Capítulo 12: Rencor
La extraña pesadilla me dejó mal cuerpo. Después de pasarme varios minutos intentando mantener la mente ocupada, acabé casi sin quererlo con el teléfono en las manos. Tras pensarlo un poco, decidí llamar a casa. Podía hacerlo ¿no? No me hacía parecer un crío, ni indicaba que estuviera desesperado. Sólo llamaba a casa, para escuchar la voz de mi padre… pero no tenía nada que ver con cuando era pequeño e iba a buscarle después de una pesadilla. En absoluto.
Lo cogieron al tercer pitido. Reconocí la voz de Zach.
- ¿Diga?
- Hola, enano.
- ¡Ted! ¿Cómo estás?
- Bien… Oye, ¿está papá?
- Está un poco liado, con Alice, en el baño.
Miré el reloj. Claro, era la hora de la ducha. Aunque de hecho debían ir con un poco de retraso… Pasaba, algunos sábados. El horario no era tan rígido como en días de diario.
- Ah. Bueno, no pasa nada. ¿Tú qué tal estás? ¿Qué tal el día?
- Bufff. Mejor no preguntes.
Había preguntado casi por cortesía, pero su respuesta me inquietó.
- ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
- Que sepas que ahora somos diez. – dijo Zach.
Tardé un poco en entender el significado de su insinuación y aunque no me lo tomé en serio, porque si le hubiera pasado algo a alguien me habrían avisado, me alarmé un poco.
- Zach, nunca se me han dado bien las adivinanzas…
- No hay nada que adivinar. Harry está muerto para nosotros. Al menos para mí.
El enfado de su voz me aclaró que Zach le estaba negando como hermano. Fruncí el ceño, porque los gemelos no solían pelearse, y Zach no solía decir cosas como aquella.
- Que sea la última vez que le deseas la muerte a uno de nuestros hermanos, Zachary. – le dije, con el tono más autoritario que supe poner.
- No le deseo la muerte, digo que ya está muerto.
- Basta, Zach. Haya hecho lo que haya hecho no merece que…
- ¡Le robó a papá! – casi me gritó.
- ¿Qué? – pregunté, seguro de que había escuchado mal. El teléfono tenía que tener interferencias, o algo.
- Cogió el dinero que sobró de la comida, y papá se pasó el día buscándolo. Y eso no es lo peor… ¡me acuso a mí! ¡Metió el dinero en mi caja de cromos y le hizo creer a papá que lo cogí yo! Si vieras la forma en la que me miró papá… lo mal que me sentí…
Durante varios segundos, no dije nada, porque no sabía qué decir. Estaba sin palabras. Nosotros podríamos ser un poco cafres pero…todos mis hermanos eran buena gente. Nunca le dábamos grandes disgustos a papá, y lo digo en serio. Si quitamos a Alejandro, ninguno hacía nada demasiado gordo. Vale que los gemelos a veces la armaban, pero solía ser por imprudencia y no… por maldad. Robar era algo objetivamente malo. A la gente que robaba se le llamaba delincuente, como a Michael… pero no quería pensar en él en ese momento. Intenté unir a mi hermano Harry y la palabra “ladrón” en una frase, y no podía.
- ¿Ted? – preguntó Zach, al otro lado, al escuchar sólo mi silencio.
- Estoy aquí. Yo… entiendo que estés enfadado. Que te acusara a ti fue desleal.
- ¡Fue peor que eso! ¡Es lo peor que me han hecho en la vida! ¡Me alegro de que papá le haya zurrado con la zapatilla y hasta creo que se quedó corto!
- Espera, ¿qué? – exclamé, más que sorprendido. Papá nunca nos pegaba con nada… Vale que aquello había sido gordo, pero mi hermanito tenía trece años y no pude evitar sentir lástima por él.
- ¡Se lo merece! Sucia rata rastrera…. ¡Espero que le duela durante semanas!
- Zach, entiendo cómo te sientes, pero Harry es tu hermano. Es más que eso, es tu gemelo. Tú no le deseas ningún mal…
- ¡Ya lo creo que lo hago! No será mi gemelo nunca más.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué piensas hacer? ¿Vas a solicitar un cambio de genes? ¿Falsificar documentos, tal vez? Es para siempre, Zach. Siempre será tu hermano y eso de alguna manera te obliga a perdonarle todas sus cagadas, igual que él te perdonará las tuyas.
- ¡Esto no fue una cagada, fue juego sucio! ¡No puedo olvidarlo y ya!
- No he dicho que no puedas vengarte un poquito. Pero tarde o temprano le tendrás que perdonar.
- Será más tarde que temprano – gruñó, y supe que no iba a conseguir una respuesta mejor por el momento.
- ¿Me pasas a Harry? – le pedí. Le escuché respirar fuerte, con enfado, pero pareció que iba a hacerlo. Tardó un poco, así que deduje que estaba paseando el inalámbrico por toda la casa. Escuche voces de fondo, y distinguí claramente un “Ted quiere hablar contigo, traidor. ¡No llores imbécil que no te va a servir de nada!”.
Caray. Zach estaba de veras enojado. Él no soportaba ver llorar a nadie y no solía hablar con tanta crueldad. Escuché ruidos en el teléfono, y luego claramente un sollozo.
- ¿Ted? – balbuceó Harry. La vocecita que puso me inspiró mucha ternura.
- ¡Ey! ¡Hola hermanito!
- Ho…snif… hola.
- ¿Cómo? ¿Estás llorando?
- N-no… - mintió, pero sus sorbos le delataban. Casi le podía imaginar frotándose los ojos.
- ¿Me lo vas a contar? – pregunté, hablándole en un tono que solía poner más con Kurt que con él, como más dulce.
- ¿Pa-para qué? Si Za-Zach… snif… ya…snif… ya te lo habrá dicho.
- Pero quiero oírtelo a ti. Vamos, enano, no llores, y habla conmigo.
- Yo…yo… - balbuceó, y lo siguiente que escuché es un gemido y un llanto prolongado. Lamenté no estar allí para poder consolarle.
- Tranquilo, Harry. No pasa nada, enano.
- ¡Sí pasa! Yo… papá…
- ¿Te castigó? – pregunté, pese a que Zach ya me había dicho que sí. Quería saber cómo de malo había sido, pero no podía ser demasiado directo.
- S-sí…
- ¿Fue muy duro?
- …Un poco.
- Harry… él…¿te dio con la zapatilla? – pregunté. Necesitaba saber si lloraba tanto de culpabilidad, de miedo a que Zach le odiara, o sencillamente de dolor. Si era lo tercero yo no sabía qué hacer… Papá nunca había sido tan duro con nadie…
- N-no. Me…me pegó con eso delante de Zach, porque yo se la tiré… pero luego fue con la mano. Y… y me pidió perdón por castigarme con eso.
Suspiré aliviado. Zach debía haberse hecho una idea equivocada. Aun así, no dudaba que Harry se había llevado una buena pero… se la merecía. Estaba pensando en qué decir a continuación, pero no tuve oportunidad:
- Ted… ¿crees que Zach me odia?
Pobrecito. Me daba pena, en serio. Quizás la hubiera embarrado bien, pero sonaba tan triste…
- No, Harry, claro que no. Si hay algo que sé es que los hermanos no pueden odiarse. Es la ventaja de ser familia.
- Pero…snif… papá odia a Andrew.
- Entre tú y yo, Harry, no estoy seguro de que le odie. Más bien creo que el problema es justo que no lo hace, y por eso aún le duele hablar de él. – reflexioné, en voz alta, compartiendo con mi hermano una idea personal – En cualquier caso, tú no eres como él. Sólo has cometido un error, y los errores se perdonan.
Recibí un “snif” como respuesta.
- Prométeme que nunca volverás a jugarle una pasada así a nadie, y menos a uno de nosotros, Harry.
- Lo… snif… lo prometo.
- Y yo te creo. Ahora, fuera llantos. ¿Te has duchado ya?
- S-sí. Vamos a ver una peli.
- Eso suena genial. Verás como mañana, cuando te levantes, será otro día.
- Claro que será otro día, Ted, eso es evidente…
- Es una expresión – bufé – Me alegra ver que empiezas a ser tan respondón como siempre.
- Harry, ¿con quién hablas? – dijo la voz de papá, en la lejanía. Supuse que estaría cerca de Harry y del teléfono. - ¿Por qué lloras? Vamos, campeón, sin lágrimas…
Eso me demostró que papá no seguía enfadado con él. Hubo un momento de silencio, y luego fue papá el que tomó el teléfono, aún sin saber que yo estaba al otro lado.
- ¿Diga?
- Espero que le estés abrazando – le dije.
- Ah, Ted. Eso hago.
- Bien, porque se va a quedar sin líquidos si sigue llorando así.
Le oí suspirar.
- ¿Tú cómo estás? – me dijo.
- Genial, pero no me cambies de tema. Sé que la ha liado a base de bien, pero ya ajustaste cuentas con él y las reglas son que después de un castigo nos perdonas.
- Si no estoy enfadado, Ted. Sólo quiero que deje de llorar. Vamos, cielo, que te vas a poner malo. – dijo papá, y deduje que esa última frase iba dirigida a mi hermano.
- Tienes que hacer que Zach le perdone.
- No le puedo obligar, Ted, ni tampoco quiero hacerlo. Pero lo hará. Sabes que lo hará.
- Eso espero.
- Tengo que colgar, hijo. Alice se ha puesto el pijama del revés y Hannah tiene el pelo empapado.
- Vale. Ciao, papá. ¿Mañana te veo?
- No lo preguntes. Te quiero.
- Y yo.
Colgué el teléfono, y respiré hondo. Cuando uno está fuera de casa siente que se pierde muchas cosas, pero eso en concreto me alegraba de habérmelo perdido. Tal vez, de haber estado presente, no hubiera tenido ganas de ser el abogado defensor, y hubiera sido un fiscal más en contra de mi hermano.
Uno no se imagina que va a haber un robo en su propia familia. Y ahora no sólo estaba Michael, sino que Harry también había cruzado ese límite, aunque esperaba que no lo hiciera nunca más. Calcando una expresión que solía usar mucho mi amigo Fred, se me coló un pensamiento: “Ladrones, ladrones everywhere”.
- Harry´s POV –
Cuando estuve bajo el agua de la ducha, empecé a llorar otra vez. Quizá fuera por el agua tibia y confortable que traspasaba todas mis barreras, quizá por saberme sólo, quizá por sentir que el agua arrastraba mis lágrimas… pero me sentí libre de llorar, y lo hice. Al salir me miré un momento en el espejo, y quise golpear a ese chico que se reflejaba en el cristal. Odié ese rostro delgado y lleno de rabia, y por más que me preguntaba por qué había cogido el dinero no encontraba una respuesta coherente. En realidad no lo necesitaba… pero lo vi encima de la mesa, pensé que iba a estar un tiempo sin paga y lo cogí. Me hubiera gustado poder decir que lo hacía por enfermedad. Sí… en ese momento me hubiera encantado ser un cleptómano, porque así no sería un cabronazo.
Al girarme un poco el espejo reflejó algo que llamó la atención de mi vista periférica. Presté atención y noté el color rojo de mi parte trasera. Me ruboricé muchísimo, sintiendo mucha vergüenza al ver la huella del castigo que papá me había dado hacía escasos treinta minutos. La prueba de que había sido de los grandes era que aún se me notaba… aunque sí era sincero debía admitir que ya no me dolía. Si yo no tuviera la piel tan blanca y delicada quizá ni se me vería, y eso sólo me hacía sentir peor, porque sentía que había salido demasiado bien parado de aquella. Que no me merecía que papá tuviera consideración sobre si me hacía daño o no.
