CAPÍTULO 7:
Sabía que había sido excesivamente suave con Borja y Damián. Normalmente no habría tenido tanto problema, de no ser porque esa misma mañana había sido más duro con Benjamín, que bajo mi punto de vista se lo merecía menos. Ese sentimiento de que había sido injusto, me llevó a querer aclarar una cosa más con los chicos, que estaban haciendo los deberes tumbados en la cama. Me hizo gracia ver a los veinte en la misma posición, con el libro en la almohada y los pies levantados. No tenían mesa en la habitación, así que su opción era esa o irse a la biblioteca, y lo segundo no parecía gustarles demasiado. Otro día me empeñaría en que fueran e hicieran las cosas como es debido, pero por ser el primer día estaba bien así. Tampoco me apetecía pasar más tiempo solo y tenerles allí, aunque fuera estudiando, me hacía sentir en compañía.
- Chicos, ¿cómo vais? ¿Algún problema con la tarea?
Recibí algunas respuestas aisladas, pero en voz muy baja.
- ¿Chicos? Os hice una pregunta.
Una de las costumbres de las exigencias del colegio es que respondieran alto y claro cuando se les preguntaba algo. Los cursos superiores lo hacían sincronizadamente, pero ellos aún no estaban acostumbrados. Levantaron la cabeza y me miraron, distraídos. Suspiré, y repetí la pregunta.
- ¿Algún problema con la tarea?
- No, Víctor.
- Si tenéis cualquier duda, estoy aquí ¿vale? Contad conmigo.
- ¡Vale! – respondió Benjamín. Fue el único que me respondió y lo hizo en un tono muy alegre. Le sonreí, pensando que había algo muy tierno y muy bueno en ese chico.
Les dejé concentrarse durante un rato y cuando vi que algunos iban terminando, decidí decirles lo que había pensado.
- Me gustaría hablar de algo con vosotros. Sé que no me conocéis mucho todavía y no sabéis que esperar, así como imagino que aún no estáis del todo acostumbrados a estar aquí… ¿Alguno había estado antes en un internado?
Benjamín y Bosco levantaron la mano. Les compadecí un poco. Personalmente, consideraba que llevar a los niños a un internado durante la primaria era un error. Un niño de seis o de ocho años no estaba listo para estudiar fuera de su casa.
- Vosotros quizá estéis más cómodos. Los demás, os estáis enfrentando a muchos cambios. Quisiera saber cómo os sentís al respecto. Quisiera saber cómo ha sido vuestra primera semana aquí.
- Horrible – dijo Damián.
- Un asco – añadió Borja.
Uno por uno fueron diciendo en una palabra que no lo estaban pasando demasiado bien. Hubo un par de chicos que se quedaron callados. Me lo esperaba, pero aun así puse una mueca. El colegio no era un parque de diversiones, pero tampoco tenía que ser visto como algo malo.
- Tenemos que ver qué podemos hacer para mejorar eso. Hay un curso entero por delante, y quiero que sea un buen año para vosotros. ¿Por qué está siendo tan malo?
- Los profesores – dijo Borja.
- El director – susurró Benjamín. Le miré con compasión, porque sabía a lo que se refería.
- La paleta – respondió Damián, con franqueza, y algunos de sus compañeros rieron ante tanta sinceridad.
- Nadie antes nos había preguntado si estábamos a gusto aquí – murmuró Votja. No le había oído hablar hasta entonces, y en ese momento entendí por qué: el chico tenía un fuerte acento extranjero y no debía sentirse cómodo hablando en un lenguaje que dominaba, pero no era su lengua materna. – Tú no eres como el resto de…¿guardianes? – preguntó, inseguro con la palabra. Asentí, para indicarle que lo había dicho bien. – Tú aparentas más amable.
- Pareces – le corrigió Borja.
- Vaya, muchas gracias, Votja. Aún no sé muy bien cómo son los demás, pero sí sé cómo quiero ser yo, y ante todo quiero ser justo con vosotros. No quiero ser el malo de la película. No voy a ser un general constantemente encima vuestro. – les dije, llegando justo a donde había pretendido llegar. – Mi principal propósito es que estéis bien aquí. Seguros, aprendiendo y felices. Y haré lo que sea para conseguir eso, aunque a veces os parezca que soy raro con respecto a lo que pudierais esperar de mí.
