lunes, 15 de marzo de 2021

CAPÍTULO 132: El musical (parte 1): Abrazos especiales

 

CAPÍTULO 132: El musical (parte 1): Abrazos especiales

Mi móvil sonó a las ocho de la mañana. Las ocho de la mañana de un sábado. ¿Quién era tan cruel para llamar a esa hora? ¿Y por qué me había olvidado de dejarlo en silencio por la noche?

-         Ted, o apagas esa cosa o te lo meto por… - le escuché farfullar a Alejandro.

 

-         Acaba la amenaza. Te lo metro por el culo hasta que te salga por la garganta – continuó Michael.

Glup. Estiré la mano para coger el teléfono y estuve tentado de colgar sin mirar a ver quién era, pero el pensamiento de que podía ser Agus me lo impidió. No es sensato colgarle a la novia, especialmente si tiene tanto carácter como la mía.

Resultó que no era ella, sino Mike. Extrañado, acepté la llamada y me llevé el teléfono al oído, intuyendo que sería importante porque él no solía levantarse antes de las doce en un fin de semana.

-         Tienes que hacerme un favor.

 

-         Mmfg. Buenos días para ti también.

 

-         Hola. Tienes que hacerme un favor – insistió.

 

-         ¿El qué?

 

-         Que me pases una foto de tu cuaderno de Historia.

 

-         ¿De lo del último día?

 

-         De lo de todo el trimestre.

 

-         Vale… Pero eso podías pedírmelo por Whatsapp – me quejé. – Estaba durmiendo.

 

-         Es que lo necesito ya mismo.

 

-         Bufff. Son treinta hojas, tío. ¿Tanta prisa te corre? – me extrañé. – No tenemos examen esta semana.

 

-         Es que la profe ha mandado un correo diciendo que voy fatal y que no hago nada y mi padre quiere ver mi cuaderno cuando llegue a casa... y solo llevo tres líneas escritas. Tengo hasta el mediodía. Sino despídete de que vaya al musical ese esta tarde ni de que vuelva a ver la luz del sol nunca más.

 

-         ¿Tres líneas? - farfullé. Me cayó un almohadonazo en la cara y pillé la indirecta. Me levanté de la cama y salí a hablar al pasillo. – Ahuum. ¿Por qué me llamas a mí? Pensé que estaba claro que el empollón era Fred.

 

-         A él ya le he pedido el de Mates.

Parpadeé. Mike nunca había sido super estudioso, pero tampoco tenía problemas para pasar las asignaturas. ¿Qué ponía en ese correo? Algo gordo tenía que ser para que su padre por fin se tomara interés en él o, al menos, en sus cuadernos del colegio. Tal vez por eso mi amigo había descuidado tanto sus estudios, para atraer la atención de un hombre demasiado ocupado como para dedicarle tiempo a su hijo.

-         Ahora te lo paso – le dije, más despierto conforme pasaban los segundos. - ¿Crees que con eso bastará? ¿Tu padre está muy cabreado?

 

-         No más que de costumbre, pero si ve que no he escrito nada entonces sí me mata. Las notas son lo que más le importa.

 

-         ¿Te dejará venir hoy? – dudé.

 

-         Sí, y si no me escapo, no te preocupes. Él estará durmiendo después de la guardia y mi madre en el trabajo.

Me mordí el labio para no decirle que eso no me parecía una buena idea. No quería ser un Pepito Grillo indeseado y además sabía que Mike hacía eso constantemente: salir de casa estando castigado. 

-         ¿Qué has estado haciendo durante las clases? – le pregunté, sin poder resistirme. No nos sentábamos juntos en Historia, los asientos estaban asignados en orden de lista y no me había dado cuenta de que Mike estuviera tan perdido.

 

-         Bastante tengo con no sobarme, tío. Son un coñazo.

Suspiré.

-         Vale. Bueno, te mando eso.

 

-         Gracias, Ted. Te debo una.

 

-         Dos, por despertarme tan temprano – refunfuñé.

Soló una risita.

