domingo, 21 de julio de 2019

CAPÍTULO 75: PERDERLO TODO




CAPÍTULO 75: PERDERLO TODO

 Todos nos enteramos de que algo gordo había pasado con Michael y Alejandro, pero no sabíamos los detalles. Después de la ducha, cuando estábamos en la habitación poniéndonos el pijama, me fijé en la herida que tenía Michael en el muslo y ahí me lo contó. No sé qué cara debí poner, porque resopló y se adelantó a mis palabras: 

- Papá ya me regañó y me castigó, y no fue flojo precisamente, así que no necesito más sermones.

Acto seguido, pasó a relatarme la bronca de papá, algo que yo en realidad no necesitaba escuchar. Pero fruncí el ceño al comprender que Alejandro también se había llevado un buen castigo. 

- Fue demasiado duro con él – protesté.

- ¡Ey! ¿Y conmigo no?

- No, contigo fue blando – le aseguré y me tiró una almohada.

Yo se la devolví y él me la volvió a lanzar, pero justo en ese momento papá entró en el cuarto y la interceptó. 

- ¿De quién es el proyectil? - preguntó, divertido, y Michael me señaló a mí. Papá me dio entonces un par de almohadonazos y me hizo reír.

- ¡Pero qué mentiroso, si empezó él! - me defendí. - Ahora tienes que darle también – exigí, jugando.   

- Ah, se siente. Por un buen rato solo le voy a consentir - dijo papá, con una sonrisa. 

Venía con desinfectante y tiritas, para curarle la herida a Michael, puesto que se la había mojado con la ducha.

- Fue una pérdida de tiempo que me curaras antes – le dijo mi hermano. - No ha durado ni una hora. Menudo desperdicio de tiritas. 

- Nunca es una pérdida de tiempo curarte – replicó papá. - Y gastaré un millón de tiritas si es necesario. Siéntate en la cama, campeón – le pidió y procedió a limpiarle y taparle los cortes.

- Pa... ¿No crees que fuiste algo duro con Jandro? No fue su culpa – comenté, mientras les observaba. - Michael dice que le diste como cien palmadas.

- Michael exagera, porque no le di tantas ni siquiera a él y se llevó un castigo peor – replicó papá, mirando al aludido fijamente y haciendo que agachara un poco la cabeza. - Pero sí puede que haya sido algo duro con tu hermano – reconoció, pensativo. - Ya se sentía fatal antes de que le regañara.

- Creo que verme sangrar le impresionó mucho – explicó Michael y luego puso una voz de bebé. – Malo, papá. 

No fue solo una voz de bebé: fue la voz de Kurt, y sonó tan exacta que giré la cabeza, esperando ver a mi hermano en la puerta por un segundo. Luego recordé el talento de Michael para las imitaciones. No lo hacía mucho, pero cuando lo hacía siempre lo clavaba. 

- Podrías ganar dinero con eso, ¿sabes? - le dijo papá, con una sonrisa. - Esto ya está, campeón. No te lo toques. 
Papá recogió las tiritas y el líquido sobrante y nos dejó para que nos termináramos de vestir. 

- ¿De verdad crees que me pasé con Jandro? - me preguntó antes de salir. - ¿Dónde está, por cierto?

- En el sofá, probando la tele, creo. Y no lo sé, yo no estaba ahí, pero es mi deber defender a mis hermanos y decirte lo malo que eres por castigarles – respondí y papá puso una mueca, a medio camino entre una sonrisa y una cara de resignación.

- A mí no me has defendido – se quejó Michael.

- Tú saliste demasiado bien librado, porque decidí confiar en que el dolor del corte te recuerde el no volver a hacer estas tonterías – replicó papá. - Eso te va a durar más que cualquier palmada que pueda darte.

- ¡Si le das con un cepillo, no! - apuntó Barie, desde el pasillo, camino a su habitación.

- Bárbara, ven aquí – llamó Aidan, serio.

Yo me tapé con la sábana, dado que aún estaba en calzoncillos, pero Michael ni se inmutó. 

- ¿Papi? - respondió Barie, asomando la cabeza.

- Que sea la última vez que te burlas de tu hermano – le advirtió. Caray, sonaba enfadado. 

- Pero... vosotros os estábais riendo también.

- Sí, pero estábamos de broma. Tú sugeriste algo muy feo.

- Yo estaba de broma también – protestó mi hermanita. -  Perdón, papi.

- Ya, Aidan. No me molestó – aseguró Michael.

- Perdón, Michael – dijo Barie y se acercó a darle un abrazo y un beso en la mejilla.

- Ow. Pero ¿cómo tienes corazón para regañar a esta monada? - preguntó mi hermano y le pellizcó el moflete a Bárbara para chincharla. 

- No lo tengo, de eso se aprovecha – respondió papá, sonriendo de nuevo. - Ven aquí, princesita. Dame un abrazo.

- No, porque me regañaste – se quejó Barie, con la voz aniñada, y sin embargo de metió entre sus brazos. 

