lunes, 8 de agosto de 2016

CAPÍTULO 57: CALIFICACIONES



CAPÍTULO 57: CALIFICACIONES

El lunes llegó, y no fue tan malo como un lunes cualquiera: fue peor. Era el día en que en el colegio entregaban las notas de la pre-evaluación… Una última llamada a los que iban flojos en alguna asignatura, para que se esforzaran en los exámenes. A ninguno de mis hermanos les gustaba ese día, ni siquiera a los que sacaban buenas notas.

-         ¿Pero tú de qué te quejas, enano? – gruñó Alejandro, mientras se vestían para ir al colegio. Él en especial estaba de muy mal humor.  – Si tendrás todo sobresaliente.

-         ¡Me pone nervioso! ¿Y si luego lo hago mal en los exámenes y me baja la nota? – gimotéo Cole.

Aquél era el primer año que el enano tenía exámenes trimestrales. En los cursos más pequeños no les examinaban globalmente de todo lo aprendido en el trimestre. También tenían una pre-evaluación, pero era casi meramente informativa, para que los padres fueran haciéndose a la idea de las notas que iban a tener. A partir del curso de Cole, tomaba más importancia porque podías mejorar la nota con los exámenes. Para él era un agobio pensar que tenía que repasar cuatro o cinco temas de cada materia.

-         Todo el mundo sabe que los globales no bajan nota, Cole. Los profesores dicen que sí, pero es solo para asustar. Únicamente sirven para que la gente como yo apruebe en el último momento.

-         No lo digas en ese tono de orgullo, Alejandro – le reproché. – Pero tiene razón, Cole, muy mal tendrías que hacerlos para que te baje la nota.

El peque no me creyó del todo, pero sí se quedó algo más tranquilo. Cuando yo tenía su edad no teníamos pre-evaluación… Eso es algo que se fue implantando después, en casi todos los colegios del estado, no sé si para mejor o para peor. Ese año, por primera vez, yo también tenía algo de miedo y estaba nervioso, porque había faltado mucho y no sabía con qué me iba a encontrar.

Justo esa mañana el médico me iba a revisar, viendo el resultado de algunas pruebas que me habían hecho para ver mi evolución, y si encontraba todo bien tal vez me dejara volver a clases. Después del médico iba a ir con papá al colegio a recoger las notas y a hablar con el director. Así que me vestí con menos prisa que mis hermanos, porque no iba a salir de casa hasta que papá volviera de llevarlos al colegio.

Cuando ellos se fueron, aproveché para hacer algo que no podía hacer delante de Aidan, porque enseguida se preocupaba y se enfadaba conmigo. Hacía tiempo que había puesto una barra en la puerta de su cuarto, para colgarse de ella y ejercitar los brazos, y yo la usaba muchas veces también, para mejorar mi fuerza para la natación. Eso a papá no le molestaba e incluso le hacía gracia, y más de una vez nos habíamos picado por ver cuál de los dos podía hacer más dominadas. Sin embargo a mí se me había ocurrido que en ese momento lo que necesitaba ejercitar eran las piernas, así que con bastante esfuerzo me colgué boca debajo de la barra, sujetándome con el hueco de detrás de las rodillas y tratando de subir una y otra vez a tocar el techo. Unos días atrás no hubiera podido hacerlo, pero ahora mis piernas respondían bastante bien. Sin embargo, no pude aguantar más de diez segundos. Luego me tuve que bajar rápidamente, sintiendo calambres. Pero la sensación de victoria no me la quitaba nadie, como si fuera un presagio de que el doctor me iba a dar buenas noticias.

El resto del tiempo hasta que papá volvió lo pasé escribiendo en el ordenador. Todo ese tiempo que había estado sin ir a clases me había servido para avanzar mucho en el libro que estaba escribiendo, ese que jamás me atrevería a enseñar a Aidan ni a nadie que me conociera. Por alguna razón, desde que besé a Agustina me resultaba más fácil escribir escenas eróticas, a pesar de que ella y yo no habíamos hecho nada… A decir verdad, no sabía si seguía habiendo un “ella y yo”. Solo hablábamos por teléfono y las redes sociales. No había venido a verme. Por momentos yo casi agradecía el espacio que me había dado para recuperarme sin que me viera reducido a una silla de ruedas, cuando lo estuve, pero también echaba en falta algo de apoyo por su parte. Se suponía que era mi novia… Pensé que el que estaba distante era yo, pero acabé por darme cuenta que la distante estaba siendo ella. Tal vez ya no tenía interés en mí…

Papá volvió antes de que pudiera seguir con esos pensamientos negativos. Cuando oí la puerta me apresuré a guardar lo que había escrito y cerrar el word.

-         ¡Hola! – saludó papá, desde el piso de abajo. Bajé las escaleras apoyándome en la barandilla, porsi acaso tropezaba o me fallaban las piernas.

-         Hola – saludé de vuelta, con una sonrisa. Para mí fue un saludo perfectamente normal, pero papá me conocía demasiado.

-         Uy, ¿y esa cara?

-         ¿Qué cara? – pregunté, sorprendido.

-         Es la cara que pones siempre cuando te sientes culpable por algo.

Tosí un poco. La verdad, bien podía ser por lo que estaba escribiendo, o por haberme colgado de la barra, pero lo cierto es que no quería decirle ninguna de las dos cosas. Por suerte, lo dejó pasar, porque el entusiasmo que traía hizo que no le diera importancia.

-         ¿Listo para ir al médico? Estoy deseando que vea lo rápido que te has recuperado. – sonrió. Asentí, contagiado por su espíritu positivo, y cogí mi chaqueta.

Papá me llevó en mi coche, que era más pequeño que el suyo, puesto que solo íbamos a ir los dos. No pude evitar mirar el volante con nostalgia. Echaba de menos conducir, entre otras cosas porque me hacía sentir útil. Con el coche, podía salir a hacer recados, podía recoger a algún amigo si quedábamos, podía llevar a mis hermanos al colegio. En la zona en la que vivíamos tener coche era bastante necesario. Mis hermanos podían ir andando a clase, y de hecho es lo que estaban haciendo estos días, pero papá había tardado una hora y cuarto en ir y volver aquella mañana de dejarlos, y con el coche tardábamos quince o veinte minutos.

Tras esperar un rato en una salita, entramos a la consulta del doctor que llevaba mi caso. Era un hombre de pocas palabras, pero desde el primer momento me dijo que me veía muchísimo mejor. Me examinó las pupilas y la cabeza, me hizo varias preguntas y me dio el resultado de las pruebas. Me gustó que me hablara a mí y no a papá, aunque hubiera entrado conmigo. Algunos médicos casi me ignoraban para hablar con mi padre, como si fuera un niño pequeño.

-         Como ves, todo está en orden – dijo el doctor – Así que yo creo que puedes empezar a hacer vida normal. Tienes que seguir haciendo ejercicios en casa, pero no tienes que seguir yendo a rehabilitación, a no ser que notes que te fallan las fuerzas en las piernas de nuevo.

Sonreí y miré a papá, muy aliviado.

-         ¿Entonces puedo volver a clase?

-         Sí, no veo por qué no. Pero no puedes hacer gimnasia, no todavía.

-         ¿Y natación? – pregunté, sin esperanzas. Sabía lo que me iba a responder.

-         Nadar siempre viene bien para recuperarse físicamente, es un buen deporte, pero a nivel de competición, no, no es seguro. Tampoco debes nadar solo, por si pierdes la consciencia dentro del agua. Y no conviene que conduzcas todavía. Quiero que estés dos semanas sin tomar la medicación, y si no pierdes la consciencia ni tienes ataques epilépticos en esas semanas, entonces ya podrás volver a conducir.

Suspiré, pero asentí, sabiendo que no me quedaba de otra. Tendría que dejar el equipo de natación, si es que no me habían echado ya, mientras estaba fuera. Sabía que habían competido sin mí. Aquello me afectó más de lo que esperaba, pero sabía que debía de estar agradecido por caminar otra vez, y que no era para siempre. En algún momento podría nadar de nuevo.

Le di las gracias al doctor y nos despedimos de él. Cuando salimos de la consulta, papá puso una mano en mi hombro, como para detenerme. Le miré, y vi en él una sonrisa de orgullo.

-         Has reaccionado muy bien ahí dentro. Sé que crees que no sé lo importante que es la natación para ti, pero no es así… Siempre te lo has tomado más en serio que como una mera actividad extraescolar. Por eso eres el capitán.

-         Sí es importante para mí – murmuré. Lo cierto era que creía que era lo único que se me daba bien. Quería ser monitor de natación en el futuro, porque dudaba mucho que valiera para estudiar una carrera universitaria, pero no me atrevía a decírselo a Aidan.

-         Solo tienes que esperar un poco más. Antes de que te des cuenta estarás nadando de nuevo. Te has esforzado mucho por curarte y lo has conseguido – me dijo, y sé que tenía ganas de abrazarme pero como estábamos en un lugar público temía mi rechazo. Tras dudarlo un segundo, le abracé yo a él. Sí que me dio algo de vergüenza, pero lo cierto es que hacía un tiempo que empezaba a pensar algo así como “al que no le guste que no mire”.

-         ¿Podemos ir a tomar algo antes de ir al cole? – le pregunté. Me había acostumbrado a ir a una cafetería con él todos los días después de rehabilitación, y ya no iba a poder seguir haciéndolo si me reincorporaba a las clases. Aquél era el último día que le tenía para mí en exclusividad, y quería aprovecharlo.

-         Claro, contaba con ello. Pero nada de pedirte dos donuts hoy, ¿eh? Tanto azúcar no es bueno.

-         Bueno, vale, que además no me quiero poner gordito.

Aun así, ya en la cafetería me pedí un colacao, un zumo, una tostada y un croissant. Papá me miró como diciendo “no tienes remedio”, pero se sentó conmigo mientras se tomaba un café. Después volvimos a casa, a dejar el coche, porque al colegio íbamos a ir andando. No cabríamos todos en un solo coche y eso hubiera sido un problema. Además le dije a papá que me apetecía andar un poco y que de todos modos necesitaba acostumbrarme a recorrer las mismas distancias de antes. Si ya estaba bien, lo único que tenía que ganar era resistencia.

