CAPÍTULO 10:
Óliver tenía pinta de ser un chico fuerte y atlético. Seguramente le gustaban los deportes y por lo que había visto no era malo en el boxeo. Era rubio, con ondas bastante largas porque el pelo le llegaba por debajo de los hombros, pero sus rasgos estaban lo suficientemente marcados como para que nada en él fuera femenino. En definitiva, lo tenía todo para estar seguro de sí mismo y ser un tanto orgulloso. Por eso era tan antinatural verle con esa mirada asustadiza.
- ¿Cómo es que un chico obediente como tú se mete en peleas, eh? – pregunté, en tono amistoso, buscando que se relajara un poco.
- No me gusta que se metan con los demás… Además Gabriel estaba perdiendo así que decidí ayudarle, porque yo…
- Tú sí sabes pelear ¿no? ¿Haces boxeo?
- Kárate – respondió, con voz modesta.
- ¿Y acaso tu profesor no te enseña que no debes usar lo que sabes fuera del entrenamiento? ¿Qué solo debes usarlo en caso de emergencia?
- Esto era una emergencia… - murmuró.
- No. Una emergencia es que un tipo venga y pretenda agredirte. Una emergencia es que un ladrón te ataque y aun así sólo deberías enfrentarte a él si está desarmado. Pegarte en el comedor del colegio no es una emergencia. Cuando viste que se peleaban, tendrías que habérselo dicho a alguien, no meterte tú también.
- No soy un chivato…
- ¿Y acaso eres un matón? Porque déjame decirte que a esos chicos, aunque sean mayores que tú, les estabas machacando. Y no lo digo para que te sientas orgulloso.
Óliver agachó la cabeza y me dije que no estaba haciendo un buen trabajo en eso de hacerle sentir mejor. Ya habría tiempo para regañarle, primero tenía que hacer que no me tuviera miedo.
- En el fondo sabes que no actuaste bien ¿verdad? – le pregunté, y él asintió. – Y también sabes… que te voy a castigar.
Volvió a asentir, con un ligero temblor en la barbilla.
- Gracias por decirme que es la primera vez. Has confiado en mí y has hecho bien en decírmelo, porque me has indicado que tengo que dejarte claro qué puedes esperar. – le dije. – Lo primero que tienes que entender es que no voy a hacerte daño.
Óliver abrió la boca como para llevarme la contraria, pero luego la cerró y no dijo nada.
- Escúchame. Sé lo que estás pensando. Sé que viste llorar a Damián el otro día, cuando le castigaron delante de vosotros. Me lo han contado. Sé que habrás oído cosas de tus compañeros, y entiendo que te dé miedo, pero probablemente lo que yo voy a hacer no sea como nada de lo que hayas oído. Ya lo has visto con Gabriel, ¿mm? Y con él fui bastante duro, para mi criterio. No tienes nada que temer de mí. No te va a gustar, por eso es un castigo, y seguramente no vas a querer que lo repita, pero no voy a hacerte daño.
Estudié el lenguaje corporal de Óliver y noté que sus hombros se destensaron un poco.
- Pero… ya no lo voy a hacer más… de verdad… No me pelearé nunca…
Puse mis manos sobre sus hombros, para hacer que me prestara atención y para ser firme y reconfortante a la vez.
- Lo sé, Óliver. Incluso puedo creer que si ahora no te castigo tampoco lo harías, y aprenderías de esta experiencia solo con el regaño y el susto que te has llevado. Pero eso no sería nada justo para tus compañeros ¿verdad? No sería nada justo para Gabriel, que ya le he castigado.
Pude ver cómo Óliver lo pensaba, luchaba contra la idea y, finalmente, la aceptaba. Pero también seguía asustado, ante una situación en la que no sabía cómo proceder.
- Ahora yo me voy a sentar aquí, y te voy a poner encima. No te vas a caer, porque yo voy a sujetarte, pero conviene que pongas las manos en el suelo, sobre todo tú que eres alto. – le indiqué.
Abrió la boca ligeramente.
- ¿Así me castigarán siempre aquí? – preguntó, dubitativo.
- Bueno, si nunca te han castigado antes no tienen por qué castigarte otra vez ¿no? Pero no… Creo que la mayoría de profesores te hará apoyarte sobre una mesa.
- Lo…lo prefiero…
- Mala suerte, chico. Estás atrapado conmigo – respondí, pero en un tono distendido. Decía eso porque no conocía la otra opción. - ¿Preparado?
Óliver se lo pensó y, lentamente, asintió. Era un chico valiente. Le tomé del brazo y le hice inclinarse para que se tumbara sobre mí. Se movió con un poco de torpeza y noté que estaba incómodo. Seguramente le daba vergüenza. Era totalmente comprensible y por eso quería acabar cuanto antes.
PLAS
Subí la mano una vez y la bajé con rapidez para ver cómo reaccionaba. Dio un brinquito y rápidamente se llevó una mano atrás, para frotarse. Se la aparté, intentando no ser brusco.
- Las manos en el suelo, Óliver. Es importante que no las subas.
- Pe…perdón…
- Ey, no pasa nada. Lo estás haciendo muy bien. – froté su espalda y noté cómo se estremecía con un sollozo. Suspiré. De momento iba a hacer como que no lo había sentido, entre otras cosas porque no quería avergonzarle.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Óliver se revolvió levemente e hizo ademan de volver a poner la mano, pero ni llegó a hacerlo, ni se puso a patalear. Estaba intentando tener autocontrol.
PLAS PLAS PLAS PLAS
- ¡Ay!…snif
Me detuve. Había sido más duro con Gabriel, pero por suerte él no estaba allí para verlo. Aquello ya había sido más que suficiente para Óliver. Si no estaba acostumbrado a aquello, el mensaje le habría quedado claro y la reprimenda le habría impactado. No quería ser demasiado duro en su primera vez ni faltar a la promesa de que no tenía por qué tener miedo.
Tiré de Óliver para que se levantara y entonces sí se frotó, con ambas manos. Me sonrojé un poco, porque no estaba acostumbrado a que los chicos actuaran así. Ellos solían pasar más vergüenza que yo. Me miró triste y bastante arrepentido. Eso también me sorprendió, porque aunque después de regañarles no solían quedar orgullosos de lo que habían hecho, no siempre me dedicaban esa mirada de culpabilidad.
- Ya no me voy a pelear más…snif… de verdad….
Le rebosaron varias lágrimas que rodaron por sus mejillas. Me robó el corazón en ese momento, si es que no me lo había robado ya antes, y por eso había sido capaz de seguir con aquello. Me puse de pie y le atraje hacia mí en un abrazo. Como profesor, rara vez abrazaba a mis alumnos. Recordaba un par de veces, felicitando a algún chico por sus buenas notas o consolando a otro por las malas. Pero como guardián, empecé a pensar que parte de mi trabajo era abrazarles, como lo harían en su casa de estar allí. Especialmente cuando se mostraban tan vulnerables como Óliver en ese momento.
- Ya está, Óliver. Ya has sido reprendido y perdonado. Tú no lo vas a hacer más, y no tenemos por qué volver a hablar de esto. Ahora puedes ir al cuarto, si quieres.
Óliver se apretó un segundo contra mí, sorbió por la nariz y se separó. Se limpió un poco la cara y se miró en un espejo de la pared, como para ver si se notaba que había llorado. Luego salió del comedor y cerró detrás de él.
Me sentí muy solo en aquella habitación por un segundo. Pero no tan solo como debían de sentirse ellos.
Me encantaaaaa Victor y más me encanta que hayan más capítulos para leer :D aunque probablemente y como siempre, me quede con ganas de más xD
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