martes, 30 de julio de 2019

CAPÍTULO 13



CAPÍTULO 13

James amaneció algo confundido. No recordaba haberse metido en la cama después de refugiarse en la mecedora. Poco a poco fue recordando que John le despertó porque estaba teniendo una pesadilla. Le ardió la cara al darse cuenta de que se había dormido en los brazos de su padre. Se sintió avergonzado, pero al mismo tiempo esbozó una sonrisa, porque la sensación de seguridad y cariño todavía le duraba. 

Aún se estaba estirando sobre el colchón cuando la cabeza de John asomó por la puerta.

- ¿Ya te has despertado? - le preguntó. - ¿Quieres desayunar?

El estómago de James soltó un rugido, pero por si acaso John no había llegado a oírlo, asintió frenéticamente. 

- Genial. Ven cuando estés listo. Tenemos visita – le avisó.

No le dio más detalles y James se moría de curiosidad. No se le ocurría quién podía ir a verles tan temprano, excepto tal vez la señora Howkings, pero ella tenía que servir el desayuno en la posada, así que no tenía mucho sentido que estuviera allí. 

Se lavó la cara y se vistió con celeridad. Fue a la sala de estar y se encontró con el padre de William, que en ese momento estaba hablando con John. Él debía ser el misterioso visitante. 

- Buenos días, señor Jefferson – saludó, recordando sus modales.

- Buenos días, señor... Duncan – respondió el hombre, dudando unos segundos sobre si debía usar el apellido de John para referirse a él.

A James se le hizo extraño que le tratara con tanta formalidad. ¿A qué venía eso de llamarle señor? Una señal de su padre le indicó que debía sentarse en frente de aquel hombre, así que lo hizo, con evidente confusión. 

- ¿Se encuentra bien William? - preguntó, tras unos instantes de silencio. No se le ocurría otro motivo por el que el señor Jefferson quisiera hablar con él.

- Sí, perfectamente – le tranquilizó el hombre. - En realidad he venido a tratar unos negocios contigo.

- ¿Conmigo?

James miró a John absolutamente desconcertado. 

- El señor Jefferson quiere comprar la granja – le explicó su padre. Evitó decir “la granja de tu familia” o “la granja de tus padres”, pero James lo entendió igual.

El niño se sorprendió de que quisiera discutir ese asunto con él, pero John ya le había dicho que la decisión era suya. No le había obligado a vivir allí, a pesar de que hubiera estado en todo su derecho a hacerlo. Seguro que hubiera sido más fácil eso que buscar un trabajo para comprar otra granja en el futuro. James pensó que el dinero le vendría bien a John para comprar otro terreno. Con suerte, podría dejar el puesto de sheriff...

- Por mí está bien. Véndela, padre. ¿Eso significa que William se va a quedar en el pueblo? - preguntó, esperanzado.

- Sí, James, significa justo eso. Pero es tu granja, chico, así que te corresponde a ti tomar cualquier decisión – le dijo John. - El señor Jefferson tiene una oferta, así que escúchale y mira a ver si te interesa.

Durante los minutos siguientes, el señor Jefferson y James estuvieron negociando el precio de la propiedad. Era cierto que como granja no valía mucho, apenas tenían dos vacas y diez gallinas, pero había mucho terreno para sembrar. James demostró ser un duro negociante y, finalmente, llegaron a un acuerdo y estrecharon la mano. El señor Jefferson soltó una carcajada. 

- Caramba, muchacho, eres un hueso duro de roer.

James sonrió con timidez y John puso una mano en su hombro, en un gesto que expresaba orgullo.

- Arreglaremos los papeles más adelante, si le parece bien. Tal vez dentro de dos semanas, justo antes de que empiece la escuela – propuso John. - Será un buen momento para viajar a la ciudad a realizar los trámites y su esposa ya habrá dado a luz.

El señor Jefferson manifestó su acuerdo con un asentimiento. Se despidió cortesmente y se marchó, rechazando el ofrecimiento de un café. 

