martes, 3 de enero de 2017

CAPÍTULO 2


CAPÍTULO 2

Después de aquél inusual encuentro en la sierra, Marcos tuvo dificultades para volver a su rutina. No podía olvidar el rostro asustado del niño, ni la forma en la que se defendió cuando los servicios de emergencia intentaron llevárselo. Costó varias patadas y un par de mordiscos meter al chico en la ambulancia y, mientras las luces y el sonido de la sirena se alejaban, Marcos apenas conseguía responder a las preguntas de la policía. No tenía mucho que decir, puesto que ya les había informado de cuanto sabía. Además, su mente estaba ocupada preguntándose cuál sería el destino del pequeño. La policía le dijo que tratarían de buscar a su familia, pero no le dieron demasiados detalles. Había varios menores desaparecidos en esa semana, aunque en principio el chico no encajaba con la descripción de ninguno.

Tal vez debió subirse en el coche y seguir a la ambulancia en su camino al hospital, pero no lo hizo. Marcos siempre había querido una vida sencilla y cómoda que le permitiera vivir el día a día sin más emociones que las que pudiera sentir al ver una serie de televisión. Prefería leer sobre las aventuras de los demás que experimentar una. Por eso mismo, deseaba volver cuanto antes a su sofá, con un buen libro o con el ordenador y olvidar todo lo que había pasado. No quería asociar el puerto de Navacerrada con nada más que con su infancia. Si se convertía en el escenario de un suceso casi fantástico, jamás podría volver para activar su memoria con los recuerdos del pasado. Con un planteamiento casi infantil, pensó que si se daba prisa en volver a la ciudad, dejaría de sentir ese frío intenso que nada tenía que ver con el aire cortante de las montañas.

Desde entonces, Marcos no dejaba de mirar las noticias a ver si decían algo del niño. Un par de medios se habían hecho eco de su aparición, pero nadie sabía nada de sus padres. El chico estaba pasando unos días en el Hospital de Guadarrama, mientras se recuperaba de una neumonía. Marcos sabía que no iban a tenerle mucho tiempo allí y tuvo la tentación de ir a visitarle, pero estaba prácticamente seguro de que no le dejarían pasar así como así. No sabía en qué habitación estaba y seguramente habría alguien vigilando que no se acercaran los curiosos. Haberle encontrado no le convertía en nadie especial, o al menos eso pensaba.

Al segundo día, su móvil comenzó a sonar, una llamada detrás de otra: se había filtrado que había sido él quien encontró al niño y la prensa quería entrevistarle. Poco a poco se iban sabiendo algunos detalles, pese a que la policía intentaba mantenerlo en secreto. Marcos comprendió enseguida que, así como los periodistas querían sacarle información, él podía obtener a través de ellos algunas respuestas.

- ¿Es cierto que cuando encontró al niño estaba desnudo? – le preguntó un corresponsal de Televisión Española, desde el otro lado del teléfono.

  • Casi desnudo. Llevaba pantalones, o algo parecido, pero estaban muy viejos.

  • ¿Cree usted que se trata de un niño salvaje? – siguió el periodista. Apenas podía contener la curiosidad en su voz.

  • ¿Qué quiere decir? – preguntó Marcos.

  • Ya sabe, uno de esos niños que se pierden y se crían en la naturaleza…

  • ¿En la sierra de Navacerrada? Hay casas y poblaciones habitadas cada pocos kilómetros. Lo encuentro difícil de creer…

  • Pero ¿y si el niño estuviera huyendo de la gente? Otras personas han afirmado que le vieron el mismo día de su aparición, pero no lograron acercarse a él.

Marcos lo meditó cuidadosamente. Era cierto que el niño no hablaba y que su comportamiento no era normal. Su pelo era extremadamente largo y no parecía reconocer objetos cotidianos, como un coche o una ambulancia.

  • Desconozco cuánto tiempo ha estado en las montañas – respondió Marcos, al final – pero sí puedo decir que estaba muy asustado cuando lo encontré. Quizás tenga alguna especie de shock postraumático. Eso me parece más verosímil que pensar que ha vivido durante años en plena sierra de Madrid sin que nadie lo encontrara.

  • ¿Sabe que la policía no ha logrado encontrar a su familia? ¿Alguna idea de dónde pueden estar?

  • ¿Y cómo iba a saberlo? – protestó Marcos.

  • ¿Es cierto que el niño no es español?

  • No dijo ni una sola palabra mientras estuvo conmigo. Sí era muy rubio y con los ojos muy claros. Hasta donde yo sé, puede ser español, inglés, alemán o marciano.

  • Pero ¿tal vez puede ser por eso que no hablara? ¿Tal vez no entiende nuestro idioma? – insistió el periodista, deseoso de sacar algún dato concreto, alguna novedad que pudiera servirle de titular.

  • No es que no entendiera el idioma – respondió Marcos, tras pensarlo un rato – Es que no entendía el concepto de comunicación. Me oía hablar, pero no asociaba mis palabras a lo que le pedía. Para él era solo ruido.

  • Usted es filólogo ¿verdad? En su opinión de experto, ¿el niño no ha desarrollado el lenguaje?

  • No soy experto de nada. – replicó Marcos.

