CAPÍTULO 131: TE DARÍA CUALQUIER COSA
El secreto mejor guardado en mi casa era dónde y
cuándo ensayaba Alejandro para su audición en el musical. No es que uno pudiera
bailar en cualquier sitio. Con un poco de observación -y la ayuda de Agus, y
unas amigas suyas que me sirvieron de espías- descubrí que utilizaba el
gimnasio del colegio en los recreos. Al principio, empezó a desaparecer del
patio del lunes. Luego, los lunes y los miércoles. Y, conforme la fecha se
acercaba, se iba a practicar durante los descansos de toda la semana.
A cuatros días del “gran momento” decidí hacer acopio
de valor y jugarme la vida y la integridad física:
-
¿Cómo llevas lo del musical?
- le pregunté, en el tono más casual que supe poner. Alejandro se envaró
casi al instante.
-
Bien.
-
¿Quieres enseñarme lo que tienes hasta ahora? En realidad,
aún no sé lo que vas a hacer.
-
Subirme al escenario y bajarme los gallumbos – respondió con
sarcasmo. – Ted, ¿tú que crees? Tengo que bailar.
-
Eso ya lo sé – refunfuñé. Uno que intentaba ser amable e
interesarse… - Pero me gustaría verte.
-
Ni hablar.
-
En la audición tendrás que bailar delante de gente, ¿sabes? Y
si te cogen aún más.
Me ignoró y soltó un resoplido.
-
No me voy a reír de ti – le prometí.
-
Vete a la porra, Ted.
Suspiré. En realidad, entendía sus
reservas. A mí también me daría vergüenza.
-
¿Y el día de la prueba si me dejarás ir? – pregunté.
-
¡Papá, Ted me está molestando con lo del baile! – chilló.
-
¡Ted, deja en paz a tu hermano! – escuché, desde la
habitación de alguno de los enanos.
Fulminé a Alejandro con la mirada
porque eso no era necesario en absoluto. Solté un bufido y cogí mi libro de
historia refunfuñando incoherencias sobre hermanos pequeños amargados y
chivatos.
Media hora después papá nos llamó
para merendar y aprovechó que nos tenía a todos juntos para preguntar quién
quería ir al parque, pues era viernes y ya había hecho la compra por internet,
pero no la traían hasta más tarde. Evidentemente, los peques querían ir, pero a
veces alguno más se sumaba, para dar una vuelta o a jugar en alguna de las
pistas anexas. Había una cancha de baloncesto y una mini pista de skate.
Michael quería ir a la primera y Harry y Zach a la segunda y al final decidimos
que iríamos todos.
-
¿Y qué haremos mañana? – preguntó Barie.
Papá sonrió con anticipación, lo que
me indicó que tenía algo gordo planeado. Agarró la jarra de leche con
deliberada lentitud, haciéndose de rogar.
-
Resulta que, hablando con Michael en alguna ocasión, hay una
serie de cosas que no ha tenido oportunidad de hacer. Y algunas de ellas son
nuevas para vosotros también – empezó.
-
¿El qué? – se interesó Cole.
-
Sí, a estas alturas yo juraría que lo hemos hecho casi todo –
dijo Zach. – Todo lo que nos vas a dejar hacer, por lo menos – añadió, pues uno
de los deseos de Zach era tirarse en paracaídas y papá le iba a dejar hacerlo
aproximadamente cuando las vacas volaran y los leones usaran mallas.
-
Nop. Los pequeños nunca han estado en un teatro y, que yo
sepa, nunca hemos ido juntos a un musical… - respondió papá, en tono casual.
Barie se levantó como un resorte, se
acercó a él, y le agarró del jersey.
-
¿Vamos a ir a ver un musical? – preguntó, en tono de “no
bromees con eso”. Se puso tan seria que los demás nos reímos, ante tanta
intensidad.
Papá también se rio y asintió.
-
Ponen El médico, creo que a ti te gustó la película,
Jandro, y a ti el libro, Ted. He pensado que puede estar bien que veas un
musical en directo antes de la audición y….
-
¡VAMOS A VER UN MUSICAL! – le interrumpió Barie, dando un
saltito.
-
La perdimos – murmuró Madie.
-
Pero papá, eso es una pasta – intervine yo.