Me sequé un poco, me vestí, y salí del baño. Aún me estaba secando el pelo cuando Zach vino a buscarme. Al verle, por un segundo, pensé que me iba a perdonar. Pero entonces me dio el teléfono y me llamó traidor otra vez. Y a esas alturas yo ya no tenía fuerzas ni ganas para retener el llanto. Hablé con Ted y me sentí un poquito mejor, porque él no estaba enfadado y me aseguró que Zach no me odiaba aunque yo no le creía.
Cuando aún estaba hablando con él papá me vio y se puso él, y habló con Ted mientras me tenía abrazado. No quería que me soltara nunca: así no tenía que mirarle a la cara. Colgó el teléfono e intentó soltarme, pero no le dejé.
- Harry, cariño, tengo que encargarme de tus hermanas. ¿Por qué no vas poniendo la película y vigilando las palomitas? Estoy haciendo caramelo en una olla, ten cuidado no te vayas a quemar.
Deseé retenerle, pero sabía que no debía hacerlo así que le solté. Además, yo estaba demasiado llorón, y sensible. Hacía años que no me permitía abrazarle así, como si fuera el último árbol del planeta.
Bajé a hacer lo que me dijo, pero ver una peli en familia ya no me apetecía tanto. No si me iba a enfrentar al odio de todos mis hermanos. Esa clase de planes le iban más a Zach que a mí, lo había hecho sólo para tratar de calmar las cosas, pero después de nuestro último encuentro dudaba que la película fuera a ayudarme en algo.
- Aidan´s POV –
La evolución de Harry era algo que me sorprendía. Al principio había estado rabioso y altanero, luego había comenzado a sentirlo, y después la culpa parecía estar destrozándole. Me dio tanta lástima verle llorar en el teléfono, rogando por un consuelo que Ted malamente podía darle desde la distancia… Lloraba de una forma especial, muy física y con temblores. Odié tener que separarme, pero Hannah iba a coger frío si no la secaba el pelo. Me alejé de él momentáneamente, y atendí a las peques lo más rápido que pude. Después les anuncié a todos que íbamos a ver una peli, y bajé con Harry.
Preparé tres bols con palomitas y probablemente tuviera que levantarme a hacer más. Decidí que cenáramos en el salón, viendo la peli, así que me puse a preparar sándwichs calientes de jamón y queso fundido. Hice también algunas patatas, y eso me demoró un poco, porque todo lleva más tiempo cuando cocinas para más de diez personas. Para cuando acabé, Harry me esperaba con una mirada de cachorro apaleado que me incitó a sentarle conmigo en el sofá. Nada más hacerlo, se abrazó a mí y se recostó sobre mi pecho. Y creo que no tenía pensado salir de ahí en mucho tiempo.
Empezó la peli, y Harry ni comía ni se fijaba en la pantalla.
- Come algo, hijo.
- No tengo hambre. Tengo frío. – me respondió.
- Ven. – le subí las piernas y se las envolví con una manta, y así pasó a estar prácticamente tumbado encima de mí. Había espacio, porque casi todos habían preferido sentarse en el suelo.
Intenté que viera la película, pero nada. Era la de Los Increíbles, apta para todo el público allí presente y lo suficientemente divertida como para que yo también la considerara entretenida. Todos nos reímos un par de veces… salvo Harry.
- Vamos, hijo, come. Aunque sea el sándwich.
- No me apetece.
- Pesas demasiado poco – reproché, y sabía de qué hablaba puesto que le tenía casi encima.
- Es mi constitución.
- No me vengas con esas. Tu constitución es la de tu hermano, que por algo sois gemelos. Él está en su peso ideal. Tú tienes que comer más.
- Pero ahora no me apetece – respondió, sin emoción ninguna. Estaba como vacío…
- Déjalo, papá – intervino Zach. – Si quiere morirse de hambre es su problema. No te sientas obligado a preocuparte por él.
Lo que estaba haciendo Zach me pareció muy cruel: pretendía generar en su hermano la inseguridad de que yo no le quería, sino que me sentía obligado a hacerlo.
- No me siento obligado, Zach. Me preocupo por él porque no quiero que le pase nada malo.
- Tarde para eso. Le pasó algo malo desde el día en que nació. Nos pasó a todos – dijo Zach.
Normalmente Harry se habría defendido, y el que habría salido perdiendo hubiera sido Zach, porque Harry era más agresivo. Pero aquella vez Harry se limitó a echarse a llorar otra vez, y a abrazarme con más fuerza.
- Basta, Zach. – dije, apretando a Harry intentando que se calmara.
- ¿Qué pasa? ¿No le gusta escuchar la verdad? Ha traicionado a su familia. Ha robado a su propio padre. No me extraña que no quiera comer. Yo en su lugar no soportaría seguir en ésta casa.
Harry gimió y sollozó con fuerza y ansiedad, casi como si tuviera un ataque de pánico.
- Zachary, ya es suficiente. No es necesario ser cruel.
A esas alturas ninguno seguía mirando la película.
- Él lo fue. Traicionó a su propio hermano. Perdió el derecho a ser mi gemelo en ese momento.
A Harry le dieron arcadas, y yo ya tuve suficiente.
- Zachary si tengo que decirte que pares una vez más vas a cobrar. No puedo obligarte a que le perdones, pero sí a que me obedezcas y dejes de atacarle.
- Debí suponer que te pondrías de su parte – gruñó, y se levantó bruscamente, para irse escaleras arriba.
¿A qué venía eso? ¿Cómo que “debió suponer”? ¿Acaso creía que yo le favorecía habitualmente o qué? Le di un beso a Harry y traté de que se calmara.
- Harry, cielo, déjame levantarme un momento, que voy a hablar con tu hermano.
- No le regañes por mi culpa que me va a odiar más – suplicó.
- No voy a regañarle, hijo. Vuelvo en un segundo – le di otro beso, y me fui, o no sería capaz de irme nunca.
Subí al cuarto de Zach y le encontré sentado en su silla, con cara de pocos amigos.
- ¿No quieres terminar de ver la película?
- La compañía no es de mi agrado – masculló. Suspiré, y me senté en su cama, para estar frente a él.
- Zach, ya sé que lo que hizo duele, y que no es justo, y que se pasó… Pero lo siente mucho.
- Pues aún no me ha pedido disculpas.
- Tal vez no es capaz de hacerlo. Por si no lo has notado no está muy comunicativo. Pero va a trabajar para ganarse tu perdón, así que podrías ayudarle un poco.
Me iba a responder, creo que con enfado, pero le miré a los ojos y cerró la boca. Me sostuvo la mirada por unos segundos, como pensando. Poco a poco, le fui notando menos rabioso.
- Lo intentaré – dijo al final. Le sonreí.
- No te pido otra cosa. Anda, bajemos.
Cuando salimos de su habitación, oímos voces que indicaban que algo no iba bien.
- ¡Harry, vuelve aquí! ¡Harry! – gritó Alejandro, y luego se escuchó cómo se cerraba la puerta principal.
Bajé corriendo las escaleras y me encontré de lleno con la cara de estupefacción de Alejandro, y de todos en general, que habían visto, impotentes, como su hermano se marchaba. No perdí un segundo y abrí la puerta, sabiendo que Harry no había tenido tiempo de ir muy lejos.
- Harry´s POV –
Ted se había equivocado. Zach sí que me odiaba. Me odiaba mucho y ya no quería ser mi hermano. Tal como él había insinuado, no soportaba seguir en esa casa, donde era el enemigo público número uno. En cuanto papá se fue a hablar con él supe que tenía que irme… Yo no quería que nadie me consolara por lástima. No merecía su lástima y tampoco la quería. Tardé un poco en decidirme a hacerlo, pero finalmente me levanté y fui hacia la puerta.
Alejandro intentó impedírmelo, pero yo le había cogido por sorpresa y no fue lo bastante rápido. Salí de casa y eché a correr, con la respiración agitada por el llanto previo. Sin embargo, apenas había llegado a la esquina cuando sentí que me agarraban de la camiseta del pijama. Mi primera reacción fue asustarme, hasta que comprendí que era papá.
- ¿Pero qué haces? ¿A dónde vas, y en pijama?
Tiré sin éxito para liberarme.
- ¡Harry! Anda, vuelve a casa, que te vas a enfriar.
Yo no respondí, e intenté soltarme con más fuerzas, pero entonces hizo algo que no pensé que haría. Se agachó y me cogió por las piernas, como si yo no pesara nada, y me cargó a sus hombros como un saco de patatas.
- Te dije que pesabas poco. – comentó.
- ¡Suéltame!
- ¿Para que vuelvas a irte? Ni hablar.
Para entonces ya casi me había arrastrado de vuelta a casa. Pataleé para que me bajara y me dio una palmada suave en los muslos, quizás para recordarme que tenía mi trasero a muy buena disposición y que por tanto no me convenía hacerle enfadar.
Sólo me soltó cuando entramos en casa, y entonces me puso de pie frente a él y me abrazó.
- Debería darte una zurra – susurró.
- Pero no lo harás ¿verdad? – pregunté, sin poderlo evitar, algo alarmado.
- No, no lo haré. Pero tú no vas a volver a irte. Eso que has hecho es una tontería. Salir en pijama y calcetines, de noche, como un loco…
- Haberte puesto zapatos, al menos – dijo Zach. ¿Me lo estaba imaginando, o eso había sido una forma indirecta de preocuparse por mí? Hubiera preferido que me dijera que no quería que me fuese, pero por algún sitio se empezaba.
- Harry, ¿ibas a una fiesta de pijamas? – me preguntó Hannah. Cole soltó una risita.
- No iba a ningún sitio, enana. Ahora todo el mundo a ver la película antes de que alguien termine castigado – dijo papá, en un tono que pretendía ser estricto, pero nadie le creía. Papá me llevó al sofá con él y yo miré a Zach para ver si me seguía odiando. Parecía enfadado, pero ya no me miraba como si acabara de matar un cachorro. Eso me hizo sentir un poquito mejor.
Para complacer a papá, comí un pedacito de mi sándwich. Me miró indicando que le parecía poco, pero de verdad no me entraba más. Le observé de reojo. No había vuelto a regañarme por lo que había hecho y tampoco parecía enfadado. ¿Sería posible que me hubiera perdonado? Eso parecía. Empecé a sentirme más animado: poquito a poco las cosas podían volver a ser como antes. El resto de mis hermanos no parecían molestos. Al menos, no me habían dicho nada.
- ¿No ves la peli? – me preguntó papá.
- Hace sueño – respondí, y era verdad. Así, recostado sobre él, estaba a punto de dormirme. Era una almohada de carne muy cómoda.
Me frotó la espalda con cariño.
- ¿Aún te duele, campeón? – me preguntó, y sube perfectamente de qué estaba hablando, así que me ruboricé.
- ¡Papá! – me quejé.
- ¿Te duele? – insistió.
- No…
- No sé si me alegro o me arrepiento de no haber sido más duro – susurró, y bajó la cabeza para olerme el pelo, cerrando los ojos como si yo… como si yo fuera algo valioso para él.
- Te alegras – respondí por él – Te alegras mucho, y yo también.
- Mocoso caradura – me regañó, pero en un tono en el que parecía que decía más bien “te quiero mucho”. – No me odias ¿verdad?
La pregunta me sorprendió. ¿No era yo el que tenía que decir eso?
- Claro que no.
- ¿Aunque te haya castigado? – insistió, y entonces entendí el sentido de su pregunta. Quería saber si le guardaba rencor.
- ¿Me odias tú a mí? – contraataqué.
- ¡Por supuesto que no! Qué tonterías dices…
- ¿Aunque te haya robado? – insistí, y sus ojos brillaron, cuando comprendió por dónde iba. Me dio un beso en la frente. Y no sé cuántos llevaba ya, pero aquella noche no iba a quejarme.
