CAPÍTULO 52:
EL VISITANTE INDESEADO
Medio
dormido, había escuchado cómo papá venía en son de paz con la comida, pero no
me sentía preparado para hablar con él, así que no le respondí. Poco después me
espabiló el sonido de varias voces hablando y gritando a la vez. En una casa
con tanta gente como la mía aquello no era una novedad, pero había algo en el
ambiente que me daba mala espina. Intenté adivinar de qué se trataba, pero en
realidad no distinguía muchas palabras. Desganado, decidí ignorar aquello también
y me tapé la cabeza con la almohada.
Un rato después el
cuarto se oscureció, porque algo tapaba la ventana, impidiendo la entrada de la
luz. Levanté la mirada y vi a Michael apoyado en el alféizar. Golpeó el cristal
para que le abriera. Sorprendido, salí de la cama y abrí la ventana. Le di la
mano para ayudarle a entrar, asustado porque podía caerse.
-
¿Te has
vuelto loco? No sé si la caída podría matarte, pero algún hueso seguro que te
rompes.
-
He
escalado sitios peores – replicó, restándole importancia. No entendía que
tenían mis hermanos con aquello de salir por las ventanas. Claro que tampoco es que pudiera usar la
puerta del cuarto en ese momento, ya que yo
la había bloqueado.
-
¿Qué es
lo que quieres? – pregunté, dejándome caer de nuevo sobre la cama.
-
¿Estás
picado conmigo? – tanteó. Algo me decía que no era eso lo que había venido a
decirme, pero en ese momento pareció ansioso por oír mi respuesta.
-
No… -
respondí, con sinceridad. Había querido estarlo, porque Aidan me había
castigado por algo que había hecho él, pero no era culpa de Michael que papá no
me hubiese creído.
-
¿Seguro?
-
Sí… ¿Para
eso has hecho el numerito escalador?
-
No. Es
para que salgas de una maldita vez. Te estás perdiendo una muy gorda fuera.
-
¿Qué ha
ocurrido? He oído gritos – me preocupé.
-
De
Alejandro, probablemente. Estoy orgulloso de él, Aidan no ha conseguido que se
olvide de las palabrotas.
-
¿Papá y
él se han peleado? – inquirí. Aquello no era una novedad, pero hasta donde yo
sabía ellos tendrían que estar comiendo… A papá no le gustaba discutir a la
hora de la comida, siempre trataba de evitarlo y dejarlo para después.
-
Frío,
frío. Creo que aunque te dé diez intentos, jamás lo adivinarías.
-
No
estamos jugando a las adivinanzas, Michael. Si vas a contármelo, dímelo y sino
lárgate…
-
Oye, sí
que te dura el mal humor. Te recuerdo que este también es mi cuarto, o eso me
repites constantemente.
-
Tienes
razón: mejor me largo yo. – acepté, y caminé con decisión, aunque con torpeza
hacia la ventana. Michael me agarró del brazo.
-
¿A dónde
crees que vas? Apenas puedes andar. ¿Pretendes salir por la ventana? ¿Es que quieres volver tan rápido a la silla
de ruedas? Quita esa cama de ahí y sal por la puerta.
Una cosa que me crispaba de Michael es que fuera un buen hermano mayor
y un soberano mandón. No hubiera tenido mucho problema con eso si no fuera
también tan irresponsable. Me aconsejaba cosas que luego él mismo no hacía. ¡Él
acababa de subir por la ventana! Grr. Y luego empleaba ese tono sobre protector y autoritario que me recordaba tanto a… a mí,
con mis otros hermanos. Grf. No es que pensara irme de todas formas. Por
frustrado que estuviera, sabía que lo de la ventana era una locura.
-
No pienso
salir – me enfurruñé. En ese momento soné muy infantil y fui consciente de ello,
pero no quería ver a papá ni hablar con él…
-
¿Ni
siquiera al saber que Andrew está en el salón? – me dijo, mirándome atentamente
para ver mi reacción.
-
Muy
gracioso, Michael. No te esfuerces en mentirme, que no voy a salir ¿vale? Ni
por la ventana ni por la puerta. – zanjé.
-
No estoy
mintiendo. Andrew está abajo – me aseguró.
Por su tono, parecía que estuviera hablando en serio. Pero no era
posible… Andrew jamás había venido, jamás se había interesado por nosotros…
¿Qué había cambiado? ¿¡Qué hacía él aquí!?
-
Aidan´s POV –
Mi cuerpo se quedó congelado como si hubiera visto un fantasma. Aunque,
tal vez, ver un fantasma me hubiera impresionado menos que ver a mi padre
enfrente de mi casa. Era algo con lo que había soñado años atrás, pero ya había
perdido toda esperanza.
Más automática que conscientemente me acerqué a la puerta que daba a mi
jardín y le observé, frente a frente, separado por una pequeña valla que nos
llegaba a la cintura. Andrew parecía tan
nervioso como yo, lo que en realidad era algo bueno para mí: cada vez que veía
a mi padre desde que me marché de su lado mostraba su habitual actitud
arrogante, siempre controlando la situación. Pero aquella vez no parecía tener
nada de control y había sido él el que había venido a verme. Eso solo podía
significar que quería algo de mí. Algo que solo yo podía darle.
-
¿Qué
haces aquí? – pregunté. Intenté que no sonara agresivo.
-
Tenía tu
dirección… por las cartas que me mandaste.
