martes, 30 de julio de 2019

CAPÍTULO 28





CAPÍTULO 28

N.A.: Soy consciente de que esta historia tiene muchos personajes y como no actualizo seguido son difíciles de recordar. Por eso, dejo aquí una pequeña lista con el nombre de los 20 alumnos de Víctor. Como ya dije, los protagonistas son realmente los nueve primeros, pero de esta manera podéis ubicar a todos e ir sabiendo cositas de los secundarios también, según les vaya nombrando:

ALUMNOS DE PRIMER AÑO QUE VIVEN EN EL INTERNADO A TIEMPO COMPLETO:
DAMIAN
BENJAMÍN
BOSCO
BORJA
VOTJA
ÓLIVER
GABRIEL
JOSÉ ANTONIO
WILSON

ALUMNOS DE PRIMER AÑO SEMI-INTERNOS
JAVIER
FABIO
OMAR
ALEXANDER
RICHARD
DIEGO
HANK
JACINTO
PHILLIP
NUÑO
ANTOINE

Además de estos alumnos de primer año, le da Historia a los del último curso, donde teníamos a Lucas y Jacobo e iremos conociendo a algunos más. Oros personajes son el director Bennett, el señor López y Enrique, el profesor de Educación Física. Espero que más o menos se pueda seguir :)

***


Enrique me lo advirtió y pude comprobarlo de primera mano: los viernes se notaba una agitación especial en el internado. Los alumnos seminternos contaban las horas para volver a su casa, en la mayoría de los casos con impaciencia, aunque tampoco faltaban los chicos que no querían volver a sus hogares. Hay muchos motivos para dejar a tus hijos en un internado y varios de ellos no son buenos. Algunas familias estaban visiblemente rotas.

Todos mis chicos, sin embargo, parecían entusiasmados con la idea de salir del colegio y regresar con sus padres durante el fin de semana. Fabio me sorprendió incluso programando un cronómetro en su reloj digital, para poder ver en todo momento cuánto tiempo le faltaba para irse.

También había, si sabías donde mirar, una atmósfera de tristeza. Aproximadamente cincuenta niños se quedaban en el internado y de esos yo tenía nueve. Para los del primer año aquello era especialmente duro. Y lo sería más después del primer mes. Un mes fuera de casa podía ser una pequeña aventura, como un campamento. Pero cuando el tiempo se alargaba, se veían obligados a tomar conciencia de que el colegio era su nuevo hogar. Y, debo decir, por el escaso tiempo que llevaba allí, que no era un hogar demasiado acogedor.

Mi objetivo aquel viernes, el primero que pasaba en aquel lugar, era no perder la calma, ante la desenfrenada hiperactividad de los que volvían a casa ni ante los probables brotes de mal humor de los que se quedaban. Creo que estaba haciendo un buen trabajo. No había perdido la calma cuando Javier y Alexander saltaron sobre varias camas, deshaciéndolas por completo. Tampoco me había enfadado cuando Damián les gritó por hacerlo, alegando que habían roto una de las normas que habíamos puesto en el cuarto. Había soportado dos o tres contestaciones salidas de tono por parte de Wilson y, en definitiva, no había perdido la paciencia con mis chicos en ningún momento. Por eso fue tan frustrante cuando lo hice con mis alumnos de Historia de último año.

Los chicos del último curso eran estudiantes mucho más centrados de lo que uno pudiera esperar en personas de diecisiete años. Darles clase era un lujo, la verdad. Era como coger a los mejores alumnos de varios colegios y juntarlos en una misma aula. Claro que se trataba exactamente de eso: estudiantes con altas calificaciones y/o méritos deportivos, acostumbrados a dar el cien por cien y a que se les exija el doble. Pero precisamente por eso eran un poco competitivos y ya me había empezado a dar cuenta de eso. Jacobo era el que podríamos identificar como el empollón del grupo. El que primero respondía a mis preguntas y casi siempre bien. Lucas, el hermano de Benjamín, no se quedaba muy atrás. Después estaban Adrián y Nelson, dos chicos muy inteligentes, pero con algo de mala leche, que si podían dejar mal a Jacobo lo hacían, aunque este no les daba muchas oportunidades.

