CAPÍTULO 33: RELACIONES
- Ted, después de la guerra de globos, ¿hiciste que tus hermanos se
secaran? - me preguntó papá esa noche,
cuando ya estaba prácticamente en el país de los sueños tras aquél primer día
agotador como niñero. Necesitaba dormir: el día siguiente iba a ser muy intenso
para mí en muchos sentidos. Por eso me había ido a la cama pronto, a pesar de
que los jueves sacaban una de las muchas series que seguía.
Noté que la pregunta de papá no era porque sí. Se le veía algo
preocupado. Tal vez alguno de mis hermanos se encontraba mal.
-
No, no lo
hice, porque no me dio la neurona – farfullé, colocándome la camiseta que había
empezado a quitarme. Quise darme una colleja a mi mismo, por imbécil. - ¿Hay
alguien resfriado?
-
¿Ibas a
dormir? – se extrañó Aidan, en lugar de responderme.
-
Estoy
cansado. Mañana será peor, porque vienes tarde. Y empiezo el entrenamiento – le
expliqué.
Por fin, por fin empezaba natación. La temporada comenzaba más tarde
que nunca, debido a algunos problemas técnicos en las instalaciones del
colegio. Por ese mismo motivo alguna de las actividades de mis hermanos se
habían retrasado también. Y otras no empezaban aun. Ufff, qué locura de viernes
me esperaba. Y ya, si alguno había pillado
un catarro, apaga y vámonos.
-
Ted, si
esto es demasiado para ti…
-
Dije que
estoy cansado, no que no pueda con ello. Deberías alegrarte de que por una vez
quiera dormir temprano. – contraataqué. Llevaba un par de días acostándome nada
más cenar. Papá no podía quejarse.
-
Visto
así… - me sonrió.
-
Entonces…
¿alguno de los enanos está malo? – repetí. Papá se puso serio otra vez.
-
Creo que
Dylan. No lo sé, no me lo dice, pero le noto raro. Como apagado. Seguro que
arregló las cosas con Alice ¿verdad?
-
Eso creo.
¿Le has puesto el termómetro?
-
Si se
dejara… De momento no parece que tenga fiebre, pero estaré pendiente. Va a
dormir conmigo hoy.
-
¿Que has
conseguido que se vaya a tu cama? Vale, entonces seguro que está enfermo –
comenté. Dylan era muy especial con el espacio vital, sobretodo para dormir. No
aceptaba invasores en su cama, ni invadía al de nadie.
-
Quiso
venir sólo porque Kurt se venía también. Si está incubando algo no debería irme
mañana…
-
No puedes
cancelar un compromiso sólo porque puede que se esté poniendo enfermo. Somos
doce. En algún momento alguno se enfermara, puede que incluso todos a la vez. A
ver cómo se encuentra mañana y si está mal ya te lo piensas.
-
Supongo…
Buenas noches, Ted. Qué descanses. Le pediré a tus hermanos que no hagan ruido
cuando suban.
-
Pedir es
gratis, pero seguramente me despertarán – murmuré, en voz tan baja que él no lo
escuchó. – Papá – le llamé antes de que se fuera. – Siento no haberme ocupado
de que se sequen….
Aidan ladeó un poco la cabeza y me miró de una forma que nunca he
sabido interpretar. No sabía si era dulzura, compasión, orgullo o cariño. Se
acercó a mí y me dio un beso en la frente.
-
No fue
culpa tuya.
-
Tendría
que haber estado pendiente.
-
No puedes
estar en todo. – respondió, con paciencia.
-
Tú lo
estás…
-
No, no lo
estoy. Si yo estuviera en todo no tendrías que estarlo tú – me replicó, y me
dio otro beso. ¿Qué era aquello? ¿Un concurso de ver quién era más idiota de
los dos?
-
Ningún
padre puede estar en todo por más que quiera; menos uno con doce hijos. – le
dije y le sonreí. – Tal vez, si tuvieras alguien que te ayude…. Algo así como
una novia – le piqué.
Ocurrió algo curioso. Siempre que bromeaba con que se buscara una novia
Aidan se reía y replicaba con algo chistoso, pero aquella vez juraría que se
ruborizó un poco.
-
¿Qué
dije? – pregunté, y luego abrí un poco los ojos - ¿Te gusta alguien?
-
¿Qué
dices?
-
¡Te gusta
alguien! – confirmé - ¿Quién es? ¿La
conozco?
-
Ted, va a
ser verdad que necesitas dormir ¿eh? Ale, hasta mañana. A ver si la almohada te
quita esas ideas raras.
-
Siempre has
mentido fatal, papá. – comenté, y luego le miré con curiosidad. Admito que a
esas alturas creía que papá siempre estaría soltero. Supuse que con 37 años aún
no es tarde para encontrar a alguien…
-
No
inventes cosas, hijo.
-
No es
nada malo, no tienes por qué ocultarlo. ¿Ya la has pedido salir? ¿Vamos a
conocerla? – pregunté. De pronto me sentía entusiasmado, no sé bien por qué.
Supongo que quería conocer a la increíble mujer que había hecho que Aidan
Whitemore reparara en que existe un sexo opuesto al suyo. - ¿Cuántos años tiene? ¿En qué trabaja?
¿Sabe que tienes doce hijos? No, qué tonterías digo, no debe saberlo, porque
sino….
-
Ted, Ted…
¡Ted! – me interrumpió, y luego sonrió un poco – No hay nadie. De verdad.
-
¿Por qué
no? – pregunté, y casi puse un puchero – Te lo he notado: a ti te gusta
alguien. ¿Por qué no le pides salir o lo que sea que se pida con cuarenta años?
-
Ey,
treinta y siete, si no te importa.
-
Treinta y
ocho en una semana, no creas que me he olvidado - le repliqué. Él se rió un poco y me abrió la cama, como si no supiera
hacerlo solo. Papá aprovechaba los momentos en los que no estaban mis hermanos
a la vista, porque sabía que estando a solas era más probable que aceptara sus
mimos. Me metí en la cama y rodé los
ojos cuando se empeñó en arroparme. Un día me descuido y me pone chupete, en
serio.
Me miró por unos segundos, como perdido en algún recuerdo, mientras me
acariciaba. Luego le noté ponerse serio.
-
Es viuda.
– me dijo, y yo empecé a sonreír porque eso significaba que no estaba
comprometida con algún otro. Pero Aidan me cortó antes de poder decir nada -
Recientemente. Y yo tengo doce hijos.
-
¿Pero te
gusta? – insistí. Aquello me había sonado a un intento de buscar pegas.
-
Apenas la
conozco. Sabes que soy un idealista sin remedio, que creo en todo eso de la
media naranja y la predestinación, y hasta en el amor a primera vista si me
apuras….pero en los libros. No en la vida real.
-
Cuando
conocí a Alice, eso fue amor a primera vista – le repliqué. Yo quise a mis
hermanos nada más verlos, incluso aunque fueran bolitas lloronas que no me
dejaban dormir.
-
Tienes
respuestas para todo ¿eh? – sonrió, me acarició una vez más, y se agachó para
darme un beso en la frente. Era su forma de despedirse y de dejar el tema. Le
noté… resignado. Eso no me gustó. Papá nunca se resignaba. A nada. Era un
luchador. De otra forma seguiría siendo un chico atormentado bajo la sombra de
su padre.
Le vi salir de la habitación sin poder quitarme de la cabeza que tal
vez por fin mi padre había encontrado alguien con quien compartir su vida, del
modo en el que no podía compartirla con nosotros.
