Luis POV
Me desperté con el radiante sol que se filtraba por
las delgadas cortinas y miré la hora en mi iPhone: 9am. ¿Cómo me podía sentir
cansado después de haber dormido 10 horas? Antes solamente dormía como 7 y me
sentía perfecto. Me dije que era el calor, pero sabía que era una mala
justificación, pues el aire acondicionado que por fin había logrado convencer a
mis padres de comprar silbaba suavemente en el cuarto.
Aunque al principio había extrañado a mis amigos, el
club y la escuela, ya me estaba acostumbrando a estas vacaciones forzosas, sin
tanta presión social, deportiva y académica. Volví a recostarme, pero me fue
imposible volver a dormirme, así que me levanté bostezando y agarré una toalla
que estaba colgada en la ventana, para meterme a bañar.
Antes de salir del cuarto me acerqué a Jonathan, que
todavía estaba dormido, medio roncando con la boca abierta, y lo sacudí:
—Ya levántate, perezoso
Pero él solamente se revolvió en la cama, quejándose
ilegiblemente. Así que yo decidí abrirle las pestañas para que la luz lo
despertara.
En cuanto lo hice me empujó algo fuertemente,
quejándose ahora si audiblemente, y despertándose por completo.
—¡Pendejo! Déjame dormir.
Yo me alejé riéndome, y ya fuera del cuarto me sobé el
brazo. La convivencia con Jonathan me había ayudado a no echar tanto de menos a
Daniel, además de que Jonathan aguantaba más mis pesadeces que Daniel.
Cuando llegué al único baño de la casa, me dí cuenta de
que estaba ocupado, pues Noemí se estaba bañando, así que me regresé al cuarto,
pero en eso Betty me vio desde la cocina.
—Luis, hijo, ya vente a desayunar, y también avísale a
Jonathan.
Yo asentí y entré al cuarto a avisarle.
Mis papás estaban tan involucrados en sus reuniones
que prácticamente me habían abandonado, y era Betty la que nos cuidaba a
Jonathan y a mí. Pero la verdad es que poco podía hacer para controlar a dos
adolescentes, así que, mientras no nos cachara en nada grave, podíamos hacer
básicamente lo que quisiéramos. Supuestamente mis padres le habían dado permiso
a Betty de corregirme, pero si ella casi ni corregía a Jonathan, mucho menos a
mí. El único castigo fuerte que había visto que le diera a Jonathan fue el día
que llegamos por pelearnos en el cuarto, y de ahí en adelante lo más que había
hecho con nosotros dos era darnos uno o dos azotes con alguna pala de la cocina
en el short o en el brazo para llamarnos la atención si no le hacíamos caso, o
como advertencia.
Jonathan y yo nos sentamos en la pequeña mesa y Betty
nos sirvió un sencillo pero rico desayuno consistente en huevos a la mexicana y
tortillas hechas a mano. Noemí salió del baño ya vestida y con el cabello todavía
mojado y se nos unió en la mesa.
—¿A dónde van a ir hoy? —preguntó Noemí, pero Jonathan
le dio una patada leve por debajo de la mesa, y ella se quejó y ya no dijo
nada. A veces nos acompañaba en nuestras excursiones a cambio de que no nos
delatara.
—Hijo, tienes que estudiar para tu examen, ya es la
próxima semana.
—Pero mamá, odio las matemáticas.
—Yo le puedo
ayudar para que termine de estudiar más rápido— le dije, aunque en realidad no
era tan bueno como Daniel. Pero no tenía ganas de quedarme encerrado aquí todo
el día, y todavía no me atrevía a salir mucho sin Jonathan en esta área del
puerto, por miedo a que me secuestraran.
—¿De verdad, mijo? Muchas gracias.
Terminamos de desayunar y Jonathan sacó sus libros de Matemáticas,
que eran libros de texto básicos, hechos para el programa de escolarización de
adultos analfabetas del gobierno. Al vernos sentados estudiando, Noemí también se
sentó al lado con sus propios libros, que eran copias de los libros de texto
que se usan en la secundaria pública.
La página que abrió Jonathan era del tema de
ecuaciones simples, y se leía 5x-5=10
—¿Y qué se supone que tengo que hacer con las letras,
si de por sí me cuestan trabajo las operaciones con números?
—Tienes que despejar la x
—¿Cómo despejarla?
—Dejarla sola. Hasta que sea igual al número que
cumple la ecuación. Por ejemplo— le dije escribiendo 2x=10— aquí x vale 5,
porque es el número que cumple, pues 2 por 5 es 10.
—¿y como adivino el número?