- ¿Lo he hecho bien, padre?

John se preguntó si el niño era consciente de la ternura que desprendía cuando decía cosas como esa.

- Lo has hecho estupendamente, James – le aseguró.

- ¿No he pedido demasiado dinero? - se preocupó. 

- El señor Jefferson tiene una buena posición económica.

- ¿Cómo lo sabes?

- En primer lugar, por su ropa. Es sencilla, pero de buen tejido. Pero además, la cantidad inicial que te ofrecía ya era una suma considerable. De no habérselo podido permitir, seguramente hubiera buscado otras opciones. Hubiera probado la vida de colono, por ejemplo. Esa era mi intención antes de... antes de perder a mi familia. Es una buena forma de volver a empezar. Las tierras colonizadas tienen un precio meramente simbólico. Pero el señor Jefferson quiere vivir en un sitio poblado, considera que es más seguro para su familia, especialmente con un bebé en camino – explicó John. - No te preocupes, James. Ha sido un trato justo. Además, le has dado la opción de pagarte en varios plazos y él lo ha rechazado. Otra prueba más de que tiene el dinero necesario.

- ¿Y cómo es que alguien como él tiene tanto dinero? - cuestionó James.

- Esa no es una pregunta demasiado educada – le hizo notar John. - Tal vez quieras replantearla.

El niño lo pensó unos segundos y buscó una manera de expresar lo que quería decir. 

- Bueno, el señor Jefferson es negro – empezó, recopilando los hechos. - Hasta hace poco, los negros eran esclavos. ¿Cómo pasa un hombre de ser esclavo a tener más dinero del que yo voy a ver en toda mi vida?
- En toda tu vida no, James – rió John. - En cuanto vayamos a la ciudad ese dinero estará en el banco, en una cuenta a tu nombre.

- ¿A mi nombre?

- Por supuesto. Es tu dinero. En cuanto a tu pregunta, el oro no entiende de negros o blancos, chico. Tampoco digo que sea rico o en lugar de una granja habría comprado una mansión. No tengo ni idea de cuál es exactamente su estatus económico ni de cómo lo consiguió, pero no es algo que le puedas preguntar, ¿entendido?

- Sí, padre - respondió James y colocó un par de platos en la mesa para el desayuno.

Con John, era habitual que tomaran café o al menos leche y huevos (a veces huevos y beicon, a veces gachas, a veces restos de la cena anterior). Esa era la moda que venía de Europa: café más algo sólido. Los señores Olsen dejaban el café para otros momentos del día y su desayuno no se distinguía en nada con respecto a cualquier otra comida, salvo que quizá era algo más ligera.

Ese día John había hecho huevos revueltos y había partido también unas rodajas de tomate. James se sirvió un poco y comenzó a comer con apetito, pero no pudo evitar fijarse en el incómodo silencio que envolvía la habitación, a excepción del sonido de los cubiertos. 

- ¿Te has enfadado conmigo? - susurró, mirándose las manos. 

- ¿Qué? No. No me importa que seas curioso, James, eso es un signo de inteligencia. Aunque la prudencia también lo es, por eso te he dicho que es mejor que no le hagas esas preguntas al señor Jefferson. O a Will, lo mismo da.

James asintió y dio un mordisco a una rodaja de tomate. No era un gran apasionado de las verduras crudas, pero sabía desde bien pequeño que tenía que comerse todo lo que le pusieran en el plato, a no ser que estuviera enfermo. 

- ¿De verdad el dinero de la granja va a ser para mí? - inquirió, todavía dándole vueltas a la visita del señor Jefferson.

- La casa y el terreno son tuyos, James.

- Pero pensé... tú eres mi padre ahora – murmuró, muerto de vergüenza y con algo de inseguridad, casi como si lo estuviera preguntando.

- Lo soy – le aseguró John. - Y todo lo mío es tuyo. Pero no a la inversa. No voy a quitarte tu herencia, James. Ahora, ese dinero estará bien guardado en el banco.

