domingo, 18 de septiembre de 2016

CAPÍTULO 11: MAÍZ



CAPÍTULO 11: MAÍZ

La comida de ese día fue uno de los momentos más tensos que Chris había pasado alrededor de aquella mesa circular. Nick y Leo taladraban a Moshe con la mirada. Peter les devolvía una mirada de preocupación. Y en cuanto al niño recién llegado, se limitaba a separar en montoncitos los diferentes ingredientes del arroz tres delicias que estaban comiendo.

-         ¿Qué es esto? – le preguntó a Amy, señalando uno de los montones.

-         Tortilla.

-         ¿Y esto?

-         Maíz.

-         ¿Y eso?

-         Guisantes. Lo naranja es zanahoria, y eso de ahí, gambas. –  dijo Amy, para ahorrarse más preguntas. – Pero se supone que hay que comerlo todo junto, peque. ¿Nunca lo habías comido?

Moshe negó con la cabeza y cogió con la mano un poco de maíz. Lo masticó lentamente, como para degustarlo, y se lo tragó con una sonrisa. Le había gustado.

-         No se come con la mano – indicó Chris, en apenas un murmullo. Seguía sintiéndose muy confundido, pero algo dentro de él estaba cada vez más predispuesto a confiar en ese niño.

Moshe le miró sin decir nada, y cogió otro puñado de maíz con los dedos.

-         Te han dicho que con la mano no, Mosh – le dijo Peter, y le acercó el tenedor.

Moshe lo cogió, pero lo tiró sobre la mesa, poco dispuesto a usarlo. Nick se levantó y le arrebató el plato.

-         O coges el tenedor o no comes – le amenazó, de malos modos.

Chris se impresionó por la intervención de su hijo: primero, por lo brusco que fue, y segundo, porque de alguna manera Nick le estuviera regañando. Moshe se sobresaltó con las palabras de Nick y puso un gesto contrito. Al segundo siguiente se había transformado en la otra versión de sí mismo, un niño rubio de apenas cuatro años. Nick puso una mueca de desagrado ante la transformación. Amy, que sabía que el horno no estaba para bollos, cogió al pequeño y le sentó en sus piernas. Le puso el tenedor en la mano y luego la envolvió con la suya, guiándole para darle de comer. Moshe aceptó la maniobra y comió en silencio, aunque sin apartar la mirada de Nick. Al cabo de un rato, sin embargo, pareció haber saciado su pequeño estómago y se recostó un poco sobre Amy. Puso una mano sobre su tripa, como si supiera que ahí dentro había un bebé.

Todos contuvieron la respiración, pero nadie más que Chris, que sabía lo que un demonio quita almas podía hacer, con tan solo rozarte. Temió que le fuera a hacer daño al hijo que aún se estaba gestando. Estiró la mano, como para impedir algo, sin saber muy bien el qué.

-         Tu bebé no tiene magia. – dijo Moshe, mirando a Amy.

-         ¿Có…cómo lo sabes?

-         Lo puedo sentir. Tú tampoco la tienes, quizás por eso.

Chris parpadeó, para despejar su mente. No todos los niños mezclados tenían poderes. Una parte de él se alegró bastante de que al menos uno de sus hijos pudiera crecer sin la carga de la magia.

-         Es muy bonita  - siguió diciendo Moshe.

-         ¿La puedes ver? ¿Es niña? – preguntó Amy, esperanzada. Pero Chris frunció un poco el ceño. El bebé aún era demasiado pequeño para ser “bonito”. Era del tamaño de un dedo pulgar.


-         No, su alma. Su alma es bonita. Es muy brillante.

Chris sintió un escalofrío. Que ese niño estuviera sintiendo el alma de su bebé era como si un vampiro estuviera olisqueando su sangre.

-         ¿Tiene alma desde tan pequeño? – preguntó Leo, a su pesar con curiosidad.

-         Todas las personas tienen una desde que empiezan a estar vivos – dijo Moshe. – Incluso los demonios.

Aquello sí que fue una sorpresa.

-         ¿Estás seguro de eso? – le interrogó Chris.

Moshe asintió.

-         Lo que pasa es que cuando nacen en el inframundo, la pierden. Si nacieran aquí arriba no la perderían.

Esa noticia fue como un jarro de agua fría para Chris. Toda su vida, todo lo que le habían enseñado, se tambaleó en un instante. Los demonios siempre intentaban subir a la superficie, pero los brujos no les dejaban, porque eran malvados y no tenían alma. Pero, paradójicamente, no tenían alma porque les obligaban a vivir en el inframundo. Si lo que decía ese niño era verdad, las Embrujadas habían estado combatiendo erróneamente el problema de los demonios.