—No lo adivinas, lo resuelves. —Traté de recordar cómo
se resolvía—tienes que sumar o restar los números sueltos, y luego multiplicar
o dividir, hasta que te quede solo. La regla es que lo que haces de un lado lo
haces del otro también. —dije escribiendo 5x-5+5=10+5
Y luego 5x=15
Y luego 5x/5=15/5
Hasta que quedó x=3
—Sí—exclamé yo viendo que sí lo había sacado bien,
pero Jonathan me miraba confundido.
—No entendí.
Y fue en ese momento que me di cuenta de que no íbamos
a avanzar mucho, así que decidí cambiar de estrategia.
—¿Está cargado el celular que te regalé?
—Sí, ¿por qué?, está en el cuarto.
—Tu hazme caso y tráelo.
Jonathan regresó rápido con un iphone viejo que yo le
había regalado porque ya no lo usaba, mientras yo configuraba el internet
compartido desde el mío. Cuando regresó yo tomé el celular y después de abrir
el navegador puse wolframalpha.com
—Con esto te garantizo que sacas un 10, solo debes
tener cuidado con plantear bien las ecuaciones. —Y le enseñé a meter las
ecuaciones, para que la página le diera la solución.
Después de algunos intentos fallidos, finalmente logró
meter las ecuaciones bien, y “resolvió” todos los ejercicios del capítulo en menos
de media hora.
—¡Eres un genio, Luis! —me dijo y yo no pude evitar reír
de lo irónico. Más que genialidad, era un truco que había aprendido a usar por
mi flojera. Pero antes de que pudiera ganarme, corrí a la regadera, mientras el
guardaba sus libros.
Daniel POV
Me encontraba a cargo del grupo de los niños mayores,
pero como era entre semana, mi grupito estaba reducido a unos ocho niños
solamente.
Afortunadamente, desde que reanimé mi idea de vencer
al pastor había estudiado de manera regular y rigurosa la Biblia, además de los
estudios del Pastor, pues estaba convencido de que la única manera de vencerlo
sería conociendo a fondo su doctrina. Por lo pronto me servía para dar la clase.
Comencé la reunión contándoles la historia de los doce
espías que mandó Moisés a reconocer la tierra prometida, y de como quedaron
fascinados con lo buena y próspera que era la tierra, pero cuando regresaron
con Moisés, desanimaron al pueblo de Israel, diciéndoles que nunca podrían
conquistar esa tierra, porque sus pobladores eran más poderosos militarmente, y
dando a entender que la promesa divina era una mentira inalcanzable.
—Dios hizo una de sus promesas más terribles en ese
momento, condenando a todos los adultos de Israel a morir en el desierto sin
pisar la tierra prometida. Siempre debemos creer que nos va a ayudar,
especialmente si son promesas divinas. —había logrado recuperar la atención incluso
del grupito rebeldón, que se había estado distrayendo ahora que habían agarrado
algo de confianza conmigo al saber que no era tan estricto. —Debemos siempre de
ser valientes y luchar por lo que creemos, como lo hicieron Josué y Caleb, los
únicos dos que se libraron de esa maldición.
Después de terminar la historia, saqué un turista
mundial que había comprado con el dinero de la iglesia, pues ya tenía acceso a algunos
de los fondos porque el pastor insistía en que aprendiera a administrar las
finanzas de la iglesia. Lo puse en la
mesa y les pedí que me ayudarán a crear un nuevo tablero en una cartulina con lugares
bíblicos, y, a sugerencia de Benito, cambiamos la meta por el cielo y la cárcel
por el infierno.
Fue un poco complicado jugar al principio, pues Benito
insistía que cuando alguien caía en el infierno ya no podía salir y perdía, a
lo que Pablo reclamó diciendo que en ese caso sucedía lo mismo con el cielo (la
meta) y entonces solo podían dar una vuelta al tablero (a diferencia del
tradicional juego de turista mundial o Monopoly). Al final decidimos que si
alguien caía exactamente en el cielo ganaba automáticamente, y si alguien caía
en el infierno perdía automáticamente, pero se podían brincar cuantas veces
fuera necesario. Además, a algunos se les dificultaba contar su dinero, pero
los organice en equipos de manera que todos se divirtieran.
Cuando íbamos por la tercera ronda, Héctor, que era
el niño que había bromeado hace algunos días sobre el nombre de Benito, cayó en
el Infierno, y Benito lo celebró
—Eso es justo lo que te mereces— le dijo. Pero yo
intervine antes de que empeorara la situación
—Tranquilos. Benito, ya había regañado a Héctor por
haber dicho eso y no lo va a volver a hacer, pero eso no es razón para que se
vaya al infierno. De hecho, nadie de ustedes merece el infierno, así que no
quiero volver a oír eso.
