Capítulo 10: Los autistas son genios
Le sugerí a papá que fuera a la cafetería con los demás, para así poder
hablar a solas con Cole cuando volviera del baño. Él estuvo de acuerdo, pero su
expresión era la de un hombre abatido así que cuando iba a salir por la puerta
le detuve:
- Papá…Sabes que no te odia ¿verdad? Eso son cosas que
se dicen sin pensar o que se piensan pero no se sienten. Es más, puede que sólo
necesite llamar tu atención.
-Tal vez sí lo sienta. Tal vez sí me odie – respondió,
y suspiró con agotamiento. – Lo hago lo mejor que puedo, Ted, de verdad, pero a
veces creo que debería limitarme a ser vuestro hermano.
No me gustaba verle así. Se ponía muy tonto cuando le daba por pensar
que no era un buen padre para nosotros.
- ¡Ni hablar! ¿Quién le pararía los pies a Alejandro
entonces? – le dije, y él esbozó una media sonrisa, ya que la sonrisa entera
debía de habérsele perdido. Decidí hablarle un poco más en serio – Si tú fueras
sólo nuestro hermano, yo no habría tenido un padre. Y con eso lo digo todo. Yo
también “te he odiado” muchas veces, cuando no me comprabas otro helado, cuando
me obligabas a comerme el pimiento, cuando no me dejabas salir sólo a la
calle…Si eso es odiar, todos los hijos “odian” a sus padres, aunque sólo
algunos lleguen a decirlo. Y nunca es cierto. Cole sólo está contrariado porque
le castigaste. Algún día entenderá por qué lo haces, si es que no lo entiende
ya.
Papá se me quedó mirando muy fijamente.
- Mírate – me dijo. – A veces creo que eres más sabio que yo. Has crecido
tanto…. Por dentro y por fuera. Si hasta te han puesto en la planta de adultos.
¿Cuándo te has convertido en un hombre?
Me ruboricé muchísimo. Una vez más quiero agradecerle a mi madre la
herencia de su color de piel, favoreciendo que mi rubor no se notara.
- Pues ha debido ser entre anteayer y hoy, porque
alguien me dijo que era un crío que hacía berrinches con la comida – repliqué,
y así conseguí que papá sonriera del todo. Siguió mirándome de una forma que me
hacía sentir incómodo.
- Estoy muy orgulloso de ti, Ted, y te quiero mucho.
Eres la prueba de… Eres la prueba de que la astilla no tiene por qué parecerse
al palo.
- No. A veces se parece a una astilla un poco más grande – coincidí yo,
y así Aidan se sintió abochornado también. Gracias a Dios se fue por fin, antes
de que aquello se pusiera aún más incómodo.
Poco después entró Cole, arrastrando los pies con desgana y apatía.
Parpadeó un par de veces, sorprendido porque de pronto sólo fuéramos él y yo en
la habitación.
- ¿Y los demás?
- En la cafetería. Mucha gente, poco espacio –
simplifiqué, evitando decir que en realidad su repentina ausencia era algo
planeado. – Ven Cole, siéntate aquí. Cuéntame qué tal tu día – invité,
haciéndole un hueco en la cama - ¿Alejandro se porta bien contigo? ¿O tengo que
hacer de hermano mayor cabreado y darle una lección?
Sin el menor atisbo de sonrisa, Cole se acercó y se quedó de pie junto
a la cama, en vez de sentarse. Esquivó mi mirada y se concentró en las sábanas.
Joder. Parecía tan triste…
- Se porta bien – respondió únicamente.
- ¿Y Madie? ¿Está muy mandona?
Madie a veces
tendía a olvidar que Cole no era mucho más pequeño que ella, y como él era tan
buenazo se dejaba hacer, tolerando que le diera órdenes a cada rato.
- No.
Vaya. Me lo estaba poniendo realmente difícil con sus respuestas secas
y sus monosílabos.
- Si alguno se pasa contigo tú dímelo – le dije, más
bien en broma, como para romper el hielo. Pero él levantó la cabeza y me miró
con furia.
- ¡No necesito que me defiendas, no soy débil! – me
espetó. Sus ojos relampaguearon de ira, y yo me sorprendí mucho. Debió darse
cuenta de que había sobrereaccionado, porque volvió a agachar la cabeza. –
Quiero decir…que… que no tienes que defenderme de nada. Todos son buenos
conmigo. Te echan de menos. Te echamos de menos.
Oooowwwwww.
- Y yo a
vosotros, enano. Aquí no hay nadie que me estropee los deberes cuando acabo de
hacerlos, o que toquetee mi ordenador a la mínima que me descuido…
- ¡Ese es Kurt! – protestó.
- Ya lo sé. El peque no sabe estarse quieto. Dime ¿se
ha metido en muchos líos? – pregunté, haciéndome el inocente, como si no
supiera nada de lo que había pasado.
- Ni idea. Supongo que no. Por lo visto si tienes seis
años y la capacidad de llorar a voluntad no importa lo que hagas.
Había cierta rabia en su voz. Yo medité sobre sus palabras.
- ¿Por eso estás enfadado? ¿Porque papá te castigó a
ti y a él parece que no? – le pregunté, y luego decidí explicarme – Papá me lo
ha contado.
- Entonces te habrá dicho que le odio.
- Sé que se lo has dicho, pero también que no lo
piensas de verdad.
- Si lo pienso de verdad. Le odio. Le odio mucho.
- Eso no es cierto – respondí, con tranquilidad.
- ¡SÍ LO ES! – gritó él. Pocas veces le he visto tan
rabioso. - ¡LE ODIO, LE ODIO, LE ODIO!
Pareció llenarse la boca con esas palabras.
- Porque lo repitas no me lo voy a creer, enano.
Cole me miró muy enfadado, y de pronto se derrumbó y se echó a llorar.
Fue como si estuviera lleno de emociones, y tuviera que dejarlas salir para no
reventar. Se apoyó en mi cama y yo le abracé como pude.
- Lo siento… – le oí susurrar.
- No pasa nada. Entonces, ¿es por eso? ¿Estás enfadado
con él porque… te dio unos azotes? – pregunté y Cole no respondió pero se
apretó más contra mí – No tengas vergüenza. Te apuesto a que yo me he llevado
más que tú. ¿Te pegó? – seguí preguntando, pese a conocer la respuesta.
- Sí…
- Bueno. Tú no debiste pelear con el enano, ni
insultar a papá. No estoy diciendo que Kurt sea inocente, pero lo que hiciera
él no quita lo que hiciste tú. No te estoy regañando ¿vale? Sólo quiero que
entiendas que él no te castigó por malo.
Cole y yo teníamos una relación extraña. Yo le sacaba siete años y
quizá era el que más se parecía a él. Siempre le había dado consejos, y en los
últimos tiempos esos consejos se parecían cada vez más a conversaciones casi
más propias de padre a hijo que de hermano a hermano, porque a mí siempre me
escuchaba. De la misma forma que a veces bañaba y vestía a Alice, cuando Aidan
no podía hacerlo, a veces regañaba a Cole, cuando creía que no estaba obrando
bien. Era el único hermano cuya actitud me permitía hacerlo, porque me
consideraba una especie de figura de autoridad…
- Yo ya sé eso – respondió él. – Y en realidad no me
importa que no castigara a Kurt. De hecho me alegro. A mí no me ayuda en nada
que él esté triste también.
Esa forma de verlo me pareció muy madura para un niño de diez años. El
sufrimiento ajeno no disminuye el propio, y Cole no sólo lo entendía sino que
además no le guardaba rencor a nuestro hermanito.
- Entonces, ¿por qué estás triste tú? Si no es porque
el peque se ha librado, ¿cuál es el problema? – le pregunté, pensando que
estaba muy cerca de la verdad.
- ¡Me ha castigado sin leer! ¡Todo el fin de semana! –
protestó, indignado. Como decía papá, cariñosamente, Cole era un “enano
comelibros”. Me sorprendí al descubrir que todo su enfado radicaba en eso. Ese
castigo debía de parecerle un golpe bajo.
- Que no es más que un día y parte de otro. Es muy
poco. Cole, tú le insultaste. De haber estado allí tal vez yo también te habría
castigado.
- ¡Tú no puedes hacer eso! – exclamó, pero sonó casi
como una pregunta. No, yo no podía. En primer lugar, no era mi misión ni mi
responsabilidad. En segundo lugar, papá nunca me dejaría. Y en tercer lugar yo
no sería capaz de castigar a mi hermano ni quería hacerlo. Pero no pasaba nada
porque él pensara que sí. Sobre todo si con ello lograba que entendiera que lo
que había hecho estaba mal.
- Puedo, si empiezas a portarte mal, y a hablarle mal
a papá. – argumenté, y tal vez exageré demasiado mi falso tono de enfado,
porque sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Estaba como muy sensible ¿no?
- Yo no quería… - me dijo - No te enfades conmigo.
- No lo hago. Entre tú y yo creo que soy incapaz de
molestarme contigo ni siquiera un poquito. Pero estoy preocupado. Papá dice que
estás raro, y por lo que he visto es verdad. El Cole que yo conozco no se
enfadaría tanto por un castigo pequeño como el que te ha puesto papá.
- ¡No es pequeño! – protestó, y rodé los ojos.
- Está bien, un castigo super fuerte y super injusto,
que te matará de aburrimiento antes de que termine el fin de semana y te
traumatizará para el resto de tu vida. – repliqué yo con algo de sarcasmo, y a
su pesar esbozó una pequeña sonrisita, ante mi irónica exageración. Se pasó la
mano por los ojos, para limpiarse los restos de lágrimas y pretendió hacerse el
ofendido porque no tomara en serio sus quejas. - Pero aun así, yo sé que te
pasa algo más. – proseguí – Pareces muy… deprimido.