-
Deja que yo me preocupe por eso. Es una actividad cultural,
además de pasarlo bien me parece interesante que…
-
¡VAMOS A IR A UN MUSICAL!
-
Sí, sí, Barie, ya lo oímos – dijo Michael, aunque a él
también se le veía encantado con la idea, como con curiosidad.
-
¿Y los enanos? ¿No son muy pequeños? – me preocupé, mirando a
Alice.
-
Yo creo que no. Te gusta la música, ¿verdad pitufa? –
preguntó papá y la enana asintió. Aidan la cogió en brazos y le dio un beso. – Igual
no se entera mucho del argumento, pero seguro que la impresiona. Y si se
duerme, pues tampoco pasa nada. ¿Alguna pega más, señor negativo?
-
No, ninguna, me pido primera fila – sonreí. Papá tenía razón:
el libro me había gustado mucho. La historia estaba bien y no había tenido
muchas ocasiones de ver musicales, más que en la tele. Verlo en directo, en el
teatro, sería una experiencia nueva.
Con el entusiasmo de los planes para
el día siguiente, nos fuimos al parque. Decidimos ir en coche, porque el parque
de las canchas de baloncesto estaba algo más lejos que al que solían ir los
enanos con papá.
-
En una semana podré conducir yo – dijo Alejandro, que esa
tarde me hacía de copiloto. - ¿Me dejarás tu coche? – me preguntó.
Me mordí una sonrisa. “Tendrás el
tuyo propio” pensé, pero me lo guardé.
-
Ya veremos – me hice de rogar. - ¿Me dejarás verte ensayar?
-
Teeeed – protestó. – Pues se lo diré a papá y él te obligará
a que me lo dejes.
Era divertido torturarle un poco, sobre todo porque ya
podía imaginar su cara de felicidad cuando descubriera su regalo de cumpleaños.
Llegamos al parque y los enanos prácticamente volaron
hacia los columpios y el tobogán. La población de los parques había descendido
mucho en los últimos años. Cuando yo tenía la edad de Kurt estaban mucho más
llenos y seguramente antes estuvieran más llenos todavía. Pero la gente ya no
tenía tiempo para llevar a sus hijos a los parques. Ahora todos los padres
trabajaban con jornadas imposibles y llegaban agotados a casa, prefiriendo
entretener a sus hijos con una pantalla.
Una vez más, pensé en la suerte que tenía por tener a
Aidan. No solo porque su trabajo le permitiera pasar tanto tiempo con nosotros,
sino porque su infancia llena de agujeros y sacrificios le habían hecho
consciente de la importancia de las pequeñas cosas y se había ocupado de
dárnoslas todas. Las tardes en el parque no me habían parecido nada del otro
mundo hasta que las vi a través de la alegría de Cole, y del resto de mis
hermanos pequeños. Entonces reparé en lo fácil que es dar por sentado las cosas
que nunca te han faltado.
Michael me sacó de mis pensamientos al retarme a unas
canastas en la cancha de baloncesto. Acepté, con confianza porque, modestia
aparte, era el mejor jugador de mi clase y de mi familia… hasta que empezamos los
tiros y comprobé que Michael me había quitado el puesto. Encestó la pelota
desde una distancia imposible.
-
¿Dónde has aprendido a jugar tan bien? – le pregunté,
sorprendido.
-
En la calle – respondió, encogiéndose de hombros.
No me dio más información y entendí que era una de
esas cosas de las que no le gustaba hablar.
-
¿Me enseñas? – le pedí.
-
¡Ni hablar! ¡Tengo que aprovechar que soy mejor que tú en
algo!
-
¡Eres mejor que yo en muchas cosas! – protesté. – Yo no sé
imitar, por ejemplo. Anda, enséñame.
Michael se hizo de rogar durante un rato, pero al
final me dio algunos trucos para lanzar mejor. Jugamos hasta que a los dos nos
entró sed y fuimos al banco en el que se había instalado papá a por agua. Él siempre
llevaba una o dos botellas. Todos mis hermanos se acercaron a la vez. Al
parecer, nos había entrado sed al mismo tiempo.
-
Todavía me impresiona ver cosas así – me dijo Michael.
-
¿Cosas como qué?
-
Diez niños alrededor de un solo hombre.
-
Ah, ya. Pero que Jandro no se entere de que le has llamado
“niño”.