—OK, pastor Daniel, perdón.
Seguimos jugando, pero unos minutos después Pablo cayó
en el Cielo.
—¿Y yo me merezco el cielo, verdad? —le recriminó a
Benito, quien se había llevado una paliza por su culpa recientemente.
—Claro que no, siempre te distraes de las clases y nos
molestas a los que sí queremos ser cristianos.
—Por lo menos no somos unos cobardes como tú. Parece
que no aprendiste nada de la clase hoy. Dios odia a los cobardes.—salió Héctor a
defender a su amigo. Me di cuenta de que, a pesar de haber estado distraído, se
había quedado con la idea principal de la enseñanza, pero debía intervenir
antes de que la pelea empeorara.
—Yo no soy ningún cobarde.
—Claro que eres un marica. —Soltó Héctor, callándose
inmediatamente, y volteándome a ver preocupado. Pero el daño estaba hecho,
todos lo habíamos escuchado y no me podía quedar sin hacer nada.
—Basta—dije algo severamente. Todos ustedes se merecen
ir al cielo, ninguno de ustedes ha hecho nada como para merecer el infierno,
pero lo que sí se merecen es la corrección. Benito, es la última vez que te lo pido
por las buenas, no quiero que le vuelvas a decir a nadie de este salón que no
es elegido, que se merece el infierno o cosas similares. Eso solamente le toca
a Dios decidirlo, y a nosotros los pastores interpretarlo. ¿Entendido?
Benito asintió preocupado, consciente de que se había
librado por los pelos.
—Y ustedes dos, vamos al otro cuarto. —les dije a
Pablo y a Héctor, tomándolos del brazo.
Solo hasta que entré y cerré la puerta, me dí cuenta
de la expresión de preocupación que mostraban los dos. Así que me senté en el
banco que había y los puse frente a mi.
—A ver, niños, por más que yo sea buena onda con
ustedes, tienen que portarse bien y respetar las reglas mínimas, como no decir
groserías. Esto ya lo habíamos hablado. —Los dos asintieron con miedo. —Pero
quiero que sepan que, aunque a veces tenga que castigarlos para obedecer al
pastor Enrique, trataré de no lastimarlos. Pablo, perdóname si te pegué muy
fuerte el otro día, pero no tenía opción porque el pastor estaba observando.
—El niño solo me miró confundido. Así que decidí que mis acciones hablarían más
que mis palabras.
Jalé a Pablo para que quedara inclinado sobre mis
rodillas. Levanté mi mano y dejé caer dos nalgadas fuertes sobre sus shorts.
—Ouch—se quejó, llevándose las manos atrás para sobarse.
Pero yo lo levanté y lo puse frente a mi.
—No provoques a Benito, ¿OK?
—Ok—me dijo con algo de enfado. Y unos momentos
después —¿eso fue todo?
—¿Qué, no te pareció suficiente? ¿Quieres un castigo
más fuerte? —le dije jalándole cariñosamente un mechón de su cabello.
—Ay, déjame—se quejó riéndose—no, ya fue suficiente. Yo
lo solté y después de darle una nalgada leve le indiqué que podía salir del
cuarto.
Héctor me miraba con cautela, así que yo lo jalé del
brazo para ponerlo frente a mí.
—Héctor, a ti te tengo que castigar más fuerte porque
ya habíamos hablado de que no podían andar diciendo esas cosas. ¿Verdad?
El solo asintió y noté que sus ojos se humedecían. Yo
tomé el cinturón que sujetaba su short y lo desabroché, a lo que el niño
inmediatamente protestó, llevándose las manos a la cintura de sus shorts para
sujetarlo.
—No. Así no Daniel, por favor.
—Héctor, te prometo que no va a ser tan duro, pero
tiene que ser así, pues son las indicaciones del pastor Enrique. Si no le hago
caso, el me va a pegar a mi también, y el si pega muy fuerte.
—¿De verdad? —Me miró incrédulo, todavía sin soltar su
short, pero noté como su cuerpo se destensaba un poco.
—En serio.
—Pero no quiero.
—Ni yo tampoco, pero lo debiste haber pensado antes de
haberle dicho a Benito eso. ¿O quieres mejor que les diga a tus papás cuando
acabe la reunión?
—No. —dijo rápidamente y el mismo se bajó el short. Yo
bajé de un tirón sus calzoncillos, y antes de que pudiera protestar más, lo
incliné sobre mis rodillas.