– respondió, pausadamente. Normalmente habría dicho algo así como “teniendo
en cuenta que vives aquí, es obvio que he venido a verte”, pero tal y como
había notado no había rastro en él de su habitual actitud arrogante, ni
siquiera en su tono.
-
Así que
sí las recibías. No lo tenía claro, ya que nunca has respondido ninguna – le
increpé. Una voz en mi cabeza me dijo que cerrara el pico, y cortara los
reproches. Aquello parecía estarle costando mucho y no quería arruinar nada por
dejarme llevar por el rencor.
“¿Arruinar qué? ¿Crees que ha
venido aquí a arreglar las cosas? ¿Después de todos estos años? Despierta,
Aidan” gruñó mi adolescente
interior. El niño interior que había crecido lleno de rechazo, y preguntas sin
respuesta.
-
Tienes
una bonita casa. Muy grande – alabó, echando un vistazo rápido a la fachada.
Parecía esforzarse por mantener la conversación en un rumbo agradable.
-
Es más
pequeña que la tuya… - admití – Y en ella vive más gente… así que a veces…se
queda pequeña.
Andrew se quedó mirando un coche a pedales, de plástico, que había en
el jardín. Aunque aun no le había dejado pasar, desde su ángulo podía verlo.
Era de Kurt y me pregunté si debía decírselo o si debía mantener a mis hermanos
fuera de la conversación.
-
Compra
una más grande, entonces – sugirió, con aire distraído. Solía olvidar que para
el resto de los mortales el dinero no crece en los árboles. Aunque si las cosas
con mi último libro seguían yendo bien, tal vez pudiera llegar a permitírmelo.
-
No creo
que hayas venido para hablar sobre mi casa… - le dije, algo impaciente por
saber a qué se debía aquello.
-
No… -
admitió, pero no añadió nada más.
Decidí que así no iba a conseguir nada, así que me aparté y abrí la
puerta para dejarle pasar. Tal vez otra persona en mi lugar hubiera cerrado
todas las puertas y le hubiera echado a patadas, para proteger a mis hermanos
de él. Pero yo me había prometido a mí mismo que si Andrew algún día quería
verles no se lo impediría. Al fin y al cabo, era su padre. Si Andrew decidía
entrar en casa y ver a mis hermanos, estaría dando el paso que yo siempre le
había pedido. Y yo tenía que comerme la rabia, el rencor, y el miedo. Por
ellos. Para poder vigilarles y estar seguro de que no les hacía daño de ninguna
de las formas en las que Andrew era experto en dañar a una persona.
Traspasó el umbral del jardín casi con la misma lentitud con la que un
vampiro saldría a la luz del sol. No podía evitar disfrutar un poco con su
evidente incomodidad. Se merecía eso y mucho más, e incómodo era lo menos que
se podía sentir después de pisar la casa donde vivían todos sus hijos abandonados. Un pensamiento me asaltó repentinamente y le
agarré por el brazo con unos reflejos que no sabía que tenía.
-
¿Estás
sobrio? – inquirí. – Si no, no te dejaré pasar del jardín - le advertí.
-
Lo estoy
– me aseguró. Tras un breve escrutinio comprobé que era cierto. No olía alcohol, estaba bien vestido, y sus
mejillas ni siquiera estaban sonrosadas.
-
Bien.
Entonces… ¿quieres pasar? ¿Quieres entrar en casa? Tus… Mis hermanos están
dentro.
Por un segundo, sus ojos mostraron algo de miedo, pero lo supo esconder
muy bien, al igual que escondía todas sus emociones.
-
¿Me dejas
pasar? – preguntó, con algo de asombro - ¿Así, tan fácil? ¿Sin preguntas, ni
condiciones, ni…?
-
La única
condición es que no hagas ni digas nada que pueda lastimarles. Por lo demás,
son tus… son tus hijos – murmuré. Aquello fue difícil de verbalizar…No eran
suyos, eran míos…. – Siempre te he dicho que si querías verles no tenías más
que venir aquí. Aunque te admito que me muero de curiosidad por saber por qué
has venido…
-
He visto
las noticias. He visto que algo pasó con… con Ted. Y que ha estado en el
hospital…
Le miré, asombrado, porque aquello demostraba una preocupación que
hasta aquél momento nunca había manifestado por Ted o por cualquier otro. ¿Así
que de verdad le importaban? Sin embargo, luego pensé en que aquello había
sucedido hacías días. ¿Por qué había esperado tanto para venir? Imaginé que
tenía que reunir valor. Tenía que haberle costado mucho tomar aquella decisión.
-
Él está
bien ahora. Bueno, aún no se ha recuperado del todo, y no me habla, pero está
fuera de peligro. Durante unas horas…yo… llegué a temer por su vida… - le dije.
No sabía por qué le estaba contando aquello. Tal vez necesitaba desahogarme,
sacarme el miedo que había pasado, y él era mi padre, a pesar de todo, así que
era algo natural que se me hubieran escapado aquellas palabras. En cuanto a mis
problemas con Ted, tampoco me explicaba por qué los había compartido con él…
-
¿No te
habla? No entiendo… Por lo que sé, tú no tuviste nada que ver con lo que le pasó…
-
No, no,
no es por eso. He metido la pata con él. Debe de ser hereditario. – le
respondí. Luego me mordí mentalmente la lengua. Tenía que parar de lanzarle
veneno, o iba a joder el encuentro más productivo en años.
