expectativas a corto plazo. A veces creo que yo no era nada ambicioso. No pensaba mucho en mi futuro profesional. Ni siquiera me preocupaba por la universidad. Mi vida se reducía a mi familia y a mis amigos. Mi familia me…daba seguridad. Y ahora, la cosa más segura de mi vida, me daba miedo. Me daba miedo lo que Michael podía suponer para esa realidad segura.
Una de las canicas de Dylan se cayó y rodó hasta mi pie. Dylan gateó para cogerla y levantó la cabeza para sonreírme. Por reflejo le devolví la sonrisa.
-         Me gusta éste lugar – me dijo.
-         ¿En serio? ¿Por qué? – pregunté. ¿A quién podía gustarle una habitación de hospital? ¿Qué tenía de atractivo?
-         Me gusta – dijo simplemente. Hizo que la canica rodara por el suelo, y luego continuó hablando – Es exactamente el doble de ancho que de largo. Mide dos metros y treinta centímetros de alto y hay sesenta y dos baldosas en el suelo. Son números que me gustan.
Tócate los pies. Mi hermano el genio. Sabía todo eso sólo por observación. ¿Era un genio de las mates, o no era un genio de las mates? Sentí orgullo hacia él, y miré a Aidan y vi que también lo sentía. Oh, pero Dylan no había terminado.
-         La baldosa cuarenta y cinco se mueve un poco. Seguramente Michael Donahow escondió algo valioso debajo de ella.
Casi dejo que Kurt se caiga de mis piernas.
-         ¿Qué nombre has dicho? – pregunté, ansioso.
-         Michael Donahow. Es el chico que escribió su nombre debajo de tu cama.
-         ¿Qué?
 Dylan no me respondió, y siguió jugando con las canicas.
-         ¿Qué has dicho, Dylan? – preguntó papá, pero tampoco le respondió a él, encerrado en su propio universo.

Aidan y yo intercambiamos una mirada y yo me puse de pie. Caminé hacia mi cama e hice por agacharme, pero papá puso una mano en mi hombro.

-         Ya lo hago yo. No conviene que tú te agaches.

Se sentó en el suelo, y se metió bajo a la cama tal como haría un mecánico para arreglar un coche.
-         ¿Y bien? ¿Qué pone?
-         Es demasiado obsceno para decirlo en voz alta.
-         Papá, olvídate de eso, y dímelo.
-         Viene a decir que estuvo aquí, y que ha dejado un regalo.

A mis diecisiete años, sin antecedente alguno de ser supersticioso, yo empecé a creer en el destino.

-         Aidan´s POV –

“M. ES EL PUTO AMO. ME LARGO DE AQUÍ, BITCHES. OS HE DEJADO UN REGALO. MICHAEL DONAHOW.”

Eso era, literalmente, lo que ponía debajo de la cama de Ted. También había un corazón con un “Daniel quiere a Sara” y un par de rallajos más. Jamás habríamos mirado ahí de no ser por Dylan. ¿Quién se aburre tanto como para escribir debajo de la cama de un hospital?

No perdí el tiempo, y fui a la baldosa que según mi hijo se movía un poco. Con algo de esfuerzo conseguí levantarla y encontré un fajo de billetes, y una nota, con la misma caligrafía desordenada que el mensaje de la cama.

“POR LAS MOLESTIAS. LUEGO QUE NO DIGAN QUE LOS LADRONES NO PAGAMOS NUESTRAS DEUDAS. Y SI NO SABES QUIÉN SOY NI QUÉ ES ESTE DINERO, SIÉNTETE AFORTUNADO: ERES MÁS LISTO QUE LA POLICÍA”.

¿Qué demonios era eso? Ted me quitó la nota de las manos para leerla él, y Hannah tiró de mi pantalón.

-         ¿Conoces a ese señor, papi? – me preguntó.
-         No, princesita – respondí, por automatismo. Aún no era el momento de contárselo.
-         Me gusta su nombre. Michael. ¿Puedo yo también escribir debajo de la cama?
-         ¡No! No se pinta en las puertas, ni en las camas, ni en las paredes, ni en ningún sitio que no sea un papel.
-         ¿Y por qué lo hizo ese señor?
-         Porque es un maleducado – respondí, y luego me di cuenta de que estaba hablando del hermano de Ted. Le miré para ver si se había ofendido, pero mi hijo parecía lidiar con otras emociones. Lucía algo decepcionado. Creo que tal vez había pensado que Michael podía haber dejado alguna foto, o algo que hubiera servido para conocerle un poco más.

