Capítulo 127: PAPÁ ES BLANDO HASTA
QUE DEJA DE SERLO
Michael estaba tumbado en mi cama, una costumbre que
había cogido como intento de chincharme, pero a mí eso me daba igual, siempre
que se quitase los zapatos primero.
-
Cobraste, ¿no? – me preguntó, conciso y directo.
Casi instintivamente, miré bien para asegurarme de que
Cole no estaba en la habitación. Me hubiera dado aún más vergüenza responder a
eso delante de él.
-
¿Sabes lo que pasó?
-
No mucho – admitió. – Pero sé que cobraste – añadió, con una mueca
burlona.
Caminé hasta él, saqué mi almohada de
debajo de su cabeza y le pegué con ella.
-
¡Aichs! ¡Qué poco sentido del humor! – se quejó, entre risas.
- ¿Pero cobraste o no?
Me senté encima de su estómago con
cuidado de no hacerle verdadero daño y él hizo fuerza para sacarme sin dejar de
reírse. Así, empezamos a pelear jugando, hasta que me golpeé la cabeza con uno
de los cuatro postes de la litera.
-
¡Ted! – gritó Michael, y se incorporó enseguida. - ¿Estás
bien?
-
Sí, sí, no ha sido nada.
-
¿Seguro? Déjame ver.
-
Con papá para sobreprotegerme ya tengo bastante – protesté,
pero no sirvió de nada. Michael examinó mi cabeza y solo cuando vio que no
tenía ni siquiera una señal pareció tranquilizarse. - ¿Cuándo vais a dejar de
tratarme como si fuera de cristal? Os falta poco para obligarme a llevar casco.
-
Pues no es mala idea – replicó. – Si se lo sugiero a papá
seguro que se lo piensa.
-
Ni se te ocurra.
-
Sí, creo que se lo diré… - murmuró, en una pose sobreactuada,
como si lo estuviese considerando en serio. Le di otro golpe con la almohada y
soltó una carcajada que resultó ligeramente contagiosa. – Al menos te hice
sonreír. Cuando papá te regaña te vuelves un alma en pena durante horas –
exageró.
-
Eso no es verdad – repliqué, pero me ignoró.
-
Con Alejandro de morros ya tengo bastante.
-
¿Qué le pasa?
-
Yo que sé, tendrá la regla.
Rodé los ojos ante ese comentario, pero antes de poder
responder escuchamos que Harry y Jandro discutían en el cuarto de en frente.
-
¿Lo ves? Está de mala hos…. leche, de mala leche – rectificó.
– Joder, Ted, me has mirado igual que papá. ¿Me harás meter cinco euros en el
tarro también?
-
Deja de burlarte de mí.
-
Es demasiado divertido.
La discusión de Harry y Alejandro
subió de tono y decidimos salir para evitar que se mataran, pero papá se nos
adelantó. Fue entonces cuando a Jandro se le cruzaron los cables y amenazó con
llamar a protección del menor, rompiendo el corazón de papá en mil pedazos.
No podía creer que le hubiese dicho semejante burrada.
Mi padre tenía tal expresión de dolor que casi esperaba que rompiera a llorar
en cualquier momento.
-
¿Pero qué rayos pasa contigo? – le increpé a mi hermano.
-
Lo siento… yo… - respondió Alejandro. Ya no parecía enfadado,
sino sorprendido por sus propias palabras.
-
¡Eres imbécil! – le espeté.
-
Sin insultar… No peleéis… - pidió papá.
Alejandro se abrazó a él y gimoteó mientras se
disculpaba. Papá al principio estaba como ausente, pero poco a poco se fue
centrando y sus ojos parecieron enfocarse. Al no ver una reacción real en mi
padre, Jandro había empezado a llorar.
