martes, 30 de julio de 2019

CAPÍTULO 76: RESPUESTAS Y SORPRESAS



 CAPÍTULO 76: RESPUESTAS Y SORPRESAS

Había ido a una cita con Agus en la que todo había salido espectacularmente bien. Primero habíamos ido al cine y habíamos compartido unas palomitas. Creo que ella intentaba a propósito que nuestras manos se rozaran cada vez que las metíamos en el cubo. Después fuimos a tomar algo, pero solo unos refrescos, porque ella tenía que volver a su casa a cenar. La llevé con el coche y se sintió bien poder hacerlo, aunque ella me chinchó un poco y dijo que Mike conducía mejor.

- Pues creo que no va a poder hacerte de chófer por un tiempo – repliqué, haciendo como que me picaba.

- ¿Por qué? - preguntó, con curiosidad.

- ¿Recuerdas la fiesta del lunes? ¿Sabes lo que pasó cuando te fuiste?

- Fred no me lo ha querido contar – protestó, arrugando los labios en una mueca adorable e infantil.

- Versión corta: Mike quería coger el coche después de haber bebido. Su padre le ha quitado las llaves y no le ha dicho cuándo se las va a devolver.

- Ouch.

Estuve de acuerdo con ella, no se me ocurría peor castigo que no poder conducir. Por suerte, papá nunca me había quitado las llaves, aunque sospechaba que si algún día intentaba conducir bajo los efectos del alcohol me podía despedir no solo de mi coche, sino también de mi vida social y de mi trasero.

El caso es que yo había estado muchas semanas sin poder tomar el volante tras la operación, así que me solidarizaba con mi amigo, aunque sabía que se lo merecía por pretender semejante estupidez.

- En realidad, tendrá que dárselo cuando acaben las vacaciones, lo necesita para ir al colegio. Sus padres no pueden llevarle.

- ¿Y por qué Fred no quería contármelo? - se indignó.

Me mordí el labio. Probablemente, lo que no le quería contar era que mi padre había tenido que ir a recogerles y les había regañado. No se lo iba a decir yo tampoco, porque imaginé que sería ir en contra de alguna especie de código de amistad no escrito.

- Ya sabes que Fred es especial. Muy reservado – respondí, evasivamente.

Agus me observó fijamente durante unos segundos y me puso algo nervioso.

- Sí te das cuenta de que Fred está colado por ti, ¿no?

Casi freno de golpe en mitad de la carretera, pero me controlé a tiempo, aunque reduje bastante la velocidad.

- ¿Cómo dices?

- ¿No te has fijado en cómo te mira?

- Te equivocas, solo somos amigos – repliqué. Pero recordé ciertas ocasiones en las que había hecho alguna broma como las que hacía con Mike y en vez de una risa había conseguido que se ruborizara. Lo achacaba a que era tímido pero, ¿y si Agus tenía razón?

- Ted, hazme caso: le gustas. Es que además estoy segura, porque él mismo me lo contó el año pasado. Recuerda que le conozco desde antes de que tú y yo empezáramos a salir.

Parpadeé, intentando asimilar aquella noticia.

- ¿Y ahora qué hago?

- Nada, ¿estás tonto? No puede saber que te lo he contado. Pero pensé que necesitabas saberlo. Para no herir sus sentimientos, o algo así. Es por eso que intento no besarte delante de él.

Esa breve conversación me mantuvo distraído durante todo el camino de vuelta a casa, después de dejar a Agus en la suya. ¿De verdad uno de mis mejores amigos estaba enamorado de mí? ¿Por qué nunca me lo había dicho? Porque sabía que yo no era gay, claro. Madre mía. ¿Cómo es que nunca me había percatado? ¿Tan obtuso era?

Todavía estaba procesándolo cuando dejé el coche. Entré en casa y papá me saludó y me pidió que fuera a su cuarto para hablar conmigo. No era consciente de haber hecho nada malo, había vuelto antes de mi hora, así que deduje que no era para regañarme. Nervioso, subí a su habitación y le esperé sentado en su cama. Papá subió enseguida.

- ¿Lo pasaste bien con Agus? - me preguntó. No estaba especialmente serio, eso era bueno.

- Muy bien – le sonreí.

- Me alegro, campeón. Y no es que quiera arruinarte la noche, pero tengo que decirte algo.

- ¿El qué? - me preocupé.

- Andrew va a venir a casa mañana. Me ha llamado mientras estabas fuera. Tenemos muchos asuntos pendientes que tratar y luego va a venir el abogado para hablar con Michael.

Papá guardó silencio después de tirar la bomba y creo que estaba esperando alguna clase de explosión por mi parte. Era normal, porque yo no había reaccionado demasiado bien a los regalos navideños de Andrew. De hecho, el iphone seguía guardado porque no había querido abrirlo.

- Esta vez se acordó de llamar primero – fue todo lo que dije. Me soné frío, como si mi mente se hubiera desconectado de mi cerebro por unos segundos.

- Sí, yo también me sorprendí. Sé que va a ser difícil, canijo, pero realmente necesitamos que venga. Hay preguntas que solo él me puede contestar. Y todo lo que sepa sobre Greyson, nos puede ayudar en el juicio de Michael.

Asentí, entendía que la visita era necesaria.

- ¿Los demás lo saben?

Papá asintió, con un suspiro.

- No se lo han tomado demasiado bien. Ellos no saben que Greyson está emparentado con nosotros, así que no entienden por qué Andrew puede ser de ayuda, más allá de por su abogado.

- ¿Cuándo les vas a decir la verdad? - le pregunté.

Que Aidan era nuestro primo y no nuestro hermano era el gran elefante en el armario, el descubrimiento que los dos habíamos decidido ignorar, porque ninguno estaba preparado para procesarlo. Pero mis hermanos también tenían derecho a saberlo.

Papá me miró fijamente, como si estuviera decidiendo si debía responderme o no. Finalmente, junto las manos en un gesto tímido impropio de él y me soltó la bomba:

- Si Greyson de verdad es mi padre, entonces existe la posibilidad de que pueda adoptaros legalmente - me explicó. - Michael me hizo caer en ello el otro día. Supongo que estoy esperando a confirmarlo, a confirmarlo todo. Que Greyson es mi padre, cómo es que fue Andrew quien me crió, qué tendría que hacer para adoptaros...

- AIDAN'S POV -

La sonrisa de ilusión de Ted fue tan grande que me arrepentí inmediatamente de habérselo contado. Aún no las tenía todas conmigo, me faltaba demasiada información. Si al final algo impedía que pudiera adoptarles, Ted iba a quedar destrozado. Por eso mismo no se lo había dicho a los demás, para minimizar los daños, pero con Ted siempre compartía demasiadas cosas. Le trataba como un adulto y así le estaba forzando a ser uno antes de tiempo. Realmente tenía que dejar de hacer eso. Ahora podía apoyarme en alguien más...

El día anterior había quedado con Holly para tomar un café, aunque al final los dos habíamos terminado pidiendo chocolate caliente. Le puse al día de todo mi drama familiar y le pedí consejo. Ella me tomó de la mano y me hizo sentir que todo iba a estar bien.

- Lo único que te puedo decir, es que Andrew es una de esas personas N.I. – me dijo.

- ¿N.I.? - pregunté.

- No investigables. Existen personas demasiado poderosas y, cuando un periodista intenta investigarlas, se topa contra un muro o incluso con amenazas. Andrew es uno de ellos. Así que no sé qué es lo que se trae con Greyson, ni por qué es el objeto de su venganza, ni qué tienes que ver tú con todo eso, pero creo que valdrá la pena averiguarlo.

- Pero Holls, los periodistas han estado tras mi padre... quiero decir, tras Andrew... muchas veces. Cuando luché por la custodia de Alice, por ejemplo.

- Casos superficiales y solo porque a él le interesaría que saliera a la luz. Te aseguro que si intentas cavar muy hondo, solo encuentras piedra. Lo sé. Lo he intentado.

En ese punto alcé una ceja.

- ¿Has investigado a mi familia?

Ella se ruborizó y al mismo tiempo me dedicó una sonrisa de autosuficiencia.

- Me gusta informarme bien antes de salir con una persona.

- ¿Ah, sí? ¿Lo has hecho más veces? - pregunté, modulando mi voz hacia un tono más seductor, mientras me iba acercando poco a poco a ella. - ¿Tienes por ahí un montón de carpetas con los trapos sucios de posibles pretendientes?

- Solo una carpeta, de solo un pretendiente, alto, gracioso, y con un nido de pájaros en la cabeza, metafórica y figuradamente – bromeó, mientras tocaba mis rizos.

Sonreí y recorté los escasos centímetros que nos separaban, poniendo mis labios en los suyos y haciendo que nuestras narices se rozaran. Me estaba volviendo un experto en aquello de besar, o tal vez era que mi cuerpo estaba diseñado para encajar perfectamente en el de Holly.

Ted chasqueó los dedos delante de mis ojos, devolviéndome al presente.

- Papá, te estoy hablando – protestó.

- Perdona, cariño. ¿Qué decías?

- Que si Andrew tiene que dar permiso para que nos adoptes.

Suspiré. Mi hijo era demasiado listo y había entendido en seguida uno de los problemas.

- Sí, campeón. Los dos padres, en el caso de estar vivos, tienen que dar permiso para que sus hijos sean adoptados. Todas vuestras madres lo hicieron... o fallecieron. En tu caso y en el de Dylan, Andrew lo hizo también. En todos los demás, tendrá que hacerlo. Pero no creo que eso sea un problema – me apresuré a añadir, para tranquilizarle. - Andrew está intentando hacer las cosas bien, está dando varios pasos en la dirección correcta. No creo que se oponga a algo que os va a hacer felices y que a él no le supone ningún esfuerzo.

- Supongo que mañana nos enteraremos – murmuró Ted. - Va a ser un día duro.

- Y que lo digas, campeón. Están siendo unas vacaciones extrañas, ¿no?