Ante los nuevos acontecimientos, saqué el móvil y llamé a Alejandro. Vino con todos los demás en unos tres minutos.

-         Alejandro, necesito que lleves a tus hermanos a casa. Por si acaso no llego a tiempo, pide algo de comida para llevar.
-         ¿Ha pasado algo? – preguntó mi hijo, preocupado.
-         Nada. Sólo obedece, por favor. – le dije, y luego pensé que no era justo por mi parte dejarle así, ansioso por no saber cuál era el problema. – Hablamos más tarde ¿vale?
-         Claro – respondió, y reunió a todos para regresar a casa.

Cuando estuvimos solos Ted y yo no sabíamos qué decir. Ted sugirió hablar con el doctor que acompañó al agente de policía cuando fue a visitarle, ya que parecía ser el que atendió a Michael. Me  pareció una buena idea, y fui a buscarle.

-         Doctor, ¿estuvo Michael en ésta habitación? – preguntó Ted.
-         No. Estuvo ingresado en el tercer piso.
-         ¿Seguro?

El doctor se tomó unos segundos para pensar.

-         Se quejó de que le dolía la muñeca, así que lo llevamos a rayos. Hubo un problema de administración y ocuparon su habitación para cuando volvimos a subirlo, así que pasó una noche aquí.
-         Qué casualidad ¿no? – dije yo, sin poderlo evitar.
-         No se crea. Éste hospital es pequeño, como ya habrá visto. En urgencias tenemos sólo seis habitaciones individuales libres, para estancias cortas. El resto son para recuperaciones de larga duración, o están divididas por especialidades.  Michael estuvo aquí durante dos semanas y como estaba custodiado por la policía nos pedían que le cambiáramos de sitio a menudo, por si intentaba escapar, supongo. Debió de pasar por las seis habitaciones. No sirvió de mucho, dado que de todas formas se escapó. ¿Por qué lo pregunta?
-         Hemos descubierto algo – respondí. – Ted, ¿tienes la tarjeta del policía?
Ted asintió, y le llamamos. Nos sentamos a esperar, y en eso de una hora se presentó allí un oficial que debía rondar mi edad. Me tendió la mano.
-         Roger Greyson – se presentó.
-         Aidan Whitemore. Me dijeron que quería hablar conmigo, pero no es por eso por lo que le hemos llamado.
-         ¿De qué se trata, entonces?

Le enseñé el dinero y la nota, y le mostré el mensaje de debajo de la cama.

-         ¿Tiene sentido para usted? – pregunté.
-         Mucho. Michael se pasó su estancia en la cárcel negando haber cometido el robo por el que le condenaron. Esta es su forma de decir que sí fue él, y de restregárnoslo por la cara. Parece propio de él.
Vaya. Ese chico era toda una joya ¿no?
El policía mandó registrar el resto de habitaciones donde estuvo Michael y encontraron otros mensajitos parecidos, con una letra que se correspondía con la suya. Cosas como “Abajo la autoridad” “Maderos carceleros” y varios “Michael estuvo aquí”. El oficial nos dijo que al chico le gustaba dejar su marca. Que era un grafitero reincidente. Llamó a alguien por teléfono y se dedicó a insultar a quien fuera por no haber mirado debajo de la cama.
Luego empezó a hacerme preguntas. Estuve respondiendo cosas sobre mi vida y la de Ted durante más de media hora. Me contó más o menos lo mismo que me había dicho Ted. Y cuando ya se iba…
-         Oficial Greyson…
-         ¿Sí?
-         ¿No tendrá una foto del chico? – pregunté, pensando en Ted y también en mi propia curiosidad. ¿Quién era Michael Donahow?

