miércoles, 26 de agosto de 2015

CAPÍTULO 45: DOLORES ESCONDIDOS



CAPÍTULO 45: DOLORES ESCONDIDOS

Estaba en una postura un tanto extraña, apoyado sobre papá con las piernas retorcidas.  Las sentía como si estuvieran dormidas, y de vez en cuando me daban pinchazos y calambres, pero me habían dicho que eso era normal.  Papá sostenía gran parte de mi peso, y pensé que tal vez le estaba dando calor, pero no me pidió que me quitara ni hizo signos de estar incómodo. A decir verdad, su brazo derecho, con el que me abrazaba hacia él, parecía una señal de que más bien no quería que me quitase nunca.

No quería pensar en lo que acababa de pasar, pero estábamos en silencio, muy cerca el uno del otro, e inevitablemente mi mente empezó a divagar y a recordar lo imbécil que me había puesto. ¿Cómo iba a volver al médico después de haberme portado como un crío? Y papá… papá tendría que estar muy enfadado conmigo. Le miré, y sus ojos se cruzaron con los míos. Me sonrió y me acarició la mejilla, probablemente intrigado por mis pensamientos. No, no había ni pizca de enfado en su expresión.

Ya ni siquiera sabía cuántos días estaba castigado sin móvil. Lo peor era que podría haberme ido mucho mejor de no ser tan idiota. Cualquier persona sensata habría parado a la primera llamada de atención…

Vi que papá volvía a coger su móvil y comenzaba a girarlo en sus manos, como examinándolo.

-         No le hice nada, si es lo que estás pensando.  – murmuré. No se me ocurriría romper su teléfono.

-         ¿Uh? Ya sé, hijo. Solo estaba distraído.

-         ¿Pensando en Holly? – le pinché, sonriendo con un poco de malicia.

-         Sí… - respondió, sin darse cuenta. Luego abrió los ojos y me miró avergonzado - ¡Digo no!

Sonreí para mis adentros, porque papá parecía tener mi edad. Tenía reacciones de adolescente enamorado.

Le dejé tranquilo por un rato, divertido por su rostro inexpresivo y sus ojos ilusionados. Papá era muy elocuente con su mirada.

-         Yo estaba pensando… en que lo siento – dije, tras unos minutos.

Aidan se concentró en mí y me dedicó una sonrisa.

-         Ya te disculpaste, Ted. – me recordó.

-         A veces con una disculpa no basta. Y yo te traté muy mal…

-         Tuviste un mal día. Una mala semana, más bien. Además, creo que ya te castigué por eso. ¿O es que ya se te olvidó? Tal vez deba hacer algo más ¿no?  - me dijo, y al segundo siguiente le tenía encima de mí, jugando y tratando de darme la vuelta, como si quisiera darme una palmada.

Me hizo reír, pero sobretodo me alegré de que volviera a hacer esos juegos conmigo, sin miedo de hacerme daño como en los últimos días. Me había sentido como un trozo de cristal rajado, que en cualquier momento podría romperse.

- Eso. Eso es lo que quiero oír. Grabaré ese sonido y lo escucharé a todas horas – dijo papá, y yo me sorprendí un poquito por la intensidad con que lo dijo. No sabía que escucharme reír fuera tan importante para él. – Lo echaba de menos. – susurró, y entonces entendí algo que en realidad ya sabía, pero tome plena conciencia de ello en ese instante: aunque era a mí a quien habían operado, él había estado en esa camilla conmigo.  Él había sufrido con todo eso tanto o más que yo, desde el mismo momento en el que me vio herido en la puerta de casa. Él se sentía exactamente igual que yo, pero se sobreponía, para sonreírme a mí y a mis hermanos. Yo tenía que ser tan fuerte como papá. Tenía que ser capaz de seguir con mi vida, sin amargársela a los demás.

Por suerte, ya había dado el primer paso, sin que papá lo supiera. Y es que cuando cogí su móvil no fue para leer su conversación con Holly, sino para apuntar su número de teléfono y el de un par de personas más, que estaban dentro del pequeño círculo de amistades de papá. Quería celebrar su ya pasado cumpleaños como era debido.

Aproveché cuando se fue a seguir haciendo la comida, y me dispuse a hacer algunas llamadas. Pero desde el teléfono fijo, para no volver a enfadar a papá. Saqué de mi bolsillo el papelito donde había apuntado los números, y decidí que la primera persona a la que llamaría sería a Holly.

Cuando marqué el número estaba un poco nervioso. Me sudaban las manos y tenía un nudo en la garganta. Pero tenía que hacerlo por papá. Se merecía un cumpleaños en condiciones.

Holly descolgó su móvil al tercer toque.

-         ¿Dígame?

-         Ho….hola… mmm… Hola, Holly. Soy Ted… el hijo de Aidan.

-         ¡Ted! ¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Ha pasado algo malo?

Ella sonó muy extrañada, claro. Por nada del mundo se esperaba una llamada de mi parte, y seguramente pensó que el único motivo por el que podía llamarla era si le había ocurrido algo malo a Aidan.

-         No…mmm…todo está bien… Te llamaba…esto…te llamaba por… ¿te pillo en un mal momento?

-         No, estoy en el trabajo, en la redacción, pero hoy todo está muy tranquilo.

-         Ah…

Me sentía un estúpido. No se me daba bien hablar con los adultos, me volvía muy tímido. Además la cosa con Holly era extraña, porque era algo así como la novia de mi padre, o ni siquiera eso. En verdad éramos prácticamente desconocidos, y aun así ella había estado en el hospital. Era como si nos hubiésemos saltado varios pasos lógicos en el proceso de conocernos.

-         ¿Necesitas algo, Ted? – preguntó. Su voz sonaba dulce, y aunque no la veía casi podía jurar que estaba sonriendo.

-         Es que… el cumpleaños de Aidan fue… hace unos días…y él… pues, conmigo en el hospital, y eso… no tuvo una fiesta en condiciones. A decir verdad nunca lo celebra mucho, pero este año ha sido bastante especial y complicado para nosotros y…mmm…yo quiero…quiero que lo celebre. Ni siquiera tuvo regalos esta vez. Así que…así que estoy llamando a… a sus amigos… para hacerle una fiesta sorpresa…aquí en nuestra casa.

Bueno, al final pude soltarlo. Fue mejor decirlo todo del tirón. Sin embargo ella no me respondía, y eso me preocupó. Tal vez no había hecho bien en invitarla, o había malinterpretado las cosas y papá y ella no querían seguir adelante con aquello.

-         Ya veo… - dijo al final.

Pensé que me había precipitado demasiado. Puede que hasta se hubiese molestado por mi llamada… Es decir… es raro que te llame el hijo del hombre con el que puede o puede que no vayas a iniciar una relación.

-         Si no puedes… no pasa nada…- me mordí el labio.

-         No… ¿cuándo sería?

-         ¿El jueves? – dije, pero más bien sonó como una pregunta – Por la tarde, a eso de las seis…

Así mis hermanos habrían vuelto ya del colegio, e incluso habrían tenido tiempo de hacer los deberes.

- Vaya…

Sólo dijo eso. “Vaya”. ¿Por qué no era más explícita? ¿Es que no quería venir?

-         Perdona… No he debido llamarte – empecé a disculparme, buscando la forma de colgar.  En el hospital había sentido una especie de conexión con esa mujer, pero ella no tenía por qué haber sentido lo mismo. A decir verdad, mi familia no le había traído más que problemas. Tal vez hasta se hubiese buscado líos en el trabajo por aquél programa hablando a mi favor.