-
Todo el
mundo comete errores, algunos más que otros. No sé qué pasó, pero seguro que te
perdona…
“Tal vez el que no me perdone
sea yo” pensé para mis
adentros, pero lo cierto es que agradecí su consuelo, quizá porque él no solía
intentar consolarme.
-
Así que…
¿viniste a verle a él? – quise confirmar, porque me seguía pareciendo extraño.
En otras ocasiones mis hijos habían estado enfermos, Ted en particular casi
muere siendo un bebé, y Andrew jamás había demostrado ese interés.
-
Entre
otras cosas… - me dijo, y me quedó claro que no iba a añadir nada más por el
momento. Eso solo aumentó mi curiosidad.
Estaba tan impactado por su repentina visita que no estaba usando la
cabeza. No procesaba las cosas y estaba como en shock… no había pensado en cómo
podían reaccionar mis hijos al verle. Cuando entré en el hall con Andrew detrás
de mí, Alice, que estaba esperando para comer, como el resto, dio un respingo.
-
¡Es papá,
es papá! – gritó. A veces me sorprendía que se acordara, era muy pequeña cuando
vino a casa, pero al fin y al cabo había pasado el mismo tiempo con Andrew que
conmigo. Bueno, con él un par de meses más.
-
Claro que
es papá, Alice, solo ha ido a… - empezó Alejandro, viniendo desde el comedor,
pero enmudeció al vernos. - ¡Tú! – rugió.
El resto de mis hermanos se asomaron, con caras que iban desde el
asombro al desprecio más absoluto. Excepto Kurt, Dylan y Hannah. Ellos solo
miraban a Andrew con cierta curiosidad. Kurt dirigió la vista hacia un cajón,
donde yo guardaba una foto de Andrew. No la tenía colgada de la pared, como las
de mis hijos, pero la tenía ahí por si alguna vez alguno quería verla. Quería
que fueran capaces de reconocer a su padre.
-
¿Es…es
él? – preguntó Kurt, sin estar seguro.
Asentí, lentamente, y su boca se fue abriendo hasta formar una pequeña
“o”. Inmediatamente después, se escondió detrás de Zach, dejando ver solo su
cabecita, con timidez. Kurt no solía ser tan vergonzoso.
-
¿Qué
haces aquí? – increpó Alejandro. Sin duda, era el que estaba más furioso.
Andrew aguantó las miradas acusadoras con envidiable estoicismo. En eso
él y yo éramos muy diferentes: escondía sus emociones tan bien que a veces
parecía que no sentía nada en absoluto.
-
Qué
grande estás… - murmuró Andrew. Solo entonces entendí que él también estaba
sorprendido y medio en shock. Por más que lo hubiera meditado, en el fondo no
había estado preparado para aquél encuentro.
-
¡Te he
hecho una pregunta! ¡Vete de mi casa, aquí no eres bienvenido! – chilló.
Durante un segundo pensé en intervenir, pero finalmente lo dejé estar.
Irónicamente, Andrew era la única persona a la que le iba a permitir hablarle
así. Alejandro tenía todo el derecho del mundo para estar tan enfadado.
-
No hables
por los demás, Alejandro – dijo Barie. La observé atentamente, para ver si es
que acaso se alegraba de verle, pero me fijé en que ella estaba mirando a
Alice, que abrazaba la pierna de Madie seguramente porque no tenía ningún
peluche a mano para abrazarlo en su lugar. Tenía los ojos muy abiertos y miraba
a Andrew como si tuviera miedo de que se desvaneciera. Barie debía estar
pensando que no podíamos echar a Andrew, o a Alice se le rompería el corazón.
Durante unos segundos, aquello fue más que tenso. Alejandro apretaba la
mandíbula y rechinaba los dientes, aguantándose las ganas de empujar a Andrew
hasta la salida. Me sorprendió su autocontrol.
-
¿Para qué
has venido? – preguntó Michael. Él parecía más tranquilo que el resto, por la
obvia razón de que no le unía a él ningún lazo de sangre ni ningún pasado de
abandono. Aun así, estaba en guardia, rodeando a Cole con un brazo en actitud
protectora.
-
Yo…mmm…esto…
Aquello era inaudito. Andrew Whitemore sin saber qué decir…
En ese momento Kurt salió de detrás de Zach y se acercó a él a pasitos
cortos. Se quedó quieto frente a él por unos instantes y luego alzó la vista para
mirarle a la cara con decisión. Casi pensé que iba a darle una patada o algo
así, pero me equivoqué: lo que hizo fue apresar su cintura en un abrazo fuerte
y vulnerable a la vez.
Creo que Andrew se sintió tan asombrado como yo herido. Ver a mi enano
abrazándole era tan antinatural… Pero si había alguien capaz de ser tan tierno
con alguien como mi padre, era Kurt. Tendría que haberlo imaginado.
Cuando vio a su hermano hacerlo, Alice le abrazó también, y entre los
dos tiraron tanto que poco faltó para que le bajaran los pantalones. Hannah les
observaba de cerca, sin atreverse a unirse al abrazo.
-
Eres tan
alto como papá – murmuró Kurt. Seguramente no sabía ni qué decir. De alguna
forma, por primera vez en mi vida, sentí como algo extraño que me llamara papá
a mí y no a él.
