CAPÍTULO 10: LECHE
-
¡No! ¡Tú eres el comeplumas!
-
¡Ahora verás!
Las risas eran bien audibles, como si una manada de hienas
se hubiera mudado a su casa.
“¿Qué narices es eso?” pensó Héctor, rodando
perezosamente sobre su cama y tanteando con la mano hasta encontrar el móvil en
su mesita, para ver la hora.
-
¡Las ocho de la mañana! ¿¡Quién cojones hace tanto
ruido a las ocho de la mañana!?
Héctor no estaba acostumbrado a madrugar. Y
no le gustaba. Nop. Ni un poquito. Tampoco tenía muy buen despertar. Se tapó la
cara con la manta en un intento de ahogar los sonidos, pero ya era tarde:
estaba despierto y no podría volverse a dormir.
Se sentó sobre el colchón sin dejar de refunfuñar y se puso las
zapatillas. Se levantó dispuesto a gruñir a los causantes de tanto alboroto,
hasta que en un flechazo le vinieron los recuerdos del día anterior. Ahora
tenía dos niños viviendo en su casa. Dos niños a los que debía cuidar. Sonrió
como un bobo, y fue a la habitación donde habían dormido.
Todo aquello de “comeplumas” cobró mucho más
sentido cuando vio lo que estaban haciendo. Subidos sobre una de las camas,
Clitzia y Tizziano estaban teniendo una batalla de almohada, y una de las
épicas. Después de todo, ¿quién duerme todos los días con tres almohadas
esponjosas, bien rellenas y extrablandas? Ellos no, o al menos no hasta aquella
noche.
Héctor no necesitaba estar en la cabeza de los niños para saber que
hacía mucho que no se divertían así. Les observó como hipnotizado. Cuando le
dijeron que tenían doce y catorce años, y una vez tuvo claro que no podía dar
la espalda a aquellos chicos, no se había imaginado ese tipo de escenas. Si
miraba atrás, el Héctor de catorce años era un muchachito que se creía hombre,
que llevaba los pantalones muy por debajo de la cintura y se empeñaba en montar
en skate a pesar de que no era lo suyo. En cambio lo que el tenía delante eran
dos críos, hasta el punto que si le llegan a decir que tenían diez y ocho años
respectivamente se lo hubiera creído, aunque quizá hubiera pensado que la mayor
era Cli.
Iba a entrar para unirse a ellos, porque
aquello parecía más divertido aún de hacer que de ver, pero una voz a su
espalda le frenó.
-
Tal vez quiera darles los buenos días vestido con
algo más decente que unos calzoncillos. – dijo María.
Héctor se puso rígido y sintió cómo la
temperatura de su cuerpo aumentaba por la vergüenza de que ella le estuviera
viendo en ropa interior.
-
¡María! Tu horario no empieza hasta las nueve…
- Mi horario empieza cuando los señores de la
casa estén despiertos. Por lo que se ve
ellos no son tan dormilones como usted.
Héctor fue a ponerse unos pantalones y regresó. María dijo que se iba a preparar
el desayuno y Héctor tuvo la sensación de que se acabaron sus días de dormir
hasta las tantas. Suspiró, y entró a la habitación donde aún tenía lugar la
lucha encarnizada con las almohadas.
-
¡Bueno…! – empezó, pero antes de poder decir “días”
una almohada impactó contra su cara. Las risas cesaron de pronto y Clitzia,
quien había lanzado el proyectil, se escondió detrás de su hermano.
-
Mi dispiace - murmuró ella.
-
¿Qué dijiste?
-
Dijo que lo siente – tradujo Tizziano.
-
Oh. No pasa nada, chiqui, sé que fue sin querer.
Vaya, eso parecía divertido. Os habéis
levantado con energías ¿eh? ¿Habéis dormido bien?
-
¡Es… la mejor cama… del mundo! – dijo Tizziano, y
con cada pausa agitaba la almohada, hasta terminar aplastándola en una especie
de abrazo. Héctor se rió.