-         Bueno, pero el otro día tuve que mentirle a tu padre a por ti, cuando le dijiste que estabas conmigo – me recordó.

 

-         Eso no cuenta, me pilló igual.

 

-         Porque lo planeaste fatal, no por mi culpa – contratacó. – Para otra vez, me avisas primero.

 

-         Hum. Pero me tienes que traer M&M’s – declaré.

Mike volvió a reírse.

-         Hecho.

Nos despedimos y regresé al cuarto a buscar mi cuaderno de Historia. Mis hermanos se habían vuelto a dormir así que me moví con sigilo para no despertarles. Me fui al salón y me puse a hacer las fotos. Se las envié a Mike y luego me tumbé en el sofá a ver si podía dormir otro ratito.

Desperté dos horas después con una sensación extraña en la cara. Me llevé una mano a la mejilla y toqué algo viscoso.

-         ¡Iuk! – exclamé. Me miré los dedos y vi una sustancia roja y gelatinosa que por poco me provoca arcadas, hasta que comprendí que era mermelada. Entonces escuché las risas. - ¡Zach!

 

-         ¿Cómo sabías que fui yo? – exclamó mi hermano, asomando la cabeza desde detrás del sofá.

 

-         Intuición – refunfuñé. Esa era la clase de broma propia de los mellizos.

 

-         No pude evitarlo – se justificó. – Harry quería dibujarte un pene con un rotu permanente, esto era mejor.

 

-         Si esas eran mis opciones… - me resigné y reprimí un bostezo. – Mm. Huele genial.

 

-         Papá está haciendo el desayuno.

 

Me estiré y fui al baño a limpiarme la mermelada y a cubrir otras necesidades básicas. Me mojé bien la cara para despejarme y luego me dirigí a la cocina.

 

-         Buenos días, campeón – me saludó papá. – Te salvé de amanecer todo pintado – me anunció, señalando a un enfurruñado Harry, que sobreactuó una pose indignada, claramente bromeando.

 

-         Ah, pero me atacaron igual.

 

-         ¿Uh?

 

-         Nada, nada. Hola, enano – le dije a Harry y le revolví el pelo al pasar.

 

-         Aichs. No tengo seis años, Ted – protestó.

 

- ¿Seguro? – fingí que me lo pensaba.

 

Asegurándose de que Aidan estaba de espaldas, concentrado en la sartén, y no nos veía, Harry me sacó el dedo corazón, pero no estaba realmente enfadado, solo era una forma de chincharnos.

- ¿Qué hacías en el sofá? – me preguntó papá. – Jadro dice que te llamaron temprano.

- Sí, era Mike. Quería que le pasase una cosa de clase. Le corría prisa porque si no a lo mejor no le dejaban venir hoy.

- ¿Y eso?

- Le enviaron una nota del colegio. Pero si le ves esta tarde, no se lo digas – añadí, preocupado por la posibilidad de provocar una situación incómoda. A veces papá tendría a olvidar que no podía regañar a mis amigos, aunque a Mike no parecía importarle, sino que casi agradecía que alguien le prestase ese tipo de atención.

- Claro que no – me aseguró.

Por el rabillo del ojo, observé que Harry se ponía blanco, y no del tipo “me estoy encontrando mal” sino del tipo “he visto un fantasma o algo igual de aterrador”. Era su expresión de cuando se sabía en problemas.

“¿Qué has hecho ahora?” le pregunté, sin emitir sonido, sino solo moviendo los labios. No sé si me entendió, pero se levantó de la silla en la que había estado sentado y salió discretamente de la cocina.

 

-         AIDAN’s POV –

Empecé el día con una sonrisa, porque Holly me había enviado por Whatsapp una retahíla de insultos por ser “un gigante cabezota que no acepta un no por respuesta”. También me había mandado varios corazones y me había dicho que me quería.

Mi sonrisa se hizo más grande al contemplar a los tres invasores de mi cama aquella noche: Kurt, Alice y Hannah. Sus respiraciones eran lentas y acompasadas y así dormiditos aparentaban aún menos años de los que tenían. Le di un beso a cada uno y acaricié el pelo de Hannah. Ella y Kurt abrazaban al peluche de mi niño, de tal manera que era un amasijo de brazos, piernas y felpa.