Andrew había empalidecido, como si estuviera a punto de desmayarse. Le
eché una mirada de hielo: como se le ocurriera rechazar el abrazo, le asesinaba
con mis propias manos.
-
¡Papi!
¿Te acuerdas de mí? – dijo Alice. Esa pregunta me rompió el corazón de muchas
formas diferentes. Mi pequeña…
Andrew también pareció conmovido de alguna forma. Relajó los hombros un
poco y, sin separarse de ellos, se agachó hasta hincar una rodilla en el suelo.
-
Claro que
me acuerdo de ti. ¿Quién no se acordaría de un unicornio como tú? – sonrió.
Ver a Andrew sonreír era como
ver sonreír al protagonista de un cuadro de la Anunciación: parecía una especie
de ángel Gabriel, con un rostro especialmente hermoso. Barie jadeó, seguramente
pensando lo mismo que yo, pero a mí me vinieron otras ideas terribles: Andrew
le había llamado “unicornio”, y cuando la dejó en casa la regaló montones de
ellos. Era como una especie de cosa suya, algo que jamás se me había ocurrido.
Pensé que aquellos unicornios eran un regalo normal: nunca creí que significara
algo para ellos. Nunca creí que Andrew tuviera un mote cariñoso para mi
bebé.
Me dio rabia que tuvieran aquello. ¿Quién era él para llamarla así? ¿Y
por qué a mí nunca se me había ocurrido llamárselo? Después sentí… sentí una envidia horrible,
que iba creciendo, y creciendo. Parecía que Alice había conocido una versión de
Andrew bastante más agradable a la que había conocido yo. Mi hermana más
pequeña había podido disfrutar, al menos mínimamente, de nuestro padre.
Alice se puso muy feliz al oír aquello, y se colgó de su cuello como a
veces hacía conmigo. Eso indicaba que quería que la cogieran en brazos, pero
Andrew no lo supo interpretar y se mantuvo agachado, dejándose abrazar. Puede
que tuviera un mote para ella, pero no la conocía. No había sido su padre en
los dos últimos años: ese había sido yo.
-
¿Y de mí
te acuerdas? – preguntó Kurt, en un tono triste.
Andrew jamás había conocido a Kurt y a Hannah. Se había negado a verles
cuando nacieron, y jamás habían coincidido en la misma habitación. Al resto de
mis hijos sí les había visto alguna vez, aunque solo fuera de bebés.
Me pregunté qué iba a responder mi padre. Lo más sincero hubiera sido
“no”, pero eso le haría mucho daño a mi pequeño. Creo que Andrew pensó lo mismo
y estuvo un rato en silencio mirando a Kurt, como estudiándole. Lentamente, le
quitó las gafas y jadeó.
-
...Tienes
exactamente mis ojos. – susurró. La
mayoría de nosotros tenían los ojos oscuros. Zach y Harry los tenían más bien
verdosos, y Alice y Hannah de un azul desvaído, casi grisáceo, muy hermoso pero
distinto al de Kurt. Kurt y Andrew tenían los ojos de un color muy vivo e
intenso, de un tono parecido a los de Michael.
Era extraño ver a un padre y a un hijo estudiándose de aquella manera, reconociéndose
el uno en el otro por primera vez. De pronto Andrew pareció tener más interés
en Kurt que en los demás, quizá por haber encontrado aquél parecido. Puso una
mano en su pelo y le despeinó.
-
¿Lo
tienes rizado? – quiso saber. Kurt tenía el pelo voluminoso, pero corto y yo casi siempre se lo peinaba con las puntas
hacia arriba, como a él le gustaba. Para mí era evidente que tenía el pelo
liso, pero supongo que era viable pensar que se lo podía haber alisado.
- No – respondí por él. – Ninguno más tiene tu pelo, solo yo. Barie y
Madie lo tienen algo ondulado.
Me sentí algo estúpido por hablar de aquello, como si el color de los
ojos o la forma del pelo fuera lo más importante que pudiéramos decir, pero
supuse que cualquier acercamiento debía comenzar por conocerse más a fondo, de
fuera hacia adentro. Andrew debía de
pensar igual, porque dedicó una mirada penetrante a cada uno de mis hermanos.
Se detuvo especialmente en Alejandro, quizá porque era el único que le miraba
con un profundo y visceral odio. Harry también parecía molesto, y Madie, y
todos en general, pero creo que nadie alcanzaba los niveles de Alejandro.
-
Te
pareces bastante a mí – comentó Andrew. Era cierto, siempre lo decía:
estructuralmente el cuerpo de Alejandro era el de Andrew, aunque más moreno y
con algunos rasgos raciales diferentes. El pelo, los ojos, el arco de las
cejas: esas eran las diferencias más notables. La proporción de sus facciones,
algunos de sus gestos, sus pómulos, su nariz, eran las de Andrew.
- ¡No me parezco absolutamente en nada! – bramó. - ¡Jamás seré un
borracho egoísta como tú!
-
Alejandro…
- comencé, con intención de apaciguarle. No sabía muy bien qué más decir, pero
de todos modos él me interrumpió.
-
¡No,
Alejandro nada! ¡Espero que no se te ocurra defenderle porque tú eres mejor que
eso! – me reprochó. - ¡Sabes que tengo razón! ¡Nos abandonó a todos! No voy a
fingir que no pasa nada solo porque de pronto se le cante venir.
