CAPÍTULO 132: El musical (parte 1): Abrazos
especiales
Mi móvil sonó a las ocho de
la mañana. Las ocho de la mañana de un sábado. ¿Quién era tan cruel para llamar
a esa hora? ¿Y por qué me había olvidado de dejarlo en silencio por la noche?
-
Ted, o apagas esa cosa o te lo meto por… - le escuché
farfullar a Alejandro.
-
Acaba la amenaza. Te lo metro por el culo hasta que te salga
por la garganta – continuó Michael.
Glup. Estiré la mano para
coger el teléfono y estuve tentado de colgar sin mirar a ver quién era, pero el
pensamiento de que podía ser Agus me lo impidió. No es sensato colgarle a la
novia, especialmente si tiene tanto carácter como la mía.
Resultó que no era ella, sino
Mike. Extrañado, acepté la llamada y me llevé el teléfono al oído, intuyendo
que sería importante porque él no solía levantarse antes de las doce en un fin
de semana.
-
Tienes que hacerme un favor.
-
Mmfg. Buenos días para ti también.
-
Hola. Tienes que hacerme un favor – insistió.
-
¿El qué?
-
Que me pases una foto de tu cuaderno de Historia.
-
¿De lo del último día?
-
De lo de todo el trimestre.
-
Vale… Pero eso podías pedírmelo por Whatsapp – me quejé. –
Estaba durmiendo.
-
Es que lo necesito ya mismo.
-
Bufff. Son treinta hojas, tío. ¿Tanta prisa te corre? – me
extrañé. – No tenemos examen esta semana.
-
Es que la profe ha mandado un correo diciendo que voy fatal y
que no hago nada y mi padre quiere ver mi cuaderno cuando llegue a casa... y
solo llevo tres líneas escritas. Tengo hasta el mediodía. Sino despídete de que
vaya al musical ese esta tarde ni de que vuelva a ver la luz del sol nunca más.
-
¿Tres líneas? - farfullé. Me cayó un almohadonazo en la cara
y pillé la indirecta. Me levanté de la cama y salí a hablar al pasillo. –
Ahuum. ¿Por qué me llamas a mí? Pensé que estaba claro que el empollón era
Fred.
-
A él ya le he pedido el de Mates.
Parpadeé. Mike nunca había
sido super estudioso, pero tampoco tenía problemas para pasar las asignaturas.
¿Qué ponía en ese correo? Algo gordo tenía que ser para que su padre por fin se
tomara interés en él o, al menos, en sus cuadernos del colegio. Tal vez por eso
mi amigo había descuidado tanto sus estudios, para atraer la atención de un
hombre demasiado ocupado como para dedicarle tiempo a su hijo.
-
Ahora te lo paso – le dije, más despierto conforme pasaban
los segundos. - ¿Crees que con eso bastará? ¿Tu padre está muy cabreado?
-
No más que de costumbre, pero si ve que no he escrito nada
entonces sí me mata. Las notas son lo que más le importa.
-
¿Te dejará venir hoy? – dudé.
-
Sí, y si no me escapo, no te preocupes. Él estará durmiendo
después de la guardia y mi madre en el trabajo.
Me mordí el labio para no
decirle que eso no me parecía una buena idea. No quería ser un Pepito Grillo
indeseado y además sabía que Mike hacía eso constantemente: salir de casa
estando castigado.
-
¿Qué has estado haciendo durante las clases? – le pregunté,
sin poder resistirme. No nos sentábamos juntos en Historia, los asientos
estaban asignados en orden de lista y no me había dado cuenta de que Mike estuviera
tan perdido.
-
Bastante tengo con no sobarme, tío. Son un coñazo.
Suspiré.
-
Vale. Bueno, te mando eso.
-
Gracias, Ted. Te debo una.
-
Dos, por despertarme tan temprano – refunfuñé.
Soló una risita.
-
Bueno, pero el otro día tuve que mentirle a tu padre a por
ti, cuando le dijiste que estabas conmigo – me recordó.
-
Eso no cuenta, me pilló igual.