- Él es más bueno que los demás – apuntó Benjamín, balanceando los pies de una forma que le restaba por lo menos tres años de edad. – Esta tarde salí del orfanato y apenas me castigó…
- Sí te castigué…
- No usó la regla – les dijo a los demás, ignorándome.
- Conmigo también ha sido bueno – dijo Damián.
- Y conmigo… - añadió Borja.
- Qué bueno que digáis eso, porque me ponéis las cosas más fáciles… - les dije – A veces podréis pensar que soy más duro con unos que con otros. La idea es que no os enteréis cuando regaño a algún compañero, pero sé que no siempre es así. Y no me gustaría que empezarais a pensar que tengo favoritos. No es eso. Pero yo no sigo a rajatabla el reglamento. Para mí es un papel sujeto a interpretación y las decisiones finales las tomo yo… Así que si alguna vez creéis que he tomado una mala decisión, también quiero que sintáis la libertad de decírmelo. Quiero que me tengáis confianza.
- Lo que quiere decir es que yo soy su favorito – bromeó Benjamín, hinchando el pecho.
- Después de mí, claro. – replicó Damián.
- Yo soy su secretario – apuntó Bosco.
Les miré a los tres y sonreí. Justo a eso me refería: ya empezaban a confiar en mí, y a hacer bromas.
- Yo tengo veinte favoritos – respondí.
- Uy, pues eso te traerá problemas ¿eh? Digo, nos pensamos aprovechar, ¿verdad que sí? – preguntó Damián, y los demás asintieron. Solté una carcajada y le revolví el pelo.
Por fin, aquello se empezó a sentir menos tenso. Empecé a sentirme más a gusto y relajado. Podía hablar con tranquilidad, sin medir cada una de mis palabras y acciones.
Entonces sonó la campana de la merienda y los chicos se levantaron como si no hubieran comido en varios días.
- ¿A qué tanta prisa? La comida no irá a ningún sitio, jajajaja.
- ¡Hoy toca chocolate! – me dijo Benjamín, y corrió a ponerse el primero de la fila. - ¡Venga, Víctor, tenemos que ir contigo! ¡No nos hagas llegar tarde!
Sonreí. Aquellos chicos aún eran niños y tenían arranques infantiles como ese. Les encaminé al comedor, y por el pasillo nos cruzamos con más chicos con sus guardianes, que iban a lo mismo. El pasillo se volvió estrecho para tanta gente, y uno de los chicos mayores se chocó con Damián. Fue claramente sin querer, y le pidió perdón, así que la cosa se hubiera quedado en nada, de no ser porque Damián se quedó clavado en el sitio, sin moverse.
- ¿Estás bien? – le pregunté. Estaba respirando un poco raro. Enseguida se le enrojeció el rostro y empezó a llorar un poco. – Bueno, pero… no ha pasado nada… - repuse, algo incómodo.
- ¿Ya estás con tus rabietas de niño mimado? – increpó el profesor del otro grupo. Con sorpresa, vi que era Enrique. – Te dije que tuvieras cuidado con él. ¿No sabes quién es?
- ¿Quién es? – inquirí, sorprendido, sin dejar de ver con impotencia cómo Damián empezaba a emitir extraños sollozos. No se parecía en nada a la forma en la que lloró cuando le estaba regañando. Soltaba el aire con mucha fuerza y era muy extraño.
- Es el hijo del presidente. Y por eso se cree que puede hacer lo que quiera. Piensa que llorando va a conseguirlo todo.
Observé a Damián, pensativo. Cuando le conocí, estaba intentando ocultar su llanto, porque decía que con ello solo haría enfadar más al profesor. No me parecía que pensara que su llanto podía abrirle puertas, aunque era cierto que yo me había ablandado un poco con él al verle llorar…Damián siguió jadeando y de pronto una idea iluminó mi cabeza.
- ¡No es una rabieta, es un ataque de pánico!
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