- Bueno. Al menos he podido ver a mi novia. Y tú a la tuya – me chinchó, sabiendo que todavía me sonrojaba cuando decía esa palabra. - En realidad, podrás ver más a Holly cuando empiecen las clases de nuevo, ¿verdad? Y te libres de nosotros.

- No digas eso – le regañé, aunque sabía que estaba hablando en broma. - No sois algo de lo que librarse.

- Ya, pero tener unas horas para ti mientras estamos en clase pues tampoco te viene mal – insistió.

- Prefiero teneros en casa y poderos apapachar un rato – le dije y cogí una almohada para después tirarme encima de él, haciendo como que le aplastaba y tal vez aplastándole de verdad.

- ¡No! ¡Socorro, Michael, ayúdame, que pesa cien kilos! - se rió.

- ¡Oye, microbio, no exageres que no peso tanto! - protesté.

- ¡Hay una diferencia entre apapachar y espachurrar!

- Ah, pero luego cuando os mimo me llamáis cursi y pesado -  rebatí.

- ¡Pesado eres un rato, eso te lo garantizo! - exclamó.

Michael entró en ese momento y sonrió al vernos haciendo el tonto. Decidió sumarse al sándwhich humano, hasta que mi lado responsable decidió que era mejor parar antes de que alguno se hiciera daño. La herida de Michael ya estaba mucho mejor, le había salido una rudimentaria costra, pero no quería que se la abriera por hacer el bruto. Todo indicaba que no le iba a quedar cicatriz, por suerte.

Mis dos hijos mayores se tumbaron en mi cama hasta recuperar el ritmo normal de su respiración. Michael le picó el costado a Ted, haciendo que se revolviera como una lagartija. Verles jugar así me hacía pensar en tantos momentos robados. Tantos momentos que habrían podido compartir mientras crecían.

- Papá, los gemelos te estaban buscando – me dijo Michael, recordándolo de pronto. - Creo que quieren jugar a la play.

Resoplé. Les había castigado por tres días, cuatro en el caso de Harry, y actuaban como si fuera un año o algo así. Ya habían pasados dos, pero a cada tiempo muerto que tenían me preguntaban si les dejaba “aunque solo fuera un ratito”.

- Diles que siguen castigados y tienen literalmente decenas de otras cosas a las que jugar. Y que enseguida vamos a cenar, de todas formas.

- Díselo tú, yo estoy muy a gusto aquí – ronroneó y no pude resitirme a hacerle cosquillitas bajo los brazos cuando se estiró. Se rió y se hizo un ovillo para evitarme nuevas tentaciones. Le di un beso en la cabeza y otro a Ted y les dejé vagueando en mi cuarto, feliz por aquel día de tranquilidad. Claro que era la calma que precedía a la tormenta.

El día siguiente llegó sin que yo estuviera realmente preparado. Ninguno de mis hijos mayores quería desayunar, porque sabían que Andrew estaba a punto de llamar a la puerta. Los pequeños no compartían del todo nuestra agitación, aunque Kurt no dejaba de hacer preguntas sobre mi padre.

- Tete dice que pidió en su carta de Papa Noel regalos para nosotros. ¿Es verdad?

- Sí, cariño – respondí, medio distraído.

- ¿Eso quiere decir que ahora nos quiere?

Auch.

Le miré a los ojos. Miré a todos mis hijos y me obligué a ser sincero.

- Andrew es una persona que no sabe querer, porque creo que a él tampoco le quisieron demasiado. Pero ahora lo está intentando. Por fin ha dejado de buscar ese cariño que necesita en... mujeres de usar y tirar... y parece que quiere buscarlo en nosotros.

No tuve tiempo de añadir nada más, porque en ese momento sonó el timbre. Andrew llegaba pronto, unos treinta minutos antes de lo que habíamos acordado. La mayoría de mis hijos seguían en pijama y yo también, pero me dije que así estaba bien. Era más natural. No necesitábamos fingir para causar una buena impresión: era él el que tenía que ganarse nuestra aprobación.

Todos guardaron completo silencio mientras yo iba a abrir la puerta. Respiré hondo antes de poner la mano en el manillar y me armé de valor antes de girarlo.

Andrew tenía unas ojeras enormes y juraría que había más arrugas en su rostro que la última vez que le vi. Por primera vez, casi aparentaba la edad que tenía. Su pacto con el diablo por la belleza eterna se debía estar terminando.

- Buenos días – saludó.

- Buenos días – respondí. Aquello era sumamente incómodo. No me salía abrazarle ni ninguna otra forma de saludo afectuosa, así que me limité a apartarme para dejarle pasar. - Los chicos están desayunando – le informé. - Ven a tomarte un café, si quieres.

Me siguió hasta la mesa donde estaban mis hijos y Ted se levantó a por una silla, un vaso y un plato. Se lo agradecí con una mirada y esperé a que Andrew se sentara.

- Solo con una pizca de leche y mucho azúcar, ¿verdad? - le pregunté.

- Te acuerdas – sonrió, mientras yo le servía el café como a él le gustaba.

Alejandro resopló, pero se concentró en su plato. Había hablado con él antes que con Ted y le había dicho que si en algún momento sentía que era demasiado para él, se fuera a su cuarto con total libertad y sin darle explicaciones a nadie.

Alice se dedicó a mirar a Andrew con los ojos muy abiertos. La enana había bajado uno de sus unicornios a la mesa y Andrew estiró la mano lentamente para cogerlo. Lo examinó atentamente y lo volvió a dejar, satisfecho por algo que se me escapó. Alice lo tomó entonces y lo hizo trotar cerca de Andrew, juguetona. Me sorprendí cuando mi padre dejó que lo subiera por su mano, como si fuera una montaña. El momento mágico se rompió cuando Kurt sorbió por la nariz y nos dimos cuenta de que estaba llorando.

- Snif...

- ¿Kurt? ¿Qué pasa, campeón?

La carita de mi peque se arrugó progresivamente, sus labios formaron un puchero y se frotó los ojos con el puñito de su mano derecha. Todos mis hijos eran adorables y verles llorar era un tormento, pero Barie, Zach, Kurt y Alice tenían algo especial en sus rasgos que hacía que su llanto fuera algo insoportablemente doloroso.

- Bebé, ¿qué tienes? - le pregunté y le cogí en brazos. Respondió al gesto enseguida y me rodeó el cuello, mimoso. Mi niño no supo decirme lo que tenía, pero no era necesario. La presencia de Andrew removía muchas cosas en su corazoncito. Me pregunté cómo se sentía para él. Tal vez en su interior era como si sus dos padres estuviesen muertos y yo estuviera ocupando su lugar, pero ahora uno de ellos volvía a la vida. Kurt sabía que Andrew no estaba muerto, pero no había formado parte de su pequeña existencia. Tratar de encajarle en ella de golpe era muy complicado para él.

- No llores, pequeño. Mira, tengo algo para ti. Pero necesito que dejes de llorar – dijo Andrew. Kurt asomó la carita con curiosidad y mi padre sacó una bolsita de caramelos de su bolsillo.

- Snif... Papi, ¿puedo?

- En cuanto termines de desayunar, cariño – respondí y le di un beso.

El gesto de Andrew fue bonito y sirvió para distraerle un poco, pero si pensaba que unos caramelos lo arreglaban todo era muy iluso o muy insensible. Aun así, Kurt acabó su desayuno y cogió la bolsa. Empezó a repartirla entre sus hermanos y no me pasó inadvertida la expresión de sorpresa en el rostro de mi padre.

- Es un gran niño – susurró.

- Muy bien, campéon, así me gusta, que compartas. Ahora escuchad: tengo que hablar con Andrew un ratito. ¿Por qué no vais a jugar al jardín con el avión de Zach y algunos de los juguetes nuevos?

- Pero yo me quiero enterar, papá – protestó Barie.

- Cariño, te prometo que después hablaré con vosotros. Ahora ve con Michael y Ted, ¿sí?

Mi princesa dio un suspiro y asintió y así mis hijos salieron al jardín y nos dejaron solos. Comencé a recoger los restos del desayuno, mientras pensaba en cómo iniciar la conversación, pero no hizo falta, porque Andrew se me adelantó. 

- Es asombroso lo que has formado, Aidan.

- No les he hecho yo – respondí. Me había propuesto no hacer reproches, pero era superior a mis fuerzas. - Ellos son perfectos, pero ese mérito no es mío.

- Lo único que yo he aportado ha sido la genética – replicó. Al menos lo admitía.

Dejé las tazas en el lavavajillas y me coloqué de pie frente a él.

- Ahora es tu oportunidad de aportar algo más. Puedes empezar por contar la verdad. ¿Eres o no eres mi verdadero padre?

Andrew levantó un poco las cejas. Supe lo que estaba pensando: “Wow, directo al grano, ¿eh? Nada de charla superficial”.

- Soy tu padre, Aidan, porque yo te crié. Mejor o peor, pero soy el único padre que tuviste.

Me sentí incapaz de sostener su mirada y, tal y como ya me había pasado en escasas ocasiones anteriores, pude comprobar que de alguna manera extraña y retorcida Andrew sí que se preocupaba por mí.

- ¿Pero Roger Greyson es mi padre biológico?

- Roger Murray – me corrigió. - Greyson es un nombre falso. ¿Por dónde quieres que empiece?

- Por alguna parte que tenga sentido. ¿Por qué tú, el hombre que abandona a sus propios hijos, se haría cargo de uno que ni siquiera es suyo? ¿Por qué le quitarías un hijo a tu propio hermano?

- Hermanastro – dijo Andrew y suspiró. Le dio vueltas a su taza de café y sus ojos se empañaron, ausentes y enfocados en otro tiempo. - Mi padre, Joseph, me golpeaba todos los días. Yo no era un niño fácil, lo admito, pero realmente dudo que me mereciera tantos golpes. Especialmente cuando era pequeño. Era escuchar el chasquido de ese maldito cinturón cuando se lo quitaba y que todo mi cuerpo empezara a temblar. Pocas veces llegó hasta el extremo al que llegó contigo aquella vez, sin embargo. Solía controlarse. En su cabeza creo que pensaba que me estaba educando, que las palizas eran castigos ante mi mal comportamiento. Por eso me dolió tanto ver que tú hacías lo mismo con mis hijos.