- Barie´s POV -
Quería preguntarle a Ted cómo íbamos a hacerlo el día siguiente cuando
unos teníamos actividades extra escolares y otros no. Generalmente papá se quedaba
en el patio del colegio, jugando con los que no tenían nada ese día, pero papá
no iba a estar, y Ted tenía natación… Tal vez habían decidido que nadie fuera a
sus actividades. Pero era mi primer día en teatro y no quería faltar.
Me acerqué a su cuarto a hablar con él, pero escuché que estaba
hablando con papá. Capté una parte de su conversación y me quedé escuchando
detrás de la puerta. En realidad, escuché todo lo importante.
“¡Sí, sí, sí!” pensé,
eufórica, y salí corriendo a mi habitación, justo cuando papá salía del cuarto
de Ted. Salté sobre la cama en la que Madie estaba tumbada escuchando música.
-
¡Mad,
Mad, Mad!
-
¡Aichs!
¿Qué quieres, loca?
-
¿Te
acuerdas de la mujer de la que te hablé el otro día?
-
¿La
periodista que os encontrasteis papá y tú?
-
¡Sí! A
papá le gusta. O sea, se le nota. Porque sí, porque Ted lo ha notado, y si lo
ha notado él, que es más espeso que los purés del colegio, pues es que es
verdad. ¿No es genial? En serio que es super maja, y la niña esa parecía maja
también…¡Ay! Pero….¿y si no es ella? ¿Y si papá hablaba de otra mujer? No, no
puede ser, tiene que ser ella.
-
¿Por qué?
-
¡Porque
sí! Son de esas cosas que se sienten, ¿vale?
Como cuando conocimos a Michael. De alguna forma supimos que era nuestra
familia.
-
Ey ey ey
¿familia? Alto, alto ¿no vas muy rápido? – me preguntó Madie, incorporándose.
Había conseguido toda su atención.
-
Bueno,
primero tienen que casarse, claro. – acepté. Eso eran detalles sin importancia.
Lo importante era saber si yo iba a ser la que sujetara la cola de su vestido
de novia. Con Madie al lado, claro.
-
Barbie,
ni quiera sabes si tiene pareja.
-
¡Es
viuda! ¿No es genial?
-
Hombre….
Dudo que pueda decirse que es genial… Más bien…. pobrecilla ¿no?
-
Bueno,
sí, pero ¡está soltera! ¡Y papá lo
sabe! ¡Coge la tablet, vamos a buscarla
en Google!
-
¿Buscarla?
¿Para qué?
-
¡Para
saber su nombre, su dirección, todo! Se
llama Holly. Holly algo, no recuerdo el apellido.
-
¿Y así,
cómo piensas encontrarla?
-
¡Por la
entrevista que le hizo a papá! Tu métete
en la página del periódico… - indiqué, y la fui dando instrucciones. En quince
minutos teníamos su nombre, su edad, su correo electrónico y todos los lugares
en los que había trabajado, pero eso no era suficiente. No me valía para
conseguirla una cita con papá. Oh, porque iban a tener una cita. Como que yo
era Bárbara Whitemore.
Y entonces descubrí que tenía twitter. Y que seguía a la cuenta oficial
de papá. Se la creó hacía un año o así, y tenía bastantes seguidores, y el tic
azul de persona “famosa”. ¿Holly era una
fan? Tenía toda la pinta. Había hecho varios reportajes sobre papá y sus
libros. Si eso no era el destino, que bajara Cupido a hablar conmigo.
Sólo que el destino a veces necesita un poco de ayuda, así que yo iba a
darles un empujoncito.
-
Aidan´s POV –
Genial. Mi hijo se
pensaba que estaba enamorado. Estupendo.
No lo estaba. Claro
que no.
“Es pronto para eso” concordó una voz en mi cabeza.
“¡Ni pronto ni tarde! No va a pasar nada con Holly”
“¿Cómo puedes estar tan seguro?”
“Porque yo no quiero que pase”
“A otro con el cuento”.
Discutir conmigo
mismo no tenía sentido, así que mandé callar a las voces de mi cabeza.
Tras aquella
conversación con Ted fui a la cocina a beber agua antes de subir a mi cuarto.
Quería un momento a solas para pensar.
Hacía unos seis años que no pensaba en la posibilidad de tener pareja.
Antes tenía…ciertas necesidades físicas….Con el tiempo eso perdió importancia
frente a la necesidad de encontrar una compañera sentimental. Y luego
simplemente asumí que jamás la tendría.
Mi relación con las mujeres era complicada. En muchos sentidos eran entes extraños tan
comprensibles para mí como un extraterrestre. No tuve madre ni ningún modelo
femenino en mi vida… y siempre anhelé uno. Un psicólogo diría que por eso cuando
tenía la edad de Alejandro me fijaba en las mujeres mayores. No lo sé. Yo creo
más bien que se debe a que ese tipo de mujeres, las que eran mayores que yo,
son las que entraban en mi casa siempre, con Andrew.
En realidad mis experiencias no habían sido muy positivas. El día que
cumplí diecisiete años, Andrew no pasó por casa. Llegó a las cuatro de la
mañana, borracho como una cuba, y el ruido que armó cuando logró abrir la
puerta me despertó. El recuerdo me traía un extraño sabor a bilis a los labios.
-
¿Dónde
estabas? – le pregunté a Andrew, que apenas podía sostenerse en pie. De hecho,
no se caía al suelo sólo porque una pelirroja con muy poca ropa le estaba
sujetando.
-
¿Es que
ahora eres mi padre? – logró pronunciar, con una risa estúpida y ebria.
-
No
esperaba una tarta de cumpleaños, pero al menos creí que ibas a estar en casa.
– le espeté. Esas situaciones ya eran normales para mí, así que apenas presté
atención a la chica, pero ella tendría que estar sintiéndose muy incómoda. Me
pregunté si era de las que cobraban. Pinta de estudiante no tenía. De mujer
casada e infiel tampoco. Y menos aún de divorciada. Por la forma lasciva y
falsa en la que me miró, estuve casi seguro de que era una prostituta. Una de
esas mujeres a las que pagas por fingir que te aman durante unas horas. Me dio
lástima. - ¿Te pido un taxi?
-
¡Aun no
chico! Recién empieza la diversión – protestó Andrew.
-
Mira como
estás. En cuanto te tumbes en la cama te vas a poner a roncar como el borracho
que eres – gruñí, con asco. Sabía que Andrew estaba demasiado borracho para
enfadarse. De hecho, era de los que cuando se cogían un pedo les daba por
deprimirse y hasta llorar.
Le senté en una silla y le di una compresa de hielo para que se la
pusiera en la cabeza. Las guardaba en el congelador, sabiendo que cuando
volviera las iba a necesitar.
-
Tienes
razón…. Tienes razón…. Es una lástima… ¿has visto el culo que tiene?
Me ruboricé. Hablaba de la mujer como si no tuviera sentimientos, como
si fuera una mercancía. Aunque, la verdad, era espectacular, eso no podía
negarlo. Estar con una mujer como esa tenía que ser lo más próximo al paraíso
terrenal…
-
¡La estás
mirando! – exclamó Andrew, y se rió. Los efectos del alcohol hicieron que esa
risa fuera desproporcionada. - ¡Mi hijo no es marica después de todo!
-
¡Claro
que no lo soy! – protesté. Iba a decir algo más, pero no tuve ocasión, porque
Andrew se estiró para agarrar a la pelirroja y la empujó hacia mí.
