La sombra de ojos azules
Capítulo 4: la huida
Me
desperté tosiendo por el polvo del granero. La luz se colaba por las ranuras de
las tablas.
Me
revolví incómodo en la paja, pues me picaba. Traía la ropa llena de polvo y
medio destruida, así que supuse que mi madre me mataría por segunda vez,
después de mi padre.
Y
ahí estaban de nuevo esos ojos, profundos como la noche cerrada a pesar de estar un poco
legañosos.
-
Buenos días Jacinto
Mi hermano solamente me
devolvió un leve asentimiento con la cabeza.
Me sacudí el polvo de mi
ropa y deambulé por el granero, pues era eso o sumirme en la desesperación pensando
en el castigo que se avecinaba. Observé el columpio en el que a veces jugábamos,
no me apetecía ni un poco divertirme pero me subí para tratar de no pensar.
Oí pasos corriendo y en
eso unas voces por una de la rendijas.
-
¿Qué le hiciste a Manuel? ¿Lo mataste? – era otro de lo hijos
de los jornaleros.
-
Pues quiero que sepas que tu papá ya viene con una pistola y
un látigo. – continuaron y yo me quedé paralizado.
En eso Jacinto se asomó, y como los niños esperaban verme a mí y en
vez de eso vieron mi espectro, gritaron aterrados y salieron corriendo.
En eso traté de asimilar lo que me decían, me caí del columpio de la
impresión hacia la paja de protección.
Me asomé por una de las rendijas y vi que era cierto, mi padre venía
hacia el granero con una pistola y un látigo en la otra mano, y a un lado venía
mi madre tratando de mantener el paso mientras se levantaba el vestido para no
arrastrarlo y le suplicaba algo.
No sé qué vio Jacinto en mi cara de pavor pero corrió a desatar el
columpio.
-
Corre Carlitos, pon esas
herramientas sobre la puerta para que tengamos algo de tiempo extra. Y pásame
esa pala.
-
No ¿Qué haces Jacinto?- mi hermano había desatado uno de los
extremos del columpio y se trepó en la cuerda para desatarla- si intentamos
escapar mi padre nos va a matar pero de verdad.
Jacinto se dejó caer después
de desatar el otro nudo
-
Esta claro que ya te va a matar, para eso trae el látigo – me
respondió con una media sonrisa después de incorporarse – pero a mi me va a
matar de verdad ¿o para qué crees que trae la pistola?
Cuando mi hermano dijo eso
su mirada se ensombreció, una mirada de miedo pero con un tinte de dolor y
tristeza.
-
¡No! ¡Para Carlos, Por favor, solamente son dos niños que se
equivocaron y cometieron un error.
En cuanto oí a mi madre rogarle
en voz alta aquello eché a correr hacia arriba
-
La pala idiota – me
recordó Jacinto
Tomé la pala y subí a la
parte superior del granero.
-
¡ME PUSIERON EN RIDÍCULO FRENTE AL GENERAL DE DESTACAMENTO!
En ese momento Jacinto
rompió unas tablas del techo en el extremo opuesto y sacó la cuerda asegurando el
gancho que le había colocado
-
¡ADEMÁS NO LOS VOY A MATAR MUJER, AL Menos no les voy a
disparar, esos dos muchachos son mis hijos!
Era demasiado tarde,
cuando viera que estábamos tratando de escapar seguramente cambiaba de opinión.
Jacinto también se había quedado pasmado, pero tuve que jalarlo hacia la cuerda
-
Demasiado tarde hermanito - le susurré al oído – lo siento - y
nos deslizamos hacia afuera.
Oí como mi padre nos
llamaba mientras me deslizaba por la pared hacia el establo más cercano, oí
como nos amenazaba con matarnos por habernos escapado, y oí un grito de pánico
de mi madre mientras me colaba en el establo que afortunadamente estaba sin
personas.
En ese momento vi que
estaba mi primera yegua, que hacía un año había remplazado con otro brioso caballo.
Pero que todavía me recordaba pues levantó la cabeza y paró las orejas cuando
me reconoció. Vi que estaba sin silla y sin brida, al lado estaba otra yegua un
poco más chica.
Click
Oí como mi padre cargaba
su pistola a unos metros afuera del establo
-
¡Maldición! Tenemos que montar a pelo – le dije a Jacinto
mientras abría la cuadra y montaba a Cascada.
Afortunadamente las yeguas
no hicieron caso y echamos a galopar. Yo tomé la delantera y Jacinto, o más
bien su montura, me seguía.
-
Deténganse, deténganse o disparo – oí que gritó mi padre.
BANG
Vi como Jacinto salía
volando del caballo mientras el caballo se tropezaba y lanzaba algo entre un
grito y un relincho. Traté de detener mi yegua, pero sin brida era muy difícil.