-         ¿Y a dónde van a parar sus almas? – preguntó Peter. Su expresión era de concentración, como si estuviera pensando en algo.

-         No lo sé. – respondió Moshe, encogiéndose de hombros.

-         Peter…. conozco esa mirada – dijo Chris. - ¿En qué estás pensando?

-         Si los demonios pierden sus almas en algún momento de su vida, tendrán que ir a parar a algún sitio. Si encontramos ese lugar, se las podremos devolver.

-         Tener alma no garantiza que dejen de ser malvados…

-         No, pero les da la posibilidad de dejar de serlo – replicó Peter. Ante eso, Chris no tuvo nada que decir. Lo cierto era que las palabras de Moshe le habían dejado mudo.


***

Moshe llevaba ya dos días viviendo con ellos y Chris empezaba a darse cuenta de que no había ningún sitio al que pudieran llevar al niño. No tenía familia y se negaba a dejarlo en un orfanato, pero además, la persona que se hiciera cargo de él tenía que ser muy consciente de que era un niño demonio y por tanto tenía magia. Nadie iba a ser más consciente de ello que la familia Halliwell y eso de alguna manera hacía que Chris se sintiera responsable de él.

Pero además, aunque hubiera tenido un lugar al que llevar al niño, primero habría tenido que separar a Peter de él. Y hubiera sido imposible. El chico había tomado la tarea de hacerse cargo de Moshe, y le enseñaba cosas sobre el mundo de los mortales a la vez que cuidaba de él. A Chris le hacía cierta gracia verle comportarse como un minipadre.

Lo cierto era que tenía que admitir dos cosas: una, que cuidar del niño parecía hacerle bien a Peter. Le daba un propósito, una misión que parecía gustarle. Y dos, que Moshe no era una amenaza. Había tenido infinitas ocasiones de hacerles daño y no lo había hecho. Incluso parecía estar olvidando el hecho de que culpaba a Peter de la muerte de su padre, tal vez porque Peter le traba mejor de lo que su propio padre había hecho.
Sentado en el sofá, Chris reflexionaba sobre todo esto mientras veía al niño jugar con unos viejos bloques de Leo. Moshe estaba en ese momento en su forma 2. Habían decidido poner nombre a los dos aspectos humanos del niño: su forma más grande, la que parecía la original puesto que tenía siete años, era la forma 1.

La forma 2 de Moshe era demasiado adorable. Un bebé regordete de cuatro años, pelo rubio y ojos azules. Chris se daba cuenta de que el niño era consciente de su propia adorabilidad, y usaba esa forma cuando se sentía vulnerable y quería despertar la simpatía de quienes le rodeaban. En ese momento se sentía vulnerable porque había tenido una pelea con Leo. Su hijo no había querido dejarle sus juguetes y habían empezado a gritarse y a darse empujones. Chris había intervenido antes de que la pelea fuera a más y les había separado dándoles una palmada a cada uno. Leo se había ido a su cuarto, enfadado, pero Moshe se había quedado jugando, adoptando su forma más infantil.  De vez en cuando, el niño le lanzaba miradas furtivas, como para ver si Chris seguía ahí.

-         Moshe, ven aquí – le llamó, tras un rato. El niño se acercó, con un bloque en la mano. Se lo llevó a la boca y empezó a mordisquearlo. Chris le hizo soltarlo, con delicadeza. – No lo muerdas, te lastimarás los dientes. Estos no son tan fuertes como tus dientes de demonio.

Moshe le miró sin decir nada. Solía hablar bastante poco. Chris le agarró de los costados y le sentó encima de sus piernas sin mucha dificultad.

-         ¿Te gusta estar aquí? -  le preguntó. No se refería a su regazo, sino a su casa, con ellos. El niño asintió e hizo un ruidito con la garganta a modo de afirmación.

Chris sonrió un poco, contento de que fuera así. Era consciente de que no le había dado la mejor de las bienvenidas. Nunca había llegado a tratarlo mal, pero había tenido miedo de tenerlo en su casa, junto a las personas a las que más quería. Por eso mismo, y por su deseo de no intimar con él porque le creía peligroso, había sido un poco duro con el niño. Básicamente solo había hablado con él para darle órdenes. Se avergonzaba de que Peter hubiera sido mejor cuidador que él, preocupándose de que se sintiera cómodo. Se había propuesto aprender de su hijo. Habían pasado tantas cosas en los últimos meses que Chris casi había olvidado cómo abrir su corazón. Peter y Nick no eran los únicos con secuelas: él había tenido que ver cómo su hijo moría frente a sus ojos. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que ninguno de ellos corriera peligro nunca más. Pero eso no podía ser a costa de abandonar a un niño como Moshe. Una vez convencido de que no era un peligro para su familia, tenía que actuar en consecuencia. Tenía que ser amable con él.