Hasta ese momento, me había limitado a escuchar, sobrecogido y sin apenas respirar. Todo lo que me había contado yo ya lo intuía: después de que conociera a mis abuelos Andrew me había contado algunas cosas, pero nunca de forma tan directa. Sabía que Joseph le pegaba, pero no hasta qué punto. Sentí lástima por él, hasta aquella última frase.

- ¡Yo no hago lo mismo! - bramé, ofendido y asqueado. - ¡Jamás les haría daño y nunca les he pegado con un maldito cinturón!

- Lo sé, Aidan, y tras verlos a ellos sé que están bien. El día de la vista de Michael lo presencié con los mellizos. No me gustó, pero no puedo decir que sea remotamente parecido a lo que hacía mi padre. Ese no es mi punto.

Me apacigüé ligeramente y me senté para seguir escuchándole, en vista de que el relato iba para largo. No terminaba de entender que tenía que ver lo que me estaba diciendo con Greyson, pero para Andrew parecía importante.

- Siempre te he contado que pedí la emancipación y me fui de casa porque mis padres eran demasiado duros conmigo. Pero esa no es toda la verdad – prosiguió. - Lo cierto es que lo más probable es que nunca me hubiera marchado. Cuando era pequeño, simplemente asumía que mi padre tenía razón en castigarme. Tal vez diez cintazos por comer dulces sin permiso eran demasiados, pero nunca me lo planteé así. Era un niño de cinco años, todo lo que hiciera mi padre estaba bien para mí, el malo era yo. Cuando crecí un poco, empecé a comparar y pensé que mi padre se excedía. Tienes que entender que yo me crié en otra época y en otro estado. En Ohio, hasta el 2009 te podían pegar en la escuela y yo me llevé más de un golpe con la paleta. Muchos de mis compañeros tenían padres que les reprendían físicamente. No es como ahora, cuando mucha gente está en contra. Antes era algo normal... Pero en seguida empecé a entender que a mis compañeros no les pegaban por todo, ni tan fuerte como a mí. Claro, cogías un coche sin carnet y, sí, podías esperar una paliza con el cinturón. Pero, ¿por recibir un reporte de que has llegado cinco minutos tarde a clase? Cuando encima eran ellos los que me llevaban en coche y había llegado tarde por su culpa. Digo “ellos” como si mi madre hubiera tenido algo que ver... Ella siempre le decía a mi padre que era demasiado duro conmigo. Y que además era evidente que no estaba funcionando, porque yo cada vez me portaba peor. El caso es que, aunque yo sabía que mi padre no era justo conmigo, seguramente jamás hubiera tenido el valor de dar el paso y pedir la emancipación. Ni siquiera sabía cómo se hacía ni a quién acudir. Además, seguía teniendo a mi madre. Por ella todo merecía la pena... Hasta los catorce años. Entonces todo cambió.

Andrew guardó silencio y yo no me sentí capaz de decir nada. Crecer con un hombre como Joseph tenía que haber sido algo horrible. No era la primera vez que llegaba a la conclusión de que la vida de mi padre no había sido sencilla. Además, me di cuenta de que su juicio estaba algo nublado: su madre no era totalmente inocente, porque tendría que haber protegido a su hijo para que no sufriera maltratos constantes. Si no estás de acuerdo con lo que hace tu marido, deberías ser capaz de imponerte y, llegado el caso, de denunciarle. Una vocecita en mi cabeza susurró el nombre de Holly, pero decidí ignorarla. Aquel no era el momento de lidiar con ese pensamiento aún sin elaborar. 

- ¿Qué pasó cuando tenías catorce años? - pregunté, al cabo de unos segundos.

- Mi padre contrató a un mozo para que nos ayudara con los caballos. Fue extraño, porque el chico era demasiado joven: debía tener más o menos mi edad. Al mismo tiempo, mi madre empezó a actuar de forma extraña. Durmió en otra habitación por unos días, la encontraba hablando sola... Entonces me enteré: el nuevo mozo, Roger Murray, era un hijo ilegítimo de mi padre. Su madre había muerto, así que él se sintió en la obligación de hacerse cargo, pero en lugar de acogerle como a un hijo le contrató como a un trabajador. No sé si pensó que con eso nos haría menos daño o si simplemente no quería lo suficiente al bastardo. El caso es que mi madre no resistió la noticia. Ese fue el principio de su trastorno mental. A partir de ahí fue decayendo, aunque tenía momentos lúcidos.

Recordé a mi abuela, a lo bien que me había hecho sentir en diversas ocasiones... Antes de perder la olla por completo e insinuar que la almohada era mejor bebé que Ted, porque era negro.

- No es que su enfermedad se deba solo a aquello, pero sí creo que fue el desencadenante – continuó Andrew. -  Mi madre ya luchaba con una depresión y creo que saber que estaba casada con un marido infiel fue demasiado para ella, especialmente cuando la prueba de esa infidelidad vivía y trabajaba en su casa. Por su parte, lo único que Roger quería era llevar el apellido de mi padre, ser un Whitemore. Y empezó a odiarme por tener todo lo que él no tenía. Yo era el señorito que montaba los caballos y ganaba competiciones de equitación mientras que él limpiaba la mierda en los establos. Yo era el hijo reconocido y él el bastardo que no tenía derecho a un nombre. Hubiera sentido lástima de él y durante un tiempo se la tuve, pero Roger demostró que tampoco estaba en sus cabales. Hacía cosas extrañas... Ahora sé, después de investigarle, que tiene trastorno bipolar. Jamás le trataron cuando vivía con nosotros. Mi padre se limitaba a encerrarle en una habitación cuando se ponía a gritar y a lanzar cosas.

Me vino a la cabeza la imagen de un cuarto con pestillo externo. El cuarto en el que había dormido con Ted cuando él tenía solo un año. Sentí un escalofrío al entender, por fin, cuál había si su uso original. Aquella, desde luego, parecía la casa de los horrores.

- Sus momentos agresivos eran minoritarios, sin embargo. Era más habitual que pasara de la alegría extrema a la completa infelicidad. Y entonces un día, a los quince años, descubrió el alcohol, y te puedo asegurar que la bipolaridad no tratada y una borrachera no es una buena combinación. Ese día te concibió a ti, Aidan. Pero no lo estoy contando bien, primero tenemos que hablar de tu madre.
Mi corazón se detuvo por unos instantes. Mi madre. ¿Quién era mi madre? ¿Era una prostituta tal como me había dicho? ¿Era verdad que estaba muerta?

- Como ves, mi padre parecía tener la habilidad de conseguir que todo el mundo a su alrededor quedase tocado de la cabeza – bromeó, aunque fue una broma triste. - Supongo que lo mismo me pasó a mí, porque me enamoré. Me enamoré de la mujer más hermosa que has visto en tu vida, Aidan. Tu madre era un ángel caído del cielo – me aseguró. - Tenía el pelo negro y largo y tus mismos ojos. Exactamente tus ojos, jamás podría olvidarlos. Pero yo no fui el único que me fijé en ella. Roger también se enamoró, solo que en su caso parecía más una obsesión. Se lo tomó como una competición. Quería quitarme la única cosa que estaba en su mano quitarme. Yo tenía la familia, el dinero y el apellido, pero él tendría a la chica. Inexplicablemente, sin embargo, Lauren me prefirió a mí. Ella es la única mujer a la que he amado de verdad, Aidan. Hubo otras dos mujeres que fueron importantes en mi vida, entre ellas la madre de Ted, pero ninguna puede compararse a ella.

- Entonces... ¿sí eres mi padre? - pregunté, confundido e ilusionado ante la idea de haber nacido del amor y no de una transacción económica de Andrew con una trabajadora sexual.

- No – respondió y su rostro se ensombreció. - Como te dije, Roger se emborrachó. Fue una noche en la que mis padres no estaban en casa. Yo había invitado a Lauren y Roger asaltó el minibar de mi padre. Todo lo demás sucedió muy rápido. Él aseguró que se encontraba mal y yo le acompañé a su cuarto para que se tumbara... pero me engañó para encerrarme allí. Roger me quitó de en medio para que no me interpusiera entre él y Lauren y después abusó de ella.

Violación. Había nacido de una violación.

¿Y qué te esperabas, unicornios y arcoiris?” dijo una voz en mi cabeza. “¿Acaso tu vida ha sido así alguna vez, antes de conocer a tus hijos?”.

- Te juro que intenté tirar la puerta abajo, pero no pude. No tenía suficiente fuerza – me dijo. Le creí. Había visto esa puerta, era de madera maciza con bisagras de acero y tornillos gigantes. - Fue Lauren quien me abrió horas después. Roger se había marchado. Ella estaba en shock y había llorado, pero no me dejó llamar a una ambulancia. Decía que sus padres la matarían si se enteraban. Eventualmente se enteraron, sin embargo, porque se quedó embarazada. Todo el mundo pensó que era mío, era su novio oficial, y no quise desmentir el rumor. Solo ella, Roger y yo sabíamos la verdad. No había duda posible: Lauren y yo no habíamos tenido relaciones después de aquello, ella era incapaz. Como es lógico, necesitaba recuperarse de semejante trauma. A Roger por poco lo mato a golpes. Mi padre por poco me mata a mí. En serio. ¿Te has fijado en que no puedo estirar el dedo meñique? Bueno, pues es desde entonces. No fue lo unico que me rompió, pero sané rápido. Aquella fue la primera de muchas visitas al hospital en ese año. Pero me estoy adelantando. Mi padre no reaccionó así por el embarazo, sino por la paliza que le metí a mi hermano, a su parecer injustificada. Cuando se enteró de que mi novia esperaba un hijo, me obligó a encontrar un trabajo y me castigó, pero fue una minucia, nada comparado con otras veces, creo que porque se sentía culpable de su reciente explosión.