- ¿Quién me puede decir en qué siglo comenzó la Guerra de Troya? - pregunté, sin dejar de hacer esquemas en la pizarra.

- Los expertos no se ponen de acuerdo – me respondió la voz de Jacobo. - Homero pudo fusionar varios relatos y hechos históricos en la Ilíada. Se suele fechar en torno al XII o el XII a.C

- “Se suele fechar...” - repitió Nelson en tono de burla. Lo hizo en voz baja, pero yo tenía muy buen oído. Decidí ignorarle.

- Muy bien, Jacobo. ¿Alguno ha leído a Homero?

Varios alumnos levantaron la mano. Impresionante.

- Mi personaje favorito es Héctor – dijo Jacobo, con una sonrisa.

- “Mi personaje favorito es Héctor” - se mofó Nelson, en voz alta aquella vez. Algunos de sus compañeros se rieron y Jacobo agachó la cabeza, avergonzado.

- ¿Pasa algo, Nelson? - le interrogué.

- A nadie le importa cuál es su personaje favorito – replicó.

- A mí me importa - repliqué.

Nelson resopló y se deslizó en su silla, quedando práticamente tumbado más que sentado sobre la misma.

- Siéntate bien – le instruí. - Y no interrumpas la clase si no es para decir algo relevante.

- Pero él si puede interrumpir, ¿no? ¡Y responder a todo sin ni siquiera levantar la mano!

Suspiré y conté hasta cinco mentalmente. Me recordé a mí mismo que no dejaban de ser críos de talla grande. Tenía hasta un punto gracioso que me salieran a esas altuas con lo de “a él le tienes enchufe y a mí manía”.

- Jacobo, intenta levantar la mano, ¿bueno?

- Sí, profesor Medel.

Esa era otra cosa que me exasperaba: con mucho esfuerzo había conseguido que dejaran atrás el “señor”, pero ni de broma lograba que me llamaran “Víctor”. Sabia que en otras culturas era costumbre hablar de usted a los profesores, pero a mí nunca me había gustado. Si tenía que elegir, prefería “profe” a “profesor Medel”.

Continué con la clase sin más interrupciones, hasta que les pedí que hicieran un ejercicio de su libro. Entonces yo me senté en mi mesa mientras esperaba a que ellos terminaran y por el rabillo del ojo observé cómo Nelson le tiraba un papel a Jacobo.

- ¿Quieres parar? - intervino Lucas. - No te ha hecho nada.

- Métete en tus asuntos, ¿quieres?

- Lo mismo te digo, mira tu ibro y deja a Jacobo en paz.

- ¿Es que ahora sois novios? - preguntó Nelson.

- Silencio – intervine yo. - ¿Ya habéis acabado?

- No, profesor.

- Entonces a trabajar. Nelson, después de clase quiero hablar contigo.

Esas palabras fueron como una bomba atómica. Nelson apretó los puños y sin previo aviso se giró para darle un derechazo a Jacobo.

- ¡Todo por tu culpa, imbécil! - le gritó.

Lucas se levantó para sujetar a Nelson, pero no se conformó con sujetarle y le lanzó al suelo.

- ¡Contrólate, animal! - exclamó.

Nelson se levantó y embistió a Lucas, pero en ese momento yo llegué junto a ellos y les separé.

- Suficiente. Cada a uno a un rincón de la clase. ¡Ahora! No, Jacobo, tú no. Tú puedes sentarte. ¿Estás bien?

Jacobo asintió, frotándose la mejilla en la que se había llevado el golpe.  Lucas y Nelson me hicieron caso y se colocaron en extremos opuestos del aula. Miré el reloj. Faltaba media hora de clase, no podía mandar a los demás al recreo. No pensaba enviar a Lucas y a Nelson al despacho del director, especialmente no a Lucas, dado su historial con aquel hombre. Eso me dejaba muy pocas opciones.

- Vosotros dos, mirando a la pared. Os quedaréis ahí hasta el final de la clase – les indiqué.