Después de tomar la vara que había cambiado alguno de
los miembros de la iglesia esa mañana, la dejé caer rápidamente dos veces sobre
sus nalgas. El se quejó y se revolvió un poco, pero yo lo solté y lo ayudé a
ponerse de pie.
—¿Qué pasó? —Me preguntó sorprendido y un poco
asustado.
Mientras le subía su ropa interior noté que se
formaban dos marcas rosadas, apenas visibles, donde la vara había impactado con
fuerza, y que seguramente no tardarían más de un par de horas en desaparecer.
—¿Eso fue todo? —Me preguntó incrédulo
—Sí. Te prometí que no iba a ser duro, ¿no?
Se abalanzó a abrazarme haciendo peligrar por un
momento mi equilibrio.
—Gracias, Daniel. Eres el mejor pastor.
Yo le mantuve el abrazo un momento.
—Y ustedes las mejores almas para cuidar. Me da mucho
gusto que hayas aprendido la lección de hoy de lo importante que es ser
valiente, ojalá que aprendas también la clase que ya tuvimos de no decir malas
palabras. —le dije dándole una nalgada y me solté de su abrazo.
—Ouch. Ya me habías pegado. —se quejó poniendo un
puchero.
—¿En serio? Si hasta tú te sorprendiste con lo blando
que fui.
Se echó a reír mientras se subía el short y se
abrochaba el cinturón.
—No vayas a salir riendo de aquí, chamaco, no vayan a
pensar que no te castigué.
Se rió un poco más, pero luego se puso serio, no
queriendo tentar más su suerte. Y así salimos del cuarto para regresar con los
demás, que habían seguido jugando tranquilamente, esperando que regresara de
castigar a sus compañeros. Todos miraban con curiosidad y algunos con
preocupación a Héctor, mientras que evitaban cruzar la mirada conmigo, pero al
ver que Héctor se sentaba sin problema en el suelo y comenzaba a bromear con
sus amigos como si nada hubiera pasado, todos se relajaron.
Luis POV
Estaba caminando por una de las playas de tortugas al
lado de Jonathan, mientras un grupito de turistas americanos nos seguía a unos metros,
tomando cerveza y haciendo chistes bobos.
Jonathan les había explicado (y yo lo traduje) que la
época de liberación de tortugas ya había pasado, pero ellos habían insistido en
que para eso nos habían pagado, y a fuerzas querían ver a las tortugas.
Cuando llegamos al área de anidación, la cuál estaba
desierta, Jonathan les explicó que en temporada de reproducción las tortugas
hembra ponen entre 50 y 100 huevos. En ese momento sólo había dos tortugas
adultas en la playa, que nos miraban tan inmóviles como si fueran estatuas. Los
gringos les tomaron fotos y nos dijeron que querían regresar al puerto a comer,
que les recomendaramos un buen restaurante.
Ya de regreso, yo iba tratando de convencer a Jonathan
de que nos compráraramos unas tablas de Surf con el dinero que habíamos juntado
de nuestros paseos turísticos, cuando escuché que los turistas que nos seguían
estaban haciendo chistes racistas y quejándose de México. Yo entendía su
frustración, pero les habíamos explicado que no era época para visitar la playa
de tortugas y por eso les habíamos sugerido la reserva de aves o la de
cocodrilos. Al principio me dio mucho coraje, pero se me ocurrió una idea.
—¿Tú sabes cuál es el restaurante más picoso del
puerto?
—¿Qué? —me preguntó sorprendido por el repentino cambio
de tema.
—Sí, el restaurante más picoso, para recomendárselos.
—Pero ¿por qué? Si a los extranjeros no les gusta el
chile.
—Precisamente, porque están haciendo chistes y
quejándose de nosotros y de México.
Una sonrisa iluminó la cara de Jonathan.
—“El infierno”, es un restaurante-bar con vista al mar
en el centro del puerto.
Cuando por fin llegamos, los americanos se emocionaron
al oír la música tropical que salía de las ventanas de “El infierno”, mientras
unas atractivas meseras semidesnudas les ofrecían distintas bebidas alcohólicas
en una charola de madera.
Antes de entrar se despidieron de nosotros con una raquítica
propina mientras nosotros les recomendábamos pedir camarones a la diabla y
margaritas de jalapeño.
Finalmente nos alejamos de ahí riendo a carcajadas y
decidimos comer algo en un restaurante de comida rápida que había por ahí.
Estábamos esperando nuestro turno para ordenar en la
barra, mientras un grupo de niñas como de mi edad estaban echando relajo
mientras decidían que iban a pedir. Se veían espectaculares con sus minifaldas
y sus blusas algo ajustadas, y no podía dejar de verlas mientras Jonathan se aguantaba
la risa.