Cole sostuvo mi mirada durante varios segundos. Creo que se estaba
pensando su respuesta, sin saber si contarme lo que fuera o seguir
callándoselo. Él sabía que podía confiar en mí. Siempre me contaba todo,
incluso lo que no le contaba a papá, como aquella vez que me confesó que le
daban miedo las arañas y me hizo jurar no decírselo a nadie para que no le
tuvieran por un cobardica. Por eso pensé que sería sincero conmigo…
- Sólo estoy triste por haber peleado con papá – dijo
al final, bajando la mirada. En ese momento estuve convencido de que me mentía.
Le pasaba algo más, pero no me lo iba a contar. Intenté asimilarlo, empezando a
preocuparme yo también. Aquello ya no era un favor que le hacía a mi padre: en
ese punto yo también necesitaba saber lo que le ocurría a mi hermano…
… Sin embargo, por propia experiencia sabía que presionar era la peor
estrategia. Si Cole era la mitad de cabezota de lo que yo era, no iba a soltar
prenda, cada vez más obstinado en su silencio cuanto más le insistieras. Lo
mejor era fingir que su actuación había sido convincente, y observarle muy de
cerca para descubrir por uno mismo cuál era el problema.
- Si se trata de eso, tiene muy fácil solución –
respondí. – Vas donde está papá y le abrazas hasta dejarle sin respiración.
- Pero él no va a querer. No va a olvidarse de lo que
le he dicho…
- Tal vez no lo olvide, Cole, pero ten por seguro que
te perdonará. Ya te ha perdonado. Sólo está esperando a que se te pase el
enfado a ti, porque él ya no está enfadado.
- ¿Tú crees? – preguntó, esperanzado.
- No lo creo. Lo sé.
Se me quedó mirando, visiblemente aliviado.
-
¿A qué
esperas? ¡Ve! – le insté y entonces sonrió un poco y salió corriendo. Suspiré
cuando le vi salir.
-Aidan´s
POV –
Cuando tenía una conversación con otros padres, del tipo de “un día de
estos mis hijos me vuelven loco”, no faltaba el típico que me preguntaba de
dónde sacaba las fuerzas y las ganas para cuidar de once niños y adolescentes,
sin saber a veces si eran peores los primeros o los segundos. No entendían
nada. Yo no tenía que sacar fuerzas y ganas. Mis hijos no eran un trabajo. Mis
hijos, eran mis hijos. Y cuando se portaban como acababa de hacerlo Ted me
recordaban los muchos motivos que tenía para estarle agradecido a la vida. Once
motivos, para ser exactos.
En casa ya éramos dos hombres. Tenía que empezar a asumirlo, porque
cada vez que cerraba los ojos Ted se hacía más grande, en todos los sentidos.
Antes de que me diera cuenta tendría un trabajo y una familia propia. Sacudí la
cabeza, mientras deseaba que tuviera suerte en su conversación con Cole.
Al entrar en la cafetería, sentí algo de paz al comprobar que algunos
de mis hijos aún tenían un largo camino que recorrer antes de ser adultos o
semiadultos como Ted. Estaban de pie frente al mostrador de la cafetería, volviendo
loco al camarero.
- ¡Que no! ¡Quiero uno de esos! – decía Alice.
- Está bien, entonces dos Cornetto de chocolate, dos
Magnum de chocolate blanco… - trataba de enumerar Alejandro.
- ¡Yo también quiero ese! – decía Kurt.
- Tú has dicho que querías el polo de fresa, Kurt.
- ¡Pero quiero ese también!
Alejandro estaba saturado como sólo lo está alguien que intenta que
ocho niños se pongan de acuerdo para pedir un helado.
- A ver, ¿cómo están los marcadores? – intervine, de
buen humor, poniendo una mano en el hombro de Alejandro. - ¿Creéis que habréis
terminado de decidir para mañana por la noche?
Kurt se abrazó a mi pierna nada más verme, como haría alguien con un
salvavidas en medio del mar. Mi enano se había llevado un disgusto muy grande a
lo tonto, traumado por unos complejos que yo no sabía que tenía, acerca de no
ser querido por culpa del abandono de su madre. Le entendía bastante bien: yo
también me habría preguntado varias veces qué narices había hecho para que mi
madre se desentendiera de mí. Creo que todos nosotros nos preguntábamos eso de
vez en cuando, y no era algo que fuera a pasarse con el tiempo o con la edad.
Le acaricié el pelo con cariño. Me agobiaba un poco la falta de espacio vital,
pero entendía que estuviera mimoso.
- Papi, yo quiero ese – dijo mi enano, y señaló la
foto de un polo rojo.
- Está bien. ¿Alguien más quiere ese? – pregunté, y
Hannah levantó la mano. Yo fui señalando uno a uno los helados del cartel y
apuntando mentalmente cuántos iban a ser de cada. Creí que ya lo tenía, pero…
- ¡Y también quiero este! – pidió Kurt.
- Aclárate, peque. Querías el de fresa. – le recordé.
- Quiero los dos.
- Eso no puede ser. Uno para cada uno, cariño.
- ¡Pero yo quiero los dos! – protestó poniendo un
puchero.
- Papá, yo en realidad no quiero – dijo Alejandro. –
Puede comerse el mío.
- Eso es muy amable de tu parte, hijo, pero no es sólo
una cuestión de dinero. Tiene que aprender a renunciar a unas cosas para tener
otras. No está bien ser caprichoso, y además no es bueno que coma dos helados.
Ni siquiera creo que sea bueno que coma uno a estas alturas del año.
- ¡Yo quiero los doooos! – exigió Kurt.
- Luego te duele la tripita, peque. Decide cuál
prefieres.
- ¡Los dos!
- Uno.
- ¡Dos! – gritó, y tiró de la tela de mi pantalón,
insistentemente.
- Cariño, si he dicho uno es que sólo va a ser uno,
aunque también puede ser ninguno si montas una escena.
Como si mis palabras le hubieran dado la idea, Kurt empezó a llorar de
forma chillona y molesta, explotando al máximo la increíble capacidad de sus
pulmones infantiles. Si hiciéramos un experimento, ¿quién aguantaría más: una
soprano profesional o un niño pequeño con una rabieta? Era algo que algún día
debería estudiarse. De momento yo apostaba por mi pequeño, que se volvió el centro
de todas las miradas de la cafetería.
El hecho de haber vivido momentos similares con alguno de mis otros
hijos me hizo ver que lo mejor era tener paciencia. Probablemente al final
tuviera que enfadarme con él, pero Cole aprendió a controlar sus rabietas en
seguida, al ver que yo le ignoraba. Quería darle su oportunidad a Kurt.
Sin embargo Barie no tenía tanta paciencia. Sintió vergüenza ajena y
odió que todos nos miraran por la escenita que estaba montando Kurt así que se
agachó junto a él tratando de que se calmara.
- Enano, para ya. Todos te están mirando y van a
pensar que eres un bebé.
Kurt se apartó de ella y siguió envuelto en su llanto, con más fuerza
aún si cabe. Regla número uno: no intentes razonar con un niño con una rabieta.
Es imposible. Tienes que esperar a que al menos se calme lo suficiente para
poder escucharte. Eso sucedió en unos treinta segundos.
- ¡YO… QUIERO…cof cof…EL HELADO! – gritaba, medio
ahogado y tosiendo a causa del llanto y el sobreesfuerzo de su garganta.
- Kurt, papá no va a escucharte hasta que no te
calmes. – le dije, con voz tranquila. Esas situaciones ya no me alteraban. No
después de Ted, Alejandro, Harry, Zach, Madie Barie, Cole, y Dylan. Ya era un
experto en ignorar llantos exigentes.
Kurt pareció entender la idea y se calló por un segundo, mirándome con
curiosidad, como para ver si iba en serio.
- Eso es. Mucho mejor, cariño. Ahora si voy a
escucharte.
- Yo…snif… quiero helado. – explicó, con pucheros y
sollozos contenidos.
- Como todos tus hermanos, peque, por eso papá te ha
dicho que elijas el que quieres.
- ¡Pero yo quiero los dos!
- Pero sólo puede ser uno.
- ¿Por qué?
- Porque es así, mi vida. Porque si comes dos luego te
sienta mal. Y porque papá te ha dicho que sólo puede ser uno.
Kurt frunció el ceño.
- ¡No me gusta!
- Tomo nota, pero ahora dime, ¿vas a elegir o no vas a
tomar ninguno?
Mi peque me desafíó con la mirada un poco más a ver si cedía, pero
finalmente se rindió, en un tiempo record. Las rabietas de Madie, en su época,
eran mucho peores: Kurt había entendido el concepto de “consigo más cosas si no
lloro” mucho antes.
- El de chocolate.
- Muy bien, tesoro. – dije, y me dirigí al camarero-
Entonces serán cuatro Cornettos de chocolate, un polo de fresa, y tres Magnum
blancos. ¿Tú Alejandro, cuál quieres?
Alejandro parpadeó un par de veces, extrañado porque yo hablara con el
camarero como si no hubiera pasado nada.
- Un Magnum almendrado – dijo al final.
- Que sean dos. Yo también quiero. – añadí, y le guiñé un ojo a Alejandro, con
complicidad porque había pedido uno de mis sabores favoritos.
El camarero empezó a servir lo que habíamos pedido, y al final no pudo
más y tuvo que preguntarlo:
- ¿Todos son hijos suyos?
- Sip.
- Mis condolencias – dijo el hombre, y yo me reí. No
era la primera vez que me hacían un comentario como ese.