-
Porque lo planeaste fatal, no por mi culpa – contratacó. –
Para otra vez, me avisas primero.
-
Hum. Pero me tienes que traer M&M’s – declaré.
Mike volvió a reírse.
-
Hecho.
Nos despedimos y regresé al
cuarto a buscar mi cuaderno de Historia. Mis hermanos se habían vuelto a dormir
así que me moví con sigilo para no despertarles. Me fui al salón y me puse a
hacer las fotos. Se las envié a Mike y luego me tumbé en el sofá a ver si podía
dormir otro ratito.
Desperté dos horas después
con una sensación extraña en la cara. Me llevé una mano a la mejilla y toqué
algo viscoso.
-
¡Iuk! – exclamé. Me miré los dedos y vi una sustancia roja y
gelatinosa que por poco me provoca arcadas, hasta que comprendí que era
mermelada. Entonces escuché las risas. - ¡Zach!
-
¿Cómo sabías que fui yo? – exclamó mi hermano, asomando la
cabeza desde detrás del sofá.
-
Intuición – refunfuñé. Esa era la clase de broma propia de
los mellizos.
-
No pude evitarlo – se justificó. – Harry quería dibujarte un
pene con un rotu permanente, esto era mejor.
-
Si esas eran mis opciones… - me resigné y reprimí un bostezo.
– Mm. Huele genial.
-
Papá está haciendo el desayuno.
Me
estiré y fui al baño a limpiarme la mermelada y a cubrir otras necesidades
básicas. Me mojé bien la cara para despejarme y luego me dirigí a la cocina.
-
Buenos días, campeón – me saludó papá. – Te salvé de amanecer
todo pintado – me anunció, señalando a un enfurruñado Harry, que sobreactuó una
pose indignada, claramente bromeando.
-
Ah, pero me atacaron igual.
-
¿Uh?
-
Nada, nada. Hola, enano – le dije a Harry y le revolví el
pelo al pasar.
-
Aichs. No tengo seis años, Ted – protestó.
-
¿Seguro? – fingí que me lo pensaba.
Asegurándose de que Aidan
estaba de espaldas, concentrado en la sartén, y no nos veía, Harry me sacó el
dedo corazón, pero no estaba realmente enfadado, solo era una forma de
chincharnos.
- ¿Qué hacías en el sofá? –
me preguntó papá. – Jadro dice que te llamaron temprano.
- Sí, era Mike. Quería que le
pasase una cosa de clase. Le corría prisa porque si no a lo mejor no le dejaban
venir hoy.
- ¿Y eso?
- Le enviaron una nota del
colegio. Pero si le ves esta tarde, no se lo digas – añadí, preocupado por la posibilidad
de provocar una situación incómoda. A veces papá tendría a olvidar que no podía
regañar a mis amigos, aunque a Mike no parecía importarle, sino que casi
agradecía que alguien le prestase ese tipo de atención.
- Claro que no – me aseguró.
Por el rabillo del ojo,
observé que Harry se ponía blanco, y no del tipo “me estoy encontrando mal”
sino del tipo “he visto un fantasma o algo igual de aterrador”. Era su
expresión de cuando se sabía en problemas.
“¿Qué has hecho ahora?” le pregunté, sin emitir sonido,
sino solo moviendo los labios. No sé si me entendió, pero se levantó de la
silla en la que había estado sentado y salió discretamente de la cocina.
-
AIDAN’s POV –
Empecé el día con una
sonrisa, porque Holly me había enviado por Whatsapp una retahíla de insultos
por ser “un gigante cabezota que no acepta un no por respuesta”. También me
había mandado varios corazones y me había dicho que me quería.
Mi sonrisa se hizo más grande
al contemplar a los tres invasores de mi cama aquella noche: Kurt, Alice y
Hannah. Sus respiraciones eran lentas y acompasadas y así dormiditos
aparentaban aún menos años de los que tenían. Le di un beso a cada uno y
acaricié el pelo de Hannah. Ella y Kurt abrazaban al peluche de mi niño, de tal
manera que era un amasijo de brazos, piernas y felpa.