Así estaba, distraído, cuando sentí un “ataque” de una cosa pequeña que gateó sobre mis piernas. Alice se sentó encima de mí sin que yo me diera cuenta de que se acercaba. La verdad es que el bichito parecía a punto de dormirse, y creo que me había escogido como su cama improvisada.
- Mmm, me parece que ya es tarde para que cierta princesita esté levantada – comentó papá, y Alice lo captó al vuelo.
- ¡Nooo! Papi, hasta que acabe la peliiii.
- Anda, que es sábado – añadió Cole, no sé si en beneficio de Alice o porque sabía que su hora de acostarse era la misma.
- Bueno – accedió papá. Pasó un brazo por mi hombro y se recostó un poco, así que yo me recosté más sobre él. Me miró divertido, pero no me pidió que me quitara.
Ya que no había visto el principio de la peli, tampoco vi el final, porque me quedé dormido. Sí, papá era una almohada de carne muy cómoda… y cariñosa.
- Aidan´s POV –
Hacía mucho que Harry no se quedaba dormido en el sofá. Eso era más propio de Kurt o algún otro de los pequeños. Supuse que se debía a que había tenido un día difícil… Aunque no más que el mío. ¡Qué sábado más largo, por favor! ¿Quedaba algún hijo al que no hubiera gritado, regañado o castigado? Sabía que sí, pero eso no me hacía sentir mucho mejor. Desde que empezó el día fue una batalla continua.
Miré a Harry preguntándome si aún sería capaz de llevarle a su cama. Había podido cargarle para que entrara en casa, pero no era lo mismo subirlo al hombro que cogerle en brazos y llevarle a su cuarto sin que se despertara. Supuse que si había podido con Ted cuando le llevé al hospital, podía con Harry. Le cogí con cuidado y le llevé a su cama, tomando conciencia de que ese niño pesaba realmente poco.
- Zach, ¿tú cuanto pesas? – le pregunté, mientras él se metía en la cama. Me sentí culpable de no saberlo, pero mi memoria para algunas cosas era realmente mala, ellos no dejaban de crecer y si tenemos en cuenta que no sabía ni mi propio peso… Aún así, me propuse llevar eso con más rigor. Hace algunos años tenía un cuadernito con la altura y el peso de Ted y Alejandro, según edades. Me pareció que con más razón debía tenerlo entonces ya que eran tantos, y que nunca debí abandonarlo. Lo empezaría de nuevo.
- Cuarenta y cinco kilos – me respondió Zach, con un bostezo.
- ¿Y tu hermano?
- Cuarenta.
- Eso es poco.
- Siempre ha sido delgado. ¿A qué tanta cosa repentina con su peso?
- Tengo un hijo en el hospital. Perdona si me preocupo por la salud de los demás. – repliqué, con algo de sarcasmo. – Y tú también pesas poco.
Zach rodó los ojos y se echó la sábana encima. Cuando acabé de arropar al durmiente Harry, me acerqué a la cama de Zach y le tapé a él. Me agaché para darle un beso, pero él se apartó.
- Papá, ¡que no soy un bebé!
- Gracias por el apunte. Si no me lo dices no me doy cuenta – repuse, irónico a más no poder. – Eso no cambia que pueda darte un beso de buenas noches. Puedo ahora y podré siempre. Y a ti normalmente no te importa, así que no te hagas el estirado.
- Pero hoy estoy enfadado.
- ¿Y por qué?
- Porque le defendiste – me acusó, mirando a Harry.
- Eso no es cierto. Me enfadé, y le regañé, porque era lo que era necesario hacer en ese momento. Pero ahora le consuelo, y le mimo, porque es lo que él necesita en este momento. Igual que sé lo que necesitas tú, envidioso. – terminé, sonriendo un poco, y le atrapé en un abrazo. Cuando le solté, Zach estaba luchando para mantener su pose indignada.
- Aún estoy enfadado – dijo, pero finalmente le di el beso que le debía y sonrió un poquito contra su voluntad.
- Buenas noches, Zach. – le deseé, y empecé a irme, pero miré a la cama de Harry con ansiedad, y luego otra vez a la suya, temeroso de que durmieran juntos con el ambiente tan caldeado que se traían. Creo que se me notó demasiado lo que estaba pensando…
- Tranquilo, que no voy a asfixiarle mientras duerme – dijo Zach - …o sí.
- Zachary.
- Qué poco sentido del humor. Buenas noches, papá.
- Hasta mañana.
Salí de su cuarto, y fue al de los demás a dar besos y apagar luces. Aquél era uno de mis momentos favoritos del día, y no porque por fin fuera a tener algo de paz (bueno, no sólo por eso) sino porque al verles tumbados, con los ojos cerrados y carita de estar muy a gusto, sentía que eran mis niños, aunque algunos ya estuvieran creciditos.
Lunes por la mañana. El Domingo había sido un día sorprendentemente tranquilo. Fui a ver a Ted y el médico nos dijo que se podría venir a casa al día siguiente, así que aquella mañana me levanté de muy buen humor, pensando en que esa misma noche volvería a tener a mi hijo en casa.
Zach y Harry no se hablaban, o más bien Zach no hablaba a Harry, pero tampoco le dedicaba comentarios crueles. Creo que había decidido manifestar su enfado así, y me parecía una forma más o menos correcta, aunque esperaba que se le pasara pronto. Harry ya no estaba tan triste, pero creo que tenía que ver con que los demás se portaron muy bien con él. Nadie hizo ningún comentario sobre lo que había pasado y Cole le dejó ganar al Wii Sports. Me sentí muy orgulloso de todos ellos, y del hecho de tener una familia tan unida.
Sucedió además algo insólito, y es que Alejandro quiso venir a la Iglesia. Tal como él me decía a veces, “yo era de ir a misa” y en general mis hijos venían conmigo, pero hacía un par de años que Alejandro no quería, y yo no le iba a obligar. No tenía derecho a hacerlo, por más que me preocupara un poco su falta de compromiso, ya que cuestión de fe no era. Pero aquél Domingo dijo que nos acompañaba y cuando me atreví a preguntarle por qué me respondió “tengo un hermano por el que pedir”. Pensé que se refería a Ted, aunque ya estuviera bien, pero él me aclaró que se estaba refiriendo a Michael. Me dijo que no quería hablar del tema, y yo lo respeté, pero sin duda quedé gratamente sorprendido.
Definitivamente, el Domingo fue un buen día. Por eso no entendí como el Lunes, que supuestamente tendría que ser mejor porque Ted iba a volver a casa, pudo empezar tan mal. Yo estaba bastante animado, así que varié la forma de despertar al personal, sabiendo que los Lunes uno lleva especialmente mal lo de madrugar. Además, necesitaba ganar tiempo ya que Ted no estaba para ayudarme, así que en vez de ir uno por uno peleándome para que abrieran los ojos, encendí el equipo de música, y puse relativamente alta la canción “Carry on my wayward son” de Kansas. Luego fui para que se fueran levantando. Me crucé por el pasillo a Barbie, que se tapaba los oídos, y a Madie, que me tiró una almohada.
- ¡Quita esa música infernal!
- Ey, que es todo un clásico – me defendí, riendo por lo bajo y meneando la cabeza. Musicalmente, estaban echados a perder.
A Hannah tampoco le gustaba esa “música chillona” tal como la llamó, pero a Alice sí. La tarareó mientras la ayudaba a quitarse el pijama. A Ted también le habría gustado. Dos hijos de once. ¿Qué había hecho mal con los otros nueve? En fin. No sabían apreciar la buena música.
Alice estaba más despierta que nunca, y ponía poses de estrella de rock, y todo. Qué salada.
- Eso es, pequeña rockera. ¿Te vistes solita mientras voy a ver a tus hermanos?
Ella asintió, y siguió a lo suyo, y yo eché un vistazo a todos para ver cómo iban. Definitivamente, la música había servido para que todos se levantaran de la cama… salvo Cole. Alejandro estaba sentado en la litera de abajo, poniéndose las deportivas. Él también decidió tirarme una almohada, como Madie.
- ¡Apaga esa mierda!
- ¡Un respeto para un himno del rock! – protesté, y luego añadí, un poco más serio - Y habla bien.
Dejé la almohada en su cama, y me asomé a la litera de arriba. Cole había estado algo raro la noche anterior, volviendo a la actitud tristona que pensé que había quedado atrás. Apenas conseguí que cenara algo pero según él no le pasaba nada. Y de nuevo volvía a no querer levantarse, y a fingir estar dormido. Aquella vez, estaba decidido a no perder la paciencia, pero tampoco tenía tiempo para perderlo, así que apliqué una táctica que no solía fallarme. Le levanté, sintiéndolo como un peso muerto, y me le puse a hombros. A ver si así no se espabilaba.
- Venga, dormilón. ¿A qué a ti también te gusta ésta música?
Cole no respondió. Cuando le bajé y le dejé en el suelo me miró sin emoción ninguna, y me dejó un poco frío. Le acaricié la cara.
- Vístete ¿vale?
Bajé al piso de arriba a terminar el desayuno que previamente había empezado a preparar y a quitar la música dado que ya estaban despiertos. Alejandro bajó para ayudarme con el almuerzo, y se preparó su propio desayuno, sabiendo cuáles eran las reglas del juego. Notaba en él una gran mejoría conforme a los últimos tiempos y pensé que podría deberse al hecho de que había asumido algunas de las responsabilidades de Ted. Se puso a empaquetar sándwiches, y noté que quería decirme algo. Finalmente, lo soltó.
- Si yo descubriera que tengo un hermano mayor, querría conocerle. – me dijo.
- ¿Hablas de Ted y de Michael?
- Obviamente. Aún no he querido hablar con Ted del tema, pero conociéndole, tiene que estar emparanoiado.
- Supongo que quieres decir preocupado. Y sí. No es fácil para él.
- Tenía a su madre en un pedestal. – dijo Alejandro - Se había inventado toda una vida feliz para ella. Uno siempre quiere pensar bien de la gente muerta. Ahora… supongo que no sabe qué clase de mujer era.
- ¿Eso qué quiere decir? Murió al darle a luz. Eso no ha cambiado. No le abandonó…
- Pero él no sabe si lo hubiera hecho. No sabe si estaba criando a Michael o si simplemente se dedicaba a tener hijos y a desentenderse de ellos como una… como una puta más.
Alejandro no dijo aquello con la intención de faltar a nadie al respeto. Simplemente ponía en palabras lo que tal vez Ted estuviera pensando: ¿era hijo de un matrimonio feliz con una esposa infiel, de una mujer soltera o de una ramera?
- De nada sirve hacer especulaciones. Si damos con Michael, tal vez pueda aclararnos algo.
- Si damos con él. Pero tú no pareces tener muchas esperanzas…
- No es eso. Es que, ahora mismo… él no quiere que le encuentren.
Pensé que Alejandro me haría preguntas al respecto, pero sorprendentemente no dijo nada. Mejor, porque no sabía bien cómo decirle que Michael era un delincuente a la fuga.
Subí al piso de arriba a ver si les faltaba mucho y casi todos estaban listos. Tras ayudar a las peques con los cordones de los zapatos, fui al cuarto de Cole… y me encontré con que había vuelto a subirse a la litera. Me frustré, porque no estaba vestido e íbamos a llegar tarde.
- ¡Cole! ¿Qué es eso de acostarse otra vez? ¡Vamos, levántate!
Cole no se movió ni un milímetro.
- Venga, hijo, que vamos a llegar tarde.
- ¡No quiero ir! – gimoteó.
