CAPÍTULO 15: La cama
La cena había ido mucho mejor de lo que me esperaba. Nuestros
compañeros de mesa, que según me enteré eran algunos de los hombres y mujeres
de mayor rango de la nave, aceptaron mis disculpas por el incidente durante la
comida sin apenas dejarme expresarlas. Al parecer, todos habían escuchado sobre
el guardia que había intentado matarme y consideraban que había tenido un
primer día bastante complicado.
-
Debe de ser difícil estar tan lejos de casa. Eso no es excusa
para semejante lenguaje, pero confío en que no sucederá de nuevo. Espero que no
fuerais muy duro con él, Alteza – me defendió Arkun, quien iba a ser mi
maestro. Se me encendieron las mejillas al entender que daba por sentado que
Koran me había castigado.
-
Todo fue a causa de un malentendido – respondió él, como para
zanjar el tema.
Unos carritos sin conductor, como los que me habían
traído la fruta en la habitación, entraron con la cena y fueron repartiéndose
por las mesas, adivinando, quién sabe cómo, lo que había pedido cada uno.
El plato que Koran había elegido para mí ciertamente
estaba delicioso. Si tuviera que describirlo diría que eran verduras al horno
gratinadas, pero eso no le hace justicia. Era más bien como un baño de queso en
el que de vez en cuando había una verdura flotando.
-
A esto le pones carne en lugar de verdura y pan debajo y ya
tienes una pizza. Muy evolucionados para rescatar dinosaurios, pero no habéis
descubierto uno de los mejores inventos de la humanidad – le susurré. Me daba
vergüenza hablar en voz alta, sentía que en esa mesa faltaba intimidad. Sin
embargo, Koran rio estruendosamente, llamando la atención de algunos de
nuestros acompañantes.
-
Es bueno veros de tan buen humor, Alteza – dijo una anciana.
Solo entonces me di cuenta de que casi todos los que se sentaban a nuestro lado
eran bastante mayores.
-
Eso es porque el muchachito es muy ocurrente – respondió
Koran.
La mujer me sonrió. Ellos no parecían odiarme. Quizá
la edad les daba perspectiva sobre los mestizos o tal vez era que apreciaban a
mi padre.
Aunque la comida estaba muy buena, en verdad no tenía
mucha hambre y además me empezó a entrar un sueño irresistible. Mi cuerpo se
estaba cobrando los días en los que le había desatendido. Quise pedirle a Koran
si podíamos irnos a dormir, pero entonces recordé que, por mi culpa, él tampoco
había comido. Sería mejor que le dejase cenar tranquilo.
-
Tienes que comételo todo, ¿eh? – le escuché decir.
-
Mmhm.
Al
segundo siguiente, di una pequeña cabezada. Me espabilé en cuanto mi cabeza
cayó por su propio peso.
-
Alteza, no creo que el joven príncipe vaya a comer nada más –
dijo Arkun. – Necesita descansar.
-
Sí… Ya veo. Ven, Rocco. Vamos a dormir.
Eso sonaba genial. Me levanté y
contuve las ganas de estirarme, consciente de que eso no sería de muy buena
educación. Koran se abrió paso entre las mesas y yo le seguí, poniendo mucha
atención a cada paso que daba, porque no me fiaba de mi equilibrio en ese
momento.
Llegamos a su habitación y me dio una ropa ajustada de
una sola pieza que por lo visto hacía las veces de pijama. Era como un camisón,
y en otro momento habría protestado porque me parecía ropa de mujer, pero esa
noche podría haber dormido desnudo delante de quinientas personas, que me
hubiera dado igual.
-
Ve al baño – me instruyó, mientras lo abría para mí. – Mañana
te conseguiré un cepillo de dientes y otras cosas. Cuidado con las escaleras –
advirtió, percatándose de mi estado zombi.
De alguna manera me las apañé para cambiarme y para hacer pis
y cuando subí me dirigí directamente al sofá.
-
¿Sabes? Podríais tener un aparato para cambiaros de ropa
automáticamente. Como un brazalete o algo así – sugerí, con un bostezo.
-
¿Qué haces? – preguntó Koran, sorprendido.
-
Tumbarme. No pretenderás que duerma de pie.
-
No, claro que no. Pero no vas a dormir en el sofá.
-
Oh.
Me
agarró de la mano y tiró suavemente para levantarme -no estoy seguro de haber
podido hacerlo por mí mismo-. Me llevó hasta la cama y me metí sin dudarlo ni
un segundo. Era muy cómoda, como apoyarse en una nube de algodón. Koran tiró de
las sábanas y las mantas para sacarlas de debajo de mi cuerpo y me arropó
mientras murmuraba una disculpa.
-
No me había dado cuenta de que estabas tan cansado. Que
duermas bien, pequeño.
-
Mmmfg.