Así que nos encaminamos al colegio y lo cierto es que el camino se me hizo un poco largo y me fatigué un poco, pero pude hacerlo. A medida que nos acercábamos, sin embargo, iba andando más despacio…

-         Mmm. Algo me dice que si vas más lento no tiene nada que ver con el cansancio. ¿Qué pasa, Teddy? ¿Estás nervioso?

-         Un poco…

-         Uy. No me has dicho que no te llame así. Sí que es grave… - dijo papá, medio en broma, medio en serio.

-         Podrías…mmm…Sé que es mucho pedir, pero tal vez ¿podrías… no abrir mis notas….hasta que estemos en casa?

Papá me miró fijamente durante un rato, estudiando mi expresión.

-         No sé por qué, pero bueno, yo no tengo problema. Lo que pasa es que ya que vamos a hablar con el director, igual las abre él allí en el despacho.

Apreté los puños, frustrado, porque esa era una gran posibilidad. Papá me agarró la barbilla y me hizo levantar la cabeza.

-         ¿En serio crees que me enfadaré contigo si te va mal, después de todo lo que ha pasado? Entre la apendicitis y esto, has faltado más de un mes y medio de un trimestre que dura prácticamente dos meses y medio, entre festivos y fines de semana. Es perfectamente normal que tus notas hayan bajado un poco, por no decir que ya estás en el último año y ahora es todo mucho más difícil.

-         ¿Y si en vez de un poco es un mucho? – le pregunté, aterrado, peor no por su reacción, sino por lo que implicaba. - ¿Y si tengo que repetir curso?

-         Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él, campeón. – dijo papá, y me frotó la nuca de forma reconfortante.

Recorrimos la distancia que faltaba y entramos en la recepción del colegio. La secretaria del director me saludó cariñosamente, contenta de verme y preocupada por mí. Estuvo preguntándome sobre mi tratamiento hasta que el director nos hizo pasar a mí y a papá.

-         Buenos días, señor Whitemore, Theodore… Me alegro mucho de verte. Sobre todo de verte caminar – me dijo, y me estrechó la mano con fuerza y entusiasmo. Le sonreí.

-         Hoy mismo hemos visto al médico y ya está mucho mejor – dijo papá, resplandeciente. – De hecho, puede reincorporarse a las clases.

El director frunció el ceño un segundo, pero luego recuperó su expresión amable y se sentó en su silla, indicándonos que hiciéramos lo mismo en las sillas que había frente a su escritorio.

-         Me alegro de oír eso… ¿Tú te sientes con fuerzas? – me preguntó.

-         Sí… Ya me siento un poco mejor. Aunque no podría hacer gimnasia… ¿Habría alguna forma de recuperar la asignatura después?

El director se quedó callado unos momentos. Luego le oí suspirar.

-         El problema no es ese… El problema es que… has faltado más de la mitad del trimestre… así que legalmente no te podemos aprobar. Tampoco suspender, simplemente aparecerás como no presentado. Como tus ausencias están más que justificadas, no pasa nada, pero la ley no nos deja calificarte habiendo perdido tantos días… - me explicó.

Me quedé de piedra, y creo que papá también.

-         Pero… si ahora hago los exámenes…yo…

-         No hay nada que yo pueda hacer, Ted…. Pero si te presentas a las otras dos evaluaciones y a los exámenes de final de curso, podrás aprobar al final del año….- trató de animarme. Lo medité un segundo.

- Sí, pero ¿con qué notas?

Papá me miró, y luego miró al director.

-         Si esta evaluación no le cuenta, lo tendrá difícil para sacar sobresalientes al final, e incluso notables. Tampoco puede nadar, así que se olvida de las becas deportivas, además de las académicas. ¿Se da cuenta de lo injusto que es todo esto? Por pura suerte ahora puedo permitirme pagarle la universidad; hace un mes no podía. ¿Y el futuro de mi hijo se hubiera ido a la porra porque la ley dice que no se le puede evaluar con tantas faltas de asistencia? – preguntó Aidan, con incredulidad.

-         Señor Whitemore, siendo sinceros, aunque se le evaluara, sus notas serían pésimas. Aquí tiene su pre-evaluación, le animo a echarle un vistazo. Se ha perdido muchos exámenes, así que las asignaturas en las que iba mal, pues…

-         ¿Podré cursar los exámenes de acceso a la universidad?*

-         Sí, puedes, pero… hay una cosa que… es decir, es mi deber avisarte de que…. Realmente va a ser muy difícil para ti aprobar el curso, Theodore. No te estoy diciendo que te rindas, te estoy diciendo que aún si aprobaras tus notas serían bajas, y si encima vas a preparar el ingreso a la universidad, y aún no estás al cien por cien…tal vez pierdas el año.

-         ¿Repetir curso? – murmuré. Mis peores temores se hacían realidad.

-         Nunca has sido un mal estudiante, pero sé que te esfuerzas mucho y aún así tus notas no son brillantes. Después de esto… igual no consigues llegar al aprobado. – se sinceró el director.

Apreté las manos contra el pantalón, invadido por un sentimiento de frustración e impotencia.

-         ¿Cómo le dice algo así?  - le increpó papá. – Acabará el curso, claro que podrá…Y entrará en la universidad…

-         ¿En cuál? Será difícil que le admitan en alguna, sin méritos académicos o deportivos.

-         ¿Y lo que hizo otros años no cuenta? Además, ya le he dicho que puedo pagarla, deje que de eso me preocupe yo – dijo Aidan, furioso. – Mi hijo no tiene por qué repetir curso, no ha hecho…

-         No es una amenaza, tampoco es una sanción. Es algo que puede pasar, nada más, y que deberían contemplar. Para mí sería terrible que Ted sacara la misma calificación que los alumnos que no estudian nada en los exámenes de acceso. Y que tenga que irse a una universidad perdida del mundo porque no consigue entrar en ninguna buena.

Con eso derrumbó a papá: él no soportaría que tuviera que irme lejos a estudiar, a otro estado.  Lo cierto era que los exámenes de acceso los habíamos empezado a preparar en el colegio desde el año pasado, así que no tenía por qué irme ni tan mal… Pero entendí el miedo del director: no era un estudiante ejemplar, no sacaba las mejores notas. Sería un milagro si lograba terminar el curso con una evaluación de menos. Normalmente en los exámenes de fin de curso tenía que luchar para aprobar alguna asignatura. Este año tal vez tuviera que luchar por aprobarlas todas.

-         Bueno….Yo… yo lo puedo intentar. – murmuré – Y a lo mejor lo consigo. Y si no, al menos lo habré intentado…Me preocupa más el curso que el ingreso en la universidad….

“Sobre todo porque no pienso ingresar” dije para mí. Papá ni siquiera contemplaba la opción de que no tuviera estudios universitarios. Creo que porque él no había tenido ocasión de poder ir a la universidad y quería asegurarse de que yo sí y de que nunca tuviera que tener tres empleos cutres al mismo tiempo, como él en determinadas épocas.

El director me dedicó una mirada amable, nos entregó el sobre con la pre-evaluación, que ni siquiera abrimos visto lo visto, y salimos de allí. Papá estaba enfadado, pero no parecía enfadado conmigo, sino con las circunstancias…

-         Me…me voy a esforzar, papá… - le dije, conteniendo a duras penas las ganas de llorar. – Quiero graduarme…

Papá me miró de una forma extraña, como a veces miraba a Cole. De una forma que venía a decir “Pero qué inocente es”.

-         Ya sé que te vas a esforzar, campeón, pero realmente no creo que dependa de ti.

-         ¿Qué quieres decir? – le pregunté. ¿De quién dependía si no?

-         Lo que el director nos ha querido decir entre líneas es que el colegio hará lo posible porque repitas y no te gradúes este año, para que así el año que viene saques mejores notas y no bajes su estúpida puntuación estatal. Además sospecho que también quiere que así puedas ganar el campeonato de natación el curso que viene, y le des otra copa al colegio, como la que ya le diste el año pasado.

-         ¿Qué…? Pero…

-         En vez de ofrecerte clases de refuerzo o alumnos avanzados que te ayuden como sé que hacen en otras ocasiones, ha sacado directamente la carta del repetidor. Tu tenías opciones a ganar una beca deportiva, hijo. Eso no solo te beneficia a ti, a ellos les vendría de perlas. Si estás aquí el año que viene, aún podrás hacerlo.

Me quedé con la boca abierta. ¿De verdad el mundo funcionaba así? ¿Acaso el que yo me graduara era un mero tramite sin importancia comparado con un poco de dinero por un estúpido campeonato? Si tenía al colegio en contra, difícilmente me iba a poder graduar. Diablos, probablemente tampoco pudiera con ellos a favor. Me costaba mucho estudiar y me había quedado muy atrasado.

Sin poder hacer nada para evitarlo, empecé a llorar, y me senté en un banco del pasillo. Papá se sentó a mi lado y me rodeó con el brazo.

-         Ey…. Ey, no… No llores. Ted, no llores. Ellos tampoco pueden suspenderte porque sí. Si tu estudias y apruebas, te graduarás. Y ya no necesitas ninguna beca, porque ahora tengo dinero suficiente como para pagarte una carrera a ti y a tus hermanos.

-         No podré… Toda esta evaluación no me va a contar…. Va a ser muy difícil recuperar eso. ¡Son once asignaturas! En los exámenes de recuperación no podré aprobar ni tres…

Papá puso ambas manos en mis mejillas, para que dejara de hablar y me miró a los ojos.