-
No te
pido que finjas nada…. – respondí. “Si tienes toda la razón del mundo”, pensé,
para mí. – Solo que le dejes hablar con tus hermanos, si es lo que quiere. Será
mejor que pasemos al salón, para hablar con más tranquilidad.
Nos agrupamos alrededor del sofá, y Alejandro se quedó lo más lejos
posible, de pie en un rincón de la habitación. Era como si quisiera manifestar
que no quería estar ahí, pero al mismo tiempo sintiera demasiada curiosidad
como para irse. Michael salió del cuarto, y eso me intrigó, pero tal vez
tuviese la equivocada idea de que debía dejarnos solos. Tal vez Andrew no fuera
su padre, pero Michael era mi hijo, y tenía derecho a enterarse de lo que
pasaba… Le dejé marchar, porque Cole llamó mi atención al pegarse contra mí, medio recostandose en mi
hombro como si quisiera fusionarse conmigo. Le rodeé con el brazo y observé,
con cierto dolor, como Alice y Kurt se peleaban para sentarse encima de Andrew.
-
¡Es mi
papi! – protestó Alice.
Pensé que Kurt iba a responder “y también el mío” y eso, pese a ser
cierto, me hubiera roto en mil pedazos. Pero en lugar de eso, Kurt nos
sorprendió a todos:
-
¡Y mi
abuelito!
Abrí la boca para sacarle de su error, pero Alejandro se me adelantó.
-
No es tu
abuelo, Kurt. No es nada tuyo. – gruñó.
-
Es el
papá de papá – respondió Kurt. – Y es viejito y tiene arrugas. Así que es mi
abuelo.
-
¿Cómo que
arrugas? – se escandalizó Andrew – Yo no tengo arrugas mocoso del… - empezó,
furioso, pero se calló en cuanto vio un puchero en los labios de Kurt, que se
había asustado un poco por la repentina brusquedad con que le habló. – No soy
tan viejo – siguió protestando. – Y no tengo edad para ser abuelo.
“Ni yo para tener doce hijos, y ya me ves” pensé, para mis adentros. La
verdad es que Andrew no tenía arrugas, tan solo un poco en el ceño y en la
frente, y supe que Kurt lo había dicho solo para molestarle. Puede que mi enano
perdonara con mucha facilidad, pero había querido dejar claro que su padre era
yo, y Andrew en todo caso sería su abuelo.
No es que esa opción me gustara, pero fue un consuelo que Kurt me
siguiera prefiriendo.
- Ya basta. Ni padre, ni abuelo, ni mierdas. Solo eres el tío que puso
el semen. Di lo que hayas venido a decir y lárgate – ordenó Alejandro.
-
Yo… en
parte, vine a ver a Ted. ¿Dónde está? – preguntó, mirándome a mí. - Todos…todos
los demás están aquí.
-
Está en
su cuarto, lo más lejos de mí posible – respondí. – Y…la verdad…. No sé si él…
no sé si él querría verte – admití, con sinceridad. Ted tampoco formaba parte
de su club de fans.
Andrew meditó aquello por unos segundos, y suspiró.
-
No le
culpo – aceptó, y luego resolvió en conflicto de Kurt y Alice poniéndose a cada
uno en una pierna. Parecía decidido a mostrarse de buen humor. – Son muy
cariñosos – me dijo, como si ellos no estuvieran presentes. Como si quisiera
comentar conmigo la forma en que les había educado.
-
Kurt es
así con todo el mundo. Sabe que a los
desconocidos no debe acercarse, pero si yo le digo que no hay problema,
entonces esa persona ha perdido la libertad de sus piernas para el resto de la
tarde.
-
Tú no
eras así – comentó. Sé que sólo fue un comentario inocente, pero aquello me
enfureció y me puse a la defensiva.
-
Yo estaba
acostumbrado a ser rechazado. Me costó tiempo entender que el hecho de que mi
padre no quisiera abrazarme no quería decir que el resto del mundo no fuera a
querer. – le solté.
Andrew no reaccionó ante mi ataque, como si se hubiese mentalizado de
que iba a recibir todo tipo de reproches.
-
¿Se va a
quedar a comer? – preguntó Barie. Mis hijos de edad intermedia estaban muy
callados. Supongo que uno no sabe que decir cuando su padre ausente aparece de
pronto. De hecho, su reacción era la normal: Andrew era un extraño para ellos.
La confianza y cariño de Kurt era lo raro.
-
No –
respondimos Alejandro y yo a la vez. Después, yo me arrepentí. Si había dicho
que no le echaba era que no le echaba… - Bueno, si quiere…
-
Y una
mierda se va a quedar – bufó Alejandro. – Antes le estampo la olla en la
cabeza.
-
¡Alejandro!
-
Ya he
aguantado suficiente. O se larga o le echo a patadas – amenazó, y por su mirada
vi que, pese a que una parte de él estaba en conflicto, era perfectamente capaz
de cumplir su advertencia.
-
No digas
cosas que no puedes llevar a cabo –aconsejó Andrew – La gente que tiene la boca
demasiado grande suele terminar con algún diente de menos.
-
¿Me estás
amenazando?
-
¿LE ESTÁS
AMENAZANDO? – rugí. Andrew podía ser violento en su forma de hablar, con gritos
y demás, pero jamás me había puesto la mano encima. Solo por eso le permitía
estar cerca de mis hijos.