- ¿No quieres ir a clase? – pregunté, más preocupado que enfadado. Yo ya sabía que le pasaba algo y era la segunda vez que me decía aquello. Estaba dispuesto a averiguarlo.
- ¡No!
- ¿Por qué no, cariño? Vamos, Cole, levántate y habla conmigo. ¿Qué va mal?
Cole se sentó sobre la cama, con las piernas colgando por el borde de la litera. Su mirada era muy vulnerable, como si fuera a romperse de un momento a otro. Levanté los brazos para bajarle de ahí, y le puse de pie delante de mí.
- ¿Cuál es el problema, campeón?
Esperé tres segundos. Iba a decírmelo. Estoy seguro de que me lo iba a decir, pero cerró los ojos y supe que en ese momento cambió de opinión.
- ¡Ninguno! ¡Es que no quiero ir!
- Hay que ir a clase, hijo.
- ¡No quiero! – chilló.
- No grites, y escúchame. Si no me dices qué pasa, no te puedo ayudar.
- ¡No necesito tu ayuda! ¡NO QUIERO IR AL COLERGIO!
Cole no solía gritarme, ni tener esa especie de conato de rabieta, más propia de Kurt que de él. Ya tenía diez años, y nunca había sido un niño en exceso exigente ni caprichoso.
- Aunque no quieras tienes que hacerlo, y no ganas nada con ponerte así.
- ¡No! – chilló, y deshizo la cama de Alejandro tirando de las sábanas con rabia.
- Vamos Cole, que ayer te portaste muy bien. No hagas que tenga que castigarte ahora. Vístete, haz la cama de tu hermano y la tuya y baja a desayunar.
- ¡No voy a hacerlo, no puedes obligarme!
- Sí, sí que puedo, pero no tengo por qué, porque ya no eres un bebé. Ya sabes lo que tienes que hacer. Así que venga, termina la pataleta y vístete.
- ¡NO ES UNA PATALETA! – me gritó, y me empujó. Le sujeté por los hombros y le obligué a mirarme. Él se revolvía, rabioso, luchando porque le soltara.
- Cole, hijo, cuéntame lo que te pasa. – le pedí, pero entonces me escupió. No pude evitarlo, le hablé cómo le hubiera hablado a Kurt, ante un gesto que me parecía más propio de críos pequeños.
- Pero qué niño tan cochino y maleducado. No se escupe y a papá menos – regañé, y me senté en la cama vacía de Ted, poniendo a Cole en mis rodillas. Él no dejaba de patalear y no sé si se dio cuenta de que le bajé los pantalones del pijama.
PLAS PLAS PLAS ¡Aii! PLAS PLAS
Iba a seguir, pero su llanto histérico hizo que parara. Eso no era normal. No le había dado tanto, ni tan fuerte. Le puse de pie y me abrazó enseguida, sin rabia ya y sólo con pena. Le coloqué el pantalón mientras le frotaba la espalda. Me sentí culpable por haberle pegado, pero ante su pequeño ataque colérico no había sabido qué más hacer.
“Cualquier cosa, menos pegarle” me reprochó mi intuición, con la certeza de que ALGO le pasaba a mi pequeño.
Vació sus lágrimas sobre mi camiseta y se abrazó a mí con brazos y piernas. Menos mal que estábamos sentados en la cama, o no estoy seguro de haber podido con él.
- Ya, cariño. Ya pasó. ¿Por qué no me lo cuentas?
- Lo si-siento. Siento haberte… snif… escupido.
- No pasa nada, pero habla conmigo, Cole. Dime que te pasa. No me gusta verte así, hijo.
- N-no… snif… no me pasa nada. Ya voy a portarme bien e ir al cole.
Me sentí mal, porque pensé que había entendido que si no accedía a ir a clase le castigaría. Claro que tenía que ir, pero ese no era el mensaje. No era un “cállate, no te quejes, y ve a clase”, sino “cuéntame qué pasa, lo arreglamos, y vas a clase”.
- Campeón, no es cuestión de portarse bien. Si pasa algo malo tengo que saberlo.
- No pasa nada – insistió.
Resoplé, muy frustrado.
- Voy a pedir cita para hablar con tu profesora. – le dije. Ojalá ella supiera aclararme qué estaba pasando con mi hijo, y por qué no quería ir al colegio.
Cole se vistió y bajó, aunque no conseguí que desayunara como era debido. Estaba seriamente preocupado, porque hasta hacía poco el colegio había un sitio que le gustaba y donde se sentía seguro.
Llevé a todos a clase y luego fui al hospital, a empezar a firmar los papeles del alta de Ted, aunque no le dejarían salir hasta la tarde. Al firmar los papeles no pude evitar pensar en todo el trabajo que estaba dejando apartado aquellos días cuyas mañanas estaba pasando prácticamente enteras en el hospital… pero definitivamente, mi prioridad era mi hijo. Mis hijos.
- Ted´s POV -
El Domingo pasó volando, pero las horas del Lunes se me hacían terriblemente lentas, como si el cosmos se hubiera conjurado para que el reloj nunca diera las ocho de la tarde, que era la hora a la que el médico tenía que pasarse para dar el último visto bueno que me permitiría irme a casa. Seguro que cambiaban de idea… seguro que me hacían quedarme más… Pero le hicieron firmar a papá un montón de papeles, y le dieron recetas y no sé qué más, así que tal vez fuera cierto que me dejaban irme.
Hizo una llamada al colegio, para pedir cita con la profesora de Cole. Parecía preocupado por el enano, así que yo también me preocupé mientras escuchaba su conversación, o al menos sus respuestas a lo que sea que la profesora de Cole le iba diciendo.
- …Sí, eso es… Cuando a usted le venga bien…Bueno, hoy lo tengo un poco complicado. Le dan el alta a Ted y… Sí, bien, muchas gracias. Mañana sería perfecto. De acuerdo entonces, quedamos así. Gracias, Tessa.
Papá colgó y se giró para mirarme.
- Ella también le nota raro. Dice que hoy no ha llevado los deberes, y sin embargo yo sé que los tenía hechos. ¿Por qué habrá dicho que no?
Sí que era raro. Cole siempre llevaba los deberes. Es más, los llevaba perfectamente hechos, ese enano empollón.
- Se los habrá dejado en casa.
- Yo mismo guardé el cuaderno con él, en su mochila, ayer por la noche. Hoy no quería ir a clase… Te digo que le pasa algo, Ted y cada vez me urge más saber qué es.
- Yo también pienso que algo no va bien – admití. Iba a seguir hablando, pero entonces llamaron a la puerta y sin esperar respuesta entró el oficial de policía que cambió mi vida hacía unos pocos días.
- Buenos días – saludó. Aidan le estrechó la mano. – Señor Whitemore, no dispongo de mucho tiempo, pero tengo noticias que darle. Tal vez quiera que hablemos en privado – le dijo a papá. Yo gemí, sin poder soportar que fueran a dejarme al margen, pero papá me miró y negó con la cabeza.
- Lo que tenga que decirme, que sea delante de mi hijo, tanto si es bueno como si es malo. Esto le incumbe a él.
En ese momento me sentí muy agradecido hacia Aidan. El oficial gruñó.
- Aún no me acostumbro a que le llame “hijo” – murmuró. – Bien, como prefiera. Hemos encontrado a Michael. – anunció. Papá y yo intercambiamos una mirada. Creo que la mía estaba llena de esperanza, pero también de miedo. La suya no la pude descifrar.
- ¿Dónde está? – pregunté, al ver que no continuaba. Recordé lo que me contó sobre su diabetes, que se podía complicar si no tenía insulina y durante un horrible segundo temí que mi hermano hubiera muerto antes de conocerle…
- Está en el Hospital Oeste, pero voy a solicitar que le trasladen aquí, si no tienen inconveniente. Cuando dimos con él, estaba casi en coma.
Inhalé aire fuertemente. Había evitado pensar demasiado en que podía haberle pasado algo malo
- ¿Se recuperará? – preguntó papá.
- Los médicos dicen que sí. Pero… señor Whitemore, una vez esté estable le llevaremos de nuevo al centro penitenciario.
Esas palabras me dolieron, pero eran esperables. Supuse que allí le podría visitar. Iba a ser raro hablar con una mampara y decir “Ey, hola, soy tu hermano. ¿Cuántos años te quedan aquí dentro?”.
- Eso no será necesario – dijo papá, interrumpiendo mis pensamientos. – Pagaré su fianza, inspector.
- Señor Whitemore, usted no entiende cómo funciona el sistema judicial. La libertad bajo fianza se refiere a que el acusado no tiene que permanecer en la cárcel hasta la celebración del juicio, con la garantía que da dicha fianza de que se presentará a ese juicio. Esto se hace así porque el sistema es a veces muy lento y un juicio puede tardar años en celebrarse. Pero Michael ya fue juzgado y condenado. Se escapó de prisión, lo cual sólo aumenta su condena.
- Pero tendrá que haber otro juicio ¿no? Un Tribunal tomará la decisión acerca de su nueva pena.
- Michael tendrá que esperar la resolución del tribunal en prisión.
- Pero… no hay… ¿no hay libertad condicional, y todo eso? – preguntó papá. Su desesperación era sólo un reflejo de la mía. Aun no podía creerme que Aidan estuviese dispuesto a pagar su fianza, pero era aún peor pensar que quería hacerlo pero no iba a poder.
- ¿Es que no hay nada que podamos hacer? – pregunté yo.
- Por eso estoy aquí. Noté que de verdad tenían interés por ese chico y lo cierto es que no tiene a nadie más…
- ¿Y su padre? – interrumpí.
- Cumple cadena perpetua en una prisión de máxima seguridad en el estado de Texas.
Vaya jarro de agua fría. Decidí asimilar eso después. No había tiempo para impresionarse. El oficial continuó.
- Verá… hubiera sido muy diferente de estar Michael en otra situación, pero él se escapó cuando iban a concederle el tercer grado. Eso es bueno por un lado, y malo por otro. Es bueno, porque significa que iba a poder salir durante el día, e ir al centro únicamente a dormir. Es malo, porque dudo mucho que le concedan tal cosa después de haberse escapado.
- ¿Por qué sería alguien tan idiota de escaparse cuando van a concederle el tercer grado? – pregunté yo, sin poderlo evitar.
- Es relativamente lógico, si dicho idiota no tiene dónde caerse muerto y su abogado es imbécil y no tiene en cuenta que aquí fuera no había nadie esperando por él, y evitando que se metiera en problemas. – replicó el oficial, con acritud. Ya lo había pensado antes, pero me quedó claro entonces que sentía compasión de Michael, y que no era su enemigo. - Ese chico ha estado entrando y saliendo de centros de menores desde los doce años. Cuando le encerraron en la prisión para adultos hizo todo lo posible para aumentar su condena. Creo que no me equivoco al decir que no tiene el más mínimo interés en salir de prisión. Por eso se encabronó cuando su abogado tramitó por él el tercer grado, y se escapó, pensando únicamente en que le volveríamos a pillar y aumentaríamos su condena.
- ¿Quiere… quiere estar en la cárcel? – pregunté, con incredulidad.
- No estoy seguro de que quiera eso exactamente, pero a Michael no le gusta que le impongan nada. Y su abogado decidió por él.
- ¿Sin contar con su autorización? – preguntó papá - ¿Es eso legal?