-         ¿Me enseñas que estabas haciendo con los bloques? ¿Qué has construido?

Moshe señaló un muro de bloques amarillos. No era más que eso, un muro, algo muy sencillo, pero únicamente con bloques de un solo color.

-         ¿Te gusta el amarillo? – le preguntó y Moshe asintió. Ya sabía su color favorito. - ¿Qué más cosas te gustan?

-         El maíz. – respondió el niño. Desde que lo probara en la primera comida que hizo con ellos lo pedía a todas horas.

-         ¿Te gusta porque está rico o porque es amarillo? – preguntó Chris, pensándolo de repente.

-         Las dos cosas.

Christopher sonrió. Pero qué mono era. Con cierta vacilación, como si no estuviera bien hacerlo, estiró la mano para acariciarle el pelo. Al niño pareció gustarle el contacto.

-         ¿Mosh? ¿Mosh, dónde estás? – llamó Peter, bajando las escaleras – Oh, ahí estás. Ven, te dije que hoy te llevaría a comprar ropa. No puedes seguir llevando la de Leo.

Chris se extrañó de que Peter no se lo hubiera dicho. No porque le pidiera permiso, si no porque no le había pedido dinero para la ropa…

-         ¿Le llevas de compras? ¿Cuánto dinero necesitas?

-         No te preocupes, yo lo pago.  Tengo algo ahorrado, le compraré un par de camisetas y unos pantalones…

-         No vas a pagarlo tú – replicó Chris. Se recriminó a sí mismo el dejar que las cosas llegaran a ese punto. Que Peter pensara que tenía que encargarse de pagar las cosas del niño. – Dime cuánto quieres. Es más, mejor os acompaño. Vamos todos, y así os compro algo de ropa, aprovechando que estamos de vacaciones, que luego nunca hay tiempo.

A Peter le encantó la idea, y a sus otros hijos también pareció gustarles cuando se lo dijo, pero Leo enseguida se dio cuenta de que la salida incluía a Moshe y eso no le gustó lo más mínimo.

-         Sí él va, yo no voy – murmuró, enfadado.

-         Leooo…

-         ¡Leo nada!  Es una salida en familia y él no es mi familia.  – declaró el niño.

-         Moshe no te ha hecho nada, campeón.

Leo le miró mal, indicando que no pensaba lo mismo. Chris sabía cuál era su problema: celos, porque Peter tenía otro niño en su vida. Encima, por si fuera poco, el crío había dormido en la habitación de Peter aquellos dos días y eso solo aumentaba los celos de Leo.

-         Dale una oportunidad, peque. Piensa en cómo se tiene que sentir. Solito, en un sitio extraño, con gente que no conoce. Él está siendo muy valiente. Yo creo que tú a cambio puedes ser amable con él ¿no?

Leo lo meditó unos segundos. Las palabras de su padre parecieron tener algún efecto sobre él. Al final, asintió. La idea seguía sin gustarle, pero estaba dispuesto a poner de su parte. 

Sin embargo, las buenas intenciones solo le duraron hasta que vio como Chris cogía en brazos a Moshe cuando llegaron al centro comercial.

-         Ahora no puedes cambiar de forma ¿vale, Moshe? – le dijo. - Es muy, muy importante que no lo hagas.

Moshe asintió y Chris le recompensó con una sonrisa y una caricia. Leo sintió que su cuerpo hervía de rabia. ¿Ahora también su padre le cambiaba por ese impostor? Recordó cuando solo eran él y Chris. Su vida sufrió muchos cambios cuando llegaron Nick y Peter, pero ellos le gustaban y como eran mayores muchas veces cuidaban de él y le hacían sentir como que tenía tres personas pendientes de él. No estaba dispuesto a compartir esas atenciones con el niño demonio.

Su mente funcionaba a toda velocidad, buscando la forma de que su familia abriera los ojos y se diera cuenta de que ese niño no merecía la pena. Incluso Nick parecía ya menos reacio a su presencia, y eso que Peter también le hacía menos caso a él desde que había llegado el niño.

-         Chicos, especialmente Leo y Moshe, mucho cuidado no os perdáis ¿de acuerdo? – dijo Chris. – Moshe, tú no estás acostumbrado a las tiendas, así que no te separes de nosotros, por favor. Si nos pierdes de vista, quiero que busques a personas que lleven ese uniforme blanco y rojo ¿de acuerdo? Y les dices que te has perdido y que te llamas Moshe. Entonces ellos nos avisarán y podremos encontrarte. ¿Lo has entendido?