Cada uno cogió su helado y nos sentamos a una mesa larga. Me fijé en la
cara de pocos amigos de Bárbara. Ella era muy expresiva, y cuando estaba
enfadada o molesta por algo se la notaba a la legua.
- ¿Qué ocurre, Barie? –pregunté. La mayoría de mis
hijos estaban sonriendo por el helado, pero ella estaba lejos de sonreír.
- Esto es un hospital. Se supone que aquí no hay que
gritar y Kurt ha montado un espectáculo. Ha tenido una rabieta y tú encima le
recompensas con un helado.
Yo suspiré. Hiciera lo que hiciera, tanto si les castigaba como sino,
al final SIEMPRE era el malo.
- No, Bárbara. Lo que he recompensado es que haya
sabido sobreponerse a su disgusto y haya entendido lo que le quería decir. Tu hermano
tiene seis años. No puedes pedirle que sepa manejar su enfado. Poco a poco. Lo
que yo le he pedido es que elija, y lo ha hecho.
- Tal como yo lo veo se ha salido con la suya –
replicó ella. – Ha tenido una pataleta de niño pequeño y aun así se lleva un
helado.
- ES un niño pequeño, Barie. ¿Qué debería haber hecho,
según tú?
Me molestaba un poco ser cuestionado en mis decisiones, pero por otro
lado sentía curiosidad por ver cómo entendían ellos lo de “acción =
consecuencia”. Indicaba que estaban creciendo
y que alguno de mis hijos ya entendía que toda acción, buena o mala, tenía
repercusiones.
- Dejarle sin helado - respondió ella, con seguridad.
La conversación, sin embargo, estaba teniendo lugar delante de todos, y un par
de oídos estaban escuchando con especial atención. A Kurt no le gustó nada lo
que estaba oyendo de su hermana. No tenía un pelo de tonto, el enano ese.
-
¡No! ¡Calla, mala!
-
No callo.
Te has portado como un crío caprichoso. – replicó Barie, y le sacó la lengua.
Mmm. Ella tampoco parecía muy mayor haciendo eso.
-
¡No es
verdad!
-
Si es
verdad, y no te mereces ese helado, que lo sepas. – sentenció Barie.
Kurt se sacó el helado de la boca y lo miró, como si
esperara comprobar al verlo si Barie tenía razón.
-
Yo… -
balbuceó Kurt, sin saber qué decir.
-
Tú eres
un bebé chillón y si te portas así de mal nadie te va a querer – regañó Barie.
Esas palabras hicieron saltar mis alarmas, y las de Kurt, que abrió mucho los
ojos, a punto de llorar. Eso era un golpe bajo para mi niño, que ese mismo día
me había confesado su miedo porque la gente le dejara de querer. Bárbara no
podía saberlo, y probablemente su intención no había sido hacer daño, pero sus
palabras dolían igual. Es como esa gente que dice “si te portas mal vendrá el
coco y te comerá”. Si yo fuera un niño esas palabras me impactarían mucho.
Vamos, que me acojonarían. No estaba seguro de que estuviera bien usar ese tipo
de psicología con los niños. Sobre todo en niños tan impresionables e inocentes
como mi Kurt. Y, en cualquier caso, decir “si no haces esto ya no te voy a
querer”, era una salvajada. Se lo había oído a algunos padres y me parecía
horrible, y no iba a permitir que mis hijos lo utilizaran.
-
Bárbara,
que sea la última vez que te oigo hablar así. Quiero que te disculpes de
inmediato, que dejes el tema y que pienses en la burrada que acabas de decirle
a tu hermano pequeño.
Mi tono de voz fue bastante agrio, y Bárbara lo
percibió. Me miró algo impactada.
-
S-sí,
papá. No he debido meterme. Lo siento, Kurt. – dijo, más para complacerme que
porque en verdad lo sintiera. Pero entonces se fijó en la expresión herida de
su hermanito, y su propia expresión cambió, a una de pena. – No lo he dicho en
serio. Kurt, no te pongas triste, que no iba en serio…
Como toda respuesta Kurt la tiró el helado a la cara.
Estaba luchando contra las lágrimas, pero no sabría decir si eran de tristeza o
de rabia.
-
Eres muy
mala. – afirmó, mirando a su hermana con los ojos acuosos. Barie se limpió el
helado, demasiado culpable como para enfadarse porque se lo hubiera lanzado.
-
No,
peque…Yo… lo siento mucho. Perdona ¿vale?
-
Kurt,
¿qué es eso de tirarle cosas a tu hermana? – intervine yo, medio en shock
porque en ese momento Barie parecía querer llorar también. Jesús.
-
¡Porque
es mala, y no la perdono! – gritó. Barie
bajó la mirada, dolida y muy triste. Miré a mi alrededor y vi que de pronto
ninguno estaba comiendo su helado, como si no les apeteciera.
-
De verdad
lo siento, Kurt – insistió Barie.
-
¡Me da
igual! ¡Tonta, tonta, tonta!
De nuevo éramos el centro de varias miradas y no pude
evitar pensar lo típico de “¿qué estarán pensando de nosotros?”. Concretamente,
consideré que yo estaba dando la imagen de ser un padre horrible. Tal vez lo fuera. Yo amaba a mis hijos con
toda mi alma, pero no sólo de amor vive el hombre.
-
Kurt,
vale ya. – dije yo, sin entender como habíamos llegado a ese punto - Le has
tirado el helado a la cara. Lo menos que puedes hacer es aceptar sus disculpas.
-
¿Por qué?
– exigió.
-
Porque es
tu hermana y te está diciendo que lo siente. Y porque estás muy cerca de acabar
con mi paciencia hoy. Te has peleado con Cole y papá te ha perdonado, has
tenido una rabieta y papá te ha perdonado, así que tú ahora perdona a tu
hermana y vamos a tomarnos el helado en paz.
-
Yo no
tengo helado – dijo Kurt, de pronto, dándose cuenta.
-
No
haberlo tirado – respondí, y él puso un puchero.
-
Quiero
otro.
-
No, Kurt.
No hay otro. – dije, firmemente, con mi
cupo de tolerancia para niños pequeños a punto de rebosar.
Kurt puso un puchero y empezó otro berrinche, llorando
y pidiendo a gritos otro helado.
-
Kurt, te
pongas como te pongas no voy a comprarte otro helado, pero a lo mejor terminas consiguiendo que te castigue.
Lejos de darse por advertido, Kurt siguió con su
pataleta. Zach intentó acariciarle, para que dejara de llorar, y como
recompensa se llevó un manotazo.
-
¡HELADO,
HELADO, HELADO!
En ese punto las miradas de la gente me daban igual.
Barie tenía razón: estábamos en un hospital y aunque aquello era la cafetería y
había algo de bullicio, no era un lugar donde uno pudiera gritar libremente.
-
Hijo,
¿vas a calmarte por las buenas, o va a ser por las manas? – pregunté, y esas
palabras tendrían que haberle avisado de que estaba a un tris de tomar medidas
más drásticas. Pero no se dio por enterado, o no quiso hacerlo.
-
¡CÓMPRAME
OTRO! – gritó, y dio un golpe a la mesa.
-
No digas
que no te avisé – dije, y suspiré. Le levanté sin mucho esfuerzo y le di tres
azotes.
PLAS PLAS PLAS
Su llanto se volvió un sonido diferente. Ya no era
exigente, ni agudo, ni estridente, ni con gritos. Era un llanto triste y de
protesta, porque yo le había castigado.
-
Eso por
caprichoso – le dije, y le di dos palmadas más.
PLAS PLAS
-
Y eso por
tirarle el helado a tu hermana.
Kurt se tapó el trasero con ambas manos y lloriqueó
entre ruidosa y silenciosamente.
- A ver si así aprendes a obedecer.
-
Papá, no
seas tan duro con él… - protestó Barie. Yo la miré mal, porque en parte aquello
era culpa suya, por sus comentarios desafortunados. Primero me criticaba por no
regañarle, y luego protestaba porque era muy duro. ¿Quería probar ella a ver si
era tan fácil? Yo era blando hasta cierto punto, pero sí finalmente me enfadaba
lo hacía de verdad. Y Kurt llevaba todo el día llenando el vaso de gotas, hasta
que finalmente rebosó. Aun así aguanté
sólo dos segundos sin apretar a Kurt contra mí, para que dejara de llorar.
-
Sshh. Ya
está, ya pasó.
-
Snif
snif… papi…snif snif.
Le di un beso y saqué un pañuelo para limpiarle la
cara y que se sonara la nariz.
-
Vamos,
peque, ya está. Si papá dice que no es que no, por eso te he castigado. No hay
helado, pero si te portas bien ésta tarde puede haber chocolate.
Creo que a Kurt en ese momento el helado y el
chocolate le daban igual. Simplemente se colgó de mi cuello y lloró hasta
desahogarse. Cuando le noté más calmado le separé un poquito, y empecé a
hacerle pedorretas en la tripa para que se riera, como le hacía a veces a Alice
y al propio Kurt cuando era más pequeño. Tuvo efecto inmediato, aunque también
causo protestas entres algunos de mis hijos más mayores.
-
Papá, que
hay gente…- dijo Alejandro.
-
Si he
tenido que castigarle en público le mimo también en público. A mí no me da
vergüenza, y a él tampoco. Si tú eres un soso no es mi culpa – le dije, algo
arrepentido por mi forma de proceder con Kurt y empezando a desear que acabara
de una vez aquél día, aunque aún ni era la hora de comer.
Kurt se reía bajito porque las pedorretas le habían
hecho cosquillas y yo le abracé. Me sorprendió al darme un beso.