-
Bah, es un enano. Y tú también – me chinchó. Me dio un
golpecito en la espalda y me adelantó corriendo para que no se lo pudiera
devolver.
No hice ni el amago de perseguirle, ya me la cobraría
más adelante. En lugar de eso, me dediqué a observar lo que Michael había dicho:
tantos niños junto a un solo padre.
“Y va a ser nuestro padre de verdad,
cuando nos adopte”.
Por desgracia, esas cosas eran condenadamente lentas.
Me acerqué a ver si me habían dejado agua y vi que Zach
estaba intentado convencer a papá de algo.
-
Anda, por favor…
-
No sé, Zach…
-
Sé que le gustará. A Jeremiah y a mí nos gustan los mismos
libros y el de El Médico me gustó.
Ah, así que trataba de convencerle de que Jeremiah
viniera con nosotros.
-
Pero si es ciego – repuso Harry.
-
¿Y qué? – replicó Zach, a la defensiva.
-
Que no va a poder ver nada…
-
Pero puede escuchar, ¿no? Precisamente un musical es como un
concierto. Y yo le contaré lo que se pierda.
-
¿Y p-por q-qué no vienen t-todos? – dijo Dylan. No sé si papá
se sorprendió más por la sugerencia o porque fuera Dylan quien la hiciera.
-
¿Todos?
-
Sí, eso – apoyó Zach.
-
¡Sí, sí, sí! – tanto entusiasmo solo podía venir de Barie.
Papá parecía contento. Creo que le
hizo especial ilusión que la idea de invitar a Holly hubiera salido de nosotros
y no de él. Una cosa era tolerar la presencia de alguien que te imponen y otra
buscar su compañía.
-
¿Eso os gustaría? – preguntó Aidan para cerciorarse y miró en
especial a Madie y Alejandro. Los dos asintieron y los labios de papá se
estiraron en una sonrisa.
-
¡Llámala y díselo! – pidió Barie.
Papá sacó el móvil y se apartó un poco.
En los libros siempre hablan de que las chicas
enamoradas juguetean con su pelo. Pues bien, papá no era una chica, pero tenía
el pelo largo y se lo recolocó como cinco veces en menos de un minuto.
-
Bueno gente, ha llegado el momento – anunció Michael. –
Apuesto diez pavos a que se casan antes de verano. ¿Quién da más?
-
Antes de verano es muy pronto – rebatió Alejandro. - Yo digo
que antes de fin de año.
-
Yo no tengo dinero, pero apuesto caramelos – ofreció Kurt,
muy serio. Michael se rio y le revolvió el pelo.
-
AIDAN’S POV –
No
quería que mis hijos se sintieran desplazados o que echaran en falta más tiempo
a solas conmigo, así que había planeado un fin de semana como los de antes, los
trece juntos haciendo algo especial. Pero fueron ellos los que sugirieron que
invitáramos a Holly. Fue Dylan, eso sí que no me lo esperaba.
Me
sorprendió también darme cuenta de las ganas que tenía de ver a los hijos de
Holly. Con ella hablaba todos los días y me contaba cosas de sus enanos, pero
quería achuchar de nuevo a los trillizos y ver la sonrisa torcida de Blaine, y
saber si Leah estaba bien o si había vuelto a tener problemas con algún
imbécil.
Siguiendo la recomendación de Barie, llamé a Holly
para proponérselo, pero no tuvo la reacción que esperaba:
-
Te lo agradezco mucho, pero no podemos ir…
-
¿Por qué no? – respondí, y no me pasó inadvertido que soné
exactamente como Kurt cuando le decía que no podía coger otro chocolate.
-
Los musicales son caros. No tengo ese dinero, amor. Y antes
de que lo digas, no pienso dejar que me invites. No pienso dejar que pagues…
¿qué? ¿veinte dólares por cada uno? – tanteó.
-
El dinero no es un problema – le aseguré.
-
Para mí sí.
-
Pero Holls, en serio no me importa. Antes jamás hubiera
podido hacer algo como esto, pero ahora es distinto y…
-
Es demasiado dinero, Aidan – insistió y lo peor es que, por
su tono, supe que me iba a ser difícil convencerla. O tal vez no tanto… – Además, no sé si se puedan conseguir tantas
entradas. ¿Y qué haría con los trillizos?
-
Llevártelos.