- No. Pero ¿qué van a hacer? ¿Meter a un abogado en la cárcel por tramitar la libertad de su cliente a sus espaldas? Es lo lógico. Todo el mundo quiere que le concedan el tercer grado. Únicamente alguien en la situación de Michael se niega, porque es cabezota, testarudo, intransigente, con tendencia al desacato de cualquier autoridad… y porque está sólo. Una vez me dijo que si su padre va a morir en la cárcel, tal vez él deba hacerlo también. Mi teoría es que se las arregló de alguna forma para que la enfermera de la penitenciaría no le inyectara la insulina, o buscó la manera de contrarrestarla. Así se hizo enfermar a sí mismo, le trajimos aquí, y se fugó. Pero nos dejó el dinero que demostraba su culpabilidad y nos ha dejado otras pistas que son las que nos han permitido encontrarle. Ese chico ha jugado con nosotros. Se ha tomado unas vacaciones pero su intención siempre ha sido que le cogiéramos. Ahora denegarán su tercer grado y pasará unos dos años en la cárcel, si es que no más.
Lo que es yo, quedé sin palabras al escuchar esto. Pero Aidan no. Sus ojos brillaban con decisión.
- Insisto de nuevo. ¿No hay nada que pueda hacer? - preguntó, impasible.
- Hacer frente a la Responsabilidad Civil de sus delitos, lo cual asciende a una suma de veinticinco mil dólares, y… de hecho, señor Whitemore, hay algo que podría hacer. La vinculación familiar es algo muy importante para que a un preso le concedan la condicional. Es una garantía de que no saldrá corriendo a la primera oportunidad. Pero… no puedo pedirle… y más sabiendo que…
- Sólo dígalo. – zanjó papá, con autoridad.
- Usted podría adoptar a Michael.
Silencio total. Hasta papá se quedó sin palabras aquella vez. Extrañamente, de entre todo lo que tenía para pensar, mi cerebro escogió darle vueltas al hecho de que Aidan nunca podría adoptarme a mí o a cualquiera de mis hermanos porque la ley no lo permitía, al ser hermanos biológicos. Pero con Michael no existía ese problema, porque no compartían genes. No obstante…
- Él es mayor de edad. – repliqué.
- Por eso he hablado de adopción, y no de tutoría legal – dijo el policía – Puedes adoptar a una persona tenga la edad que tenga, pero sólo se puede ser tutor de los menores.
- Michael ya tiene padre. No puede adoptar a una persona que tiene padre – seguí diciendo. Me di cuenta de que no hacía más que poner pegas, como si la idea de la adopción me molestara…. Y es que me molestaba.
- Donahow perdió su custodia legal hace muchos años. Es padre biológico, pero nada más.
- Pero él… no puede… - balbuceé, y luego cerré la boca, al no saber bien qué decir. Seguro que estaba cometiendo algún error. Seguro que el policía se equivocaba en algo. No podía ser cierto todo lo que decía. Yo no quería que lo fuera…
- ¿En qué ayudaría que yo adoptara el muchacho? – preguntó Aidan, y su cara de shock me hizo ver que… que…¡se lo estaba planteando!
- El Estado tendría una garantía de que Michael no se dará a la fuga, y de que se presentará ante el Juez de su condicional. Además usted… sería el que respondería económicamente de no ser así. Michael no tiene ningún delito de sangre. De haber devuelto el dinero que robó, hubiera salido mucho antes. Si usted asume su Responsabilidad Civil, y se compromete a ser su aval, por decirlo de alguna manera, es probable que le concedan la Libertad Condicional.
Por un lado aquello era maravilloso. Yo no quería que pasara más tiempo en la cárcel y deseaba más que nada poder conocerle. Si papá hacía eso tendría esa oportunidad. Pero no quería. No quería que lo hiciera. No quería que le adoptara. Me regañé a mí mismo por no ser más positivo: Michael sería mi hermano a todos los efectos…. Sólo que, técnicamente, sería mi sobrino. Sería mi sobrino y además ostentaría un privilegio que la vida a mí me había negado: sería el verdadero hijo de Aidan.
- Tengo que pensarlo – dijo papá.
- Por supuesto. Trasladarán a Michael aquí esta misma tarde, y pasará tres días en observación. Si usted lo ha pensado para entonces, y accede, en un mes más o menos quizá sea posible que esté fuera de la cárcel.
- ¿Tan pronto? – pregunté, casi como si fuera algo malo.
- Me ocuparé de que se le dé… prioridad… al caso. – dijo el oficial, lo cual me hizo pensar que tenía algunos contactos. – Ayudaría mucho si nos permite usar su imagen pública, señor Whitemore – le dijo a papá, y entonces pude entenderlo. Me imaginé los titulares. “El renombrado escritor Aidan Whitemore adopta a una víctima del sistema”. La presión de los medios haría que los jueces se dieran prisa en firmar lo que tuvieran que firmar, al igual que hacían cuando un político o un famoso estaba implicado en una causa judicial. Asco de mundo. Asco de corrupción. Asco de fama. Asco de justicia. Asco de burocracia. Asco de genética. Asco de vida.
- Siempre y cuando no salpique a mis hijos…. – respondió papá – Le haré llegar mi respuesta lo antes posible. Gracias por todo, oficial.
Aunque fue ambiguo en su respuesta, yo ya sabía, en mi interior, que papá iba a decir que sí. Iba a adoptar a Michael. Iba a hacerlo. No sé si por mí, por él mismo, por el propio Michael… pero lo iba a hacer.
Asco de padres con altos valores morales que les obligaban a hacer lo correcto aunque lo correcto no sea lo que yo quisiera porque me moría de envidia por no poder estar en el lugar de Michael.
- Aidan´s POV –
¿Podía mi vida volverse más surrealista? Seguramente, pero a mí en ese momento no se me ocurría todo.
“Usted podría adoptar a Michael”. Cinco palabras que me cambiaron la vida. Pero no se trataba de que pudiera adoptarle, sino de que TENÍA que hacerlo, si quería que el chico fuera libre. Eso, y desembolsar veinticinco mil pavos. Pero ¿qué había hecho, robar un banco?
Había hecho las preguntas necesarias para saber cuáles eran mis opciones, pero aún no tenía nada decidido. No entraba en mis planes adoptar a nadie. No creía estar preparado para ello…
“¿Pero tú te oyes?” dijo mi cerebro “¡Tienes once hijos! Creo que es un poco tarde para decir que no estás preparado para ser padre…”
Minipunto para mis neuronas. Pero aun así…Adoptar a Michael…Darle mi apellido… Hacerle mi hijo oficial…Era un desconocido. Era un delincuente. Era un hombre adulto. Era el hermano de mi hijo mayor. Espera…¿eso último era una pega o un aliciente? ¡No lo tenía claro! Y tampoco tenía claro como se lo tomarían todos. Yo no podía decidir algo como eso sólo. No podía imponérselo a mis hijos…
Pero, ¿acaso había tanta diferencia entre adoptarle formalmente y no hacerlo? Les había hablado a mis hijos de un “nuevo hermano”, porque ya tenía pensado hacerme cargo de Michael. El hecho de que además lo pusiera en un papel no tenía por qué ser algo malo.
No podía evitar pensar que no era mi responsabilidad. Joder, no lo era. Hay mucha gente que lo pasa mal y uno no va por ahí adoptándolos a todos, porque no sería viable…Aquella adopción era además un medio de coacción, para que la presión mediática forzara al Tribunal a concederle la condicional…Nada me obligaba a hacer algo como eso…
Sin embargo, la historia del chico me había impactado. ¿Cómo de rota tiene que estar la vida de una persona como para que considere la cárcel un hogar? ¿Y cómo podía ser que estuviera tan sólo? Tenía sólo dieciocho años. Era muy joven para que no hubiera nadie haciéndose cargo de él… lo sabía por experiencia. Sabía lo mal que se pasa al oír a los amigos quejarse de sus padres, y tú no poder hacerlo porque vives sólo y no te hablas con el único progenitor que te ha mal cuidado. Claro que Michael no podía hacer ni eso, porque tal vez ni siquiera tuviera amigos.
El muchacho era el hermano de Ted. Yo no podía simplemente desentenderme. Cuando el oficial se despidió y me estrechó la mano, yo ya sabía que no podía abandonar a Michael a su suerte.
- No puedes hacerlo – dijo Ted, sacándome de mis pensamientos.
- ¿Qué?
- Adoptarle. No puedes.
- Es algo que hay que pensar muy bien…
- ¿Qué hay que pensar? No le adoptas y ya.
- ¿Y dejamos que se quede en la cárcel? – pregunté, sorprendido. Pensé que Ted estaría de acuerdo.
- Tiene que haber otra solución.
- Ya has oído al oficial…
- ¡No quiero que le adoptes! – sentenció.
Le miré fijamente, para intentar entender sus razones. ¿Era uno de sus habituales “no puedo pedirte que hagas eso por mí”? No, no parecía eso. Qué raro… me había parecido que Michael era importante para él. Estaba casi seguro de ello. Aún recordaba la cara que puso cuando vio su foto. Traté de comprenderle, pero no saqué nada en claro.
- El chico está enfermo. Pensé que te compadecerías de tu propio hermano. – le dije.
- ¡Claro que sí! ¡Y aún quiero conocerle! ¡Y espero que se cure! Sólo no quiero que le adoptes.
- No voy a tomar ninguna decisión por mi cuenta, Ted, pero me gustaría que lo pensaras.
- No hay nada que pensar.
- ¿Por qué ese rechazo?
Bajó la cabeza y se miró las manos, y luego volvió a mirarme. Pensé que no me respondería, pero me equivoqué.
- A mí nunca podrás adoptarme – me confesó. – Nunca serás más que mi tutor.
Oh. Así que era eso. Celos. Envidia. Era normal. Podía lidiar con eso. Era comprensible que se sintiera así. Tenía la suficiente empatía como para saber cuáles eran sus inquietudes.
- ¿Eso es todo lo que soy para ti, Ted? ¿Tu tutor?
- ¡No! ¡No, claro que no! Eres… ¡eres mi padre!
- Pues ahí lo tienes.
- …Pero para el resto del mundo sólo eres mi hermano.
Me acerqué a él, y apoyé mis labios en su frente, como en un beso prolongado. Luego, cogí su mano y la apoyé en mi pecho, y luego puse la mía en el suyo.
- Aquí dentro eres mi hijo – susurré. Permanecimos así varios segundos, y le escuché suspirar, tranquilo.
- Papá, esto es demasiado gay – dijo al final.
- ¡Serás…! ¿Que no puedo ser tierno con mi hijo?
- Tierno sí, pero cursi…
- Pues también. ¿No ves que ya lo estoy siendo? – repliqué, y le sonreí. Él me devolvió la sonrisa. – Siempre serás mi hijo, Ted. Así adopte a medio planeta, tú siempre serás mi hijo. Pero además, estamos hablando de tu hermano. Es… es por ti por quien quiero hacerlo.
- No tienes por qué…
- Si a mí me pasara algo y tú… acabaras sólo y perdido… me gustaría que alguien se ocupara de ti.
Ted se quedó en silencio, meditando mis palabras. Creo que en realidad sí quería que le adoptara. En realidad él hubiera deseado que yo pudiera adoptarlos a todos.
- ¿Podemos empezar sólo con visitarle? – me dijo.
- Claro. Poco a poco. Pero tengo que pedirte que hoy, cuando le traigan, no vayas a verle. Que me dejes a mi primero.
- ¿Por qué?
- Por favor – insistí. Quería ver qué clase de persona era Michael. Ver si era trigo limpio. Ver si podía hacer daño a mi familia. Eso me ayudaría a tomar mi decisión, y jamás dejaría que Ted estuviera cerca de alguien que le pudiera hacer mal. Y ya que estamos quería tantearle…ver si yo… era capaz de aceptarle como mi hijo.
- Está bien – accedió.
- Gracias. Ahora quiero que descanses para que cuando esta tarde venga el doctor diga que ya puedes venirte a casa para que te mime, te sobreproteja, y sea cursi hasta cansarme.
- ¡Papá! – protestó - ¡Si te pones en ese plan les digo que me dejen aquí!