-
Perdóname, papá… lo siento…
Estaba muy enfadado con mi hermano, pero aún así me
conmoví al verle arrepentido. Papá nos había enseñado, casi sin pretenderlo, a
disculparnos cuando hacíamos daño a otra persona. Nos lo había enseñado con el
ejemplo. Por eso no nos costaba mucho pedir perdón: porque él también lo pedía
cuando lo creía necesario. Nos salía de forma natural cuando éramos pequeños,
por imitación. Y nunca nos hacía sentirnos avergonzados, sino que aceptaba
nuestra disculpa con elegancia y sin hacer un mundo de ello. No me había dado
cuenta de lo especial que era esto hasta hacía un par de años, cuando observé
que no todo el mundo se disculpaba con la misma facilidad. Había presenciado
peleas absurdas entre compañeros de clase, de amigos que se peleaban y no se
reconciliaban en un buen tiempo, porque se negaban a pedir perdón, llevados por
el orgullo o la vergüenza.
También nos había enseñado a aceptar las disculpas,
aunque no con el mismo éxito. Algunos de mis hermanos tendían a ser más
rencorosos. Papá en realidad también lo era. Era muy rencoroso con Andrew, con
un jefe que tuvo que le trató muy mal, con los periodistas que le hacían
entrevistas trampas y titulares llenos de clickbait…. Básicamente con todo el
mundo, menos con nosotros. Creo que Aidan podía perdonarnos literalmente
cualquier cosa. Y por eso supe que ya había disculpado a Jandro, si es que
había llegado a enfadarse con él. Más bien parecía sentirse culpable, como si
una parte de él pensase que mi hermano tenía razones para hacer aquella
amenaza.
A veces, papá era idiota. Lástima que no se lo pudiera
llamar.
-
AIDAN’S POV -
Alejandro empezó a llorar en mis brazos y fue eso lo
que me hizo despertar del shock. Acaricié su pelo y traté de calmarle.
-
Perdóname, papá… lo siento…
-
Sh… Shhh… tranquilo…
Limpié sus lágrimas, pero resultó un esfuerzo inútil,
porque nuevas gotitas sustituían enseguida a las anteriores.
-
Chicos, en la cocina tenéis la merienda – informé a los
demás. – Bajad, que ahora voy yo.
Era una manera poco sutil de quedarme a solas con
Jandro. El resto de mis hijos se fue y yo me senté con él en la cama de Harry.
-
No llores, canijo. Calma, shhh. Está todo bien.
-
No está bien… snif… lo siento.
-
Ya te has disculpado, campeón, ya está. Necesito que te
calmes para hablar contigo, ¿bueno?
Alejandro se frotó los ojos y asintió.
-
No lo dije en serio – insistió.
-
Me alegra oírlo, cariño, porque… si llamaras a Servicios
Sociales, incluso aunque su evaluación posterior fuera positiva, podría
complicar mucho el tema de la adopción – le informé. Necesitaba que entendiera
que no era algo con lo que uno podía bromear. Aunque no me culparan de nada,
una llamada de ese tipo quedaría fatal en el archivo. Alejandro se encogió y,
antes de que empezara a llorar de nuevo, acaricié su mejilla. – Sin embargo, si
alguna vez tuvieras miedo de mí, si algún día consideras que te hago daño a ti
o a tus hermanos, quiero que…
-
Tú nunca nos harías daño – me interrumpió. Me tranquilizó que
lo dijera con tanta seguridad. – Y nunca te tendría miedo.
-
En una ocasión te escapaste al bosque, cuando creías que
estaba demasiado enfadado – le recordé. Había un agujero en mi estómago que se
iba haciendo más y más grande. ¿Le había dado motivos a mi hijo para temerme,
para sentir que debía pedir ayuda?
-
Porque sabía que la había cagado, pero no tenía miedo.
Sonreí, aliviado por aquellas palabras.
-
Sé que a veces soy duro contigo, Jandro, pero yo te quiero
mucho. No siempre he sabido entenderte ni ser todo lo paciente que necesitabas
que fuera, pero daría mi vida por ti, espero que lo sepas.
Se ruborizó y se removió, hasta quedar pegado a mí y
apoyarse en mi hombro.
-
Pero si cada día eres más blando – me dijo.
-
¿Ah, sí? – pregunté, y le hice cosquillas en el costado.
-
Aichs – soltó una risa floja y se protegió con los brazos. -
Sip. Ya nunca te he visto ser tan malo como el día que fui a la fiesta de John.
-
Porque no has vuelto a tomar marihuana – repliqué. - Aquella
no fue de tus mejores ideas, ¿eh?
-
No – admitió, con una mueca. – Y lo que te he dicho ahora
tampoco.
