lunes, 8 de julio de 2019

Capítulo 14




Luis POV continuación
―No te imaginas hermano, que tristeza sentí al ver a todos esos chicos atrapados en las garras del enemigo y del alcohol, bajando de ese barco.
Yo le dirigí una mirada de sorpresa y preocupación a Jonathan.
―Mi papá es jardinero en el hotel Caracol―me susurro al sentarse
―Todas esas vidas jóvenes siendo destruidas en el pecado, cuando podrían estar sirviendo al Reino de los Cielos evangelizando y discipulando. ―continuó lamentándose su papá.
Jonathan se sirvió caldo de pescado y me pasó la cacerola para que yo me sirviera también.
―Den gracias a Dios por los alimentos. ― Su papá nos indicó pasándonos la canasta con tortillas calientes.
Yo cerré los ojos para fingir respeto mientras Jonathan hacía una oración rápida de gratitud por los alimentos. Pero cuando los abrí para empezar a comer, noté que el papá de Jonathan nos miraba con intensidad y seriedad. En ese momento se paró de la silla y levantó a Jonathan de un tirón del cuello de su playera.
―Estaban ahí, ¿qué hacían ahí? ―exclamó enojado mientras Jonathan trataba de alejarse de su enojado padre.
—No papá claro que no. ¿Dónde?
—Y todavía tienes el descaro de mentirme.
—No papá, perdón. No es como tu piensas, estábamos trabajando, de guías turísticos. Yo no tomé nada de alcohol.
—¿Y quién te dio permiso de trabajar como guía turístico en ese ambiente lleno de pecado?
Para ese momento mi papá ya se había levantado de la mesa y se acercó a mí.
—Luis. Dime la verdad. —me miró con ojos amenazantes.—¿Tomaste?
—No, no. Dije yo asustado.
—¿Y entonces por qué tu aliento huele a alcohol?
Estaba muerto.
—Solamente fue una cerveza papá, quise decir que no me había emborrachado.
Para ese momento el papá de Jonathan lo había jalado fuera del comedor hasta la sala, y mi papá me jaló del brazo y me sacó también.
Jonathan estaba parado paralizado mientras su padre sacaba un cinturón de piel de cocodrilo de uno de sus pocos muebles. Tenía un aspecto aterrador, de un color negruzco, las escamas sobresalían a lo largo de este.
Jonathan retrocedió aterrorizado mientras su padre doblaba el cinto y lo sujetaba del lado de la hebilla, pero este lo agarró del hombro y lo giró un poco.
Zas sonó el cintarazo y Jonathan gritó doblandose de dolor, pero su padre no lo soltó y lo volvió a girar con bastante fuerza.
ZAS Jonathan volvió a gritar
Zas Zas
Jonathan se tiró al suelo, llorando y tratando de sobarse, y pude ver que se le estaba formando un moretón en la parte descubierta de su pierna izquierda que uno de los azotes había alcanzado. Pero su padre lo volvió a levantar.
Zas zas Ouuuuuuch!
Jonathan exclamó dos gritos más de dolor cuando los últimos dos cinturonazos cayeron, y cayó al suelo hincado cuando su padre lo soltó, llorando y sobándose incontrolablemente esperando a que el dolor bajara de intensidad.
Yo y mi papá nos habíamos quedado inmóviles ante la escena, y salimos del trance cuando el papá de Jonathan le ofreció a mi papá el cinturón de cocodrilo.
—No hermano, gracias, pero yo voy a castigar a Luis con la vara, como dice la Biblia.—respondió él y por primera vez en mi vida estaba agradecido de que mis padres creyeran en la literalidad de ese versículo.
—¿De verdad dice la Biblia que tiene que ser con una vara el castigo?—Preguntó él.
—El pastor dice que preferentemente sí, pues es un instrumento natural que es suficientemente doloroso sin causar daño permanente.—continuó mi papá—“La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él”—citando el versículo de Proverbios
—Es que a veces no sé qué hacer, hermano. Casi no lo castigo, pero tal vez se me pasa la mano a veces. Siento que si no le doy bien a mi hijo se va a reír del castigo. —dijo mirando a su hijo adolescente que seguía en el suelo sobándose, aunque ya había dejado de llorar.—¿Me enseñarías como debo castigarlo ahorita que castigues a Luis?
—Claro que sí, hermano.—mi padre accedió y me soltó un momento del brazo.
Yo miré horrorizado como mi padre salía del cuarto con una vara que mi mamá había cortado en la mañana, y caminé hacia el sillón cuando me jaló ligeramente hacia él.
—Cuando ya saben controlarse y ya están grandes lo mejor es que se inclinen sobre la cama o el sillón.—comenzó a decirle mi padre como si le estuviera dando una clase.—Bájate el short.—me dijo dirigiéndose a mí.