-         ¿Qué? No, no. Sí que debías. Muchas gracias por llamarme, no es eso… Es que a esas horas, en un día de diario… No me gusta dejar solos a mis hijos, y mi hermano tiene mucho trabajo esta semana.

-         ¡Oh!  - exclamé. Claro, tendría que haber pensado en eso – Bueno… no hay problema… Los puedes traer…. – dije, casi sin pensar. Luego imaginé lo que sería juntarnos a todos y me arrepentí. Seguro que eso acababa con todas las posibilidades de salir que tuvieran papá y ella. Es más, tampoco debía dejar que Holly nos conociera a todos nosotros. Seguro que se asustaba y no volvía más….

-         No sé si eso sería lo mejor – susurró. Puede que ella estuviera pensando algo parecido a lo que estaba pensando yo – Pero tal vez… Tal vez pudiera llevar solo a los bebés. ¿Eso estaría bien? Sólo podría estar un rato, pero iría a desearle un feliz cumpleaños.

Ese era un buen término medio. Había percibido cierto entusiasmo en su voz. Muchas cosas en ella, en su inocencia, en su forma de hablar, de entusiasmarse, de sonreír, me recordaban a una adolescente.

A decir verdad, parecía llevar una vida muy ajetreada, con trabajo, y todo, y aun así tenía tiempo para estas cosas, como lo había tenido para ir a verme al hospital. En ese momento tuve una intuición, como un presentimiento juntando todo lo que sabía de Holly: llegué a la conclusión de que apenas había disfrutado de su vida.  Se casó joven, tuvo muchos hijos, perdió a su marido… No quiero decir con esto que nunca hubiera sido feliz, eso no podía saberlo, pero me pareció que siempre había vivido para otras personas, y que recién estaba empezando a vivir también para sí misma. Creo que estaba intentando compatibilizar, de alguna manera, una vida activa con ser madre de familia. Era incapaz de desentenderse de sus hijos –porque se notaba que los quería, y mucho- pero al mismo tiempo había llegado el momento de empezar a hacer cosas fuera de su casa. No podía saberlo con seguridad, no la había conocido antes, pero creo que estaba haciendo muchos cambios en su vida. Y que por eso intentaba ser capaz de tener amigos y de hacer cosas normales. Ser madre, después de todo, no significa renunciar a tu vida, aunque tengas una familia numerosa.

-         Bebés… Suena genial. ¿Qué edad tienen? – pregunté con curiosidad. En parte porque yo tenía un lado cotilla, y me encantaban los niños, y en parte porque ella había dicho que su marido había muerto hacía un año… Así que tampoco podían ser muy pequeños….

-         Veintiún meses. Son trillizos.

¡Trillizos! ¡Trillizos bebés! Puede que fuera el cumpleaños de papá, pero si Holly se presentaba en casa con ellos, para Bárbara sería como Navidad.


-         AIDAN´S POV –

Oía a Ted hablar por teléfono, pero no entendía su conversación, ni me esforzaba por entenderla porque quería darle algo de privacidad. Únicamente me asomé un momento para comprobar que estuviera hablando con el fijo –que en realidad no era fijo, sino inalámbrico- y no con algún móvil. Como vi que era así, le dejé tranquilo, aunque me llamaron la atención sus gestos, y el hecho de que al verme empezara a hablar en susurros, con cierto secretismo. A saber de qué estaba hablando para que no me pudiera enterar. O con quién, dado que sus amigos estaban aún en clase… Moría de curiosidad, pero me obligué a no preguntar nada. Si él quería, vendría a contármelo.  De otra forma se sentiría asfixiado.

Tampoco tuve mucho más tiempo para pensar en eso, porque llamaron a la puerta. No estaba esperando a nadie, y lo primero que pensé es que tal vez se trataba de algún periodista. Luego me sentí un egocéntrico por pensar así, y fui a abrir.

No era ningún extraño quien estaba en mi puerta: era Michael. Estaba en casa mucho antes de su hora. Y no tenía para nada un buen aspecto. Enseguida percibí un fuerte olor a alcohol. Un aroma tan intenso como el que destilaba Andrew en sus peores noches. Michael había bebido, y había bebido mucho.
En el tiempo que llevaba con él había observado que Michael era bastante sano. Cuidaba su salud y sus hábitos, y aunque en una ocasión había llegado bebido a casa, supe que eso no era una costumbre. Que no solía beber, tal vez porque sabía que con su diabetes no le convenía. De todas formas le dije que no podía volver a hacerlo y realmente había esperado que nunca le iba a ver entrando en casa en esas condiciones. En esa ocasión no se trataba de un par de cervezas, o de algo de licor que le hubiera caído por encima:  todo él parecía una destilería.

Cuando dio un paso para atravesar la puerta, me vomitó en los zapatos. Ni siquiera pude sentir asco, porque estaba demasiado sorprendido e impactado.

-         ¡Michael!

-         Sabía que al final potaba… - dijo, no sin cierta dificultad porque la lengua no parecía obedecer correctamente a los sonidos que intentaba emitir.

-         ¿Pero qué has hecho? ¿Dónde has estado? ¿Has bebido?

La última pregunta sobró, porque era evidente que sí, pero es que yo no acababa de asimilarlo.

-         Hacesss muchass prrreguntasss – respondió, con una sonrisa estúpida, arrastrando las eses y trabándose con la erre.

Estoy seguro de que durante unos segundos me quedé allí de pie como un pasmarote, sin saber qué hacer o qué decir. Finalmente reaccioné, cerré la puerta, le senté en el sofá frente a un asombradísimo Ted, y fui a por algo para limpiar su vómito. Cuando terminé de limpiar aquello me era imposible decir si estaba más calmado o si por el contrario comenzaba a ponerme furioso.

-         ¿Está pedo? – preguntó Ted. Michael se miraba las manos como si fueran algo fascinante. Tuve miedo de que además de alcohol hubiese tomado drogas. Más le valía que no.

-         Sí, Ted, está borracho.

-         ¡No estoy borrrrrrrracho! – protestó él – Sssólo he bebido un p-poco.

-         ¡No tenías que haber bebido nada! ¡Y uno no se pone así por “beber un poco”!

Bien que lo sabía yo. El alcohol te afecta más o menos en función de una serie de factores, entre ellos el tamaño y la costumbre de beber. Michael era grande y no sé si estaba acostumbrado al alcohol pero tampoco era la primera vez que bebía. Para ponerse así tenía que haber bebido mucho.

- ¿Es que no sabes el daño que tanto alcohol puede hacerte?  - insistí, recordando todas las veces que Andrew había estado en el hospital, por coma etílico. La vez en la que casi me ingresan a mí. El temblor de mis manos cada vez que intentaba dejar de beber. El temor constante (aunque por suerte infundado) de haber causado daños irreparables en mi hígado. Y eso obviando las jaquecas, las resacas, los trastornos de sueño, etc.

-         Y ya qué más da – murmuró.

Sonó derrotado, asqueado. Deprimido. Como si ya nada tuviera ninguna importancia. Como si no se preocupara más de sí mismo.

Eso me hizo pensar que algo muy gordo le había pasado. Algo que le había hecho beber como un poseso. Aunque quería saber qué era y tratar de reconfortarle, estaba demasiado furioso como para dejar mi enfado de lado y andar con averiguaciones.