-
No… Solo
le advierto de lo que le puede llegar a pasar si habla así a la gente
equivocada. No es muy sensato alardear con alguien que es más fuerte que tú. Y,
por cierto, el que me amenazó primero fue él… ¿Le permites eso?
-
Lo que le
permito o no le permito a mi hijo no es de tu incumbencia – decidí dejar las
cosas claras de una vez – Que te deje hablar con ellos no quiere decir que te
permita ser su padre.
-
¡Eso,
entérate, gilipollas! – dijo Alejandro, triunfante.
-
Y tú
habla bien, Alejandro. Ya has dejado claro tu punto, no necesitas ser
maleducado.
-
¡Seré
algo peor si no se marcha ya!
-
Alejandro
tiene razón – intervino Harry. – No le queremos aquí.
Aquello se estaba poniendo difícil. Si le decía a mi padre que se
marchara, le rompería el corazón a Alice y a Kurt… Estaba en una encrucijada,
pero justo en ese momento Ted apareció, bajando con torpeza las escaleras. Sus
ojos se abrieron como platos al ver a Andrew. Michael estaba con él, así que
debía habérselo contado. Me pregunté como había llegado hasta él, si no le
había visto subir las escaleras. Intuí que había seguido su propia sugerencia,
y había subido por la ventana.
- ¿Qué está pasando aquí? – inquirió, como quien tiene la esperanza de
que todo sea producto de un sueño, o de un golpe en la cabeza.
-
Alejandro´s POV –
¿Por qué papá le había dejado entrar? ¿Por qué no le cerró la puerta en
las narices? ¿Por qué no le echaba y le enviaba de vuelta al tugurio de
borrachos del que había salido? Ver a Andrew en mi casa fue doloroso y
sorprendente, pero ver a papá dispuesto a hablar con él se sintió como una traición.
Andrew nos había abandonado a todos, no había vuelta atrás para eso, y además
había tenido muchas oportunidades de intentar hacer las cosas bien. Llegaba
treinta y ocho años y once hijos tarde.
Cuando Ted bajó, pensé que se pondría de mi lado. Si en algo
coincidíamos él y yo era en que no había en el mundo ser más despreciable que
Andrew. Sin embargo, Ted seguía enfadado con papá, así que se mantuvo alejado
de ambos, frunciendo el ceño.
-
Hola,
Theodore… - saludó Andrew. Parecía sorprendido de verle, como si no se hubiera
imaginado que Ted pudiera tener ese aspecto.
Psché. Mi hermano no tenía nada de especial, nada más que era negro y
estaba mazado.
-
No le
gusta que le llamen así – le dijo papá. – Es Ted…
-
Para él
soy Theodore. O Aborto, creo que Aborto es el nombre perfecto. Es el que él me
habría dado, antes de dejarme nacer.
Quise chocar las manos con él, como para darle la bienvenida al club
“odiamos a Andrew”. Algunos de mis hermanos dieron un respingo al oír las
palabras de Ted. A Barie se le humedecieron un poco los ojos.
-
¿Ted se
iba a llamar Aborto, papi? – preguntó Kurt. No sabía lo que significaba esa
palabra, o al menos no estaba seguro.
-
No, Kurt.
– respondí yo. - A Ted le iban a matar cuando solo era un bebé, como al resto
de nosotros. El hombre sobre el que estás sentado, iba a pagar a un médico para
que te matara dentro de la tripa de tu madre, la cual, por suerte, se opuso al
aborto por convicciones morales o bien papá le ofreció el dinero suficiente
como para disuadirla.
Kurt, aunque inocente, no era tonto. Era más listo de lo que a veces le
interesaba demostrar y entendía perfectamente lo que significaba “matar”. Su
rostro empezó a congestionarse y se bajó de las piernas de Andrew para ir
corriendo a abrazar a papá, llorando como solo él sabía hacerlo.
-
¡Alejandro!
¿Qué demonios pasa contigo? – exclamó, furioso contra mí, mientras acariciaba
la cabeza de Kurt y trataba de que se calmara.
-
¡Te
enfadas conmigo con decirlo, cuando deberías enfadarte con él por querer
hacerlo! ¡Siento haberle hecho llorar, pero me alegro de haberle abierto los
ojos! ¡Era antinatural que estuviera sentado sobre el hombre que solo vio en él
una molestia desechable!
Aunque lo cierto era que ver llorar así a Kurt no había entrado en mis
planes. No había pensado en lo fuerte que sería para mi hermanito escuchar algo
como eso.
Andrew estiró un brazo hacia Kurt, como si hubiera querido impedirle que se levantara pero en realidad
no se hubiera atrevido a hacerlo. Abrió la boca un par de veces y luego la cerró,
sin saber qué hacer ante el llanto de mi hermano.
-
Creo…
creo que será mejor que me vaya…
-
¡Crees
bien! – le espeté y, ya harto y sintiéndome algo culpable por la tristeza de
Kurt, caminé hacia Andrew y le agarré bruscamente para levantarle del sofá. Tiré
de él de mala forma, pero no pude moverle ni un centímetro. Era increíblemente
fuerte.
-
Suéltame
– me ordenó.
-
¡Vete de
mi casa!
-
Esa no es
forma de tratar a la gente, chico. Suéltame.
-
Oblígame
– le desafié.
Él se limitó a agarrarme por la muñeca y a hacer fuerza para que le
soltara la chaqueta.