Le alcé la barbilla y le miré a los ojos. Alejandro
estaba sinceramente arrepentido y no lo iba a dejar pasar tan fácilmente. Yo
tampoco debía hacerlo, porque debía enseñarle a medir sus palabras incluso en
momentos de enfado.
-
Dijiste unas cuantas palabrotas, ¿mm? Y hablaste sin
controlar lo que decías. Está todo perdonado, campeón, pero no puede volver a
pasar. Y me voy a asegurar de eso.
Arrugó los labios, pero no puso objeciones, lo que me
demostró que estaba esperando alguna clase de castigo. Se separó lentamente y
se levantó, para quedar de pie frente a mí. Muchachito valiente.
-
Te escuché algo de una nota y que por eso estabas enfadado… -
recordé. No me había enterado muy bien de aquello.
Alejandro se tensó.
-
Yo no hice nada. Había unos chicos tirando pelotas de papel
en clase, pero yo no fui. El profesor se empeñó en incluirme. No me escuchó y
me dijo que si seguía protestando me pondría un parte.
-
No parece muy justo – respondí, frunciendo el ceño. Ser
profesor era muy complicado, me lo imaginaba como una lucha constante por no
perder la atención de los alumnos, pero algunos pretendían hacerse con el
control de una clase a base de cierto grado de tiranía y arbitrariedad. Había
tenido suficientes reuniones con profesores de mis hijos como para saber que no
todos tenían vocación por la enseñanza o que, quizá, la habían perdido por el
camino. Otros, en cambio, eran buenos en lo que hacían o al menos lo
intentaban. Desde mi perspectiva de hombre adulto que había dejado la escuela
tiempo atrás, entendía que los profesores solo eran personas tratando de hacer
su trabajo y que tenían demasiadas cosas que tener en cuenta. Pero aún
recordaba cómo era ser alumno y sentir que habían sido injustos contigo. La
rabia, la traición… porque en el fondo, incluso aquellos estudiantes menos
aplicados, tienen una absurda esperanza de que los adultos deben de ser
perfectos, y se lo exigen, y se rebelan cuando ven que no es así. La inocencia
de la juventud, el anhelo por un mundo perfecto y la decepción cuando descubres
que no existe tal cosa. Eso era la adolescencia. Por alguna razón, al pensar en
esto, me vino a la memoria la imagen de Leah.
-
¡No lo es! Y tuve que coger la estúpida nota…
-
¿Y pensaste que yo me enfadaría? ¿Que no iba a creerte? –
pregunté.
-
¿Por qué lo harías? Suena a algo que podría hacer. Y es la
palabra de un profesor contra la mía.
Suspiré. Me levanté yo también y le di un abrazo.
Alejandro tenía, digámoslo así, cierto don para meterse en líos, pero no quería
que pensase que eso era todo lo que veía en él.
-
Siempre creeré a mi hijo cuando me mire a los ojos y me
asegure que está diciendo la verdad. E incluso aunque hubieras hecho lo que
dice tu profesor, no te habría regañado demasiado, Jandro. A Kurt le doy dos
oportunidades en lo que respecta a traer notas del cole y eso que él es pequeño
y tengo que ser más exigente en esas cosas, para que no coja malas costumbres.
-
Entonces… ¿me enfadé y me gané un castigo por nada? –
exclamó, sonando varios años más joven de lo que era. Se separó y me miró con
incredulidad. Esbocé una sonrisa.
-
Tenemos que trabajar en ese carácter tuyo, canijo. Te mete en
muchos problemas.
-
En demasiados – protestó y se cruzó de brazos. Me encantaba
cuando se ponía en plan infantil. Iba a hacer un comentario al respecto, pero
entonces él suspiró y llevó las manos a su cintura. Se las sujeté.
-
No. Con pantalón – le indiqué, y le tomé del brazo. Cuanto antes,
mejor.
Alejandro se dejó tumbar con
resignación. Mi enano debía de sentirse muy culpable para ni siquiera intentar
disuadirme.
-
Estoy muy orgulloso de ti – susurré.
-
¿De mí? ¿Por qué?