-
Fóllatela.
Dices que es tu cumpleaños ¿no? Para que luego no digas que no te regalo nada.
Jadeé. La mujer terminó prácticamente empotrada contra mi pecho y su
descomunal escote dejaba muy poco a la imaginación. Todo mi cuerpo se tensó, me
sentí arder, y estuve a punto de sufrir una erección. Pero entonces me choqué
con sus ojos. Los tenía oscuros. Por la forma de su nariz y sus rasgos en
general, creo que era judía. Una judía tan atractiva que el mismo Moisés
hubiera incinerado la tabla de los diez mandamientos.
La sujeté, y cuando estuve seguro de que no se iba a caer, la separé.
-
Las personas
no se compran, y el sexo tampoco. – afirmé, concentrándome en que el amigo de
entre mis piernas no me traicionara.
-
No me
vengas con esas, joder. ¿Tú la has visto? ¿Sabes lo raro que es encontrar una
puta tan maciza?
-
¡No la
llames así!
-
¡Pero si
es lo que es! A ver, tú…. Enséñale lo que sabes hacer. A ver si conseguimos que
mi hijo se haga un hombre.
La mujer me dedicó una mirada provocadora, pero no ejerció ningún
efecto en mí. No podía dejar de pensar en que todo era una actuación.
Seguramente, esa mujer no se sentía excitada para nada, pero tenía que
fingirlo. Estiró su mano hacia mí y me tocó el brazo, con la intención de
acariciarlo. Me puse muy tenso. Siguió tocándome, avanzó hasta el pecho…y la
empujé.
-
¡NO ME
TOQUES! - chillé, tan fuerte que puede
que a mi padre se le pasara algo la borrachera.
-
¿Te da
asco que te toque alguien como yo? – preguntó ella, resentida. Fueron las
primeras palabras que la escuché.
-
No me
gusta que me toquen – me defendí.
Salí corriendo de allí, y no sé lo que pasó con ella. No sé si Andrew
obtuvo el servicio por el que había pagado o si se quedó dormido en el sofá
donde le encontré la mañana siguiente, y ella aprovechó para irse.
No la mentí. No tuvo nada que ver con ella. No dejaba que nadie me
tocara. Desde hacía tres años era el rarito de la clase por eso. El psicólogo
del colegio quiso hablar conmigo al respecto, y mandarme a un especialista,
pero nunca pudo hablar con Andrew.
He pensado muchas veces en cuál puede ser la causa de ese pánico
extremo al contacto con terceros. Me daba igual que mis hijos me tocaran…de
hecho, necesitaba que lo hicieran. Me encantaba que Barie me abrazara por
sorpresa, y que Alice me llenara de besos. Tampoco tenía problemas con
estrechar la mano de los desconocidos cuando me los presentaban. Pero hasta
ahí.
Tal vez fuera por la evidente falta de afecto que sufrí en mi niñez.
Tal vez fuera por la experiencia traumática con mi abuelo, o por los muchos
traumas que me causó mi padre. O tal vez, simplemente, algo estuviera mal en mi
cabeza.
Tres años después de aquello, yo tenía mi propia casa. Era un piso
alquilado de mala muerte, pequeño y mal amueblado. Llevaba dos años viviendo
por mi cuenta, y era lo mejor que había podido conseguir. El casero no era muy
exigente, pero de todas formas yo intentaba no retrasarme con el pago.
Trabajaba de camarero en un bar cercano, junto a una chica morena que no dejaba
de lanzarme miradas. Y yo la miraba a ella. Y ella a mí. Una tarde, la invité a
tomar algo, fuera del trabajo. Aceptó, lo pasamos bien, y acabamos en mi piso.
-
¿Vives
sólo? – preguntó desde el salón, mientras yo preparaba una ensalada que iba a
ser nuestra cena.
-
Sí.
-
¿No
compartes piso?
-
Ya no.
Hace unos meses vivía con un estudiante australiano que estaba aquí de intercambio.
Acabé la ensalada y volví con ella. Por poco se me cae el bol cuando vi
que se había quitado la chaqueta, dejando ver una camiseta semitransparente y
un pantalón muy corto. Y llevaba tacones. Me gustaban los tacones. Me gustaba
ella, así, sin más.
Carraspeé.
-
¿Quieres
algo de beber? ¿Un refresco?
-
¿Qué tal
algo de alcohol?
-
Tienes
diecinueve años.
-
Y tu
veinte, y aun así estoy segura de que has bebido más de una vez, y más de
dos.
Ella tenía razón, por supuesto. Pero yo no quería emborracharme aquella
noche. Intenté controlarme con la bebida, pero ella se emborrachó en la segunda
copa. En la tercera se tiró a por mí. En la cuarta se quitó la ropa. Yo aún
estaba sobrio. Es lo que tiene beber desde los trece años.
Estaba sobrio de alcohol, pero no de hormonas. Carla era preciosa,
estaba semidesnuda encima de mí y empezó a besarme como nunca me han besado. Se
me cortaba la respiración con la fuerza de sus besos. Parecía que quería
robarme el aire de los pulmones. Lentamente, me saqué la camiseta. Iba a pasar.
Iba a acostarme con ella.
Tuve un breve instante de duda. Ese no era yo. No me sentía a gusto con
aquella situación. No era el tipo de relación que deseaba tener, y tampoco
estaba seguro de que ella fuera la persona indicada. La tenía un poco
idealizada e intenté verla con objetividad. Era una buena chica. La conocía
desde hacía tres meses. No hablaba mucho pero no era tímida. Creo que no hacía
mucho la habían roto el corazón, y yo no quería hacerla más daño.
No la quería. No aún. Aquello no estaba bien, iba en contra de muchos
de mis principios…. pero sus besos no me ayudaban a concentrarme. ¿Realmente
era tan malo si me acostaba con ella sólo por tener sexo? Por ver cómo era….
Por ver qué era lo que tanto le fascinaba a Andrew.
Entonces puso sus manos en mi pecho, y el calentón se me fue de pronto.
El bulto de mis pantalones desapareció, mis ojos se abrieron, y mi respiración
se aceleró, pero no tuvo nada que ver con un estímulo sexual. La aparté lo más
suavemente que puede.
-
No… no me
toques, por favor.
-
¿Qué? –
preguntó y no me hizo caso. Trató de darme besos en el pecho. Volví a
separarla.
-
No.
-
¿Y cómo
vamos a hacerlo si no dejas que te toque?
Lo siguió intentando, y al final la aparté con más firmeza.
-
No vamos
a hacerlo. Esto era un error de todas formas. Tú has bebido demasiado, y yo no
soy de los que se acuestan en la primera cita.
-
¿Primera
cita? Esto no es una cita.
-
¿Y qué
es?
-
Un “tú
estás bueno y yo también”. Vamos, Aidan, joder…se me está yendo el subidón….
Se la fue del todo, porque yo me negué a continuar. Dejó de hablarme
desde entonces. Traté de explicarla que no era por ella, que no había
pretendido rechazarla, y que podíamos intentar tener otro tipo de relación si
lo deseaba, pero me odiaba. Hubiera dejado el trabajo, pero lo necesitaba, así
que lo dejó ella.
Mi relación ideal era con más romanticismo y menos “aquí te pillo, aquí
te mato”, pero de todas formas aquello no se debió únicamente a un ataque de
principios y de moral. Sentí un pánico terrible cuando el contacto superó un
límite.
Poco después de aquello Ted entró en mi vida y la cambió para siempre.