-
¡Alejandro,
ya basta, necesitas calmarte! Sube arriba, nadie te obliga a estar presente. –
dijo papá. Había cogido a Kurt en brazos y había logrado calmarle un poco.
-
¡No voy a
irme yo cuando estoy en mi propia casa! ¡A este cabrón nadie le ha invitado! –
chillé, y sin pararme a pensarlo, necesitando de veras desahogarme por todos
los sentimientos confusos que estaba teniendo, pateé a Andrew con todas mis
fuerzas, justo en la espinilla.
Soltó un grito y se llevó la mano a la pierna inmediatamente. Creo que
le había hecho daño de verdad. Me alegré.
-
¡Au!
¡Joder! – exclamó, y se levantó el pantalón. Tenía toda la pinta de que iba a
salirle el moratón del año.
-
¡Alejandro!
– gruñó papá. Me iba a gastar el nombre. Miró a Andrew con más preocupación de
la que esa escoria se merecía. - Michael, ve a por hielo, por favor. – pidió, y
luego puso a Kurt en mis brazos mientras se agachaba junto a Andrew.
Creo que fue un instinto, y luego él mismo se dio cuenta de que se
estaba preocupando demasiado por el hombre que tan mal había hecho de padre.
-
Se te va
a hinchar – comentó papá, y luego se alejó de él, intentando mantener las
distancias.
-
El que se
va a hinchar es ese mocoso, en cuanto le coja… - bufó Andrew, mirándome con
fuego en los ojos.
-
No te
atrevas a hablarle así. – advirtió papá.
-
¡Me ha
dado una patada! No voy a permitir que….
-
Tú no
tienes que permitir nada. Le reprenderé yo como crea oportuno. Ahora bien, te
aseguro que yo no le he educado para que haga esto y que está en muchos
problemas. – añadió, mirándome seriamente. Tragué saliva, porque sabía que iba
muy en serio.
-
No
pretendía provocar esto… - intervino Ted – Pero en cierta forma te lo mereces,
por abandonar a tus hijos.
Michael vino con el hielo y se lo dio a Andrew para que se lo pusiera
en la pierna. Una parte de mí se arrepentía de haberle dado una patada y otra
lo que sentía era no haber apuntado un poco más arriba, a su entrepierna.
-
Pero
ahora está aquí ¿no? – dijo Cole. – Y quizás nos enteraríamos de por qué si
dejáis de intentar echarle. Dijo que venía a verte, Ted. Estaba preocupado por
ti.
Ted se giró bruscamente hacia Andrew, como para comprobar si era
cierto.
-
Nunca
antes se ha preocupado por ninguno de nosotros.
– murmuró Ted.
-
Eso no es
cierto – rebatió Andrew.
-
Bueno,
puede que mínimamente por Aidan y Alice. Pero los demás, no te importamos un
pimiento.
-
No es
verdad…. Me asusté cuando dijeron…que… que tenías algo en la cabeza…Y luego
salieron fotos tuyas en silla de ruedas… Me alegro de que puedas caminar.
-
Apenas –
admitió Ted – Pero creo que volveré a estar como antes.
-
Lo
estarás – le aseguró papá.
Ted le ignoró, como si fuera incapaz de oír su voz. Seguía enfadado con
él.
-
No te
pareces a Adele – dijo Andrew, tras observar a Ted un rato. – Te pareces más a
su hermano.
-
¿Adele…
mi madre tenía un hermano? – preguntó Ted, visiblemente interesado – Tengo…
¿tengo un tío?
-
Tenías –
respondió Andrew y su rostro se ensombreció por un segundo. – Murió antes de
que tú nacieras.
Los ojos de Ted brillaron con sentimientos encontrados. Sin duda,
estaba pensando en que Andrew era toda una fuente de información sobre su madre
y estaba viendo cuál era la mejor manera de sonsacarle cosas.
-
¿Cómo se
llamaba? - siguió preguntando.
Andrew desvió la mirada hacia Michael, y no hizo falta que diera una
respuesta verbal, pues todos entendimos que le habían puesto el nombre de su
tío.
-
¿Tengo
más familia? – indagó. No podía contener sus ansias.
Andrew dudó unos segundos antes de responder. Luego negó con la cabeza.
-
Por parte
de madre, no. Por mi parte…
-
Por tu
parte no tiene nada – cortó Aidan. – Me tiene a mí.
-
Sus
abuelos… De hecho, por eso es por lo que he venido aquí, además de para ver a
Ted….
Con esa frase, consiguió que todos le prestáramos atención. Papá nunca
hablaba de los padres de Andrew. De hecho yo había pensado que estaban muertos,
o que tampoco habían querido saber nada de nosotros, como Andrew.
-
¿Qué
quieres decir? – Papá también se interesó por aquello.
-
Tu
abuela… tu abuela está muy enferma.
-
Eso ya lo
sabía – respondió Aidan y nos sorprendió a todos.
-
No, no
esa clase de enfermedad. Me refiero a que… se está muriendo.
Hice un rápido cálculo mental. Si Andrew tenía cincuenta y pico, sus
padres debían estar por lo menos en los setenta u ochenta años.
Papá pareció algo afectado y a la vez confundido, como si no supiera
cómo debía sentirse.
-
¿Está…
está bien atendida? ¿Está sufriendo?
-
Está en
un buen hospital. – dijo Andrew – Pero pocas cosas pueden aliviar sus dolores.