Moshe asintió y Leo sonrió algo maliciosamente, con el principio de una idea formándose en su cabeza. Entraron en la tienda y empezaron a deambular por los pasillos de la sección de ropa infantil. Compraron varias cosas para Moshe, casi todas de color amarillo, para frustración de Peter, que quería que escogiera más colores.

-         Míralo así, Pete: será fácil reconocerle entre la gente con ese color tan chillón – sonrió Chris. – Lo que sí, quiero comprarle ropa para sus dos tamaños. No siempre es capaz de encoger  o agrandar la ropa y en cualquier caso lo que viste un niño de cuatro años no es lo mismo que lo que viste uno de siete.

Cuando acabaron con Moshe fue el turno de Leo, y después fueron a la sección juvenil, para comprar cosas para Nick y Peter. Aquello era algo aburrido para los pequeños y Leo vio su oportunidad perfecta, al ver que Chris estaba distraído.

-         Moshe, ven, vamos a jugar a algo – le dijo, para que le siguiera. Pero Moshe miró a Chris y luego a Leo y no se movió. Leo pensó con rapidez cómo podía hacer que le siguiera y entonces fijó la vista en un pasillo lejano de la sección de alimentos, en el que había botes amarillos que contenían maíz. Perfecto. – Mira, mira esos botes amarillos.

Moshe miró lo que Leo señalaba y sus ojos se iluminaron. Tiró de la camiseta de Peter para que él también lo viera, pero el chico estaba ocupado.

-         Ahora no, Moshe, espera un momento.

Moshe frunció el ceño y volvió a mirar los botes que señalaba Leo.

- Vamos, ven. – le animó Leo.

Con una última mirada a Peter y a Chris, Moshe le siguió rumbo al paraíso de latas de maíz. Lo que Leo no había previsto es que, una vez allí, el niño se volvió incontrolable. El maíz estaba en los estantes más alto, y Moshe no dudó en escalar para alcanzarlos. Bajó varios botes y empezó a abrirlos para comerlos.

-         No, espera, hay que pagar eso primero… - le dijo Leo, preocupado, pero Moshe no le hizo caso.

Alguien debió de avisar a un guardia y Leo tiró de la mano de Moshe para alejarle de allí en cuanto vio que iba hacia ellos. Se escondieron detrás de otra estantería y Leo miraba en todas direcciones para ver si les seguían. Moshe vio entonces otros botes amarillos, esta vez de conservas, pero a él parecía darle igual lo que contenían o tal vez pensara que todos los botes amarillos tenían maíz dentro. Intentó alcanzarlos, pero no llegaba y aquella estantería era más difícil de escalar, así que cambió de forma, porque con su otro aspecto era más alto. Leo casi pegó un grito cuando giró la cabeza y en lugar del niño rubio de cuatro años vio al moreno de siete.

-         ¡Papá dijo que no cambiaras de forma!  - le reprochó.

-         También dijo que no os alejarais  - dijo una voz a sus espaldas.

Leo se volvió lentamente para ver a Peter con los brazos en jarras al otro lado del pasillo. Tragó saliva, consciente de que estaban en problemas, pero Moshe corrió hacia Peter enseñándole con emoción su lata amarilla.

-         ¿Qué haces con eso? ¿La has abierto? ¡Moshe, eso no se hace! – le regañó.

Moshe le miró con cierta sorpresa y luego miró la lata, como si no entendiera que había de malo en ello.

-         Lo que hay aquí no es tuyo. Hay que pagarlo primero. Entonces sí te lo puedes comer. – le explicó Peter – Pero para comprar algo primero tienes que pedirme permiso a mí o a Chris y no puedes alejarte.  Leo, tú ya deberías saberlo – le regañó a él también.

Leo puso un puchero. No le gustaba que Peter se enfadara con él.


-         Menudo desastre habéis armado en un segundo – refunfuñó Peter. – Anda, volvamos con papá. Tú y yo, señorito, vamos a hablar seriamente – le dijo a Moshe. A Leo le miró como diciendo “contigo hablará papá”. 

3 comentarios:

  1. Me encanta esta historia, tienes una increible imaginacion, continuala por fa

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  2. hayyyy pobre Leo, los celos lo mueven. Y el peque Moshe, fue víctima de las circunstancias . . . y del maiz jajaja. Continua pronto
    Grace

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  3. Yo conozco el maíz... Pero realmente no entiendo qué es lo que come el pequeño!!...
    Ese Piter no puede castigar al niño!! Que le deje esa tarea a Chris!!

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