-         Y si suspendes ¿qué? ¿Qué es lo peor que podría pasar? Hijo, sé que siempre os doy la chapa con los estudios, pero lo cierto es que el mundo no se acaba si pierdes un año. A veces no importa cuándo se hagan las cosas, sino solo que se hagan. Lo que yo quiero evitar es que os convirtáis en vagos, que no os esforcéis por hacer lo que es debido, pero en este caso tú no has hecho nada malo. Tu harás tu mejor esfuerzo y si no resulta, lo intentarás de nuevo el año que viene. Y como será un curso que ya habrás hecho, te será más fácil y todo. Hace unas semanas estaba en una sala de espera preguntándome si te vería salir de ella. Después me pregunté si te vería caminar de nuevo. Ahora sé que subirás a la tarima a coger tu diploma de graduación, por tu propio pie y con tu gran sonrisa. ¿Qué me importa si es al otro año en lugar de este? No estoy preparado para que vayas a la universidad, de todos modos – me confesó, con una sonrisa.

Le miré con agradecimiento y le abracé, feliz de que fuera capaz de seguir sintiéndose orgulloso de mí a pesar de que todo me saliera mal. Me obligué a calmarme: nadie había dicho que lo de repetir fuera seguro. Iba a ser un año de mierda porque iba a tener que encerrarme a estudiar como un imbécil, pero lo iba a sacar. Y si no lo conseguía, papá no iba a dejar que me hundiera, porque él me seguiría apoyando como siempre hacía.

Me limpié la cara y le dediqué una media sonrisa. Luego me senté más cerca de él, para poder apoyar la cabeza en su hombro.

-         Qué cariñoso estás tu hoy. Va a ser verdad que eres un osito mimoso.  – me chinchó. Le di un golpecito amistoso en el hombro como protesta.  – Bueno, qué carácter. –se rió. - Venga, campeón, ¿vamos con tus hermanos?

Asentí, y fuimos a la salida, a esperarles. Tardaron un poco, porque aún era pronto, pero finalmente fueron saliendo. Las primeras fueron Barie y Maddie. Barie corrió hacia papá con un sobre en la mano, irradiando felicidad.

-         ¡Papá, papá, mira mis notas! – pidió, dando un saltito. En momentos como ese mi hermanita sacaba su lado infantil y me daban ganas de cogerla en brazos como cuando era pequeña. Claro que eso la hubiera avergonzado, y además dudaba que fuera capaz de hacerlo todavía, porque había crecido mucho.

-         Ah, ¿eso es que son buenas? – sonrió papá, saludándola con un abrazo. – Las veré en casa, cariño. Allí abriremos todas.

Dejé salir el aire en un suspiro. Había esperado que esta vez fuera diferente. Siempre hacía lo mismo: las notas se abrían en casa, donde no había escapatoria. Papá revisaba las papeletas una a una y se lo tomaba bastante en serio, porque sabía que era la última oportunidad para la evaluación. Casi se enfadaba más por esas notas que por las definitivas, porque quería que para los exámenes estudiáramos de verdad.

-         Bueno – aceptó Barie, sin dejar de sonreír. Madie tampoco parecía muy preocupada. - ¿Qué tal en el médico, Ted?

-         Oh. Muy bien, dice que ya puedo volver a clase.

Mientras mis hermanas me felicitaban con entusiasmo, salieron Cole, y Harry y Zach. Al enano le había ido bien, por supuesto, se veía en su cara. Y Zach también parecía animado. Pero Harry estaba molesto y fastidiado, o tal vez era yo, que ya conocía a mis hermanos y sus notas habituales e imaginaba cosas en base a eso. Al poco salió Alejandro, con un rostro serio que no me dejó adivinar si le había ido bien o mal. Parecía pensativo, pero no podía decir nada más allá de eso. Y por último salieron los enanos. Alice corrió hacia papá, para ocupar su legítimo lugar entre sus brazos, y Hannah también fue con él a saltitos, pero Kurt no. La expresión de Kurt era de terrible tristeza.

Me resultó extraño, porque los enanos aún eran pequeños como para que las notas fueran un problema. Kurt era bastante listo, además, y no es porque sea mi hermano, pero creo que era de los más avanzados en su clase. Así que tal vez su tristeza no se debiera a las notas. Era difícil decirlo.

Papá se dio cuenta del estado de ánimo del peque.

-         ¿Qué pasa, campeón? Ven a darle un abrazo a papá.

Kurt accedió al abrazo con lentitud y cuando papá le levantó del suelo no mostró ninguna emoción, casi como si fuera un muñeco vacío, incapaz de sentir. Impactaba mucho verlo así y papá le apretó contra su cuerpo, como si quisiera protegerle de algún enemigo invisible.

- ¿Qué ocurre, bebé? ¿Por qué estás tan triste?

Kurt no dijo nada y se dejó abrazar, sin perder esa carita triste. Cuando se separaron papá le miró intentando averiguar qué le pasaba, pero a simple vista mi hermano no tenía nada. Tampoco parecía enfermo y su expresión no era del todo la carita de culpabilidad que ponía cuando hacía alguna trastada. Entonces el enano me sorprendió, porque vino hacia mí, pidiendo mis mimos en vez de los de papá. No es que no hiciera eso habitualmente, pero yo solía ser su segunda opción. Le cogí en brazos yo también, reparando en que el enano comenzaba a pesar demasiado para mí.

-         Ted, a ver si te vas a hacer daño… - se preocupó papá.

-         No pasa nada, puedo con él. Peque… ¿por qué estás así? ¿Qué pasó? ¿Alguien fue malo contigo? Mira que me enfado y le pego ¿eh?

Eso último lo dije más bien en broma, a ver si le sacaba una sonrisa, pero ni con esas. Por la forma en la que se apretaba contra mí deduje que no quería público. Parecía querer esconderse dentro de mí, pero eso no era posible.

-         Papá, ¿por qué no os vais adelantando? Kurt y yo vamos ahora…

-         ¿Eh? No, Ted, no quiero dejarte solo…

-         Estaré bien. – le aseguré. Entendía su preocupación, el camino de ida me había cansado, así que no quería que volviera solo, no me fuera a pasar algo. Pero alguna vez tendría que recuperar mi independencia. Papá tenía que ser capaz de dejarme solo en la calle sin asustarse: después de todo, el médico había dicho que podía hacer vida normal.

Aidan no se mostró del todo conforme, pero tampoco se opuso. Nos dedicó una mirada de preocupación a mí y a Kurt y luego echó a andar con mis hermanos. Yo me senté con el peque encima, en un banco algo alejado de la puerta del colegio. En cuanto papá estuvo lejos, Kurt se abrazó a mí y soltó un sollozo.

-         ¡Peque! ¿Pero qué pasa? – me alarmé, y le acaricié el pelo. Le quité la mochila para que estuviera más cómodo y la dejé a nuestro lado. Kurt le dio una patadita. – Ah… Creo que ya entiendo… ¿es por las notas de la pre-evaluación?

-         Snif…

-         Pero enano, si a ti se te da bien el cole, que lo sé yo. A ver ¿me dejas verlas? – le pedí.

Kurt metió la mano en su mochila y sacó un sobre con sus notas. Deseé que papá no se enfadara porque yo las abriera. Me puse a leerlas, y entendí dónde estaba el problema: las notas de Kurt estaban bien, pero a mano, en el apartado de observaciones, un profesor había escrito:  “el comportamiento de Kurt deja mucho que desear, y esperamos un cambio en el segundo trimestre”.  Suspiré.

-         Ay, renacuajo…

Kurt se apretó contra mí y la verdad es que me dio mucha penita.

-         ¿Estás triste por lo que va a decir papá? – le pregunté. Decidí que lo mejor era ser sincero con él. – Igual te castiga un poco, peque, pero no es para que llores así.

-         Snif…. pero estaba siendo bueno, ¡estaba siendo bueno!  - gimoteó con rabia. No entendí del todo lo que quería decir, así que le acaricié el pelo para que siguiera hablando. – Snif… Yo me he estado… snif…portando bien… para que papá estuviera contento.

Recordé que Kurt llevaba un tiempo sin hacer trastadas, ni tener berrinches. Era cierto que se estaba portando muy bien. Incluso cuando papá no pudo llevarle al parque, no hizo una rabieta. Se fue con Michael y por lo visto no le dio ningún problema.

-         Yo sé que has estado siendo bueno – le dije. – Pero no hay que ser bueno solo en casa, sino también en el cole.

-         Snif…snif…lo intenté…bwaaa… Yo no quiero que papá se enfade.

Le separé un poco de mí para mirarle a los ojos. Ese enano me recordaba tanto a mí, pese a que físicamente fuéramos tan diferentes…

-         ¿Para ti es muy importante que papá no se enfade contigo, mm? Quieres que esté orgulloso de ti. Pero peque, él ya lo está. Papá está muy, muy contento contigo, y no va a dejar de estarlo porque te portes un poquito mal. No has estropeado nada. Esto no borra todo lo bien que te has estado portando.

-         Snif

Kurt puso un puchero y miró el papel como si quisiera romperlo. Me lo quitó bruscamente y durante un segundo tuve miedo de que fuera a romperlo de verdad, pero en vez de eso lo metió en la mochila, como para esconderlo y no verlo más.

-         Mi hermanito revoltoso. ¿Qué has estado haciendo en el cole para que te pongan eso, eh? – regañé, pero en un tono dulce, como para darle confianza y que me contara.

-         No sé… Yo no soy malo – protestó.  – Pero a veces me aburre estar sentado…

Que Kurt era hiperactivo lo sabíamos todos. De hecho, tomaba medicación para eso, aunque a papá no le gustaba demasiado. Le habían recomendado que hiciera deporte, que eso solía ayudar, y quizá había habido una pequeña mejoría cuando empezó a ir a Judo, pero no era suficiente. Kurt no sabía estarse quieto, y su pequeña cabecita estaba siempre llena de travesuras, aunque por lo general nunca eran travesuras malintencionadas.  Dudaba mucho que en colegio hubiera hecho nada realmente grave, o habrían llamado a papá por teléfono para decírselo. Sería, seguramente, que interrumpía constantemente la clase con su continuo ir y venir, incapaz de prestar atención a lo que decía el profesor.