-
Perdón –
me susurró. Cuando mis hijos pequeños me pedían perdón yo no estaba seguro de
si lo hacían por ser conscientes de lo que habían hecho mal o se disculpaban
simplemente por haberme hecho enfadar. Aquella vez, sin embargo, creo que Kurt
lo entendió bastante bien. Sus ojos brillaban con inteligencia, y lágrimas a
punto de derramarse. Le respondí con un
beso, y él, al saberse perdonado, puso un puchero y me habló con tono mimoso. –
Me diste en el culito…
-
Ah ¿y de
quién es la culpa? – le pregunté.
-
¡De
Barie! - respondió él, muy seguro. Yo
miré a la aludida y me reí.
-
Tienes razón.
Mmm ¿La hacemos cosquillas para vengarnos?
-
¡Sí! - aprobó Kurt, y se lanzó a por su hermana.
-
Papá,
estamos dando un espectáculo… - dijo Madie, abochornada y en tono de reproche.
– Tú deberías poner algo de sentido común, no ser como ellos.
Resoplé.
-
Empiezo a
cansarme de que me digáis lo que debería o no debería hacer. El padre aquí soy
yo y estáis cogiendo la mala costumbre de cuestionar todo lo que digo o hago. –
espeté, y Madie se encogió en su asiento, aunque en realidad iba también por
Alejandro y Barie.– Qué pasa, que si no os hablo así no me tomáis en serio ¿no?
¿Hay que estar en plan sargento con vosotros?
-
Yo… no
tenía mala intención – susurró Madie. Respiré hondo.
-
Sé que
no, cielo. Es sólo que no sé de dónde habéis sacado la costumbre de juzgar cada
una de mis decisiones.
-
De Ted –
respondieron Marie y Barie a la vez, con seguridad. Miré a Bárbara, que
intentaba quitarse a Kurt de encima, y me reí, al entender que tenían razón.
Ted era mi consejero en muchas ocasiones, y también el que intercedía por
ellos. Él, de alguna forma, tenía permitido “cuestionarme un poco”. Me di cuenta del patrón de que ahí los más
mayores intentaban “hacer de padres” con los más pequeños. Aunque hacía unos
segundos me había molestado que me criticaran, de pronto me gustó.
-
Peques,
que sepáis que tenéis los mejores hermanos mayores del mundo – les dije.
Kurt se dio por vencido, al no poder con Barie y pidió
mi ayuda. Agarré a Bárbara de la chaqueta y la di un suave tirón, para
acercármela y empezar a hacerle cosquillas en el costado.
-
¡Ay!
Jajaja No es justo. Jajaja Papá eres un abusón, te aprovechas de que eres más
grande.
-
No, me
aprovecho de que tienes muchas cosquillas – sonreí, y la di un beso.
Así estaba cuando vi que Cole entraba en la cafetería.
Me miró, y de pronto se quedó clavado, a unos diez pasos, sin atreverse a
avanzar más. Aparté a Barie con cuidado, y me puse de pie, sin saber bien qué
hacer yo tampoco. No sabía si la conversación con Ted había ido bien. No sabía
si Cole seguía enfadado ni si iba a rechazarme si me acercaba.
Mi hijo acabó con mis dudas cuando echó a correr hacia
mí y me dio un abrazo muy fuerte. Mucho más aliviado, se lo devolví.
-
Siento lo
que te dije – musitó, mordiéndose el labio con inseguridad.
-
¿Qué me
dijiste? Yo no recuerdo nada – respondí, para indicarle que estaba olvidado, y
él me sonrió. Quería llenarle de besos, pero me contuve y le di sólo uno. -
¿Quieres un helado? Casi acabamos con la existencia de la cafetería, pero creo
que hemos dejado alguno.
-
No me
apetece – dijo – Pero… ¿puedo tomar una palmera?
-
Claro.
Ten, cómpratela – le dije, y le di el dinero – Yo voy a ver a Ted. Cuando
acabéis el helado ir pasando ¿vale? Vuestro hermano está deseando veros.
-
Cole´s POV –
Cuando abracé a papá, supe que eso era lo correcto. Es más, sentí como
que había tardado demasiado en hacerlo. Seguía algo molesto porque me hubiera
castigado sin leer, pero en realidad el motivo de todo mi enfado era ajeno a
él, y se debía al hecho de necesitar confesar mi problema, pero sentirme
incapaz de hacerlo. Ahora también tenía a Ted detrás de mí…¿por qué no podían
simplemente dejar de preocuparse? Supe la respuesta de inmediato: porque me
querían.
Papá se fue a ver a Ted y yo me compré la palmera y me quedé con el
resto de mis hermanos, que estaban comiendo un helado.
-
¿Tú no
tomas, Kurt? – pregunté, al ver que hasta papá se había comido uno. Barie se pasó el dedo índice por el cuello,
en un gesto universal de “pregunta incorrecta, para”, pero ya era tarde. Kurt
puso un puchero.
-
Papá no
me deja.
-
¿Por qué?
-
Porque le
tiré el helado a Barie – protestó, como si papá fuera muy raro por castigarle
sin otro por eso. Yo me reí, y partí la palmera por la mitad.
-
Ten,
toma. – dije, y le ofrecí una de las partes.
-
Cole, no
deberías… Papá le ha castigado – dijo Alejandro.
-
Sin
helado. No sin palmera – repuse yo. – Además, alguien me dijo el otro día que
lo que papá no sepa no le hace daño.
Alejandro me miró fijamente y luego se rió.
-
Si te la cargas después no te quejes…- empezó,
pero al ver la cara de ilusión de Kurt al coger su trozo rodó los ojos. –
Olvídalo.
-
¡Gracias,
Cole! – dijo Kurt, con ojos de dibujo japonés, brillantes y enormes como si en
vez de una palmera de chocolate tuviera delante el tesoro de un pirata. - ¡Eres
el mejor hermano del mundo!.
-
Esta mañana
no parecías pensar lo mismo – le dije, y Kurt detuvo en el aire el mordisco que
iba a darle al bollo. Bajó las manos y me miró.
-
Lo
siento. Papá te castigó por mi culpa.
-
No
importa, enano. Yo también puse mi parte – respondí y le revolví el pelo.
-
Papá también
le ha hecho pampam a él – informó Alice, que tenía los labios y lo que no eran
los labios llenos de chocolate. La mayor parte de su helado no llegaba a su
estómago porque se quedaba en sus manos y su cara.
-
¿Ah sí?
¿Y por qué?
-
Ha hecho
un berrinche de los gordos – explicó Madie.
Kurt se enfurruñó.
-
Venga
Kurt. Termínatelo pronto y vamos a quejarnos a Ted de lo malo que es papá
– propuse, y le pareció una buena idea.
-
Ted´s POV –
Cuando se fue Cole
aproveché para ir al baño. Tras tirar de la cadena y lavarme las manos, miré mi
reflejo en el espejo. Subí un poco la
bata de hospital, y me miré la cicatriz. ¿La tendría para siempre? No era muy
grande, pero aun así creía que era temporal. Dicen que cuanto más joven eres
mejor cicatrizan las heridas.
Me habían quitado
el esparadrapo con la gasa, así que pasé mis dedos con cuidado por el lugar de
la operación. Las tentaciones de rascarme eran demasiadas así que decidí dejar
las manos quietas. Salí del baño justo cuando papá entraba en la habitación. Esto
de tener el baño en el propio cuarto era genial, aunque fuera de esos baños de
hospitales con la puerta enorme por si tienes que entrar en silla de ruedas.
-
Cole se
ha ido hace nada a buscarte… - le dije.
-
Lo sé. Le
he visto. No sé qué le dijiste pero… gracias.
-
Lo dijo
casi todo él. Te dije que no te odiaba. Pero nadie podrá quitarte el cartel de
malo por dejarle sin sus amados libros.
-
No sería
un castigo si la idea le gustara – respondió.
-
Supongo
que tienes razón. Y también la tenías en que le pasa algo, pero no me lo dijo.
Estaré pendiente de él.
-
Vale. Y
gracias otra vez, Ted.
-
Es mi
hermano. Cualquiera que sea su problema, es mi problema.
En lugar de subirme de nuevo a la cama, me senté en el sofá. Me
encontraba bien. Es más, por mí ya podía irme a casa, pero los médicos no
opinarían igual. Papá se sentó cerca de
mí, y estuvimos viendo la tele y comentando la inteligencia de los concursantes
de un concurso que estaban echando en ese momento. Sin embargo, hubo un punto
en el que dejé de prestar atención.
-
Tendremos
que hablar de ello ¿sabes? – le dije a papá.
-
¿De qué?
-
De
Michael.
Papá apagó la tele y me miró, con cara de circunstancias. No sé si
estaba buscando las palabras o dejando que hablara yo primero, pero no dijo
nada así que me tocó a mí.
-
Puede que
esté muerto. El policía dijo que era una opción. Si no va a un hospital a por
insulina, morirá. Y si lo hace, le meterán en la cárcel otra vez.
-
Sobre
eso… - dijo Aidan. – He estado pensando. Si tú estás de acuerdo… pagaré su
fianza.
Reconozco que eso me sorprendió. Ni siquiera lo había contemplado como
posibilidad. No podía pedirle a papá que hiciera eso. No teníamos ni idea del
dinero que podía ser y no estábamos sobrados. Nos iba bien, pero Aidan ahorraba
el poco dinero que sobraba para comprar una casa más grande, y con más
baños. Era injusto pedirle que hiciera
esfuerzos por un desconocido al que no le debía nada.