A veces, a la pregunta de qué es la felicidad, solo se puede responder con una imagen como esa.

Era sábado, así que no tenían que despertarse aún, si no querían. Me levanté con cuidado y salí al pasillo. Escuché a ver si había alguien levantado y vi a los gemelos saliendo de su cuarto.

-         Buenos días – saludé.

 

-         ¡Hola! – respondió Zach. Parecía de buen humor aquella mañana y se acercó para darme un abrazo. Le apreté, agradecido por ese repentino gesto cariñoso.

 

-         ¿Cómo han amanecido mis príncipes? ¿Con ganas de hacer travesuras?

 

-         Eso siempre – me sonrió, sin importarle que le infantilizara porque solo estaba correspondiendo a su ánimo mimoso.

 

Le piqué el costado y dejé que se separara.

 

-         ¿Harry? ¿Y mi abrazo? – le reclamé.

 

Harry rodó los ojos, pero ocupó feliz el lugar de su hermano. Él solo tenía que hacerse un poco de rogar para dejar claro que ya era mayor.

Bajé con ellos para empezar a hacer el desayuno, pero nos encontramos a Ted durmiendo en el sofá. Al verle, me entraron tentaciones irresistibles de darle un beso, pero a sus hermanos les surgieron ideas bien diferentes. Harry rebuscó en el cajón de costura hasta encontrar un rotulador, el que yo utilizaba a veces para marcar la ropa de mis hijos, para no confundir prendas parecidas. Tardé un segundo en entender para qué lo quería en ese momento. Él y Zach compartieron un susurro y se rieron.

-         Lo que le pintes a él te lo pinto yo a ti – le advertí.

 

-         ¡Vale! – aceptó, poco amedrentado por esa amenaza. Levanté una ceja y se lo pensó mejor. Suspiró y dejo el rotulador. – Mejor no, que a ti te gusta pintar con la mano y solo de un color.

 

Se me escapó una risa irrefrenable desde la garganta.

 

-         Mocosito descarado y ocurrente. Anda, deja tranquilo a tu hermano. Igual ha pasado una mala noche. Venid, vamos a hacer el desayuno.

Harry y Zach me ayudaron a sacar el pan, la mantequilla y la mermelada, pero luego Zach desapareció y Harry se sentó en la mesa, medio recostado, todavía con sueño. El resto de mis hijos empezó a hacer ruido en el piso de arriba. Les escuché entrar al baño e incluso oí a Barie canturrear algo que sonaba como “vamos a ir a un musical”.

Alejandro vino a quejarse de que el móvil de Ted les había despertado y que le había interrumpido un buen sueño. Evité decir que en un día de diario no había alarma que consiguiera hacerle abrir los ojos y me limité a solidarizarme con su frustración. Luego le pedí si podía levantar a los peques, porque ya iba a estar el desayuno.

Poco después entró Ted, y me estuvo contando sobre la llamada de Mike. El que su padre estuviera pendiente de sus estudios suponía un avance con respecto a una cierta indiferencia motivada por un trabajo absorbente. No culpaba al hombre por su elección de carrera, pero se había casado con una mujer muy ocupada también y, al final, ¿quién quedaba ahí para su hijo? Además, no era tanto por el trabajo que tenían, sino porque priorizaban su trabajo sobre sus hijos. Por lo que había podido vislumbrar, consideraban que Mike ya era mayor para cuidarse solo y ellos se limitaban a darle techo y comida.

Mientras pensaba en esto, noté que Harry se marchaba y pensé que tal vez había ido al baño. Los demás fueron bajando y tras un par de minutos solo faltó Harry. Le llamé, pero no recibí respuesta.

-         Creo que le pasa algo, papá – me dijo Ted, al final. – Tenía mala cara.

 

-         ¿Está enfermo?

 

-         No… Parecía… mmm… preocupado.