A veces, a la pregunta de qué
es la felicidad, solo se puede responder con una imagen como esa.
Era sábado, así que no tenían
que despertarse aún, si no querían. Me levanté con cuidado y salí al pasillo.
Escuché a ver si había alguien levantado y vi a los gemelos saliendo de su
cuarto.
-
Buenos días – saludé.
-
¡Hola! – respondió Zach. Parecía de buen humor aquella mañana
y se acercó para darme un abrazo. Le apreté, agradecido por ese repentino gesto
cariñoso.
-
¿Cómo han amanecido mis príncipes? ¿Con ganas de hacer
travesuras?
-
Eso siempre – me sonrió, sin importarle que le infantilizara
porque solo estaba correspondiendo a su ánimo mimoso.
Le
piqué el costado y dejé que se separara.
-
¿Harry? ¿Y mi abrazo? – le reclamé.
Harry rodó los ojos, pero
ocupó feliz el lugar de su hermano. Él solo tenía que hacerse un poco de rogar
para dejar claro que ya era mayor.
Bajé
con ellos para empezar a hacer el desayuno, pero nos encontramos a Ted
durmiendo en el sofá. Al verle, me entraron tentaciones irresistibles de darle
un beso, pero a sus hermanos les surgieron ideas bien diferentes. Harry rebuscó
en el cajón de costura hasta encontrar un rotulador, el que yo utilizaba a
veces para marcar la ropa de mis hijos, para no confundir prendas parecidas.
Tardé un segundo en entender para qué lo quería en ese momento. Él y Zach
compartieron un susurro y se rieron.
-
Lo que le pintes a él te lo pinto yo a ti – le advertí.
-
¡Vale! – aceptó, poco amedrentado por esa amenaza. Levanté
una ceja y se lo pensó mejor. Suspiró y dejo el rotulador. – Mejor no, que a ti
te gusta pintar con la mano y solo de un color.
Se me
escapó una risa irrefrenable desde la garganta.
-
Mocosito descarado y ocurrente. Anda, deja tranquilo a tu
hermano. Igual ha pasado una mala noche. Venid, vamos a hacer el desayuno.
Harry y Zach me ayudaron a
sacar el pan, la mantequilla y la mermelada, pero luego Zach desapareció y
Harry se sentó en la mesa, medio recostado, todavía con sueño. El resto de mis
hijos empezó a hacer ruido en el piso de arriba. Les escuché entrar al baño e
incluso oí a Barie canturrear algo que sonaba como “vamos a ir a un musical”.
Alejandro vino a quejarse de
que el móvil de Ted les había despertado y que le había interrumpido un buen
sueño. Evité decir que en un día de diario no había alarma que consiguiera
hacerle abrir los ojos y me limité a solidarizarme con su frustración. Luego le
pedí si podía levantar a los peques, porque ya iba a estar el desayuno.
Poco después entró Ted, y me
estuvo contando sobre la llamada de Mike. El que su padre estuviera pendiente
de sus estudios suponía un avance con respecto a una cierta indiferencia
motivada por un trabajo absorbente. No culpaba al hombre por su elección de
carrera, pero se había casado con una mujer muy ocupada también y, al final,
¿quién quedaba ahí para su hijo? Además, no era tanto por el trabajo que
tenían, sino porque priorizaban su trabajo sobre sus hijos. Por lo que había
podido vislumbrar, consideraban que Mike ya era mayor para cuidarse solo y
ellos se limitaban a darle techo y comida.
Mientras
pensaba en esto, noté que Harry se marchaba y pensé que tal vez había ido al
baño. Los demás fueron bajando y tras un par de minutos solo faltó Harry. Le
llamé, pero no recibí respuesta.
-
Creo que le pasa algo, papá – me dijo Ted, al final. – Tenía
mala cara.
-
¿Está enfermo?
-
No… Parecía… mmm… preocupado.
¿Preocupado?
Miré a Ted y reconocí al abogado encubridor que solía ser. Así que Ted pensaba
que Harry podía estar en un lío. ¿Era por eso que mi enano se había escabullido
como una lagartija entre las grietas de la pared?