-         ¿Qué qué más da? ¿QUÉ MÁS DA? ¿Acaso no te importa tu salud? ¿No te importamos nosotros que nos preocupamos por ti? Te aseguro que no te van a quedar ganas de….¿Michael? ¿¡Michael!?  

De pronto parecía que no me estaba escuchando, pero no por ignorarme, sino porque algo no iba bien. Sentí que todo mi cuerpo temblaba. No podía más. No podía seguir enfrentando ese tipo de situaciones. No podía ver sufrir a otro hijo.

-         Creo…creo que tiene una hipoglucemia, papá. Necesita comer – intervino Ted.

Recordé algo que había leído acerca de la diabetes y el alcohol.

- ¿ES QUE ENCIMA HAS BEBIDO CON EL ESTÓMAGO VACÍO? – estallé, porque un poco más y lo de Michael cuenta como intento de suicidio.

-         ¡Ya le gritarás luego! ¡Ahora ve a por algo con azúcar! – me instó Ted. Hubiera ido el mismo de no estar en la silla.

Asentí, nervioso, porque Ted tenía razón. No era el momento. Fui a la cocina, y traje una coca-cola, y varias barritas de chocolate. Luego tuve una especie de inspiración divina y subí al cuarto de Michael para coger un pequeño aparatito suyo con el que se medía el azúcar. Bajé y le pinché el dedo con él, sin que él se inmutara. Estaba consciente, pero muy mareado. 

Su nivel de azúcar en sangre estaba muy bajo, así que Ted había tenido razón en su diagnóstico. Él también debía de haberse informado sobre la diabetes, ahora que tenía un hermano que la padecía.

-         Ten, Michael, bebe esto. Come el chocolate – susurré.

Estaba intranquilo, pero después de respirar un par de veces me fui calmando: lo que tenía no era grave. Una bajada de azúcar era algo normal que le podía pasar a cualquier persona, incluso sin diabetes. Le observé mordisquear una barrita y me convencí de que no iba a desmayarse.

-         Espera un poco, no comas más, a ver si va a sentarte mal – recomendé, recordando que además tenía el estómago revuelto por lo que había bebido.

Michael asintió, algo más despejado.

-         En un rato tengo que medirme el azúcar otra vez, a ver si ha subido – dijo, y se recostó en el sofá. Cerró los ojos, pero su respiración me indicó que no estaba dormido.

Me senté cerca de él, soltando todo el aire de golpe. Cada vez tenía más claro que no iba a llegar vivo a los cuarenta. Miré a Ted, que estaba enfrente de mí, observando atentamente a su hermano.

-         Piensas rápido, campeón – le felicité - ¿Cómo lo has sabido?

-         A Fred le pasa a menudo. Le dan bajadas de azúcar, y no se siente mejor hasta que come algo. Como Michael tiene diabetes, pensé que podía ser eso.

Esperé un cuarto de hora, y después volví a medir el azúcar de Michael. Ya estaba por encima de 70 y parecía sentirse mejor, así que no había que hacer nada más. Excepto matarle.

-         ¿Tienes idea del susto que me has dado? – farfullé.

-         ¡No es mi culpa que tenga diabetes! – protestó.

-         No, eso no. ¡PERO BEBER SIN MEDIDA SABIENDO QUE ADEMÁS TE HARÁ PEOR QUE A OTRAS PERSONAS SI LO ES!

-         No estoy de humor ¿vale, Aidan? Ahórratelo. Me duele mogollón la cabeza.

-         ¡Oh! ¡El señor no está de humor! ¿Y crees que yo sí? ¡Me estoy conteniendo, Michael, me estoy conteniendo! ¡Y no te dolería la cabeza si no hicieras tonterías! Ve a darte una ducha y me esperas en tu cuarto.  -  le ordené. - ¡Ahora! ¡No quiero oír una sola palabra!  - añadí, al ver que abría la boca. La cerró de golpe y dio un manotazo al sofá antes de ponerse de pie, con una mirada de puro odio. Aún no me acostumbraba a que me mirara así, pero no era la primera vez que lo hacía. Solo podía soportarlo porque sabía que eran reacciones puntuales, y que en verdad no me odiaba.

Le vi marcharse, y le llamé un momento antes de que desapareciera escaleras arriba.

-         Michael. ¿Ya te sientes bien? ¿No te mareas? – pregunté. No quería que se metiera en la ducha si había riesgo de que se cayera o se mareara en el baño.

Soltó un bufido que tuve que interpretar como que ya estaba bien, y subió los escalones que le quedaban de dos en dos. Poco después escuché un portazo desde uno de los baños.

-         Para otra vez, podrías ahorrarme las escenas incómodas  - dijo Ted. Había estado presente todo el rato, y no había sido grato para él presenciar cómo regañaba a su hermano.

-         Lo siento, canijo. Es que a veces…a  veces de verdad pienso que os gusta verme cabreado.

-         ¡Oye! A mí no me incluyas, que todavía no llegué nunca bebido a casa.

-         ¿Todavía?  - inquirí – Más te vale que no lo hagas nunca. ¿Y qué fue esa forma de decirlo? ¿”Llegar a casa bebido”? ¿Es que bebiste sin que yo me enterara?

-         Jo, papá, que paranoico… La única vez que bebí fue una cerveza, y te lo dije, ¿recuerdas? Nunca he tomado nada más. Lo sabes.

-         Bueno. – acepté, y le acaricié el pelo.

Esperé un rato terminando de ultimar detalles para la comida, hasta que escuché ruidos arriba que me indicaron que Michael ya había salido del baño. Me armé de valor, y subí, sin saber con qué me iba a encontrar. ¿Un adolescente cabreado? ¿Un chico triste? ¿Un niño asustado?

Lo que vi fue a Michael, ya vestido, y sacando el saco de boxeo que le había regalado hacía nada. Me parecía bien que usara eso para descargarse, pero me pregunté qué le tenía tan enfadado. ¿Era por mí, o por algo más? ¿Por lo mismo que le había llevado a beber así?

Como no me había visto, decidí quedarme detrás de la puerta medio entornada, observando. Se movía con movimientos torpes, como si no estuviera muy seguro de lo que estaba haciendo. Parte de él debía de pensar que aquello era una tontería, pero otra parte tenía que estar verdaderamente cabreada, porque soltó un derechazo sobre el saco y ya no se detuvo. Golpeaba con una rabia que hasta daba algo de miedo, y poco a poco fui viendo cómo perdía el control. Empezó a dar patadas además de puñetazos y movió el saco de sitio, a pesar de que la base pesaba lo suyo. En ese momento decidí entrar.

-         ¡Michael, Michael! ¡Para, para, para! Tranquilo hijo – le dije, y le agarré de los brazos para que se estuviera quieto. Haciendo un poco de fuerza, porque él no colaboraba, le abracé - ¿Qué pasó, campeón? ¿Qué tienes?

-         ¡Suéltame!

-         No, hijo. Tienes que calmarte.

-         ¡Me diste eso para liberar mi rabia pero no funciona! – me acusó, señalando el saco. Evité decirle que era un trozo de plástico y de relleno: que no hacía milagros.

-         ¿Qué te tiene tan enfadado, Michael? Cuéntamelo, campeón. Dime qué pasó hoy.

Casi pensé que iba a decírmelo. Pensé que confiaba en mí, y además hablar conmigo seguramente ayudaría a su causa, porque así yo sería capaz de entender por qué bebió y tal vez no me hubiera enfadado tanto. Pero si había un motivo, se lo calló.