- ¿Y si lo quiero utilizar?

- ¿En qué? - replicó John, alzando una ceja.

- En comprar una nueva casa para nosotros.

- Deja que yo me preocupe de eso. Termínate el desayuno. Tengo que ir a ver las celdas.

En la aldea no había una cárcel como tal, era un lugar demasiado pequeño. Tan solo había un edificio donde estaba la oficina del sheriff y dos celdas que no solían albergar nada más peligroso que un par de borrachos. Las celdas habían estado inactivas durante los últimos cinco años, porque no había habido sheriff, pero ahora John era el encargado de mantener el lugar en funcionamiento.

 


El edificio estaba vacío en aquel momento, porque ese era en verdad un lugar muy tranquilo, pero próximamente se iba a celebrar una boda y era frecuente que hubiera algún que otro altercado porque la gente bebía de más, así que era necesario asegurarse de que el lugar estaba preparado para tener algún inquilino por un par de noches. Había que reparar una de las ventanas y soldar varios barrotes.

John se enfrascó en esa tarea durante gran parte de la mañana y James quiso ayudarle. El niño parecía sentir una fascinación desmesurada por las esposas y cuando John le dejó cogerlas reaccionó como si hubiera descubierto una mina de diamantes. 



- ¿Se las puedo enseñar a Will? - le preguntó.

- No son para jugar, James. Es peligroso, si pierdes la llave pasaríamos un mal rato tratando de abrirlas. Y si se aprietan demasiado pueden hacer bastante daño. Si William quiere verlas, que me lo pida y se las enseñaré, como he hecho contigo.

James asintió y continuaron adecentando el lugar hasta la hora de la comida. Entonces regresaron a casa, pero apenas habían puesto un pie en ella alguien aporreó su puerta, con golpes alarmantes. John se apresuró a abrir para recibir a un William muy alterado. Estaba al borde del llanto y sin resuello. 

- ¿Qué ocurre? - preguntó John.

- Madre... se encuentra mal. Padre dice que está de parto, pero que el niño aún tardará muchas horas. El médico no está. La señora Howkings se quedó con madre mientras él iba a buscar ayuda, pero ninguna mujer del pueblo la quiere ayudar.

John frunció el ceño y asintió, haciéndose cargo. 

- James, espérame aquí. Prepara el caballo, puede que lo necesitemos – le instruyó. James no quería quedarse al margen, pero al menos su padre le había dado algo que hacer para sentirse útil. Fue a buscar al animal mientras John se iba con su mejor amigo.

John acompañó a William a la posada, donde un nervioso señor Jefferson paseaba en el piso de abajo. 

- ¿Qué haces? ¿Crees que el sheriff puede sernos de ayuda en una situación como esta, muchacho estúpido?

Will se encogió y John puso una mano en su hombro. Se agachó para susurrarle algo al oído. 

- Tu padre está nervioso y preocupado. No está enfadado contigo. Has hecho bien en llamarme. Ve a sentarte en el sillón, te llamaremos si necesitamos ayuda.

William hizo lo que le pedía y John se acercó al futuro padre. 

- James tiene listo mi caballo. ¿Sabe dónde está el médico? Puedo ir a buscarlo – se ofreció.

El señor Jefferson negó con la cabeza. 

- Ha ido a atender a alguien en otro pueblo, pero no sé en cuál. Me han dicho que atiende más de seis aldeas, no le encontraríamos a tiempo.

- ¿Cómo está su mujer? - preguntó John.

- El de William fue un parto complicado. Tengo miedo de que este también lo sea. La señora Howkings dice que le vendrían bien otro par de manos, pero nadie quiere ayudarnos.

- Hablaré con ellos, en el fondo son gente razonable.

Sin embargo, en ese momento una de las ventanas acristaladas de la posada se rompió en pedazos ante el impacto de una piedra. 

- ¡Fuera! ¡Es el hijo del diablo! - gritó una voz.

- ¡Abominación! ¡Abominación!