¿Preocupado? Miré a Ted y reconocí al abogado encubridor que solía ser. Así que Ted pensaba que Harry podía estar en un lío. ¿Era por eso que mi enano se había escabullido como una lagartija entre las grietas de la pared?

Les pedí que pusieran la mesa y yo subí a buscar al hijo que me faltaba. Busqué posibles explicaciones para su repentina huida. Era demasiado temprano como para que la hubiera podido liar demasiado, seguro que se trataba de una tontería.

Harry estaba en su cuarto, tumbado en su cama y suspiró al verme entrar, mirándome con cara de resignación.

-         Hey, campeón. Ya está el desayuno.

 

-         Ya bajo…

 

-         ¿Pasa algo? – pregunté, acercándome a él. Tal vez sí estuviese enfermo y por eso se había tumbado.

 

-         No…

 

-         ¿Seguro? ¿Por qué te fuiste así?

Harry se encogió y casi inmediatamente después se estiró de mala gana para alcanzar su mochila. La abrió y sacó su agenda.

-         Quiero ir al musical – me dijo.

No entendí el sentido de lo que quería decir hasta que tomé la libreta  que me ofrecía. A pesar de que aún estaba cerrada, intuí lo que me iba a encontrar.

-         ¿Te pusieron una nota en el colegio? – aventuré. – Y escuchaste lo que Ted decía sobre Mike.

Harry asintió, se sentó y se miró los zapatos.

-         Y aún así me lo estás diciendo, aunque crees que no te dejaré acompañarnos esta tarde – reflexioné. – Gracias por la sinceridad, hijo. Lo aprecio mucho.

Harry se ruborizó y no levantó la vista mientras yo pasaba las hojas hasta encontrar la nota. Su profesora me hacía saber que mi hijo llevaba tres días sin hacer nada, negándose a sacar el boli y el cuaderno. Suspiré.

-         ¿Por qué no me lo enseñaste ayer? – le pregunté.

 

-         Pensé en ocultártelo… Luego me dije que eso, a la larga, terminaría peor para mí… Y después pasó la tontería del parque con ese niño y consideré que ya había tentado demasiado mi suerte por un día. Iba a decírtelo el domingo a última hora, o el lunes por la mañana…

 

-         Entonces, ¿por qué me lo dices ahora? – inquirí, tratando de entender el razonamiento de mi hijo.

 

-         Porque eso te habría enfadado más… Y para no arriesgarme a cambiar de opinión. Me conozco y si lo sigo posponiendo al final no te la doy y entonces mi profesora, al ver que no está firmado, llamaría a casa…

 

-         Vaya, has considerado todas las opciones, por lo que veo – respondí.

 

-         Todas – susurró. – Incluso las más estúpidas.

 

-         ¿Como falsificar mi firma? – probé y sus ojos se abrieron mucho porque lo hubiera adivinado. – Pero no lo hiciste. Y tampoco esperaste al último día para enseñármela. Has hecho lo correcto, incluso temiendo un castigo desproporcionado. ¿Cuándo os he dejado yo sin el plan del sábado? Eso no es una opción, estás atado a pasar el día con nosotros, señorito – le aclaré. - ¿En serio crees que soy capaz de dejarte aquí solo mientras los demás nos vamos al teatro?

 

La boca de Harry se estiró poco a poco en una sonrisa. Tiré de él para levantarle y darle un abrazo.

 

-         Ah, pero tenemos que hablar seriamente de esta nota. ¿Cómo es eso de que te niegas a sacar el cuaderno? – le regañé, sin soltarle. – Pensé que tú y yo habíamos acordado que ibas a estudiar mucho este trimestre.

 

-         ¡Y estoy estudiando! Pero en Tecnología no hacemos nunca nada. ¡Llevamos tres días apuntando datos y cifras absurdas en lugar de ir al taller a construir cosas, que se supone que es lo que se hace en esa clase!

 

Ya me había dado cuenta de que Harry prefería el trabajo manual y eso era en parte porque tenía poca paciencia.