Les
pedí que pusieran la mesa y yo subí a buscar al hijo que me faltaba. Busqué
posibles explicaciones para su repentina huida. Era demasiado temprano como
para que la hubiera podido liar demasiado, seguro que se trataba de una
tontería.
Harry
estaba en su cuarto, tumbado en su cama y suspiró al verme entrar, mirándome
con cara de resignación.
-
Hey, campeón. Ya está el desayuno.
-
Ya bajo…
-
¿Pasa algo? – pregunté, acercándome a él. Tal vez sí
estuviese enfermo y por eso se había tumbado.
-
No…
-
¿Seguro? ¿Por qué te fuiste así?
Harry
se encogió y casi inmediatamente después se estiró de mala gana para alcanzar
su mochila. La abrió y sacó su agenda.
-
Quiero ir al musical – me dijo.
No entendí
el sentido de lo que quería decir hasta que tomé la libreta que me ofrecía. A pesar de que aún estaba
cerrada, intuí lo que me iba a encontrar.
-
¿Te pusieron una nota en el colegio? – aventuré. – Y
escuchaste lo que Ted decía sobre Mike.
Harry
asintió, se sentó y se miró los zapatos.
-
Y aún así me lo estás diciendo, aunque crees que no te dejaré
acompañarnos esta tarde – reflexioné. – Gracias por la sinceridad, hijo. Lo
aprecio mucho.
Harry
se ruborizó y no levantó la vista mientras yo pasaba las hojas hasta encontrar
la nota. Su profesora me hacía saber que mi hijo llevaba tres días sin hacer
nada, negándose a sacar el boli y el cuaderno. Suspiré.
-
¿Por qué no me lo enseñaste ayer? – le pregunté.
-
Pensé en ocultártelo… Luego me dije que eso, a la larga,
terminaría peor para mí… Y después pasó la tontería del parque con ese niño y consideré
que ya había tentado demasiado mi suerte por un día. Iba a decírtelo el domingo
a última hora, o el lunes por la mañana…
-
Entonces, ¿por qué me lo dices ahora? – inquirí, tratando de
entender el razonamiento de mi hijo.
-
Porque eso te habría enfadado más… Y para no arriesgarme a
cambiar de opinión. Me conozco y si lo sigo posponiendo al final no te la doy y
entonces mi profesora, al ver que no está firmado, llamaría a casa…
-
Vaya, has considerado todas las opciones, por lo que veo –
respondí.
-
Todas – susurró. – Incluso las más estúpidas.
-
¿Como falsificar mi firma? – probé y sus ojos se abrieron
mucho porque lo hubiera adivinado. – Pero no lo hiciste. Y tampoco esperaste al
último día para enseñármela. Has hecho lo correcto, incluso temiendo un castigo
desproporcionado. ¿Cuándo os he dejado yo sin el plan del sábado? Eso no es una
opción, estás atado a pasar el día con nosotros, señorito – le aclaré. - ¿En
serio crees que soy capaz de dejarte aquí solo mientras los demás nos vamos al
teatro?
La boca de Harry se estiró poco a poco en una sonrisa. Tiré
de él para levantarle y darle un abrazo.
-
Ah, pero tenemos que hablar seriamente de esta nota. ¿Cómo es
eso de que te niegas a sacar el cuaderno? – le regañé, sin soltarle. – Pensé
que tú y yo habíamos acordado que ibas a estudiar mucho este trimestre.
-
¡Y estoy estudiando! Pero en Tecnología no hacemos nunca
nada. ¡Llevamos tres días apuntando datos y cifras absurdas en lugar de ir al
taller a construir cosas, que se supone que es lo que se hace en esa clase!
Ya me había dado cuenta de que Harry prefería el trabajo
manual y eso era en parte porque tenía poca paciencia.
-
Hijo, antes de construir algo hay que saber el por qué y el
cómo. No se trata de hacer las cosas al tuntún. Y, en cualquier caso, tu deber
es escuchar a tu profesora y hacer lo que ella te pida. Habrá veces que lo que
aprendas te resultará interesante y otras en que te parezca un tostón, pero no
puedes simplemente pasar de prestar atención o de sacar tus materiales.