Ahí estaba su “gente razonable”. John se indignó y se enfureció a partes iguales y abrió la puerta para enfrentarse a los atacantes. Le consoló ver que no eran demasiados, tan solo seis o siete personas. 

- ¡Tengan un poco de respeto, aquí hay una mujer de parto!

- ¡No queremos que nazca un niño negro en nuestra aldea!

- Eso no depende de ustedes – decretó John. 

- ¡Traerá mala suerte sobre todos nosotros! ¡No ha llovido desde que llegaron!

- ¡No ha llovido porque estamos en verano! - replicó John, frustrado ante tanta superstición. - ¡Regresen a sus casas si no quieren pasar la noche en el calabozo!

La pequeña turba enfurecida murmuró su descontento, pero finalmente se retiró. 

John intentó pensar en las buenas personas que conocía en aquella aldea. Le vino a la cabeza el señor Tomilson, cuya tienda estaba muy cerca de la posada. Caminó hasta allí para preguntarle al vendedor si su mujer estaría dispuesta a ayudar en el parto. La señora intercambió una mirada con su marido y acabó por aceptar.

Resultó que era la persona acertada a la que acudir, porque ya había asistido varios alumbramientos. Empezó a dar instrucciones desde que entró por la puerta.

- Ese niño fuera de aquí  - indicó, señalando a William, que estaba intentando recoger los cristales rotos. - Lo que nos faltaba es que se hiciera un corte justo ahora. El padre, ¿dónde está?

El señor Jefferson dio un paso hacia delante. 

- Aquí no eres útil. Quédate en la puerta y vigila que nadie venga a molestarnos.

Dicho esto, se subió al piso de arriba, con la parturienta y la posadera. 

- Yo vigilo contigo, padre – se ofreció William.

- No, mejor ven conmigo, Will – dijo John. - Puedes quedarte hoy en mi casa. ¿Tienes hambre? James y yo justo íbamos a comer.

William miró a su padre sin saber qué hacer. 

- Ve con él, Willie – susurró el señor Jefferson. - Seguramente no nacerá hasta mañana. Iré a buscarte en cuanto haya alguna novedad.

El niño no parecía muy conforme, pero suspiró, sabiendo que no tenía otra opción. 

- Está bien, padre.

- Obedece al señor Duncan. Hazme sentir orgulloso.

- Sí, padre – respondió Will. 

- John, no sé cómo agradecérselo – dijo el hombre, exteniendo la mano para estrechársela.

- No es nada. Verá cómo todo sale bien.

Se despidieron y se marcharon. William estaba algo abatido así que John se esforzó por animarle. 

- Las horas antes de que nazca un bebé son muy aburridas, Will. Todos están muy ocupados y uno se siente muy impotente. Estarás mejor con James y conmigo.

El niño asintió, no muy convencido, pero cuando llegaron a la casa la presencia de James contribuyó a mejorar su estado de ánimo. 

Después de comer estuvieron jugando con Spark un rato, mientras John dormía una siesta. Fue entonces cuando James le habló a Will sobre la oficina del sheriff, las celdas y las esposas. Y Will, por supuesto, quiso verlo de inmediato. James se mordió el labio, sabía que a John no le gustaría que fueran ellos solos pero no pasaba nada por solo mirar ¿verdad? Y Will parecía tan triste y preocupado por su madre que cualquier cosa que le pudiera distraer era bienvenida. Un parto podía ser muy peligroso y ambos lo sabían. 

Con un nudo en el estómago, James cogió un manojo de llaves y se escabulló con William por la puerta trasera para ir hacia los calabozos. 

- No puedes tocar nada, ¿vale? - le pidió, inquieto y ya medio arrepentido de haberle llevado allí.

William corrió a meterse en una de las celdas.

- ¿Jugamos a que soy un ladrón? ¡No, mejor tú eres el ladrón, y yo te detengo! - exclamó el niño, excitado, y cogió las esposas.

- ¡No, Will, deja eso!