Yo sospechaba que eso me lo iba a pedir. Y aunque no me agradaba la idea, no tenía mucha opción, así que me bajé el short azul claro que traía, quedándome solamente en un speedo azul oscuro.
Mi papá me lo bajó de un tirón.
—No papá!—Protesté yo subiéndomelo de nuevo.
—¿También le bajas los chones?—Preguntó él papá de Jonathan a mi papá
—Sí. Respondió mi papá. Así es más efectiva la disciplina, y obliga al hijo a tomar una actitud de humildad, pero además te permite ver cómo va el castigo es más difícil sobrepasarse.
Mi papá volvió a intentar bajarme el speedo, pero yo le detuve la mano como pude.
—O va a ser por las buenas o va a ser por las malas.—me advirtió mi papá.
Pero yo no quería que me pegara desnudo en frente de un chico de mi edad, además de que Noemí se había quedado en el comedor con las mamás, pero en cualquier momento podía asomarse. Así que comencé a forcejear con mi papá.
—Hermano ayúdame por favor a detenerlo.—le pidió mi papá al papá de Jonathan. Entre los dos me tumbaron sobré el sillón, mi papá deteniéndome los brazos y el papá de Jonathan las piernas. Tal vez contra mi papá sólo si hubiera podido, pero contra los dos era imposible, porque además el papá de Jonathan estaba fuertísimo.
Y así inmovilizado, mi papá me bajó el speedo dejándome desnudo de la cintura para abajo, y comenzó a azotarme con la vara.
Yo estaba desesperado, y me moría de vergüenza, aunque por lo menos era un chico el que estaba presenciando mi castigo y no una niña, además de que a Jonathan ya lo habían castigado así en frente de nosotros.
Juas. El primer varazo impacto mis pompas y yo hice un esfuerzo enorme por ahogar un grito, mientras sentía como mis músculos se tensaban con el ardor que se formó.
Juas el siguiente silbido vino acompañado de un ardor más fuerte, y no pude evitar exclamar de dolor mientras intentaba alcanzar mi trasero con mis manos, pero estaba fuertemente sujetado.
Juas Juas Juas
Los varazos cayeron uno tras otro, acumulando fuego en mis pompas. Mi papá me estaba dando más fuerte que de costumbre. Y yo apenas escuchaba sus regaños tras la niebla de dolor.
—Nunca más vuelvas a tomar, y no puedes decidir que vas a ser guía turístico sin pedirme permiso primero.
Yo le rogaba que parara, y trataba de soltarme, pero era en vano. Uno tras otro los varazos cayeron generando un ardor insoportable, el último siempre peor que el anterior. No pude mantener la cuenta, pero deben haber sido unos 20. Cuando finalmente mi papá me soltó yo estaba llorando incontrolablemente y solamente me dediqué a frotarme las pompas tratando desesperadamente que el dolor se difuminara.
Finalmente, cuando ya había bajado un poco el dolor, traté de ponerme el speedo, pero no pude. Así que adolorido caminé hacia mi cuarto, tapándome enfrente con mis manos y busqué un short más blando entre mi ropa. Me detuve un momento enfrente del espejo a mirar. Tenía las pompas llenas de marcas rojas que atravesaban de lado a lado hasta los muslos, y en un extremo dos de las marcas terminaban en morado. Me pusé el short y después salí del cuarto al baño a sonarme y a lavarme la cara.
Mi papá y el papá de Jonathan ya habían regresado al comedor, y Jonathan estaba parado en la sala. Nos nuestros ojos se cruzaron por un momento, pero inmediatamente desviamos la mirada. Esta no había sido una experiencia agradable para ninguno de nosotros. Y fue así como entramos al comedor y terminamos de comer lo poco que pudimos, de pie y con ojos rojos de tanto llorar. Yo había intentado sentarme en la silla para brincar inmediatamente con una exclamación de dolor, y Jonathan ni siquiera lo había intentado.
Esa noche, cuando Jonathan cerró su puerta, se bajó los shorts y los calzoncillos blancos que traía y se acostó boca abajo en su cama, pude ver los enormes moretones que el cinturón de cocodrilo le había dejado. A los dos nos habían castigado desnudos en frente del otro, así que ya no había mucho que ocultar al otro, además de que de lo contrario esta noche sería una pesadilla. Yo decidí hacer lo mismo, para poder dormir un poco menos adolorido. Las marcas que me había dejado la vara ya estaban menos hinchadas, aunque varias particularmente rojas seguían visibles, y dos pequeños moretones donde la punta de la vara había impactado con mucha fuerza. Definitivamente el castigo más fuerte se lo había llevado Jonathan, aunque no por ello el mío había sido poca cosa.
A la mañana siguiente.
—Qué dice mamá que ya vengas a desayunar.
