LA NOCHE ANTES DE
NAVIDAD
-
¡Jo, jo,
jo, feliz Navidad!
Santa Claus levantó el pie y miró con fastidio al muñeco que había
emitido aquél sonido, cuando lo había pisado sin querer. Él no se reía así,
vamos a ver. Y tampoco estaba tan gordo.
-
Si van a
hacer un muñeco de uno, al menos que se informen un poco – refunfuñó, en voz
baja.
Pero a él nunca le duraba mucho el mal humor, así que enseguida cambió
el ceño fruncido por una sonrisa al ver dónde se encontraba. Reconocía aquella
casa a la perfección: la de Edward
Hoffman y sus hijos. Era una de sus familias preferidas, porque eran gente muy
unida y de buen corazón. Los niños nunca habían estado en su lista de niños
malos, aunque a veces se encendía alguna lucecita roja en su panel de control,
cuando hacían alguna trastada. Santa solía reírse con casi todas ellas,
especialmente con las de Reynaldo, que tenía como una chispa especial.
Estaba dejando los
regalos debajo del árbol, cuando le pareció escuchar unos pasitos bajando las
escaleras. ¡Horror! ¡No tenía dónde esconderse! Rápidamente, sacó un paquetito
de su bolsillo, y se echó el contenido por encima. Eran polvos mágicos, que le
permitían hacerse invisible ante una emergencia como aquella.
-
Ahhhum.
¿Papi? – llamó Ricky, frotándose los ojos. Había escuchado ruidos y se había
asustado un poco.
Encendió la luz del salón y echó un vistazo por toda la habitación,
pero no vio a nadie. Santa Claus dejó escapar el aire silenciosamente,
aliviado.
-
¡Galletas!
– chilló el niño, al ver los dulces y la leche que le habían dejado a Santa
Claus en una mesita. Con una sonrisa traviesa, sabiendo que el crimen perfecto
porque no había nadie mirando, se acercó a la mesa para coger algunas galletas
y un poco de turrón.
-
¡Ricardo!
– exclamó Edward. Él también se había despertado.
“Caray, o yo estoy perdiendo
facultades, o esta gente tiene el sueño muy ligero” pensó Santa.
-
Ups… hola
papi…
-
¿Qué
haces levantado? Y esas galletas no son para ti, jovencito.
-
¡Pero hay
muchas, papi! ¡Santa Claus no puede comerse todas esas, Rey dice que tiene que
adelgazar! ¡Y además es viejito y le sube el azúcar como al abuelo!
“¡Será posible! ¡Mocosos
maleducados!” se indignó el
anciano…este…digo…el hombre algo mayor.
-
A quien
le subirá el azúcar es a ti, después de todo el chocolate que te has comido
hoy. Andando para la cama. Sabes que no puedes levantarte por la noche si no es
para ir al baño o a la cama de papá y mamá. – regañó Edward, e impulsó a su
pequeño con un par de palmaditas.
PLAS PLAS
-
¡Ay! ¡Eres malo, papá! ¡Lo que pasa es que quieres
todas las galletas para ti! ¡MALO, EGOÍSTA, TONTO!
Edward se quedó muy quieto al escuchar aquello, y Ricky también al
entender lo que había dicho, y a quién se lo había dicho.
-
Papi… lo
siento…
-
¿Qué me
has llamado, Ricardo Enrique?
-
Fue sin
querer…
- A mi ni me gritas ni me insultas, que soy tu padre, ¡caramba!.
Santa Claus fue testigo de cómo Edward agarraba a su hijo y se sentaba
con él en el sofá, poniéndole en una posición que dejaba muy claro lo que iba a
hacer. Le bajó el pantalón del pijama y los calzoncillos y levantó la mano para
darle una palmada. Santa Claus sintió pena por el niño, y se dijo que a nadie
deberían castigarlo en Navidad. Lo que le pasaba al mocosito era que tenía
sueño y que a la vez estaba alterado de tanto azúcar. Aprovechando que no
podían verle, empujó suavemente una de las fotos que había en el salón y la
dejó caer al lado de Edward.