- ¿Por qué?

- ¡Porque padre no quiere que lo toquemos! ¡Déjalo, por favor, me meterás en líos!

- Tarde – la voz de John les sorprendió a los dos. - Os escuché salir y decidí seguiros, porque no me habíais pedido permiso para ir a ningún lado. Pensé que podíais haber ido a la posada, pero me sorprendí al ver que veníais aquí cuando esta mañana te dije específicamente que si William quería ver las esposas, solo tenía que pedírmelo.

James agachó la cabeza y sintió un punzada en la boca del estómago. No sabía qué decir, John tenía razón y le había pillado sin escapatoria posible. 

- Perdón, padre – susurró. - Lo siento, lo siento mucho. Will quería venir y tú estabas durmiendo y... y... tendría que haberte despertado y haberte pedido permiso... pero pensé que ibas a decir que hoy no era un buen día...

- Ciertamente, no lo es. Cualquier otro sería mejor que hoy. Tenemos que estar disponibles por si nos llaman – les recordó John. 

- Lo sé, pero... William estaba preocupado y... y yo solo quería distraerle.

- Así que decidiste salir sin permiso, coger mis llaves y traerle aquí. Ahora hazte cargo de esas decisiones. Sin excusas.

- Sí, padre... Perdón.

- Ha sido mi culpa, señor Duncan – dijo Will. - Yo quise venir y James me advirtió de que no tocara nada, pero no le hice caso.

- No. James sabía perfectamente que no debía traerte. Aunque tú tampoco debiste salir sin decírmelo.

- Lo siento... Por favor, no se lo diga a mi padre. Ahora tiene que estar pendiente de madre y de mi hermanito... por favor... Va a estar tan decepcionado de mí...

John se compadeció del muchacho. Había elegido un pésimo momento para meterse en problemas. 

- Eh, nada de eso. No has hecho nada tan malo. No puedo mentirle, pero no le veremos hasta que nazca el bebé y para entonces estará demasiado contento como para regañarte. Ahora vamos a casa. Puedes jugar con Spark un rato si quieres, que yo tengo que hablar con James.

Los tres sabían perfectamente a qué tipo de conversación se estaba refiriendo. Cuando regresaron, James se fue directamente a cuarto, muerto de vergüenza por haber sido descubierto y porque Will iba a escucharlo todo. Sin embargo, John le quitó esa última preocupación de la cabeza en cuanto entró en su habitación, sin darle tiempo a decirle nada. 

- William está fuera jugando con Spark. Le he dicho que vaya a dar un paseo con él, el perro necesita correr.

- Gracias, padre. Yo... lo siento mucho, de verdad.

- Cogiste mis llaves, James. Dejando a un lado que me desobedeciste, ¿cómo pudiste hacer eso? ¿Tengo que guardarlas fuera de tu vista o voy a poder confiar en ti en el futuro?

Con esas sencillas palabras, los ojos de James comenzaron a gotear, como quien abre un grifo y luego no lo puede cerrar. El chico se pasó las mangas por la cara para secárselos, pero era inútil, porque nuevas lágrimas sustituían enseguida a las anteriores. 

- Lo sien... snif... lo siento mucho... snif... No pensé... snif... no pensé en lo que esta... snif... estaba haciendo... snif....

- Bueno, tranquilízate – pidió John y le abrazó, tirando por la borda cualquier propósito de regañarle con firmeza, porque no soportaba ver llorar a ese niño.

- Snif... sí vas a poder confiar en mí... snif... No me odies, por favor... snif

- No te odio, James. Jamás podría hacerlo. Te quiero mucho y es por eso que tengo que enseñarte a hacerme caso, a no jugar en los calabozos,  y a no coger mis llaves sin permiso. ¿Tienes alguna pregunta? - dijo John, comenzando con su ritual habitual, consciente de que aquella vez el niño no podía aguantar demasiadas palabras.

- Snif.... solo una... snif.... ¿dónde está el cuero?