-         ¡El que me enfada eres tú! – me chilló - ¡PRETENDIENDO DAR LECCIONES MORALES CUANDO EL PRIMER BORRACHO AQUÍ FUISTE TÚ!
Sentí como si me hubieran dado un puñetazo. Eso era algo que siempre había temido: que mis hijos supieran mi pasado y lo echaran en mi contra. Que se avergonzaran de mí o pensasen que no era digno de ser su padre, o su hermano, o lo que fuera.

No sabía cómo se había enterado Michael, pero supuse que alguno de sus hermanos se lo habría contado. Mi alcoholismo había dejado de ser un secreto, y seguramente todos empezarían a usarlo en mi contra.

Yo no podía dejar que eso pasara. No podía permitir que usaran mis errores para justificar los suyos.

-         Eso fue un golpe bajo, ¿eh? Pero bajo, bajo – susurré. – Tienes razón, yo fui alcohólico. Por eso estoy más decidido que nadie a evitar que tú lo seas. Estás castigado sin ningún privilegio. No habrá ordenador para ti, ni teléfono, ni salidas, ni televisión. Si te aburres puedo darte algo para hacer, aunque creo que deberías empezar a mirar los libros del colegio de tus hermanos, porque sigo decidido a que termines los estudios básicos.

-         ¿Qué? No te sobres…

-         No, el que se ha “sobrado” has sido tú, Michael. Y además no he terminado. Cualquiera de tus hermanos se llevaría una zurra por tomar alcohol, y tu no vas a ser menos: no tienes edad legal para beber. Pero es que en tu caso además tiene agravantes por la diabetes. Escoge si quieres que  hablemos en tu cuarto o en el mío. Ahora que no están tus hermanos no nos interrumpirán en ninguno de los dos sitios.

-         ¡No pienso ir a ningún lado! ¡No vas a darme órdenes! ¡TÚ NO ERES MI PADRE! ¡ENTÉRATE QUE NO LO ERES, Y JAMÁS LO SERÁS! ¡JAMÁS PODRÁS SERLO PORQUE…! Porque…Ya hay alguien que…-Michael se interrumpió y vi como empalidecía.

-         Sí, irás al baño. – repliqué, al darme cuenta de que iba a vomitar. Sus palabras me habían dolido, pero me esforcé por creer que eran fruto de su enfado, y que en realidad no lo pensaba. Le acompañé y esperé a ver si devolvía, pero pareció que todo se quedó en unas náuseas. La ducha le había despejado, pero su sistema seguía protestando por haber sido invadido por el alcohol. – No sirve de nada hablar contigo en este estado. Estas irritado y molesto, y no estoy seguro de que se te haya pasado del todo la borrachera.

-         Estoy bien – medio gruñó.

-         ¿Ah sí? ¿Y por eso te pusiste verde hace un momento? ¿Cuánto bebiste, eh?

-         ¡VERDE ME PONES TÚ! Lo que bebí no es de tu incumbencia.

-         Esa actitud no va ayudarte nada, Michael. No empeores las cosas y mejor ve a tumbarte un rato…- le agarré del brazo para llevarle a la cama, pero él se soltó y me dio un pisotón con considerable fuerza.

-         ¡DÉJAME EN PAZ!

Me hubiera enfadado por esa reacción de no haber reparado en sus ojos rojos, como si estuviera al borde del llanto. ¿Qué le pasaba? ¿Era por la bebida?

Le observé bien. En verdad, ya no parecía alterado por el alcohol. No sé si porque al vomitar antes lo había echado todo, o por la ducha o porque no había bebido tanto como yo pensé, pero parecía estar bien. Las náuseas que había sentido… esas lágrimas que no llegaban a salir…pensé que podían deberse a otro motivo. El mismo motivo por el que tenía ojeras, y los ojos hundidos, como si le hubiese caído un gran peso encima.

-         Pero…¿qué es lo que te pasó? Habla conmigo, Michael… Si me lo cuentas podré ayudarte.

-         Tú… no podrás…snif…hacer nada – gimoteó. Había empezado a llorar, aunque trataba de ocultármelo.

-         Michael… Cuéntamelo. A mí puedes contarme lo que sea, campeón. – le susurré. – Siempre podrás confiar en tu padre…

Esa debió de ser una palabra equivocada. No sé que pasó por su cabeza cuando dije “padre”, pero Michael se volvió loco. Me empujó, y no como había hecho Ted más temprano (como un niño enrabietado) sino con verdadera agresividad. Con una fuerza que casi logra que me caiga al suelo. No tuve tiempo para asimilarlo, porque al segundo siguiente Michael cerró el puño y lo dirigió hacia mí como instantes antes había hecho con el saco de boxeo. Tuve reflejos suficientes para detener su mano, y jadeé por la sorpresa. Sin poderlo evitar, me vinieron a la memoria las palabras de Harry: “Ya has visto como te habla. No me extrañaría que un día decida levantarte la mano.”

Ese día había llegado. Yo había negado rotundamente que Michael fuera capaz de eso, pero por lo visto me había equivocado.

Creo que fue en ese momento cuando realmente me di cuenta de que Michael no estaba bien. Ya sabía que algo le pasaba, pero en ese instante entendí que no se trataba de un mal día ni nada parecido: se trataba de algo realmente gordo.

Michael abrió mucho los ojos en cuanto se dio cuenta de que había intentado darme un puñetazo.

-         Pa…papá….perdón…yo… - empezó a retroceder y se pegó contra la pared. – Yo…yo….

Por alguna razón, era incapaz de estar enfadado con él. Me sentía un poco decepcionado por su reacción violenta, pero al mismo tiempo sabía que no era él mismo. Verle apoyado en la pared del cuarto, llorando sin control, activaba mi instinto de protección, y lo único que quería hacer en ese momento era consolarle. Me acerqué a él despacio, y le toqué el brazo. Le vi encogerse y cerrar los ojos. Creo que tenía miedo de lo que le fuera a hacer, como esperando una venganza por su ataque.

Le atraje hacia mí, y le abracé. Y entonces le escuché llorar como nunca nadie había llorado delante de mí.

-         MICHAEL´S POV-

No podía soportar ese dolor. No se parecía a nada que hubiera sentido antes, y me parecía increíble seguir en pie a pesar de esa sofocante presión el pecho.

El corredor de la muerte. Mi padre había sido condenado por otro asesinato, uno que no habían descubierto al condenarle por primera vez, y habían cambiado la cadena perpetua por la pena capital. Ni siquiera quise asimilar el hecho de que eran dos las vidas que mi padre había quitado. Fuera o no un asesino, fue el primer padre que yo conocí. El único, hasta que conocí a Aidan y se derrumbaron algunas de mis certezas más arraigadas.

Hacía tiempo me había resignado a no volver a ver a mi padre. Estaba en otro estado, en una prisión de máxima seguridad porque era propenso a organizar peleas dentro de la cárcel, y yo era un exconvicto que si es que algún día podía salir de California, desde luego jamás podría visitar una prisión de máxima seguridad. Me bastaba con saber que él estaba vivo. Aunque no respondiera mis cartas, yo sabía que él estaba bien.

Después de tanto tiempo sin verle, prácticamente había olvidado su rostro. Guardaba una foto de él en mi cartera, pero la tenía escondida, porque jamás me atrevía a mirarla. Era demasiado doloroso. Sin embargo, después de mi conversación con Greyson, cuando me dejó a solas, la miré. Y tal vez fue un error hacerlo, porque desde entonces me invadió una lenta agonía que me mataba desde el interior.