- ¿No se lo dijiste a tus padres? ¿Que no era tuyo? - susurré, cuando logré encontrar mi voz.

- Eras mío. Así lo decidimos con tu madre. Íbamos a ser tus padres, los dos.

Así que sí fui querido, en algún punto. Noté mis ojos llenos de lágrimas pero no me molesté en secármelas. Estaba atrapado en la historia de Andrew, la historia de mi vida y la de mi familia.

- Pero Roger no estaba dispuesto a aceptar eso. Al principio no estaba cien por cien seguro de que fueras su hijo, pero acabó por descubrirlo. Nos enfrentó y nos exigió la verdad. Lauren se lo dijo y también le dijo que no quería volver a verle nunca más. Ella me ayudó a pedir la emancipación, pero la primera vez no me la concedieron. Mientras tanto, Roger no nos dejaba en paz. Los meses pasaron y tú viniste al mundo, dos semanas antes de lo esperado. Ya ves, los prematuros suelen ser más pequeños y aquí estás, con dos metros. Cuando aún estabas en el hospital, Roger nos dio un susto tremendo. Intentó suplantar mi identidad. Robó mi carnet de conducir y aprovechó un cambio en el turno de enfermeras para hacerse pasar por mí e intentar llevarse a mi hijo. Afortunadamente, no lo consiguió. Roger estaba delirante. Estaba convencido de que podía tener un futuro con Lauren. De que ella podía perdonarle y amarle y quedarse por siempre junto a él.
Por si te lo estás preguntando, intenté convencer a Lauren para que denunciara. Llegados a esa situación, poco importaba si eras fruto de un embarazo adolescente o de una violación. La relación con sus padres estaba rota y tú ibas a llevar mi apellido de todas formas. Yo no sentía el más mínimo apego por mi hermano y no me importaba si terminaba en la cárcel. Solo quería protegerte a ti. Pero ella tenía miedo de que nadie la creyera y pensaran que se lo estaba inventando para ocultar que había tenido relaciones sexuales. Tienes que entender que solo éramos dos críos de una ciudad pequeña, sin demasiado mundo a nuestras espaldas. Ni siquiera sabíamos que un examen médico la noche de la violación habría probado que había sido abusada. Nuestros conocimientos de educación sexual eran escasos y los de las leyes que protegían a la mujer, nulos. Teníamos miedo de que, si denunciábamos y un análisis de sangre probaba que tú eras hijo de Roger, podrían obligarnos a dejar que te visite. Si hubiéramos hablado con la policía, todo se podría haber evitado...

No dijo nada más. Esperé pacientemente durante treinta segundos, pero al final le animé a continuar.

- ¿El qué se podría haber evitado?

- Cuando nos dieron el alta, os subí en el coche para llevaros a casa. Roger no había vuelto por allí desde su intento fallido de robarte en el hospital. Mis padres, a pesar de su pésimo historial, no me echaron de casa, y estaban dispuestos a que Lauren se quedara mientras encontrábamos un lugar propio. Pero jamás logramos completar ese camino desde el hospital hasta la casa. Roger nos interceptó y empezó a conducir en paralelo. Me echó de la carretera. Lauren quedó malherida y falleció a los pocos días. Roger resultó herido también y del hospital pasó directamente al correccional, acusado de conducción temeraria y homicidio imprudente, entre otras cosas, aunque no incluí la violación para que nada pudiera vincularte a él. Le hice creer que a ti te dí en adopción y que estabas muy lejos, en Europa tal vez. Es lo único que se me ocurrió para que nos dejara en paz. Me mudé de estado y pedí la emancipación, y aquí viene la otra parte de la historia: cómo lo conseguí. Cómo conseguí un billete de avión, una casa en Oakland, la autorización de emancipación que antes me habían negado y lo más difícil de todo: que tú fueras dado en adopción y al mismo tiempo vivieras conmigo.

Apenas presté atención a las últimas frases. Roger había matado a mi madre. No directamente, pero había provocado su muerte. Yo podría haber tenido una vida feliz de no ser por ese hombre. El mismo que había destrozado la de Michael.

Mi madre no había dejado de quererme. Mi padre, el padre que me había criado entre armarios y borracheras, había luchado por mí, sangrado por mí. Se había quedado conmigo tras la muerte de la mujer a la que amaba, pese a saber que en realidad no tenía ninguna responsabilidad que cumplir, porque yo no era biológicamente suyo.

- ¿No quieres saberlo? - me preguntó, suavemente, creo que intentando ingorar mis lágrimas para no avergonzarme.

Respiré hondo y asentí. Quería conocer la historia completa.

- He estado ensayando esta conversación varias veces y esta es la parte con la que siempre he tenido problemas – me confesó. - Estoy tan acostumbrado a guardar el secreto a toda costa que decirlo en voz alta se siente como un error... pero creo que es lo correcto. Creo que así vas a entender muchas cosas.

Pasé la mano por mi mejilla y mi ojo derecho. Aquello estaba siendo todavía más difícil de lo que había imaginado. Nunca en toda mi vida había tenido una conversación tan larga con mi padre. Andrew no era muy hablador, al contrario que yo, que me manejaba bien con las palabras y me encantaba expresarme por medio de ellas.

- Te dije que mi padre me obligó a encontrar un trabajo, antes de que tú nacieras. Pero yo era un mocoso de dieciséis años recién cumplidos y con una mano rota cortesía de mi adorado progenitor. Lo único que encontré fue un trabajo publicitario, de esos donde te meten en un traje horrible de felpa para promocionar una cadena de alimentación. El sueldo era una mierda, el calor que pasaba era insoportable. Casi prefería los disfraces de pollo que los cartelones que colgaban de los hombros, porque entonces se me veía la cara. Pero fue gracias a uno de esos que un hombre contactó conmigo. Un hombre al que le gustaron mis ojos azules y mis rizos rubios. No voy a pretender que no soy consciente de mi aspecto. Lo único por lo que le estoy agradecido a mi padre es por su genes. No solo por el atractivo, sino también por su fuerza. El hombre me propuso un trabajo de modelo. El sueldo era bastante interesante, demasiado interesante. Tendría que haberme olido la trampa. Cuando ese tipo me hizo insinuaciones que no se le deberían hacer a un menor, especialmente si le sacas veinte años, le golpeé. Yo estaba lleno de rabia, odiaba a mi padre, mi hermanastro había violado a mi novia, tenía una mano rota y la escayola era un arma. Golpeé a ese hombre hasta dejarle inconsciente o mejor dicho, hasta que un tipo me apartó y me esposó las manos. Pensé que eso era todo: me iba a llevar a la cárcel por agredirle y Lauren iba a estar sola cuando tú nacieras. Pero me equivoqué. La persona que me “detuvo” no era un policía normal. Ni siquiera iba uniformado. Me dijo que llevaba meses detrás del energúmeno al que yo había machacado. Me preguntó si estaba interesado en servir a mi país. Ser soldado era lo último que yo quería y así se lo hice saber, pero me dijo que no me reclutaría ningún ejército. No tenía permiso para darme más información y a mí todo eso me sonaba muy raro, así que le mandé a paseo... Pero le seguí. Quería ver quién o qué era ese hombre, así que fui tras él cuando nos despedimos. Después de diez minutos yendo tras sus pasos, le perdí la pista y de pronto le tenía encima. Me acorraló contra una pared y pareció sorprenderse de verme a mí. Ese hombre era un espía, Aidan, un espía del gobierno y nadie y mucho menos un mocoso debería haber sido capaz de seguirle ni dos minutos sin que él se diera cuenta.

En medio de toda aquella locura, me asaltó una idea estúpida: pensé que mi padre era buen narrador. Como escritor, supe reconocer a un buen contador de historias, aunque seguramente ayudara el hecho de que su vida había sido tan intensa que daba para escribir varios libros.

- Vivir con mi padre me había hecho una persona sigilosa. Había aprendido a escabullirme hacia mi cuarto sin que él me viera. Sin saberlo, él había comenzado mi entrenamiento como espía. Me había hecho sigiloso, resistente al dolor y lo bastante fuerte como para dejar inconsciente a un hombre adulto. El tipo al que seguí se había dado cuenta de eso y también había visto en mí ese aura de persona en la mierda que es imprescindible para esa clase de trabajo. Ese aire de “no tengo nada que perder”. Me llevó a unas instalaciones dignas de una película de Hollywood. Por fuera era un edifico abandonado al que nadie en su sano juicio entraría nunca, pero por dentro había como cincuenta niveles de seguridad. Me dijo que allí se entrenaba a los héroes anónimos de nuestro país y al principio no le supe entender, pero luego comprendí que estábamos hablando de esa gente que oficialmente no existe y que se encarga de hacer cosas que oficialmente el gobierno no hace.

- ¿Me estás diciendo que ese hombre quería convertirte en un espía? - pregunté, sin poder contener mi escepticismo.

- Pensó que yo era mayor de edad. Cuando le dije que solo tenía dieciséis años y le conté por encima mi historia familiar se ofreció a ayudarme a conseguir la emancipación. Me dijo que podía ayudarme a conseguir muchas cosas. Ya sé lo que estarás pensando: “aceptaste sin dudarlo, ¿verdad?”. Pero lo cierto es que aquello sonaba demasiado irreal para mí. De nuevo, solo era un chico de ciudad pequeña. ¿Qué hacía yo jugando a los espías? Le dije que me lo tenía que pensar y el hombre me dio su tarjeta. Pasó el tiempo, Lauren se puso de parto, Roger provocó el accidente y me di cuenta de que necesitaba ayuda para comenzar de cero. Busqué la tarjeta, llamé a mi ángel de la guarda y le conté todo. Al día siguiente tenía un pasaje en primera clase para California, los papeles de la emancipación firmados por un juez y un hombre de negro pegado a mi culo todo el día. El trato era que yo recibiría entrenamiento durane tres años. Si al final de los tres años me consideraban apto, empezaría a trabajar para ellos, por más dinero del que te puedes imaginar. Me dieron una casa enorme, la casa que conoces, al principio como préstamo pero más adelante me pude permitir comprarla. Y lo más importante, se ocuparon del problema de Roger. Tu madre quiso que te llamaras Andrew y a Andrew Whitemore Junior le di en adopción a una familia inglesa. Una adopción cerrada, irrastreable. A ti te convirtieron, mediante la magia de los hombres que dominan el mundo, en Aidan Whitemore.