-
Aidan… -
comencé, pero no me dejó seguir. Me miró mal por usar su nombre de pila, y me
silenció, hablando por encima de mí.
-
En realidad
he formulado esto de forma equivocada. No te estaba preguntando. Tan sólo
comentaba que iba a pagar su fianza.
Me planteé contradecirle, pero sabía que era inútil. El tema no estaba
zanjado para mí, pero lo dejaría estar por el momento. No fue necesario cambiar
de tema, porque en ese momento nos vimos invadidos por la agradable aunque no por ello menos
destructiva plaga de mis hermanos. No vinieron todos de golpe. Entraron Cole,
Kurt, Hannah y Dylan. Papá intentó que
me dejaran algo de espacio vital, pero al final acabé con Kurt sentado encima
de mí y Hannah agarrándome del brazo.
Dylan se sentó en el suelo y frotó dos canicas una contra otra, junto a
su oído. Y así podía tirarse horas. Mientras le observaba, mi mente empezó a
divagar desde el futuro de mi hermano al mío propio. Los autistas son incapaces
de procesar los estímulos externos. De ahí que no sepan expresar lo que
sienten. Si tú oyes la cafetera sabes que tienes que ir a apagar el café. Y el
sonido no te confunde de ninguna manera. Ellos oyen muchas cosas a la vez y no
las separan en su cerebro. Como si uno se mete en una caja y empiezan a
lloverle ruidos, golpes y terremotos. Yo me volvería loco. Dylan, para no
hacerlo, focalizaba su atención en actividades concretas, sobretodo cuando
había varias conversaciones paralelas a su alrededor, o a veces simplemente
cuando se aburría. Ese tipo de actividades, como lo de las canicas, le
permitían concentrarse en una sola cosa, olvidando todo lo demás.
Los médicos decían que de adulto Dylan sería bastante independiente.
Tenía un retraso en el desarrollo, pero en algún momento llegaría a tener el de
un adulto. Lo suyo era lo que se denomina “autismo de alto funcionamiento”. El
carácter tímido de Dylan complicaba un poco las cosas, pero quedaba claro que
su enfermedad se situaba en la parte alta del espectro autista. No es algo tan raro, y eran buenas noticias
para mi hermano. ¿Qué tienen en común Albert Einstein, Isaac Newton, Mozart,
Beethoven, Inmanuel Kant y Hans Christian Andersen? Que todos ellos tenían
rasgos autistas. Dudo mucho que fueran autistas completos, pero tal vez alguno
de ellos estuviera en el caso de mi hermano.
Estaba seguro de que mi hermano sería un padre excelente. De verdad.
Pero para eso alguna mujer tendría que darle una oportunidad y no asustarse
porque no le mirara a los ojos y porque su risa fuera especial. Si esa mujer
existía, Dylan podría llevar la vida feliz que merecía.
Pero… ¿qué había de mi propia vida? Sentado allí, rodeado de mis
hermanos, veía un grupo de niños ajenos a lo que pasaba a su alrededor. Les
envidiaba. Deseaba poseer su ingenuidad. Deseaba estar al margen de las malas
noticias, como lo estaban ellos. Ninguno sabía todavía que me había salido otro
hermano. Dylan era el que más ajeno a todo vivía. Tenía su propio mundo. Uno en
el que era feliz.
La diferencia entre Aidan y yo era que él era optimista con la vida, y
yo pesimista. Ambos éramos relativamente negativos con nosotros mismos, pero
Aidan veía el lado bueno de todo lo que pasaba. Que su padre era un cabrón,
daba igual: de él habíamos salido nosotros once. Que los imbéciles de la
editorial le pagaban poco en relación con el dinero que se ganaba con sus
libros, no importaba: le gustaba su trabajo, porque le permitía pasar más
tiempo con nosotros. Que su hijo mayor tiene de pronto un hermanastro, no era
un problema: estaba dispuesto a aceptarlo también como hijo.
En cambio yo lo veía de otra forma. Andrew era un cabrón, y mi
nacimiento había sido un error que sólo había servido para destrozarle la vida
a Aidan. Cuando ya había asumido y aceptado ese hecho, venía una nueva
complicación. Prácticamente Aidan se sentía obligado a hacerse cargo de
Michael, porque era mi hermano. Ya decía que iba a pagarle la fianza. ¿Qué
sería lo próximo? ¿Pagarle la universidad?
No sé cómo es la vida de otras personas. No sé cómo se relacionan con
sus hermanos, ni cuánto tiempo le dedican a su familia. No sé cuáles son sus
planes de futuro, ni sus expectativas a corto plazo. A veces creo que yo no era
nada ambicioso. No pensaba mucho en mi futuro profesional. Ni siquiera me
preocupaba por la universidad. Mi vida se reducía a mi familia y a mis amigos.
Mi familia me…daba seguridad. Y ahora, la cosa más segura de mi vida, me daba
miedo. Me daba miedo lo que Michael podía suponer para esa realidad segura.
Una de las canicas de Dylan se cayó y rodó hasta mi pie. Dylan gateó
para cogerla y levantó la cabeza para sonreírme. Por reflejo le devolví la
sonrisa.
-
Me gusta
éste lugar – me dijo.
-
¿En
serio? ¿Por qué? – pregunté. ¿A quién podía gustarle una habitación de
hospital? ¿Qué tenía de atractivo?
-
Me gusta
– dijo simplemente. Hizo que la canica rodara por el suelo, y luego continuó
hablando – Es exactamente el doble de ancho que de largo. Mide dos metros y
treinta centímetros de alto y hay sesenta y dos baldosas en el suelo. Son
números que me gustan.
Tócate los pies. Mi hermano el genio. Sabía todo eso sólo por
observación. ¿Era un genio de las mates, o no era un genio de las mates? Sentí
orgullo hacia él, y miré a Aidan y vi que también lo sentía. Oh, pero Dylan no
había terminado.
-
La
baldosa cuarenta y cinco se mueve un poco. Seguramente Michael Donahow escondió
algo valioso debajo de ella.
Casi dejo que Kurt se caiga de mis piernas.
-
¿Qué
nombre has dicho? – pregunté, ansioso.
-
Michael
Donahow. Es el chico que escribió su nombre debajo de tu cama.
-
¿Qué?
Dylan no me respondió, y siguió
jugando con las canicas.
-
¿Qué has
dicho, Dylan? – preguntó papá, pero tampoco le respondió a él, encerrado en su
propio universo.
Aidan y yo intercambiamos una mirada y yo me puse de pie. Caminé hacia
mi cama e hice por agacharme, pero papá puso una mano en mi hombro.
-
Ya lo
hago yo. No conviene que tú te agaches.
Se sentó en el suelo, y se metió bajo a la cama tal como haría un
mecánico para arreglar un coche.
-
¿Y bien?
¿Qué pone?
-
Es
demasiado obsceno para decirlo en voz alta.
-
Papá,
olvídate de eso, y dímelo.
-
Viene a
decir que estuvo aquí, y que ha dejado un regalo.
A mis diecisiete
años, sin antecedente alguno de ser supersticioso, yo empecé a creer en el
destino.
-
Aidan´s POV –
“M. ES EL PUTO AMO.
ME LARGO DE AQUÍ, BITCHES. OS HE DEJADO UN REGALO. MICHAEL DONAHOW.”
Eso era,
literalmente, lo que ponía debajo de la cama de Ted. También había un corazón
con un “Daniel quiere a Sara” y un par de rallajos más. Jamás habríamos mirado
ahí de no ser por Dylan. ¿Quién se aburre tanto como para escribir debajo de la
cama de un hospital?
No perdí el tiempo,
y fui a la baldosa que según mi hijo se movía un poco. Con algo de esfuerzo
conseguí levantarla y encontré un fajo de billetes, y una nota, con la misma
caligrafía desordenada que el mensaje de la cama.
“POR LAS MOLESTIAS.
LUEGO QUE NO DIGAN QUE LOS LADRONES NO PAGAMOS NUESTRAS DEUDAS. Y SI NO SABES
QUIÉN SOY NI QUÉ ES ESTE DINERO, SIÉNTETE AFORTUNADO: ERES MÁS LISTO QUE LA
POLICÍA”.
¿Qué demonios era
eso? Ted me quitó la nota de las manos para leerla él, y Hannah tiró de mi
pantalón.
-
¿Conoces
a ese señor, papi? – me preguntó.
-
No,
princesita – respondí, por automatismo. Aún no era el momento de contárselo.
-
Me gusta
su nombre. Michael. ¿Puedo yo también escribir debajo de la cama?
-
¡No! No
se pinta en las puertas, ni en las camas, ni en las paredes, ni en ningún sitio
que no sea un papel.
-
¿Y por
qué lo hizo ese señor?
-
Porque es
un maleducado – respondí, y luego me di cuenta de que estaba hablando del
hermano de Ted. Le miré para ver si se había ofendido, pero mi hijo parecía
lidiar con otras emociones. Lucía algo decepcionado. Creo que tal vez había
pensado que Michael podía haber dejado alguna foto, o algo que hubiera servido
para conocerle un poco más.
Ante los nuevos
acontecimientos, saqué el móvil y llamé a Alejandro. Vino con todos los demás
en unos tres minutos.
-
Alejandro,
necesito que lleves a tus hermanos a casa. Por si acaso no llego a tiempo, pide
algo de comida para llevar.
-
¿Ha
pasado algo? – preguntó mi hijo, preocupado.
-
Nada.
Sólo obedece, por favor. – le dije, y luego pensé que no era justo por mi parte
dejarle así, ansioso por no saber cuál era el problema. – Hablamos más tarde ¿vale?
-
Claro –
respondió, y reunió a todos para regresar a casa.