-
Porque estás siendo muy maduro ahora mismo. Y por eso no te
voy a castigar – le informé y le ayudé a levantarse. Besé su frente antes de
que se incorporara del todo y me lo pudiera impedir en uno de sus ataques de
“soy demasiado mayor como para eso”.
-
¿De verdad?
-
De verdad, campeón. Sé que lo sientes de corazón. Pero tienes
que prometerme que nunca más dirás algo así. Y disculparte con Harry, porque
reaccionaste muy mal con él.
-
Sí, papá. Y tampoco diré palabrotas, ¡en serio!
Contuve una risita. Claro, y el agua
era rosa y sabía a chocolate.
-
En ese caso, ve a por tus fresas, canijo – le animé, y le
envié con una palmadita suave.
Correteó hacia la puerta y, cuando ya estuvo fuera, se
giró para mirarme.
-
¿Lo ves? Te volviste un blando. ¡Pero yo no me quejo! – me
aseguró y desapareció.
Meneé la cabeza y sonreí. Quizá yo me estaba
ablandando, pero él se estaba haciendo mayor. Y eso me entristecía y alegraba
al mismo tiempo.
Claro que la madurez no puede durarle mucho a un chico
de quince años.
-
ALEJANDRO’S POV. AL DÍA SIGUIENTE-
Papá seguía empeñado en que fuéramos
a un psicólogo y por fin había llegado el día. Nadie parecía tener problemas
con la idea, porque ellos no iban por “problemas de ira”. Papá había intentado
endulzármelo, pero aún no las tenía todas conmigo.
-
Es cierto que me gustaría que aprendieras algunas técnicas
para controlar ese genio que tienes, cariño, pero no quiero que vayas solo por
eso. Están pasando muchas cosas en nuestra vida últimamente y creo que hablar
de ello os puede hacer bien.
Esa parte no la discutía, sin embargo, yo prefería
hablarlo con él que con una desconocida. Y no me hacía ninguna gracia lo de
“controlar mi genio”, pero después del día anterior y la burrada que le había
soltado, reconocía que tal vez lo necesitara. Recordé también el golpe que le
había dado a Barie en Navidad y algunos otros gloriosos momentos donde no había
sabido frenarme a tiempo.
Al menos, papá me había prometido que iría a la misma
psicóloga que los demás, y que solo me cambiaría si ella lo recomendaba.
La consulta iba a tener lugar quisiera o no y entendía
que seguramente tuviera más ventajas que inconvenientes, pero eso fue hasta que
se me escapó delante de Trevor y Liam, mis amigos el colegio. No es que se
rieran de mí, pero sí noté que empezaban a mirarme de otra manera. Supe que no
eran impresiones mías cuando Trevor se sinceró:
-
No sé, tío… Para mí los psicólogos solo son unos sacacuartos.
No sirve para nada, solo te sientas ahí a hablar y sales con más paranoias que
con las que entraste. La vida ya es complicada de por sí como para que tengamos
que sobre analizarnos, o peor, dejar que otro nos sobre analice.
Sus palabras tuvieron de repente mucho sentido para
mí. Fue en ese momento cuando se me coló un pensamiento imprudente en la cabeza
y no se me fue durante todo el día.
Cuando llegó la hora de salir del colegio y reunirnos
con papá para ir a la consulta, ya había decidido que no iba a ir. Salí por la
puerta trasera del instituto y me fui con Liam y Trevor a casa del primero, a
jugar con la consola. Le mandé a papá un mensaje al Whatsapp y después apagué
el móvil. Ojos que no ven, corazón que no siente.
No era tan estúpido como para pensar que no me la iba
a cargar. Ni siquiera creía que aquello sirviera para evitar ir a la consulta a
la larga, pero sí para retrasarla. Lo que no había esperado es que papá se
presentara en la casa de Liam apenas una hora después. ¿Cómo rayos sabía dónde
encontrarme, si yo no se lo había dicho?
Fui yo quien escuchó el timbre. Los padres de Liam no
estaban, así que salió él a abrir la puerta. Y entonces lo escuché:
-
¿Está mi hijo aquí? ¡Alejandro! Alejandro, ¿estás aquí?