El policía se me quedó mirando un rato. Creo que entendió el motivo de mi petición: acabamos de descubrir que esa persona existía, y que estaba relacionada con nosotros. Era poco más que un desconocido, pero estaba destinado a ser importante en nuestra vida.
-         Claro. De hecho, conviene que sepan qué aspecto tiene, por si contacta con ustedes. Pero no puedo entregarles la foto, tan sólo enseñársela.
Yo asentí. El hombre sacó un informe, que tenía una fotografía adosada con un clip. Ted se acercó con un interés ansioso, y se detuvo justo antes de mirar, como con miedo.




Michael tenía la piel oscura, pero más clara que Ted. También era mulato. Tenía el pelo corto y negro y rizado a la forma afroamericana.  En la foto llevaba un rastrojo de barba, de tres o cuatro días. Era un rostro agradable, pero lo que más llamaba la atención es que tenía los ojos azules. Es extremadamente raro ver alguien de piel oscura y ojos claros. El contraste era abrumador.

No era el rostro que esperaba. Esperaba algo más… agresivo. Algo así como el típico chico de bandas callejeras. Si me hubieran enseñado la foto sin saber quién era, jamás hubiera pensado que se trataba de un delincuente. Pero supongo que así es como funciona.

Ted miró la foto durante varios segundos, y parecía que jamás iba a apartar la vista. Vi en su rostro emociones encontradas. En ese instante tuve claro que teníamos que encontrar a Michael, más allá de las complicaciones que eso pudiera traer.
-         Agente… si saben algo…Sé que es mayor de edad pero… nosotros somos su familia ¿sabe?
-         Se lo haré saber. Por de pronto sabemos que no ha salido del estado.  – me prometió, y me dejó más tranquilo. 
Cuando estuvimos solos de nuevo, Ted me abrazó. Sin decir nada. Simplemente se apoyó en mí, y supe que no quería que hablara. Que sólo quería estar así, y que no le soltara. Y no lo hice.

-         Zachary´s POV –
-          
Papá no vino a comer. Alejandro  llamó a un Burguer y encargó la comida, con el dinero que papá le había dejado. Creo que a papá le hubiera gustado que comiéramos algo más sano, pero en fin.
Todos nos dimos cuenta de que había pasado algo. El plan original era pasar más tiempo en el hospital. Alguno de nosotros apenas habíamos visto a Ted, porque habíamos estado en la cafetería. Papá nos había hecho volver y estaba tardando demasiado. Ya llevábamos esperándole un par de horas.
Cuando terminamos de comer cada uno subió a lo suyo y yo escuché a Alejandro soltar una maldición. Buscaba algo por el suelo y los cajones.
-         ¿Qué has perdido? – preguntó.
-         Papá me dio doscientos dólares y sólo hemos gastado ciento cinco. Dejé aquí la vuelta y no está.
Le ayudé a buscar, pero no aparecía.
-         Papá va a matarme. – susurró Alejandro.
-         Él no se enfada por estas cosas – le tranquilicé yo. 
-         Tío, que son 95 pavos…
-         Bueno, no le hará gracia, pero lo tomará por un accidente. A él sólo le molestan…
-         … las malas intenciones, los actos irresponsables y las cosas peligrosas. Lo sé. – me cortó Alejandro – Pero seguro que piensa que yo… cogí el dinero.
-         ¿Lo hiciste? – pregunté.
-         ¡No! ¡Pedazo de imbécil, claro que no! – me espetó, ofendido a más no poder. Pensé que me iba a soltar un puñetazo y todo. – Joder, ¿esa impresión tienes de mí? ¿Qué soy un puto ladrón? ¿Qué robaría a mi propio padre?
-         No te pongas así. Ha sido una pregunta desafortunada. Lo siento.
-         Si esa va a ser toda tu ayuda puedes irte. Y si no calla y ayúdame a buscar – me espetó.
Seguimos mirando por todos lados, pero el dinero no apareció. Alejandro se dio por vencido y yo sólo esperé que papá no le culpara. A saber dónde había metido el dinero, pero realmente no creía que Alejandro lo hubiera perdido aposta, o mejor dicho, que se lo hubiera quedado. No le creía capaz de eso, y esperaba no equivocarme.
En fin. Lo dejamos correr, y yo subí al piso de arriba, a buscar algo que hacer. Busqué a Cole a ver si quería jugar a la play conmigo, y le encontré en su cuarto mirando tentadoramente su estantería. Según me había dicho, papá le había castigado sin leer. Era la única persona de casa para la que eso era un castigo. Adiviné sus intenciones por la forma en la que miraba sus libros.
-         Si haces eso, papá te volverá a zurrar. – le advertí.
-         No lo voy a hacer – gruñó, pero sin dejar de mirar los libros.
-         ¿Jugamos a la play? Me apetece machacarte un rato.
Finalmente, Cole suspiró y se  resignó.
-         Vale.
Fuimos al salón, y Madie dijo que quería jugar también. Mmm. Play Station con una chica. Mi respuesta hubiera sido claramente no, pero Cole dijo que sí. Escogimos un juego bélico, y para mi vergüenza Madie  nos dio una paliza a los dos en la primera partida. Lo mismo en la segunda. En la tercera empecé a picarme.
-         ¿Cómo puedes ser tan buena? Si tú nunca has jugado a esto…
-         Los videojuegos no son sólo para chicos. – respondió ella.
-         ¿Eso que quiere decir? ¿Has jugado antes?
-         ¡Aah! – exclamó, en tono de “no te lo digo”, haciéndose la misteriosa. Qué crispante era, de verdad.