Y la cambió para mejor. Por él, dejé de beber. Por él, dejé de estar sólo. Nunca entenderé por qué la vida de mi padre
sólo pareció empeorar conmigo.
Al pensar en aquello, no podía llegar a otra conclusión más allá de que
algo no funcionaba bien dentro de mí. Después de todo, y como Alejandro se
había ocupado de señalar en una ocasión, yo tenía ya una edad y ninguna
experiencia con mujeres. Desperdicié las pocas ocasiones que tuve y ya era
tarde.
Porque sí. Porque era tarde. Porque mis hijos estaban por encima de
cualquier relación y ninguna mujer iba a querer nada con el padre de doce
niños. Porque Holly era viuda y apenas la conocía. Y porque me daba miedo conocerla.
Dejé el vaso en la pila y subí arriba. Kurt y Dylan me esperaban en mi
cama. Les sonreí y me tumbé entre los dos. Automáticamente se apretaron contra
mí.
-
Uy, qué
mimosos.
-
Papi, no
vuelvas a irte – pidió Kurt.
-
Pero
cariño, tengo que ir a trabajar. Mi trabajo no es como el de otros papás, de
estar en una oficina varias horas, y por eso puedo pasar mucho tiempo en casa…
pero a veces tengo que estar fuera.
-
Pero yo
no quiero – protestó.
-
No te vas
– apoyó Dylan.
-
¿Tú
tampoco quieres que me vaya, Dy?
-
No vas.
Les observé a los dos hasta que se quedaron dormidos. Comprendí que
Dylan ni estaba enfermo ni triste, simplemente mimoso. Me costaba más
entenderle a él que al resto de mis hijos.
“¿Por qué me querrán tanto?”
me pregunté, medio dormido yo también. “Si
supiera por qué, tal vez pudiera hacer que Andrew también me quisiera.”
-
Michael´s POV –
Había aprendido a
lo largo de mi vida a no pensar demasiado. A no darle vueltas a las cosas que
me pasaban, para no volverme loco. Cuando me separaron de mi padre, concentré
mis energías en pensar que volvería a verle, no en asumir que me apartaban de
su lado. Cuando me metieron en el correccional, me enfoqué en el odio hacia los
policías que me habían agarrado, pensando que todos eran como Greyson: personas
que se dedicaban a corromper a niños y luego encerrarlos.
Cuando me cayó una familia del cielo, decidí disfrutar, por una vez, y
pensar que simplemente eran mi familia. Porque sí. Porque Ted lo era, y por
extensión lo eran los demás.
Pero a veces me asaltaba un poco de cordura. A veces recordaba que no
era más que un niño medio de la calle medio de la cárcel, sin madre, sin padre,
y sin nadie que diera un duro por mí. Que sólo estaba allí cumpliendo una
misión. Que Aidan y el resto no me querían a mí, sino a la persona que creían
que yo era. Ni yo mismo sabía quién era Michael Donahow.
Esos momentos se solían corresponder con el amanecer. Yo solía
despertarme antes que ellos y me quedaba en la cama pensando. Y eso no era
bueno.
Aquél viernes Ted se había
despertado antes que yo. Se había dormido muy temprano la noche anterior.
-
¿Te
desperté? – me preguntó, entre susurros. Negué con la cabeza. Me fijé en lo que
estaba haciendo. Escribía algo en el ordenador.
Poco a poco me senté y luego me bajé de la litera. Me acerqué a ver lo
que escribía, pero él cerró la tapa del portátil y se mostró avergonzado.
-
¿Qué es?
¿Tan temprano y ya con el ordenador?
-
Ya no iba
a dormir más y luego nunca tengo tiempo.
-
¿Tiempo
para qué? – insistí. Me había dado curiosidad. Creía que Ted no tenía secretos.
Era una persona muy transparente, eso era lo que me gustaba de él. No tenía
capas ni dobles filos. Era sencillo y sincero.
-
Para… mis
cosas.
-
¿Qué
cosas?
-
No es
nada, Michael…
Intenté levantar la tapa pero él hizo fuerza.
-
No seas
cotilla ¿quieres? – me reprochó.
-
Sólo
quiero ver qué es.
-
Pero yo
no quiero que lo veas… es privado.
-
Sé que no
somos hermanos de verdad, pero…
-
No me
salgas con esas, es un golpe muy bajo, Michael. Claro que eres mi hermano, pero
no te lo enseño a ti igual que no se lo enseño a Alejandro y no se lo enseño a
nadie.
-
¿Y a
Aidan?
Al nombrar a su padre, Ted se puso muy tenso.
-
No se lo
digas.
-
¿Decirle
qué? ¿Es que el santurrón de Ted está haciendo algo malo?
-
No
empieces tú también a llamarme santurrón. Con Alejandro ya tengo bastante.
-
Es que te
lo ganas – le solté. Tenía ganas de decírselo desde que llegué allí. – No sé si
aspiras a santo o a Papa.
-
Aspiro a
tener un poco de privacidad – me gruñó.
-
Si no
puede enterarse Aidan tiene que ser algo gordo. ¿Estás falsificando tus notas?
-
Faltan
meses para las notas. – replicó. Evitaba
mirarme a toda costa. Creo que estaba esperando que le dejara en paz para
continuar con lo que estaba haciendo.
-
Porno no
es, no había chicas en bolas…. Sabes lo que es porno, ¿verdad?
-
Sí,
Michael, sé lo que es, y no, no estaba viendo porno. – dijo, y rodó los ojos. –
Diecisiete años y me pregunta si sé lo que es porno…
-
¿Has
entrado en alguna página así alguna vez? – le pinché.
-
No cuando
mi hermano de diez años duerme justo en la cama que está detrás del ordenador.
-
¿Y cuándo
no está Cole? – insistí.
-
Eso no es
de tu incumbencia.
-
Osea que
no. Lo que yo decía: santurrón.
¿De verdad compartía genes con él? Era para planteárselo.
-
Al
próximo que me llame eso…
-
¿Qué? ¿Le
dirás que no se hace? ¿Le pondrás mirando en la pared? ¿Se lo dirás a Aidan?
¡Santurrón!
Ted me dedicó una mirada fría.
-
No voy a
pelear contigo – me dijo, y se levantó, dejándome vía libre para coger el
portátil. Me abalancé a por él. Ted se dio cuenta y trató de impedírmelo.
-
¡Si no
fuera algo malo me dejarías verlo!
-
¿Qué
parte de privado no entiendes, coño? – espetó. Empezaba a cabrearle. Ya me
había dado cuenta de que, aunque tenía mucho genio, no le gustaba sacarlo, como
si no quisiera que los demás le vieran enfadado. Eso era frustrante. Parecía como si se
sintiera superior a los demás… o como si tuviera horchata en las venas, en vez
de sangre.
-
Uyyy. Ted
ha dicho un taco – me burlé, en el mismo tono que ponía la enana pegajosa
cuando yo decía una palabrota delante de ella.
– Ten cuidado, no te oiga tu papi.
En algún momento de nuestra conversación despertamos a Cole y a
Alejandro. Les escuché bostezar.
-
¿Qué
pasa? ¿Ya es la hora? – preguntó Cole.
-
No enano,
puedes dormir un rato más, aunque no mucho. Un cuarto de hora – le dijo Ted. Le
habló con calma excesiva, esforzándose por no pagar con él su roce conmigo.
-
Pues para
quince minutos me levanto. – dijo Cole, con un bostezo - ¿Qué hacéis?