Unos gritos femeninos y juveniles me despertaron. La luz que entraba por la ventana estaba particularmente brillante, lo que implicaba que nos habíamos quedado dormidos más tarde de lo normal, seguramente por el efecto agotador de la paliza.
—Perdón.—Exclamó Noemí saliendo rápidamente y cerrando la puerta. Y yo me di cuenta en ese momento por qué. Jonathan y yo estábamos desnudos, y la niña había entrado sin tocar la puerta. Con mucha vergüenza me puse un bóxer y un short. Ya casi no tenía dolor, a menos que presionara alguna de las marcas que todavía eran visibles. Jonathan se vistió también apresuradamente y salió a encarar a su hermana.
—¿Por qué no tocaste la puerta? ¿Me viste desnudo?
—Perdón. —exclamó ella. —casi no, además no fue mi intención. Mamá no te deja dormir desnudo.
Yo no tenía ni idea sí también me había visto a mi, pero me daba más vergüenza preguntar.
—Y a ti te tiene prohibido entrar sin tocar.—siguieron peleándose—espérate a que se entere de que me viste desnudo.
—No Johnny, por favor no le digas. —rogó su hermana, reduciendo su tono de desafío.
—Pero si fue sin querer. ¿A poco aún así te pegaría?
—Sí. —dijo ella con tristeza.
—Bueno no le diré nada, pero tu no le dirás a nadie del castigo que nos dieron ayer.
—Trato hecho
—OK.
Yo me di cuenta que nadie estaba usando el baño así que decidí aprovechar para meterme a bañar, pero buscando mi toalla que había dejado colgada en algún lugar de la casa para que se secara, vi mi ropa enrollada al lado del sillón, pues la había dejado abandonada la noche anterior. Recordando con vergüenza y dolor el castigo de ayer recogí mi ropa y la llevé al cuarto, pero cuando saqué mi celular y mi cartera, una servilleta cayó al suelo. Ya la había arrugado y la iba a tirar, cuando noté unos números escritos con una letra que no reconocía. Con curiosidad la desdoblé, y en eso recordé el encuentro con la chica española, que había olvidado por completo debido al severo castigo. Para ese momento Jonathan ya me había ganado la regadera, así que me senté en mi cama y añadí el contacto para escribirle un WhatsApp.
“Visto por última vez hoy a las 3:11am” Decía el perfil.
“Buenos días Elena. Soy Luis. ¿Cómo la pasaste anoche después del barco-bar?” envié el mensaje pero ni siquiera marcó las dos palomitas de que le hubiera llegado.
Unas horas después
El día pasó lentamente, y en vez de hacerla de guías de turistas, Jonathan, Noemí y yo anduvimos por el puerto viendo en que nos gastábamos el dinero que habíamos ganado el día anterior.
Estábamos en una gran heladería cuando me llegó un mensaje. Yo había revisado varias veces mi WhatsApp durante el día, pero de Elena no había habido señales de vida.
“Por fin, mexicanito, logré deshacerme de mis estúpidos compañeros de viaje. Te espero a las 7pm en el cuarto 104.”
“Ok” respondí yo cinco minutos y varios intentos de mensaje borrados después.
—¿no te la vas a tomar?—me pregunto Noemí—Se está derritiendo
“Pero ni sabes de qué hotel.”
—Ahorita—dije yo sin prestarle demasiada atención a la malteada de vainilla
“Santa Fe le dijiste al guía.”
—Si no te la vas a tomar dámela
—No porque te vas a poner gorda—le increpó su hermano
“Listillo” y dos minutos después “ya sabes, te espero.”
—¿Dónde puedo comprar condones?—le dije a Jonathan, olvidando por completo la malteada y la presencia de Noemí.
—¿Con qué?—Preguntó esta.
—Cordones—dijo rápidamente Jonathan lanzándome una mirada fulminante.—para los zapatos.
—Te puedes tomar mi malteada. —le dije—solamente trae un popote nuevo.
—Perdón—le dije a Jonathan cuando estaba fuera de rango.
—Está bien, pero ten más cuidado. He escuchado que en las farmacias, y que  en los centros de salud los regalan.
Después de perder el tiempo otro rato, pasamos a una farmacia, y aunque el vendedor se me quedó viendo muy raro, aceptó el dinero y no me dijo nada.

Llegué un poco antes de que lo previsto al hotel, y esperé en uno de los jardines a qué dieran las 7pm. Busqué el cuarto y toqué la puerta discretamente. Cuando nadie salió en cinco minutos, volví a tocar más fuerte. Unos minutos después Elena abrió.
Yo me quedé mudo, e inmediatamente sentí la excitación y la adrenalina subir por mi cuerpo. Ella estaba en una faldita corta y una blusa que se le pegaba deliciosamente. Seguramente se dio cuenta de que me había quedado embelesado, porque se río nerviosamente y me metió al cuarto cerrando la puerta.