Seguimos jugando y… sí, nos volvió a ganar. Me cansé de que mi hermana pequeña me pateara la puntuación, así que dije que iba a apagar la videoconsola.

-         ¡No! – protestó Cole – Éste juego me gusta. Sólo porque no te guste perder no  tienes que estropeárnoslo a los demás.

Genial, el traidor se ponía de su parte. Era un chico (aunque a veces yo lo dudaba seriamente…) ¡Se supone que tenía que estar de mi lado! Aguanté una partida más, pero ese fue mi límite.

-         Vale ya. No quiero jugar con chicas.
-         ¿Por qué no? – protestó Madie.
-         No, si lo de chicas iba por Cole. Tú  eres una mutación extraña.
-         ¡Serás imbécil! – exclamó, y me tiró el mando que estaba usando con una puntería magnífica, dándome en la cabeza. El dolor  en la zona del impacto fue aumentando progresivamente y me lancé a por ella rabioso.
Esas tonterías de que no hay que pegar a las chicas me parecían cosa de otra época. ¿Por qué no voy a hacerlo si ella me golpea primero? Aun así, no la di un puñetazo, que es lo que hubiera hecho de haberse tratado de Harry, sino que la empujé contra el sofá y me tiré encima de ella. Cada uno aprovecha las desventajas del contrario, y las de Madie eran su pelo largo. Tiré de sus rizos, y ella chilló.
-         ¡Ay! ¡Animal! ¡Salvaje! – gritó, mientras me golpeaba la espalda para que me quitara de encima. Cole tiró de mí para ayudar a su hermana, pero era muy debilucho y era más como una mosca molesta. Le golpeé con el antebrazo en el estómago y… Cole se cayó para atrás… y se golpeó con la mesa del salón.
“Por favor que no se haya dado en la cabeza. Por favor, Dios, que no se haya dado en la cabeza” supliqué.
Solté a Madie y me giré, casi con miedo de lo que podría encontrarme. E hice bien en tener miedo, porque en ese momento papá entraba por la puerta. Traía cara seria y cuando pasó del hall al salón abrió mucho los ojos y los labios.
Mientras tanto, Cole se fue levantando. Gracias a Dios, no se dio en la cabeza, pero creo que igual se hizo daño en el costado y en el brazo. Estaba intentando no llorar, pero se le habían saltado las lágrimas por el dolor.
-         ¡Cole! – gritó, y creo que se teletransportó para llegar a nuestro lado y ayudarle a levantar.  Cole se frotó el brazo con muecas de dolor, pero consiguió no llorar. - ¿Estás bien? ¿dónde te has dado? Déjame ver.
Papá le examinó el brazo y el costado, y llegó a la conclusión de que no sería nada más grave que un cardenal. Eso era suficiente para que yo estuviera muerto.
-         ¿Qué ha pasado? – exigió saber, mirándome directamente a mí, que por posiciones parecía el responsable.
-         Papá, fue mi culpa – dijo Madie. – Yo… provoqué una pelea con Zach y Cole sólo trataba de separarnos.
Mi hermana se estaba lanzando al paredón por mí. Mi enfado se esfumó de golpe.
-         No, papá, ella no inició la pelea. Fui yo. Estábamos jugando, y me piqué.
Papá nos miró a los dos durante unos segundos. No parecía de buen humor. Quiero decir, que ya de antes venía de malas. Eso no era bueno para mí…
-         A vuestros cuartos – ordenó, señalándonos a Madie y a mí. – Tú ven conmigo, Cole, que voy a darte una pomada.
Madie y yo corrimos escaleras arriba. Entré en mi habitación. Harry estaba tumbado en su cama, leyendo un cómic.
-         ¿Puedes irte? – le pedí. Casi notaba como mis glándulas lacrimales trabajaban para fabricar las lágrimas que estaba a punto de derramar.
-         ¿Por qué?
-         Porque papá está tan enfadado que si estás aquí cuando venga a lo mejor me mata contigo delante.
Harry abrió los ojos con sorpresa, y entendió que papá me iba a castigar. Me miró con empatía y compañerismo, y se levantó de la cama.
-         Gracias – susurré, aunque no sé si llegó a oírlo porque lo dije cuando ya se iba.
Papá tardaba mucho, así que terminé deduciendo que había ido primero al cuarto de Madie.