Era su forma de decir “sé que esta vez metí bien la pata”. John le sujetó la cara entre las manos y notó la humedad de sus mejillas. 

- No voy a usarlo. Le dijiste a Will que no podía coger las esposas, porque no querías desobedecer una orden directa que te había dado. El cuero es algo que solo usaré cuando te pongas en peligro, cuando desobedezcas de forma desafiante, si me mientes... o si vuelves a coger algo sin permiso. Te quedaste bastante cerca esta vez, sin embargo, porque no preguntarme si puedes salir porque sabes que voy a decirte que no es casi lo mismo que desobedecer.

James asintió, reprimiendo un sollozo, y a John le estaba matando verle así, por lo que decidió acabar rápido con aquello. 

- Bájate los pantalones - le pidió y James lo hizo inmediatamente, como si quisiera demostrarle lo bien que sabía obedecer, lo bueno que iba a ser a partir de entonces.

John se sentó en la cama y le ayudó a tumbarse sobre sus piernas. Cuando le tuvo así, bajó también su ropa interior. Había esperado algún tipo de protesta por parte del niño, pero no dijo nada. 

- Confío en ti y quiero seguir haciéndolo, pero para eso tengo que poder echarme un rato sin preocuparme porque te vayas a escapar o a coger mis llaves – le dijo y levantó la mano derecha.

La dejó caer directamente sobre la piel de James, provocando un sonido fuerte e impactante.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Con solo cinco palmadas ya podía intuir un ligero tono rosado en una superficie que antes había sido blanca por completo. No quería pasarse y por eso estaba controlando su fuerza, pero se dio cuenta en ese momento de que James era un niño muy delicado, mucho más de lo que parecía. 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

- Tú sabías que no estabas obrando bien, así que espero que para otra vez seas capaz de detenerte.

- Snif.... Sí, señor...

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

James lloraba amargamente, pero lo estaba haciendo mucho antes de que empezara el castigo. Era un muchacho muy emocional, no había que ser demasiado observador para darse cuenta, pero además solía necesitar que sus figuras paternas se sintieran orgullosas de él. Lo había visto ya con el señor Olsen y lo había experimentado en su corto pero valioso tiempo a cargo del niño. Para él no había mayor dolor que sentir que le había decepcionado. 

- Cometes un error; te ganas un castigo. Pero más allá de eso todo está bien. Ya no estoy enfadado contigo, James. Dejé de estarlo en cuanto vi lo arrepentido que estabas.

Esas palabras surtieron algún efecto y consiguieron calmarle un poco.


PLAS PLAS Au... snif... PLAS Nunca más voy... PLAS... a portarme mal, padre... snif... PLAS

John sintió ganas de sonreír ante lo infantil que sonó y lo irreal que sabía que era aquella promesa, pero no lo hizo porque notó la piel de James muy enrojecida, demasiado para tan solo unas cuantas palmadas. 

Le vino a la memoria la única vez en la que se planteó seriamente entrar en el granero y frenar un castigo que el señor Olsen le estaba dando al muchacho. Le estaba gritando porque había dejado caer el azadón muy cerca de su pie. El hombre se había asustado al pensar que su hijo podía haberse quedado cojo, pero James repetía una y otra vez que le dolían las manos, que tenía ampollas y que lo había dejado caer sin querer. John recordaba perfectamente lo que el señor Olsen le había gritado al niño: “¿media hora ayudando con la siembra y ya tienes ampollas? ¿Qué clase de agricultor vas a ser tú, muchacho? ¡Si quisiera una flor delicada hubiera tenido una hija!”. 

John entendía la preocupación del señor Olsen, pero si era sincero dudaba mucho que James fuera a terminar en una granja. Imaginaba para él un tipo de trabajo más intelectual. Sin embargo, el señor Olsen había sido granjero, su padre había sido granjero y su abuelo había sido granjero, así que James simplemente había nacido destinado a ser granjero. En la cabeza del señor Olsen no cabía otra opción y si el chico no era fuerte estaba dispuesto a hacerle fuerte a base de mano dura. 