- En ese caso no podré darte el chocolate que te pensaba comprar…
- …Pensándolo mejor, un poco de sobreprotección no le hace daño a nadie. – rectificó, y los dos nos reímos.
Pasé
el resto de la mañana con él, intentando que su mente estuviera alejada de
Michael por un rato. Yo, sin embargo, no pude dejar de pensar en él. La que iba
a tomar era una decisión muy importante. Y, odiaba ponerme materialista, pero
seguía estando la cuestión de los veinticinco mil pavos. El dinero no crece de
los árboles. Yo ganaba ocho mil quinientos al mes, y aunque puede parecer un
pastón, tenía que pagar nueve cuotas mensuales de colegio a ciento cincuenta
dólares cada una, y una cuota de doscientos cincuenta (Ted estaba en el penúltimo curso, y los dos últimos años
había que pagar más que en el resto). Además estaba el colegio de Dylan, mucho
más caro, y sus diferentes tratamientos, que ascendían a un total de
cuatrocientos euros mensuales. Aparte de eso gastábamos mil seiscientos
dólares mensuales en comida, y pagaba
trescientos de luz, doscientos de agua,
y unos trescientos más en teléfono. El seguro de salud y el de los dos coches
me salía por unos setecientos. Aunque estaba apunto de liquidarla, seguía
pagando una hipoteca a mil quinientos euros, y cada mes ahorraba unos
quinientos euros para la universidad de mis hijos, que no era cosa de risa,
porque si me salía con que querían irse a Yale o un sitios de estos, me iba a
salir por un riñón y parte de otro. Es decir, que más o menos (variando un poco
porque las facturas a veces subían y bajaban) de los ocho mil quinientos
iniciales se iban siete mil cien, y me quedaban mil cuatrocientos para salidas
con mis hijos, gasolina, caprichos, pagas y demás cosas de esas. Y aunque también
puede parecer mucho, dividid mil cuatrocientos entre doce. No es demasiado por
un mes. A nada que quisiera ir al cine con tanta gente me sajaban una pasta,
por más descuentos de familia numerosa que pudieran aplicar. Y desde el maldito
día en que decidí dar paga a los más mayores, sentía que me arruinaba. De hecho
(y no se lo digáis a los chicos) se me ocurrió lo del tarro de las palabrotas
en una época en la que Alejandro estaba muy respondón y mi cartera muy
apretada.
Era
una mierda porque, modestia aparte, mis libros tenían bastante éxito. Pero yo
tenía un contrato con la editorial por el cual me daban ese dinero
mensualmente, se vendieran los libros o no, siempre y cuando me comprometiera a
no cambiarme de editorial. Consideraba que era más seguro tener un sueldo fijo
cuando tienes una familia como la mía a tu cargo, porque de la otra manera un
mes podría ganar quince mil, pero tal vez al mes siguiente no ganara nada en
absoluto y las facturas tenía que pagarlas igual.
Quejas
aparte, el hecho cierto era que mi economía no me permitía grandes imprevistos.
Tenía algunos ahorros de los cuales me veía obligado a tirar algunos meses (de
hecho casi todos los meses), pero eran para, en un futuro, poder comprar una
casa más grande para toda la tropa. ¿De
dónde iba a sacar veinticinco mil dólares?
“De
dónde sea, Aidan, de donde sea. De esos ahorros, de ponerte burro con el
editor…. Pero tú a ese niño le sacas de la cárcel” ordenó mi cerebro, o tal vez
fuera mi corazón. El caso es que estuve de acuerdo.
Salí
un momento a comprarme un café, y me crucé con el médico que nos había hablado
de Michael.
-
¡Doctor! – le llamé.
-
Dígame.
-
No sé si sabrá… que van a traer a Michael
esta tarde.
-
¿Le han encontrado?
-
Eso parece. El inspector nos ha dicho que
van a trasladarle a éste hospital… que está casi en coma… ¿Sabe usted qué puede
pasarle? – pregunté yo. Sabía que tenía que ver con la falta de insulina, pero
supuse que un médico podría explicármelo mejor.
-
Desde luego. Y debo decir que ha tenido
suerte… si no le encuentran a tiempo podría haber muerto. Ya sabe que Michael
es diabético. Inicialmente, la ausencia en la producción de insulina afecta a
la captación y entrada de glucosa en el músculo y células grasas. Cuando la
ingesta de glucosa disminuye, el cuerpo demanda combustible y el glucógeno se
libera desde el hígado. El nivel de glucosa en sangre se eleva aún más. Cuando
los niveles de glucosa en sangre se acercan a los 180 mg/dl, la capacidad de
los conductos renales para reabsorber la glucosa (el umbral renal) se excede, y
la glucosa es excretada por la orina (glucosuria). Puesto que la glucosa es un
diurético osmótico, se excretan agua y sales en grandes cantidades y se produce
la deshidratación celular. Cuando la situación se prolonga, la excesiva diuresis
(poliuria) combinada con la pérdida de calorías ocasiona polidipsia (sed
aumentada), polifagia (hambre aumentada) y fatiga: los síntomas clásicos de la
diabetes mellitus. El primer intento de las células del cuerpo de contrarrestar
la falta de glucosa es metabolizar proteínas, cuyo resultado es la liberación
de grandes cantidades de aminoácidos. Algunos de los aminoácidos se convierten
en urea en el hígado y se excretan, dando como resultado un balance negativo de
nitrógeno. En ausencia de insulina, las células del tejido adiposo intentan
proveer combustible movilizando las reservas grasas. Los ácidos grasos libres
se utilizan inicialmente para la producción de energía, pero la mayoría
alcanzan el hígado donde se forman tres fuertes ácidos: ácido acetoacético,
ácido betahidroxibutírico y acetona. Estos cetoácidos (o cuerpos cetónicos) son
excretados finalmente por el riñón junto con bicarbonato de sodio. La
combinación de la acumulación de cetoácidos y la excreción de bicarbonato
ocasiona una caída en el PH del plasma, cuyo resultado es una acidosis. El
cuerpo intenta corregir la acidosis mediante la llamada respiración Kussmaul’s,
que es una respiración trabajosa y profunda provocada por el esfuerzo del
cuerpo para convertir el ácido carbónico en dióxido de carbono. Si no se
diagnostica la acidosis, la deshidratación y el desequilibrio de electrolitos
afectarán al cerebro y, finalmente, causará coma. Si no se trata la deficiencia
de insulina se puede llegar a la muerte. El tratamiento con insulina pretende
revertir el estado catabólico creado por la deficiencia de insulina. Cuando el
cuerpo recibe insulina, los niveles de glucosa en sangre comienzan a caer, de
forma que las grasas dejan de proveer combustible, con lo que cesa la
producción de cuerpos cetónicos, los niveles de bicarbonato sódico en sangre y
el PH suben, y el potasio se desplaza intracelularmente a medida que el
anabolismo (reconstrucción de tejidos) comienza. La insulina pancreática se
segrega directamente en la circulación portal y es transportada al hígado, que
es el órgano central de homeostasis de la glucosa, donde se degrada el 50% de
la insulina. La circulación periférica transporta entonces la insulina hasta
las células del cuerpo y finalmente al riñón, donde se degrada otro 25% y se produce
la excreción.
Me
quedé mirando al doctor con cara de póker. Tanta jerga médica me mareaba un
poco. Apenas había cogido un par de cosas. Creo que el hombre lo hizo aposta,
para lucirse un poco. Al notar mi
incomprensión, sonrió y simplificó:
-
Que tiene que beber mucho líquido, comer, y
que le pongan insulina. Con eso, y descanso, se recuperará.
-
Ahora nos entendemos, doc. Entonces ¿estará bien?
-
Perfectamente, si se cuida adecuadamente.
-
Todo eso de la diabetes…tiene que inyectarse
insulina a diario ¿verdad? – pregunté. Sí, ya estaba haciendo preguntas de cara
a tenerle viviendo con nosotros…
-
Sí.
Una dosis de acción prolongada o dos, dependiendo del tratamiento que
siga.
-
¿Qué diferencia hay entre uno y otro?
-
Generalmente
la inyección de larga duración tiene más cantidad de insulina, lo que
hace que duela un poco más, y además retarda la liberación mediante
cristalización, lo que, resumiendo, significa que es más doloroso a la hora de
aplicarlo. Supongo que es el que usa Michael.
-
¿Por qué usaría ese si es más doloroso? –
pregunté, sintiendo algo de lástima por el chico.
-
Porque el otro requiere dos dosis diarias y
está en un centro penitenciario. Dudo mucho que le dejen auto inyectarse y a la
enfermera le será más cómodo darle una única dosis.
-
Entiendo. ¿Necesita algo más aparte de
insulina?
-
Beber mucho. Comer regularmente, y no
saltarse ninguna comida. Hacer ejercicio. Esto es recomendable para todo el
mundo, la diferencia es que si él no lo hace le puede dar un bajón de azúcar.
Es necesario medirle el nivel de azúcar en sangre de vez en cuando, para tomar
medidas en caso de que sea demasiado bajo o demasiado alto. Si es bajo se
mareará, y podría llegar a perder el conocimiento, al sufrir lo que llamamos
shock insulínico. Seguramente lo que
tiene ahora sea un shock insulínico bastante fuerte.
-
Caray – susurré. Ese chico dependía de una
inyección para sobrevivir…
-
Además es probable que tome alguna pastilla,
pero no estoy seguro. Lo que le he dicho es el caso general de la diabetes
mellitus, que es la que padece Michael. ¿Debo suponer que me pregunta todo esto
porque va a estar en contacto con el chico?
-
Esa es mi intención.
-
En tal caso, ocúpese de que no haga nunca
más una tontería como ésta. Me dan igual sus cuentas con la ley, pero ha demostrado tener muy poco
sentido de la autopreservación al arriesgarse así.
-
Descuide. – respondí. Tenía las ideas algo
más claras respecto a lo que implicaba su enfermedad y gracias a eso pude
entender que realmente había sido idiota al huir así sin suficientes reservas
de ese medicamento tan importante para él.
Regresé
con Ted, que ya se preguntaba por qué
tardaba tanto y me pidió que fuera a buscar a sus hermanos y les trajera.
-
Pero Ted, si te dejan ir hoy mismo, luego
puedes verles.
-
Por favor – me pidió, con la mirada más
sucia rastrera y manipuladora de la historia. – Nunca había estado tanto tiempo
sin verles…
-
Eso no es cierto, hace dos años te fuiste a
un campamento y…
-
Pero quitando eso…Papi, por fa….
-
¿Papi? – pregunté, levantando una ceja.
-
Sí tu puedes ser cursi yo puedo ser infantil
– replicó.
-
Manipulador, eso es lo que eres. Está bien,
iré a por ellos. No puedo decir que no cuando pones esa mirada de gato con
botas.
Ted
sonrió, triunfante, y yo rodé los ojos. Un rato después, cuando fue la hora,
fui a por ellos. Esa vez fui más listo
que la anterior, y pensé en pasar primero por casa para que dejaran la mochila.
Además, quería intentar hablar con Cole otra vez y tal vez fuera el momento de
decirle a mis hijos lo que sabía sobre Michael… aunque probablemente eso último
lo dejara para otro día.
-
No os disperséis, que enseguida nos vamos –
les dije, en cuando entramos en casa, pero debía de hablar otro idioma porque
todos desaparecieron. Suspiré. Sólo se habían quedado Cole y Alejandro. El
segundo ya me había contado un poco de su día, pero Cole no había soltado
prenda. - ¿Qué tal en clase, Cole? – le pregunté. Él sólo se encogió de
hombros, pero me fijé en que estaba como
congestionado… como si estuviera a punto de llorar… Me agaché junto a él. -
¿Qué pasa? ¿Alguien fue malo contigo?