Cuando salí de la comisaría nadie me detuvo. Seguramente Greyson les había dicho que me dejaran marchar temprano a casa ese día. Pero yo no fui a casa. No me creía capaz de poder mirar a Aidan en ese momento. Me sentía un traidor por llamar “padre” a otra persona que no fuera el hombre que me había dado sus genes. No podía tener una familia y fingir que todo iba bien, cuando mi verdadero padre estaba esperando su muerte.

Estuve un rato dando vueltas intentando dejar la mente en blanco, pero era imposible. Greyson me encontró sentado en un banco, no muy lejos de la comisaría, en realidad. Se sentó a mi lado sin invitación alguna y me observó.

-         Puede que la cosa dure años, Michael. La gente suele estarse una media de cuatro años en el corredor, antes de que se aplique su sentencia.

Le miré fijamente, sin saber qué decir.

-         No sé por qué eso debería aliviarme. No puedo imaginarme lo que serán para él esos años, sabiendo que la meta es únicamente la muerte.

-         Esa es la meta para todos nosotros.  Todos vivimos sabiendo que vamos a morir.

-         Pero no sabemos cuándo.

-         No, no lo sabemos –admitió.

Estaba confundido. ¿Pretendía reconfortarme? Aunque no lo estuviera haciendo muy bien, el mero hecho de que quisiera hacerlo era una sorpresa para mí. Si hay algo que sabía con certeza era que Greyson no era una buena persona.

-         Sea como sea, quizá dure años, Michael. – insistió. – Y no podemos arriesgarnos a que Aidan se entere y decida no adoptarte hasta que todo pase ¿entiendes?

Ah. Así que esa era su verdadera preocupación. Greyson no sabía que Aidan me había dado los papeles hacía mucho, y que era yo quien no los firmaba, pero de todas formas lo que dijo me hizo pensar sobre si iba a decírselo a Aidan. Él no podía hacer nada para ayudarme y ya tenía demasiado encima con lo de Ted. No podía cargarle con algo como eso.

-         Tú lo que necesitas es un trago – prosiguió Greyson. No sé si había dicho algo más mientras yo pensaba, pero en cualquier caso pareció darse cuenta de mi estado apático.

Un trago no sonó nada mal en ese momento. Silencié las voces interiores que me decían que beber no era la solución –una de las cuales sonaba demasiado como Aidan- y le acompañé a un bar.

Por supuesto, la cosa no se quedó en un trago, o en dos. Yo tenía un DNI falso que me permitía consumir aun siendo menor de veintiún años, pero además nadie sospecharía de un chico acompañado de un oficial de policía. Si Greyson no ponía objeciones a que yo bebiera, el camarero tampoco.

Para cuando acabamos veía doble y la cabeza me daba vueltas. Eso no hubiera sido tan malo si el dolor hubiera desaparecido, pero seguía ahí, como algo latente aunque bastante más confuso. A ratos no recordaba qué era lo que me dolía tanto y cuando lo recordaba era mil veces peor.

De alguna forma conseguí llegar a casa y Aidan alucinó al verme llegar borracho. Pensé que iba a matarme ahí mismo, pero primero se ocupó de que me encontrara bien, y se asustó cuando me dio una bajada de azúcar. Seguro que haber bebido con la diabetes me valía puntos extra.

Después de ducharme me sentí mucho mejor por un lado, pero mucho peor por otro, porque empezaba a conocer a Aidan y sabía que querría una explicación. Pero yo era incapaz de darle una. Era incapaz de contarle lo que había pasado, porque solo el pensar en hablar de hecho resultaba demasiado doloroso.

Era tan injusto. ¿Acaso su muerte iba a salvar la vida de aquellos a los que había matado? ¿Acaso no había por ahí sueltos sujetos mucho peores que mi padre? Terroristas, y personas que compraban su libertad con dinero. Pero mi padre no tenía ni un céntimo, y seguramente solo contara con la ayuda de un maldito abogado de oficio que no movía un pelo para salvarle.

Estaba tan enfadado. Con la justicia, con el mundo, y en última instancia con mi padre, porque no era tan ingenuo para pensar que era totalmente inocente de lo que se le acusaba. Me gustaba creer que sí, pero una parte de mí sabía que era solo el esfuerzo de un niño por no aceptar que su padre es un asesino. Además él era blanco, así que ni siquiera podía recurrir a aquello de “le acusan sin pruebas por el color de su piel”. Pruebas había, y muchas.

Necesitaba golpear algo y solté un manotazo a la pared que me hizo ver las estrellas. Eso no fue buena idea. Recordé entonces el saco que Aidan me había dado, y lo saqué, dispuesto a destrozar algo. Iban a arrebatarme a mi padre cuando apenas había tenido ocasión de conocerle. Habíamos pasado más tiempo separados que juntos.

Aidan me sujetó cuando ya llevaba un rato golpeando el saco, y trató de calmarme, pero yo estaba demasiado alterado y le respondí con bastante agresividad.  Le eché en cara su pasado alcohólico, algo que se supone que yo no sabía, pero que Greyson me había dicho. De hecho, era una de las cosas con las que contaba. En su plan de hacer que Aidan perdiera los nervios entraba el hecho de que volviera a beber, para restarle credibilidad. Quería incapacitarle en todos los sentidos, y lo peor es que sin que él se esforzara la vida estaba haciendo ese trabajo por él: Aidan había pasado por demasiadas cosas últimamente y cualquier día perdía la cabeza tal como Greyson deseaba.

Aidan no pareció asombrado por que supiera de su problema, pero sí muy dolido de que lo usara contra él. Y en vez de reventarme la cara como hubiera hecho cualquiera, me habló con cierta calma, aunque básicamente me castigó con todo lo que se le ocurría. ¡Se pasó tres pueblos, a ver!

A partir de ahí, las cosas se fueron de madre. Sentí que me faltaba el aire porque me di cuenta de hasta qué punto Aidan había suplido el lugar que debía ocupar mi padre. Él pensó que iba a devolver y me llevó al baño. Pero en ese momento yo le necesitaba lejos. Lo último que quería escuchar es que era mi padre. Y fue justo lo que dijo.

Perdí la cabeza. Se me desconectaron las neuronas, o algo, porque realmente deseé hacerle daño. Quería que alguien más sintiera una mínima parte de lo que estaba sintiendo yo, y por eso le agredí de una forma en la que jamás pensé que fuera a atacar a la persona a la que llamaba padre. Entonces la culpabilidad se sumó a toda la mierda que ya sentía, y antes de que todo eso pudiera ahogarme me encontré en los brazos de Aidan una vez más. Me pregunté cómo había sabido que eso era justo lo que yo necesitaba, cuando no lo sabía ni yo mismo. Resultó que no le quería lejos, sino cerca, bien cerca, y que no me soltase nunca.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero de veras sentí como si el tiempo se hubiera detenido. La casa estaba muy silenciosa, porque solo Aidan, Ted y yo estábamos allí, y en ese momento no se escuchaba nada más que la respiración de Aidan y la mía. Me concentré en ese sentido y reparé en el fuerte olor a perfume. Aidan usaba una colonia muy aromática, demasiado para mi gusto, pero tampoco era desagradable.

-         No te obligaré a hablar si no deseas hacerlo – susurró, al cabo del rato. – Pero yo si tengo algo que decir y quiero que me escuches ¿de acuerdo?