A John le dio mucha rabia escuchar que le hablaba así, porque no era algo que James hubiera podido evitar. Él no podía evitar que le salieran ampollas en las manos y no era justo regañarle por ello. 

Ese día John le estuvo consolando. Probablemente fue el principio de la relación cercana que tuvieron más adelante. John le dijo que no era débil por herirse las manos con facilidad, sino al contrario: muy fuerte por seguir trabajando a pesar de tener ampollas. Y, aunque lo pensaba de verdad y sinceramente creía que James poseía un tipo de fortaleza interior muy admirable, lo cierto era que no podía negar que el muchacho era aún poco más que huesos. Con suerte en los próximos años desarrollaría algún tipo de musculatura. Pero hasta entonces no era más que un niño frágil. John podía romperle un brazo a una persona de un solo golpe, las costillas con un abrazo y hasta el cuello, si se lo proponía, con sus propias manos. Las dos primeras cosas habían pasado. 

Esa línea de pensamiento fue lo que le llevó a detenerse, a pesar de que inicialmente había pensado ser más duro con el muchacho. No era necesario. Estaba seguro de que nunca más iba a coger sus llaves ni a entrar en los calabozos sin su permiso. Le colocó la ropa interior y le levantó con cuidado. Esa vez ni siquiera esperó a ver si James quería estar solo y no le dio opción: le envolvió con sus brazos y le dejó desahogarse. 

- Yo solo quería distraer a Will – gimoteó y soltó un sollozo intenso y ruidoso. - Pero todo me salió maaaal.

- A veces hacemos verdaderas tonterías nacidas de buenas intenciones – le respondió.

Le abrazó un rato más y después le dejó espacio para que se subiera los pantalones. Se retiró hacia la mecedora y se sorprendió un poco cuando James no le siguió. No estaba obligado a hacerlo, pero todas las demás veces el chico se había dejado consolar por un rato. 

- James... ¿quieres que me vaya? - le preguntó y el niño reaccionó como si alguien hubiera amenazado con llevarse el último litro de agua del planeta. Dio un salto enorme y prácticamente se tiró encima de John, que encajó la embestida como pudo. - Vale, ya veo que no – se rió. - Como no venías... ¿estás enfadado?

James negó con la cabeza y escondió la cara en la camisa de John, que se resignó a hacer de pañuelo humano. 

- Bueno. Ni yo tampoco, ya te lo dije. Así que, ¿crees que podrías dejar de llorar? ¿O es que he sido muy duro contigo? ¿Mmm? ¿Es eso?

John le habló en un tono muy cariñoso, pero no muy diferente al que la señora Olsen había empleado alguna vez. Había empezado a comprender que no solo tenía que suplir la figura de un padre, sino la de una madre también. James parecía necesitarlo incluso más. 

- Snif... No...

- ¿No? ¿No dejas de llorar o no he sido muy duro?

- Snif... Las dos.

John esbozó una media sonrisa y balanceó la mecedora, hasta que el movimiento acompasado terminó de calmar al chico. 

- ¿Mejor? - le preguntó y James asintió.

John rebuscó en su bolsillo hasta encontrar su pañuelo y se lo dio al niño para que se sonara. 

- ¿Vamos a buscar a Spark y a Will?

James volvió a asentir. Se lavó la cara y salieron a la calle, pero no tuvieron que ir muy lejos. William le estaba lanzando un trozo de madera a Spark a poca distancia de la casa. James y John se les unieron durante un rato y cuando oscureció volvieron a entrar en la casa. 

El resto de la tarde y la noche transcurrió sin incidentes. Cenaron y se acostaron, hasta que, a las cinco de la mañana, un golpeteo alergue en la puerta principal les despertó a todos. 

- ¡Una niña! ¡Es una niña!

1 comentario:

  1. Qué bueno tu relato me encanto. Sigue porfis. Me gusta la relacion que tienen padre e hijo

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