- No me gustó el comentario que hiciste, cariño, pero siento si reaccioné exageradamente. Es verdad que nosotros también estábamos de broma y no he debido ponerme así. Pero date cuenta de que ninguno de tus hermanos te hace burla cuando te metes en problemas, canija. Saben que te da mucha vergüenza. Quizás deberías mostrarles la misma consideración, ¿no?

Barie se sonrojó y asintió, restregándose contra la camiseta de papá.

- Tienes razón.

- Y, para que conste, aunque le diera con un cepillo, el corte le seguiría durando más.

- No cojas malas ideas – dijo Michael. - ¿Me ayudas a ponerme la insulina?

Muchos días, Michael se pinchaba solo, pero a veces le gustaba contar con la ayuda de papá. Lo hacía sobre todo cuando estaba mimoso, aunque sé que él jamás lo admitiría. 

- Mejor después de cenar, ¿no?

- Es que no tengo mucho hambre.

- Tienes que comer, cariño. Tú más que nadie, que al final, en vez del azúcar alto lo vas a tener por los suelos. Te haré un sándwhich, como a Jandro – propuso papá y a Michael le pareció una buena idea. 

- ¿Y los demás qué cenamos, papi? - preguntó Barie.

- Pastel de verduras.

- Yeeeey – celebró mi hermana. 

- Sí, tú dices “yey”, pero tus hermanos me van a dar la cena – suspiró papá.

- Prohibido castigar a nadie más hoy, ¿eh? - intervine yo. - Que ya cobraron tres y de propina regañaste a mis amigos.

- ¿Tres? - se extrañó Michael.

- El enano esta mañana – le recordé. 

- Ay, no – dijo Barie. -  Kurt odia el pastel de verduras. Papi, tenle paciencia.

- Tranquila, princesa. Tengo el chantaje perfecto: natillas de postre. 

En realidad, papá no solía castigar a nadie por el tema de las comidas. Era cabezota y tenía bastante aguante, así que los enanos casi siempre acababan comiendo por desgaste. Sabían que no podían levantarse de la mesa si no. 

- Voy a sacarlas de la nevera, por cierto. Cuando estéis, bajad a poner la mesa – pidió papá.

Nos dejó solos y Barie se mordió el labio mirando a Michael.

- ¿Me has perdonado de verdad o solo porque estaba papá? - preguntó, en voz baja.

- No ha sido nada, enana. Tienes que decirme algo mucho peor para que me enfade.

- Papá se sintió muy mal cuando te pegó con el cepillo – le hice saber a Michael. - No creo que el problema fuera que tú lo insinuaras, Bar, sino que ya una vez lo hizo y no se siente orgulloso de ello.

Conocía a mi padre y sabía que le costaba mucho ser estricto. La mayoría de las veces era demasiado bueno con nosotros y cuando no lo era se sentía culpable. 

  • AIDAN'S POV -
  •  

Ted me metió el gusanito de la culpabilidad en el cuerpo. ¿Había sido demasiado duro con Jandro? Si era sincero conmigo mismo, debía admitir que tenía tendencia a ser más firme con Harry y con él, porque eran mis hijos más rebeldes, aunque debajo de esa capa de adolescencia había dos buenos chicos. 

El comentario de Barie no ayudó, porque me recordó que a veces cruzaba mis propios límites. Una cosa que tuve clara cuando decidí seguir castigando a Ted con palmadas a partir de una determinada edad fue que siempre tenía que tener autocontrol. Las metidas de pata de un chico de trece o catorce años suelen ser más serias que las de un niño pequeño e incluso a veces incluyen insultos y faltas de respeto que pueden hacer que cualquiera pierda los nervios y la calma, pero no podía permitirme caer en eso. Si se me iba la mano castigándole un mes sin salir por algo que realmente no merecía más de una semana, no era tan grave y podía reparar el error. Pero si se me iba la mano en el sentido más literal de la expresión, no podría perdonármelo nunca. Para ejemplo, lo que había sucedido con el propio Ted, cuando le castigué por algo que ni siquiera había hecho. 

Creía que nunca había lastimado a mis hijos y no pensaba hacerlo nunca, pero ya dos de ellos me habían recordado que estaba demasiado gritón últimamente. Los acontecimientos recientes me tenían al borde del precipicio, como se suele decir, y mi técnica de separar cada cosa en un compartimento y olvidarme de un asunto para ocuparme del siguiente no me estaba funcionando: si pasaba mucho rato sin hacer nada, la imagen de Michael con esposas, el rostro de mi padre o la silueta de un doctor dándome malas noticias sobre Kurt se me aparecían. 