-
Esto…
Liam aún no había logrado formular una respuesta
cuando papá se abrió camino y entonces me vio, paralizado en el salón, todavía
con el mando de la consola en la mano. Me pareció que el mundo ensordecía por
un segundo, que no se escuchaba nada en todo el universo, hasta que…
-
¡Ey! ¡Queréis unas birras? – gritó Trevor desde la cocina. El
idiota no se había enterado de que ya no estábamos solos.
Los ojos de papá se entrecerraron.
-
¡No bebí! ¡Papá, no bebí! – fue lo primero que dije, sin
preocuparme en ese momento de quedar como un crío delante de mis amigos. Tenía
aprecio por mi vida y si papá se pensaba que había estado bebiendo cuando no
hacía ni una semana que me había castigado por eso, podía darme por muerto.
Vi cómo se debatía entre abrazarme o asesinarme allí
mismo y, para inclinar la balanza a mi favor, cogí mi mochila, dispuesto a
irnos cuanto antes.
-
No estábamos haciendo nada malo… Solo jugar a la play… -
intervino Liam. Quise pisarle en ese momento, pero no le tenía lo bastante
cerca.
-
Alejandro no me pidió permiso para venir aquí – gruñó papá,
entre dientes, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por no añadir nada
más. - ¿Están tus padres?
-
N-no.
-
Salúdalos de mi parte. Buenas tardes. Alejandro, vamos.
Le seguí, notando frío de pronto.
¿Había descendido la temperatura?
Cuando estuvimos fuera, papá me agarró del brazo,
cerré los ojos y… me abrazó. Me apretó tan fuerte que me crujieron las
costillas. Dejé caer la mochila y esperé a que él hablara primero, ya que
intuía que no tardaría demasiado en hacerlo.
-
AIDAN’S POV –
“Papá, no voy a ir al
psicólogo. Iré a casa sobre las ocho”.
Eso era lo único que sabía de
Alejandro. ¿Cómo que no iba a ir? ¿Significaba que no podía ir? ¿Había ocurrido
algo? ¿O simplemente había decidido que iba a hacer lo que le diera la gana?
Lo primero que hice fue entrar al
colegio, por supuesto. Le pedí a Ted que se quedara con los demás mientras yo
iba a ver si había pasado algo. Tal vez le habían dicho que se quedara o había
tenido algún problema. Pero allí no sabían nada. Alejandro había salido con el
resto de sus compañeros.
Yo había estado en la puerta desde
antes de que sonara el timbre y no le había visto.
-
Chicos, si alguno sabe algo, me lo tenéis que decir, por
favor – les dije a los demás, pero ninguno de mis hijos sabía nada. Alejandro
estaba en paradero desconocido y el corazón se me iba a salir del pecho.
Durante cinco minutos, me limité a
intercambiar teorías con Ted en el aparcamiento del colegio. Después reaccioné
y entendí que tenía que hacer algo.
-
Volvamos a casa. Os dejaré allí e iré a buscarle.
-
¿Y el psicólogo? – preguntó Harry. – Si anulamos tantas citas
con tan poca antelación se van a enfadar en la clínica.
Tenía razón, por supuesto, pero, ¿qué
hacía? ¿Les llevaba como si tal cosa mientras esperaba a ver si Alejandro
aparecía solo?
-
Papá, yo sé dónde es. Michael y yo llevaremos a todos y
cuando encuentres a Jandro vienes – ofreció Ted.
¿Qué impresión iba a dar en la
consulta, siendo incapaz de llevar a mis hijos y teniendo que recurrir a los
mayores?
“Ahora mismo me importa un
pimiento la impresión que dé. Quiero encontrar a mi niño”.
-
También hay que ir a por Dylan – le recordé.
-
Tranquilo, lo tenemos controlado. Tú ve a buscarle.
No sabía qué hacer, no podía pensar con claridad.
¿Hacía caso a Ted o les dejaba en casa? ¿Dónde estaba Alejandro? ¿Estaba bien?
¿Podía dejar solos a los demás? ¿No querría el psicólogo que pasase con los más
pequeños?
¿Por qué Alejandro me hacía esto? ¿Me estaba
castigando por algo? Intenté recordar si habíamos tenido alguna pelea aquella
mañana. Todo había ido bien. Se comió tres tazones de cereales y no le dejé
tomar un cuarto porque podía sentarle mal. Vino en mi coche y fuimos escuchado
música de camino al colegio. Ni una sola discusión.