-         Aidan´s POV –

Había pasado todo el camino de vuelta del hospital preparando una conversación con mis hijos, al menos con los mayores, para explicarles lo que Ted y yo sabíamos. No sabía bien cómo decírselo, pero eso dejó de importar porque cuando llegué encontré a Cole en el suelo. Por lo visto Madie y Zach se habían peleado y Cole había recibido los daños colaterales.
Aproveché mientras le echaba la crema para que me contara lo que había pasado, considerando que su versión sería la más imparcial. Por  lo que me dijo todo se debía a que Zach no sabía perder…. Aunque la primera en irse a las manos había sido Madie. Suspiré. Peleas entre hermanos. Con tantos, era algo casi normal. No era tan corriente que llegaran a las manos.
Fui primero al cuarto de Madie. De haberse tratado de Barie, tal vez hubiera estado llorando, pero Madelaine ciertamente  tenía comportamientos más parecidos a los de sus hermanos que a los de sus hermanas. Me miraba con una mezcla de orgullo y arrepentimiento y me recordó muchísimo al Ted de hacía algunos años, cuando sabía que iba a castigarle.
-         ¿Me he confundido y no estoy en casa sino en un ring de boxeo? – empecé. – Cole me lo ha contado, y conociéndole probablemente lo haya suavizado para no meteros en más problemas.
Madie no dijo nada. Ya se había acusado a sí misma como iniciadora de la pelea, así que no iba a culpar a su hermano.
-         ¿Le tiraste el mando de la consola a Zach?
-         Sí.
-         ¿Y te parece normal? – pregunté, alzando una ceja.
-         No… Sólo…no lo pensé. Me enfadé y ya.
-         Pues no puedes enfadarte y ya. Si él es grosero contigo me lo dices a mí, pero no puedes tirarle un mando a la cabeza.
-         Lo sé – dijo, y suspiró.
Me hubiera gustado poder alargar la conversación un poco más, pero realmente ella no me había contradicho y yo no tenía nada más que decirle. Me senté en su cama e hice que se levantara.
-         Sabes lo que viene ahora ¿no?
-         Sí…
Tiré un poco de ella  e hice que se tumbara encima de mis rodillas. Si Harry odiaba estar sin pantalones, ella odiaba estar en esa posición. Hubiera preferido mil veces que la castigara de pie. Yo directamente hubiera preferido no tener que castigarla. Levanté la mano, y la dejé caer sobre su pantaloncito corto. Demasiado corto para mi gusto, pero no era ese el momento de discutir sobre su forma de vestir. Hacía tiempo había decidido además no ser uno de esos padres obsesivos con la ropa, y comerme yo solito mis inquietudes sobre lo que enseñara o dejara de enseñar, dentro de un límite.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Fueron sólo doce. Suficientes para que Barie hubiera llorado, pero no así Madie, que tenía que demostrarme algo, o demostrárselo a sí misma. Aguantó sin quejarse y cuando la dejé se levantó. Entonces se dirigió hacia la puerta, que yo previamente había cerrado, y puso una mano en el pomo.
-         ¿A dónde crees que vas?  -  la dije, y ella dejó la mano quieta en el manillar y me miró, no supe decir si con vergüenza, o enfado. Me puse de pie a su lado. - ¿Y bien?
-         Mm… Voy a… al baño – dijo al final, seguramente improvisando y sin tener que ir realmente.
-         ¿Y te vas a ir sin abrazarme? – proseguí, en el mismo tono, como si la estuviera regañando. Ella me miró, pero no hizo nada, así que finalmente la envolví con mis brazos tomando conciencia de lo pequeña que aún era para mí. Ella se dejó hacer y al final me abrazó también, con fuerza. - ¿Entiendes por qué te he castigado?
-         Por elegir una mala forma de darle a Zach una lección – me respondió, y ante semejante descaro me tuve que reír. Deposité un beso en su melena pelirroja.
-         No te pelees con tu hermano ¿vale? Sé que tienes muchos, pero cada uno es irremplazable. Sólo tienes un Zach.
-         Gracias a Dios – replicó, con el mismo descaro. ¿Se entiende ahora por qué esa niña era mi debilidad? Con Barie me pasaba igual, cortadas las dos por el mismo palo.
-         Ya te puedes ir – la dije – Y deja que sea yo el que le dé una lección a Zach.
Madie abrió la puerta, pero se giró una última vez antes de irse.
-         Zach… no quería hacer daño a Cole. – dijo, mordiéndose el labio. Me hacía gracia que un segundo se llevaran como el perro y el gato, y al siguiente se defendieran a muerte.
-         Ya lo sé. – respondí, y no dije nada más. Mi respuesta no la tranquilizó demasiado, pero finalmente se fue, y yo salí también, hacia el cuarto de Zach.
Él tampoco me esperaba llorando, pero no parecía faltarle mucho. Me senté en su cama antes de empezar a hablar.
-         Si no he entendido mal, todo esto ha sido porque tú no sabes perder.