Por suerte, con doce hijos, realmente uno no tiene demasiados de esos ratos en blanco. Ellos me mantenían ocupado y distraído. Últimamente parecían compinchados para darme pequeños infartos.   En ese momento, cuando salí del cuarto de mis hijos mayores, vi una imagen terrorífica: Kurt estaba subido a un taburete intentando enchufar el secador. Si lo hubiera pensado mejor, me hubiera dado cuenta de que no era tan peligroso. El peque ya no estaba mojado, estaba en pijamita y solo le faltaba secarse el pelo, así que no se podía electrocutar. Y ese taburete bajito era algo que mis hijos más pequeños usaban en el baño, como un escalón para llegar a las cosas altas. Pero en ese momento me asusté, y volé hacia él, como si tuviera una pistola en las manos. 

- ¡Kurt, deja eso!

Automáticamente mi enano soltó el secador y este se cayó al suelo. Hombre, tampoco tenía que ser tan literal. 

- ¡Papi, me asustaste! - me acusó, con la respiración en verdad algo agitada.

- Perdona, campéon. Trae que te ayude, papá te lo seca – me ofrecí. Solía hacerlo yo, de todas formas. A veces Ted o Barie. Aunque la mayoría del tiempo, cuando no estábamos en invierno, se lo frotaba solo con una toalla y ya.

Recogí el secador del suelo, pero la carita de susto no se le iba. Le di un beso y él se llevó una mano a los oídos. 

- ¿Kurt? ¿Pasa algo?

- Suena fuerte, papá.

- ¿El qué? - pregunté, sin comprender.

Kurt, poco a poco, retiró las manos de sus oídos.

- ¿El qué suena fuerte, campéon?

- Así, mira: pum pum, pum pum, pum pum – marcó un ritmo rápido y yo traté de descifrar lo que me estaba explicando a su manera infantil. Sentí un escalofrío cuando lo comprendí: se refería a los latidos de su corazón. Le estaban resonando en los oídos, rápido y furte.

“Es normal que su pulso se acelere cuando se lleva un susto” me dije. “No te obsesiones, no te obsesiones, no te obsesiones. Aún no le ha visto el médico. Seguramente te dirá que no tiene nada”.

Vale, pero entonces, ¿por qué acababa de describir con bastante precisión lo que se sentía al tener una taquicardia? 

Le sequé el pelo sin decir nada y al mirarme en el espejo mientras le peinaba vi el rostro de un hombre preocupado. Cuando terminé le cogí en brazos y le di un beso. Ojalá el cardiólogo nos hubiera dado cita más pronto. Todavía teníamos que esperar casi dos semanas y yo necesitaba respuestas, para volver a respirar tranquilo. 

- ¿Papi, puedo jugar con tu móvil? - me pidió.

- Sí, campeón. Pero solo un ratito. Enseguida vamos a cenar.

Le puse el Candy Crush, que era su juego favorito. Algunos niveles eran demasiado complicados para él, pero entendía el mecanismo básico. Le dejé entretenido y bajé a la cocina, pero antes de llegar vi a Alejandro en el sofá y me acerqué a él. 

- ¿Qué, hemos elegido bien?  - pregunté, refiriéndome a la tele.

Alejandro asintió, viendo una película pero sin prestar la atención necesaria, porque se estaba quedando dormido.

- Te traigo el sándwhich ahora, canijo, no te me duermas.

- Mhmm.

En vista de tan elaborada respuesta, decidí darme prisa. Hice un sándwhich con jamón, queso y huevo para él y otro para Michael. Le llevé su plato a Alejandro y, cuando lo vio, se le iluminaron los ojos. Le encantaba el queso fundido, a mi pequeño ratón. 

- Está riquísimo – me aseguró, hablando con la boca llena. Ignoré sus malos modales alimenticios por aquella vez, porque había otras cosas más importantes que tratar.

- Me alegro, campeón. Oye, Jandro. En ningún momento he pensado que tú tuvieras la culpa por el corte de Michael – quise aclararle.

- Al principio sí - me recordó, sin dejar de comer. - Cuando me viste con la cuchilla.

- Bueno, sí, pero porque no sabía lo que había pasado. Después me lo dijísteis y me quedó claro que toda la idea fue de tu hermano. Pero tú seguiste con ella, ¿entiendes? Por eso fue por lo que te castigué. 

Alejandro asintió y, con un par de bocados más, se terminó el sándwhich. 

- Es algo de lo que me crees capaz, ¿no? - me preguntó, en tono ligero. - Cortar a mis hermanos.

- ¡No, por supusto que no!

- Claro que sí. No paro de liarla siempre.

- Alejandro, tal vez no seas la persona más obediente y sensata del mundo, pero eres un buen hermano, cada vez mejor a medida que creces y aprendes. Más que eso, eres una buena persona. Si hay algo que sé que no harás nunca es daño verdadero e intencional a tus hermanos. ¿Una pelea? Tal vez. Empuñar un cuchillo contra ellos, nunca – le aseguré.

Mi hijo me miró fijamente y después asintió, como si me creyera, pero no le vi muy convencido. Mi pobre enano. ¿En serio se sentía así? Tiré de él y le di un abrazo. 

- Ted tenía razón, debo haber sido muy duro y no solo ahora si de verdad piensas así.