-
Me alegra que te guste. Hay un cuarto que tiene una
cama de agua, deberías probarla.
Clitzia se acercó y le agarró por la cintura.
Héctor se alegró de que volviera a abrazarle con cariño y fragilidad en vez de
la frialdad de aquella noche.
-
¿Qué vamos a hacer hoy? ¿Nos llevas a ver Madrid?
Mamá siempre hablaba de eso.
Una pregunta tan sencilla, expresada con aquella
voz infantil, hizo que Héctor se estremeciera por completo. “¿Qué vamos a hacer
hoy?” Había algo implícito en esa expresión…. Algo así como si la niña hubiera
asumido la acertada idea de que ahora había un “nosotros”. Un “nosotros” que a
partir de ese día iba a hacer “cosas”. Juntos.
Apretó los brazos entorno a ella.
-
Tal vez ésta tarde. Primero tenemos que ir a
compraros algo de ropa, y tengo que terminar de enseñaros esto.
-
¡Vale! :D ¿Cuándo nos vamos?
-
Guau, cuánto entusiasmo. Primero hay que desayunar,
calabacita. Lavarse la cara, peinarse, ya sabes. Es muy temprano: nos sobra el tiempo.
-
¿Qué hay de desayunar? – preguntó Tizziano. A Héctor
le dio la sensación de que lo hacía por algo más que por curiosidad, sobre todo
por la forma en la que miró a su hermana.
-
Mmm. Pues no lo sé. A María le gusta hacer pasteles
caseros pero no creo que la dé tiempo. Lo que seguro habrá es leche, claro. ¿La
tomáis sola? ¿Con té? ¿Con colacao?
-
¡De ninguna forma! – protestó Clitzia - ¡No me gusta
la leche!
-
Pero cariño, tienes que tomarla, es muy importante.
Tiene calcio y me parece que vosotros dos necesitáis mucho de eso.
-
¡Está asquerosa! - insistió la niña.
-
Ya has oído a Héctor. Te la tomas. – sentenció
Tizziano. La cara de Clitzia delató que iba a contestar pero Héctor intervino.
-
¿Recuerdas nuestro trato con la magdalena? Quedamos
en que te lo comerías todo a cambio de una.
-
¿La leche también? – preguntó ella, con algo muy
parecido a un puchero.
-
Sobre todo la leche.
-
¡Jo!
Héctor trató de no reírse y les dejó solos
para que se vistieran, irremediablemente con la misma ropa del día anterior.
Aunque de hecho sólo se habían cambiado de camiseta.
Tizziano bajó enseguida y parecía tener mucha
hambre. María había preparado zumo, colacao, cereales, tostadas con tomate, y
un plátano. Al principio el chico aguantó bastante bien, sentado a la mesa y
hablando con María. La hacía preguntas sobre las diferencias de la comida
española y la italiana. Pero luego tanto ver y hablar de comida aumentó su
apetito, y empezó a mirar a la puerta del comedor con impaciencia.
-
Voy a ver si tu hermana necesita ayuda – dijo
Héctor, y subió las escaleras.
Encontró a Clitzia en la habitación, sentada
sobre la cama.
-
¿Estás lista?
-
No.
-
¿Qué te falta? Yo te veo lista.
-
Es que… no quiero tomar leche, no la soporto, ¡me da
náuseas!
Héctor estuvo a punto de decir que no hacía
falta que se la tomara, pero sabía que no debía ceder. No sólo porque la niña
tuviera que acostumbrarse a comer de todo, sino porque la leche era realmente
algo básico. Los chicos ya eran demasiado pequeños para su edad. Necesitaban
calcio y vitaminas.
-
No es leche sola, lleva colacao, verás como te
gusta.
-
¡Que no!
-
Bueno, pues aunque sea así, te la tienes que beber.
-
¡No voy a hacerlo! –aseguró, cruzándose de brazos.
Aquello se parecía tanto a un berrinche que resultaba hasta graciosa.