Harry se escondió en el huequecito que se había hecho entre
mis brazos, porque no le estaba diciendo nada que no supiera. Así apretado como
le tenía, bajé la mano derecha.
PLAS PLAS PLAS
-
Au.
-
Vas a estar una semana sin videoconsola y, si hay próxima
vez, serán dos y una azotaina en condiciones – le avisé.
-
Buh. Papá, qué malo eres.
-
Encima – me indigné y le hice cosquillas. Le dejé revolverse
por un lado y después le di un beso en la frente. – Estoy premiando tu
honestidad, hijo, pero este trimestre tienes que ser más aplicado que el
anterior y eso incluye tu comportamiento en clase. Voy a ser un pesado contigo,
preguntándote los temas, revisando tus deberes y ocupándome de que no te descuides.
Harry
se enfurruñó, poco conforme.
-
Así nos evitamos sorpresas desagradables después, cuando
lleguen las notas – le expliqué.
Agobiar
a los hijos revisando constantemente sus cuadernos cuando llegaban a cierta
edad no era buena idea, porque les hacía poco autónomos y además les crispaba
los nervios. Pero Harry no tenía más que cincos y suspensos aquel año, así que
un poco de supervisión no deseada era necesaria, sobre todo porque yo sabía
perfectamente que no se trataba de falta de capacidad, sino de constancia. Al
parecer, con él no bastaba con preguntas ocasionales sobre sus asignaturas y
con esperar que me pidiera ayuda por las tardes, cuando entraba a su cuarto
mientras hacía la tarea. A él tenía que darle mi ayuda, la quisiera o no. Y
también ser un poco duro con las comunicaciones que me llegaran por faltas
leves de conducta, porque se estaba jugando el curso y yo sabía que, si su
gemelo pasaba y él no, se sentiría destrozado.
Quizás
Mike, el amigo de Ted, necesitara lo mismo, pero su padre no estaba ahí para
darse cuenta.
Le
firmé la nota a Harry y le llevé abajo para desayunar. El resto de la mañana
pasó sin grandes incidentes. Ayudé a los peques a vestirse e hice sus camas.
Los más grandes estudiaron por un rato y después salieron al jardín, porque
hacía un día estupendo. Sabía que a Ted le apetecía ir a dar una vuelta, pero
no dijo nada y se conformó con el jardín porque Jandro y Michael seguían
castigados.
Aproveché
para hacer una limpieza a fondo de la cocina y Kurt quiso ayudarme, al parecer
encontrando muy divertido que incluso yo, con mi considerable estatura,
necesitase de una mopa con palo para llegar a los lugares más altos. Aunque las
“ayudas” de Kurt a veces entorpecían una tarea sencilla, me gustaba tenerle
conmigo cuando hacía las faenas del hogar. Era uno de esos momentos donde le
podía enseñar cosas útiles para la vida, pasando los dos un buen rato como
padre-hijo. Él se ponía muy contento cada vez que aprendía a hacer una cosa
nueva y yo alababa su buen desempeño.
-
Muy bien, campeón. Gracias a ti he terminado muy rápido – le
dije, lo cual era solo una mentira a medias. Le senté en la encimera y besé su
mejilla, provocando una risita adorable por parte de mi bebé. La camiseta de
Kurt estaba llena de manchas y el suelo necesitaba otra pasada después de que
él hubiera pisado las partes mojadas, pero se veía realmente orgulloso de haber
ayudado y en realidad había sido más hábil que la última vez. – Vete a jugar y
a hacer travesuras, anda. En seguida haré la comida y sé de alguien que va a
elegir el postre de hoy.
Kurt sonrió más y se colgó de mi cuello para que le bajara al
suelo.
-
¡Natillas! – exclamó.
-
Cómo no. La verdad es que podría ahorrarme la pregunta.
Mi
enano se fue a enredar y yo terminé de arreglar la cocina. Ya le cambiaría de
ropa después de comer.