Aunque fue una pregunta, sabía que no podía responder que no. No debía responder que no. Asentí, aún sin soltarle, porque no quería mirarle a la cara, pero él me separó despacito, como queriendo evitar precisamente que me escondiera de su mirada. Sus ojos estaban tranquilos. Aidan se tenía por una persona con carácter pero a mí me parecía un hombre incapaz de enfadarse.

-         Ni siquiera puedo imaginarme lo mal que lo estás pasando. Sé que algo muy grave te tiene tan afectado, y si decides compartirlo conmigo haré todo lo que pueda por ayudarte. Pero la solución a cualquier problema no es beber, ni gritar, ni golpear a tu pa… a tu…mmm

Aidan vaciló antes de volver a autollamarse padre. No quería provocar una reacción como la anterior.

-         Padre – dije por él. – Eres mi padre. Al menos uno de ellos.

Pensé que eso estaba bien. Que podía tener dos padres. Sobretodo cuando uno de ellos no había hecho muchos méritos para serlo.

Aidan me sonrió un poco.

-         Está bien. Pues… por eso mismo, hijo. No puedes hacer algo como eso nunca más.

-         Lo sé…

Aidan me observó durante un rato. Creo que se estaba planteando qué hacer conmigo y tuve la esperanza de que decidiera dejarlo pasar, pero algo me dijo que mi lista era demasiado larga como para que simplemente se hiciera el olvidadizo.

-         Me voy a odiar mucho por esto… -le oí murmurar. Creo que no pretendía que yo lo escuchara. Después de eso suspiró, y de pronto le noté más decidido. – Michael, ve a mi cuarto.

Una parte de mí quería discutir y rebelarse contra esa orden, pero sabía que no conseguiría nada por ese camino, y también sabía que Aidan estaba siendo bastante considerado conmigo, siendo amable a pesar de todas las líneas que había cruzado. Así que me mordí la lengua e hice lo que me pedía.

Siempre esperaba un poco antes de venir detrás de nosotros. Esos momentos a solas en mi caso eran lo peor, porque solían comerme los nervios y me volvía impredecible. Ni yo mismo sabía cómo iba a reaccionar cuando entrara Aidan. Sin embargo, dentro de mí sabía que no podía seguir tomándola con él y que era momento de hacer lo correcto. Así que cuando le vi entrar saqué mi cartera y  cogí un pequeño documento plastificado.

-         Es un carnet falso. Por eso pude comprar las bebidas – le dije, mientras se lo daba.

Era mi forma de mostrarme colaborador. No me imaginé que aquello pudiera enfadarle tanro.

-         ¿Qué? ¿Un carnet falso? Madre mía…me preguntaba cómo te habían dejado beber pero…esto…¡Madre mía, Michael! ¡Si te pillan con esto te mandan de nuevo a la cárcel!

Lo dijo así, crudamente, y en parte tenía razón. Eso suponía una violación de mi condicional. Pero lo que él no sabía es que un policía había estado conmigo en todo momento, y que un carnet falso era el tipo de cosas que ese policía me había enseñado a hacer.

-         No es tan así… Lo de la cárcel no funciona como tú crees…

-         ¿Ah, no? ¿Entonces uno no va allí cuando incumple la ley? – preguntó con sarcasmo.

-         No. Uno va allí cuando cabrea al policía equivocado. – murmuré. Si Aidan supiera…. Estaba seguro de que Greyson había incumplido más de una ley para conseguir sacarme y meterme de la cárcel a su antojo, pero jamás le pillarían, porque destruía los papeles a tiempo o porque tenía los amigos adecuados.

-         Lo de creer que el mundo está en tu contra puede ser una buena excusa, Michael, pero hay cosas que son solo culpa tuya. Fue tu decisión beber aun no teniendo la edad, y fue tu decisión tener este carnet. Tienes que empezar a responsabilizarte por lo que haces.

Por alguna razón, esas palabras me dolieron mucho. Era como si Aidan estuviera sugiriendo que vivía en una especie de mundo paralelo, en donde culpaba a todos por mis desgracias salvo a mí. Y me di cuenta de que en gran medida era justo así. Había cosas que no eran culpa mía, como ser la marioneta de un chiflado vengativo, pero yo había tomado bastante malas decisiones también, y las seguía tomando. A veces era como si me hubiera rendido conmigo mismo, y como ya estaba embarrado me daba igual embarrarla un poco más.

-         También fue mi decisión dártelo a ti… - susurré, como pobre defensa. Aidan dulcificó un poco su mirada.

-         Sí, eso también lo fue. Y te lo agradezco mucho. Gracias por confiar en mí, y por hacer lo correcto.

Con una sola mano, como si no fuese un trozo de plástico duro, Aidan cerró el puño y partió el carnet en dos. Abrí los labios, sorprendido por tanta fuerza, pero él debió de pensar que mi reacción se debía a que estaba dolido porque lo hubiese roto.

-         Es lo mejor, Michael. Así evitamos problemas futuros. Pero ahora… ahora es el momento de lidiar con los problemas presentes.  – sentenció, y se sentó en su cama sin dejar de mirarme.

Era tan tétrico cuando hacía eso. Casi podía ver un aura negra que se dibujaba a su alrededor, como de película de terror. Me acerqué a él con algo de vacilación. Aún no entendía cómo conseguía que yo hiciera eso: tanta docilidad no era propia de mí, pero Aidan lo había conseguido desde el primer momento.

-         Te lo pregunto una vez más, Michael…¿me dirás qué es lo que te ha pasado? ¿Te fue mal en la comisaría? ¿Alguien dijo… algo malo?

-         Se podría decir que eso último se acerca bastante, aunque no en el sentido en el que estás pensando…

Le escuché resoplar. Pocas cosas le frustraban tanto como vernos sufrir y no saber el motivo.

-         No me lo vas a decir ¿verdad? ¿Y qué se supone que haga? ¿Castigarte sin saber por qué hiciste todo esto? Eso no es justo ¿sabes? Ni para ti, ni para mí. Yo decido los castigos teniéndolo todo en cuenta, pero no puedo tener en cuenta algo que no sé.

Me mordí el labio. En el momento en el que se lo dijera seguro que se volvía loco. No sé si loco “loco”, pero desde luego volvería a verle al borde del llanto, como cuando llamó a la ambulancia para que viniera a por Ted.

Además, era difícil hablar de mi padre con mi otro padre. Cuando lo dijera en voz alta, todo sería más real.

- Lo único que tienes que saber es que me emborraché, te grité, e intenté golpearte. Sé que no debí hacerlo y estoy haciendo un esfuerzo enorme por aguantar lo que sea que decidas, así que no lo alargues más.

Pensé que no iba a poder aguantar su mirada, pero lo hice. Casi pude ver cómo el cerebro de Aidan trabajaba a toda velocidad dentro de él, hasta que finalmente me tomó del brazo, y suspiró.

-         Eres una de las cosas más valiosas que tengo, Michael, y estoy seguro de que sabes cuáles son las otras once. Lo último que quiero es verte sufrir y es por eso que voy a hacer esto. Habrá cosas malas en tu vida que yo no podré evitar, pero hay otras que sí. No dejaré que hagas daño a tu propio cuerpo ni que incumplas la ley, y haré todo lo que esté en mi mano para evitarlo.

-         Lo de la mano es literal, ¿no? – comenté, pero la expresión de Aidan me dijo que no era momento para bromas. – Lo siento…

-         Sé que lo entiendes, y que eres consciente de que estuvo mal. El siguiente paso es que la próxima vez decidas no hacerlo. – dijo, y esperó un rato, como para dejar que las palabras calaran en mí. -  Sácate el pantalón, Michael.