Alejandro
se fue, para dejarnos solos, intuyendo que Cole estaría más cómodo sin público.
Por su parte mi niño negó con la cabeza.
-
¿No? ¿Seguro? ¿Todos te trataron bien?
-
Todos no – respondió, en un susurro. Abrí
mucho los ojos. ¿Por fin me lo iba a contar? ¿Y qué me iba a contar
exactamente? A esas alturas yo ya intuía que podía tener algún problema con sus
compañeros pero no alcanzaba a ver cómo de serio era, ni estaba seguro de que
se tratara de eso.
-
¿Quién no, Cole? – animé, acariciándole la
cara con cariño. Sus ojos temblaron y creo que hizo esfuerzos sobrenaturales
por no echarse a llorar.
-
La profesora – dijo al final. Vale, eso no
me lo esperaba. ¿Acaso era mala con él? A mí me parecía una buena mujer…
-
¿Por qué? ¿Qué te hizo?
-
¡Es idiota!
-
¡Cole! – regañé. Luego me di cuenta de que
me había mentido. No tenía ningún problema con su profesora. Nuevamente me
estaba esquivando. – No puedes decir eso de nadie, y menos de una persona
mayor. Con lo que Tessa te quiere… Por cierto, señorito, me dijo que hoy no
llevaste los deberes. Pero yo sé que sí. ¿Por qué no los has entregado?
Cole
se mordió el labio, pero no dijo nada. Normalmente yo le hubiera castigado por
el insulto, y le hubiera regañado por lo de los deberes, pero consideré que en
ese momento no debía hacerlo. Algo le pasaba, y mi prioridad era averiguarlo.
Cole ya no sabía cómo eludirme, ni qué inventarse para que yo le dejara de
preguntar y pensé que tal vez pudiera conseguir que me lo contara si presionaba
un poco más. Sin la más mínima intención de castigarle, le di a entender que
iba a hacerlo.
-
¿No me vas a responder? Está bien. Entonces,
tendré que darte unos azotes por no llevar la tarea ¿no? Y por insultar a tu
profesora.
Tiré
de él como si fuera a hacerlo, y entonces se puso a gritar como un loco.
-
¡No, papá no!
-
Tranquilo, Cole. No voy a hacerlo – dije,
algo sorprendido por esa reacción desproporcionada.
-
No, que me duele mucho – siguió diciendo,
ajeno a que yo ya le había soltado.
-
¿Qué te duele? – pregunté, ansioso. – Hijo,
¿qué te duele?
No
me respondió verbalmente, pero bajó la mirada y giró la cabeza como si se
mirara la espalda.
-
Ahí.
-
¿Ahí? ¿La espalda? – pregunté, y él negó con
la cabeza - ¿El culo?
Asintió.
-
Me… me diste muy fuerte. – musitó.
Tardé
unos segundos en entender lo que me estaba diciendo, y luego me enfadé.
-
Alto ahí, Cole. Deja la manipulación ¿entendido? No puede dolerte por lo de
ésta mañana porque no fui nada duro contigo. Mira, no pensaba castigarte, pero
si me sigues mintiendo así, tal vez lo haga.
-
¡No! – exclamó, y se echó a llorar. Yo
estaba un poco nervioso porque no entendía sus reacciones. Me parecían
desproporcionadas.
-
No llores, Cole. No estoy enfadado ¿vale?
Pero no me gusta que me mientas.
-
¡No te he mentido! Bueno… con lo de Tessa
sí. Sólo me ha regañado porque no he llevado los deberes. Pero es cierto que me
duele mucho.
-
Pero cielo… - empecé, inseguro, dudando si
podía ser cierto. Preguntándome si podía haberle hecho daño. Comparé el megacastigo
que le di a Harry con las cinco palmaditas que le di a Cole esa mañana. Según
dijo él mismo, a Harry dejó de dolerle enseguida. Me parecía imposible que a
Cole pudiera dolerle todavía. No le había dado fuerte. Yo no…no quería hacerle
daño. Me sentí muy culpable. – Lo siento.
¿Cómo
había podido pasar? Yo entendía y defendía la diferencia entre castigar, y
golpear. Por eso precisamente les daba unos azotes, porque ahí era muy difícil
hacer verdadero daño. Había que ser un bestia…Por lo visto yo lo había sido.
Entonces
Cole me abrazó, muy fuerte.
-
No, papá. Yo lo siento. Sí que te he
mentido. Es verdad que me duele, pero no es tu culpa – me dijo. – No te sientas
culpable.
-
¿Qué quieres decir?
-
Fue Troy. Él me empujó, e hizo que me
cayera, y me hice mucho daño ahí. Y me quitó los deberes porque él no los
tenía.
-
¿Qué?
Cole
lloró apoyado sobre mí, y sentí cómo se desahogaba, y se liberaba. Gimoteó y
balbuceó cosas que yo no terminaba de entender, pero sí me quedó claro que
llevaba guardándose eso mucho tiempo. Mi pobre bebé. Me pareció de pronto mucho
más pequeño así, abrazado a mí, llorando todo el líquido que su cuerpecito
pudiera contener. Cole aún era pequeño, y de carácter dulce e indefenso. Y
alguien se había estado aprovechando de eso.
-
¿Troy se mete contigo, campeón?
-
S-sí…
-
¿Desde cuándo?
-
Hace mucho… Pero antes no me pegaba.
-
¿Te pega?
-
Y me empuja.
-
Cielo, ¿por qué no me lo dijiste? – susurré,
abrazándole más fuerte.
-
Porque…snif…yo…snif…yo quería resolverlo
sólo…Como hace Ted.
¿Qué
tenía que ver Ted con eso? Le froté la espalda para que se calmara un poco, que
apenas se le entendía.
-
¿Qué es lo que hace Ted?
-
Él…snif… él es grande y fuerte…. Nadie se
mete con él. Seguro que no quiere un hermano débil que necesita que su padre le
defienda.
Con
que ahí había estado el problema. Mi bebé sentía que era débil por ser mi bebé.
-
Cole, Ted te quiere mucho tal y como eres y
si alguna vez te dice lo contrario me enfadaré mucho con él.
-
No, papá, no… Si Ted no ha hecho nada malo…
-
Pero tú has estado creyendo algo que no es
verdad. No pasa nada porque me cuentes tus problemas. Es lo que tienes que
hacer. Para eso estoy, hijo. No eres débil por eso. No dejes que nadie te haga
creer lo contrario.
Cole
me miró mordiéndose el labio y lloró con renovadas fuerzas.
-
Shhh. Ya, campeón. Ya. Ya no se llora. No voy a dejar que nadie te
haga daño ¿me oyes? Puedes contármelo todo.
-
Él... él… dice que somos una familia de
conejos…y…y me insulta porque juego mal al fútbol y estoy en el coro del
colegio. Y…y… se mete con todo lo que hago. No…snif…¡no me deja en paz!
Me
enfurecí mucho porque le habían hecho daño a mi hijo más vulnerable. Era
bastante maduro en un sentido de responsabilidad, pero muy infantil en su
carácter y no sabía defenderse ante los ataques. Era todo inocencia ese niño, y
que alguien se aprovechara de eso no era justo.
Le
llené de besos y me alegré mucho de haber concertado esa cita con su maestra.
-
Te quiero mucho ¿lo sabes? – le pregunté, y
él asintió. - ¿Quieres ir a otro colegio? – le pregunté, y él negó con la
cabeza. - ¿A otra clase?
Lo
pensó un poco, y luego asintió.
-
Te prometo que te pondrán en otra clase – le
dije.
Cole
se pasó la manga por los ojos, para secarse las lágrimas. Eso quedaba muy
tierno.
-
Cole, cuando tengas un problema, me lo
tienes que contar.
-
Sí, papá.
-
Prométemelo. Prométeme que la próxima vez
que algo te preocupe me lo dirás.
-
Te lo prometo.
-
Vale – suspiré, y le di otro beso. - ¿Vamos
a ver a Ted? Él también está preocupado por ti.
-
Ted´s POV –
Aidan
tardó un poco, pero al final vino con todos mis hermanos. Necesitaba
distraerme. Necesitaba pensar en mi familia, y recordarla así, tal como era
entonces, por lo que pudiera pasar ante los cambios que se avecinaban.
Papá
me contó por fin qué era lo que le pasaba a Cole y me llené de rabia. Apreté
los puños, y si hubiera tenido a ese Troy ahí delante le hubiera… le hubiera…
-
Ven aquí, canijo – llamé, mirando a Cole. Él
se acercó despacito. – Si alguien te molesta, tú me lo dices a mí ¿estamos?
-
Entonces… ¿no te importa que sea un bebé
llorica?
-
No eres nada de eso. Eres mi hermano.
-
Soy débil…
-
Como digas algo como eso otra vez tendremos
un problema ¿eh? – advertí, amenazadoramente. Él se encogió, pero creo que
sabía que la amenaza no iba en serio, y me abrazó. – Eso está mejor. Puedes contar conmigo para
lo que sea, enano.
Cole
me sonrió plenamente, y le noté más… liberado. Como en paz. Hablé un rato con
él y con el resto de mis hermanos, y entonces vino el doctor a hablar con papá.
Habló con él a solas, en voz baja, así que me imaginé que era porque habían
traído a Michael. Intercambiamos una mirada y él se fue, dejándome sólo con mis
hermanos. Me mordí el labio. Saber que estaba sólo unas paredes más allá…era
tan tentador… tan provocativo… Yo TENÍA que hablar con él…Tenía que ver a
Michael…Me costó un gran esfuerzo de voluntad ser paciente, pero confiaba en
papá plenamente.
Intenté
mediar entre Zach y Harry y supe que era cosa de tiempo. Yo también me enfadaba
con Alejandro cuando éramos más pequeños y al final siempre hacíamos las paces.
Por de pronto, casi sin que se dieran cuenta, se sentaron uno al lado del otro,
años de sincronía superando su momentáneo enfado.
En
un determinado momento me fijé en que Alice se acercaba a las pastillas que me
había recetado el médico. Eran antibióticos para prevenir una infección.
-
Princesita, no toques eso.
-
¿Por qué?
-
Son medicinas. No se pueden tomar sin estar
malito.
Alice
miró las pastillas un segundo más, y luego se alejó.
-
Ted, ¿podrás nadar ésta temporada? – me
preguntó Madie.
La
temporada de natación en el colegio empezaría en algo más de una semana.
-
Sí, claro que sí. Esto no es nada. Para
entonces ya no tendré puntos y podré nadar sin problemas.
Seguí
hablando de la natación, que era algo que realmente me gustaba. Yo era el
capitán del equipo y competíamos contra otras escuelas. Éramos bastante buenos en relevos. Estaba
contándoles una anécdota del año pasado cuando me fijé en que Alice estaba de
puntillas estirando la mano para llegar a coger las pastillas.
-
¡Alice!
Me
levanté de la cama bruscamente, tomando consciencia de que la cicatriz ya no me
molestaba nada y la di un manotazo en la mano para que soltara las pastillas.
Lo hizo por reflejo, y empezó a llorar.
-
¡Te he dicho que eso no se toca!
Se
tiró al suelo en una típica rabieta con gritos, llantos, y pataleos.
-
Aidan´s
POV -
El
doctor vino a decirme que ya habían traído a Michael. Empezaron a sudarme las
manos de puro nerviosismo. Ted se dio cuenta de lo que pasaba y me miró, y yo
intenté aparentar seguridad. Fui a la habitación que me indicó el médico, pero
antes de llegar se oían los fuegos artificiales:
-
¡Que me sueltes hijo de puta! Conozco mis
derechos ¿vale? ¡No puedes hacer esto!
Había
dos agentes en la puerta que no me dejaban pasar, pero estaba también el
inspector Greyson, que intervino para que me dejaran entrar. Al hacerlo, vi a una enfermera en un rincón,
y a otro agente intentando sujetar a un chico joven, que se revolvía con todas sus fuerzas, que de todas formas no
eran muchas en ese momento. No tenía buen aspecto. Gracias al color de su piel,
y a la foto que había visto, supe que era Michael.
-
¿Que no puedo qué? – dijo el policía -
¿Impedir que te suicides?
-
¡Si no quiero tratarme no me pueden obligar!
¡Soy mayor de edad! Y si no…¿ y ese quién es? – exclamó, al verme, y se quedó
quieto. La enfermera, ni corta ni
perezosa, se acercó a él, le levantó un poco la bata y le puso una inyección en
el muslo. - ¡Au! ¡Puta, eso ha sido a
traición!
-
Dios, éste niño es insoportable – dijo el
agente, y le dedicó una mirada de disculpa a la enfermera. Luego, me miro a mí.
- ¿Usted es el señor Whitemore? Me dijeron que tal vez viniera a visitar al
chico.
-
¿Whitemore? – repitió Michael. Sin duda, mi
apellido llamó su atención. - ¿Aidan
Whitemore? No puedes ser Ted, eres demasiado viejo y eres blanco, así
que doy por hecho que eres Aidan.
-
Y tienes razón. Hola, Michael. – saludé.
-
¡No me llames Michael! ¡Soy M.!
-
Está bien, M. Es… esto… un placer conocerte…
“Creo”
añadí para mí. Esperaba encontrarme otra cosa. No sé bien el qué, pero cuando
me hablaban de un delincuente yo no pensaba en un crío maleducado que no tenía
ni media torta. O mejor dicho, que tenía varias que no le habían dado.
-
Escúchame, vieja zorra, no vuelvas a inyectarme
la insulina contra mi voluntad si no quieres que…- empezó Michael, ignorándome
totalmente, pero fue interrumpido por la enfermera, que ni se inmutó por el
insulto.
-
Oh, pero si eso no ha sido la insulina. Eso
fue un calmante, para que te estés quieto. No puedo arriesgarme a que rompas la
jeringa con la insulina.
-
¡Hija de puta! – exclamó Michael, como
asombrado por esa jugada. Yo ya no pude
aguantar callado.
-
¿Podrías dejar de insultar a esta buena
mujer? - le dije.
-
¿Por
qué? ¿Te molesta?
-
Pues sí, la verdad es que sí.
-
Ya ves lo que me importa. – me ladró.
-
Esperaré fuera – intervino el policía. –
Llámeme si ocurre algo. No la armes, Michael.
-
Vamos chucho, a vigilar como buen perro
hasta que tu amo te suelte la correa – respondió Michael. Yo aluciné porque le
hablara así a un policía.
La
enfermera se fue también, diciendo que el calmante haría efecto enseguida, y
entonces vendrían a ponerle la insulina.
-
¡Ni lo sueñes, zorra! – respondió Michael,
mientras la mujer se iba.
-
¿Es que no tienes otras palabras? –
pregunté.
-
Oh, sí, tengo muchas. Zorra, puta, ramera,
furcia, fulana, perra, “mertetriz”… - enumeró, con petulancia.
-
Se dice meretriz – le corregí, y luego
suspiré. – No es éste el encuentro que había imaginado.
-
Sí, yo tampoco. Definitivamente tu no estás
a la altura. ¿Lo ves? Por eso era mejor que no nos conociéramos.
-
Como veo que sabes perfectamente quién soy,
¿sabes también por qué estoy aquí?
-
Yo que sé. Esos maderos te habrán avisado a
ti porque Teodhore es menor de edad y es mi única familia – respondió, y empecé
a notarle somnoliento. El calmante debía de estar haciendo efecto.
-
Le llamamos Ted – le dije.
-
No me extraña. Con ese nombre (bostezo) de
mierda… - dijo, y se acurrucó en la cama, cerrando los ojos.
-
Se lo puse yo.
-
Eso no cambia que sea un nombre de mierda. –
dijo, y bostezó otra vez. – Me estoy durmiendo…
-
Te hará bien descansar. Cuando te
encontraron estabas muy grave…Ahora se te ve mejor, pero sigues necesitando la
insulina.
-
Tú no lo entiendes. Si me duermo él vendrá.
– susurró, y entonces se durmió.
-
¿Quién vendrá, Michael? - pregunté, pero no obtuve respuesta. -
¿Michael?
Estaba
profundamente dormido. Así, quieto, sin decir tacos, se veía muy dulce. Desde
luego, no había sido un encuentro muy esperanzador. No es que invitara a que
uno se encariñara con él… Le observé dormir durante un rato, y luego salí.
-
Ha dicho no sé qué de que si se duerme vendrá alguien. ¿A
quién se refiere? – les pregunté, a los guardias.
-
Un tipo de la cárcel. Le hizo la vida imposible
en sus primeros días. Por poco lo mata, pero el guardia intervino a tiempo.
Desde entonces, aunque no lo diga, está acojonado.
-
Pero, ¿con qué clase de gente le tienen
encerrado?
-
Con delincuentes, señor Whitemore. Como él.
-
Ese de ahí no es un delincuente. Sólo es un
crío sin modales, ni respeto – respondí yo.
-
En eso estamos de acuerdo – intervino el
inspector Greyson.
-
Se ha dormido. Supongo que vendrán a ponerle
la insulina. ¿Puedo venir a verle más tarde?
-
Por supuesto. Y no se deje llevar por la
primera impresión. No es tan mal chico, de verdad. Sólo está contrariado porque
le hemos internado aquí casi contra su voluntad. Firmó los papeles de ingreso,
sólo porque le amenazamos con que sino Teodhore no iría a verle.
-
¿Le han dicho que Ted iba a venir?
-
Sí. Lleva esperándole desde que entró aquí.
Por eso está tan irritado.
Eso
me sorprendió.
-
¿Dejará que
le vea? – me preguntó el inspector. La última palabra la tenía yo, al
ser su tutor.
-
No lo sé – respondí, sin estar seguro del
todo. Aún no sabía qué opinar respecto a
Michael.
Me
despedí de los policías hasta más tarde, y volví a la habitación de Ted,
pensativo. En realidad me parecía que Michael estaba bastante herido, y por eso
reaccionaba con esa rabia, y esa ira. La vida le había hecho mucho daño, y todo
lo que había dentro de él era puro rencor.
Antes
de entrar en el cuarto de Ted, volví a escuchar gritos, y me pregunté si es que
nadie sabía que aquello era un hospital.
Al entrar vi que quien gritaba era Alice, en el suelo, dando patadas a
Barie, que intentaba que se levantara.
-
Alice, cuando venga papá y sepa que te has
puesto así porque no te he dejado coger esas pastillas te va a poner el culito
como un tomate – le dijo Ted.
-
Como un tomate no. De todos los colores –
intervine yo.
Al
reparar en mi presencia, todos suspiraron, como confiados en que yo detendría
aquél berrinche. Sí bueno. Como qué era tan fácil poder con la enana cuando se
enfadaba…
-
Papá… - susurró Ted.
-
¿Qué ha pasado?
-
Quería coger los antibióticos que había en
la mesa. La dije que no y lo intentó otra vez, y como se los quité pues… se
puso así…
-
Alice, vale ya – ordené, serio. Mi pequeña
se detuvo un momento, me miró, y luego siguió llorando. Me acerqué a ella pero
se alejó, y dio una patada a la cama de Ted. Creo que se hizo daño, porque la
pata era de metal. Dispuesto a poner fin
a eso, la cogí en brazos y la zarandeé un poco. – Esas pastillas son malas. No
las podías coger. No es para que llores así.
-
Ted me pegó en la mano – acusó mi niña. Miré
a Ted que se encogió de hombros como diciendo “¿qué otra cosa podía hacer?”
-
Sí, y papá te va a hacer pampam.
-
¡Nooo!
-
Sí. Si Ted te dice que no hagas algo, le
tienes que hacer caso. Tú ya sabes que no puedes coger lo que no es tuyo, y más
si te advierten de que es malo. Y no puedes gritar ni dar patadas.
Dicho
esto la tumbé en mis rodillas y la levanté la faldita. Todos se giraron, como
para no mirar, y me hicieron sentir horrible, como si fuera a destripar a un
animal o algo igual de desagradable de ver. Por otro lado agradecí la
intimidad. Alcé un poco la mano y la dejé caer sobre las braguitas de la enana.
PLAS
PLAS PLAS PLAS
-
Bwwwwwwwwaaaaaaa. ¡Papi! ….snif….snif… ¡ya no me quieres!
La
levanté y la senté en mi regazo, y
comencé a limpiarle la carita.
-
Claro que te quiero, pitufa.
-
¡Me has hecho pupa! – protestó.
-
¿Sí? ¿A ver? – pregunté yo, haciéndome el
inocente, y levanté un poco la faldita para mirarla. – Mmm. Yo no creo que te
haya hecho pupa. Creo que te he hecho pampam porque tú te has portado mal.
-
¡Bwwaa!
-
Vamos, no llores, princesita. No me gusta
hacerte llorar, pero me gusta menos que desobedezcas y te portes mal. ¿No ves
que esas pastillas sí que podían haberte hecho pupa de verdad?
Alice
me miró como para ver si la engañaba.
-
¿De verdad?
-
Sí. Te hubiera dolido mucho la tripita y te
podías haber puesto muy malita.
Me miró un poco más y luego sorbió por la nariz.
Se bajó de mis piernas y fue hasta Ted para darle un abrazo.
-
Gracias. ¡No quiero que me duela la tripita!
Ted
la hizo un cariño, y la dio un beso.
-
La próxima vez hazme caso, y tampoco te dolerá el culito.
¡Pero que buena se esta poniendo esta historia!!
ResponderBorrar¿cuando hay mas ?
Excelente....me lei los tres capi de un tiron... QUIERO MAS...
ResponderBorrarpor fin apareció michael yyeeee!!!, muero por saber como van a reaccionar los hermanos al momento del encuentro, y que hablara aidan con el ooo.... :)
ResponderBorrarMIchel una joya en el alajero, genial
ResponderBorrarQUIERO MAS TAMBIEN
PERO TAMBIEN QUIERO A MIS DEMINIOS CLONADOS Y A ARTURITO JJJJJ
¡Quiero saber maaaasss,que bueno se esta poniendo el relato!!
ResponderBorrarQue pasará con Michael?,Que hará Aidan?,este hombre es un SOL,me pregunto como manejará a Michel para lograr acoplarlo a sus otros niños,y al mismo tiempo darle a el pobre chico lo que la vida le negó.
Pobre Michael en realidad es un niño que necesita mucha atención y amor (y claro que también que le impongan límites y le hagan sentir que pertenece a alguien y no es tan solito)
Muy buena historia,espero que muy pronto vengan las actualizaciones!!
saludos Marti.
Como siempre te has lucido, me he releído la historia y logre poner todo el capitulo en una sola entrada a si que copiare los mensajes que te habían en las otras dos partes :D
ResponderBorrarsanha dodo15 de noviembre de 2013, 20:50
ResponderBorrarNo sabes lo que me alegre cuando vi que hay tres capitulos de mi historia favorita....QUE BIEN... pensaba en leer con calma...pero ya voy a correr al capitulo siguiente...jajaja gracias..genial como siempre.
dunkitas3 de mayo de 2014, 23:07
ResponderBorrarmuy bonito el capi primera vez k leo esta historia "carry on wayward on " es mi cancion favorita de kansas tambien porque me recuerda a supernatural