-         No, papá. La que no sabe perder es ella. Si supiera perder no habría habido ningún problema: yo hubiera ganado y punto.
Aguanté la risa durante un segundo. Luego no me pude contener. Sabía que estaba mal que me riera en un momento así, sobretodo porque es lo que Zach habría pretendido y sonrió un poco al conseguirlo, pero no lo pude evitar.  No sé de dónde sacaban mis hijos esas respuestas. Yo no era tan descarado.
“Pero Andrew sí” dijo una voz en mi cabeza. “Tú eres su hermano, idiota. Tienen que parecerse a su padre. Al biológico.”
¿Esas cosas se aprendían, o se heredaban? La perspectiva de que mis hijos se parecieran a Andrew sirvió para ensombrecer de nuevo mi rostro, y como consecuencia, el de Zach.
-         No puedes pelearte con ella, y menos por un motivo tan estúpido. Y tampoco puedes empujar a Cole. Sé que no querías hacerle daño pero la mesa estaba muy cerca y…
-         Lo sé – cortó Zach, ya sin ninguna gana de bromear, sino más bien muy culpable. – Tuve miedo de… No fue mi intención empujarle tan fuerte.
-         Ni tan fuerte ni tan flojo, Zach. No tenías que empujarle, y ya.
Él se limitó a bajar la cabeza. No solía ser desafiante y aquella vez no fue una excepción.  Los dos suspiramos al unísono.
-         Quítate los pantalones – le ordené. Había cierta injusticia en el hecho de que Madie por ser chica pudiera conservar su ropa, pero por otro lado consideraba que Zach tenía más culpa aquella vez, así que una cosa compensaba la otra.
Zachary se quitó las deportivas y se desabrochó los pantalones. Se los quitó, pero cuando me incliné un poco para atraerle hacia mí, se apartó, como en un acto reflejo. Tragó saliva y se acercó. Medio le tumbé encima de mí, y medio se tumbó él sólo.  Le escuché tomar aire antes de comenzar.
PLAS PLAS
De pronto  hizo fuerza para levantarse, pero yo le volví a colocar.
PLAS PLAS PLAS
Hizo más fuerza, y se levantó. Me hizo algo de daño, porque me clavó las uñas para hacerlo.
-         Zach, no hemos terminado. Si abandonas la posición otra vez  te bajaré también el calzoncillo.
¿Hola? ¿Quién acababa de decir eso? ¿Había sido yo? ¿”Si abandonas la posición”? Hay frases que uno cree que no va a decir nunca, pero mira tú, siempre hay una ocasión para todo.
Lentamente se acercó a mí otra vez  y proseguí.
PLAS PLAS PLAS
Apenas había vuelto a tumbarse y ya se levantó otra vez, muy inquieto. Me empujó con demasiada actitud para alguien que estaba siendo castigado. Luego se dio cuenta y se mordió el labio.
-         Lo siento…
-         Disculpas aceptadas, pero te he  había hecho una advertencia y la voy a cumplir – le dije. No servía de nada prometer cosas, tanto buenas como malas, si luego no las cumplía.
Zach se estremeció un poco, y me miró entre sorprendido e intranquilo.  Esa vez no se acercó, así que agarré su mano y tiré de él. Le tumbé en mis rodillas y luego tiré un poquito de su calzoncillo, para destapar la parte superior  de sus glúteos.
PLAS   ¡Ay!
Creo que  le pico de una forma que no se había imaginado, y por eso gritó. Después permaneció en silencio.
PLAS PLAS PLAS
Volví a tirar ligeramente de su ropa interior, esta vez para subírsela, y luego le puse de pie. Zach estaba muy rojo. Tal vez no se había creído que fuera a cumplir mi amenaza. O sí, pero de todas formas se sentía avergonzado. De la forma en la que lo había hecho no había llegado a verle nada. Era un exagerado… estaba rojo como si le hubiera enseñado sus fotos de bebé a todas las chicas de su curso.
Empezó a llorar, sin sollozos pero sí con lágrimas. Se dio prisa en limpiárselas, como si quisiera evitar que yo las viera. Abrí los brazos y esperé a que él respondiera. Se apoyó contra mí y los cerré en torno a él.
-         No más peleas ¿de acuerdo?
Él asintió, aún escondido en mi pecho.  Y prolongó el momento más, y más….
-         ¿Te da vergüenza mirarme? – pregunté al final, y noté otro asentimiento apenas perceptible. – No hay por qué. Sólo ha sido un castigo.
-         No es cierto, me has visto desnudo.
-         No, no lo he hecho. Y aunque así fuera, no creo que tengas nada que no tenga yo ¿mmm? – le dije, y le zarandeé cariñosamente, provocando que se separara un poquito y me mirara por fin. - ¿O sí? ¿Va a resultar que debería haberte llamado Zacarina?
-         ¡Papá! – protestó Zach, y se ruborizó más todavía. Le sonreí, y le acaricié la cara.
-         No estoy enfadado, pero no debes levantarte durante un castigo. Sé que es difícil, pero tienes que ser capaz de dominarte.
-         Es que… no estaba seguro… yo…Pensé que iba a ser… más.
-         ¿Creíste que iba a ser más duro contigo? – indagué, y el asintió. – Ya ves que no. Y aunque así fuera, no debes levantarte ¿de acuerdo?
-         Lo siento.