Lucas se giró inmediatamente, pero Nelson me desafió con la mirada.

- ¿Prefiere venir a mi escritorio, señor Rogers? - le pregunté. El uso de un tratamiento formal y de su apellido le hizo ver que no estaba de broma. Supo ver la advertencia implícita bajo mi pregunta, porque se mordió el labio, pero aún así no me hizo caso. Caminé entonces hasta mi mesa, abrí un cajón y saqué una regla. Cuando volví a mirar Nelson ya se había dado la vuelta, haciendo lo que le pedía. Chico listo.

Continué la clase hasta que sonó la campana y todos, menos los dos condenados, se marcharon al recreo. Había visto a Lucas cambiar el peso de una pierna a otra en varias ocasiones, porque llevaban un buen rato de pie.

- Señor Moreno, señor Rogers, pueden salir de la esquina – les anuncié. Lucas tenía las mejillas ardiendo, no supe si por mi forma de llamarle o por haberle tenido de cara a la pared como a un niño pequeño. - ¿Han confundido mi clase con un ring de boxeo? - les pregunté.

- No, señor – respondió Lucas. - Lo siento.

- Sé que tu intención era buena, Lucas, pero si intervienes para frenar una pelea no puedes ser tan brusco. Podrías haberle hecho mucho daño.

Lucas asintió y después agachó la cabeza.

- Está bien, puedes retirarte.

- ¿Qué? ¿Y yo no? - protestó Nelson.

- No, tú no, porque le diste un puñetazo a Jacobo, además de haberte metido con él varias veces.

- ¡Esto es increíble! ¡Casi me abre la cabeza contra el suelo y tú no le castigas! ¡Cómo se nota que es tu favorito!

Lo pensé bien. No había tenido muchas ocasiones para favorecer a Lucas, llevaba allí muy pocos días, pero sí que había hablado varias veces con él en los terrenos del colegio, sobre su hermano, principalmente. Lucas me caía bien, me parecía un buen chico, pero sabía que no debía darle un trato diferente al de los demás. Tampoco iba a castigarle solo porque Nelson quisiera que lo hiciera...

- Lucas, ven aquí – le llamé y él se acercó, obediente. Miró la regla con aprensión pero yo desvié su atención. - Buscarás información sobre las consecuencias de los golpes en la cabeza y me harás una redacción de dos caras sobre por qué nunca, bajo ningún concepto, debes tirar a una persona de espaldas, ¿entendido? Tienes hasta el domingo.

- Sí, señor – me respondió y suspiró con alivio.

- Ve al patio y no te metas en más líos – le pedí.

Me quedé a solas con Nelson y sabía que el chico no me lo iba a poner fácil. Estaba demasiado a la defensiva.

- ¿Me quieres explicar por qué te has puesto así? Jacobo no hizo nada para que le golpearas.

- ¡Por su culpa me quedaré aquí el fin de semana! - protestó.

- ¿Cómo dices?

- No se haga el tonto. Me dijo que hablaría conmigo después de clase y todos sabemos para qué. Me iba a dar una paliza y a castigarme sin salir a casa – me reprochó, en tono furioso, pero llamándome de usted de nuevo.

- En primer lugar, nunca te castigaré sin ir a tu casa. Eso es cruel y no se me ocurre algo tan malo que puedas hacer como para eso. Y en segundo lugar, no te pedí que te quedaras para castigarte, sino para hablar contigo y tratar de resolver esa estúpida rivalidad que te traes con Jacobo.

Nelson me miró con incredulidad durante unos segundos. Luego soltó un bufidito algo infantil.

- Bueno, pero lo dijiste con esa voz que da miedo, así que normal que lo malinterpretara – me acusó.

A mi pesar, tuve que sonreír, pero después luché para ponerme serio.

- Reconozco que el equívoco ha sido lógico, dado el contexto. Pero eso no justifica que la tomes con tu compañero. Incluso aunque te hubiera pedido que te quedaras para castigarte, la culpa no sería de Jacobo, sino tuya, que le has estado pinchando todo el rato.

Nelson soltó un gruñidito, pero no me discutió.