Edward recogió la foto sin entender cómo se había caído y la volvió a
colocar en su sitio, pero antes no pudo evitar echar un vistazo. Era una foto
de él con Ricky cuando era más pequeño, de unos dos años. El enano tenía todas
las manos y la cara pringadas de chocolate y miraba a la cámara con una sonrisa
de inmensa felicidad, como si estar sentado encima de su padre con la tripita
llena de chocolate fuera lo máximo a lo que uno pudiera aspirar en la vida.
Ricky se impacientó de estar así tumbado medio desnudo y se revolvió un
poco.
-
Papitooo…
snif…ya no lo hago más…snif…¿me perdonas?
Edward se centró en su pequeño y dejó escapar un suspiro. Se sentiría
un monstruo si hacía llorar a su bebe consentido en Navidad. Subió la mano un poquito y la dejó caer unas
pocas veces, bastante flojito.
PLAS PLAS PLAS
-
Au…snif…papiiii
-
Ven aquí,
campeón. – Edward le levantó, le colocó el pijama y le dio un abrazo. – A papá
no se le dicen esas cosas feas ¿eh?
-
Perdón L
-
Está
bien, enano. Vamos a la cama. Mañana podrás comer todas las galletas que
quieras, pero esas son de Santa. Va a trabajar mucho esta noche y se merece una
recompensa.
-
Papi… ¿y
si me ha visto portarme mal y me deja sin regalo? :o
-
Santa
sabe que eres un niño muy bueno, Ricky. Jamás haría eso, y si lo hace yo me voy
al Polo Norte y me busco tu regalo.
Ricardo sonrió y apoyó la cabeza en el hombro de su padre, que apagó la
luz, y subió las escaleras con el niño en brazos.
Santa Claus respiró hondo y sacudió la cabeza. Terminó de dejar los
regalos para aquella familia, y se cogió un par de galletas, que dicho sea de
paso estaban muy buenas. Rápidamente
recogió su bolsa mágica con todos los regalos y se puso en marcha para su
siguiente destino.
Estaba muy impaciente por ir a aquella casa. Había una persona más que
el año pasado, y no había llegado de ninguna de las formas tradicionales. Santa
Claus apenas sabía nada de ese niño y eso era muuuuy raro, porque él los tenía
a todos bien controladitos. Era todo un enigma y se moría por desvelarlo. Hasta
ahora solo había podido averiguar que el niño había estado en otra dimensión,
pero Santa Claus quería saber cómo era, cómo había crecido, cómo se portaba,
qué cosas le gustaban y cómo se llevaba con su papá.
Esa casa no tenía chimenea, así que se asomó por la ventana y entró por
la cocina. Normalmente esa cocina estaba
vacía, porque los vampiros no necesitan comer, pero a diferencia de otros años
esa vez estaba llena de cajas de cereales, galletas y chucherías. ¡Jesús! ¿Pero
qué le daba Ángel de comer a ese niño? ¿Dónde estaban las verduras? Por más que
miró, por allí no vio ninguna. Se planteó cambiar el regalo de Ángel por carbón,
y el de Connor por un buen plato de ensalada de tomate. Pero él era Santa
Claus, y no el Grinch, así que se limitó a manifestar su disconformidad con un
chasquido de lengua, y se fue a dejar los regalos al salón.
Estaba claro que aquella no era su noche, porque se tropezó con algo
nada más entrar. Se tambaleó un poco, y vio que el culpable era un cepillo que
se había quedado enganchado en la puerta. ¿Qué hacía un cepillo en el salón?
Entonces reparó en que no era lo único que había allí: ¡había alguien durmiendo
en el sofá! ¡Ay madre! Segurito que esa vez si le veían. Avanzó de puntillas
sin hacer ningún ruido para no despertar a los bellos durmientes. Santa vio que
eran Connor y su padre.
“Ah, no, si encima el niño no
tiene ni cama…Grrrr…Claro, ¿cómo iba un vampiro a saber ser padre?”
Justo en ese
momento Ángel, que en verdad no podía dormir y solo entraba en un reposo
estático para no despertar a su hijo, se movió un poco porque creyó que había
escuchado algo. Su movimiento sacó a Connor de su sueño.
-
Mmmmggg.
¿Papá?
-
Sigue
durmiendo, pequeño.
-
No puedo,
papi, estoy soñando feo L -lloriqueó el chico.