-         Claro que no eres malo, Kurt. Nadie está diciendo eso. Pero sí sabes que en clase tienes que hacer caso al profe y portarte bien. Lo sabes, ¿a que sí?

El enano asintió, mirándome con ojitos de cachorro para que no le regañara.

-         Anda, vámonos a casa. Yo no te puedo asegurar que papá no te castigue, pero si te prometo que no dejará de quererte y de estar orgulloso de ti. Además, tus notas son buenas, eso tiene que contar. Fíjate, hasta tienes un Sobresaliente en mates. Eso es que te has esforzado mucho, que bien sé yo que ese profe es muy exigente.

Kurt pareció contento porque le alabara, así que le dije dos o tres elogios más y le llevé a casa. Al principio iba en mis brazos, pero enseguida me cansé, porque además me desequilibraba. Mis pasos aún no eran del todo firmes. De hecho, al verme andar despacito, Kurt me dio la mano como para ayudarme él a mí.


-         AIDAN´s POV –

El día de entrega de notas siempre me ponía nervioso, deseando que les hubiera ido bien a mis hermanos. Aquella solo era la pre-evaluación del primer trimestre, pero aun así era importante que empezaran el curso con buen pie. No obstante, ese año le dediqué al tema mucho menos tiempo en mis pensamientos, porque me preocupaba más la visita de Ted al médico. Una vez que eso se resolvió, me centré en las cuestiones académicas.  Me dio mucha rabia el encuentro con el director, porque Ted no se merecía perder el año, pero sabía que a veces era inevitable. Que uno no elige ponerse enfermo y faltar a clase… Me propuse conseguirle ayuda para ponerse al día y hacer todo lo que estuviera en mi mano, porque sabía que Ted deseaba con todas sus fuerzas graduarse ese año, con todos sus amigos.

En cuanto a los demás, la verdad es que creía saber con qué me iba a encontrar. A Barie, a Cole y a Zach siempre les iba bien. A Alejandro y a Harry solía irles mal… y en el caso de Madie, era variable, pero tampoco solía suspender. Las notas de los peques no solían preocuparme… pero quizá debieron hacerlo, a juzgar por cómo salió Kurt del colegio. Dejé que Ted se quedara consolándole, porque parecía sentirse mejor con él, pero tuve un nudo en el estómago todo el camino hasta el colegio de Dylan.

Dylan era el único que no tenía eso de la pre-evaluación, porque su colegio funcionaba diferente. Pero sí que tenían notas y se las iban a dar también dentro de poco. De hecho, le pregunté cuándo y me dijo que no sabía.

-         Pues eso tienes que saberlo, Dy. Seguro que tu profe os lo ha dicho – le recordé.

-         T-tendrías que s-saberlo tú, que para algo eres mi p-padre. – me replicó.

-         No me respondas así ¿vale, campeón?  - le regañé suavemente, aunque contento de que estuviera comunicativo y conversador, porque no solía estarlo.

-         ¿Por qué no?

-         Porque no es de buena educación. Ya sé que no te das cuenta, pero suena muy rudo. Además, yo no sé cuándo te las dan, porque a mí no me lo han dicho, peque. Sé que es en estas semanas, pero no sé el día exacto.

Dylan se alejó un poco de mí y sentí como que me dejaban con la palabra en la boca. No servía de nada enfadarse, él solía hacer eso con frecuencia. Sin embargo esa vez fue a buscar a un compañero y le tiró de la manga.

-         B-Bryan, ¿cuándo nos d-dan las notas? – preguntó.

El compañero le miró fijamente durante más segundos de lo que uno consideraría “normal”. Ese chico apenas me sonaba, pero si Dylan hablaba con él es que a lo mejor eran amigos. Ay madre, ¿mi Dylan tenía un amigo? Quería correr hacia él e interrogarle, ver cómo era, y hacer lo posible porque siguiera siendo amigo suyo para siempre. A mi hijo le costaba mucho relacionarse. Claro que al otro chico debía pasarle igual, o no estarían en la misma clase.

-         El miércoles – respondió, finalmente, el tal Bryan.

-         El m-miércoles, p-papá – me dijo Dylan, como si no lo hubiera oído.

Le sonreí, nos despedimos, y mientras volvíamos a casa mi mente ya tenía otra cosa en la que pensar aparte de Kurt y su tristeza.

-         ¿Bryan es amigo tuyo? – le pregunté. Dylan se encogió de hombros. Era su forma habitual de responder ese tipo de preguntas. – Su cara me suena, pero no mucho. ¿Ha ido siempre a tu clase?

-         N-no. Le c-ambiaron hace p-oco porque d-dejó de morder – me respondió.

En el colegio de Dylan las clases no se dividían aleatoriamente, para que hubiera un número equitativo de niños en cada aula, sino que, dentro de un curso, les dividían en función de sus necesidades. Dylan era autista, tenía problemas de desarrollo social, pero no tenía ningún problema intelectual ni era agresivo. Estaba en una clase con otros niños autistas como él o con otros problemas similares. En su clase había tres profesoras y una intérprete, porque uno de los niños era sordo. En otras clases había niños más agresivos, supongo que era ahí donde estaba Bryan antes. Y en otra había chicos con problemas intelectuales, con un coeficiente por debajo a la media, ya fuera por Síndrome de Down o por otras causas. No había más de diez alumnos por clase y venían de toda la ciudad, porque era el único colegio de educación especial del lugar: yo tenía suerte de que me quedara cerca de casa.

-         ¿Te gustaría que Bryan viniera a cada alguna vez? Así le puedes enseñar tus canicas, y tu mecano.

Dylan volvió a encogerse de hombros, pero luego ladeó la cabeza.

-         V-vale. Pero n-no p-puede venir un viernes. El v-viernes echan mi c-concurso favorito. – decretó. A Dylan le gustaba ver los concursos de la televisión e intentar averiguar las respuestas antes que los participantes.

Feliz por aquél éxito, me propuse hablarlo con los padres del niño al día siguiente. La alegría me duró poco, porque Ted y Kurt nos alcanzaron cuando faltaba poco para llegar a casa y recordé lo triste que había dejado a mi peque. Ya parecía encontrarse mejor e iba de la manita de Ted tirando de su hermano, que parecía agotado. Había sido un día lleno de emociones y de caminatas para Ted.

-         Hola, chicos.  Kurt, ¿estás mejor?

Kurt asintió tímidamente y enseguida se adelantó un poco con Dylan, como si sintiera vergüenza de hablar conmigo. Eso era tan extraño en él que automáticamente miré a Ted, buscando una explicación.

-         Es por la pre-evaluación – me aclaró. – Ya en casa te contará él, pero mira a ver lo que le vas a decir, que ese niño te adora y si te enfadas con él le romperás el corazón.

Suspiré. Al menos sabía que no había pasado nada grave. Le había visto tan deprimido que me había llegado a alarmar.

-         ¿Tú cómo estás? ¿Cansado? – le pregunté.

-         Sí, si, pero no me cambies de tema. Sé bueno con él ¿eh? – me ordenó.

-         Sí, “papá” – respondí, con sarcasmo, y rodé los ojos.

Ya con todos mis hijos, volví a casa.  Mi idea era que me dieran las notas después de comer, pero lo cierto es que me moría de ganas por ver qué había pasado exactamente con Kurt. Así que en cuanto se quitaron las mochilas y las chaquetas, les reuní en el salón.

-         A ver, una fila aquí… Alice mi vida, aquí, tú la primera, eso es…

-         Ya empezamos – murmuró Alejandro. - ¿Te encantan las filas, eh?

-         Sois muchos, es para hacerlo de forma ordenada…- me justifiqué. – Coged todos las notas y poneros aquí, no hace falta que hagáis fila, caramba, si tanto os molesta.

Alice vino alegremente y se sentó en mis piernas, balanceando los pies con desinhibición infantil.

-         Mira papi, son todas caritas verdes :3

Como Alice aún estaba en preescolar, su pre-evaluación era algo de puro trámite, para que se fueran acostumbrando a cuando fueran mayores. En vez de calificaciones ellos tenían un sistema de tres caritas: la verde significaba “bien”, la amarilla “regular” y la roja “mal”. Y más que los conocimientos, aunque también un poco, lo que medía era el comportamiento.

La sonreí y la apretujé contra mí. Casi era yo más mimoso que ella.

-         Ah, qué bebe tan listo y bueno tengo. Muy pero que muy bien, pitufita.

-         ¿Me “podo” quedar las pegatinas? – preguntó, con ojitos brillantes. No lo tenía que firmar, ni nada, así que despegué una de las caritas y la puse en su nariz, indicándola que sí. - ¡Ay! Jijijiji.

-         Y si quieres más, papi te compra. – le dije, y le di un beso. – Ve a lavarte las manos, bebé, que en un rato vamos a comer.

Alice correteó feliz hacia el piso de arriba mientras Hannah se acercaba a mí. Su pre-evaluación era también como una especie de ensayo de los cursos posteriores. Hannah y Kurt ya tenían calificaciones, aunque no exámenes, así que esas notas eran más o menos sus notas definitivas, a pesar de que en unos días las entregarían en mi correo de forma oficial.

-         A ver, a ver…¿cómo le fue a mi princesita? – pregunté, abrazándola con un brazo mientras con la otra mano cogía el papel con sus notas. Hannah tenía buenas calificaciones en casi todo. Tenía algún notable, y el resto sobresaliente, excepto por un suficiente en matemáticas. Que a ese nivel tuviera aprobados justitos me preocupaba un poco, pero sabía que ese profesor les exigía mucho. Sonreí, porque había temido que trajera algún aviso por mal comportamiento o algo así, ya que ella y Kurt solían aliarse para hacer alguna travesura. Pero ese año Hannah parecía estar portándose mejor en el cole. – Muy bien, Hannah, qué buenas notas me traes. 