-
Ted
estaba escribiendo algo y no me lo quiere enseñar – le dije, con la esperanza
de que se pusiera de mi parte.
-
Oh. Será
su libro.
-
¿Su
libro?
-
A veces
le veo escribir cuando no está haciendo deberes ni en sus juegos de rol, así
que deduje que se trataba de un libro. No deja que nadie lo lea. – explicó
Cole.
Vaya. Eso era interesante. Y también lógico, teniendo en cuenta que
Aidan era escritor.
-
Quiero
leerlo. – protesté. Quería saber si era bueno.
-
No hay
nada que leer – sentenció, y abrazó el portátil para que no se lo pudiera
quitar.
-
En algún
momento no estarás en la habitación y yo aprovecharé para verlo – amenacé.
-
Lo guardo
todo en un pendrive.
-
Pues te
quitaré el pen, y además sin que te des cuenta. – contraataqué. Para algo
tendría que servirme ser un ladrón
profesional.
-
Ni se te
ocurra.
-
¿Qué
harás si lo hago?
-
Michael,
no. Borra esa sonrisa estúpida. Déjame tranquilo ¿quieres?
-
No, no
quiero. ¿Qué escondes que es tan importante? – insistí, e intenté sacarle el
ordenador. Él tiró para retenerlo, pero yo hice más fuerza y se lo arranqué…
golpeando sin querer a Cole por el impulso. Le di con el ordenador y al enano
empezó a sangrarle la nariz.
-
¡Michael,
joder! – gritó Ted, y se acercó a él. - ¿Estás bien?
Cole asintió, lloriqueando un poco.
- Lo siento, ey…. No fue aposta.
-
Ven,
vamos al baño….¡Y TU SUELTA ESO! – me gritó Ted.
-
¡No me da
la gana!
-
¡No es
tuyo!
-
¡Aidan
dice que el ordenador es de todos los de este cuarto! – repliqué. ¡Ja! A ver
qué me respondía a eso.
-
El
ordenador sí, pero lo que hay dentro no. No está en la carpeta en la que pone
Michael ¿verdad?
Cole empezó a llorar bajito. La verdad es que se había llevado un buen
golpe.
-
Mejor ve
a curarle la nariz.
-
Suelta
eso – me ordenó, señalándome con el dedo, mientras se iba con Cole.
…¿En serio se pensó que le iba a hacer caso? Venga ya. Tenía que
imaginarse que lo iba a abrir… Dejé el ordenador en la mesa y levanté la
pantalla.
-
Bfff….
Tío…. Es muy temprano para que hagáis el gilipollas – refunfuñó Alejandro. Iba
a responderle, pero entonces me fijé en lo que estaba leyendo.
-
¡Sí que
es porno! ¡Joder, es porno! ¡Mira tú con la mosquita muerta!
-
¿De qué
hablas? – preguntó Alejandro con interés.
-
“Deslizó
las manos suavemente por los pechos de Nicole, con miedo de estar yendo
demasiado lejos. Notó cómo su cuerpo se endurecía bajo el contacto…. “ – leí,
para que Alejandro me entendiera. Casi saltó de la cama y se pegó a la pantalla
conmigo. Aquello era un relato erótico. Y uno bastante bueno, debo añadir, que
servidor se había leído unos cuantos.
-
¿Qué
cojones estáis haciendo? – preguntó Ted.
-
Sí,
cojones tiene esto, y muchos – repliqué.
-
¿Cómo
puedes escribir de esto si nunca has estado con ninguna chica? – preguntó
Alejandro.
-
Papá no
ha montado sobre un dragón y sin embargo escribe sobre eso – respondió Ted, caminando
hacia nosotros con furia. Cerró la tapa del ordenador violentamente.
-
¿Eres
virgen? – pregunté, riéndome.
-
¿Tú no? –
inquirió Alejandro con curiosidad.
-
¡Largo de
aquí! ¡Los dos! – chilló Ted.
-
Compartimos
cuarto. No nos puedes echar - replicó
Alejandro.
-
¡Y tú no
podías mirar eso! – protestó Ted. De pronto parecía muy avergonzado.
-
Ya
tenemos con qué chantajearle – comenté.
-
¿De qué
hablas? – preguntó Alejandro.
-
Con
Aidan. Ahora que va a ser el Supremo Jefe de Niñerolandia, podemos chantajearle
con esto para que nos deje en paz. ¿Qué te apetece hacer esta tarde,
Alejandro? Tenemos inmunidad. Ted no se
atreverá a decírselo a Aidan.
Alejandro vio por dónde iba y sonrió por malicia. Ted apretó los
dientes. Parecía a punto de echar humo por las orejas.
-
Sois de
lo peor. Aidan no puede enterarse…
-
¿Temes
que papá se enfade? Sant….
No había acabado de decir “santurrón” cuando Ted me empujó. Me
sorprendió tanto que al principio no reaccioné. Luego me tiré a por él. Y no sé
muy bien cómo, terminamos rodando por el suelo.
Alejandro se apartó y gritó algo, pero no le escuché. Cole, desde la
puerta, también. En algún momento entró Aidan y nos separó.
-
¿Pero qué
os pasa a vosotros dos? ¡Estaros quietos!
Ted se apartó, respiró hondo y se calmó, así que Aidan se centró en mí.
-
¿Se puede
saber qué hacíais?
-
Pelearnos,
pensé que estaba claro.
-
No te
hagas el gracioso ahora, Michael. ¿Qué pasó? ¿Ted?
-
Nada, no
pasó nada – respondió Ted, mirándome aún enfadado.
-
Eso no es
lo que vi. Te conviene responderme, ¿eh?
Ted me miró directamente a mí, y supe que no iba a decirlo. No por
cubrir sus espaldas, sino por cubrir las mías. Me sentí realmente mal, porque
al mirarle a los ojos pude ver lo mucho que le importaba que Aidan tuviera un
buen concepto de él.
-
Ted,
estoy esperando. – insistió Aidan. -
¿Qué hacías en el suelo peleando como animales? ¿Y por qué tu hermano tiene un
tapón en la nariz?
-
Le
sangró…Michael le dio sin querer… o creo que fue sin querer.
-
¿Cómo que
crees, gilipollas? – me ofendí.
-
¡Eh!
Michael, sin insultar. – advirtió Aidan.
-
¡Pues que
tenga cuidado con lo que dice! – exclamé.
-
¡No
quiero tener cuidado! ¡Estoy harto! ¡No tenías derecho a hacer eso, y lo sabes!
– protestó. El tono que empleó le hizo parecer más joven.
-
¿Qué es
lo que hizo, Ted? ¿Qué pasó? Chicos, no podéis pelearos así…. Sois hermanos….
-
Medio
hermanos – maticé. La verdad, no lo hice del todo por joder, sólo constataba un
hecho, pero Ted me miró como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
Aidan tampoco pareció muy contento y Alejandro y Cole entreabrieron un poco la
boca. - ¿Qué dije?
-
Ted es tu
hermano. Aquí no hay mitades. Todos estamos enteros y somos una familia.– me
respondió Aidan.
-
Mi única
familia es él, y la verdad es que podía haberme tocado algo mejor – repliqué.
No sé muy bien por qué dije aquello, si yo por Ted haría cualquier cosa aun
antes de conocerle. Medio hermano, hermano entero o sobrino segundo, era mi
única familia directa y yo estaba arriesgando mucho por él.