-
¿Sí? ¿Con
qué sueña mi campeón?
-
¡¡¡Con un
papá que es malo y castigó mi colita!!!
-
Oh,
entonces no fue un sueño, bebé. Tuviste una charla con papá y el cepillo antes de domir…de hecho, te
quedaste dormido aquí… No quise llevarte a la cama por no despertarte.
-
Papiiii.
Fuiste malo conmigo – regañó Connor, mimoso. – Me dueleee.
-
Prefiero
que te duela un poco al sentarte a que te estampes con esa moto que no tenías
permiso para conducir.
Santa Claus abrió mucho los ojos. ¡Una moto! Con lo que él odiaba esas
cosas. Además, ese chico parecía demasiado joven para conducir una, no tenía
edad de sacarse el carnet.
-
Ya no me
regañes más, papitooo.
-
No, ya no
más, bebé. Vuélvete a dormir. No puedes tener sueños feos si yo estoy aquí
haciéndote mimos.
-
Es que no
me mimas bien – se quejó Connor, pero se acurrucó más sobre su padre, y se
volvió a dormir enseguida.
Ángel también volvió a cerrar los ojos y entró en aquél estado de
semiconsciencia. Solo entonces Santa Claus se atrevió a moverse en la penumbra.
Tenía que reconocer que Connor parecía estar bien a cargo de Ángel. Vampiro o
no, no estaba haciendo del todo un mal trabajo. Parecía querer mucho a ese
chico, y con eso a él le bastaba.
Terminó de hacer su trabajo, y salió en dirección a la siguiente casa,
aunque más bien aquello era una mansión. La mansión Wayne. Santa escuchó gritos
nada más aproximarse. ¿Es que no sabían que la noche de Navidad hay que dormirse
temprano? Indagó a ver cuál era el problema.
-
¡ERES UN
CAPULLO, Y TE ODIO!
¿Cómo? Ese niñito tenía que ser suicida. ¿Quién, en su sano juicio, se
atrevería a insultar a Bruce Wayne, más conocido como Batman? Si hasta a Santa
Claus le daba un poquitito de miedo cuando se enfadaba. Decidió entrar antes de
que aquella Navidad terminara con un entierro, aunque se acordó de echarse más
polvos de invisibilidad primero. Llegó justo a tiempo de ver a Bruce
forcejeando con Jason, a puntito de darle una buena palmada. ¿Es que todos los
niños iban a meterse en problemas el día de Navidad?
PLAS
-
¡A mi
despacho, ahora!
-
¡No
pienso ir! – chillo Jason. El chico tenía un berrinche de campeonato.
Santa intentó ver el motivo de aquella discusión, y se dio cuenta de
que lo tenía frente a sus ojos: Bruce estaba vestido de Batman. ¡Pensaba salir
a patrullar! ¡En Nochebuena! Ah, no, el
mocosito tenía toda la razón del mundo en estar enfadado. Sin pensarlo dos
veces, Santa caminó por la casa aprovechando su inivisibilidad y fue hasta la
habitación del piso de abajo, donde sabía que dormía el mayordomo. Llamó a la
puerta para despertarle , pero en verdad casi se choca con él, porque los
gritos ya le habían despertado. Alfred subió a ver lo que estaba pasando, y
pareció entenderlo todo de un solo vistazo.
-
¡Amo
Bruce! ¿Qué está haciendo con el señorito Jason?
-
Pretendo
darle una tunda, Alfred – respondió Bruce, con su fría calma habitual.
-
¿Y por
qué, si puede saberse? – preguntó el mayordomo.
-
Me ha
faltado al respeto.
-
Bueno,
eso no está bien, desde luego, pero no me extraña demasiado. Creo que es lógico que un hijo se olvide de
lo que le han enseñado si el padre se olvida de lo que promete. Dijo que no
habría trabajo en Nochebuena, amo Bruce. Le dio su palabra.
Bruce abrió y cerró la boca un par de veces, al ver que no tenía
argumentos contra eso. Jason corrió con Alfred y se abrazó a él, como un nieto
haría con su abuelo cuando su padre es injusto.
-
Snif… se
iba a ir, y no me quería dejar ir con él…snif…¡Hoy es un día para pasarlo
juntos!