- ¿Falsificaste los papeles de mi adopción? - traté de entender.

- No son falsos si los genera el propio gobierno. Pero sí, fingimos una adopción que jamás sucedió. Y tú te quedaste conmigo, con tu nuevo nombre y tu nueva fecha de nacimiento.

- ¿No tengo treinta yocho años? - pregunté.

- Sí, tan solo unos meses más de los que crees. Naciste en Marzo, no en Noviembre. Para el momento en el que Roger salió de la cárcel, cualquier averiguación que intentara hacer le llevaría a la conclusión de que su hijo estaba fuera de su alcance, creciendo con unos extraños, y de que yo había tenido otro bebé. No le resultó extraño creerlo, dado mi historial con las mujeres.

Era demasiada información para asimilar de golpe. Hermanastros, violaciones, espías. La vida de mi padre podía haber sido la de cualquier otro niño maltratado. La de mi madre, la de cualquier otra mujer violada. Pero había más, mucho más que aquellas dos desgracias juntas. Mi padre era un maldito agente secreto.

- ¿Por dónde quieres que siga? - me planteó. - Supongo que quieres que te hable de Roger, para ver qué puedes utilizar para ayudar a Michael.

Me sentí un completo egoísta, porque la verdad era que en ese momento no quería escuchar esa parte de la historia. Quería que me siguiera contando sobre él, porque intuía que había mucho más por desvelar todavía. Pero antes que un hijo descubriendo su pasado era un padre preocupado por el futuro de su propio niño, así que asentí. Roger primero.

- Como te dije cuando me preguntaste, yo no conocía a Roger Greyson ni su relación con Michael. Pero Eliah ha estado investigando. Adoptó ese alias al salir de la cárcel. Cuando Roger terminó su condena, tenía ya treinta años. Había pasado prácticamente la mitad de su vida entre rejas y de hecho salió antes de lo esperado, porque encontraron un atenuante en su trastorno de bipolaridad. Seguramente, de haber estado bajo medicación, no habría llegado a los extremos a los que llegó. Roger pasó casi todo su tiempo en la cárcel estudiando. Estudiando sobre leyes, estudiando sobre enfermedades mentales, estudiando sobre adopciones. Sobre todas las cosas que de una manera u otra le habían afectado. Creo que ahí empezó a fraguar un plan. Lo primero que hizo al salir fue intentar buscarte, pero le fue imposible dar contigo, dado que siguió el falso rastro de la adopción. Por eso cree que le robé un hijo y por eso yo te dije que no de la manera en la que él se piensa. Roger no sabe que tú eres su hijo, Aidan, y por eso quiere usarte para vengarse de mí. A ti y... a los demás. Quiere quitarme a mis hijos como yo le quité al suyo. Sin embargo, meterse conmigo no es tan sencillo y ahí es donde entra Michael en juego. Por lo que sé, Roger tiene sus propios contactos. Criminales de alto rango que le ayudaron a ocultar su pasado. Ningún homicida podría meterse nunca a policía, pero él consiguió hacer desaparecer algunos de sus antecedentes. No podía borrar del todo su estancia en la cárcel y por eso dejó una versión dulce de la historia: suplantación de identidad. Eso le daba una coartada perfecta para trabajar como investigador de falsificaciones e identidades falsas. La conmovedora historia del chico que se había reformado para ayudar a combatir el crimen. Pamplinas. Supongo que Michael te habrá contado que es un policía corrupto y que aprovecha ese puesto para ganar dinero ilícitamente, con gente como tu muchacho: falsificadores que trabajan para él.

Asentí. Michael me había hablado del círculo de criminales que Greyson había formado a su alrededor. Un montón de críos a los que en su mayoría había entrenado él mismo y a los que chantajeaba a placer. Si no le hacías caso, terminabas en la cárcel, tal como le había pasado a Michael.

- Roger escogió al chico premeditadamente. Verás, Aidan, cometí un error y es que nunca protegí los papeles de Ted. No sabía que Roger tenía un plan, ni siquiera supe en su momento cuándo salió de la cárcel, así que ni se me pasó por la cabeza que pudiera tener interés en Theodore. No lo tenía, de hecho, porque él no es hijo de Lauren, ni suyo, pero sí lo vio como un medio para un fin: conseguir información. Averiguó que Adele, la madre de Ted, tenía otro hijo. Averiguó sus circunstancias y supo ver que eran propicias para convertirle en unos de sus raterillos. Pero no se iba a conformar con eso: quería usarle para llegar hasta ti. Introducirlo en tu familia. Que se ganara tu confianza, para después quitarte a tus (“mis”) hijos. Pero no contaba con dos cosas: una, que tienes un corazón enorme y fuiste capaz de convertir a Michael en tu hijo, en tu hijo de verdad, hasta el punto de que él también te ve como su padre; y dos, que no es tan fácil desestabilizarte. Roger sabe mucho acerca de la mente humana, es un experto manipulador, y tú lo tienes todo para ser un blanco fácil: exalcóholico, con algunas fobias, una vida muy estresante... ¿Cómo de difícil podía ser hacerte dar un paso en falso? La vida te ha puesto peores pruebas de las que Roger podría haber pensado, con la operación de Ted, con la aparición del propio Michael. Pero tú no has perdido la calma. No te has dejado derrumbar. ¿Y por qué? Porque tú no eres mi madre y no eres Roger. Gracias a Dios, tu mente está sana o todo lo sana que puede estar con la vida que has llevado. No vas a enloquecer ni metafórica ni figuradamente, porque si hay algo para lo que has nacido es para ser el padre de estos chicos.

Me ruboricé ante el mayor halago que había escuchado nunca de sus labios.

- Ha habido momentos en los que sí he creído que me volvía loco, ¿eh? - murmuré, avergonzado.

- Pero lo superaste. Siempre lo superas. Incluso aquella vez... Aquella vez en la que Joseph... Pensé que nunca volverías a ser el de antes.

Supe a qué se refería. Tras el segundo encuentro con mi abuelo, me volví un niño asustadizo e inestable. Pero eso no era algo en lo que me apeteciera pensar en ese instante y a Andrew tampoco.

- El plan de Roger hace aguas por todos lados, Aidan. No es un proyecto estudiado, es el delirio de un loco, convencido de que va a tener éxito. No tienes nada que temer.

Cuando me dijo algo similar por teléfono, le creí porque necesitaba creerle. Sin embargo, cuando me lo repitió en persona, después de haberme contado su historia, pensé que tenía que darle algo de crédito al hombre que había llamado la atención de un espía con solo dieciséis años. Andrew parecía saber de lo que hablaba.

- ¿Podemos volver a la parte en la que eres un espía trabajando para el gobierno? ¿Recuerdas cuando necesitaba dinero para las facturas del hospital de Ted? ¿Quién era ese hombre que me dio una bolsa llena de billetes? - le pregunté. Aún quedaba mucho por explicar.

Andrew suspiró y se frotó los ojos con cansancio.

- No permita el cielo que sea un héroe por unos segundos – murmuró, entre dientes. - Mi vida como espía daría para varias películas de James Bond, Aidan, pero hagámoslo sencillo ¿vale? Pasé los tres años de entrenamiento. Me consideraron apto. El hombre que descubrió mi potencial se encargó personalmente de que me convirtiera en el mejor entre los mejores. Llevas su nombre, por cierto. Se llama Aidan, Aidan Calvert y era una buena persona. Un grano en el culo, comandante del infierno exigente como una mala bruja, pero una buena persona. Por eso no quería que yo terminara en la delegación en la que terminé, pero mi talento con las armas no pasó inadvertido. Tengo muy buena puntería, Aidan. Podría acertar a una hormiga a veinte metros incluso estando borracho. Así que me dieron clasificiación roja. En palabras que puedas entender, eso significa licencia para matar. Más bien obligación de hacerlo. Era como una especie de asesino a sueldo. El gobierno etiquetaba a un criminal como sumamente peligroso y yo era el encargado de quitarlo de en medio. Espías de otros países, terroristas, genocidas. En verdad de la parte de espiar no hice demasiado. Me he dedicado más bien a apretar el gatillo.

Una voz en mi cerebro me decía que tenía que alarmarme y dejar de estar tan tranquilo frente a un hombre que me estaba confiando que había quitado muchas vidas. Pero el resto de mi cuerpo era incapaz de reaccionar. La leyenda negra de que los espías existían sonaba emocionante cuando no afectaba a tu familia. Entonces simplemente sonaba aterrador.

- La presión de los entrenamientos me introdujo a la bebida. Después, el alcohol fue la única forma de difuminar los rostros de las personas a las que eliminaba – sintetizó Andrew. - Convertirme en un espía me ayudó a escapar de mi pasado pero condenó mi futuro por completo. Cuando estaba dos días sin aparecer por casa no me había perdido en la barra de un bar o en la falda de una mujer, Aidan. Me había ido a Egipto a meterle un tiro en la cabeza a un traficante de personas. Después sí, me bebía todo el alcohol del avión privado y buscaba sentir algo en los brazos de alguna mujer, porque lo cierto es que empecé a notar que mis sentimientos se adormecían. Ni siquiera era capaz de enternecerme cuando me hacías un dibujo. No puedes ser padre cuando tu trabajo consiste en matar a los hijos de otras personas. Miles de veces me dije que quedarme contigo fue un error. Tendría que haberte dado realmente en adopción y eso fue lo que hice con mi siguiente hijo.

- Ted – susurré. Mi garganta era incapaz de articular más palabras. Tenía un nudo del tamaño del Everest.

- No.

- ¿Cómo qué no?