Estaba
nervioso y no tenía nada que ver con el musical sino con quiénes iban a
acompañarnos. Holly y yo estábamos en un limbo extraño, en el que ya nos
habíamos encariñado con los hijos del otro.
Lo
había planeado todo para tener tiempo de sobra y, aún así, como siempre, se nos
echó la hora encima. Barie me hizo ver que una tarde en el teatro, en especial
en un palco, tal vez requería vestirse con cierta formalidad, así que algunos
de mis hijos quisieron cambiarse y ponerse ropa elegante.
-
El maquillaje está fuera de discusión – declaré, cuando
Bárbara y Madie se metieron juntas en el baño. – Y no quiero protestas.
Tengamos la tarde en paz.
Fruncieron
el ceño y se cruzaron de brazos al mismo tiempo, pero no me discutieron,
gracias a Dios.
-
Podré al menos plancharme el pelo, ¿no? – dijo Barie.
-
A mí me gusta más cuando llevas bucles – sugirió Madie.
-
Péinate como quieras, cariño, pero daros prisa que se nos
hace tarde.
Al
final, Barie se onduló el pelo y Madie se lo alisó y las dos estaban
guapísimas. Ted se puso una americana, pero creo que no era tanto por ir al
teatro como porque iba a ver a su novia. Decidí imitarle y mis hijos me
prohibieron recogerme el pelo. Prácticamente me obligaron a llenármelo de
espuma para intentar domarlo un poco y que no pareciera la melena de un león.
Alejandro
optó por ir más discreto, con una camisa informal y unos vaqueros, y Michael le imitó. Fueron los primeros en estar preparados,
así que les encargué que metieran prisa a sus hermanos.
Alice
se había dormido después de comer y no había manera de despertarla para irnos.
No quería ser brusco, así que intenté espabilarla poco a poco y al final la
llevé en brazos mientras ella seguía dormitando sobre mi hombro. Ted ayudó a
Kurt a ponerse una nueva camiseta y Michael le abrochó los cordones de las
zapatillas a Dylan.
Cuando
todo el mundo estuvo listo, fuimos a los coches rumbo a nuestra primera parada:
la casa de Agustina. La chiquilla nos esperaba en la calle, con un vestido rosa
y una enorme sonrisa.
Observé
desde mi coche como Ted se bajaba del suyo, la saludaba con un beso tímido y le
abría la puerta para que se metiera a su lado.
“Todo
un caballero”
pensé, con orgullo.
Lástima
que aquel no fuera a ser un viaje romántico, con sus hermanos pequeños en el
asiento trasero.
Ya
habíamos vuelto a arrancar cuando me fijé en el hombre que me miraba desde una
de las ventanas de la casa. Debía de ser el padre de Agustina. La distancia no
me permitía verlo bien, pero juraría que no nos echó precisamente una mirada
amigable.
Habíamos
quedado con Fred y Mike en la casa de este último. Mike iba a llevar su coche.
Finalmente, le habían dado permiso para venir. Una parte de mí consideró que
tendría que parecerme raro que los amigos de mis hijos vinieran a una salida
con mi novia y su familia, pero lo cierto es que no me lo parecía. Esa fue la
primera vez en la que empecé a pensar realmente en nosotros como una unidad:
Holly, sus hijos, los míos, y yo. Incluso Mike entraba en ese pack. Y Agus,
mientras estuviera con mi hijo. Y Fred, hasta que se sintiera seguro con la
suya.
Cuando
ya estuvimos todos, nos dirigimos al teatro. Al contrario de lo que pensé, no
tuvimos problema para encontrar sitio en el aparcamiento e incluso Ted y yo
pudimos dejar nuestros coches en la misma fila.
Holly
ya estaba allí. En realidad, habíamos llegado casi al mismo tiempo. Sam y ella
eran los conductores de su familia y en ese momento estaban terminando de sacar
a los bebés del coche. Me esperaba un saludo por parte de Blaine, de Sam, tal
vez de Leah, pero me vi gratamente sorprendido cuando una pulguita torpe
correteó hacia mí, llevando en una mano un oso de peluche que yo mismo le había
regalado el día de su cumpleaños.