- No es eso, papá. Pero me vas a llevar a la cosa esa de la ira porque crees que estoy fuera de control  - me explicó. Si hubiera sabido que la insinuación de esa terapia le iba a afectar tanto, jamás lo habría planteado. 

- Mi niño. Claro que no estás fuera de control. No eres más que un adolescente con una situación familiar estresante, porque once hermanos estresarían a cualquiera. La terapia no es ninguna clase de último recurso, campeón. Es solo una cosa que creo que podría ayudarte y evitarte algún que otro problema. No me gusta castigarte siempre, canijo. Pero si le das un golpazo como el que le diste el otro día a Barie, lo tengo que hacer. Si encontramos algo que te ayude a controlar esos impulsos, mejor que mejor, ¿no?

Alejandro asintió, con vergüenza y soltó un bostezo. 

- ¿Lo entiendes? - insistí, peleando contra el sueño por su atención. - No pienso nada malo de ti, Jandro. Eres tan maravilloso como cualquiera de tus hermanos. No te creo capaz de ninguna cosa horrible. De hecho, sé bastante bien que he criado un buen chico, por eso cuando haces algo que no se corresponde con eso, me enfado un poquito. Pero un poquito solo.

Alejandro estiró el labio en una media sonrisa. Agaché la cabeza para besarle en la frente.

- Cepíllate los dientes y a dormir, campeón. Te me caes de sueño.

- Buenas noches, pa.

- Ah, veo que Ted te lo ha contagiado – le dije, y me miró con confusión. - El “pa”. Me suena un poco raro.

- Se siente. Tú me llamas Jandro, yo te llamo pa – me chinchó.

- Me parece justo. Cuidado al subir las escaleras. 

Le notaba demasiado cansado como para prestar atención a dónde ponía los pies. Le observé subir y después fui a por el sándwhich de Michael. Se lo llevé a su cuarto y lo devoró en cuarenta segundos.

- Para no tener hambre, acabas de engullirlo – le dije, asombrado. - No puedes comer tan rápido, hijo. Te sentará mal.

- Perdón – dijo, con una sonrisa tímida y avergonzada. - ¿Me pinchas?

- Si me lo pides así... - bromeé. - ¿Tú también quieres acostarte pronto?

Asintió y vino conmigo al baño, donde guardábamos su insulina. Tal vez aquel no era el mejor lugar para inyectarle, pero ya nos habíamos acostumbrado a hacerlo así. Me senté en la taza y preparé la jeringuilla. 

- ¿En el muslo? - le pregunté.

- Sí – respondió y se dio la vuelta. Se bajó un poco la ropa y a mí seguía asombrándome lo bien que se tomaba las inyecciones. Para él eran algo rutinario.

Le agarré de la cadera para sujetarle. Fue un gesto normal, necesitaba un lugar donde poner la mano y eso era cerca de dónde le iba a pinchar, por eso jamás pude preveer que reaccionara como lo hizo. Se apartó bruscamente, se subió la ropa y se fue al extremo opuesto del baño.

- ¿Michael? - le llamé, extrañado, mientras intentaba acercarme a él.

Mi hijo se pegó a la puerta y luchó contra el pestillo.

- No está echado, Michael – le expliqué, porque no parecía darse cuenta de que estaba abierto y nada le impedía salir - ¿Qué ocurre?

Durante unos segundos, no obtuve respuesta, y él siguió manipulando el cerrojo con torpeza. Después, dejó la mano quieta y poco a poco se giró para mirarme, como si hubiera vuelto a la realidad de pronto. 

- ¿Cariño, qué...?

- No... No sé qué me pasó. Estaba en la ducha y...

Fruncí el ceño. Lo que decía no tenía sentido, se había duchado hacía ya un rato. Entonces, de pronto, lo entendí: Michael había tenido un flashback, un recuerdo del día en el que esos bastardos abusaron de él. 

- Tranquilo, campeón. Tranquilo. No hay nadie aquí, solo tú y yo, nadie te va a hacer daño. ¿Fue porque te toqué la cadera? ¿Te molesta que te toque ahí? - pregunté, con la voz más suave que supe poner. No podía recordar si lo había hecho en otras ocasiones, pero me parecía que sí. Sin embargo nunca había reaccionado así.

- ¡No! No, eso a mí no me pasa. ¡No tengo ningun trauma, no! - gritó, algo fuera de sí. 

La vehemencia con la que lo negaba me sorprendió. Para él casi parecía más importante demostrar que no tenía secuelas que el hecho en sí de tenerlas. 

- Cariño, es normal. Has estado leyendo ese libro, me lo has contado a mí, se lo has contado a alguien por primera vez, es normal que eso mueva cosas dentro de ti...

- ¡NO! - insistió, muy alterado. Respiró hondo para intentar calmarse. 

- No pasa nada, Michael. Tienes derecho a tener miedo.

- ¡YO NO TENGO MIEDO! - bramó. - ¡No tengo miedo! ¡Me he esforzado mucho para no tener miedo!

Cosita. Me acerqué lentamente, muy lentamente, y le abracé. 