Hannah me sonrió y movió mi mano hasta su cabeza, para que la mimara. Lo hice con gusto, y lo cierto es que estuve un rato jugueteando con ella porque no quería continuar con Kurt. Ted ya me había adelantado que su estado de ánimo se debía a las notas, así que quería retrasar el momento. Pero eso era infantil y estúpido, y al final no tuve más remedio que decirle a Hannah que se lavara las manos ella también para llamar a Kurt.

Mi peque estaba jugando con el gatito. Desde que me lo habían regalado, Kurt había demostrado tener bastante afinidad con él y a menudo se entretenía agitando una vieja camiseta que había sido mía pero que el gato había tomado como suya. Kurt hacía como que se la quitaba y el gatito arañaba la camiseta, y para ellos, por alguna razón, parecía muy divertido.

Les observé jugar durante un rato y también vi como Ted les hacía una foto medio a escondidas con el móvil. No era el único que se derretía con la escena. Carraspeé un poco, sintiéndome mal por interrumpir.

-         Kurt, ven aquí, cariño.

Kurt se levantó, y el gatito Leo protestó con un maullido porque le robara su juguete humano. Se fue con Dylan, que solía ser su segunda opción para jugar. Dylan tenía una relación especial con los animales: no hacía absolutamente nada, quieto como una estatua, y los animales se subían encima de él, como si percibieran algo positivo en su persona.

Kurt se puso frente a mí con sus notas en la mano y una mirada de determinación en los ojos, parecida a la que yo pondría frente al monte Everest antes de intentar escalarlo. ¿Tan difícil era para él darme aquél papelito? Me lo entregó, mirando al suelo y yo lo leí con atención. Sus notas eran aún mejores que las de Hannah, con todo notables y sobresalientes, pero tenía un aviso de mal comportamiento. No era una llamada de atención para él, era una llamada de atención para mí, con aquél “esperamos un cambio en el segundo trimestre”. Algo así como “coja a su hijo, transfórmelo en otro más tranquilo y devuélvanoslo, no nos importa lo que haga para conseguirlo”. Sabía que no podía echarle la culpa al colegio, que ellos hacían lo que tenían que hacer y que yo, como padre, debía ponerme de su lado en lo que respectaba a la educación de mi hijo. Pero es que ellos no veían la carita que Kurt me estaba poniendo en ese momento.

Con Kurt era siempre igual. Era un buen niño, de buen corazón, muy inocente y con buenos gestos hacia las personas, así que ¿cómo iba uno a enfadarse con él?  Pero tampoco podía dejar que siguiera dando problemas en el colegio. Cada lugar tenía sus normas y Kurt tenía que respetarlas. La clase no era un salón de juegos y aunque fuera aburrido, tenía que comportarse. No siempre podemos hacer lo que queremos, y era importante que él aprendiera eso.  La cosa es que yo se lo había repetido varias veces ya, y no había servido de nada. Me vinieron a la cabeza las palabras de Holly, cuando me habló de sus hijos diciendo que si se pasara el día castigándoles entonces dejaría de tener efecto. Tal vez era eso lo que pasaba con Kurt, que ya le daba igual que le castigara…. Pero sabía que no era eso. No había niño al que le diera menos igual que a Kurt. Creo que de verdad sufría si yo me enfadaba aunque solo fuera un poquito con él. Lo que él necesitaba es que yo fuera un poco más paciente,  y que no me rindiera, sin dejar de insistir en lo que quería que hiciera.

-         Kurt, mírame – le pedí, porque había clavado los ojos en el suelo, al ver que yo no decía nada.  – Mírame.

Levantó la vista, pero antes de mirarme a mí, miró a Ted por un segundo. ¿Qué se habrían dicho cuando estaban solos? Ted había conseguido calmarle, pero ¿diciéndole qué? ¿Tal vez que no lo iba a castigar?  Yo también miré a Ted fijamente, como intentando adivinar su conversación. Me había dicho que no me enfadara con el enano, y lo cierto era que en los últimos días había aprendido que tenía que escuchar más a mis hijos, en especial a Ted.

-         Tú sabes que esto no está bien. – le dije a Kurt, al final. - Tus notas son muy, muy buenas, así que no está bien que estés así de triste.

Kurt abrió la boca, sorprendido e incapaz de articular palabra. Le apreté contra mí con un brazo, como a sus hermanas, y leí sus notas en voz alta, felicitándole efusivamente. Luego hice como que me fijaba en la observación de su profesor por primera vez. Con eso pretendía indicarle que me fijaba antes en lo bueno que en lo malo.

-         Oh… ¿Pero qué pone aquí? Vaya, vaya…. – actué. Kurt se puso nervioso entre mis brazos. – Así que has estado portándote mal en el cole, ¿eh?

-         No, papi…. Solo un poquito… Yo no quería ser malo…

-         No es lo mismo ser malo que portarse mal, bebé. Ni siquiera es lo mismo portarse mal que ser un poco travieso. Pero ninguna de esas cosas está bien, por eso te has puesto triste ¿mm? Porque sabes que eso no se hace.

Kurt asintió y se giró para abrazarme por completo, apoyando su barbilla en mi hombro.

-         Yo no quiero que te enfades, papá.

-         Ni yo quiero enfadarme, Kurt. ¿Sabes lo que quiero? Que me des un beso enorme. – le dije, y apoyó los labios en mi mejilla con suavidad. - Ah, no, así de pequeño no vale, más grande. Mucho mejor. Ahora, vamos a hablar tú y yo de hombre a hombre. – le dije. Kurt puso una cara tan graciosa, que no pude evitar reírme. -  Bueno, de hombre a hombrecito. – rectifiqué, y le separé con delicadeza para ponerle de pie delante de mí. – Ya te he dicho muchas veces que no quiero quejas de tus profesores, pero no sé si me has entendido bien. No es que no quiera que “me molesten” contándome las cosas malas que haces: lo que no quiero es que hagas cosas malas. Y esas cosas, no siempre son grandes travesuras. A veces basta con que el profe te diga que te sientes y tú sigas jugando o hablando con los compañeros. Cuando estés en clase, no es tiempo de jugar. A veces será aburrido, y en esos casos lo que puedes hacer es pensar en que a lo mejor la siguiente clase es más divertida. Y que, de todas formas, cuando llegue la hora papá irá a por ti y las clases se acabarán. No es un aburrimiento eterno ¿mm? Pero es algo que tienes que hacer. Tienes que ir a clase, y tienes que portarte bien. Son de esas cosas que todo el mundo debe hacer. Por ejemplo, para comer, hay que comprar la comida ¿verdad? Pues para crecer siendo un niño bueno hay que ir al cole y hacer caso. Las personas que lo hacen tienen suerte en la vida, y las que no, tienen una vida complicada ¿entiendes?

No todo era tan sencillo y había buenas personas que no tenían trabajo mientras algunos seres despreciables eran ricos, pero Kurt no necesitaba entender los complejos matices del mundo todavía.

-         Sí, papi…

-         En el colegio, el que manda es tu profesor. Que papá no esté no significa que no tengas que hacer caso, le tienes que hacer caso al profe. Incluso más caso del que me haces a mí. ¿Lo harás?

-         Sí.

-         Eso es lo que quería oír. Entonces todo listo, campeón. Ve y lávate las manos.

Poco a poco, Kurt fue esbozando una gran sonrisa y luego corrió al baño con su felicidad acostumbrada. La única expresión que yo quería ver en su rostro.

-         ¿Qué? ¿No le vas a castigar?  - preguntó Harry, incrédulo. – Madre mía, qué morro tiene. ¡A mí lo de ser pequeño no me valía!

-         Tú sigues siendo pequeño – le chinchó Ted, despeinándole con una mano. – Y sí que te valía, anda que no te has librado tú de unas cuantas…. ¡Y otras me las he comido yo por ti!

Harry soltó un bufidito y se cruzó de brazos, enfurruñado.

-         Ya sabré yo lo que hago con Kurt, campeón. ¿Es que acaso te hubiera gustado ver llorar a tu hermanito?

-         No… Pero no se vale que él se libre y los demás no…

-         Oye, hasta ahora no he sido malo con nadie. Vaya acusaciones más gratuitas me haces, si estoy siendo un amor – me quejé, en tono de falsa indignación. – Anda, ven tú ahora, quisquilloso.

-         ¡No! Mejor sigue siendo un amor un poco más…

Aquello confirmó mis sospechas de que a él no le había ido bien. Suspiré.

-         ¡No, papá, ahora me toca a mí! – protestó Cole. Supuse que era mejor respetar el orden de edades que solía seguir para estas cosas. Así nadie me acusaba de injusto ni de inventarme el orden que yo quería.

-         Está bien, Cole, a ver esos dieces que seguro que traes – le sonreí, pero por lo visto no fue un comentario apropiado, porque Cole se quedó congelado y perdió su expresión animada. - ¿Cole?

-         No son todo dieces – me dijo, con algo muy parecido a un puchero – En gimnasia tengo un nueve y en música también. – explicó, con una vocecita triste.

Tras unos segundos, varios de sus hermanos y yo nos empezamos a reír a la vez, sin poder evitarlo.

- ¡Serás empollón! – le dijo Madie, dándole un empujoncito para que terminara de acercarse a mí. – Anda, ve a que te feliciten.

Abrí los brazos para él y le sonreí.

-         Tienes todo sobresaliente…caray. Enhorabuena, hijo. Lo de los dieces lo decía de broma, campeón, no debes de sentirte mal por dos nueves. Ña, ven aquí que te voy a comer. – bromeé, y le di varios besos hasta que se separó, riendo.

-         ¿Estás contento? – quiso saber.

-         ¿Yo? Claro que sí. Mucho. Y tú también tienes que estar contento contigo mismo. Esas notas son fruto de tu esfuerzo.

Cole se ruborizó un poco, avergonzado porque le halagara. A él si le tenía que firmar las notas, así que me las dio y me acercó un boli. Le firmé, y se fue a dejarlas y a lavarse las manos. Barie vino hacia mí con saltitos impacientes.

-         Ah, sí. A ti no te había ido bien ¿no? – la chinché. Ella me sacó la lengua y me dio las notas. Se sentó a mi lado en el sofá y me atrapó un brazo, mimosa y ansiosa a partes iguales.