Cómo odiaba esa orden. Como la odiaba. Con movimientos más lentos de lo normal, hice lo que me pedía. Aidan pareció aliviado de que le hiciera caso. Tiró un poco de mí hasta tumbarme encima de él, y yo solté un gruñido que no le pasó inadvertido.

-         No sé de qué te sorprendes. Ya sabes cómo es – me dijo.

-         No soy un niño para que me pongas así – protesté, aunque ya sabía que eso con él no me funcionaba.  – Es ridículo.

Aidan soltó una risita. Eso fue raro en un momento así y me giré para mirarle.

-         ¡Oye! ¡No te rías de mí!

-         No me río, es sólo que me has hecho acordarme de algo.

-         ¿De qué?

-         De Ted, con trece años. – respondió, y no dijo nada más, pero yo me morí de curiosidad. No tuve ocasión de preguntarle al respecto, sin embargo. – Sé que ya estás grande, y no pretendía reírme de ti. Si sientes que es ridículo, entonces demuestra que esto ya no es necesario. Ojalá sea así y esta sea la última vez – me dijo, y con eso básicamente me cerró la boca.

Como siempre, tardó unos segundos antes de empezar. Por regla general al principio no me dolía, pero aquella vez sentí que había empezado fuerte, y me sorprendí un poco.

PLAS PLAS PLAS PLAS Au… PLAS PLAS PLAS PLAS …Grrr…PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS …ish…PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         No te muevas, Michael.

-         Que no me mueva dice el muy….¡ay!

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS …Ah… PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS … Mmmmmg… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

En seguida entendí que como Aidan sabía que algo estaba pasando conmigo, no quería ser muy duro. Por eso me dio mucho menos de lo que me esperaba, aunque algo más fuerte de lo usual.  Cuando sentí su mano acariciando mi espalda y comprendí que no iba a seguir, irremediablemente empecé a llorar, a pesar de no haberlo hecho mientras me castigaba.

-         ¿Michael?

Aidan se sorprendió de oírme llorar e intento levantarme, pero no me dejé. Una vez que empecé a llorar me resultó muy difícil parar y creo que hasta llegué a asustarle, porque hizo más fuerza para lograr incorporarme y verme la cara.

-         Michael… campeón… ey… shhhh… ya pasó…- me abrazó, con una expresión de pura confusión en el rostro. - ¿Dolió mucho? – preguntó con incredulidad. Él sabía que había sido suave.

Ni podía ni quería responderle, así que me limité a dejar que me abrazara, y escuché su voz aunque no siempre entendía lo que decía.

-         Hijo, me estás preocupando…

-         ¿Por qué…snif… paraste? – pregunté al final. – Además de beber y usar un carnet falso te golpeé. Y no fuiste nada duro conmigo.

-         Me parece que alguien ya fue demasiado duro contigo, Michael. Te quiero demasiado como para ignorar el hecho de que lo estás pasando realmente mal. Además, ya te puse otro tipo de castigo antes y sé que ya fue suficiente.

Recordé que no iba a poder hacer nada por quién sabe cuánto tiempo, sin televisión, sin ordenador y sin nada divertido, y gimoteé un poco.

-         Eres malo…snif… soy malo… snif… pero tú eres peor – protesté.

-         Tú no eres malo, pequeño. Shh, ya no llores. Anda, cuéntale a papá qué es lo que te tiene tan triste.

Me sentía muy vulnerable en ese momento y creo que esa había sido justo la intención de Aidan, y eso era jugar sucio. Hice un ruidito extraño porque estaba respirando mal de tanto llorar, y me soné a mí mismo como un cachorro desvalido. Aidan lograba convertirme en un bebé. Un bebé que necesitaba a su padre. Lloré con más fuerza y escondí la cara en su pecho.

- Duele… duele tanto…

-         ¿Qué es lo que duele, Michael?

-         Todo… snif… Cada cosa buena que me pasa en la vida… snif… se estropea…. Snif…para eso preferiría morirme.

-         Eso jamás, ¿eh? Eso jamás – me dijo, muy serio, y me agarró más posesivamente, como si quisiera protegerme de algún peligro invisible.  – Las cosas malas y las cosas buenas se alternan continuamente, Michael. Por eso es importante que no estés sólo para pasar las malas. Confía en nosotros, cariño.

-         Confío…snif…en ti, papá. Con mi vida. – respondí, y era totalmente cierto. Aquello no era una cuestión de confianza. Cuando estuviera preparado para compartirlo con alguien, sería el primero a quien se lo diría.

Aidan estuvo haciéndome cariños un poco más. En esos momentos hacíamos un pacto tácito por el cual yo me olvidaba de que tenía dieciocho años y me dejaba mimar y hacer cosquillas como si fuera Kurt. En eso estábamos cuando empecé a oler a quemado.

-         Creo que en la pizzería te van a nombrar cliente VIP. – le comenté.

-         ¿Ah, sí? ¿Y por qué?

-         Porque acaba de quemársete la comida, así que hoy toca pizza otra vez ^^

-         Mier…coles.

Bajó corriendo a pagar el fuego y yo solté una risita por sus gestos apurados. Después, en cuanto me aseguré de que mis ojos no estaban rojos y de que tenía el pantalón bien puesto, bajé yo también.

Me encontré con Ted en el salón y noté como me evaluaba con la mirada, para ver si estaba bien. Recordé que ese día había tenido rehabilitación y me pregunté qué tal le habría ido.

-         Habéis tardado mucho – dijo, con una pregunta implícita en el tono.

-         Ya sabes que me ha castigado así que no te hagas el tonto – refunfuñé, y me dejé caer en el sofá. Él sonrió un poco.

-         No te duele mucho, por lo que veo – replicó, al ver que me sentaba sin ningún problema. Le saqué la lengua y le hubiera tirado un cojín, de no ser porque me daba algo de miedo jugar demasiado agresivamente con él, ahora que estaba en esa maldita silla de ruedas.

-         Oye… dime algo… ¿qué pasó cuando tenías trece años? – le pregunté, recordando algo que Aidan había dicho.

-         ¿A qué te refieres?

-         Antes… papá ha dicho que… es decir, yo dije algo, y él dijo que le recordé a ti.

-         Si no eres más específico… Por cierto, cada vez te sale más natural lo de “papá”.

Me ruboricé un poco y carraspeé.

-         Yo dije…dije que era… bueno, da igual.

-         No, anda, cuéntame – pidió, picado por la curiosidad.

-         Dije que era mayor para que…tú sabes… que era ridículo que me pusiera así.

Ted se quedó pensando, como buscando en su memoria, hasta que dio signos de abochornarse, lo que me indicó que ya sabía a qué se refería Aidan.

-         ¿Qué pasó? – insistí, al ver que se quedaba callado.


-  TED´S POV -

Me sorprendía que mi hermano estuviera vivo después de volver a casa tan ebrio. Era un milagro que papá no le hubiese matado. Una vez más, pensé que había una diferencia entre Michael y yo, porque si yo hubiera hecho lo mismo que él, me habría ido mucho peor. Luego recordé que papá había sido bastante bueno conmigo también, a pesar de cómo le había hablado.