-
No
deberíamos hablar de esto delante de los niños. – dijo papá – Va…vamos a mi
cuarto.
-
No puedes
protegerles del mundo real, Aidan. La gente se muere. – dijo Andrew.
-
Ni
siquiera conocen a sus abuelos. Ya que estamos, tampoco a su padre. Creo que ya
tienen mucho con lo que lidiar.
-
De todas
formas, no tengo mucho más que decir. Yo mismo no estoy bien informado.
-
¿Has ido
a verla? – preguntó papá y Andrew asintió, lentamente.
-
Pero él
no me dejó pasar.
No supe a quién se refería, pero papá sí pareció entenderle. Se sumió
en el silencio por unos instantes, y lo mismo hicimos los demás.
-
Si eso
era lo que venías a decir, ya lo has dicho. Puedes marcharte – le dije a
Andrew.
-
Yo tengo
preguntas que hacerle – protestó Zach – Quién sabe si algún día le volveré a
ver, tengo que aprovechar.
-
¿Qué
quieres saber? – se interesó Andrew.
-
No sé,
cosas. ¿De qué trabajas? ¿De verdad eres rico? ¿Por qué te llevaste a Alice?
¿Cuándo…?
-
¿Por qué
nos abandonaste? – interrumpió Harry. Su voz sonaba ligeramente tomada y se
acercó a Andrew mirándole con intensidad - ¿Cuál es el punto de tener hijos si
vas a dejarlos tirados? ¿Es que no sabes usar un condón? ¿O nos concebiste a
todos demasiado borracho como para acordarte de cómo se pone? ¿Tanto odiabas la
idea de ser padre que no pudiste darnos una oportunidad? ¿Ni siquiera cuando te
enteraste de que no tendrías que hacer nada, porque Aidan se hacía cargo de
nosotros? ¿Ni siquiera nos querías conocer? ¿Tanto...snif… tanto nos odiabas?
Snif… Y…¿Y por qué has venido ahora? … Snif ¿Cuál…snif… cuál es el punto de
preocuparte por Ted… snif… si no estabas aquí para cuidar de él…snif…si no
estuviste en el hospital como se supone que debe estar un padre? Snif…snif…y…y
por qué… por qué….
No pudo continuar, porque rompió en un llanto demasiado angustioso, que
no le permitía respirar con normalidad. Aidan se acercó a él rápidamente y le
apretó contra su pecho.
-
Tranquilo…
tranquilo, campeón, tranquilo…
-
¿Por qué…
snif… por qué nos hace esto? Snif… ¿Tan difícil era hacer esto mismo en los
cumpleaños, o en Navidad? No tenía por qué cuidar de nosotros, solo venir de
vez en cuando… snif…snif…
Aidan frotó su espalda y agachó la cabeza para darle un beso en la
frente. Le siguió abrazando posesivamente y le susurró cosas que no llegué a
entender del todo, pero sí oí cómo le repetía varias veces “estoy aquí” y “yo
no me voy a ir nunca”.
Por eso mismo había querido que Andrew se largara: porque si se quedaba
un rato largo, todos íbamos a olvidar lo
mucho que le odiábamos para empezar a recordar lo mucho que dolía que tu propio
padre no te quisiera. Era mejor sentir rabia que ese… ese vacío inmenso, que se
apoderaba de tu pecho y no te dejaba respirar.
En verdad Dream, tu magna historia está en el top 10 de cientos de historias, cuentos, novelas y libros que he leído en mi vida. Yo te nominaría al premio Nobel de Literatura!
ResponderBorrarEl sabor que le das a tu historia solamente se puede comparar al que se experimenta leyendo Canción de Hielo y Fuego u Oliver Twist, pero en un género distinto como lo es el realismo moderno.
Y pasando al plano local, me encantaron tus dos últimos capítulos, pero sobre todo me intrigaron. Oye y no se vale dejarnos tanto tiempo con el suspenso de esos finales ;)
Yo creería que hubiera sido Zach el que reaccionara llorando, pero creo que voy comprendiendo la razón por la que Harry fue el primero de todos en derramar las lágrimas por la visita de Andrew. Creo que Harry intenta hacerse el duro, pero en el fondo es tal vez más sensible incluso que Zachary; no me consta, es solo una teoría.
Felicidades Dream y por favor actualiza pronto!
Me encantó espero la continues pronto por favor.
ResponderBorrarBonito capítulo. Muy interesante la presencia de Andrew, me encantó...
ResponderBorrarEso último de Ale me dio como que es él el que no quiere sufrir por causa de Andrew más que proteger a sus hermanitos.
Dreaaam quiero maaaas... jajaja como siempre. No se que me afecto mas: que Alice le haga ilusion ver a Andrew, que Andrew le llamara Unicornio, que Kurt le preguntara si se acordaba de el, que Aidan aguantara tanto, que Ted no le dirija la palabra a Aidan, o que gemelo reaccionara asi... no ya se... que se terminara el cap...aaaaaagagagrrr....
ResponderBorrar:)
Cada vez más intensa esta historia siempre me deja con ganas de más, es la mes la perfecta entre dulzura suspenso drama y comedia todo con un toque de realidad que me encanta
ResponderBorrarCada vez más intensa esta historia siempre me deja con ganas de más, es la mes la perfecta entre dulzura suspenso drama y comedia todo con un toque de realidad que me encanta
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