-
¡Dadan! – gritó Avery.
Me
derretí de pura ternura y también me infarté al ver que el enano corría hacia
mí en medio del aparcamiento, donde cualquier coche que entrara o saliera en
ese momento podría golpearle. Me apresuré para alcanzarle y le tomé en brazos,
como si pretendiera hacerle de escudo con mi cuerpo ante cualquier peligro.
-
Dadan :3 – repitió el bebé, encantado de estar tan alto y me
mostró su osito.
Respiré
hondo, comprendiendo que no había pasado nada, pero entonces me fijé en las
idénticas caras de terror de Holly, Aaron y Sam y pensé que había otro peligro
mucho menor del que también podía proteger al crío en ese momento: una familia
asustada y enfadada.
-
Hola, Avery. ¿Me has echado de menos? – le pregunté. El niño
volvió a enseñarme su peluche, al parecer buscando alguna clase de comentario
por mi parte. - ¿Te gusta el osito?
El
bebé asintió con una sonrisa y abrazó el muñeco. Le besé en la frente y le dejé
en el suelo, tomándole de una mano con firmeza.
-
No se camina solito por el aparcamiento, Avery. Y no se
corre. Siempre de la manita de los mayores.
Me
miró desde abajo con su boca entreabierta en una perfecta “o” y me quedé con la
duda de si me había entendido, pero en ese momento nos vimos rodeados de Holly
y Aaron, cada uno llevando a otro de los bebés en brazos.
-
¡Avery! ¡Tesoro, mamá se ha asustado mucho! – le regañó,
agachándose a su lado. – No puedes salir corriendo así.
Le
abrazó con fuerza y le llenó de besos por toda la cara. Mi preocupación porque
el bebé fuera a llevarse una palmada disminuyó drásticamente.
-
No le vuelvas a soltar, a esta edad no se están quietos – le
escuché decir a Aaron, en lo que claramente era un regaño para Sam. El chico
agachó la cabeza y no me pareció justo, porque era evidente que no lo había
hecho a propósito, sino que el niño se había ido sin que él se diera cuenta.
“No es su culpa, pero el consejo no viene mal” me dije. “Solo es el tono
lo que me molesta. No es necesario hablar siempre como si te estuvieras
dirigiendo a un enemigo”.
Cuando Holly terminó de apretujar a su hijo, se levantó y me
miró con cierta timidez para después ponerse de puntillas hasta alcanzar mis
labios. Esa vez no observé ninguna mueca por parte de nuestros hijos,
espectadores del gesto, pero como siempre escuché algunas risitas,
principalmente de Barie, que siempre había estado enamorada del concepto del
amor.
-
Hola – me sonrió Holly.
-
Hola – respondí y, sin poder resistirlo, le di otro beso.
-
Oye, no comáis delante de los pobres – protestó Sam.
Su
tío le dio una colleja, pero el movimiento fue un tanto ridículo porque Sam era
demasiado alto para él. El chico se adelantó con una sonrisa pícara y fue a
saludar a mis hijos.
Blaine
se acercó y me dio un abrazo, tan rápido que casi se sintió como un placaje. Le
apreté con fuerza y me di cuenta de que aquel abrazo era un poco más intenso de
lo normal cuando saludas a alguien. Era el abrazo de un niño que ha tenido
pesadillas por la noche, o tal vez durante el día, durante muchos días. El
abrazo de alguien que ha esperado algo durante mucho tiempo.
Por
instinto, supe lo que tenía que decir.
-
Hola, soldadito – le saludé. Le vi sonreír y después ya no vi
nada más, porque escondió la cara totalmente. Me invadió una sensación cálida
en el pecho y me dije que no podía pasarme tanto tiempo lejos de ese mocoso.
Me encantan las salidas de ambas familias, actualiza pronto!
ResponderBorrarX2 tambien me encantan ojalá actualicen luego
BorrarExcelente, se ve que se la van a pasar genial...
ResponderBorrarActualicen pronto...
Ya quiero que conos am también a Sebastián 😘