-
¿Y si empiezan a llorar y molestan a la gente? Un teatro no
es un restaurante, el público paga un pastón para escuchar la obra, no los
gritos de un bebé.
-
Pues buscamos entradas cerca de la puerta por si hay que
salirse un momento. Me pasa a veces con Alice en la iglesia. No me gusta dejar
a los pequeños al margen solo porque sean pequeños. Podemos disfrutar todos de
un buen día…
-
Es demasiado dinero – repitió. – No puedo aceptar que pagues
por cosas que yo no puedo pagar.
-
¿Por qué no?
-
Porque no está bien.
-
¿Según quién? – repliqué.
-
¡Según todo el mundo, Aidan! ¡Me estaría aprovechando de ti!
– exclamó. Podía notar su frustración a través del teléfono.
-
No te puedes aprovechar si soy yo quien te lo ofrece –
rebatí.
-
Sí, cuando lo que me ofreces es desproporcionado.
-
¡No es desproporcionado! ¡Hablamos de un musical, no de un
palacio! ¡Y eso también te lo daría si pudiera! Te daría cualquier cosa –
añadí, en un susurro, algo avergonzado por la intensidad de mis palabras.
-
Yo no puedo darte nada – murmuró, apenada.
-
Cada vez que me dices que sí, me lo estás dando todo -
declaré.
¿No se daba cuenta de que sería yo el aprovechado si
conseguía robármela por unas horas? ¿Se aprovechan los animales del aire cuando
lo usan para respirar? La perspectiva de pasar un día con ella y con sus hijos
me hacía feliz; era yo quien tenía que estarle agradecido por concedérmelo.
“Sí recuerdas que no te gustaban los
escritores que hacían novelas romanticonas cursis, ¿verdad? Porque acabas de
convertirte en uno de ellos” me reprochó una voz en la cabeza. La apagué y la encerré en
el baúl de los comentarios amargados, para después tirar la llave.
-
No sé, Aidan… - siguió resistiéndose.
-
Para tu información, han sido mis hijos quienes me han pedido
que vengáis. Si dices que no, les estarás rompiendo el corazón.
-
Pero qué manipulador – bufó.
-
No dije más que la verdad.
-
Te vas a arruinar…
-
No lo creo. Estoy invirtiendo en lo realmente importante.
Decidido entonces. Quedamos a las seis y media en el teatro, la obra empieza a
las siete. No quiero sonar maleducado, pero te voy a colgar para que no te
puedas seguir negando. Te quiero, adiós – barboté, rápidamente, y colgué el
teléfono. Era un recurso infantil, pero Holly era demasiado tozuda.
Acto seguido llamé al teatro, para ver
si podía conseguir butacas para la familia de Holly cerca de la mía. Sin
embargo, cuando le conté quién era y qué quería al encargado que me cogió el
teléfono, me ofreció un palco con capacidad para treinta personas, por un
precio similar al que me saldrían todas las entradas por separado. Era una
buena oferta y sospechaba que ese no era el precio habitual. Me dio la
sensación de que estaba experimentando por primera vez aquello de “la fama abre
muchas puertas” o más bien, muchos palcos. Me estaban tratando como una
personalidad. A mí. Tuve que parpadear varias veces seguidas antes de poder
asimilarlo.
Con eso se solucionaba el problema:
en el palco podríamos estar todos juntos y encima con privacidad. Y sobraba
espacio. Quizá podríamos invitar al señor Morrinson, el pobre hombre pasaba
demasiado tiempo solo. Y puede que Ted quisiera llevar a su novia.
Empecé a hacer un montón de planes
para el día siguiente, verdaderamente ilusionado, pero mi burbuja estalló
repentinamente cuando vi a Harry empujando a un niño que debía tener cuatro o
cinco años menos que él.
-
¡Harry! – le llamé, pero no esperé a que viniera, sino que yo
me acerqué a él.
El niño al que mi hijo había empujado
empezó a llorar diciendo que le había entrado arena en los ojos y corrió en
busca de su madre, que me lanzó una mirada de profundo desprecio mientras
intentaba consolar a su pequeño.
-
¿Se puede saber qué pasa contigo? – regañé a mi hijo. Harry
no era un matón, era probable que el otro niño hubiera hecho algo para
molestarle, pero nada justificaba una reacción tan violenta y encima con un
contrincante tan disparejo.