Cuando estuvimos
solos Ted y yo no sabíamos qué decir. Ted sugirió hablar con el doctor que
acompañó al agente de policía cuando fue a visitarle, ya que parecía ser el que
atendió a Michael. Me pareció una buena
idea, y fui a buscarle.
-
Doctor,
¿estuvo Michael en ésta habitación? – preguntó Ted.
-
No.
Estuvo ingresado en el tercer piso.
-
¿Seguro?
El doctor se tomó
unos segundos para pensar.
-
Se quejó
de que le dolía la muñeca, así que lo llevamos a rayos. Hubo un problema de
administración y ocuparon su habitación para cuando volvimos a subirlo, así que
pasó una noche aquí.
-
Qué
casualidad ¿no? – dije yo, sin poderlo evitar.
-
No se
crea. Éste hospital es pequeño, como ya habrá visto. En urgencias tenemos sólo
seis habitaciones individuales libres, para estancias cortas. El resto son para
recuperaciones de larga duración, o están divididas por especialidades. Michael estuvo aquí durante dos semanas y
como estaba custodiado por la policía nos pedían que le cambiáramos de sitio a
menudo, por si intentaba escapar, supongo. Debió de pasar por las seis
habitaciones. No sirvió de mucho, dado que de todas formas se escapó. ¿Por qué
lo pregunta?
-
Hemos
descubierto algo – respondí. – Ted, ¿tienes la tarjeta del policía?
Ted asintió, y le llamamos. Nos sentamos a esperar, y en eso de una
hora se presentó allí un oficial que debía rondar mi edad. Me tendió la mano.
-
Roger
Greyson – se presentó.
-
Aidan
Whitemore. Me dijeron que quería hablar conmigo, pero no es por eso por lo que
le hemos llamado.
-
¿De qué
se trata, entonces?
Le enseñé el dinero y la nota, y le mostré el mensaje de debajo de la
cama.
-
¿Tiene
sentido para usted? – pregunté.
-
Mucho.
Michael se pasó su estancia en la cárcel negando haber cometido el robo por el
que le condenaron. Esta es su forma de decir que sí fue él, y de restregárnoslo
por la cara. Parece propio de él.
Vaya. Ese chico era toda una joya ¿no?
El policía mandó
registrar el resto de habitaciones donde estuvo Michael y encontraron otros
mensajitos parecidos, con una letra que se correspondía con la suya. Cosas como
“Abajo la autoridad” “Maderos carceleros” y varios “Michael estuvo aquí”. El
oficial nos dijo que al chico le gustaba dejar su marca. Que era un grafitero
reincidente. Llamó a alguien por teléfono y se dedicó a insultar a quien fuera
por no haber mirado debajo de la cama.
Luego empezó a
hacerme preguntas. Estuve respondiendo cosas sobre mi vida y la de Ted durante
más de media hora. Me contó más o menos lo mismo que me había dicho Ted. Y
cuando ya se iba…
-
Oficial
Greyson…
-
¿Sí?
-
¿No
tendrá una foto del chico? – pregunté, pensando en Ted y también en mi propia
curiosidad. ¿Quién era Michael Donahow?
El policía se me
quedó mirando un rato. Creo que entendió el motivo de mi petición: acabamos de
descubrir que esa persona existía, y que estaba relacionada con nosotros. Era
poco más que un desconocido, pero estaba destinado a ser importante en nuestra
vida.
-
Claro. De
hecho, conviene que sepan qué aspecto tiene, por si contacta con ustedes. Pero
no puedo entregarles la foto, tan sólo enseñársela.
Yo asentí. El hombre sacó un informe, que tenía una fotografía adosada
con un clip. Ted se acercó con un interés ansioso, y se detuvo justo antes de
mirar, como con miedo.
Michael tenía la
piel oscura, pero más clara que Ted. También era mulato. Tenía el pelo corto y
negro y rizado a la forma afroamericana.
En la foto llevaba un rastrojo de barba, de tres o cuatro días. Era un
rostro agradable, pero lo que más llamaba la atención es que tenía los ojos
azules. Es extremadamente raro ver alguien de piel oscura y ojos claros. El
contraste era abrumador.
No era el rostro
que esperaba. Esperaba algo más… agresivo. Algo así como el típico chico de
bandas callejeras. Si me hubieran enseñado la foto sin saber quién era, jamás
hubiera pensado que se trataba de un delincuente. Pero supongo que así es como
funciona.
Ted miró la foto
durante varios segundos, y parecía que jamás iba a apartar la vista. Vi en su
rostro emociones encontradas. En ese instante tuve claro que teníamos que
encontrar a Michael, más allá de las complicaciones que eso pudiera traer.
-
Agente…
si saben algo…Sé que es mayor de edad pero… nosotros somos su familia ¿sabe?
-
Se lo
haré saber. Por de pronto sabemos que no ha salido del estado. – me prometió, y me dejó más tranquilo.
Cuando estuvimos
solos de nuevo, Ted me abrazó. Sin decir nada. Simplemente se apoyó en mí, y
supe que no quería que hablara. Que sólo quería estar así, y que no le soltara.
Y no lo hice.
-
Zachary´s POV –
-
Papá no vino a
comer. Alejandro llamó a un Burguer y
encargó la comida, con el dinero que papá le había dejado. Creo que a papá le
hubiera gustado que comiéramos algo más sano, pero en fin.
Todos nos dimos
cuenta de que había pasado algo. El plan original era pasar más tiempo en el
hospital. Alguno de nosotros apenas habíamos visto a Ted, porque habíamos
estado en la cafetería. Papá nos había hecho volver y estaba tardando
demasiado. Ya llevábamos esperándole un par de horas.
Cuando terminamos
de comer cada uno subió a lo suyo y yo escuché a Alejandro soltar una
maldición. Buscaba algo por el suelo y los cajones.
-
¿Qué has
perdido? – preguntó.
-
Papá me
dio doscientos dólares y sólo hemos gastado ciento cinco. Dejé aquí la vuelta y
no está.
Le ayudé a buscar, pero no aparecía.
-
Papá va a
matarme. – susurró Alejandro.
-
Él no se
enfada por estas cosas – le tranquilicé yo.
-
Tío, que
son 95 pavos…
-
Bueno, no
le hará gracia, pero lo tomará por un accidente. A él sólo le molestan…
-
… las
malas intenciones, los actos irresponsables y las cosas peligrosas. Lo sé. – me
cortó Alejandro – Pero seguro que piensa que yo… cogí el dinero.
-
¿Lo
hiciste? – pregunté.
-
¡No!
¡Pedazo de imbécil, claro que no! – me espetó, ofendido a más no poder. Pensé
que me iba a soltar un puñetazo y todo. – Joder, ¿esa impresión tienes de mí?
¿Qué soy un puto ladrón? ¿Qué robaría a mi propio padre?
-
No te
pongas así. Ha sido una pregunta desafortunada. Lo siento.
-
Si esa va
a ser toda tu ayuda puedes irte. Y si no calla y ayúdame a buscar – me espetó.
Seguimos mirando por todos lados, pero el dinero no apareció. Alejandro
se dio por vencido y yo sólo esperé que papá no le culpara. A saber dónde había
metido el dinero, pero realmente no creía que Alejandro lo hubiera perdido
aposta, o mejor dicho, que se lo hubiera quedado. No le creía capaz de eso, y
esperaba no equivocarme.
En fin. Lo dejamos correr, y yo subí al piso de arriba, a buscar algo
que hacer. Busqué a Cole a ver si quería jugar a la play conmigo, y le encontré
en su cuarto mirando tentadoramente su estantería. Según me había dicho, papá
le había castigado sin leer. Era la única persona de casa para la que eso era
un castigo. Adiviné sus intenciones por la forma en la que miraba sus libros.
-
Si haces
eso, papá te volverá a zurrar. – le advertí.
-
No lo voy
a hacer – gruñó, pero sin dejar de mirar los libros.
-
¿Jugamos
a la play? Me apetece machacarte un rato.
Finalmente, Cole suspiró y se
resignó.
-
Vale.
Fuimos al salón, y
Madie dijo que quería jugar también. Mmm. Play Station con una chica. Mi
respuesta hubiera sido claramente no, pero Cole dijo que sí. Escogimos un juego
bélico, y para mi vergüenza Madie nos
dio una paliza a los dos en la primera partida. Lo mismo en la segunda. En la
tercera empecé a picarme.
-
¿Cómo
puedes ser tan buena? Si tú nunca has jugado a esto…
-
Los
videojuegos no son sólo para chicos. – respondió ella.
-
¿Eso que
quiere decir? ¿Has jugado antes?
-
¡Aah! –
exclamó, en tono de “no te lo digo”, haciéndose la misteriosa. Qué crispante
era, de verdad.
Seguimos jugando y… sí, nos volvió a ganar. Me cansé de que mi hermana
pequeña me pateara la puntuación, así que dije que iba a apagar la
videoconsola.
-
¡No! –
protestó Cole – Éste juego me gusta. Sólo porque no te guste perder no tienes que estropeárnoslo a los demás.
Genial, el traidor
se ponía de su parte. Era un chico (aunque a veces yo lo dudaba seriamente…)
¡Se supone que tenía que estar de mi lado! Aguanté una partida más, pero ese
fue mi límite.
-
Vale ya.
No quiero jugar con chicas.
-
¿Por qué
no? – protestó Madie.
-
No, si lo
de chicas iba por Cole. Tú eres una
mutación extraña.
-
¡Serás
imbécil! – exclamó, y me tiró el mando que estaba usando con una puntería
magnífica, dándome en la cabeza. El dolor
en la zona del impacto fue aumentando progresivamente y me lancé a por
ella rabioso.