—Perdón por no abrir, tenía los audífonos puestos.
—No te preocupes.—dije yo sin saber qué mas decir o hacer.—Te ves guapísima.
—Y tu también estás muy guapo, mexicanito. Platícame de ti. ¿Qué te gusta hacer?—abrió dos cervezas y me dio una.
—Pues me gusta el tenis, he competido a nivel nacional.
—¿De verdad?
—Sí. ¿A ti que te gusta hacer?
—Viajar, ver series de Netflix, las fiestas, la música Metálica.
—Claro, ¿a quién no le gustan las fiestas? Pero la música metálica ¿en serio?
—Sí, ¿o a ti qué te gusta? No me digas que el pop
—Claro que no. —Me defendí. —Los clásicos. Beatles, Queen, Kansas.
—¿Regetón?
—A todos nos gusta, pero no lo admitimos porque se considera naco.
—¿Qué significa naco? Por cómo lo dices no suena bien.
—Corriente básicamente
La cerveza estaba haciendo su efecto pues me estaba poniendo de buenas y sentía que no podía haber problemas.
—Te voy a poner las mejores canciones de Latinoamerica, y las más nacas también—le dije conectando mi celular al chromecast del cuarto.
Y así estuvimos un rato riendo y escuchando los Ángeles Azules, Ozuna y hasta alguna de Vicente Fernández. Riendo y acercándonos cada vez más.
—Tengo calor.—dijo de pronto y se quitó la blusa así sin más. —y yo me quedé boquiabierto ante la vista de sus pechos en su brassiere.
—¿Tu no tienes calor? Me preguntó. Asentí y ella hizo señas para que me acercara. Cuando le hice caso ella me quitó la playera. De pronto estábamos ya besándonos, nuestra piel tocándose. Estaba dejando que ella me guiará, pues era mi primera vez. Ella metió su mano en mí short y yo le acaricié una pompa debajo de su falda.
—¿Qué es eso?—gritó de pronto empujándome hacia atrás y haciéndome caer al suelo.
Yo la mire horrorizado, sin entender que había hecho mal.
—¿Qué es eso? ¿Por qué no me dijiste que tenías una enfermedad?
—¿Qué cosa, qué enfermedad? —pregunté, todavía sin comprender
—¿Es de transmisión sexual?
—¿Qué cosa? No puedo tener ninguna enfermedad de transmisión sexual, nunca antes he tenido sexo con otra persona. —me defendí, y luego me arrepentí. Pero ella me miró sorprendido.
—¿Entonces que tienes en las nalgas? ¿Porque se siente raro?
Entonces comprendí que había pasado. Y me eché a reír.
—¿De qué te ríes? —exigió más enojada todavía.
—Si te digo que es, tu también te vas a reír.
Me miró inquisitivamente.
Yo me bajé el short y el bóxer y le mostré
—Son las marcas de la paliza que me dieron mis papás ayer. —le dije ruborizándome. ¿Pero es qué acaso podían salir peor las cosas?
—Fue su turno de echarse a reír.
—¿Qué? ¿Te gusta el sadomasoquismo? —fue su turno de echarse a reír. —debes saber que yo a eso si no le entro. —Pero cuando vio mi expresión dejó de reírse.
—No. Me estás mintiendo. Eso es imposible. ¿Qué edad tienes?
—14.
—¿Me estás diciendo que a los 14 años tus padres zurran como castigo?
Yo asentí, triste y avergonzado.
Ella se acercó y miró de cerca las marcas y luego pasó sus dedos por encima. Yo instintivamente me tensé.
—Perdón. ¿Te duele?.
—Ahorita prácticamente no, pero ayer, ni te imaginas.
—Pu** país tercermundista
—Hey— protesté yo. —los españoles eran famosos por las tundas que le daban a sus hijos.
—Hace un siglo
—Pero tampoco creas que toda la gente es así en México, mis padres están en una secta que es extremista.
—¿Cómo el talibán?
—Pues algo así pero sin las pistolas.
Guardamos silencio un momento.
—¿Qué harían tus padres si se enterarán de que estás aquí? —ella rompió el incomodo silencio. Una melancólica canción de Enrique Iglesias de fondo.
—Me darían una paliza terrible.
—Y aun así viniste.
—Pará estar con una chica tan guapa como tú, lo vale.
Ella sonrió y terminó de desvestirse, mientras yo me ponía el condón como podía. Después me abrazó y nos subimos a la cama.

1 comentario:

  1. Me encantó la parte de la canción de Enrique Iglesias jajaja
    Pobres chicos les dieron demasiado fuerte y no hicieron nada tan grave como para que los castigaran tan fuerte..
    De verdad que esta historia me intriga mucho!!

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