- Lo sé, mi vida. Nadie pone en duda que eres muy, muy valiente. Pero incluso los valientes tienen miedo cuando han pasado por todo lo que has pasado tú.

Los ojos se le humedecieron, pero estaba luchando contra las lágrimas. 

- Meses enteros perfectamente bien y de pronto vengo aquí y me da un chungo. ¿Qué estás haciendo conmigo? - se quejó.

- No estoy haciendo nada, campeón. Solamente te permito sentir lo que necesitas sentir. Bloquearlo no es bueno para ti. Necesitas dejarlo ir - susurré, y froté su espalda. - Aquí te sientes seguro. Por fin te permites admitir tus propias emociones. Pueden darte todos los chungos que quieras, cariño. Yo siempre estaré aquí para abrazarte hasta que pasen.

Michael decidió poner a prueba mis palabras y me apretó más fuerte. Estuvimos así durante un rato. 

- ¿Mejor? - pregunté y él asintió. - Tengo que ponerte la insulina, mi amor. ¿Estás listo?

Volvió a asentir. Me moví con mucho cuidado.

- Si algo de lo que hago te molesta, necesito que me lo digas, campeón. Sé lo que es que no te guste que te toquen. Yo no suelo dejar que nadie que no seáis vosotros me toque las manos, las piernas y el pecho – le expliqué. Quizá hablar de mis propias fobias le ayudaría a hablar de las suyas. El miedo al contacto físico no me era ajeno.

- Pero es que a mí sí me gusta, papá. Osea, me da igual. No entiendo qué me ha pasado.

No le dije nada, pero estaba convencido de que era mi culpa, por darle aquel libro. También puede que tuviera que ver con que recientamente había vuelto a la cárcel, el lugar en el que sucedió todo. Los recuerdos que había bloqueado se estaban activando. 

Cogí la jeringuilla de nuevo y aquella vez pude pincharle sin problemas. 

- Ya está, grandullón – le anuncié, aunque seguro que ya lo había sentido. - ¿Quieres un abrazo?

- No, que me voy a volver maricón – protestó.

No me gustaban esa clase de comentarios, pero no quería enfadarme con él.

- Pues yo debo ser el rey de los homosexuales, entonces, porque me paso todo el día abrazando a la gente. No sabía que querer a tu familia tuviera que ver con tu orientación sexual - le dije y agachó la mirada, algo culpable.

- Técnicamente, maricón ya soy. A ver si te crees que me violaron cinco mujeres - susurró. 

Las palabras de Michael me rompieron el corazón con la rápidez con la que una bala rompería un cristal. No sé por qué, ni por qué escuchar en ese momento lo que ya sabía me resultó más fuerte, pero un sollozo me comprimió el pecho y, para aplacarlo, y sin molestarme en preguntar aquella vez, le abracé. 

  • MICHAEL'S POV -
  •  

Cuando no tienes nada, perderlo todo no te parece importante. Si además de prácticamente huérfano eres pobre, estás indefenso ante un hombre con más poder que tú y vives en una celda compartida de diez metros cuadrados, piensas que mucho más bajo no puedes caer. Pero es mentira. Cuando entras en la cárcel te arrebatan tu libertad, tu dignidad y tus objetos personales, pero todavía te tienes a ti mismo. Cuando te violan, durante unos segundos dejas de pertenecerte. Eres la posesión, el premio de otra persona que solo te ve como un agujero, un trozo de carne o una forma de pasar el rato. 

Eso es lo que más cuesta, bajo mi punto de vista. Recuperarte a ti, a la parte de ti que has perdido. Volver a ser el de antes. Tener control de tu cuerpo y de tus pensamientos, para que nadie domine sobre ellos. Había sido fácil creer que lo había conseguido: ya no estaba en la cárcel, había tenido ocasión de elegir mis propias parejas sexuales, llevaba tres meses con una vida de cuento... Y, de pronto, ahí estaba de nuevo: la pérdida de control. El frío que se te mete en los músculos y en el cerebro. 

Aidan creía que era por el libro que me había regalado. No dudo que tuviera algo que ver, pero creo que más que nada se debía a la perspectiva del juicio con Greyson. La cercanía del momento donde otra persona decidiría si yo podía volver a ser dueño de mí mismo o si tenía que entrar de nuevo a la cárcel, para ser el juguete de alguien más fuerte y más degenerado que yo. Como digo, cuando no tienes nada, perderlo todo no parece importante. Pero yo ahora tenía mucho que perder. Podía perder a mi familia. Y eso daba tanto miedo que mi cuerpo solo encontraba una situación comparable, a pesar de que había vivido aterrado durante gran parte de mi vida. Pero solo había habido una cosa que me destrozara tanto por dentro. 

Papá me estaba diciendo algo, pero yo no le había escuchado. Estaba inmerso en mis propios pensamientos. 