Hice el sonido Oohh mientras jalaba la crin y logré detenerla, por algo era mi
yegua.
La giré hacia Jacinto, no
entendía que había pasado, pero vi que mi hermano se levantaba con las manos y
las rodillas todas raspadas mientras la yegua se revolcaba en el suelo.
-
Sube – le grité a Jacinto. Era como si no viera nada más,
como si no escuchara ni los gritos furiosos de mi padre o angustiados de mi
madre. Solamente tenía en mente salvarme y salvar a Jacinto.
Jacinto logró subirse y le
grité que se aferrara a mí mientras yo me colgaba del cuello de cascada y me
aferraba a su crin.
Hu! La espoleé con mis
zapatos y Cascada echó a correr, no a un ritmo
normal, sino en un torrente de fuerza y adrenalina, fiel a su nombre
corrimos en una cascada de velocidad. Seguramente habrán escuchado de historias
de caballos de batalla que al oír la guerra corrían con más brío que nunca, o
de caballos que en momentos determinantes hacían cosas increíbles como saltar
un río. Pero yo creo que se debe al binomio que se forma entre un hombre y su
caballo, en ese momento yo y Cascada éramos una sola alma, lanzándonos a un
torrente de escape desesperado. Nuestros latidos y su animal y mi humana
adrenalinas se vertían y fundían en un solo ente.
No tuve que guiarla,
Cascada sabía a dónde ir y yo solamente tenía que concentrarme en no caerme
junto con Jacinto.
Después de correr por varios
minutos, el animal bajó el ritmo hasta detenerse en una colina que daba a uno
de los pocos arroyos queretanos y a un pequeño bosquecillo de árboles chicos.
Los tres bajamos a tomar
agua y descansar. Hundí mi cabeza en el cristalino arroyo tratando de olvidarme
de todo, incluso abrí los ojos y vi unos cuantos charales entre las piedras de
río. Mi hermano también bebió y se lavó en el arroyo, y después fuimos a
tumbarnos bajo la sombra del bosquecillo y sobre un manto de hojas secas. Pasé
mis manos atrás de mí cabeza y observé el cielo azul de Querétaro en el que
unas pequeñas nubes blancas jugaban y hacían y deshacían figuras. Me sentía
extrañamente calmado, como si todos mis problemas se los hubiera llevado el
viento que me había dejado el cabello volando hacia atrás cuando corrimos con
Cascada.
-
Me intentó matar – Jacinto interrumpió mi calma con sus
palabras en un tono contenido que me recordaba a la voz de mi padre.
Y
en ese momento rememoré todo lo que había pasado y caí en la cuenta de algo con
los confusos detalles de nuestra huida.
-
No, para nada. Al contrario, mi padre disparó al caballo en
vez de a ti.
-
No, me disparó a mi pero falló y le dio al caballo.
Comprendí que mi hermano
pensara eso, pero porque no conocía a mi padre ni su historia.
-
Creo que hay algo que debes saber. Le dije mirándole a los
ojos, mi padre jamás falla un tiro. El fue soldado, durante la segunda
intervención francesa formaba parte del contingente del general Diaz. Era lo
que en otros ejércitos más desarrollados llaman un tirador, un soldado dedicado
a matar de uno o dos tiros objetivos importantes durante la batalla.
-
¿Entonces estás seguro de que mi padre no intentó matarme –
me di cuenta que le había quitado una gran carga al aclararle aquello.
-
Estoy seguro. Y además estoy seguro de que de una u otra
forma te considera su hijo pues solamente por alguien de su familia dispararía
al caballo en vez de a la persona. Durante la guerra el siempre estuvo en
contra de lastimar a los caballos, e instaba a los demás a mejorar su puntería
para poder matar al jinete sin tener que derribar a las monturas.
-
Gracias hermano, me has quitado una bala incrustada en mi
alma. ¿Así que padre estuvo en el ejército? – continuó la platica con ánimo
renovado
-
Sí, bueno en realidad poca gente lo sabe. El General Díaz lo
expulsó por una razón algo graciosa.
-
¡Cuéntame anda!
-
Pero es un secreto de familia – le dije con una sonrisa
pícara
-
Pero yo también soy su hijo, por favor hermanito – esa figura
más infantil de Jacinto me hizo reír y sentirlo más como mi hermano, con quien
podía reír y llorar, alguien a quien molestar y cuidar a la vez así como él a
mi.
-
Es que en una batalla contra los franceses estaba fungiendo
de tirador y divisó a un general francés montando con gran elegancia en una
majestuosa montura blanca. Su cuadrilla de apoyo esperaba que lo matara, pero
en vez de eso se quedó embelesado y lo dejó ir, y aunque después mató más
franceses que nadie en esa batalla, sus compañeros no paraban de hacerle bromas
respecto a lo que había sucedido. – mi hermano se puso a reír
-
¿Y qué más pasó?