Esas tonterías de que no hay que pegar a las chicas me parecían cosa de
otra época. ¿Por qué no voy a hacerlo si ella me golpea primero? Aun así, no la
di un puñetazo, que es lo que hubiera hecho de haberse tratado de Harry, sino
que la empujé contra el sofá y me tiré encima de ella. Cada uno aprovecha las
desventajas del contrario, y las de Madie eran su pelo largo. Tiré de sus
rizos, y ella chilló.
-
¡Ay!
¡Animal! ¡Salvaje! – gritó, mientras me golpeaba la espalda para que me quitara
de encima. Cole tiró de mí para ayudar a su hermana, pero era muy debilucho y
era más como una mosca molesta. Le golpeé con el antebrazo en el estómago y…
Cole se cayó para atrás… y se golpeó con la mesa del salón.
“Por favor que no se haya dado en la cabeza. Por favor, Dios, que no se
haya dado en la cabeza” supliqué.
Solté a Madie y me giré, casi con miedo de lo que podría encontrarme. E
hice bien en tener miedo, porque en ese momento papá entraba por la puerta.
Traía cara seria y cuando pasó del hall al salón abrió mucho los ojos y los
labios.
Mientras tanto, Cole se fue levantando. Gracias a Dios, no se dio en la
cabeza, pero creo que igual se hizo daño en el costado y en el brazo. Estaba
intentando no llorar, pero se le habían saltado las lágrimas por el dolor.
-
¡Cole! –
gritó, y creo que se teletransportó para llegar a nuestro lado y ayudarle a
levantar. Cole se frotó el brazo con
muecas de dolor, pero consiguió no llorar. - ¿Estás bien? ¿dónde te has dado?
Déjame ver.
Papá le examinó el brazo y el costado, y llegó a la conclusión de que
no sería nada más grave que un cardenal. Eso era suficiente para que yo
estuviera muerto.
-
¿Qué ha
pasado? – exigió saber, mirándome directamente a mí, que por posiciones parecía
el responsable.
-
Papá, fue
mi culpa – dijo Madie. – Yo… provoqué una pelea con Zach y Cole sólo trataba de
separarnos.
Mi hermana se estaba lanzando al paredón por mí. Mi enfado se esfumó de
golpe.
-
No, papá,
ella no inició la pelea. Fui yo. Estábamos jugando, y me piqué.
Papá nos miró a los dos durante unos segundos. No parecía de buen
humor. Quiero decir, que ya de antes venía de malas. Eso no era bueno para mí…
-
A
vuestros cuartos – ordenó, señalándonos a Madie y a mí. – Tú ven conmigo, Cole,
que voy a darte una pomada.
Madie y yo corrimos escaleras arriba. Entré en mi habitación. Harry
estaba tumbado en su cama, leyendo un cómic.
-
¿Puedes
irte? – le pedí. Casi notaba como mis glándulas lacrimales trabajaban para
fabricar las lágrimas que estaba a punto de derramar.
-
¿Por qué?
-
Porque
papá está tan enfadado que si estás aquí cuando venga a lo mejor me mata
contigo delante.
Harry abrió los ojos con sorpresa, y entendió que papá me iba a
castigar. Me miró con empatía y compañerismo, y se levantó de la cama.
-
Gracias –
susurré, aunque no sé si llegó a oírlo porque lo dije cuando ya se iba.
Papá tardaba mucho, así que terminé deduciendo que había ido primero al
cuarto de Madie.
-
Aidan´s POV –
Había pasado todo
el camino de vuelta del hospital preparando una conversación con mis hijos, al
menos con los mayores, para explicarles lo que Ted y yo sabíamos. No sabía bien
cómo decírselo, pero eso dejó de importar porque cuando llegué encontré a Cole
en el suelo. Por lo visto Madie y Zach se habían peleado y Cole había recibido
los daños colaterales.
Aproveché mientras
le echaba la crema para que me contara lo que había pasado, considerando que su
versión sería la más imparcial. Por lo
que me dijo todo se debía a que Zach no sabía perder…. Aunque la primera en
irse a las manos había sido Madie. Suspiré. Peleas entre hermanos. Con tantos,
era algo casi normal. No era tan corriente que llegaran a las manos.
Fui primero al
cuarto de Madie. De haberse tratado de Barie, tal vez hubiera estado llorando,
pero Madelaine ciertamente tenía
comportamientos más parecidos a los de sus hermanos que a los de sus hermanas.
Me miraba con una mezcla de orgullo y arrepentimiento y me recordó muchísimo al
Ted de hacía algunos años, cuando sabía que iba a castigarle.
-
¿Me he
confundido y no estoy en casa sino en un ring de boxeo? – empecé. – Cole me lo
ha contado, y conociéndole probablemente lo haya suavizado para no meteros en
más problemas.
Madie no dijo nada. Ya se había acusado a sí misma como iniciadora de
la pelea, así que no iba a culpar a su hermano.
-
¿Le
tiraste el mando de la consola a Zach?
-
Sí.
-
¿Y te
parece normal? – pregunté, alzando una ceja.
-
No…
Sólo…no lo pensé. Me enfadé y ya.
-
Pues no
puedes enfadarte y ya. Si él es grosero contigo me lo dices a mí, pero no
puedes tirarle un mando a la cabeza.
-
Lo sé –
dijo, y suspiró.
Me hubiera gustado poder alargar la conversación un poco más, pero
realmente ella no me había contradicho y yo no tenía nada más que decirle. Me
senté en su cama e hice que se levantara.
-
Sabes lo
que viene ahora ¿no?
-
Sí…
Tiré un poco de ella e hice que
se tumbara encima de mis rodillas. Si Harry odiaba estar sin pantalones, ella
odiaba estar en esa posición. Hubiera preferido mil veces que la castigara de
pie. Yo directamente hubiera preferido no tener que castigarla. Levanté la
mano, y la dejé caer sobre su pantaloncito corto. Demasiado corto para mi
gusto, pero no era ese el momento de discutir sobre su forma de vestir. Hacía
tiempo había decidido además no ser uno de esos padres obsesivos con la ropa, y
comerme yo solito mis inquietudes sobre lo que enseñara o dejara de enseñar,
dentro de un límite.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Fueron sólo doce. Suficientes para que Barie hubiera llorado, pero no
así Madie, que tenía que demostrarme algo, o demostrárselo a sí misma. Aguantó
sin quejarse y cuando la dejé se levantó. Entonces se dirigió hacia la puerta,
que yo previamente había cerrado, y puso una mano en el pomo.
-
¿A dónde
crees que vas? - la dije, y ella dejó la mano quieta en el
manillar y me miró, no supe decir si con vergüenza, o enfado. Me puse de pie a
su lado. - ¿Y bien?
-
Mm… Voy
a… al baño – dijo al final, seguramente improvisando y sin tener que ir
realmente.
-
¿Y te vas
a ir sin abrazarme? – proseguí, en el mismo tono, como si la estuviera
regañando. Ella me miró, pero no hizo nada, así que finalmente la envolví con
mis brazos tomando conciencia de lo pequeña que aún era para mí. Ella se dejó
hacer y al final me abrazó también, con fuerza. - ¿Entiendes por qué te he
castigado?
-
Por
elegir una mala forma de darle a Zach una lección – me respondió, y ante
semejante descaro me tuve que reír. Deposité un beso en su melena pelirroja.
-
No te
pelees con tu hermano ¿vale? Sé que tienes muchos, pero cada uno es
irremplazable. Sólo tienes un Zach.
-
Gracias a
Dios – replicó, con el mismo descaro. ¿Se entiende ahora por qué esa niña era
mi debilidad? Con Barie me pasaba igual, cortadas las dos por el mismo palo.
-
Ya te
puedes ir – la dije – Y deja que sea yo el que le dé una lección a Zach.
Madie abrió la puerta, pero se giró una última vez antes de irse.
-
Zach… no
quería hacer daño a Cole. – dijo, mordiéndose el labio. Me hacía gracia que un
segundo se llevaran como el perro y el gato, y al siguiente se defendieran a
muerte.
-
Ya lo sé.
– respondí, y no dije nada más. Mi respuesta no la tranquilizó demasiado, pero
finalmente se fue, y yo salí también, hacia el cuarto de Zach.
Él tampoco me esperaba llorando, pero no parecía faltarle mucho. Me
senté en su cama antes de empezar a hablar.
-
Si no he
entendido mal, todo esto ha sido porque tú no sabes perder.
-
No, papá.
La que no sabe perder es ella. Si supiera perder no habría habido ningún
problema: yo hubiera ganado y punto.
Aguanté la risa durante un segundo. Luego no me pude contener. Sabía
que estaba mal que me riera en un momento así, sobretodo porque es lo que Zach
habría pretendido y sonrió un poco al conseguirlo, pero no lo pude evitar. No sé de dónde sacaban mis hijos esas
respuestas. Yo no era tan descarado.
“Pero Andrew sí” dijo una voz en mi cabeza. “Tú eres su hermano,
idiota. Tienen que parecerse a su padre. Al biológico.”
¿Esas cosas se aprendían, o se heredaban? La perspectiva de que mis
hijos se parecieran a Andrew sirvió para ensombrecer de nuevo mi rostro, y como
consecuencia, el de Zach.
-
No puedes
pelearte con ella, y menos por un motivo tan estúpido. Y tampoco puedes empujar
a Cole. Sé que no querías hacerle daño pero la mesa estaba muy cerca y…
-
Lo sé –
cortó Zach, ya sin ninguna gana de bromear, sino más bien muy culpable. – Tuve
miedo de… No fue mi intención empujarle tan fuerte.