- Acepté lo que pasó hace tiempo – susurré. - Es la posibilidad de que vuelva a pasar lo que me aterra. Y ni siquiera sería lo peor que podrían hacerme. Separarme de vosotros sería mucho peor. No quiero ir a la cárcel, Aidan – supliqué, como si fuera una decisión que estuviera en su mano. - Hasta la cosa más sencilla del mundo, como ponerme la insulina, tiene un nuevo significado desde que estoy aquí. No tengo que hacerlo solo si no quiero. No tengo por qué hacer nada solo nunca más. No es que tenga miedo a que me toques, tengo miedo a que dejes de hacerlo.

- Siempre voy a estar contigo - me aseguró, pero no le dejé continuar.

- Me digo a mí mismo que esta vez no sería tan malo. Que incluso en la cárcel os seguiría teniendo. Tal vez tú vinieras a verme y me mandarías dibujos y cartas de los enanos y el tiempo pasaría más rápido porque sabría que al salir volvería a veros. 

- Tal vez no, yo iría a verte TODOS los días – enfatizó. - Pero primero vamos a luchar con todo lo que tenemos. Michael, fue tu idea ir a juicio porque quieres ver limpio tu nombre. Quieres que se haga justicia. Tenemos que confiar entonces en que la justicia existe. El abogado está reuniendo pruebas e información. Un hombre como Greyson habrá dejado más de un cabo suelto en su vida. Va a pagar por todo lo que te ha hecho y eso es una promesa.

- ¿Incluso aunque sea tu padre?  - le pregunté.

- Ese hombre no es mi padre – me respondió. - Y tiene que pagar por lo que le ha hecho a mi hijo.

Tenía que haber alguna clase de magia en la palabra “hijo”, porque cuando Aidan la decía me hacía sentir seguro. 

Yo sabía que el juicio lo podíamos ganar. Sabía que lo que yo decía era verdad. Pero me preocupaba el hecho de que la verdad no suele importar cuando tratas con personas que mienten, estafan, sobornan y amenazan. 

Me dejé mimar un rato más. Papá conocía mis puntos débiles y su forma de tocarme el pelo siempre conseguía adormecerme. Aquel había sido un día muy largo. Me costaba asimilar que hacía apenas una hora y media me estaba llevando una bronca enorme por intentar hacerme una escarificación. Aidan había pasado de ponerse como un basilisco a abrazarme como un osito de peluche. Era genial que no le durara el enfado, porque en ese momento yo necesitaba al padre cariñoso.

Papá me acompañó a la cama y me sugirió que fuera a dormir con él, pero lo rechacé. Era demasiado mayor para dormir con mi padre. Una parte de mí se arrepintió, sin embargo, pero no tuve demasiado tiempo para pensar en ello, porque desde que me arropó hasta que me quedé dormido no pasaron más de cinco minutos. 

  • AIDAN'S POV -
  •  

El ambiente festivo de las vacaciones no había conseguido llevarse todas las preocupaciones. Michael estaba sufriendo y yo no podía verle así. Sabía que el abogado estaba trabajando en una estrategia de defensa, pero con eso no era suficiente. Tenía que hablar con Andrew: eran muchas las preguntas que debía responder. No podía seguir jugando al ratón y al gato: con Andrew siempre había tenido que ser yo la parte madura de la relación. 

Después de dejar a Michael y Alejandro ya acostados, mientras el resto de mis hijos cenaban, yo subí a mi habitación para realizar una llamada. No esperaba que Andrew me lo cogiera al primer toque.

- ¿Dígame?

- Papá – saludé. Luego quise pegarme. 

“No le digas papá, estúpido”.

- Aidan – respondió. Parecía contento. - ¿Les gustaron los regalos?

- Sí. Fue... muy amable de tu parte – le dije. La pregunta me había pillado desprevenido. Casi me había olvidado de los regalos.

- También tengo algo para ti, pero eso te lo quiero dar en persona.

No supe qué decir ante eso. ¿Se le había metido dentro el espíritu de la Navidad o qué?

- Si de verdad quieres darme algo, lo único que necesito son respuestas. ¿Cómo es eso de que no eres mi padre biológico?

- Aidan, esto no es algo que debamos hablar por teléfono. Te prometo que te lo contaré todo, pero no así – me dijo.

Durante varios segundos, no le respondí. Ese hombre no sonaba como el que yo conocía. No parecía el mismo que me había criado.

- Está bien – accedí al final. - Pero respóndeme una cosa: ese hombre, Eliah Wayne, tu abogado. ¿Puede ganar esto?

- Con absoluta certeza. No tienes nada que temer – me aseguró y, por alguna razón, le creí. Tal vez todos necesitamos un padre que nos diga que todo va a ir bien. Andrew nunca había sido ese padre, pero en ese momento lo estaba siendo y automáticamente la presión sobre mis hombros se hizo más soportable. 

- Vale – acepté. Luego decidí añadir algo más. - Michael no va a ir a la cárcel. Si por algún casual no ganamos el juicio, le saco del país si hace falta.