-
Sí, sí lo harás. – replicó Héctor.
-
¡Que no!
-
¡Que sí!
-
¡Que no!
Dispuesto a acabar con la discusión, Héctor
se acercó a ella y se la echó a hombros, medio firmemente y medio cariñosamente,
para llevarla abajo a desayunar de una vez. No contaba con que Clitzia se
pusiera a revolverse y a patalear.
-
¿Qué eres, un salvaje? ¡Suéltame! ¡Puedo andar!
-
Bueno, pues hazlo – dijo Héctor, y la dejó en el
suelo. Estaba algo asombrado por la transformación que había sufrido la niña
mudita y tímida. Clitzia se sacudió la ropa y bajó delante de él con una pose
muy digna.
Ya en la mesa, se pusieron a comer y los dos
niños empezaron por el pan tostado con tomate. De hecho, Tizziano preguntó si
había más y cuando Héctor fue a la
cocina María le dio encantada una fuente entera. Parecía tener la intención de
que los niños ganaran todos los kilos que les faltaban en menos de una semana.
Como sincronizados, tras acabar con las
tostadas siguieron por el zumo y luego Tizziano se bebió la leche y devoró los
cereales. Pareció que el plátano ya no le cabría , pero logró introducirlo en
su pequeño cuerpecito, poco acostumbrado a comidas tan completas. Héctor sonrió
ante lo mucho que el niño gesticulaba para indicar que no le entraba ni una
migita más.
-
Acostúmbrate. María es vasca, y los vascos cuando
van a un restaurante piden la carta, pero no para elegir un plato, sino para
comérsela toda. – comentó Héctor.
-
¡Lo he oído! – gritó María desde la cocina.
-
¿Y es verdad o no? – replicó Héctor.
-
¡Por supuesto que no: pedimos también la carta de
postres!
Tizziano y Héctor se rieron muy fuerte, pero
Clitzia no se les unió. Ya se había comido el plátano y se estaba peleando con
el vaso de colacao.
-
Ya no me entra más – dijo, al ver que Héctor la
miraba.
-
Claro, te comiste todo menos lo que no te gusta –
replicó su hermano.
-
¡Que no me entra!
-
Clitzia, tienes que tomarla – insistió Héctor, con
paciencia.
-
¡No, no tengo! – protestó, y se levantó de la silla.
-
Vuelve a sentarse – ordenó Héctor firmemente.
Clitzia se clavó en el suelo y volvió sobre sus pasos. Por lo visto era incapaz
de desobedecer una orden directa. Héctor decidió seguir por ahí. – Bébete toda
la leche, vamos.
Clitzia se mordió el labio. Agarró el vaso,
le tembló la mano…
-
¡NO! – exclamó, y arrojó el contenido del vaso a la
jarrita que había en el centro de la mesa, con la leche que había sobrado.
Héctor se levantó y caminó hacia ella, algo
molesto por tanta cabezonería, y Clitzia se hizo pequeña sobre su silla, algo
alarmada. Había vuelto al estado de conejito asustado en el cual Héctor la
había conocido. Empezaron a llenársele los ojos de lágrimas y a Héctor le dio
lástima. Se acuclilló a su lado, cogió la jarra y volvió a llenarle el vaso.
-
Anda, bebe. Es por tu bien. – dijo, con calma, y acercó el vaso a sus
labios. La niña cerró fuertemente la boca y negó con la cabeza, mientras
empezaba a llorar más.
-
¡Que no, que no! ¡Que no me gusta, de verdad!
-
Aunque no te guste, pequeña. – insistió Héctor,
tanto con sus palabras como con sus gestos, apremiándola a beber. Ella le
apartó las manos sin violencia pero con obstinación.
-
¡No me harás beberlo! – lloriqueó, y estalló en
llanto. - ¡No me gusta!
Tal vez la penita que daba verla llorar o el
hecho de no haberse visto nunca en una situación semejante hicieron que Héctor
perdiera la paciencia. Dejó el vaso en la mesa y se puso de pie.