Había sacado todo diez, menos en gimnasia que tenía un siete. Un siete para ella estaba bastante bien, porque los deportes no se le daban bien y no solía sacar más de seis. Finalmente, todos sus problemas con el pino se habían medio resuelto: no podía hacerlo sin apoyarse en una pared, pero al profesor le había bastado con eso.

Eran unas notas increíbles. Barie estaba en el primer año de secundaria y ese año de cambio solía ser difícil. Empezar con buen pie era importante.

-         ¡Enhorabuena, campeona! – la felicité, y la rodeé con el brazo, para acercarla más y poder besarle en la cabeza. – Son tus mejores notas hasta la fecha, princesa. Y la verdad es que no se pueden mejorar. ¡Felicidades!

Barie soltó una risita complacida y luego sus ojos brillaron con algo de picardía.

-         ¿Verdad, verdad que me dejarás pintarme un poco para el cumple de Fiona?  Ya soy mayor y he traído muy buenas notas. – me dijo. Pequeña mocosa chantajista.

-         Ya veremos, cariño, ya veremos. De momento ve a lavarte, que enseguida vamos a comer.

-         ¿Eso es un sí? – preguntó esperanzada.

-         Es un ya veremos. Ale, ale, a lavarse, hop hop.

La siguiente fue Maddie, y a ella también le había ido bien. Eso era más sorprendente, porque ella no siempre hacía los deberes y no estudiaba mucho. Pero era muy lista, y eso la servía para aprobar. Aquella vez había traído algún aprobado, bastantes notables y un sobresaliente. Me alegré, porque iba encontrando sus asignaturas favoritas y la motivación suficiente como para esforzarse. La felicité, y ella también me pidió que la dejara maquillarse para la fiesta. No estaba en mis planes, pero esa era una discusión para otro día.

Entonces fue el turno de Harry. Él ya me había adelantado que le había ido mal y lo cierto era que con él estaba un poco desesperado, porque en los últimos años sus notas siempre dejaban que desear. Se solía jugar el curso en los exámenes finales. Y lo peor es que entonces era capaz de aprobar varias asignaturas de golpe, lo que me demostraba que si se ponía a estudiar podía hacerlo bien. Que lo dejara para el último momento me crispaba. Le miré fijamente mientras se acercaba a mí, porque él ya estaba más que avisado de que tenía que esforzarse más.

-         Mejor me voy yendo directamente a mi cuarto… - murmuró, cuando cogí el papel. Aún no me había dado tiempo a leer nada.

-         Espera, no vayas tan deprisa… - le dije y miré sus notas.

Tenía cinco suspensos. ¡Cinco! De nueve asignaturas, porque en su curso no tenía tantas como Ted, que tenía once. ¡Había suspendido más de la mitad! Y en los demás tenía apenas un aprobado.

-         ¡Harry! ¿Pero qué ha pasado?

No solía tener cinco suspensos en una evaluación. Tenía dos, o tres y se le iban acumulando porque no las recuperaba. Pero si empezaba suspendiendo cinco ¿acaso a final de curso iba a suspenderlas todas?

-         Pues es que hay un par de profesores que….

-         No empieces con el “me tienen manía”, ¿eh? – le corté. – Esto es demasiado. ¡Cinco suspensos! Escúchame bien, vas a estudiar para los exámenes y vas a aprobarlas todas ¿entendido? Sube a tu cuarto, y mientras hablo con tus hermanos quiero que me saques todos los cuadernos de estas asignaturas. – le dije. Revisaba sus deberes de vez en cuando, pero los gemelos ya eran mayores, así que no me gustaba inspeccionar sus apuntes ni nada de eso, se suponía que ya eran lo bastante responsables como para controlar esas cosas solos. Por lo visto me equivocaba.

Harry subió corriendo a su habitación y Zach me echó una mirada de hielo.

-         Ya te vale, papá. No le has dejado ni hablar, y además has sido muy borde comparado con lo dulce que fuiste con los demás. – me acusó.

-         Grr. Cinco suspensos. No voy a darle precisamente un premio, te lo aseguro…. A ver, ¿y a ti cómo te fue, campeón? – me esforcé por ser amable con él, porque no tenía culpa de nada.

Zach me entregó sus notas y eran visiblemente mejores que las de su hermano. No tenía ningún suspenso y traía bastantes notables y un par de sobresalientes. Él iba a la misma clase que Harry, así que no había excusa: si Zach había sacado tan buenas notas, Harry podría haberlo aprobado todo.

-         Qué bien, Zach. Son muy buenas notas, hijo. Enhorabuena.

-         Gracias. No mates a mi hermano ¿va?

-         Prometo dejarlo vivo. – respondí.

En verdad, aparte de enfadado, estaba preocupado por Harry. Uno podía ser mejor o peor estudiante, pero si era un vago, pocas cosas le iban a salir bien en la vida. Además, aunque ahora tenía dinero, no era ilimitado. Si no estudiaba ¿qué iba a hacer cuando fuera mayor? Yo no podía ni debía mantenerle siempre. En momentos de necesidad, si estaba en mi mano, les iba a ayudar así tuvieran cuarenta o setenta años, pero en algún momento tenía que conseguir un trabajo y cuidar de sí mismo y de su familia.

Otro que también me preocupaba era Alejandro. Aunque él parecía relativamente tranquilo. Tal vez le había ido bien. Tal vez con la última vez que le regañe, se puso las pilas. En el examen de mates lo había hecho bien… Y la verdad es que después no presté demasiada atención a sus estudios, con todo lo de Ted y demás… Empecé a sentirme culpable por desligarme de los estudios de mis hijos. Quizás si hubiera estado más encima de Harry hubiera tenido mejores resultados.

-         Jandro… - le llamé.

-         ¿Alguna vez dejarás de llamarme así? – protestó.

-         Perdona… Alejandro…¿así mejor?

Soltó un gruñidito y vino hasta mí. Me tendió sus notas con un gesto mudo. Estaba serio, tenía el ceño algo fruncido, pero también estaba expectante, como si no supiera qué esperar de mí. Estábamos igual: yo tampoco sabía qué esperar de él, pero iba a averiguarlo pronto. Leí las notas, y me llevé una ligera alegría.

-         Un suspenso – dije, en voz alta. Solo uno. No estaba bien, pero Alejandro solía suspender más. Era en biología. La verdad, siempre había pensado que Alejandro era más de letras. Entendía que las ciencias le costaran. En lo demás tenía aprobados, y dos notables en música y en gimnasia.

-         Sí, pero ha sido con un cuatro…. Es un suspenso alto… - murmuró.

-         No digas “ha sido”. Esto es solo la pre-evaluación. Precisamente porque es un 4, puedes convertirlo en un cinco o un seis si estudias para el examen, ¿eh? Puedes aprobarla. Yo sé que tú puedes, has mejorado mucho. ¿Cuándo es el examen?

-         La semana que viene….

-         Pues ya sabes, campeón, a estudiar duro. Te felicito, hijo, estas notas se van pareciendo a lo que yo sé que tú puedes hacer. Ven aquí, dame un abrazo.

-         Aichs, qué pegajoso eres – se quejó, pero me dejó abrazarle y le escuché espirar aliviado cuando estuvo entre mis brazos. Seguramente no había sabido si me iba a enfadar con él o no. Todo era relativo: a lo mejor si Barie hubiera empezado a suspender me hubiera enfadado con ella, pero que Jandro suspendiera solo una era un progreso para él. No podía pedir milagros, las cosas tenían que ir poco a poco. No podía pasar de suspender varias a aprobarlo todo, y aquél era el buen camino.

-         Ve a lavarte. Y por favor, ve poniendo la mesa con tus hermanos – le pedí.

-         Vaaaale.

Cuando se fue, suspiré. Había terminado. O casi, a que aún tenía que hablar con Harry. Me levanté y me dirigí hacia las escaleras, pero Ted me detuvo.

-         Papá, ¿las mías no las abres?

Cierto, no las habíamos abierto en el colegio. Aunque aún así en su caso era inútil, porque en sus calificaciones definitivas saldría no presentado. Aun así, él quería abrirlas y si no lo hacía podía tomárselo como un desprecio, así que asentí, le sonreí, y extendí la mano.

De tener calificaciones, Ted hubiera suspendido cuatro asignaturas. Lógico, si había faltado a muchísimos exámenes y otros los hizo recién operado de la apendicitis. No le daba la media, era esperable. Ted se acercó para verlas también, porque aún no las sabía, y vi cómo sus hombros se hundían.

- Lo siento, papá…

-         Hijo, es natural, no has ido a las clases. No has hecho muchos exámenes.

-         Si hubiera llevado mejor las asignaturas antes de faltar, tal vez…

-         Haces lo que puedes.  Sé que estudias mucho y con todo lo que ha pasado no podía esperar que aprobaras el trimestre. Ya lo hemos hablado antes, Ted, no pasa nada. – le aseguré, y le di un beso. Como le conocía y sabía que se sentía mal, le susurré al oído. – No quiero hijos de dieces, quiero hijos que se esfuercen.

-         Ya, pero si se esfuerzan y sacan diez pues mejor ¿no? Como Cole…

-         Sí, pero tú no eres Cole, tú eres Ted, y eres perfecto tal y como eres. Estas notas no tienen validez, te pondrán como no presentado, y de haber ido a clase y de poder hacer los exámenes, sé que lo hubieras aprobado todo. Y no me discutas más, jovencito. – acabé, bromeando, y haciéndole sonreír.

Ted me miró con agradecimiento, y se fue a poner la mesa con sus hermanos. Ya sí que nada me libraba de hablar con Harry. Mientras subía los escalones, no pude evitar pensar en cómo eran las cosas cuando yo era niño y traía las notas a casa.

-         ¡Mira, papá, papá! – le decía a Andrew - ¡He sacado todo sobresaliente! ¿No estás contento?