- Si hablas en serio, eso se puede arreglar – me susurró. - Pero es imposible que no lo ganéis. Eliah está realizando un escrito recopilatorio de pruebas y ya lleva más de cien páginas. En los próximos días se pondrá en contacto con vosotros. Le he pedido que os deje tranquilos durante las vacaciones.

¿Desde cuándo Andrew era tan considerado? ¿Tenía que empezar a actuar como un padre justo cuando descubría que no lo era?

- Tengo que colgar, Aidan. Pero te llamaré... si te parece bien.

- Ya sabes dónde encontrarme – susurré, a modo de despedida.

“Siempre lo has sabido, pero nunca antes te había importado”. 

Estuve varios minutos en silencio después de colgar, mirando al infinito y con la mente en blanco. Pasado un rato bajé con mis hijos y me peleé porque cenaran mientras yo mismo me esforzaba por comer algo. A Alice prácticamente tuve que hacerle el avioncito, pero me hizo reír cuando intentó hacérmelo ella a mí. 

- Mira, papi, me lo comí todo – me dijo Kurt, con ese tono especial que ponía cuando quería escuchar un cumplido de mi parte.

- Ya lo veo, campeón. Muy bien. ¿Quieres las natillas?

- ¡Sííí!

Su enorme sonria me enterneció. Me fascinaba ver cómo los niños pequeños eran genuinamente felices ante cualquier tontería. Ellos valoraban mejor que nadie los diminutos placeres de la vida. Los pequeños y no tan pequeños, porque los ojos de Ted también se iluminaron con las natillas. 

- Estoy rodeado de bebés golosos.

- No finjas, papá, que aquí el más glotón eres tú – replicó Madie.

- Oye, mido 1.98, tengo que sacar energía de algún lado – me quejé. - Pero esta ratita de aquí no levanta un palmo del suelo y es tan glotona como yo – añadí, haciéndole cosquillitas a Alice. 

Mi fuerza no la sacaba de ningún dulce, sino de ellos. Tenerles cerca bastaba para aliviar cualquier carga. 

Cuando acabaron de cenar acosté a los peques, pero los mayores se dispersaron a sus cuartos o hacia el salón. Su hora de acostarse en vacaciones se estiraba mucho. Harry y Zach se pusieron a jugar con la videoconsola. Poco a poco, los demás se fueron acostando, pero ellos seguían pegados a la pantalla.

- Chicos, una partida más y a la cama, ¿bueno? Se está haciendo tarde.

Sabía que si les decía eso, con suerte conseguiría que lo dejaran cinco partidas después. Sin embargo, mientras terminaba de organizar el frigorífico para ver si nos faltaba algo, les escuché discutir. 

- ¡No puedes hacer eso! ¿No ves que así te matan, idiota? ¡Si no sabes jugar no enredes!

- ¡El que no sabe jugar eres tú! 

- ¡Sin pelear! - les avisé, sin asomarme, pero no me hicieron caso y su discusión fue a más, hasta que escuché un golpe seco y un quejido.

Me acerqué a verles y estaban forcejeando, para quitarse el mando el uno al otro. 

- Bueno, ya vale, ¿no?

- Papá, tu hijo es imbécil – me informó Harry.

- No insultes a tu hermano. Si no sabéis jugar tranquilos, se acabó por hoy – les dije, cogiendo yo el mando para que dejaran de forcejear. -  A la cama, venga.

- ¿Qué? ¡Pero no es justo! - protestó Zach.

- Sí, solo porque este idiota no sabe jugar.

- ¡Idiota tú!

- Basta de insultos, ¿eh? - les corté. - Venga, id a dormir.

- ¡No vale, aún no me pasé el nivel! - gruñó Harry y trató de quitarme el control.  

Lo levanté mucho más alto, donde no llegaba y le miré serio.

- Si te lo he quitado no lo puedes volver a coger. A la cama ahora u os despedís de la consola por una temporada. 

Harry dio un golpecito en el sofá y se marchó zapateando, seguido por su hermano, igual de fastidiado pero demostrándolo de forma algo menos agresiva.

- Eh, ¿y mi abrazo, mocositos? ¿Y mi beso de buenas noches?

Zach regresó y dejó que le diera un beso, pero Harry me giró la barbilla desde la escalera. Rodé los ojos y les acompañé a su cuarto. 

- Harry, beso o no me voy – le advertí.

- Humpf.

- Que me des un beso, pulga – le chinché y le hice cosquillas. Él se rió y finalmente se rindió ante mi tortura. Me dio un beso rápido y dejó que le abrazra. - Eso está mucho mejor. Buenas noches, campeón. Te quiero mucho.

- Y yo también. Pero te querría más si no fueras tan plasta.

- Mala suerte. Este es el padre que te ha tocado.

Esperé hasta que se acostaron y después hice una ronda por todos los cuartos. Finalmente, después de un día largo y lleno de sobresaltos -empezando por una incursión nocturna al rescate de dos adolescentes- me metí en la cama. El día anterior no había dormido demasiado, así que el sueño me venció enseguida.