Finalmente, decidí seguir el consejo de Ted, más o
menos.
-
No vais a ir andando a la consulta, está muy lejos. Y no
tiene sentido que dejes el coche aquí. Vamos a por Dylan, os acerco y me voy a
buscar a Jandro. ¿Sigue sin cogerte el teléfono?
-
Dice que está apagado o fuera de cobertura.
“Calma. Seguro que no le ha pasado
nada. Calma”.
Les dejé en el psicólogo quince minutos antes de la
hora. Con suerte llevaban retraso y yo encontraba a Alejandro antes de que les
llamaran. Ted y Michael no tenían por qué hacer mi papel. Aquello no era justo,
no estaba bien, no…
“Jandro” me centré y empecé la búsqueda.
Estaba desesperado, no entendía lo que estaba pasando,
pero aún me funcionaban algunas neuronas en el cerebro. Lugares por los que
empezar a buscar: los alrededores del instituto, las casas de sus amigos.
Recorrí varias calles sin éxito. Mi mente se negaba a
pensar en el siguiente paso, pero ya estaba preparado para avisar a la policía.
“Te ha dicho que volverá a las ocho.
¿No crees que lo de la policía es un poquito exagerado?”
“No.”
“Quizá podrías llamar a Holly
primero. Sumar personas a la búsqueda.“
Eso no era mala idea. Pero ella estaba trabajando todavía,
a esa hora.
Seguí el recorrido que me había trazado y probé en las
casas de sus amigos. Recordaba dónde vivía Trevor. Liam no estaba seguro.
En la casa del primero, no había nadie, así que probé
suerte e intenté encontrar la casa de Liam. Si no, tendría que ir a la mía y
buscar sus teléfonos en mi agenda… Por suerte, la encontré enseguida. Llamé a
la puerta, ansioso, y pregunté por mi hijo. Si no estaba ahí, no sabía dónde
más mirar. En algún cine, pero, ¿en cuál? Había tres a los que soliera ir. Algún
McDonalls, peor había tantos…
No fue necesario pensar más. Alejandro estaba ahí.
Jugando.
A.
La.
Consola.
Estaba bien. El mocoso estaba bien.
Hasta que yo le pusiera las manos encima, claro.
Uno de sus amigos dijo algo de unas cervezas y eso
hizo reaccionar a mi hijo, que se apresuró a aclararme que no había bebido.
Bien, al menos eso.
Me despedí de sus compañeros lo más amablemente que
pude y me fui de allí, con Alejandro siguiéndome de cerca. Una vez fuera, le
apreté contra mí. Necesitaba sentirle, convencerme de que no le había pasado
nada.
-
¿Por qué has hecho esto? – susurré. - ¿Tienes idea del susto
que me has dado?
-
Pero si he estado aquí todo el rato, no he hecho nada
peligroso…
-
¡Yo no lo sabía! ¡No sabía dónde estabas! ¡Ni por qué te
habías ido! Solo tenía un maldito mensaje críptico.
Alejandro guardó silencio y yo apreté
los dientes. Me obligué a respirar hondo, una vez, dos veces.
-
Métete en el coche – le ordené.
-
No tenías por qué asustarte, te dije que volvería a las ocho…
-
¡TÚ NO DECIDES SOLO! ¡NO DECIDES CUÁNDO SALIR Y CUÁNDO
VOLVER, SIN AVISAR NI PEDIR PERMISO! ¡Y TE RECUERDO QUE ESTÁS CASTIGADO!
“No grites”
“Oh, voy a hacer algo mucho
peor que gritar”.
Respiré hondo otra vez. Conté hasta
cinco.
-
Métete en el coche – repetí y esa vez Alejandro lo hizo.
Di la vuelta al vehículo para meterme
en el lado del volante. Lo agarré con fuerza, quería tener algo entre las manos
para no hacer nada de lo que pudiera arrepentirme.
- ¿Apagaste el móvil? – gruñí.
-
Sí…
-
Dámelo. Te quedaste sin él por una semana.
-
¡Sí hombre!
-
Te aconsejo que no tientes tu suerte, porque a cada segundo
que pasa el miedo que he pasado se transforma en enfado.