 

-         Hijo, antes de construir algo hay que saber el por qué y el cómo. No se trata de hacer las cosas al tuntún. Y, en cualquier caso, tu deber es escuchar a tu profesora y hacer lo que ella te pida. Habrá veces que lo que aprendas te resultará interesante y otras en que te parezca un tostón, pero no puedes simplemente pasar de prestar atención o de sacar tus materiales.

 

Harry se escondió en el huequecito que se había hecho entre mis brazos, porque no le estaba diciendo nada que no supiera. Así apretado como le tenía, bajé la mano derecha.

 

PLAS PLAS PLAS

 

-         Au.

 

-         Vas a estar una semana sin videoconsola y, si hay próxima vez, serán dos y una azotaina en condiciones – le avisé.

 

-         Buh. Papá, qué malo eres.

 

-         Encima – me indigné y le hice cosquillas. Le dejé revolverse por un lado y después le di un beso en la frente. – Estoy premiando tu honestidad, hijo, pero este trimestre tienes que ser más aplicado que el anterior y eso incluye tu comportamiento en clase. Voy a ser un pesado contigo, preguntándote los temas, revisando tus deberes y ocupándome de que no te descuides.

Harry se enfurruñó, poco conforme.

-         Así nos evitamos sorpresas desagradables después, cuando lleguen las notas – le expliqué.

Agobiar a los hijos revisando constantemente sus cuadernos cuando llegaban a cierta edad no era buena idea, porque les hacía poco autónomos y además les crispaba los nervios. Pero Harry no tenía más que cincos y suspensos aquel año, así que un poco de supervisión no deseada era necesaria, sobre todo porque yo sabía perfectamente que no se trataba de falta de capacidad, sino de constancia. Al parecer, con él no bastaba con preguntas ocasionales sobre sus asignaturas y con esperar que me pidiera ayuda por las tardes, cuando entraba a su cuarto mientras hacía la tarea. A él tenía que darle mi ayuda, la quisiera o no. Y también ser un poco duro con las comunicaciones que me llegaran por faltas leves de conducta, porque se estaba jugando el curso y yo sabía que, si su gemelo pasaba y él no, se sentiría destrozado.

Quizás Mike, el amigo de Ted, necesitara lo mismo, pero su padre no estaba ahí para darse cuenta.

Le firmé la nota a Harry y le llevé abajo para desayunar. El resto de la mañana pasó sin grandes incidentes. Ayudé a los peques a vestirse e hice sus camas. Los más grandes estudiaron por un rato y después salieron al jardín, porque hacía un día estupendo. Sabía que a Ted le apetecía ir a dar una vuelta, pero no dijo nada y se conformó con el jardín porque Jandro y Michael seguían castigados.

Aproveché para hacer una limpieza a fondo de la cocina y Kurt quiso ayudarme, al parecer encontrando muy divertido que incluso yo, con mi considerable estatura, necesitase de una mopa con palo para llegar a los lugares más altos. Aunque las “ayudas” de Kurt a veces entorpecían una tarea sencilla, me gustaba tenerle conmigo cuando hacía las faenas del hogar. Era uno de esos momentos donde le podía enseñar cosas útiles para la vida, pasando los dos un buen rato como padre-hijo. Él se ponía muy contento cada vez que aprendía a hacer una cosa nueva y yo alababa su buen desempeño.

-         Muy bien, campeón. Gracias a ti he terminado muy rápido – le dije, lo cual era solo una mentira a medias. Le senté en la encimera y besé su mejilla, provocando una risita adorable por parte de mi bebé. La camiseta de Kurt estaba llena de manchas y el suelo necesitaba otra pasada después de que él hubiera pisado las partes mojadas, pero se veía realmente orgulloso de haber ayudado y en realidad había sido más hábil que la última vez. – Vete a jugar y a hacer travesuras, anda. En seguida haré la comida y sé de alguien que va a elegir el postre de hoy.

Kurt sonrió más y se colgó de mi cuello para que le bajara al suelo.

-         ¡Natillas! – exclamó.

 

-         Cómo no. La verdad es que podría ahorrarme la pregunta.