-
Claro que
sí, señorito Jason. Su padre no se va a ir a ningún lado. Él sabe que las
promesas hay que cumplirlas. Igual que usted sabe que no se le puede hablar así
a un adulto.
Jason se hizo pequeñito en sus brazos porque Bruce le había contado
alguna vez como castigaba Alfred las faltas de respeto, y sabía que podía irle
peor que con su padre.
-
Es que….
no me hacía caso….y me estaba mandando a la cama para irse…y….
-
Y le debe
una buena disculpa. Vamos.
Jason se acercó a Bruce con pasitos lentos.
-
¿Tengo
que ir a tu despacho, papá? - le
preguntó, con ojitos de cordero.
Santa, por si acaso, se dispuso a esconder la odiosa vara, porque sabía
dónde la guardaba Bruce. Pero no hizo falta, porque Bruce se imitó a apoyar a
su hijo sobre su cadera y a dejar caer cinco palmadas.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
¡Ay, au!
-
No soy
uno de tus amigos, Jason, y ni siquiera es admisible que a ellos les hables
así.
-
Lo
siento…
-
Está
bien. Que no se repita. Ve a la cama, que es tarde.
Jason, en vez de moverse, se quedó allí de pie mirándole con tristeza.
Bruce sabía lo que quería escuchar, y suspiró.
-
Sí, sí,
yo ahora voy. Estaré contigo hasta que te duermas. Y nada de patrullar por esta
noche.
-
¡Bien!
Jason se marchó corriendo, saboreando su victoria. Santa Claus sonrió
satisfecho y miró a Bruce reprobatoriamente, aunque sabía que era inútil porque
él no le veía.
-
Debería
darle vergüenza, amor Bruce.
-
Pensé que
estaban durmiendo, Alfred. No se iban a enterar de que no estaba…
-
Los hijos
siempre saben cuando no tienen a su padre cerca. – respondió el mayordomo,
sabiamente.
-
¡Papáaaaa!
– llamó Jason, para que Bruce no tardara. El multimillonario se quitó la capa y
los guantes y fue a dar un beso a todos sus hijos. Finalmente, se quedó en el
cuarto de Jason, mimándole hasta que ambos se quedaron dormidos.
Santa dejó los regalos en esa casa también y se marchó a la siguiente.
En aquella había también un chico nuevo, como en la de los vampiros, pero Santa
conocía bien al muchacho en cuestión. Era la casa de los Whitemore, que
recientemente había agrandado su número al acoger a Michael… Un niño que
siempre había traído de cabeza a Santa Claus. Estaba en una peligrosa lista
ámbar, porque había hecho algunas cosas que iban más allá de las simples
trastadas. Santa se resistía a ponerle en la lista de los niños malos, porque
sabía que tenía buen corazón, y que estaba en manos de un mal hombre. Pero aún
así no podía llevarle regalos, porque su magia no funcionaba en los
correcionales. Sin embargo aquél año, por primera vez, Michael estaba con una
buena familia. Santa Claus estaba seguro de que el chico estaba en el lugar
adecuado para él.
Siempre que visitaba a los Whitemore sentía que su bolsa quedaba mucho
más vacía, y es que allí había muchos niños. Santa empezó a sacar regalo tras
regalo y casi le da algo cuando al contar vio que le faltaba uno. Jamás había
perdido un regalo. Nunca, en sus muchos años de profesión. Buscó en su saco
como un desesperado, y entonces vio un pequeño bultito que se movía y se reía
dentro de la bolsa.
-
¡Pero
bueno! ¿Qué haces tú ahí?
Santa sacó al intruso y le puso de pie frente a él. Un mocosito rubio,
de ojos dulces y azules, con gafas.
-
¡SANTA
CLAUS! – chilló el niño, lleno de entusiasmo, y se tiró a su cuello. Santa
atinó a cogerle en brazos por puro reflejo.
-
Kurt.
¿Qué haces levantado? – preguntó Santa Claus.
-
¿Sabes mi
nombre? :o
-
Claro que
sí. Sé el nombre de todos los niños buenos.
Kurt abrió la boca todo lo que sus músculos le permitían y luego
sonrió. Tenía su regalo en una de las manos, porque lo había encontrado al
hurgar en la bolsa de Santa Claus.