Alejandro, sabiamente, guardó
silencio. Metió la mano en su bolsillo y me dio el móvil. Lo guardé en la
guantera y suspiré.
-
¿Tantas ganas tenías de jugar a la play? – le reproché.
-
No es eso… No quería ir a la psicóloga…
-
¿Por qué? Pensé que ya lo habíamos hablado – repliqué. –
Estabas de acuerdo en ir.
-
Sí, hasta esta mañana. Trevor dijo algo que me hizo pensar.
-
No puedes ser tan influenciable, hijo. No puedes
desobedecerme, escabullirte a escondidas y actuar a mis espaldas solo porque un
amigo te lo sugiera.
-
Él no me lo sugirió… Solo que… papá… no todos podemos
abrirnos con un mar de palabras ni compartir lo que sentimos, ¿vale? No quiero
hablar con una desconocida ni contarle mis intimidades.
-
No estás obligado a contarle nada que no quieras contarle –
le dije. – Tampoco va a empezar el primer día a preguntarte qué champú usas y
cuál es tu talla de calzoncillo.
-
Ya lo sé, pero… Puedo hablar contigo y ya.
-
Conmigo puedes hablar de lo que quieras, Alejandro. De lo que
quieras. Y si en un tiempo ves que las consultas no te sirven de nada, lo
dejamos. Y, en cualquier caso, nunca estuviste forzado a venir, realmente no.
Al principio eras reacio, pero luego aceptaste. Te insistí mucho, pero no te
obligué, ¿no? No te dije: “o vas al psicólogo o estás castigado”. Podrías haber
hablado conmigo, como dices, haberme dicho: “papá, no quiero ir, por esto, por
esto y por esto”. Pero en lugar de eso has preferido actuar a mis espaldas y
dejarme plantado, haciendo lo que te viene en gana.
Alejandro enmudeció y se miró las
manos. Al cabo del rato, no aguantó el tenso silencio y susurró:
-
No lo pensé…
-
He tenido que dejar a tus hermanos solos. Solos en la
consulta, para buscarte a la desesperada por media ciudad. Voy a necesitar una
excusa mejor que “no lo pensé”.
-
No la tengo – gimoteó. – Y tampoco es para tanto, solo estás
siendo sobreprotector. Te mandé un mensaje, sabías que no me pasaba nada.
Cogí aire en cuatro tiempos y lo
expulsé en tres, para no gritar. Me sentí orgulloso de conseguirlo.
-
No puedes “informarme de tus planes”. Tienes quince años, me
tienes que pedir permiso. Y si crees que decirme a qué hora vuelves es
suficiente para saber que estás bien, estás muy equivocado. No tenía ni idea de
dónde o con quién estabas. ¡Por lo que a mí respecta podías estar debajo de un
autobús o en una carrera ilegal de motos!
-
Oh, claro, porque te esperas eso de mí, ¿no?
-
¡Solo era un ejemplo! – bufé, pero reparé en que no era la
primera ni la segunda vez que Alejandro insinuaba que yo podría esperar lo peor
de él. - ¿Sabes una cosa? Si te preocupa la impresión que los demás tengan de
ti, quizá deberías empezar por actuar conforme a lo que sabes que es correcto.
Irte sin permiso cuando tenías un compromiso previo NO ES lo correcto.
-
¡Bueno, ya te he pedido perdón!
-
No, no lo has hecho, hasta ahora – suspiré. – Sabes que te
perdono, Alejandro, pero no voy a dejarlo pasar. Esta noche antes de dormir
tendremos una conversación seria tú y yo.
-
¿Qué? ¿Tengo que esperar tanto? – se horrorizó.
A mí también me disgustaba la idea de
pasar toda la tarde en la consulta, con tensión entre nosotros y él muriéndose
de nervios.
-
No – decidí al final. – Lo zanjaremos ahora.
Aprovechando el triple asiento
delantero de mi monovolumen, tiré de Alejandro hacia mí para inclinarle.
-
¿Qué? ¡No, aquí no!
-
Es tan buen sitio como cualquier otro.
-
¡No! ¡Espera! No fue para tanto, papá, no es para que te
pongas así – protestó.