Le respondí con un beso y él me miró con un principio de sonrisa.

-         Con quien sí te equivocaste de nombre es con Madie. Deberías haberla llamado Madelano. Esta claro que ella sí que no tiene nada que no tengas tú.
Levanté ambas cejas y le di una palmadita medio cariñosa.
-         Ese nombre ni siquiera existe. Anda, caradura, que tienes una hermana que no te la mereces. Ponte los pantalones y baja al salón, que quiero hablar con vosotros.
-         ¿Nos vas a contar por qué traías esa cara de vinagre?
-         Sí – respondí, algo extrañado por la forma de decirlo.
Dejé que se terminara de colocar la ropa y fui a decirle a los demás que bajaran al salón. Me encontré con Dylan en el pasillo. Pensé en que era gracias a él que sabíamos un poquito más de Michael. Cuando descubrimos su enfermedad pensaba en Dylan como un ángel enviado por el cielo, y tal vez hubiera más de cierto en ese pensamiento de lo que yo mismo creía.
Trasmití el mensaje a todos, y entré por último en a habitación de Alejandro, para decírselo. Abrí la boca, pero le vi tan blanco que la cerré de inmediato.
-         Yo no he sido – barbotó. Lejos de sonar infantil, esa frase sonó muy débil, reflejando angustia, casi miedo.
-         No tengo ni idea de lo que me estás hablando – respondí, con sinceridad, preguntándome si era posible que aún no hubiera terminado de regañar a la gente por aquél día.
Alejandro dudó unos segundos antes de continuar.
-         El dinero… no he sido yo.
-         ¿Qué dinero?
-         El de la comida. Sobraron casi cien euros, pero no los encuentro. Yo no los he cogido.