Tal vez estuviera resentido porque Greyson no tendría nada que usar en
mi contra de no ser por Ted. Tal vez
lamentaba haber llevado demasiado lejos mi deseo de saber lo que estaba
escribiendo. Tal vez es que Ted y yo no
teníamos demasiadas cosas en común y eso me frustraba un poco. En cualquier
caso, lo dije, y me arrepentí nada más soltarlo a ver la cara que puso.
-
¡Pues te
toqué yo! ¡Mala suerte! – me chilló. - ¡A mí también podría haberme tocado algo
mejor! ¡Yo no soy el que acaba de salir de la cárcel!
Eso fue un golpe bajo. Bajísimo. Y además era totalmente cierto: yo no era en absoluto el hermano ideal. Había pensado que mi pasado no les importaba,
pero claro ¿cómo no les iba a importar? Tenía que bajar de la nube y aceptar
que yo no era parte de ellos. Sentí que se me encogía el pecho, e iba a
responder, pero no tuve ocasión.
Aidan se había adelantado y había agarrado a Ted del brazo. Observé con
horror cómo le pegó allí mismo y delante de mí, de Cole, y de Alejandro.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
¡No voy a
dejar que os hagáis daño de esa manera!
¡Basta de ataques verbales y que alguien me diga de una vez por qué os
estabais peleando!
Ted no parecía capaz de responder en ese momento. A decir verdad, no
parecía capaz de hablar nunca más. Miraba al suelo mientras sus hombros
temblaban, reprimiendo un sollozo. Volvió a asaltarme la culpabilidad, y me
enfadé con Aidan. No tenía por qué haberse metido.
-
¿Quién
coño te ha dado vela en este entierro?
-
Michael,
pensé que ya habíamos hablado sobre las faltas de respeto. Ten cuidado con lo que me dices.
-
Ten
cuidado tú, gilipollas.
-
Basta. No
vas a hablarme así. No voy a dejarte pasar ni una más, Michael. Llevas unos
días aquí y si no quieres entender dónde
están los límites me ocuparé de que lo entiendas.
-
Vete a la
mierda un rato – susurré, más bien con la intención de que no lo oyera, pero lo
oyó. Me agarró del brazo y pensé que iba a hacer como con Ted, pero tiró de mí
y me llevó al baño.
-
Se ha
acabado, ¿entiendes? Fin de mi paciencia. Hasta aquí. Trago muchas cosas, pero
no que me ninguneen de esa manera. He castigado a Ted por ser cruel contigo
pero tú también lo fuiste con él. Y has vuelto a insultarme. Eso no va a pasar
más. Me da igual cuán mayor te creas.
Supe leer entre líneas, y el mensaje quedó más claro cuando le vi
sentarse en la tapa del retrete.
-
¡Ni se te
ocurra, no puedes hacer eso!
-
Sí, sí
que puedo.
-
¡No!
¡Dijiste que no lo harías! ¡Que sólo lo harías si me ponía en peligro o rompía
la ley! ¡Me diste tu palabra!
-
Me da
igual, Michael. Seré un hombre de palabra cuando tú también lo seas. Cuando
dejes de ser un niño, y seas un hombre. Hasta entonces tú eres mi hijo y yo soy
tu padre.
Jadeé, porque aquello lo dijo sin pensar. Estaba cabreado, y me llamó
hijo. Como si fuera algo que tuviera interiorizado. Como si fuera una verdad
que le salía sin pretenderlo. Creo que él también se dio cuenta, porque se
calmó un poco, y tiró de mí, pero para abrazarme. Para eso tuve que sentarme
encima de él y fue humillante. Hice lo posible por levantarme y estar en una
postura más digna.
-
No he
dicho lo de que no eres un hombre para ofenderte, ¿vale? Entiendo que ya no
eres un crío. Aunque creas que no, lo sé. Y no pretendo llamarte inmaduro porque sé que has pasado por muchas cosas.
Pero Michael, estaría cometiendo un error si actúo como si no necesitaras a
nadie que te guíe. Eres un chico estupendo, pero has estado muy sólo, y ahora
ya no lo estás. A veces eso te gustará, y a veces, como en este instante, tal
vez no.
No le respondí, en parte por que no sabía qué decir, y en parte porque
aquello no me gustaba un pelo. Aidan pareció entender que no iba a decir nada,
y suspiró.
-
No puedes
pelearte con tu hermano, no puedes ser cruel con él, y no puedes insultarme. Y
esto último ya lo habíamos hablado.
Tuve ganas de enseñarle el
verdadero significado de la palabra “insulto” porque apenas le había enseñado
mi repertorio, pero me mordí de lengua.
-
Michael,
en estas ocasiones debes responderme algo así como que lo entiendes, o que no
lo harás de nuevo, o lo que sea que estés pensando – me indicó, tras otro
lapsus de silencio. ¿Qué era aquello? ¿Una especie de manual de instrucciones
antes de un castigo?
-
No
quieres oír lo que estoy pensando. –
farfullé. – No sé a que drogas le das, pero tiene que ser algo muy bueno si
piensas que vas a ponerme un solo dedo encima…
Noté que Aidan se tensaba, pero estaba haciendo esfuerzos por no
enfadarse. Me miró relajado, con algo parecido a la comprensión.
-
No espero
que te parezca bien ni que estés de acuerdo. Pero antes has dicho una cosa muy
equivocada: Ted no es tu única familia. Lo somos todos aquí y eso me convierte
en tu padre.
Otra vez. El mismo encogimiento en el pecho. ¿Lo hacía aposta? Supe que
sí. Supe que estaba intentando llegar hasta mí a base de repetir que era mi
padre.
Aprovechando que me había dejado con la guardia baja, Aidan me maniobró
para tumbarme. Intenté resistirme, pero él empleó toda su fuerza. Me puse muy
nervioso. Tenía una mezcla de rabia, miedo e inseguridad.
-
¡Déjame,
joder! ¡No puedes hacer esto!
-
Michael,
quieto.
-
¡Quieto
una mierda! ¡Suéltame! ¡Suéltame!
Perdí el hilo de lo que hice y dije, e incluso me perdí a mí mismo
mientras sentía aquél horrible nudo en el estómago, hasta que sentí una palmada
más sonora que fuerte.
PLAS
Mi reacción fue quedarme quieto, como si me estuviera costando
asimilarlo. Pensé que Aidan empezaría a gritarme furioso, y que iba a darme una
paliza de verdad por resistirme, pero en lugar de eso sentí que me frotaba la
espalda.
-
Si de
verdad quieres levantarte ¿por qué no lo has hecho? – me preguntó – Podrías
haberme mordido. Podrías haberme empujado. Eres tan fuerte como yo, o quizá
más.
Tenía razón. Mi único pasatiempo en los correccionales eran las pesas
del gimnasio. Aidan no era débil ni mucho menos, era uno de los hombres más
fuertes que conocía, pero estaba por encima de los treinta y eso jugaba a mi
favor.
-
No se me
ocurrió – le respondí, y él debió de notar que le mentía.
-
Más bien
creo que sabes que tengo razón.
Me quedé en silencio un momento.
-
No sería
justo que castigaras a Ted y a mi no…. – susurré al final.
-
Pero tú
has hecho algo más de lo que ha hecho Ted, Michael. ¿Te vas a disculpar?
-
Ni
muerto.
Le oí suspirar.
-
Siento
escuchar eso. Creo que te sentirías mejor después de disculparte.
-
¿Qué me
sentiría mejor? ¿Pero qué coño….?