Cuando me preguntó qué pasó a mis trece años, al principio no sabía a qué se refería, pero con un  par de detalles más algo hizo clik en mi cerebro. Me daba vergüenza contarle eso a Michael…

En realidad acababa de cumplir los trece años. Papá no dejaba de repetir lo grande que estaba, lo mayor que me estaba haciendo, lo rápido que había crecido… Al cumplir años vinieron algunos cambios, como que mi “área de salidas sin supervisión paterna” había aumentado un poco. Antes sólo podía moverme en la zona que se extendía desde mi casa al colegio, pero papá me dijo que a partir de entonces podía ir donde quisiera, siempre que fuera acompañado por algún amigo. Además, me regaló mi primer móvil. Era un cacharro grueso, con una pantalla enana que solo podía llamar y enviar mensajes, pero a mí me hizo mucha ilusión y él se quedaba tranquilo al poder llamarme y saber dónde estaba.

Todos esos cambios trajeron también un poco de rebeldía. Si ya era “mayor” entonces no tenía por qué irme pronto a la cama, y podía beber tanta cafeína como quisiera. Y podía ver la televisión cuando yo quisiera, aunque pusiera que era para mayores de dieciocho, porque “ya no era un niño”. Claro que papá no era de la misma opinión que yo, y acabó por hartarse de que me negara sistemáticamente a hacer lo que me pedía.

-         Se acabó, Theodore, esto ya no te lo paso. Te mandé a la cama hace dos horas. ¡Mañana tienes colegio! ¿Y qué es eso que estás viendo? ¡Eso no es para niños! – dijo papá, apagando la tele.

-         ¡NO SOY UN NIÑO!

-         A mi no me chilles ¿eh? A la cama, vamos.

-         ¡AÚN, NO! Estoy viendo esa película.

-         Theodore, no me repliques. Y no hables alto, que tus hermanos están durmiendo. Mañana no hay televisión ¿me oyes? Por desobediente.

-         ¿Qué? ¡Pero no es justo! ¡Tu puedes acostarte cuando quieres! –protesté, y le di una patada a la mesita, con tan mala suerte que la tiré, haciendo que se cayeran las fotos que había encima.

Papá me echó una mirada de las que te dejan helado.

-         Sí, porque yo soy tu padre. Y tú eres solo un mocoso. Mi mocoso, que se acaba de ganar un castigo. Ven aquí, muchachito. – exigió, y tiró de mi brazo para tumbarme encima de él.

-         ¿Qué? ¡No, papá! ¿Qué haces? ¡Ya soy mayor para esto, ya soy mayor! ¡No soy un niño, esto es ridículo! – grité, y me escapé corriendo antes de que me pillara.

Abrí la puerta del jardín y me escondí en la oscuridad de la noche. Papá salió a buscarme, gritando mi nombre, pero yo me alejé enfurruñado, llegando a la calle. De pronto allí estaba todo muy oscuro. Un gato maulló cerca de un cubo de basura, y a mí casi me da un infarto. Volví a casa corriendo y me abracé a papá.

-         ¡Papi, papi!

Aidan me abrazó y me reconfortó del susto. No se burló de mí ni dijo algo así como “Ah, ¿pero no eras mayor? ¿Cómo es que tienes miedo a la oscuridad?”, pero no hizo falta. Yo solo me di cuenta de cuán rápido había perdido mi estatus de chico grande.

Se lo conté a Michael muriéndome del bochorno, y él me escuchó todo el rato sonriendo como un idiota.

-         ¿Y al final te zurró? – me preguntó.

-         ¡Michael, jo!

-         ¿Lo hizo o no?

-         Sí… - admití, con un suspiro. – Pero al día siguiente habló conmigo y me dijo que ya no iba a castigarme más así, porque ya estaba mayor para eso.

Michael me miró con la boca abierta.

-         ¿Y qué pasó con esas nobles intenciones? – inquirió.

Dudé un segundo. Hablar de aquello era incómodo, pero después de todo él era mi hermano.

-         El nuevo tipo de castigo me hizo llorar tanto que los dos nos arrepentimos enseguida del cambio.

-         ¿Qué te hizo? ¿Te encerró en un sótano o algo así? – preguntó, con escepticismo.

-         ¡No! Me… La siguiente vez que metí la pata fue por jugar al baloncesto dentro de casa. De puro milagro no rompí la televisión, y encima casi se cae encima de Hannah, que por aquél entonces tenía dos años. Papá se enfadó muchísimo y me dijo que si tantas ganas tenía de saltar y correr que lo hiciera, que me diera veinte vueltas al jardín a ver si después me quedaban ganas de correr.

-         ¿Y eso te hizo llorar? ¡Nenaza!

-         Hacía mucho calor, y me agoté enseguida. Papá no tenía pensado que cumpliera todas las vueltas, pero se distrajo con algo y cuando salió a verme me encontró llorando y algo mareado. Se sintió muy culpable, me mojó la nuca y el cuello y me dijo que me tumbara un rato. Me dejó solo en mi cuarto, sin consolarme como hace cuando…ya sabes… y me sentí peor.  Pensé que prefería que me diera palmadas si luego iba a darme un beso, a que me castigara de otra forma y luego me dejara solo. Y así se lo dije… Luego Alejandro me contó que papá había estado preparando un batido de frutas para mí, que no es que me dejara solo por estar enfadado.

Michael se quedó callado un rato, como pensando. Luego me miró con seriedad, sin la sonrisa burlona que había estado teniendo.

-         ¿Aún sigues prefiriendo que te castigue “a su manera” a que use otras formas? Estoy seguro de que no volvería a repetir lo de aquella vez. Eso fue un error, y conociéndole seguro que se martirizó mucho por eso.

-         Ya lo sé.  Pero… si se te ocurre decírselo te mato…pero lo cierto es que sí, yo lo prefiero. No solo porque para mí es peor quedarme sin móvil o sin ordenador, sino porque… Pues no sé, por muchas cosas. Me… me hace sentir….protegido…no sé, es muy raro. Jamás me ha hecho daño y… no sé… No me mires así, que no estoy loco. No estoy diciendo que me guste, solo que no es tan mala opción… Es rápido, se pasa, y enseguida hacemos las paces…


Aún así, Michael me miró como si estuviera loco, y tal vez lo estaba. A él parece que le di mucho en lo que pensar. Yo pensé también en algo que no me había planteado nunca: el hecho de que papá había reflexionado sobre sus métodos varias veces en su vida. Y se los había mantenido, era porque pensaba que era lo mejor. 

7 comentarios:

  1. oh me encanto el capi y vaya aidan se lo penso muchas veces, me imagino q si ted hubiese aguantado el castigo demas q se acaban esos castigos en la casa y no tendriamos fics!!!
    PD: actualiza scaretto!!

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  2. Me encanto espero la continues pronto por favor.

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  3. Sencillamente, espectacular, tu estilo realista, nada cursi, descarnado incluso, hacen de esta historia algo atrapante, los distintos ángulos, la forma en que desarrollas la trama, los conflictos terribles, el sufrimiento pero también el amor y humanidad de tus personajes, es por mucho de lo mejor que hay publicado. felicitaciones

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  4. Concuerdo con Andrés! Tu historia es super! Tú eres una super escritora! Felicidades! Es un gustazo leerte!

    Adoro a Michael!

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  5. No pues yo también me uno al club de fans de Michael es mi favorito junto cn Aidan!!!!
    Eatoy con los de ariba ya lo dijeron todo y muy cierto!!!
    Gracias por actualizar Dream!!!

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  6. Esperemos que puedan hacerle una gran fiesta a Aide, se lo merece de verdad.

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  7. Esperemos que puedan hacerle una gran fiesta a Aide, se lo merece de verdad.

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