Desperté de madrugada por unos ruidos que venían del piso de abajo. Fui a investigar y me encontré a los gemelos rodando por el suelo. La televisión estaba encendida y con un videojuego en pausa, así que no fue difícil averiguar lo que había pasado. 

Encendí la luz y eso bastó para que se separaran y me mirasen sorprendidos por haber sido descubiertos con las manos en la masa.

- ¿Qué parte de “a la cama” no se entendió? ¡Son las cuatro de la mañana! No son horas de estar con la consola y encima habéis vuelto a pelear. ¡Vais a despertar a todo el mundo!

- Pa... papi... - fue todo lo que alcanzó a decir Zach.

Apagué la tele y empecé a recoger la consola. 

- Os vais a la cama pero ya. Mañana hablaremos de esto, ¿eh?

- ¡No, espera! ¿A dónde te la llevas? - preguntó, refiriéndose al aparatejo.

- A mi cuarto. Os habéis quedado sin ella por tres días.

- ¡Papá, eso es mucho! - se quejó Zach.

- ¿De qué vas? Ni de coña.

- Para Harry serán cuatro días – declaré. - No soy uno de tus amigos, no puedes hablarme así.

- ¡Y tú no puedes quitarme la consola! - exclamó y tiró de ella para sacármela.

Era la segunda vez que hacía eso. Levanté una ceja y dejé la consola sobre la mesa, pero antes de que Harry pudiera cogerla, le agarré del brazo. 

- Te he dicho antes que no hagas eso – le regañé. - Si te la quito no la puedes coger. Y no puedes pelearte con tu hermano ni ponerte a jugar a las cuatro de la mañana.

Me senté en el sofá y le moví sin muchas dificultades para tumbarle sobre mis pierna. 

- ¡No, papá, espera!

PLAS PLAS PLAS PLAS... Ay… PLAS

- Tus horas de sueño son importantes. No es como si no te dejara jugar durante el día, caramba.

PLAS PLAS PLAS... Bueno, ¡vale!... PLAS PLAS 

- No, vale no. Zach y tú os estábais revolcando por el suelo como animales.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

- Bueno, ya no lo hago más.

- Eso espero, campeón – le dije y le ayudé a levantarse. - Vete a la cama, que ahora subo yo.

Harry abrió mucho los ojos y la boca y su cara empezó a congestionarse como a cámara lenta.

- ¿Qué dije? - me extrañé.

- No me has dado un abrazo - me acusó, con la voz tomada.

- Oh, cosita. Ven aquí – le envolví y le senté encima. - Pensaba mimarte en cuanto subiera, ¿eh? Es que es muy tarde, canijo, deberías estar durmiendo.

- Pero estamos de vacaciones.

- En vacaciones también hay que dormir.

- Buh.

- Buh, campeón – le dí un beso y después le levanté con una palmadita cariñosa. - Más mimos si cuando suba te encuentro en la cama – le anuncié y Harry subió las escaleras.

Me giré hacia Zach, que me miraba con un puchero. Inicialmente había pensado hablar con ellos por la mañana, pero la actitud de Harry me había llevado a adelantarlo y tal vez tampoco fuera lo mejor hacer esperar a Zach. Me di un golpecito en la pierna para que se acercara.

- Es muy tarde para andar castigando a nadie – alegó.

- También para pelearse y desobedecerme – le respondí.

Mantuvo su puchero unos segundos más, pero luego se tumbó encima de mis piernas. 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

- Au, papi. Qué malo.

Su pijama de invierno era gordísimo y yo no estaba usando apenas fuerza. El más malo del mundo, vamos. 

PLAS PLAS PLAS PLAS... Ow... PLAS

PLAS PLAS PLAS... Ya papá... Me portaré bien... PLAS PLAS

- Eso lo dudo, bichito – le dije, mientras le ponía de pie. - No serías tú si no haces alguna trastada.

Me dedicó una media sonrisa pícara y estiró los brazos para pasarlos alrededor de mi cuello. 

- Ahora tienes que subir a mimarnos, ¿eh?

Fue mi turno para sonreír y le acompañé al piso de arriba. Me desvié solo un segundo para dejar la consola en mi cuarto y luego fui a la habitación de los gemelos. Habían juntado sus camas como por acuerdo tácito y me esperaban con un huequecito en medio de los dos. Me encajé allí y dejé que me aplastaran, contagiado por su ánimo cariñoso. 



2 comentarios:

  1. Me dio mucha penita Michael porque ha pasado por muchas cosas y no es justo que a su edad tenga que estarse preocupando por ir a la cárcel!!
    También sé que me he perdido muchos años pero me encanta encontrar estos capítulos y sé que supongo que han pasado casi tres años de esta publicación y sé que ya hasta todo debe estar aclarado, pero no me quiero brincar ningún capi y los voy a seguir leyendo en orden..
    Pero hasta donde voy no es justo que le haya tocado más fuerte al Jandro y a los gemelos que ellos si estaban peleando y desobedecieron no!!

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