-
Ni tan
fuerte ni tan flojo, Zach. No tenías que empujarle, y ya.
Él se limitó a bajar la cabeza. No solía ser desafiante y aquella vez
no fue una excepción. Los dos suspiramos
al unísono.
-
Quítate
los pantalones – le ordené. Había cierta injusticia en el hecho de que Madie
por ser chica pudiera conservar su ropa, pero por otro lado consideraba que
Zach tenía más culpa aquella vez, así que una cosa compensaba la otra.
Zachary se quitó las deportivas y se desabrochó los pantalones. Se los
quitó, pero cuando me incliné un poco para atraerle hacia mí, se apartó, como
en un acto reflejo. Tragó saliva y se acercó. Medio le tumbé encima de mí, y
medio se tumbó él sólo. Le escuché tomar
aire antes de comenzar.
PLAS PLAS
De pronto hizo fuerza para
levantarse, pero yo le volví a colocar.
PLAS PLAS PLAS
Hizo más fuerza, y se levantó. Me hizo algo de daño, porque me clavó
las uñas para hacerlo.
-
Zach, no
hemos terminado. Si abandonas la posición otra vez te bajaré también el calzoncillo.
¿Hola? ¿Quién acababa de decir eso? ¿Había sido yo? ¿”Si abandonas la
posición”? Hay frases que uno cree que no va a decir nunca, pero mira tú,
siempre hay una ocasión para todo.
Lentamente se
acercó a mí otra vez y proseguí.
PLAS PLAS PLAS
Apenas había vuelto
a tumbarse y ya se levantó otra vez, muy inquieto. Me empujó con demasiada
actitud para alguien que estaba siendo castigado. Luego se dio cuenta y se
mordió el labio.
-
Lo
siento…
-
Disculpas
aceptadas, pero te he había hecho una
advertencia y la voy a cumplir – le dije. No servía de nada prometer cosas,
tanto buenas como malas, si luego no las cumplía.
Zach se estremeció un poco, y me miró entre sorprendido e
intranquilo. Esa vez no se acercó, así
que agarré su mano y tiré de él. Le tumbé en mis rodillas y luego tiré un
poquito de su calzoncillo, para destapar la parte superior de sus glúteos.
PLAS ¡Ay!
Creo que le pico de una forma
que no se había imaginado, y por eso gritó. Después permaneció en silencio.
PLAS PLAS PLAS
Volví a tirar ligeramente de su ropa interior, esta vez para subírsela,
y luego le puse de pie. Zach estaba muy rojo. Tal vez no se había creído que
fuera a cumplir mi amenaza. O sí, pero de todas formas se sentía avergonzado.
De la forma en la que lo había hecho no había llegado a verle nada. Era un
exagerado… estaba rojo como si le hubiera enseñado sus fotos de bebé a todas
las chicas de su curso.
Empezó a llorar,
sin sollozos pero sí con lágrimas. Se dio prisa en limpiárselas, como si
quisiera evitar que yo las viera. Abrí los brazos y esperé a que él
respondiera. Se apoyó contra mí y los cerré en torno a él.
-
No más
peleas ¿de acuerdo?
Él asintió, aún escondido en mi pecho.
Y prolongó el momento más, y más….
-
¿Te da
vergüenza mirarme? – pregunté al final, y noté otro asentimiento apenas
perceptible. – No hay por qué. Sólo ha sido un castigo.
-
No es
cierto, me has visto desnudo.
-
No, no lo
he hecho. Y aunque así fuera, no creo que tengas nada que no tenga yo ¿mmm? –
le dije, y le zarandeé cariñosamente, provocando que se separara un poquito y
me mirara por fin. - ¿O sí? ¿Va a resultar que debería haberte llamado
Zacarina?
-
¡Papá! –
protestó Zach, y se ruborizó más todavía. Le sonreí, y le acaricié la cara.
-
No estoy
enfadado, pero no debes levantarte durante un castigo. Sé que es difícil, pero
tienes que ser capaz de dominarte.
-
Es que…
no estaba seguro… yo…Pensé que iba a ser… más.
-
¿Creíste
que iba a ser más duro contigo? – indagué, y el asintió. – Ya ves que no. Y
aunque así fuera, no debes levantarte ¿de acuerdo?
-
Lo
siento.
Le respondí con un
beso y él me miró con un principio de sonrisa.
-
Con quien
sí te equivocaste de nombre es con Madie. Deberías haberla llamado Madelano.
Esta claro que ella sí que no tiene nada que no tengas tú.
Levanté ambas cejas y le di una palmadita medio cariñosa.
-
Ese
nombre ni siquiera existe. Anda, caradura, que tienes una hermana que no te la
mereces. Ponte los pantalones y baja al salón, que quiero hablar con vosotros.
-
¿Nos vas
a contar por qué traías esa cara de vinagre?
-
Sí –
respondí, algo extrañado por la forma de decirlo.
Dejé que se terminara de colocar la ropa y fui a decirle a los demás
que bajaran al salón. Me encontré con Dylan en el pasillo. Pensé en que era
gracias a él que sabíamos un poquito más de Michael. Cuando descubrimos su enfermedad
pensaba en Dylan como un ángel enviado por el cielo, y tal vez hubiera más de
cierto en ese pensamiento de lo que yo mismo creía.
Trasmití el mensaje a todos, y entré por último en a habitación de
Alejandro, para decírselo. Abrí la boca, pero le vi tan blanco que la cerré de
inmediato.
-
Yo no he
sido – barbotó. Lejos de sonar infantil, esa frase sonó muy débil, reflejando
angustia, casi miedo.
-
No tengo
ni idea de lo que me estás hablando – respondí, con sinceridad, preguntándome
si era posible que aún no hubiera terminado de regañar a la gente por aquél
día.
Alejandro dudó unos segundos antes de continuar.
-
El
dinero… no he sido yo.
-
¿Qué
dinero?
-
El de la
comida. Sobraron casi cien euros, pero no los encuentro. Yo no los he cogido.
Por fin empecé a entender. Alejandro se estaba defendiendo de una
acusación que yo no había hecho. Hice
que mi mente aterrizara fuera de las peleas fraternales y de hermanos
desaparecidos y me concentré. El dinero de la comida. Cierto.
-
¿Dices
que no lo encuentras? ¿Has buscado bien?
-
Sí. He
mirado por todos lados.
-
Está
bien. No necesitabas decir que no lo has cogido. Ya sé que no lo harías.
Alejandro respiró, como si acabara de quitarle cincuenta toneladas de
encima de las costillas.
- Lejos de lo que pareces pensar, no te culpo de todo lo malo que
sucede en ésta casa, Alejandro. – repuse, algo sorprendido porque estuviera tan
asustado por mi posible reacción.
-
Hubiera
sido lógico. El dinero me lo diste a mí.
-
Sí. Y por
lo visto se me olvidó darte también algo de buena memoria para que recuerdes
dónde lo has puesto – le chinché, y le guiñé el ojo. Alejandro sonrió, aliviado
al ver que no estaba enfadado. – Luego seguimos buscando. Lo que venía a
decirte es que bajes al salón, que quiero hablar con vosotros.
Alejandro puso cara de circunstancias, entendiendo que esa era la
conversación que le había prometido en el hospital, que iba a explicarle por
qué le había hecho llevarse a sus hermanos.
Quedo genial... ni se noto que es el remplazo, guapo el hermanito nuevo...
ResponderBorrarpero en mi mente solo ronda una cosa... los dolares que se le perdieron a Alejandro... Michael los abra tomado... estará escondido en casa... Aaaaaaa quiero el próximo capitulo porque aclaras una duda y creas mil mas jejeje no se vale esa proporción jeje
Woouuu c m enchino la piel cuando lei lo que dylan decia mejor que un detective... No me extrañaria que dylan encontraa al profuguito prdido... Pero dond esta el dinero???? Y que reacciones tendran los chicos con la noticia del medio hermano de ted????.....
ResponderBorrarje je je pobre Aidan... yo hubiese sido de las que decían "ese padre que no sabe educar a sus hijos" pero ahora que conozco su historia pues no puedo mas que aplaudirlo, yo hubiese perdido la paciencia hacia raaato. por otro lado estoy a la expectativa del nuevo personajem muy lindo por cierto, aunque por ahora me sigo quedando con los tres mayores aidan ted y Alejandro, ah! pero también me gusta zachkary (o como sea q se escriba) es muy tierno. escribes excelentemente y es un verdadero placer leerte. amo que los caps sean laargos asi compensa la espera.
ResponderBorrarvoy de nuevo (se me borro el comentario) pobre, pobre aidan, si no conociera su historia yo seria de las que lo mirarían feo y dirían entre dientes "ese padre que no sabe educar a su hijo" ja ja pero ahora como que no me queda mas que aplaudirlo por su paciencia. estoy a la expectativa del nuevo personaje, tomara un rol de hijo? de tio? uy uy uy encima es hermoso, pero igual por ahora mis favs son aidan ted, y Alejandro, ah y amo a zack es super tierno. dream escribes excelente y es un placer inmenso leerte.
ResponderBorrarDream como siempre....DEMASIADO buena la historia...me dejaste super curiosa...cualquier cosa puede pasar. Mira Ted no necesita una cuñadita...porque ese hermano perdido hasta mas bueno Upsss
ResponderBorrarquerida Dream disfrute mucho la lectura y ese chocolate con leche que pusiste pues da hambre no? jajajaja
ResponderBorrarsolo espero que pronto se solucionen las cosas para Ted y pues que pillen el dinero perdido para paz de todos, estuvo ldivertido de verdad y gracias por actualizar a Arturito