- ¿De verdad no me vas a dejar sin salir? - quiso saber.

Si lo preguntaba era porque otros profesores sí lo hacían. ¿Qué clase de imbécil insensible impide que un chico vuelva a su casa después de cinco días sin poder ver a su familia?

- De verdad, Nelson. Pero sí te voy a castigar por la escenita que has montado.

Suspiró y hundió los hombros.

- Gracias por no castigarme delante de los demás – susurró y caminó hasta mi escritorio, para inclinarse y apoyar las manos en la mesa.

Dado que era casi tan alto como yo, decidí que ese era un buen lugar y me limité a poner una mano en su espalda para bajarle un poco más.

- Más hacia delante – le indiqué. - Puedes agarrar el otro extremo si quieres.

Dejé mi mano izquierda sobre su espalda y noté su camisa mojada por la transpiración. Pensé cuidadosamente mi siguiente paso. Ese no era un niño de once años, sino un hombrecito de diecisiete. Yo había estado en su situación un centenar de veces y habían sido bastante duros conmigo. Demasiado, creo. Era un chico algo inquieto, pero no un mal muchacho. Recordé cómo me llenaba de rencor cada vez que pensaba que habían sido injustos. En cambio, solía aceptar bastante bien los castigos que creía merecerme. Con eso en mente, levanté mi mano derecha y la dejé caer sobre su pantalón.

PLAS

Fue más fuerte que las palmadas que les daba a los niños de mi habitación, porque Nelson también era más fuerte y más grande.

PLAS PLAS PLAS PLAS

- ¿Qué...? ¿Me está pegando con la mano? - se extrañó.

- Serán quince con la mano y dos con la regla – le hice saber.

PLAS PLAS PLAS PLAS... Au...  PLAS

PLAS ¿Quién iba... PLAS … a decir... PLAS... que así podía picar tanto? PLAS PLAS

- Y si vuelves a pelearte en mi clase te picará todavía más – le aseguré.

No se había movido ni un centímetro y, aunque seguramente estaba acostumbrado a castigos más duros, no dejaba de ser un signo de autocontrol por su parte.

Cogí la regla, arrepentido de haberle dicho que la usaría. Levanté el brazo mucho menos que antes y la dejé caer con un golpecito seco.

PLACK

Nelson dio un pequeño respingo, casi imperceptible y le noté tensarse. Froté su espalda en lo que pretendía ser un gesto reconfortante.

- El último – le recordé. - Lo estás haciendo muy bien.

PLACK

Dejé la regla en la mesa y me aparté un poco, para dejarle espacio. Nelson no se levantó y me pregunté si acaso estaba esperando que le diera permiso explícito.

- Ya está – susurré. - Procura no volver a hacerlo, ¿de acuerdo?

Nelson asintió y se levantó, haciendo lo posible porque sus ojos enfocaran única y exclusivamente hacia el suelo.

- Eres un chico muy valiente – le alabé. - También eres muy inteligente. Tan solo me gustaría que aprendieras a dejarlo estar con Jacobo.

- Es un pelota – protestó.

- No creo que lo haga con esa intención – le dije. Jacobo parecía tener una necesidad constante de recibir refuerzo positivo. Era lo mismo que cuando a algunos chicos les da por llamar la atención a base de portarse mal. Sin duda, prefería lo de Jacobo. Pero las dos indicaban que tal vez no recibía la suficiente atención en su casa.

- No volveré a pegarle. E intentaré no meterme con él - me prometió y yo le sonreí.

Dudé un poco antes de hacerlo, convencido de que me rechazaría, pero me acerqué a él y le di un abrazo breve. Nelson se puso rígido, pero luego lo aceptó.

- Empiezo a entender porque Lucas habla tan bien de ti – me dijo.

- Vaya, gracias. ¿Y qué cosas dice, si se puede saber?

- Que no eres un sádico violento.

- El piropo del siglo – respondí, con sarcasmo.

Nelson se encogió de hombros.

- Eso es porque no sabes lo que decimos de los demás.

- Ni quiero, me parece. Anda, ve al recreo, antes de que termine.




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