-
Mira, me da igual. Te lo vas a beber así tenga que
meterte un tuvo por la garganta, ¿entendido? – gruñó, dejando traslucir su
desesperación. Clitzia le miró con los ojos muy abiertos y luego comenzó a
llorar más. – No, no, pequeña…. Vale, perdona… No quería hablarte así… -
intentó acariciarla pero ella se apartó y se encogió - Bueno, no te pongas así,
no te asustes…
Tizziano mantenía la vista fija en la mesa,
intentando desaparecer de ahí. Odiaba verla llorar. Lo odiaba, lo odiaba. Al
final, no pudo más, cogió el vaso de su hermana y lo tiró al suelo.
-
¡Ala! ¡Ya no hay leche! ¿Eso es lo que querías? – la
espetó. De la sorpresa a Clitzia se le cortó el llanto. Héctor miró al niño sin
dar crédito a lo que había pasado. – Tienes que ser la niña más idiota del puto
mundo. Te traen a una casa de reyes, te dan la comida de un marqués y tú te
pones caprichosa.
-
¡No es capricho! ¡Es que no me gusta!
-
“Es que no me gusta” – se burló Tizziano. - ¿No
sabes decir otra cosa? ¡Acabarás por hacer que se canse de nosotros! – gritó,
señalando a Héctor. En ese punto María se había asomado y observaba desde la
puerta.
-
¿Yo? ¿Yo haré que se canse?
-
¡Sí, tú! ¡Y no todos tenemos un lugar al que ir como
último recurso!
-
¡Yo tampoco tengo a dónde ir!
-
Tú sí. Sólo tienes que abrirte de piernas. – gruñó
Tizziano. Al segundo siguiente Clitzia le soltó una bofetada, que sonó bastante
fuerte.
-
¡Suficiente! – exclamó Héctor, y se dio prisa en
separarles. Sin soltar a ninguno de los dos, miró a ambos niños sabiendo que se
estaba perdiendo de algo. Tizziano no lo había dicho por decir, por el mero
hecho de insultar. Detrás de aquél “sólo tienes que abrirte de piernas” se
escondía algo. De la misma manera en que supo eso, supo también que casi con
toda seguridad ellos no se lo iban a contar.
-
¡A empezado ella!
-
¡A empezado él!
-
Me da igual quién haya empezado. Vosotros dos sois
hermanos, y no podéis haceros daño ni con golpes ni con palabras. Tampoco
podéis poneros caprichosos ni tirar las cosas al suelo. – regañó, mirándolos fijamente.
¿Por qué tenían que ser dulces como niños e
impulsivos como los adolescentes? ¿Y él? ¿Cómo debía castigarlos? ¿Como niños o
como adolescentes?
Aún no lo había decidido cuando Clitzia se
soltó de su mano, cogió el vaso de Tizziano ya que el suyo había sufrido daños
colaterales, se sirvió un poco de leche, y empezó a beberlo con arcadas y muestras de asco. Héctor
la observó sin decir nada. Se fijó en cómo ella no dejaba de mirarle mientras
bebía como diciendo “¿Lo ves? Mira, te estoy haciendo caso. No tienes que
enfadarte”
“Esta niña me tiene miedo” pensó Héctor, con
la seguridad de que no se equivocaba.
Genial capitulo Dream
ResponderBorrarAunque me dejas con una duda quien carajos fue capaz de hacer daño a Clitzia como para tener ese miedo?
Actualiza pronto (carita de gato con botas)
Me encanta la relación de Hector con los niños
Saludos
Dios todo lo que se desató por un vaso de leche ( aclaró que yo odio la leche y apoyo a Cli en no querer tomarla) pero por que tiene ese miedo? Y porque su hermano le dijo eso? Son demasiadas dudas jaja espero que se vallan aclarando me gusta como Héctor se metió desde un principio en el rol de papá de estos dos
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