-
El general Díaz se enteró de los rumores y lo mandó llamar. Y cuando cuestionó a padre
al respecto ¿Qué crees que le respondió?
-
¿Qué? – Jacinto me miraba ansioso por escuchar la historia
-
“Lo siento mucho mi general, pero no pude disparar y destruir
ese impresionante cuadro de majestuosidad que formaban tan elegante jinete y
tan majestuosa montura. Haber destruido ese cuadro con sangre habría sido un
sacrilegio.”
-
Jajaja – Jacinto lanzó una carcajada
-
Entonces Díaz lo reprendió diciéndole que lo que había hecho
era casi una traición, pues matar ese general habría facilitado mucho las cosas
para las fuerzas federales. Le dijo que el deber le obligaba a pedirle su
dimisión del ejército. Mi padre se desmoronó, pero el general no había
terminado. Le dijo que a pesar de no comprender sus razones, no lo criticaba y
le agradeció su valor y servicios prestados a la nación. Esa es una de las
razones por las que mi padre lo aprecia tanto pues no lo humilló, sino que
solamente sancionó la acción. – mi hermano siguió riéndose
Para ese momento ya
teníamos hambre, nos desnudamos y nos metimos al arroyo para pescar charales
con nuestras camisas como redes.
Fue un poco difícil pero
logramos pescar unos tres puñados.
-
Tu ve haciendo la fogata en lo que yo voy por unos elotes
Fui a una milpa que estaba
algo cerca y traje cuatro elotes.
-
¿Y ahora que vamos a hacer? – le dije cuando llegué a la
fogata que ya había comenzado a chisporrotear
-
Casi hasta me dan ganas de regresar con padre – me dijo
Jacinto
-
Lo sé y a mi también, pero creo que no es buena idea. Además
no quiero pasar varios días sin poderme poner una camisa o un pantalón por como
vamos a acabar del castigo que nos espera si regresamos ahorita.
Puse una piedra en las
llamas que ya ardían para usarla de plancha y cocinar los pescados, mientras
que coloqué los elotes directamente a las llamas.
-
Gracias – me dijo Jacinto retomando un tono de voz un poco
más serio – gracias hermano por hacerme sentir parte de tu familia, por hacerme
sentir tu hermano.
-
De nada hermano, pues sencillamente somos hermanos y por eso
yo también me siento en familia contigo.
-
¿A dónde vamos a ir ahora?
-
No sé Jacinto, pero no te preocupes, todo saldrá bien y al
menos hoy podemos dormir aquí. Vamos pongámonos contentos. ¡Mira ahí hay un
árbol de granadas! Seguro que algo dulce nos alegra el día.
-
Sí ¡pero sólo hay una! – me dijo sonriendo de nuevo y echando
a correr.
Traté de alcanzarlo pero
no pude, llegamos jadeando y partió la granada pero se quedó con la parte más
grande por haberme ganado la carrera. Nos tumbamos en el suelo a disfrutar la
granada inconscientes de que teníamos una iluminada sonrisa manchada del jugo
de la fruta. Simplemente estábamos contentos, muy contentos.
Un latigo Dx pero si son niños! Yo nada mas ver que alguien pretende pegarme con un latigo igual me escapo! Pobres niños! Ya quiero ver que pasa en el sig capitulo! Y como van a sobrevivir? Regresaran? Actualiza pronto!
ResponderBorrarHola Aburiru. Que bueno es verte comentar aquí nuevamente. Estoy totalmente de acuerdo contigo, pegarle a un niño con un látigo es una locura. Pero bueno, era otra época. Gracias y Saludos!
BorrarSi siendo realistas y contextualizando era algo común. Era una época donde la niñez era un corto periodo y luego era adultos, además el con peto de niñez era diferente, eran sólo adultos pequeños y no existía ningún derecho o ley que los ampare. La verdad esta muy buena la historia y muy realista además. Espero el próximo capi.
ResponderBorrarSí, más que nada tomando en cuenta el contexto. La historia se desarrolla en una hacienda de cría y entrenamiento de caballos, donde los látigos de caballo son herramientas comunes. No quiere decir que a los niños los flagelaran a latigazos en esa época y contexto, pero que recibieran uno o dos latigazos leves no era inusual aunque sí bastante doloroso. Saludos!
BorrarHola no te he encontrado en Wattpad
BorrarQue bueno que ya se lleven como hermanos!!
ResponderBorrarY pobres la que les espera!!...
Aunque si era traumante que su padre llegara con una pistola y un látigo....