-         ¿De que seas un buen loro de repetición? ¿Por qué iba a estarlo? No eres más inteligente por vomitar contenidos en un examen – me respondió, cuando yo era solo un poco menor que Harry.  – Dsh. No sé de quién habrás sacado el gen empollón.

-         ¿Tú no eras buen estudiante? – le pregunté, dolido por sus palabras, pero ya acostumbrado. Siempre había pensado que, como se fue de su casa siendo muy joven, debía ser una especie de niño genio o algo así, que pudo encontrar trabajo por sus buenas notas aún siendo menor de edad.

-         Qué va. Pero listo siempre lo he sido – me aseguró, apuntándome con el dedo. – Yo tengo instinto, chico. Algún día tal vez sepas lo que es eso.

Lo cierto es que nunca lo supe, al menos no la clase de instinto a la que él debía de referirse. Instinto paternal creo que no me faltaba, y por eso sabía que no debía entrar al cuarto de Harry enfadado, ni gritando, ni nada de eso. De nada servía gritarle por sus malas notas, no iba a estudiar más por eso. Lo único que conseguiría era hacerle daño y que recordara ese momento en el que necesitó a su padre, y solo recibió gritos.

Llamé a la puerta, pero la abrí sin esperar respuesta. Harry había sacado los cuadernos, como le había pedido, y los había puesto encima de la mesa. Él me esperaba sentado en la cama.

-         Ven, acércate, quiero que veamos esto juntos. Saca también el libro.

Harry me miró extrañado, pero hizo lo que le pedía.  Vi con él varias páginas de cada cosa y luego lo cerré todo, frunciendo un poco el ceño.

- Mmm. No subrayas, ni haces esquemas. Cada uno tiene su forma de estudiar, pero en vista de que a ti tu método no te funciona, podrías probar otros ¿no? Para los exámenes de ahora, te sugiero que te hagas esquemas. Vas a tener muchas asignaturas que recuperar, y necesitas algo que te ayude a memorizarlo todo.

-         Bu…bueno…

-         ¿Qué ha pasado, Harry? No sabía que fueras tan mal… ¿Hay exámenes que no he visto? Los hay, claro, apenas me has traído alguno, supongo que porque no sería obligatorio, pero no pensé que fueras a callártelo todo hasta este momento…

-         Sé que no me vas a creer, pero yo tampoco sabía cómo de mal me iba a ir. Sabía que estaba en la línea, pero en todas las que me han quedado estaba entre el aprobado y el suspenso, y realmente pensé que iba a aprobar. Pensé que tal vez me quedaran dos, pero no creí que cinco…

-         Es que no deberías conformarte con estar en el borde del aprobado – le dije. Sí que le creía, sabía que había quien apuraba al máximo, y a veces sonaba la flauta, y a veces no. – Esa es otra, todas las demás asignaturas tienen un cinco. Así que lo mismo habrían podido quedarte dos, que cinco, que las nueve.

-         Pero es que…hay un par de profesores a los que no les entiendo nada de lo que dicen. Nada. Es como si me hablaran en chino. – me confesó. Eso es lo que había querido decirme abajo, y yo no le dejé, pensando que iba a decir aquello de que le tenían fichado.

-         ¿Y por qué no le pides ayuda a tu hermano? Va a tu clase. O a mí. Además, eso solo explicaría un par de asignaturas.

-         Ya lo sé…

Experimenté algo de compasión hacia él. Harry sentía que debía decirme algo, darme alguna explicación, pero realmente no tenía ninguna, más que no había hecho lo que tenía que hacer. Y no sabía cómo hablar conmigo, porque no tenía argumentos. Debía de pensar que dijera lo que dijera iba a dar igual, porque yo iba a enfadarme de todos modos.

-         No hay mucho que puedas decir a tu favor, ¿ehm? – le dije, acariciándole la nuca.

-         Nop…

-         ¿Qué tal… “me esforzaré, papá, y aprobaré en los exámenes”?

-         Me esforzaré… y para poder sentarme antes de los cuarenta espero aprobar…

-         Qué exagerado eres – le reproché. – Además, no te voy a pegar si suspendes los exámenes.

-         ¿Ah, no? 

-         No. Cuando te voy a castigar es ahora, para asegurarme de que estudias en serio para recuperar las asignaturas. Ya deberías saberlo, todos los años lo hago así.

Cuando en el colegio empezaron a implantar el sistema de la pre-evaluación, me di cuenta de que era una gran oportunidad para que aprobaran el trimestre con los exámenes globales, y por eso si les regañaba era entonces, que aún podían hacer algo, y no después de los exámenes, que ya no se podía hacer nada.

-         Pensé que igual tenía suerte y se te había olvidado.

-         Lo siento, aún soy joven y mi memoria está perfectamente. – le dije.

Me alegré de que estuviera de ese humor, como resignado, porque hacía que todo fuera más fácil. Fácil relativamente hablando, porque lo cierto era que siempre me resultaba difícil castigarles por las notas. No era algo inmediato “acción = consecuencia” y siempre me entraban dudas sobre si era lo que debía hacer. Pero siempre les daba varias oportunidades, como varios avisos cuando sus notas eran bajas. Harry acabó con los avisos varios años atrás.

Me senté en su cama y para mi sorpresa Harry pateó el suelo, fastidiado. Ese gesto le quedó muy infantil. No fue exactamente agresivo, fue de quien está intentando evitar decir una palabrota y se le sale por otra parte del cuerpo en lugar de por la boca.

-         ¿Ya sabes lo que voy a decirte, no?

-         “No patees el suelo, quítate los pantalones, ven aquí, esto me duele más a mí que a ti, bla bla bla”. – me respondió, con una voz burlesca. Definitivamente, estaba infantilón.

-         No, eso último yo no lo digo. Ya sé que a ti te duele más, al menos físicamente. Lo mal que me hace sentir no lo vas a saber, al menos hasta que no seas padre e igual ni siquiera entonces.

-         ¡No, porque yo no le haré esto a mis hijos! – me aseguró. Luego lo pensó un poco. – Bueno, si me salen como yo, tal vez sí.

Eso me hizo reír un poco, fue como si estuviera admitiendo que tenía facilidad para meterse en líos.

-         Si te salen como tú, rezaré por ti, y al mismo tiempo sabré que serás inmensamente feliz – le dije, para que supiera que era a la vez un diablillo y mi posesión más preciada. – Anda, ven.

-         ¿Pantalones? – preguntó, con un suspiro.

-         Van fuera, campeón.

Resopló, se los sacó y caminó hasta mí. Cuando estuvo a mi lado, escuché cómo le sonaban las tripas. Debía de tener mucho hambre.

-         Terminemos rápido con esto – le dije, y le ayudé a tumbarse. - ¿Sabes por qué te castigo?

-         Por suspender…

-         Alejandro ha suspendido una y no le voy a castigar – le dije.

-         Por suspender… muchas. – matizó.

-         Más o menos. Ted también ha suspendido muchas, de hecho ha perdido toda la evaluación por superar el límite de faltas, y tampoco le voy a castigar.

-         Pero porque él tiene excusa.

-         ¿Y tú no? – pregunté. A veces tenía que sacarle las respuestas a cuentagotas, pero era una forma más de hacerle reflexionar.


-         No…. Yo solo no estudié…

-         Entonces es por eso por lo que te voy a castigar. Por no estudiar. Por no esforzarte. Y si te castigo es porque es algo que está en tu mano cambiar, trabajando más y tomándotelo en serio. Es lo que espero que hagas a partir de ahora.

-         Sí, papá…

Le froté la espalda, con cariño, orgulloso porque no me discutiera ni se pusiera rebelde. Sabía que no era fácil para él, ni para nadie, mantenerse tranquilo antes de un castigo. En cuanto sus hombros se destensaron un poco me dispuse a comenzar, para así poder terminar cuanto antes.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

A veces me sorprendía que se quedaran completamente callados. Había llegado a acostumbrarme, pero lo cierto es que cuando eran pequeños gritaban, pataleaban e intentaban con todas sus fuerzas que no les castigara.  A partir de una edad, no sabría decir exactamente cuál, se quedaban quietos y callados, como Harry. Kurt también lo hacía casi siempre, a pesar de tener solo seis añitos. Sabía que en parte era porque en realidad no les estaba haciendo daño, así que no tenían por qué gritar, pero requería también bastante autodominio el estar tan tranquilos. Me dije que de haber estado yo en su situación, hasta habría mordido con tal de soltarme. Aunque era cierto que yo les había enseñado que en ese momento tenían que estar calmados. En cierta manera, yo les había enseñado a ser así…

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Aichs….

- Veinte más, Harry… Diez por cada suspenso.

Nunca les solía decir cuántas iban a ser, porque a veces ni yo mismo lo sabía antes de comenzar y porque no quería que aguantaran todo esperando a que terminara, concentrados en resistir hasta el número que yo hubiera dicho, con orgullo. Eso no ayudaba a mi propósito. Pero aquella vez no le estaba castigando por una mala actitud, ni una mala respuesta o un mal comportamiento, sino por no estudiar, y él no estaba siendo para nada rebelde ni obstinado, así que pensé que estaba bien que supiera cuándo iba a parar y que entendiera que le iba a ir mejor o peor en función de lo que hiciera. Hubiéramos acabado antes si hubiera suspendido menos.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Ya voy a estudiar, papá…. – prometió, bajito, e hizo amago de poner la mano. Se la sujeté, intentando no ser brusco.

-         Yo sé que sí, mi vida.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Au… ifgs…

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Me detuve y le ofrecí mi mano para ayudarle a levantarse. Harry no estaba llorando, lo cual me sorprendió un poco porque para sus trece años aquello no había sido suave, aunque tampoco excesivamente duro. Yo no necesitaba ni mucho menos quería que llorase, pero si me hizo pensar en que por desgracia estaba demasiado acostumbrado a que lo castigara.

Harry se escondió entre mis brazos, mimoso, aún antes de ponerse los pantalones. Sonreí un poco, y sin soltarle a él, los cogí y se los puse en la mano, pero él los dejó sobre la cama.