 

Mi enano se fue a enredar y yo terminé de arreglar la cocina. Ya le cambiaría de ropa después de comer.

Estaba nervioso y no tenía nada que ver con el musical sino con quiénes iban a acompañarnos. Holly y yo estábamos en un limbo extraño, en el que ya nos habíamos encariñado con los hijos del otro.

Lo había planeado todo para tener tiempo de sobra y, aún así, como siempre, se nos echó la hora encima. Barie me hizo ver que una tarde en el teatro, en especial en un palco, tal vez requería vestirse con cierta formalidad, así que algunos de mis hijos quisieron cambiarse y ponerse ropa elegante.  

-         El maquillaje está fuera de discusión – declaré, cuando Bárbara y Madie se metieron juntas en el baño. – Y no quiero protestas. Tengamos la tarde en paz.

Fruncieron el ceño y se cruzaron de brazos al mismo tiempo, pero no me discutieron, gracias a Dios.

-         Podré al menos plancharme el pelo, ¿no? – dijo Barie.

 

-         A mí me gusta más cuando llevas bucles – sugirió Madie.

 

-         Péinate como quieras, cariño, pero daros prisa que se nos hace tarde.

Al final, Barie se onduló el pelo y Madie se lo alisó y las dos estaban guapísimas. Ted se puso una americana, pero creo que no era tanto por ir al teatro como porque iba a ver a su novia. Decidí imitarle y mis hijos me prohibieron recogerme el pelo. Prácticamente me obligaron a llenármelo de espuma para intentar domarlo un poco y que no pareciera la melena de un león.




Alejandro optó por ir más discreto, con una camisa informal y unos vaqueros, y Michael le imitó. Fueron los primeros en estar preparados, así que les encargué que metieran prisa a sus hermanos.

Alice se había dormido después de comer y no había manera de despertarla para irnos. No quería ser brusco, así que intenté espabilarla poco a poco y al final la llevé en brazos mientras ella seguía dormitando sobre mi hombro. Ted ayudó a Kurt a ponerse una nueva camiseta y Michael le abrochó los cordones de las zapatillas a Dylan.

Cuando todo el mundo estuvo listo, fuimos a los coches rumbo a nuestra primera parada: la casa de Agustina. La chiquilla nos esperaba en la calle, con un vestido rosa y una enorme sonrisa.

 


 

Observé desde mi coche como Ted se bajaba del suyo, la saludaba con un beso tímido y le abría la puerta para que se metiera a su lado.

“Todo un caballero” pensé, con orgullo.

Lástima que aquel no fuera a ser un viaje romántico, con sus hermanos pequeños en el asiento trasero.

Ya habíamos vuelto a arrancar cuando me fijé en el hombre que me miraba desde una de las ventanas de la casa. Debía de ser el padre de Agustina. La distancia no me permitía verlo bien, pero juraría que no nos echó precisamente una mirada amigable.

Habíamos quedado con Fred y Mike en la casa de este último. Mike iba a llevar su coche. Finalmente, le habían dado permiso para venir. Una parte de mí consideró que tendría que parecerme raro que los amigos de mis hijos vinieran a una salida con mi novia y su familia, pero lo cierto es que no me lo parecía. Esa fue la primera vez en la que empecé a pensar realmente en nosotros como una unidad: Holly, sus hijos, los míos, y yo. Incluso Mike entraba en ese pack. Y Agus, mientras estuviera con mi hijo. Y Fred, hasta que se sintiera seguro con la suya.

Cuando ya estuvimos todos, nos dirigimos al teatro. Al contrario de lo que pensé, no tuvimos problema para encontrar sitio en el aparcamiento e incluso Ted y yo pudimos dejar nuestros coches en la misma fila.

Holly ya estaba allí. En realidad, habíamos llegado casi al mismo tiempo. Sam y ella eran los conductores de su familia y en ese momento estaban terminando de sacar a los bebés del coche. Me esperaba un saludo por parte de Blaine, de Sam, tal vez de Leah, pero me vi gratamente sorprendido cuando una pulguita torpe correteó hacia mí, llevando en una mano un oso de peluche que yo mismo le había regalado el día de su cumpleaños.