-
¡Le llamó retrasado a Dylan!
- exclamó, a la defensiva.
Miré a Dy en busca de una confirmación y le encontré
sentado en la arena, rascándose la mejilla, como hacía a veces cuando se sentía
incómodo. Me agaché a su lado.
-
¿Ese niño te insultó? – le pregunté.
Dylan asintió sin mirarme a los ojos.
-
Me p-preguntó qué hacía y le d-dije que estaba c-contando
cuántos granos de arena había en este m-montón.
Suspiré. Sabía que los niños se extrañaban ante lo
diferente y que Dylan era diferente, pero no era necesario utilizar
descalificativos. Los niños que preguntan mucho, son curiosos. Los niños que
juzgan mucho, seguramente reciben juicios en su casa, o los escuchan a menudo
en boca de sus padres cuando hablan de otras personas. Me disgustaba la
facilidad con la que la gente decía “retrasado”.
-
¿Y cuántos hay? – le pregunté a Dylan.
-
N-no lo s-sé. El niño lo p-pisó y deshizo el m-montón.
-
Siento mucho que ese niño haya sido malo contigo – le dije.
Dylan no dio muestras de haberme escuchado. – Oye, eso de contar la arena
parece difícil.
-
En la b-biblioteca del c-colegio hay un libro q-que se llama
“El c-contador de arena”, pero no me dejan co-cogerlo.
-
Sospecho que será una metáfora, cariño
Dylan negó con la cabeza.
-
Es de Arquímides, un señor de las matemáticas que v-vivió
hace mucho, como antes de que n-nacieras tú.
-
Sí, Arquímides es un poquito anterior a mí – respondí, con
sarcasmo. ¿Para mis hijos yo era del jurásico? Sacudí la cabeza y estiré la
mano para acariciarle el pelo. - ¿Tú quieres ser un señor de las matemáticas? –
pregunté, utilizando sus palabras.
Dylan se encogió de hombros. Contar
cosas, los dinosaurios y la mecánica eran sus tres pasatiempos favoritos.
-
Eres un niño muy listo, Dylan. No escuches a quien te diga lo
contrario, ¿vale? – le pedí y él asintió.
Le dejé jugar tranquilo y me erguí, porque
se me estaban durmiendo las piernas.
-
¿Estoy en problemas? – me preguntó Harry, muy bajito.
Lo pensé brevemente y sentí el
aguijón de varios pares de ojos taladrándome para que no se me ocurriera
regañarle. Los de Zach eran los más evidentes, ya se estaba preparando para
lanzarse a mi yugular en defensa de su gemelo.
-
Por esta vez no. Esa no es manera de resolver las cosas, pero
me alegra que defendieras a tu hermanito. Tan solo deberías haber recordado
usar tus labios en lugar de tus manos.
-
Es que me cabreé…
-
Ya lo sé, Harry, pero tienes que tener más autocontrol – le
regañé.
-
Bueno, ¿y qué dijo Holly? – preguntó Ted, en un intento poco
sutil de cambiar de tema, pero le funcionó. Compartí las noticias con ellos y
estuvieron de acuerdo en que invitáramos al señor Morrinson.
-
También puedes decírselo a Agus, Ted. O a Mike y a Fred.
-
¿A los tres? – me preguntó, tímidamente.
-
Si tus hermanos no quieren llevar a nadie, hay sitio de
sobra.
-
No, mis amigas no os conocen mucho, sería rarísimo llevarlas
y más si va también Holly – dijo Barie.
Los demás tenían una opinión semejante, así que la
cosa quedó en que Ted avisaría a sus amigos.
-
Ya quiero que sea mañana – suspiró Barie.
Sonreí. A mi princesa le gustaban mucho las películas
musicales, así que estaba seguro de que la función del día siguiente sería muy
especial. Un remanso de paz en medio del caos que era mi vida.
Claro qué, ¿cuándo tiene uno “paz” con más de veinte
niños?
N.A.: Siento haber tardado
tanto y que sea tan corto. La vida se ha metido por medio.
Pensaba alargarlo más, pero
entonces quién sabe cuándo hubiera actualizado y no quería que pasaran más
días.
Gracias por leer.
Como siempre, estuvo maravilloso, um gusto saber de ti.
ResponderBorrar