-         Ah, bueno, pues no te vistas, oye. Exhibicionista.  – le dije, en el tono más cariñoso que supe poner. Me reí, y le abracé más fuerte. Me alegré de que quisiera mi consuelo, sin ni siquiera dudarlo como otras veces.

-         Tendría que haber tirado las notas a la basura… snif… así no las veías.

Sonó muy infantil, aunque creo que era su intención porque puso una voz aún más aniñada que la suya propia.

-         Uy, eso igual hubiera funcionado temporalmente de no haber tenido hermanos. Pero estabas atrapado, enano, sabía que hoy era el día de las notas.

-         Dichosos hermanos empollones – protestó.

Le di un beso, para sellar la paz, y le separé lo suficiente como para mirarle. No estaba llorando exactamente, pero estaba en una especie de estado intermedio.

-         No las has tirado porque eres valiente, y sabías que lo correcto era hablar conmigo y asumir las cosas. Eso es lo que me gusta de ti, que tienes un sentido muy agudo de lo que está bien y lo que está mal, aunque a veces decidas escucharlo demasiado tarde.

-         ¿Y solo te gusta eso? – me preguntó, mimoso.

-         Ño. Me gusta que eres listo, que rechazas las injusticias, que quieres a tus hermanos. Me gusta verte trabajar en el jardín del señor Morrinson, y el esfuerzo que le pones, que me demuestra que cuando te propones algo de verdad, puedes conseguirlo. Me gusta verte sonreír encima de unos patines y después de alguna de tus bromas inocentes. Me gusta los ojitos que pones después de alguna broma no tan inocente, para que no me enfade. Y me gusta que eres comestible y que no voy a dejar ni un pedacito. – le dije y le mordisqueé el hombro, jugando. Harry se rió, porque eso le hacía muchas cosquillas y se alejó para ponerse a salvo de mis dientes.

-         Hablando de bromitas inocentes…. ¿de verdad no puedo usar bombas fétidas?

-         Nop. El olor tarda días en irse.

-         Joooo.

-         Jop. Ya se te ocurrirá algo. No quiero saber quién es la víctima en la que estás pensando.

-         Ah, pues deberías, porque eres tú – me dijo y me sacó la lengua. Luego se rió y salió corriendo.

-         ¡Oye, mocoso!

Escuché un ruido fuerte y salí corriendo tras él, asustado porque se hubiera caído por las escaleras. Pero solo se había caído en el pasillo, al tropezarse con uno de los juguetes de Kurt.

-         ¿Estás bien? Por eso no me gusta que corráis en casa… - le dije, y le tendí la mano para ayudarle a levantarse. Cuando me la agarró, sentí un calambre fuerte. Era más intenso que cuando alguien te da electricidad estática, y ligeramente desagradable, pero no doloroso. Harry empezó a reírse justo de la manera pícara que a mí tanto me gustaba y yo agarré su brazo para observarle la mano. Tenía un pequeño aparatito escondido entre el índice y el pulgar, que imagino que fue lo que me provocó la minidescarga.

-         ¡No digas que no te avisé! – me dijo.

-         Renacuajo descarado. Serás bicho tú, ven aquí – le perseguí, con cosquillas vengativas, y por mí hubiera seguido jugando con él, de no ser porque si no bajamos pronto a comer sus hermanos me iban a matar. Además él también tenía hambre, así que le guié escaleras abajo, asegurándome de que no tuviera más dispositivos “electrizapadres”.



*N.A.: Como la historia tiene lugar en California, el método de acceso a la uni es el de EEUU y no el que tenemos en mi país, España, que es bien distinto. Nosotros nos examinamos al finalizar todos los estudios, y ese examen hace media con los últimos años cursados. En EEUU los exámenes son durante el curso, y en fin, son las pruebas SAT y seguro que os suena de las series y películas yankis, igual que a mí xD

Perdón por la espera, pero realmente tardo mucho en escribir estos capítulos largos u.u


Si hubiera que ponerle nota a Aidan como padre, ¿qué nota le pondríais?  :3

16 comentarios:

  1. A Aidan un 9.5 en la escala escolar mexicana. Y sí, cada país y hasta cada escuela tiene sus métodos de evaluación. ¡Qué bueno que retomas estas historias también aunque debo admitir que El Angel entre las rejas me tiene picadísimo

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Ahora en verano puedo escribir más, a ver cuánto me dura jajaja

      Borrar
  2. Me encanto Aidan es un gran padre tiene un 9.6

    ResponderBorrar
  3. Jajaja jamás me he sentido tan identificada con Alejandro y Harry xD Cuando iba en bachillerato, el primer parcial sacaba notas que dan pena, y en el segundo toda estresada intentaba salvar el semestre y al final lo conseguía, lo único que siempre me salvo fueron los exámenes, en los que siempre era de las mejores de la clase, pero de nada sirve si no cumples las tareas :P Hasta el ultimo año comencé a aplastar a todos con notas que no van conmigo, pero ya de nada sirve si fue el ultimo año xD Conclusión, hay que echarle ganas desde el inicio :B
    ¡Para mi Aidan es perfecto con todo y sus errores! Eso lo hace más humano y realista, hace que te sientas más cercano a los personajes y que incluso sientas que los conoces :D ¡Solo tu puedes lograr que me sienta así en una historia Dream! Continuaaa pronto! Yo aún sigo picada pensando en lo que dijo Andrew de los abuelitos ¡No creas que se me ha olvidado! Espero ansiosa el siguiente cap

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Yo más bien era como Madie xD Me esforzaba solo en lo que me gustaba (Lengua,Filosofía, y en general "asignaturas de letras").

      Gracias por tus palabras :3 A veces me parece muy irreal todo, es bueno saber que son impresiones mías.

      Borrar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderBorrar
  5. Acá en la Universidad uno se inscribe y luego del cursillo de ingreso recién son las evaluaciones. A veces no entiendo cosas como por ejemplo algunos que la secundaria parece como antes del bachillerato y acá son la misma cosa aunque con el cambio de la ley 26206 acá fue un lío terrible cuando se les dio por poner ciclos y polimodal. En fin cada quien a lo suyo.
    A Aidan ponerle nota? NOO si aveces me dan ganas de canonizar al hombre jajaja.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Aquí secundaria son 4 años, y va antes que bachillerato, que son 2. Y la uni es un examen que te hace media con las notas del bachillerato.

      Pero en EEUU tengo entendido que el examen cuenta bastante más, así como también los méritos que hayas hecho, como actividades extraescolares.

      Un lío todo u.u

      Borrar
    2. Que bueno que acá lo del bachi no cuenta en la universidad sino no se donde habría ido a parar yo que me llevaba a rendir de a cinco materias incluida gimnasia jaja era un desastre y eso que en primaria fui abanderada pero como en un día estudiaba y aprobaba igual o mejor que los que se esforzaba todo el año así que decidí ser floja jaja

      Borrar
  6. escala en Chile de 6,5 de nota max 7 pq no le dijo sus cuantas verdades al director.
    pd: no me dejes en ascuas con lo de agus

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Jajaja ala, qué dura xD Que tiene muchos hijos ahí, no puede acabar a los golpes con el hombre xD

      Borrar
  7. Qué lindo capítulo!!! Una ternura Kurt, Cole, Ted (que no puede ser tan bueno... aunque con el ejemplo de Aidan, no podría ser malo nunca), Alejandro, Zack... todos tan lindos con sus mini problemas y Aidan ayudándolos a salir adelante, como seguro lo hará con Harry.

    Hoy brilló enteramente por su ausencia Michael...

    ResponderBorrar
  8. Hola guapa como estas...

    Feliz de leer a todos tus niños, jjjjaa
    Nota a Aidan mmm pues le daria un 9,9 jajajja es perfecto.

    En cuanto a mi pais, aquí el bachilerato se llama al ultimo curso de secundaria, y es obligatorio para todo, sin el certificado de Bachiller que te otorga el ministerio indicando que concluiste satisfactoriamente el colegio, no puedes acceder ni a la Universidad ni a una Carrera tecnologica media, ahora para ingresar a la U, los mejores promedios del bachillerato entrar de hecho, es un premio que te otorga el ministerio y la Universidad por tu esfuerzo, el resto pasa un curso que se llama pre universitario donde te evaluan todo lo que cursaste en secundaria pero dirigido a la carrera que postulas, por ejemplo en medicina haran énfasis en biología, química, física y matemáticas en ese orden, en derecho lo haran para ciencias sociales, geopolitica, historia y demás y hay un promedio de aprobación, pero siempre ingresaran las mejores notas primero y si se llena el cupo aun cuando hayas aprobado no puedes ingresar y lo intentas el proximo año
    Nosotros no tenemos un sistema de Becas porque la Universidad estatal es gratuita, solo pagas la matricula, obviamente hay universidades privadas a las que te inscribes y ya esta.
    UN saludo linda, feliz de leerte

    Marambra

    ResponderBorrar
  9. waao que el pobre de Teddy le pasa cada cosa, muy cruel que no pueda graduarse o peor le veten su futuro. Aidan demasiado bello al tratar de no estresarlo lo amo. Tambien extrañe a Michael.

    ResponderBorrar
  10. Michael es uno de mis favoritos!!
    El otro es Alejandro y me alegra que Aidan no lo regañara por sólo suspender una materia!!!...
    Esta historia es tan misteriosa que uno se queda siempre con ganas de más!!..
    Mm Aidan como papá soltero se merece un 10!!
    Pero si se casa mm ya no!!!

    ResponderBorrar
  11. MI MADRASTRA ME DICE MOCOSO MALCRIADO COMO TE ATREVES A REPROBAR EN TODOS LOS CURSOS ME BAJA EL PANTALON ME PONE EN SUS RODILLAS Y ME DA TANTAS NALGADAS CON TODAS SUS FUERZAS ME PONE D RODILLAS Y ME REVIENTA EL HOCICO D UNA TANDA DE LAPOS Y DURAS CACHETADA BIEN DADAS

    ResponderBorrar