- Ted no fue mi siguiente hijo, Aidan. Me acostaba con una media de doce mujeres a la semana. ¿Realmente crees que no dejé embarazada a ninguna antes que a la madre de Ted? Las prostitutas suelen cuidarse, pero las universitarias y las mujeres casadas a menudo buscan sexo salvaje sin protección. Yo casi siempre estaba demasiado borracho como para recordar cómo se ponía un condón y a veces, si te digo la verdad, no quería ponérmelo. Buscaba sentir cosas, sentirme vivo, y si ellas no me obligaban yo no me lo ponía. Puedes llamarme imbécil, pero una cosa te voy a decir: soy un imbécil que jamás abusó de nadie. Si yo no me puse protección fue porque ellas tampoco querían. Nunca hice nada que mi pareja sexual en el momento no quisiera hacer. Yo no soy como Roger – declaró, con fiereza. - Una vez, una chica de Detroit me dijo que nunca había estado con nadie como yo. Creo que la mayoría me consideró un buen amante, especialmente cuando no estaba demasiado borracho.

- ¡Me importa un bledo si eras el mismísimo Zeus conquistador de vírgenes! ¿Qué rayos quiere decir que Ted no fue tu siguiente hijo? ¿Tengo más hermanos? - exclamé, histérico de pronto. ¿Alguna vez en mi vida dejaría de llevarme sorpresas de parte de Andrew?

- Que yo sepa, dos más. Pero no estamos hablando de eso ahora...

- ¿Dos más? - repetí, llevándome las manos al pelo. - Tengo dos hermanos... Perdón, dos primos....¿Por qué coño no me lo dijiste? ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? ¿En qué clase de ninfómano de mierda te has convertido? El milagro es que no tengas SIDA o algo de eso. ¿O sí lo tienes? La madre de Zach y Harry lo tenía.

- Hago examinar antes a todas las mujeres con las que me acuesto, Aidan. La mayoría de las veces, al menos. No, yo estoy limpio. La madre de los gemelos contrajo el SIDA después de acostarse conmigo. Ella estaba en su propio camino de autodestrucción y parecía buscar el sexo con riesgos. 

La calma con la que hablaba del asunto, como si fuera un tema trivial, me sacaba de mis casillas, pero por primera vez encontré una explicación a su escalofriante sangre fría: seguramente tuviera que ver con el entrenamiento que había recibido.

- Dos hermanos... - susurré, sin poder sacármelo de la cabeza. Técnicamente no eran mis hermanos, pero me iba a costar mucho acostumbrarme a esa nueva realidad.

- Sus madres se negaron a abortar – me explicó. Apreté los puños. Yo era objetor de conciencia con el tema del aborto, pero él no y era una discusión que habíamos tenido demasiadas veces. Para mí era asesinato, era poner fin a una vida humana pero, desde su perspectiva, era más sencillo terminar un embarazo con un humano al que no puedes ver que disparar un arma contra un hombre suplicando por su vida. - Por lo que sé, ambos están bien. Les adoptarron buenas familias.

- ¿Cómo se llaman? - medio escupí.

- Sebastian y Dean – respondió enseguida. Me sorprendió que lo supiera. ¿Acaso les había buscado? - Tienen treinta y dos y treinta años, respectivamente. Sebastian fue padre hace unos años.

Sentí que me mareaba. Les llevaba seis y ocho años. Eran muchos menos de los que les sacaba a Ted. Ellos sí podían haber sido mis “hermanos hermanos” y no mis “hermanos hijos”. Asumiendo que Andrew era mi padre porque así lo había elegido -del mismo modo que yo había elegido ser el padre de mis hijos-, yo podría haber crecido con una familia feliz. Si tan solo él se hubiera hecho cargo... Si hubiera dejado la bebida y las mujeres...

En realidad era más complicado que eso. El trabajo de Andrew no le dejaba tener esa familia feliz. Y si la hubiera tenido, entonces mis hijos jamás habrían existido y eso era impensable.

- ¿Estás bien? - me preguntó.

- No, claro que no estoy bien – quise gritarlo, pero me salió solo un hilo de voz. - ¿Alguna vez te has parado a pensar cómo me afecta a mí tu constante empeño por dejar mujeres embarazadas?

- Te afecta porque quieres, Aidan. No tienes por qué hacerte responsable por cada persona que traigo al mundo.

- ¡Alguien tiene que hacerlo, en vista de que tú claramente no estás dispuesto! - le espeté. Mis ganas de meterle un puñetazo aumentaban a cada segundo.

- Podemos dejar este asunto para más adelante. Aún no te dije quién era el tipo que te entregó la bolsa de dinero cuando lo de Ted.

Solté un gruñido que fue a la vez de conformidad y de disconformidad. Disconformidad por cambiar de tema, pero al mismo tiempo quería que me aclarara aquello, así que le dejé hablar.

- No busco justificar cada cosa que te hice de niño, pero debes saber que cuando empecé a encerrarte en el armario no fue porque sí. Necesitaba enseñarte a quedarte ahí escondido durante horas por si acaso algún día me convertía en el objetivo de algún Andrew ruso. Cuando apenas tenías dos años mataron a uno de los hombres que me entrenaban. Eso me hizo pensar en algunas medidas de seguridad. Ese armario era una caja fuerte acorazada. Debajo de la madera, había una capa de acero que resistiría cualquier disparo – me explicó. Mi respiración se hizo más rápida y entrecortada, como si mis pulmones no pudieran llenarse. - Te prometo que ese fue el único propósito para el que mandé construir ese mueble. Pero fui padre soltero con dieciséis años, Aidan, y no todos hemos nacido para ser el padre del año. Llorabas mucho por las noches y yo no podía soportarlo, especialmente cuando tenía resaca. Dentro del armario se te oía mucho menos.

Apreté los puños hasta el punto de clavarme las uñas en las palmas de las manos. No podía esperar que todos sus errores tuvieran de pronto una explicación heroica, humanitaria y desinteresada. Andrew había sido un mal padre y nada iba a cambiar eso, pero al menos pude entender por qué lo había sido.

- No tienes ni idea de lo que era estar ahí dentro días enteros, a oscuras, sin comer – le reproché, desde lo más profundo de mi alma. - Soy incapaz de meterme en un ascensor si no hay al menos un lado transparente.

- Tengo más idea de la que crees. Cuando Roger vino a vivir con nosotros y mi padre puso los cerrojos, empezó a encerrarme a mí también alguna vez.

- ¡En un cuarto con cama y cuando tenías catorce años! ¡No en un puto armario cuando eras apenas un bebé! - le grité, aunque una parte de mí también le compadeció. ¿Cómo podía saber criar un hijo alguien que había sido criado de semejante forma?

- Tú has sabido romper la espiral de dolor que giraba en torno a nuestra familia – susurró, como si quisiera responder a la pregunta retórica que había formulado únicamente en mi pensamiento. - Yo lo intenté también. Lo hice lo mejor que supe, Aidan, y ya sé que no fue suficiente. En algún punto perdí la perspectiva de por qué hacía lo que hacía. Creo que incluso a veces te llegué a culpar por la insatisfacción que sentía y no ayudaba el hecho de que en tus ojos tristes viera los ojos de tu madre. Nunca me volví a enamorar. La madre de Sebastian y la madre de Ted fueron algo más que rollos de una noche, pero nada parecido a la chispa que sentí con Lauren.

- La madre de Ted murió, pero... ¿qué pasó con...?

Era incapaz de pronunciar el nombre de ese desconocido con el que acababa de descubrir que estaba emparentado.

- ¿Con la de Sebastian? - me ayudó Andrew. - Era una estudiante de primer año de universidad. No estaba preparada para ser madre. Dio al niño en adopción y no fue fácil para ella. Me dijo, textualmente, que ya no aguantaba mirarme a la cara y de que le haría un favor al mundo si me moría rápido.

- Auch.

Andrew se encogió de hombros.

- No es lo peor que me han dicho. Además, probablemente tuviera razón, le hubiera hecho un favor al mundo. Te hubiera hecho un favor a ti.

- Eso no es cierto. Me has dado lo mejor que tengo: a mis hijos.

Los dos guardamos un silencio incómodo durante unos segundos, el primero de aquella larga y trascendental conversación. Andrew sacudió la cabeza antes de hablar de nuevo.

- Me estoy enrollando demasiado. El asunto es que, de igual manera que hice ese armario con la idea de protegerte, independientemente del uso que le diera después, creé otra especie de armarios metafóricos, que tampoco cumplieron su objetivo inicial. Lugares secretos en los que tenía pensado escondernos si algo salía mal. Mi trabajo siempre me ha abierto puertas. Cualquier lío legal en el que me metiera, Eliah lo limpiaba en un segundo. Conseguía cosas que a otras personas se les niega. Por ejemplo, cambiar unos resultados de ADN. Pero de igual manera en la que conseguía cosas, también podía perderlo todo. Si el gobierno se volvía en mi contra, necesitaba un lugar seguro al que ir hasta poder salir del país. Por eso compré una serie de casas abandonadas, de bajo perfil, pero jamás hicieron falta. En lugar de como refugio, las utilicé para esconder a personas... de las que no me podía ocupar. Tenía una regla y es que nunca mataba a un hombre con hijos pequeños. Pero tenía que hacerles desaparecer del mapa. Así que hacía un trato con ellos. Les escondía por un tiempo, a cambio de una buena suma de dinero. Si estaban en mi lista es que no eran angelitos, precisamente, así que no te sientas mal porque les pidiera dinero. El hombe con el que te envié, era uno de esos que me debían la vida. Tú necesitabas dinero y él tenía que pagarme.

Parpadeé. Ni en un millón de años podría haber averiguado que ese hombre era un condenado a muerte perdonado por mi padre.

- Supongo que te envié con él porque una parte de mí quería que supieras la verdad – prosiguió. -  No soportaba tus reproches sobre Ted, no soportaba que me hicieras ver que no era buen padre. Quería que supieras que soy algo más que un borracho putero. Pero la cosa no salió demasiado bien. Chocaste con el coche y encima no fui capaz de cuidar de Ted por unas pocas horas...