No pude terminar, porque volví a sentir una palmada, sólo que después
vinieron muchas más.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Al principio, traté de soltarme. Cuando vi que no podía opté por
quedarme quieto. Pensé que no dolía
tanto y que ya se aburriría cuando viera que no servía de nada. Y justo cuando aquello empezó a ser realmente
molesto me acordé del día anterior. De cómo decidí castigar al enano caprichoso
pensando que era necesario que aprendiera que no podía ir por ahí insultando a
la gente. Joder, era exactamente lo mismo que Aidan estaba haciendo conmigo.
Yo había
hecho daño a su hijo, le había insultado a él, y en vez de estarme dando de
hostias me estaba….castigando como a un crío. Tal vez por eso me sentí como
uno. Como un puto crío asustado, que siempre quiso una familia y ahora que la
tenía no sabía tenerla.
- Aidan´s POV -
Para mí no había miedo más horrible que el temor a equivocarme, sobretodo en algo que atañía a mis hijos. Había tomado una
decisión con Michael y me habría sorprendido al ver que él no oponía verdadera
resistencia. Al menos resistencia física, porque parecía que se había cerrado
por dentro.
Empecé a pensar que aquello no iba a dar resultado. Y entonces escuché
un gemido. Me detuve. Me quedé quieto, dudé un poco, y volví a bajar la mano.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Perdón…
Fue muy bajito. Estoy seguro de que una parte de él no quería que yo lo
escuchara. Casi sonó como si lo dijera por probar, por ver cómo se escuchaba la
palabra al pronunciarla. Le froté la espalda, y entonces le noté estremecerse por un sollozo.
Intenté que se levantara pero no se dejó, así que seguí acariciándole
la espalda.
-
Lo
siento… Siento haberte insultado…
-
No pasa
nada, Michael.
-
Y siento
haberme peleado con Ted. Fue una tontería….
-
Los
hermanos se pelean a veces. Es normal. Pero os dijisteis un par de cosas que
duelen.
-
¿Vas a
hacer esto cada vez que te enfade?
-
No, ya te
lo dije: voy a hacer esto cada vez que
hagas algo mal. Nunca lo haré cuando esté enfadado.
-
No me
gusta. Prefería lo de antes. – protestó, aún con la cabeza escondida.
-
No, no lo
preferías – aventuré. – Te hacía dudar sobre el lugar que ocupabas en esta
familia.
No me respondió, pero sí se movió un poquito, como para que le mimara
mejor.
-
Tenías
razón – dijo después.
-
¿En qué
al disculparte te sentirías mejor?
-
No.
Bueno, también…. Pero además…. En algo que dijiste ayer. Tú y Ted.
Por más que pensé, no logré adivinar a qué se refería.
-
No te
sigo, Michael…
En lugar de responderme se incorporó y se enredó en mí en un abrazo
fuerte e intenso. Se lo devolví, sabiendo que lo necesitaba pero sin entender
del todo la repentina vulnerabilidad con la que se aferraba a mí. Le mimé el
pelo, y entonces creí comprender.
-
¿Te
refieres a lo de que haya un abrazo después de un castigo? – le pregunté.
-
Sí… -
susurró, con la voz ahogada porque tenía la cara escondida en mi hombro -
Aunque hubiera preferido sólo el abrazo.
Me reí suavemente, y le di un beso.
- Sí, yo también.
Me coloqué un poco mejor para poder sostenerle bien. Pesaba mucho, y
aunque no estaba apoyado totalmente sobre mí, me estaba usando de sillón
portátil. Había llorado muy poquito, pero en cambio buscaba mi consuelo con los
gestos, más mimoso de lo que estaba acostumbrado en alguien de su tamaño.
Alejandro solía rechazarme, y Ted se hacía el fuerte. Michael sencillamente
parecía aceptar cualquier caricia, y hasta le parecían pocas.
-
Haces
bien en tratarme como un niño. – musitó al cabo del rato. – Soy idiota.
Le separé un poco y sujete su barbilla con el índice y el pulgar.
-
Es de mi
hijo de quien estás hablando. No le insultes.
-
Ah, no,
pues tienes que enfadarte contigo. Es a tu hijo a quien le has pegado.
Hijo. Sonaba tan bien. Me encantó que lo dijera. Y sé que a él le
encantó decirlo. Nos quedamos mirándonos fijamente y luego los dos estallamos
en carcajadas. Michael quiso separarse entonces, pero no le dejé.
-
Tengo que
ponerte la insulina.
-
Lo hago
yo.
-
¿Seguro?
-
Sí. Tú
hazme algo rico para desayunar.
Le miré un poco sorprendido. No por la petición, sino porque parecía
como si se hubiera tomado lo de ser un niño al pie de la letra. Como si acabara
de quitarle cinco años de encima.
Clasificar a Michael era muy difícil. No parecía tener un patrón de
comportamiento. De pronto era un adulto, de pronto un niño, de pronto un
rebelde, de pronto un tipo cariñoso. Tal vez, como todo el mundo, era de una
forma u otra en función de cómo le trataras. Le acaricié la mejilla y me fui a
hacerle “algo rico para desayunar”.
… Resultó que no tuve oportunidad de hacerlo. Cuando bajé a la cocina,
el desayuno estaba preparado. Todo. Y el almuerzo también. Supe que había sido
Ted. Debía de haberse despertado muy pronto aquella mañana.
Suspiré. Sabía que tenía que ir a hablar con él. Recorrí la cocina con
la mirada y me sentí cada vez peor. Lo primero que había hecho en la mañana era
pegarle, y encima delante de sus hermanos. En realidad, aún no sabía por qué
había sido la pelea.
En su cuarto sólo estaba él. Los demás debían de haberse ido para darle
intimidad… porque estaba llorando. Tenía la cabeza escondida en la almohada y
su espalda se movía arriba y abajo, delatoramente. Me acerqué despacio y me
senté en la orilla de la cama. Al percibirme lloró con más fuerza.
-
Ted….
Me mordí el labio, y acaricié su espalda. Había tenido muy poco tacto
al castigarle delante de sus hermanos… pero tenía que cortar la pelea.
-
¿Cómo….snif….se
supone….snif…. que van a hacerme caso….si…si me pegas delante de ellos? – me
preguntó. Buen punto. Muy buen punto.
-
Ya lo
hice alguna vez delante de Alejandro…
-
¡Pero
estaba Cole!
Me partía el alma verle tan desolado, sobretodo porque me arrepentía un
poco de mi reacción. Vale, un poco no. Un mucho. Mi niño había hecho el
desayuno y el almuerzo de todos sus hermanos y yo le había hecho llorar y le
había avergonzado. Me recosté un poco a
su lado y le di besos cortos y pequeños en la cabeza.
-
Bueno,
ya….ya Teddy, perdóname ¿sí? Pero no puedes pelearte así con Michael….
Soltó un sollozo más fuerte.
-
Y ahora
vas a pegarme otra vez.
Tenía que sentirse realmente mal para estar llorando así, cuando
normalmente era reacio a las lágrimas. . Jolín. Vaya forma de empezar el día.
-
Ni
siquiera sé por qué os estabais peleando. –comenté, mientras le acariciaba el
pelo.
Él respiró hondo como para calmarse y poder responderme.
-
¡Cotillearon
mis cosas, papá! Estaba ….snif….estaba escribiendo algo en el ordenador, algo
privado, y lo leyeron! ¡Le pedí que no lo hiciera!
Chasqueé la lengua. Para Ted era muy importante su privacidad, puesto
que no tenía mucha en una casa con tanta gente.
-
¿Y cómo
salió Cole herido en todo esto?
-
Michael
quiso quitarme el ordenador y del impulsó le dio sin querer.