-         ¡Dadan! – gritó Avery.

Me derretí de pura ternura y también me infarté al ver que el enano corría hacia mí en medio del aparcamiento, donde cualquier coche que entrara o saliera en ese momento podría golpearle. Me apresuré para alcanzarle y le tomé en brazos, como si pretendiera hacerle de escudo con mi cuerpo ante cualquier peligro.

-         Dadan :3 – repitió el bebé, encantado de estar tan alto y me mostró su osito.

Respiré hondo, comprendiendo que no había pasado nada, pero entonces me fijé en las idénticas caras de terror de Holly, Aaron y Sam y pensé que había otro peligro mucho menor del que también podía proteger al crío en ese momento: una familia asustada y enfadada.

-         Hola, Avery. ¿Me has echado de menos? – le pregunté. El niño volvió a enseñarme su peluche, al parecer buscando alguna clase de comentario por mi parte. - ¿Te gusta el osito?

El bebé asintió con una sonrisa y abrazó el muñeco. Le besé en la frente y le dejé en el suelo, tomándole de una mano con firmeza.

-         No se camina solito por el aparcamiento, Avery. Y no se corre. Siempre de la manita de los mayores.

Me miró desde abajo con su boca entreabierta en una perfecta “o” y me quedé con la duda de si me había entendido, pero en ese momento nos vimos rodeados de Holly y Aaron, cada uno llevando a otro de los bebés en brazos.

-         ¡Avery! ¡Tesoro, mamá se ha asustado mucho! – le regañó, agachándose a su lado. – No puedes salir corriendo así.

Le abrazó con fuerza y le llenó de besos por toda la cara. Mi preocupación porque el bebé fuera a llevarse una palmada disminuyó drásticamente.

 

-         No le vuelvas a soltar, a esta edad no se están quietos – le escuché decir a Aaron, en lo que claramente era un regaño para Sam. El chico agachó la cabeza y no me pareció justo, porque era evidente que no lo había hecho a propósito, sino que el niño se había ido sin que él se diera cuenta.

“No es su culpa, pero el consejo no viene mal” me dije. “Solo es el tono lo que me molesta. No es necesario hablar siempre como si te estuvieras dirigiendo a un enemigo”.

Cuando Holly terminó de apretujar a su hijo, se levantó y me miró con cierta timidez para después ponerse de puntillas hasta alcanzar mis labios. Esa vez no observé ninguna mueca por parte de nuestros hijos, espectadores del gesto, pero como siempre escuché algunas risitas, principalmente de Barie, que siempre había estado enamorada del concepto del amor.

-         Hola – me sonrió Holly.

 

-         Hola – respondí y, sin poder resistirlo, le di otro beso.

 

-         Oye, no comáis delante de los pobres – protestó Sam.

Su tío le dio una colleja, pero el movimiento fue un tanto ridículo porque Sam era demasiado alto para él. El chico se adelantó con una sonrisa pícara y fue a saludar a mis hijos.

Blaine se acercó y me dio un abrazo, tan rápido que casi se sintió como un placaje. Le apreté con fuerza y me di cuenta de que aquel abrazo era un poco más intenso de lo normal cuando saludas a alguien. Era el abrazo de un niño que ha tenido pesadillas por la noche, o tal vez durante el día, durante muchos días. El abrazo de alguien que ha esperado algo durante mucho tiempo.

Por instinto, supe lo que tenía que decir.

-         Hola, soldadito – le saludé. Le vi sonreír y después ya no vi nada más, porque escondió la cara totalmente. Me invadió una sensación cálida en el pecho y me dije que no podía pasarme tanto tiempo lejos de ese mocoso.

 

 

3 comentarios:

  1. Me encantan las salidas de ambas familias, actualiza pronto!

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  2. Excelente, se ve que se la van a pasar genial...
    Actualicen pronto...
    Ya quiero que conos am también a Sebastián 😘

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