Por fin empecé a entender. Alejandro se estaba defendiendo de una acusación que yo no había hecho.  Hice que mi mente aterrizara fuera de las peleas fraternales y de hermanos desaparecidos y me concentré. El dinero de la comida. Cierto.

-         ¿Dices que no lo encuentras? ¿Has buscado bien?
-         Sí. He mirado por todos lados.
-         Está bien. No necesitabas decir que no lo has cogido. Ya sé que no lo harías.

Alejandro respiró, como si acabara de quitarle cincuenta toneladas de encima de las costillas.

- Lejos de lo que pareces pensar, no te culpo de todo lo malo que sucede en ésta casa, Alejandro. – repuse, algo sorprendido porque estuviera tan asustado por mi posible reacción.
-         Hubiera sido lógico. El dinero me lo diste a mí.
-         Sí. Y por lo visto se me olvidó darte también algo de buena memoria para que recuerdes dónde lo has puesto – le chinché, y le guiñé el ojo. Alejandro sonrió, aliviado al ver que no estaba enfadado. – Luego seguimos buscando. Lo que venía a decirte es que bajes al salón, que quiero hablar con vosotros.
Alejandro puso cara de circunstancias, entendiendo que esa era la conversación que le había prometido en el hospital, que iba a explicarle por qué le había hecho llevarse a sus hermanos.


6 comentarios:

  1. Quedo genial... ni se noto que es el remplazo, guapo el hermanito nuevo...
    pero en mi mente solo ronda una cosa... los dolares que se le perdieron a Alejandro... Michael los abra tomado... estará escondido en casa... Aaaaaaa quiero el próximo capitulo porque aclaras una duda y creas mil mas jejeje no se vale esa proporción jeje

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  2. Woouuu c m enchino la piel cuando lei lo que dylan decia mejor que un detective... No me extrañaria que dylan encontraa al profuguito prdido... Pero dond esta el dinero???? Y que reacciones tendran los chicos con la noticia del medio hermano de ted????.....

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  3. je je je pobre Aidan... yo hubiese sido de las que decían "ese padre que no sabe educar a sus hijos" pero ahora que conozco su historia pues no puedo mas que aplaudirlo, yo hubiese perdido la paciencia hacia raaato. por otro lado estoy a la expectativa del nuevo personajem muy lindo por cierto, aunque por ahora me sigo quedando con los tres mayores aidan ted y Alejandro, ah! pero también me gusta zachkary (o como sea q se escriba) es muy tierno. escribes excelentemente y es un verdadero placer leerte. amo que los caps sean laargos asi compensa la espera.

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  4. voy de nuevo (se me borro el comentario) pobre, pobre aidan, si no conociera su historia yo seria de las que lo mirarían feo y dirían entre dientes "ese padre que no sabe educar a su hijo" ja ja pero ahora como que no me queda mas que aplaudirlo por su paciencia. estoy a la expectativa del nuevo personaje, tomara un rol de hijo? de tio? uy uy uy encima es hermoso, pero igual por ahora mis favs son aidan ted, y Alejandro, ah y amo a zack es super tierno. dream escribes excelente y es un placer inmenso leerte.

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  5. Dream como siempre....DEMASIADO buena la historia...me dejaste super curiosa...cualquier cosa puede pasar. Mira Ted no necesita una cuñadita...porque ese hermano perdido hasta mas bueno Upsss

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  6. querida Dream disfrute mucho la lectura y ese chocolate con leche que pusiste pues da hambre no? jajajaja
    solo espero que pronto se solucionen las cosas para Ted y pues que pillen el dinero perdido para paz de todos, estuvo ldivertido de verdad y gracias por actualizar a Arturito

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