- Llegué a pensar que era un mafioso o algo así – le confesé.

- Otro tipo de mafia. La legal. O mejor dicho, alegal. Se supone que no existimos.

- ¿Ahora que me lo has contado, tendrás que matarme o algo así? - pregunté. Era la primera broma que hacía, pero necesitaba aligerar la tensión de alguna manera.

- No. Ahora yo soy el tipo que decide a quién hay que matar – respondió, totalmente en serio.

- ¿Eres... una especie de jefe de los espías?

Andrew asintió, una sola vez, firme, seco. Ni un ápice de humor en su gesto. Sentí un atisbo de lo que debían experimentar sus objetivos justo antes de que la muerte se cerniera sobre ellos.

No podía aprobar su trabajo. No podía estar bien con el hecho de que matara personas, incluso aunque fueran criminales. Jamás le había tenido por un asesino. Pero supongo que nunca llegas a conocer realmente a las personas. No hasta que sabes sus más oscuros secretos.

- Si ya no quieres que me acerque a tus hijos, lo entenderé – me aseguró.

No me pasó inadvertido el hecho de que me estaba reconociendo como el único padre de los chicos. Yo tomaba las decisiones. Eso me gustó.

- Puedes acercarte – decidí. - Pero la parte de los espías guárdatela para ti. No quiero que los pequeños se enteren. Ted y Michael, tal vez. Y mis hijos necesitan saber qué lugar vas a ocupar en sus vidas. Si vas a ser una constante o si vas a desaparecer.


Andrew se tensó visiblemente.

- ¿Vas a desaparecer? - le pregunté.

- No por propia voluntad.

- ¿Eso que cuernos quiere decir? - le increpé.

- Tal vez eso podamos dejarlo para otro día. Por hoy tenemos que prepararnos para el juicio de Michael. Eliah no tardará en venir. Ahora que lo sabes todo, entenderás cuál va a ser la estrategia a seguir. Roger quedará totalmente anulado en cuanto se desmuestre que todo es una vendetta en mi contra.

No estaba de acuerdo con dejar el tema, pero entendía la necesidad de ocuparnos del juicio.

- Solo una cosa más – le pedí. - Quiero información de tus otros hijos.

- ¿Sebastian y Dean? ¿Les vas a buscar?

- Son familia. Al menos quiero conocerlos. Ellos querrán saber de dónde vienen.

Andrew me miró fijamente durante un rato y al final asintió, sin decir nada. Se puso de pie, como dando la conversación por finalizada, pero yo me mordí el labio.

- Hay algo más... Igual no es el momento, pero al menos tengo que planteártelo – murmuré. Mi padre me miró con atención, notando que no sonaba tan decidido y seguro de mí mismo como instantes atrás. - Si no soy tu hijo biológico, entonces puedo adoptar al resto de tus hijos. Los menores de edad, quiero decir. Para ellos sería muy importante que legalmente fuera su padre y no solo su tutor.

Andrew abrió mucho los ojos. Creo que no se lo esperaba. Tuve miedo de cuál sería su respuesta. Nunca se había tomado demasiado interés por hacer de padre, pero ahora sabía que no era porque renegara de su descendencia, sino porque creía que no podía ser un buen padre. Su fracaso conmigo le había hecho pensar así.

- ¿Por qué decidiste intentarlo con Alice? - le pregunté, en vista de que no contestaba a mi anterior planteamiento.

Tampoco me respondió entonces. Empecé a sentir un espeso sudor en mi frente. ¿Se iba a negar a darme su custodia? Nada podía impedirme adoptar a Ted y a Dylan, pero evidentemente no iba a renunciar a los demás.



- MICHAEL'S POV -

Aidan y Andrew estaban tardando demasiado. Me moría de curiosidad y de impaciencia y Ted no estaba mucho mejor que yo, pero él se distraía con los enanos, mientras intentaba mantenerles entretenidos.

- Teeed, pero quiero ponerme mi disfraz de Supermaaaaan – protestó Kurt, después de haber jugado con el avión de Zach, el boomerang de Harry y el hula hoop de Barie.

- Hace demasiado frío, peque.

- ¡Los superhéroes no tienen frío! - exclamó el enano.

- ¿Cómo que no? Flash en el cuarto episodio de la primera temporada casi muere congelado por la pistola que Snart le robó a Cisco – replicó Ted.

Kurt se quedó mudo, sin respuesta ante tal alarde de frikismo. Ted le había dado un argumento válido incluso en el pequeño mundo de fantasía de mi hermanito, así que no tenía nada que hacer contra eso. El enano se cruzó de brazos, con el ceño arrugado y los labios formando un puchero.

- De todas formas Flash es un superhéroe tonto – declaró. - Superman es mucho mejor.

Ted fingió una mueca horrorizada.

- ¿Pero cómo dices eso? Flash es la única persona que le puede ganar una carrera a Superman.

- Solo si Superman no vuela.

- Incluso aunque vuele – aseguró Ted.

- ¿De verdad?

Y así es como se distrae a un niño de seis años para que se le olvide su berrinche por no poder ponerse un disfraz.

Yo no entendía la mitad de lo que decían. Tenía que ponerme al día con las series de superhéroes, pero antes de poder pedirles que tradujeran su conversación de frikis para el resto del mundo, papá y Andrew salieron al jardín a buscarnos. Ted se puso serio rápidamente.

- Chicos – llamó papá.

Parecía muy cansado, a pesar de que el día acababa de empezar. ¿De qué habrían hablado Andrew y él durante ranto rato? Yo sabía algo más que mis hermanos pequeño, sabía que Greyson supuestamente era el padre de Aidan y era algo que me costaba aceptar. El hombre que me había salvado la vida, emparentado con el que me la había destrozado.

- Venid, entremos en casa – pidió papá, cuando todos nos reunimos a su alrededor. - Tengo algo que contaros.

Le seguimos adentro y fuimos al salón, a repartirnos entre el suelo y los sofás. Yo me cogí un puf y me senté con Hannah encima. Me había acostumbrado a que la enana me buscara para que la mimara o simplemente para que fuera su sillón personal. No sé qué había hecho para merecer la admiración de alguien como ella, pero esperaba no perderla nunca.

- Vosotros sabéis que yo soy vuestro padre, ¿verdad? - empezó Aidan. - Yo os quiero como si fuérais mis hijos.

Todos asintieron, con solmenidad. Algunos verbalizaron su acuerdo y en general estaban confundidos por aquella afirmación repentina. Mis hermanos miraron a Andrew, intuyendo que él tenía algo que ver con que papá estuviera dando aquel discurso.

- Pero no todo el mundo lo sabe – continuó Aidan. -  No todo el mundo entiende a la primera que soy vuestro padre, porque legalmente soy vuestro tutor.

- Los hermanos no pueden adoptar a sus hermanos – recitó Cole. Debía de ser algo que tenía interiorizado. El único obstáculo para que su padre fuera realmente su padre.

- ¿Os gustaría? - preguntó papá, nervioso como pocas veces le había visto. - ¿Os gustaría que yo os adoptara?

Mis hermanos reaccionaron con sorpresa, salvo Ted. Él también debía de saber ya que eso estaba en los planes de Aidan.

- ¡Claro que nos gustaría! - exclamó Zach.

- Pero no se puede, ¿no? - preguntó Alejandro. Sus ojos brillaban con una luz especial y contemplaban a Aidan con vunerabilidad total.

- Hay una forma en la que quizá se pueda – respondió Andrew. - Pero llevará un tiempo.

Sin que ninguno pudiera preverlo, al menos yo no, Ted se levantó y asfixió a Andrew en un abrazo. Mi hermano era bueno y poco rencoroso, pero incluso él le guardaba resentimiento a Andrew por tantos años de abandono. Ese abrazo no tenía ningún sentido... Entonces, reparé en que Andrew era ahora el único obstáculo legal para la adopción. Si Aidan nos estaba diciendo eso era porque su padre había accedido. Para Ted debía de ser un gesto muy importante, si solo con eso estaba dispuesto a perdonar a aquel tipo.

- Es el mejor regalo que podías hacernos – susurró.

Decir que Andrew estaba incómodo era quedarse corto. No sabía dónde colocar los brazos y acabó poniéndolos en la espalda de mi hermano. Carraspeó justo antes de separarse, con un intento de sonrisa. Ted se la devolvió, incómodo también, y se apartó para volver a su sitio. Los demás se lanzaron entonces a hacer preguntas.

- ¿Es de verdad? - murmuró Alejandro. - ¿No es una broma?

- Jamás bromearía con algo así, cariño – le aseguró Aidan.

- Entonces, ¿Andrew ya no sería más nuestro papá? - preguntó Kurt, confundido. No creo que la idea le disgustara, pero no terminaba de entenderlo.

Andrew hincó una rodilla en el suelo y se agachó junto a mi hermanito.

- Creo que fuiste tú el que me dijo una vez que, como era viejito y tengo arrugas y soy el papá de tu papá, podía ser tu abuelo.

Kurt se ruborizó visiblemente y abrió sus grandes ojos azules, como si viera a Andrew por primera vez. Al mismo tiempo, Alejandro se levantó como un resorte.

- Jamás serás nada mío – le espetó. - Estás muerto para mí.

Se marchó de la habitación y subió las escaleras. Si a Andrew le afectaron sus palabas, supo disimularlo muy bien. La habitación se quedó en silencio por unos segundos.

- No tienes arrugas – dijo Kurt, como si quisiera consolarle. - Solo un poquito en la frente.

Andrew soltó una carcajada potente. Primero empezó como una risita y luego su pecho comenzó a temblar con espasmos hilarantes. Eso, sin duda, contribuyó a deshacer la tensión.

Hubo más preguntas sobre la adopción y papá las respondió como pudo. Dijo que era un proceso largo y que iban a venir unas personas para ver si podía cuidarnos bien, pero eso no le preocupaba demasiado porque también había tenido que pasar un examen de los agentes sociales para ser su tutor.