-
¿Trató de
quitártelo?
-
Pero no
puedes regañarle más. Os he oído, y has sido muy malo con él – protestó con
infantilismo intencionado. Me llenó de ternura ver que a pesar de estar
enfadado con él le estaba defendiendo.
-
¿No me
das permiso? – le pregunté, en el mismo tono mimoso.
-
¡Ño! ¡Te
lo prohibo!
Sonreí, y el se sentó para mirarme, sin llorar ya. Me miró con ojos
algo tristes.
-
Lo
siento… siento haberme peleado con él, y haberle dicho eso.
-
No es
conmigo con quien debes disculparte – respondí, pasando la mano por su cara
para secarle las lágrimas.
-
¿Pero tú
me perdonas?
Se me formó un nudo en el estómago. Cuando le daba por preguntar eso
parecía entre mucho más pequeño y mucho más mayor, y sobretodo, necesitado.
Necesitado de saber que todo estaba bien.
-
Sólo si
tú me perdonas a mí.
-
¿Yo? ¿Por
qué?
-
Por
incumplir una de las normas más importantes de esta casa: no darte un beso de
buenos días.
Me sonrió, puso la mejilla como para que le besara, y luego se apartó
antes de que pudiera hacerlo, soltando una risita.
-
¡Serás!
¡Ven aquí!
Se dejó atrapar y le hice cosquillas.
-
¡No, no,
eso no vale!
Le sujeté bien y empecé a darle besos sin que se pudiera resistir. Se
rió y amé ese sonido con todas mis fuerzas. Tardó un rato en calmarse y cuando
lo hizo volvió a mirarme con seriedad.
-
¿Me vas a
castigar más?
-
No, Ted.
Pero no quiero más peleas. La próxima vienes y me lo dices. No te estarás
chivando: estarás evitando que la cosa vaya a más.
-
… y
entonces además de santurrón seré niño de papá…. - murmuró.
-
¿Por qué
dices eso?
-
Por
nada….
Tal como había hecho antes con Michael, sujeté su rostro con dos dedos.
- Ted, no podría estar más orgulloso de ti, por cómo eres y cómo
actúas. Eso no te convierte en un “santurrón”. Te hace una buena persona, un
gran hijo, y nada de eso es malo. Nunca te avergüences por hacer lo correcto,
cariño, eso es absurdo.
Pareció pensarlo unos segundos y luego asintió.
-
¿Qué era
eso que Michael quería ver? – le pregunté, y noté cómo se tensaba - ¿Es un
secreto? – inquirí, medio divertido.
-
Es que….
te vas a enfadar.
-
¿Enfadarme?
¿Por algo que has escrito? ¿Es un anónimo a algún profesor o algo así?
-
¡No,
claro que no! Es…es más como una historia.
-
¿Una
historia? – me extrañé, y al mismo tiempo me alegré mucho. A Ted le gustaban
los juegos de rol, eso sí lo sabía, pero me ilusionó pensar que pudiera salirme
escritor. - ¿Y la puedo leer?
-
Es que te
vas a enfadar… - repitió, mordiéndose el labio.
-
No Ted,
claro que no… ¿De dónde has sacado eso? Anda, déjame verlo….
-
No
papá…por favor…
Lo pensé un segundo. No me sentí con derecho a presionarle.
-
Está
bien, hijo. Pero de verdad que nunca me enfadaré por algo así. Escribas lo que
escribas, es personal. A una persona puede no gustarle lo que escriba otra,
pero no enfadarse. Y además estoy seguro que cualquier cosa que escribas tú me
gustará.
Ted sonrió un poco, pero supe que no me iba a dejar verlo. Deseé que
algún día me lo permitiera. Se fue al baño, bajamos a desayunar, y yo me
preparé mentalmente para lo que iba a ser un día largo. Iba a pasar casi todo
el día fuera de casa, empezando por la visita que tenía preparada al trabajo
del padre de Fred.
Amo tu historia, soy tu fan numero uno, felicidades, eres genial, te quiero, no dejes de escribvir, por fa, actualiza pronto, hurrra eres genial, la mejor escritora, ups, tambien las otras son muy buenas....viva.
ResponderBorrarWow interesante escritura la de Ted :) me quede pensando en que le diría Aidan jeje
ResponderBorrarQue te puedo decir mujer? Leerte siempre es genial y cada capitulo es sorprendente :D
Sabes? Apoyo a Barbara hay que planear una cita para Holly y Aidan jeje
Mmm esta vez bien merecida se la tenia Michael jaja
Quedo genial mujer :D
Saludos
Con placer he disfrutado de este nuevo capítulo Dream,es innegable que las complejidades de cada chico dan sabor a esta bellísima historia.Me a encantado como al fin Michael se va convenciendo de que pertenece a esta familia,y concuerdo que le han caído muy bien esas nalgaditas por majadero e irrespetuoso,tienes que cortarle de raíz esos malos modos (...bueno por medio de Aidan)
ResponderBorrarY aplaudo a Bary,me parece estupendo que sea la asistente de cupido,ya que si esperamos a que Aidan se de valor...los 12 chicos ya se habrán ído de casa jajaja
¡Felicitaciones y espero con ilusión los nuevos capis!!
¡Hasta pronto!
LucyB.
Se percibe el amor en aidan oooo ya quiero saber que pasa jajajaj ya empiezan los pleitos de hermanitos jajajaj amo a tus niños.....
ResponderBorrarNo es que sea quejona pero quede con gusto a poco... es que me devore el capitulo estuvo genial... me encanta como es Aidan con todos su hijos... pude que ayer haya sido el día la madre pero Aidan hace que todos los días sean del padre
ResponderBorrarAhhh pobre Teddy, me lo castigaron por culpa de Michael....no te lo perdonoooo... ;P bueno siiii escribiendo pronto jajajja...
ResponderBorrarMe encanta que Michael se de cuenta....que pertenece a la familia...verle mimoso es lindo, una chica para Aida....cool.... que sus hijos lo apoyen es genial
mi hermosisimo niño lindo pro fin rompio la barrera emocional de creerse grande y dejarse guiar con miel y hiel al mismo tiempo
ResponderBorraradore esta lectura Dream, es un placer saber de todos ellos, y espero que la idea que esta gestando sobre buscarle una novia a Aidan traiga dicha a todos pero sobre todo que mi pequeño Michel se anime a confiar en Aidan respecto a ese desgarciado poli que lo tiene de los cabellos
AHHHHH y ni que decir de Ted, perder los estribos, barbaro
Es la primera vez que comento, pero no quería dejar de darte las gracias.
ResponderBorrarEmpecé a leer tus historias en un momento anímicamente malo. Cada uno de tus capítulos me ha arrancado una sonrisa y una lágrima, haciéndome pasar mejor los malos momentos.
Me encantan tus personajes son adorables y llenos de matices Además compartimos el mismo gusto en este tipo de historias, no me gusta cuando el castigo es demasiado duro, comparto plenamente la visión de Aidan, su debate entre tener que educar a sus nenes y no desear hacerles ningún daño. Ains es adorable. QUIERO UNO DE CARNE Y HUESO.
Bueno espero impaciento otro capi y también sigo el de los nenes italianos, pobretos.
Con cariño de una compatriota.
Jo, muchas gracias a tod@s... qué sepáis que cuando no estoy estudiando me pongo a escribir xD xD
ResponderBorrarNora, es que si encuentro uno así es para mí, se siente xDDDD Qué genial que me lea una compatriota ;)