Le ignoré y forcejé con él para
tumbarle. Esa parte fue fácil. Costó más bajarle el pantalón. Eché el asiento
hacia atrás para no chocar con el volante ni con la palanca de cambios.
-
Si te digo que me esperes en la entrada del colegio, me
esperas en la entrada del colegio. No volverás a irte sin permiso, no apagarás
el móvil y no saldrás estando castigado – resumí y levanté la mano.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Alejandro se quedó quieto después de
aquellas primeras palmadas, rindiéndose ante lo inevitable.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… au… PLAS
PLAS PLAS… grr… PLAS PLAS
PLAS PLAS… ow… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS… uf… PLAS PLAS PLAS
-
Deja de dar patadas contra la ventana – le advertí, cuando
reparé en que estaba chocando el zapato contra el cristal.
-
Dios no quiera que se rompa tu puto coche – rugió.
PLAS
-
¡Ay!
-
No, lo que no quiero es que te cortes. Y sí, tampoco quiero
que destroces el coche, pero eso es secundario.
PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… grrr… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS… ya para, me quedó claro… PLAS PLAS
PLAS
-
¿El qué te quedó claro? – pregunté, presintiendo, por su
tono, que aún estaba más rebelde que otra cosa.
-
Que eres un obseso del control.
PLAS
-
¡Au!
-
Prueba otra vez.
-
Cómeme el nabo.
PLAS PLAS PLAS… ¡Au! PLAS PLAS PLAS…
¡Oww! PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS
-
No tengo ningún interés en comerte más que a besos, no te
puedes imaginar el alivio que sentí al ver que estabas bien, pero no voy a
dejar que te comportes así. Me asustaste ¿y encima tengo que aguantar que me faltes
al respeto?
PLAS PLAS… ay… PLAS PLAS PLAS…. snif… PLAS PLAS PLAS… uf…
PLAS PLAS
Intentó poner las manos varias veces, pero no le dejé.
Al final acabé sujetándolas, con cuidado de no retorcerle el brazo.
PLAS PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS… oww… PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… ya, papá… PLAS PLAS PLAS…
snif… lo siento… PLAS PLAS PLAS… lo siento…, no lo haré más… PLAS PLAS
-
¿Qué no harás más? – dejé la mano sobre su espalda.
-
Snif… irme sin permiso… snif… apagar el móvil… snif… saltarme
un castigo… snif… y hablarte mal…
-
Eso espero, campeón – suspiré. – Shhh… shhh, ya está…
Subí su pantalón y le ayudé a sentarse. Alejandro se
frotó un poco y luego se restregó la cara.
-
Ven aquí, mocosito escapista – le atraje hacia mí y coloqué
su cabeza sobre mi hombro. Alejandro lloriqueó un rato en el hueco de mi cuello
y luego se separó.
-
Snif… menos mal que los asientos son blanditos.
Me mordí el labio para no sonreír y
que creyese que me estaba burlando de él. Acaricié su pelo.
-
Si no quieres ir a la psicóloga, te cancelaré la cita. Pero
creo que deberías darle una oportunidad.
Él asintió, y se recostó contra la
puerta del coche. Le acaricié el cuello y limpié el rastro de lágrimas que
quedaba en sus mejillas.
-
¿Dónde se quedó el padre blando? – se quejó.
-
Mmm. En el mismo lugar que mi niño obediente, debe ser – le
respondí.
-
Ese niño nunca existió, papá, me confundes con Ted.
-
Qué va. Todos mis hijos saben portarse bien, cuando no
quieren. Y cuando no quieren ya estoy yo para recordárselo.
Seguí haciéndole masajes en el cuello
por un rato y después miré el reloj.
-
¿Estás bien?
-
Sí…
-
¿Listo para ir?
-
Supongo.
-
No estarás solo, campeón. Todos vamos a estar… - le recordé.
-
Dentro no, espero. ¿Así cómo podré poneros verdes? – bromeó.
Sonreí, contento de verle más
animado. Nos pusimos el cinturón y arranqué el coche. Pensé en hablarle de
Trevor y las cervezas, para preguntarle si su amigo bebía con frecuencia, pero
entendí que no era el momento. Además, parecía que en eso sí me había hecho
caso.
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