-
Vamos a
dejar eso debajo del árbol. Los regalos no se abren hasta mañana, niñito.
- Pero yo quiero ahora L - protestó el
pequeño.
-
No se
puede.
-
¡Qué sí!
– dijo Kurt, e intentó desenvolverlo. Santa le quitó el paquete y lo puso lejos
de su alcance.
-
Dije que
no.
-
:o ¿Te
has enfadado?
Santa Claus iba a responder, pero en ese momento escuchó ruidos. Ya era
malo que le hubiera visto un niño, pero sería peor si le veía también un adulto, así que, una vez más, escondió su
presencia con sus polvos mágicos. Dejó al niño en el suelo con cuidado y se
quedó quieto para no hacer ruido.
-
¿Kurt? –
llamó Aidan, somnoliento.
-
¡Papi,
papi! Santa Claus se ha enfadado conmigo. – gimotéo el pequeño.
-
¿Mmm?
¿Santa Claus?
-
¡Shi! Ta
ahí. – Kurt señaló el punto exacto en el que estaba Santa, pero ya no le veía -
:o ¡Estaba ahí!
-
Enano
fantasioso. Ven, vamos a la cama. Es tarde para que estés levantado. ¿Qué
hacías aquí?
-
¡Me metí
en el saco de Santa Claus! ¡Es muy grande! ¡No se acaba nunca! Es que es mágico
:3 -explicó Kurt, emocionado. Aidan no
entendía nada, pero sí supo ver que era prácticamente imposible que Kurt se
volviera a dormir con esa agitación.
-
Has
debido soñarlo, bebé…
-
¡No lo
soñé! Mira, ahí están los regalos…
Aidan se quedó asombrado al ver aquellos paquetes que habían aparecido
como por arte de magia. ¿Habría sido Ted?
-
Ese es el
mío –señaló Kurt, y fue a cogerle. – Santa Claus no quería que lo abriera –
dijo, y lo agitó un poco. Mordisqueó su labio e intentó abrirlo de nuevo.
Santa Claus hubiera querido impedirlo, pero eso habría acabado con su
coartada.
-
Si te
dijo que no se abre es que no se abre, Kurt… -dijo Aidan, aún alucinando. Pensó
que tal vez aun no estaba despierto del todo.
-
¡Pero lo
dejó aquí para mí!
-
Mañana,
campéon.
Aidan cogió a su hijo en brazos y se lo llevó escaleras arriba, con el
pequeño aún protestando. Santa Claus retomó su tarea, pero cuando estaba a
punto de marcharse, escuchó pasos acelerados que bajaban las escaleras. Un
sigiloso Kurt se escabulló hasta el árbol y trató de coger su paquetito.
Santa Claus se indignó, se acercó a él, y le dio un golpecito en la
mano. Kurt miró a todos lados sorprendido, porque Santa era invisible a sus
ojos y el golpe parecía haber venido de la nada. Volvió a intentar abrir el
regalo y esa vez sintió una palmadita sobre el pantalón del pijama. Dejó el
paquete en su sitio y los ojos empezaron a inundársele de lágrimas.
Santa maldijo en silencio. ¿Cómo podía Aidan sobreponerse a esa mirada
acuosa? Entonces lo entendió: no se sobreponía. Ese mocosito hacía con él lo
que quería, como con todo el mundo. Se agachó, y le dio un suave beso en la
frente.
-
Pórtate
bien – susurró.
Kurt abrió mucho los ojos ante aquella voz invisible y se pasó la manga
por la cara para secarse las lágrimas.
-
Peyón… -
musitó.
Santa le contempló con cariño, y luego pasó una mano por su frente, sin
llegar a rozarle. El niño cayó dormido en el acto y Santa le llevó hasta su
cama. Cuando despertara, no recordaría lo que había pasado.
-
-
-
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS! :D
Quería hacer una especie de
regalo para el blog en general. Me hubiera gustado escribir de todos, pero
tenía poco tiempo.
Simplemente hermoso
ResponderBorrarme encantooo muuuucha ternura *w*
ResponderBorrarPrecioso, un vistazo de Sannta en cada casa :D
ResponderBorrarLindo, muy lindo y tierno
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