En un punto las niñas se enojaron porque el empleado
no les quiso vender unas cervezas, pues era más que obvio que eran menores de
edad, y fue ahí que surgió mi oportunidad. Cuando fue nuestro turno, lo primero
que pedí fueron tres cervezas, a lo que obviamente el empleado objetó que no
tenía la edad para tomar. Pero yo ya estaba preparado, y saqué de mi cartera
una credencial para votar que acreditaba mi mayoría de edad. El empleado miró
confundido la credencial, y hasta sacó la suya para comparar, pero era idéntica,
pues un amigo de nuestra escuela nos había regalado a Daniel y a mí réplicas
exactas de credenciales para votar porque su papá tenía el contrato con el
gobierno para hacer las originales.
Así que, aún confundido, me dio las cervezas. Yo se las pasé inmediatamente a las niñas que
estaban al lado esperando su comida, y ellas se sorprendieron mucho pero
finalmente me agradecieron y las aceptaron. Jonathan terminó de ordenar y pagar
nuestro pedido, pues yo seguía hipnotizado.
Jonathan y yo estábamos comiendo nuestras hamburguesas
de pescado mientras decidíamos que tabla de surf íbamos a comprar, mientras yo volteaba
a ver la mesa de las niñas cada dos minutos. En un momento me di cuenta que una
de ellas se dirigía al baño, así que vi mi oportunidad y un minuto después me
levanté y me dirigí hacia allá. Obviamente los baños estaban separados, pero
los lavabos estaban compartidos. Así que me quedé un largo rato simulando que
me lavaba las manos hasta que salió, y cuando se puso al lado de mí para
enjuagarse la miré y traté de actuar sorprendido, sonriéndole tímidamente.
—Hola —me dijo devolviéndome la sonrisa
—Hola
—Muchas gracias por las cervezas—me dijo por fin,
secándose las manos
—De nada, cuando quieras.
Ella sonrió otra vez pero luego se puso seria.
—Ya, en serio, ¿cómo le hiciste? Porque a mí no me vas
a decir que tienes 18.
—Claro que no —me reí y saqué la credencial falsa.
—Wow. ¿Dónde la compraste? Me urge una así. —dijo admirándola
como si de un milagro se tratara
—Un amigo las hace, si quieres le puedo pedir una para
ti, solo necesito tus datos.
—Claro que sí—dijo emocionada, mientras me la
devolvía. —¿Tienes dónde apuntar?
Yo saqué mi Iphone
—Si quieres pásame tu número, y nos ponemos de acuerdo
por Whats.
Una duda apareció en su rostro, pero se difuminó
inmediatamente.
—Claro que sí—me dijo tomando el celular y escribiendo
su número.—Majo
—Luis—le dije yo, extendiendo mi mano, pero en vez de
eso ella me plantó un beso en la mejilla y se alejó riéndose por las escaleras
hacia el restaurante.
Yo me quedé unos segundos embelezado y me disponía a
subir las escaleras cuando noté que un niño me miraba boquiabierto desde las
escaleras. Finalmente se dirigió al baño de los hombres, mientras mi mente
trataba de recordar quién era. Cuando finalmente recordé, sentí como la
adrenalina se me subía y el miedo me paralizaba, era un niño de los elegidos, ¿Cuánto
habría visto? ¿Me iría a delatar? Pensé en noquearlo para que olvidara todo, pero
nada garantizaba que fuera a funcionar, entonces se me ocurrió una idea.
Entré al baño y esperé en frente del compartimento en
el que estaba.
Cuando salió se asustó tantito, pero luego se dirigió
a lavarse las manos.
—¿Sabes quién soy? —le dije con la voz más calmada que
pude.
—Sí, Luis, el hermano del pastor Daniel.
—Muy bien. Así que sí sabes quién soy. Tengo entendido
que mi hermano tiene autoridad para disciplinarlos, ¿verdad?
—El niño asintió, con una mirada cada vez más
angustiada.
—Pues quiero que sepas que sí dices una sola palabra
de lo que viste ahorita, con una sola palabra acerca de mí, a quién sea, voy a
pedirle a Daniel que te dé la paliza más fuerte que te hayan dado en tu vida. ¿Te
quedó claro?
—Si pas… , hermano Luis—me dijo comenzando a llorar.
—Muy bien—le dije sacudiéndole el cabello, a lo que
reaccionó alejándose de mí aterrorizado
Yo, satisfecho con que el niño no me delataría, subí
las escaleras y me senté a terminar de comer mi helado que se estaba
derritiendo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario