martes, 8 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 29

 

Mi madre y yo nos habíamos escapado a la sierra, como hacíamos algunos domingos. Llevábamos bocadillos, bolsas de patatas, una manta y refrescos fríos y nos habíamos sentado a la sombra de un árbol mientras observábamos el paisaje. Una avispa empezó a perseguirme y mamá se reía de mis aspavientos, ella siempre había sido mucho menos aprensiva que yo con esos malditos insectos. Ahuyentó al puñetero bicho y me revolvió el pelo. Iba a protestar porque me despeinara cuando me desperté. Entonces todo me vino de golpe. No habíamos ido a la sierra y nunca iríamos, porque mi madre estaba muerta.

Mi sueño había sido tan cálido y tan real que sentí su ausencia más fuerte que en los dos últimos días. Aquello no eran unas vacaciones con mi recién descubierto padre; era mi nueva vida, porque la antigua había quedado atrás. Porque mamá ya no iba a volver nunca más.

Me encogí y contuve un sollozo. Koran no estaba en la cama, debía de haberse levantado, pero intuía que no estaba muy lejos y si me escuchaba llorar se preocuparía. Él no podía hacer nada para aliviar ese enorme vacío, así que era mejor no alarmarle.

En muy poco tiempo había entendido que Koran se interesaba sinceramente por mí, pero todavía tenía que acostumbrarme a sus (a mis) poderes. Daba igual que intentase sobrellevar mi malestar en silencio: él podía percibir mi estado de ánimo. En menos de diez segundos noté un peso suave sobre el colchón.

-         ¿Rocco? – preguntó. - ¿Qué ocurre?

 

-         Nada – respondí, con la voz ahogada.

 

-         Eso no es cierto – me reprochó, mientras me acariciaba el pelo. – Anda, cuéntamelo. ¿Estabas soñando?

 

Asentí.

 

-         Con mamá – susurré, tan bajo que fue un milagro que pudiera escucharlo.

 

-         Pequeño… - suspiró y colocó su mano en mi mejilla.

 

“Quita, estúpido. He dicho que no quiero llorar”.

 

-         No es nada – gruñí.

 

-         Claro que sí. La echas de menos - simplificó. - Haría cualquier cosa por traértela de vuelta.

 

-         Supongo que, extraterrestre o no, solo eres humano. Aunque tengas poderes – respondí, con un pobre intento de poner una nota humorística.

 

-         Nunca me he sentido tan impotente – me confesó. Acercó la cabeza y me dio un beso en la frente. Me sonrojé y me tapé con la manta, hasta cubrirme por encima de la nariz. Koran soltó una risa floja y tiró de la ropa para destaparme. – Solo es un beso, no es para que te avergüences así. Me debes muchos.

 

-         En todo caso, tú me los debes a mí – protesté.

 

Koran sonrió.

-         Nos los debemos mutuamente – aceptó, y me besó de nuevo.

 

-         Tampoco hace falta que me los des todos ahora – repliqué. Su repentino ánimo cariñoso me hacía sentir querido, pero mis impulsos más primarios me empujaban a resistirme un poco.

 

“Nadie te está mirando” me recordé. Quizá por eso me animé a estirar los brazos y a envolverle por un breve segundo, antes de separarme y obligarme a salir de la cama. Que se conformara con un abrazo por el momento.

 

-         ¿Qué hay de desayunar? – pregunté, para cambiar de tema.

 

-         Zumo, fruta, y pan con queso. El queso no es una opción. Ya que te niegas a beber leche, al menos tienes que comerte eso – me dijo.

 

“Agh. Después de que la doctora dijera lo del peso, no me va a dejar en paz. Extraterrestre sobreprotector”.

 

A mi pesar, sonreí. Jamás imaginé que pudiera tener un padre sobreprotector. Hacía mucho que no imaginaba un padre a secas.

Estábamos en mitad del desayuno cuando alguien entró a nuestras habitaciones. No sabía que las puertas estuvieran desbloqueadas, pero al parecer Koran estaba esperando a alguien. Ari se acercó de la mano de su madre, con un aspecto totalmente vulnerable. Era una enana muy mona, eso tenía que admitirlo, pero no me gustaba recordar que, supuestamente, yo tenía su edad.

-         Buenos días, Alteza – saludó la madre.

 

-         Llámame Koran, por favor. Buenos días, Brianca - capté una breve sensación de autocomplacencia que me hizo pensar que Koran se alegraba de haber recordado el nombre de la mujer. – Buenos días, Ari.

 

-         Hola – saludó la niña. Parecía algo menos decidida que de costumbre.

 

-         ¿Habéis desayunado? – preguntó Koran, señalando a la mesa donde yo todavía estaba terminando mi plato en un claro ofrecimiento.

 

-         Sí, muchas gracias – respondió educadamente la mujer. Acarició el brazo de su hija, como instándola a decir algo.

 

-         Siento haberte despertado ayer – murmuró Ari.

 

“¿Oh?”.

 

-         No me despertaste, pequeña. Y, de todas formas, ese no sería el problema. El problema es que saliste de la habitación sin decírselo a tus padres y nos asustaste mucho. Y, por lo visto, no es la primera vez que lo haces.

 

-         Lo siento mucho – dijo la niña e hizo un movimiento imperceptible para esconderse detrás de su madre, pero Koran no la dejó y se agachó a su lado.

 

-         Si te vas sin decírselo a nadie, te puede pasar algo malo. Te puedes perder, te puedes caer o puedes quedar atrapada, como ayer. ¿Qué hacías en el tubo de ventilación?

 

-         Estaba explorando – puchereó Ari.

 

“Ay, por favor, qué adorable”.

 

-         Pues aún eres muy pequeña para explorar tu solita. Si lo vuelves a hacer no te castigarán solo tus papás, sino yo también, ¿entendido? Te daré fuerte en el culo.

“¿Qué?”.

-         ¡No puedes hacer eso! – me indigné, mientras Ari asentía.

 

-         Rocco, no te metas – me pidió Koran.

 

-         ¡Claro que me meto! ¡Eres un bruto! ¡No puedes hablarla así! ¡Qué valiente eres, amenazando a una niña!

 

-         No es una amenaza – replicó. – Ella sabe que tiene que portarse bien, ¿verdad? Y si no tiene un castigo.

 

-         ¡No eres su padre! – bufé.

 

-         No, ya sé que no.

 

-         Está bien, Alteza, no os alteréis – me suplicó la madre, visiblemente incómoda por la tensión reinante. Me costó entender que ese “Alteza” iba dirigido hacia mí.

 

-         ¿Y tú cómo permites que le hable así a tu hija? – la increpé. - ¡Menuda madre!

 

-         ¡Rocco! – me regañó Koran. – Discúlpate ahora mismo.

 

-         ¡No me da la gana! – resoplé.

 

“Eh… ¿tú estás seguro de que esa elección de palabras es la que más te conviene?”

 

-         … Vete al cuarto, Rocco – dijo Koran, pese a todo más tranquilo de lo que esperaba. Hubiera sido una ocasión estupenda para una retirada, pero me negaba a perder tan fácil todas las discusiones. Yo tenía razón y él me iba a escuchar.

 

-         ¡No me voy a ningún sitio!

 

 

-         Sí, vas a entrar al cuarto y te vas a calmar.

 

-         ¿Para qué? ¿Para que tú y esa hija de puta podáis pegar a una niña indefensa?

 

En honor a la verdad, no soy excesivamente malhablado. Para el estándar de Koran supongo que sí que era muy palabrotero, pero en mi grupo de amigos -perdón, mi grupo de antiguos amigos-, era de los que mejor hablaban. Podía contar con los dedos de una sola mano las veces que había utilizado esa expresión y nunca se lo había llamado a nadie directamente. Me impresionó escucharlo, casi como si mis labios no reconocieran aquellas palabras que yo mismo había pronunciado. Aún estaba haciéndome a la idea de que realmente lo había dicho cuando sentí una presión sobre mi brazo y un golpe sobre el pantalón.

 

PLAS

 

Me llevó unas milésimas de segundo comprender que Koran me había pegado, pero aquellos breves instantes se me hicieron eternos. Me revolví y corrí hacia el cuarto. Le ordené al sistema que cerrara las puertas detrás de mí y al hacerlo mi voz se quebró. ¡Me había pegado! ¡Me había pegado delante de Ari y de su madre!

 

Me tumbé sobre la cama y ahogué mi rostro sobre la almohada. No iba a salir de aquella habitación nunca más. No iba a volver a hablarle a Koran en mi vida.

 

No sé cuántos minutos pasaron, pero después de un rato escuché que las puertas se abrían de nuevo. Me quedé muy quieto y en silencio, deseando desarrollar en aquel momento un nuevo poder que consistiera en hacerme invisible o desaparecer.

 

-         No puedes decir esas palabras – me regañó Koran. – Por más enfadado que estés, por mucho que no entiendas una situación, no puedes llamarle eso a nadie. Sé que muchas de nuestras costumbres son nuevas para ti, pero jamás le haría ningún daño a esa niña. Ella lo sabe y su madre también. Que yo la castigue no es más extraño aquí que el hecho de que tu profesor te mande copias, por ejemplo. Es una consecuencia que se asume y que a nadie le parece excesiva. Comprendo que tú no lo veas así, pero no puedes ponerte tan desafiante.

No le respondí, no quería hablarle, pero sí que le escuché y una parte de mí entendió que tenía razón. Ya sabía que los métodos de educación de Okran eran prehistóricos y neandertales, no debería haberme pillado tan de sorpresa.

-         Ari no se extrañó por mis palabras, Rocco. De hecho, creo que pensaba que la había llamado para castigarla y no solo para regañarla. Si se asombró, en cambio, de que hablaras así.

Guardé silencio y apreté los ojos con fuerza, como si a fuerza de hacer eso él fuera a marcharse. Pero aquel no era mi día de suerte y noté cómo se acercaba. Tiró de la almohada para sacármela.

-         Sé que te avergoncé mucho y, lo siento, pequeño – susurró. – Pero no me estabas escuchando y estabas fuera de control. Hasta se te pusieron los ojos rojos.

 

No me había dado cuenta de eso.

 

-         No necesitas defender a la niña con tanta fiereza, jamás la haría daño – repitió.

 

Tuvo éxito en sus intentos de quitarme la almohada así que me tapé con los brazos.

 

-         Ella también te defendió a ti – me informó. – Me ha prohibido expresamente que te regañe.

 

En otro momento, tal vez habría sonreído, pero estaba demasiado ocupado intentando que el suelo se abriera y me tragara.

 

-         Lo siento, Rocco. No siento haberte regañado, ni haberte dado esa palmada, porque te merecías muchas más, pero sí lamento haberte causado tanta vergüenza – me dijo. - Nadie se va a reír de ti. Te lo prometo. La gente de este planeta está acostumbrada a esas escenas.

 

-         Pues la gente de este planeta es idio… está loca – rectifiqué.

 

-         Puede ser – aceptó, y noté una caricia en mi espalda. - ¿Quieres una buena noticia? Creo que ya no tienes hipersensibilidad.

 

-         Yupi – respondí, con sarcasmo.

 

Koran siguió con las caricias. Sentí que todo mi cuerpo se relajaba y maldije su don y su capacidad para influir en mis emociones. Quería estar enfadado. Quería gritar, e insultarle y mandarle a la porra.

 

“No, no quieres, hazme caso. No terminaría bien” me aconsejó una vocecita en mi cabeza.

 

-         No quiero que nunca más vuelvas a decir algo como eso – declaró. – No te reprenderé en público, pero el castigo que te daré no será pequeño, ¿entendido?

 

Me encogí. Prefería al Koran que intentaba hacer las paces y hacerme sentir mejor.

 

Algo me apretó el talón del pie, haciéndome cosquillas.

 

-         Pregunté si está entendido – insistió, en falso tono de enfado.

 

-         Sí – medio gruñí, pero a él pareció bastarle. Continuó con las caricias en mi espalda.

 

-         ¿Cuál es el plan del día? ¿Quedarse enfurruñado toda la mañana?

 

-         Sí – repetí.

 

-         Bueno. Pero hazme un hueco, que me enfurruño contigo.

 

Cogí la almohada y le golpeé con ella, pero me la sacó y me devolvió el ataque.

 

2 comentarios:

  1. MUY BUEN RELATO, CONTINUA POR FAVOR...

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  2. Amando a historia e amando ainda mais o Rocco e seu pai. Continue o mais rápido. Por favor

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