Solté
un largo suspiro, a punto de dormirme, pero entonces noté un gran peso a mi
derecha. Abrí los ojos y vi que Koran se había tumbado conmigo. ¿Pretendía que
durmiéramos juntos? La cama era lo bastante grande para los dos, pero… pero….
-
Todos los años que he vivido y no conocía este sentimiento.
Es como si fueras parte de mí…
Sí,
sí, muy bonito, pero ¿¡íbamos a dormir en la misma cama!? El sueño me venció
antes de poder elaborar una objeción.
Desperté
a oscuras, pero con la sensación de haber dormido mucho. Mi rostro estaba
directamente frente a la ventana, pero solo veía una inmensa negrura. Claro, el
espacio.
El
espacio. Porque estaba en una nave.
Estaba
en una nave espacial, cerca de un planeta llamado Okran, del que mi padre era
el príncipe heredero.
Sabía
que no había sido un sueño. En primer lugar, porque no creía tener tanta
imaginación ni poder recordar un sueño con tanto detalle una vez despierto. Y,
en segundo lugar, porque la horrible sensación de vacío que tenía en el pecho
era un recordatorio imborrable de que mi madre había muerto y eso, aunque lo
hubiera deseado, no era ninguna pesadilla, sino que era verdad.
No
había nadie a mi lado en la cama. Koran debía de haberse levantado o tal vez
estaba en el baño. No tenía forma de ver la hora. Ni siquiera sabía cómo se
medía el tiempo allí.
De
pronto, la idea de estar solo resultó abrumadora. ¿Y si Koran no volvía? ¿Y si le
perdía a él también, aún antes de tener tiempo de conocerle?
-
¿Rocco? – escuché su voz y eso me tranquilizó un poco. –
Sistema: luces.
La
habitación se iluminó y al segundo siguiente Koran estaba a mi lado.
-
¿Qué pasó? ¿Estabas soñando? – preguntó. – Te noté… asustado.
No
le respondí y me concentré en observarle. Entonces me invadió una sensación de
paz y comprendí que estaba utilizando sus poderes para calmarme, como ya había
hecho en una ocasión el día anterior.
-
¡No! – protesté. – No me manipules.
-
No te estaba manipulando – se justificó. – Solo quería
ayudarte. Con todo lo que te pasó ayer, es normal que estés un poco alterado…
-
¿Ayer también lo hiciste? – se me ocurrió, repentinamente
despejado. – Después de que ese hombre me atacara. ¿Usaste tus poderes para
controlar lo que sentía?
-
No es controlar. Jamás lo usaría para aprovecharme.
Intentaron matarte, hijo. Si no hubiera influido un poquito habrías entrado en
pánico – me explicó.
-
¡Tendría que haber entrado en pánico! ¡Era mi derecho entrar
en pánico! – bufé y le empujé para apartarle de mí.
-
No vuelvas a empujarme – me advirtió, con mucha seriedad.
Pensaba levantarme, pero ante su tono me quedé quietecito en la cama. – No
usaré mis poderes de nuevo sin que lo sepas, pero solo pretendía evitarte el
malestar. No te puedes enfadar por eso.
-
Sí puedo – refunfuñé. Sin embargo, casi toda la molestia se
me había ido ya, al comprender que su intención de protegerme del miedo era en
realidad algo tierno. Algo que todo padre querría poder hacer con su hijo. -
¿Por qué te levantaste? ¿Qué hora es?
-
Dormiste once horas – me aclaró. – Pensé que era mejor no
despertarte, estabas agotado.
-
¿Y te quedaste aquí a oscuras?
-
Te observaba dormir – confesó, con cierta vergüenza. - ¿No
deberías quitarte los hierros esos por la noche? – preguntó, señalando mi
rostro.
Instintivamente, me toqué los piercings y las dilataciones.
-
Lo de la boca sí me lo suelo quitar, porque muchas veces
duermo bocabajo y se me engancha. Pero no hace falta. Luego es un lío
ponérselo.
-
¿No te duele?
-
Ahora no. Cuando me los hice, un poco.
Asintió,
como si esa fuera toda la información que necesitaba saber. Después su rostro
adquirió un matiz sombrío.
-
El juicio es en dos horas – me dijo. – Yo tengo que asistir.
Tú…
-
Yo también voy – declaré.
Pensé
que iba a discutírmelo, pero se limitó a mirarme sin responder nada durante
cerca de un minuto.
-
Entonces será mejor que te levantes y desayunes. La hora del
desayuno ya pasó, pero pediré una bandeja con té y galletas, ¿te parece bien?
-
¿No tenéis leche? – pregunté. - ¿Con chocolate? O cereales…
Koran
sonrió.
-
Es verdad, a los niños os gusta eso.
Definitivamente,
me iba a tener que esforzar para que dejara de verme como un bebé de tamaño
extragrande. Pero eso sería después del desayuno. A la leche con cereales no
pensaba renunciar.
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