Barie quería saber si había algo que nosotros pudiéramos hacer para ayudar y papá le dijo que no, aunque luego añadió medio en broma que si ordenábamos los cuartos para que no se pensaran que vivíamos en una pocilga no estaría mal.

Poco a poco, la idea se fue asentando en las cabezas de todos y se pudo intuir la felicidad que embargó a mis hermanos. Yo me contagié de ella, aunque en realidad a mí no me afectaba. Mi adopción era un caso diferente.

- ¿De eso habéis estado hablando Andrew y tú todo este rato? - quiso saber Zach.

- De eso... y de varias cosas más – evadió papá.

- No lo entiendo – gruñó Harry. - Si nos podías adoptar, ¿por qué no lo has hecho antes?

- Es una historia larga que os contaré a los mayores después – prometió Aidan. - Pero ahora está a punto de venir el abogado para hablar sobre el juicio de Michael y le tengo que atender. Siento no poder estar pendientes de vosotros hoy, peques.

Me puse rígido. Faltaba muy poco para que mi futuro se decidiera en una sala con un jurado. El juez había fijado la fecha en el diez de enero. Quedaban exactamente doce días y yo no estaba preparado.

Casi sin que yo me percatara, absorto como estaba siendo devorado por mis propios nervios, papá fue dispersando a los enanos, hasta quedarse solo con Ted y conmigo. Zach y Harry se ofrecieron a ir a ver a Alejandro y Aidan se lo agradeció.

- Con vosotros tengo que hablar algo más – nos dijo papá.

Ted me miró, extrañado, sin saber por qué Aidan le incluía en el asunto de mi juicio. Entonces, Andrew y papá empezaron a contarnos el cuento de espías más extraño de la historia. La boca de Ted se abrió varias veces por el asombro y yo mismo tuve problemas para encajar en mi cabeza que estaban hablando de Greyson, el mismo Greyson que yo conocía. Sí me cuadraba que fuera bipolar y sabía que no era trigo limpio, pero aún así... Pistola aparentaba menos edad de la que debía tener, pero mirando a Andrew, a él le pasaba lo mismo. Tenía de ir en la sangre, porque Aidan tampoco parecía a punto de entrar en los cuarenta.

- ¿Tu hermano mató a tu novia? - fue lo único que pudo preguntar Ted, cuando el relato terminó.

- Hermanastro – replicó Andrew. - Estoy seguro de que no era su intención, aunque no sé si le hubiera importado matarme a mí en su lugar. Me veía como lo único que se interponía entre él y la madre de su hijo.

- La violación se interponía – mascullé, apretando los puños. - Maldito loco de mierda.

- A los gemelos les contaré que Roger es mi padre biológico y buscaré la forma de explicárselo a los peques, pero no quiero que conozcan el resto de la historia – explicó papá.

- ¿Por qué no? Si mola, es como ser parte de una peli, con espías y agentes secretos del gobierno – dije yo.

- Cuando sean mayores – replicó Aidan.- Al menos la parte de los asesinatos.

No dio tiempo a añadir nada más, porque el timbre sonó en ese momento, anunciando la llegada del abogado. Me sentía un poco mejor al saber que un peso pesado “por encima de las leyes y del bien y del mal” estaba en mi bando. Si mi abogado era el que el gobierno tenía para sus agentes secretos no me podía ir tan mal, ¿no?

Eliah Wayne traspasó la puerta con paso firme y seguro. Traía un maletín en su mano izquierda y un   café en vaso de plástico en la derecha.

- Caballeros, un placer verles de nuevo – saludó. - Me encantaría tener tiempo para cordialidades, pero yo ahora mismo tendría que estar en una isla en las Bahamas. ¿Debo suponer que todo el mundo está al día de la verdadera identidad de Greyson?

Aidan, Ted y yo asentimos, algo impactados por su forma de proceder tan directa. Andrew ya parecía estar acostumbrado a la rapidez exenta de formalismos del abogado.

- Bien. ¿El chico se va a quedar? - preguntó, mirando a Ted. Aidan asintió y yo me encogí de hombros. - Perfecto, tal vez hagamos un simulacro del juicio y tú me servirás para hacer de jurado. Tenemos que ensayar algunas de las preguntas que os harán y cuál es la manera más conveniente de responderlas.

El señor Wayne habló durante un rato sin que ninguno nos atreviéramos a interrumpirle. Mencionó pruebas que iba a presentar, fallos que Greyson había cometido en su falsificación de papeles, nombres de criminales que le habían podido ayudar cuando salió de la cárcel. Uno de los nombres que dijo me sonaba de pasada, de habérselo oído en alguna ocasión,  y eso pareció serle de mucha utilidad.

- Compartió celda con Greyson por una temporada – explicó el abogado. - Si tengo razón, él le ayudó a modificar sus antecedentes. Veréis, el Estado guarda un registro de todas las personas que entran en el sistema y es muy difícil borrar un nombre de ese registro, pero modificar los datos es posible, ahora que todo se ha informatizado.

Asentí. Mi amigo Bill, el hacker, estaría de acuerdo con esa afirmación.

Eliah siguió compartiendo con nosotros su estrategia. Lo que el fiscal iba a decir, lo que nosotros íbamos a contestar. Me pidió que le contara otra vez mi versión de la historia. El cómo me habló de Aidan y su familia.

- Yo ya sabía que tenía un hermano – repliqué. - Y que estaba bien cuidado. Más adelante, cuando conocí a Greyson, me dio unas fotos de Aidan y de toda su familia. Me resultó extraño que se tomara tantas molestias por mí, pero muy pronto me empezó a exigir que aprendiera determinadas cosas sobre ellos. Sus nombres, sus edades. Luego me hizo olvidarlos. “Tiene que parecer que no les conoces”, me dijo. “Tienes que tener tan interiorizado cómo son que tus reacciones sean exactamente las que ellos deseen, pero al mismo tiempo tiene que parecer que les conoces por primera vez”. En realidad no me dio mucha información. Greyson era bueno entrenando timadores, pero no se le daba bien timar a él mismo. No sabía extraer las piezas básicas de una persona. Esas que le hacen ser lo que son. Juzgaba solo la superficie. De Aidan me dijo que era una persona inestable, que buscaba curar su falta de afecto a través de sus hermanos, que no era buen padre porque era alcohólico y que no siempre había tenido dinero para cuidar apropiadamente de ellos, hasta el punto de que a veces había tenido que recurrir a la caridad de la iglesia.

- Ninguna de esas cosas son mentira – repuso Aidan.

- Ninguna de esas cosas hacen honor a lo que eres – replicó Michael. - Prácticamente me convenció de que los niños estarían mejor sin ti y fue entonces cuando me dijo que su idea era arrebatarte su custodia.

- Como yo le arrebaté la tuya -  susurró Andrew, mirando a papá. - Supongo que mientras uno de mis hijos estuviera cuidando de los demás, estaban lo bastante cerca de mí como para que Roger pensara que podía castigarme a través de ellos.

- Sí, Greyson parecía convencido de que tus hijos te importaban – añadí yo.

 - Porque lo hacen – replicó el abogado. - Continúa. Ya sé que Greyson no te lo contó todo y que se contradecía, pero intenta contarme todas las versiones de su plan.

Así lo hice, y Eliah de vez en cuando tomaba notas.

- Hay algo que no entiendo – le dije, al final. - Greyson al principio quería obligar a Aidan a que me adoptara. No podría salir de la cárcel si no. Pero luego se sacó de la manga lo de trabajar en la comisaría a cambio de mi condicional y así la adopción era solo una opción. ¿Por qué lo hizo? Me contó una patraña sobre que lo hacía por mí, pero no me lo trago.
 
- Dejando de lado que él no tenía autoridad como para ofrecerte ese trato y que eso demuestra que hay alguien “poderoso” avalando o ayudándole en sus actividades delictivas, es posible que la parte de la adopción fuera cierta, Michael – me respondió Eliah. - El deseo más profundo de Roger era tener una familia. Que su padre le reconociera. Creo que se ve reflejado en ti. El hermanastro sin suerte. A Ted le tocó una vida con Aidan mientras que tú te criaste en casas de acogida. No es por defenderle, pero Roger realmente piensa que está haciendo lo correcto. Que está vengando la pérdida de su hijo. Le da igual a cuántas personas haga daño en el proceso, pero tú puedes ser una de sus debilidades. Si en el camino de su venganza puede conseguir que tú tengas un padre, aunque sea por unos meses, sería una forma de hacer justicia para todos los huérfanos del mundo. Algo así como demostrarle a Joseph, su padre, que reconocer a un hijo no es tan difícil, solo hay que firmar un maldito papel.

- Pero ni siquiera eso le salió bien, porque le dije que Aidan no quiso firmarlos, aunque fui yo el que se negó. Ni siquiera pudo resarcir su historia a través de la mía – comprendí yo. Eliah tenía la habilidad de comprender las mentes de los delincuentes. No es que empatizara con ellos o les compadeciera, pero sabía cómo pensaban. Sabía cuáles eran los motivos de la gente para actuar como actuaban.

Por eso mismo sabía también el tipo de preguntas que podían hacer cuando estuviera sobre el estrado, algunas de ellas muy duras. Intentó prepararme para responderlas. Le preguntó a papá si estaba dispuesto a declarar y él dijo que por supuesto que sí, en todo lo que pudiera. Andrew también iba a ponerse delante del juez, pero eso tenía sus incovenientes.

- Será un juicio cerrado – explicó Eliah. - Sin prensa, sin público, sin más cámara que la del juzgado. Solo podrán entrar en la sala el jurado y los testigos que vayan a ser llamados al estrado. Andrew es prioridad uno. Eso significa que es como si llevaras a declarar al presidente o a su familia. Nadie se puede enterar de lo que se diga en esa sala. Habrá mucha seguridad. Se van a desvelar secretos de Estado y no creo que eso le guste demasiado a determinadas personas – añadió, echándole una mirada significativa a Andrew.

- ¿Puedes meterte en problemas? - preguntó Aidan.

- Nada que no tenga previsto – le aseguró.








 




No hay comentarios.:

Publicar un comentario