A veces la gente le hacía preguntas muy extrañas sobre su carrera, como si con cinco años de lengua y literatura comprimidas, de pronto pudiera hablar lenguas antiguas, o algo así. Había estudiado español, no griego antiguo ni runas celtas. Y nunca había llegado a ejercer ni a profundizar en la filología. Vendía libros en una tiendecita de segunda mano, nada más.  A decir verdad, aquello empezaba a parecerse a una de las historias de sus libros.

  • ¿Ha visto al niño desde el viernes? – siguió preguntando el entrevistador.  

  • No, la última vez que le vi fue cuando se le llevó la ambulancia.

  • Cuando le encontró, ¿le dio algo de comer?

  • No, no llevaba nada encima y además me pareció más importante avisar a las autoridades…

  • Los médicos que le atienden dicen que no consiguen alimentarle – le informó el periodista. Por esa clase de comentarios era que había accedido a contestar a sus preguntas. Marcos cerró los puños con fuerza al escucharle. El chico le había parecido bastante delgado y si estaba enfermo tenía que comer, o nunca recuperaría las fuerzas.

  • ¿No ha comido nada?

  • Le han puesto una intravenosa. Por eso no le han dado el alta todavía.

  • ¿Qué pasará con él cuando se la den? – preguntó Marcos, tomando el lugar del entrevistador.

  • Le llevarán a una casa de acogida. Aunque primero tienen que hacerle una evaluación psiquiátrica y ver si consiguen que se comunique.

Cuando el reportero terminó con su lista de preguntas, Marcos apagó el teléfono, para no recibir más llamadas. Ese día cerró la tienda una hora antes de tiempo, se puso el abrigo y cogió su coche, dispuesto a hacer una visita al hospital.

No estaba seguro de lo que iba a decir una vez llegara ahí, pero como el camino hasta Guadarrama podía llevarle unos tres cuartos de hora, confió en que se le ocurriera algo en el trayecto. Cuando faltaban solo un par de kilómetros para llegar, no tenía nada mejor que “buenos días, soy Marcos Díaz, yo encontré al niño que apareció en el puerto, ¿puedo verlo?”, así que eso fue exactamente lo que dijo en la recepción del hospital. La mujer que le atendió le pidió que esperara unos segundos y descolgó el teléfono.

  • Buenos días, llamo desde la recepción. Hay alguien que quiere ver al niño. Sí, dice que es el hombre que le encontró. Sí, se lo digo, muchas gracias – la llamada fue breve.  – Puede pasar. Es la habitación 115, primera planta.

Marcos asintió con una sonrisa y se dijo que aquello había sido fácil. Tal vez podía haber ido desde el primer momento. Tal vez lo que le impidió acercarse al hospital no fue el temor de que no le dejaran pasar, sino el miedo a lo que pudiera encontrar.

Buscó la habitación que le habían indicado y en la puerta había una mujer esperándole. Iba bien vestida, muy elegante, y le tendió la mano a modo de saludo. Marcos se la estrechó mientras la escuchaba:

  • Buenos días, tengo entendido que usted encontró al niño. Soy Alicia Fernández, estoy a cargo del menor hasta que consigan dar con su familia.

«Trabajadora social» pensó Marcos. «Seguramente la recepcionista llamó a la habitación y habló con ella».

El tono de voz de la mujer había sido de urgencia o, quizás, de nervios. Desde luego, parecía bastante alterada. Intentaba aparentar una seguridad que no sentía.

  • Marcos Díaz – se presentó. – Solo quería saber cómo estaba…  Me preguntaba si podía verlo…

  • En realidad estaba esperando poder hablar con usted. La policía me dio sus datos, iba a llamarle esta tarde – le dijo la mujer.

Marcos se sorprendió. Él no sabía nada que pudiera ser de utilidad, pero quizás era el protocolo a seguir en un caso como aquél: contactar con la persona que había dado parte a las autoridades.

  • Pues aquí me tiene, aunque no sé si podré ser de mucha ayuda.

  • ¿Estaba totalmente solo cuando lo encontró? – dijo la mujer. Marcos no supo si se refería a él o al niño.

  • Esa pregunta ya me la hizo la policía. Sí, estaba solo. De hecho, no había nadie en los alrededores, era el único coche que se había detenido en el mirador. Estuve allí como una media hora. Si paró alguien antes, lo desconozco.

  • ¿El niño se asustó al verle? ¿Dio alguna señal de temer por su seguridad?

  • Estaba muy asustado, pero no como si temiera que fuera a lastimarlo, sino como quien se encuentra ante una situación desconocida. No huyó de mí y de hecho llegó a atacarme cuando me acerqué demasiado.

  • ¿Logró comunicarse con él?

  • Más o menos. Entendió que el abrigo era para protegerle del frío, pero fue por gestos más que por palabras. No es mudo, porque gruñía y hacía ruidos, pero creo que es incapaz de hablar y de comprender hasta la frase más sencilla.

La mujer suspiró, como si las respuestas de Marcos confirmaran la más horrible de sus sospechas. Tiró de la manga de su camisa en un tic nervioso y se tocó el pelo, calmándose ante el contacto de sus propios rizos.

  • Tampoco yo consigo que me responda y no he tenido mucho éxito al tratar de hacerle comer. La última vez se puso tan agresivo que los médicos querían atarle a la camilla, pero consiguieron sedarle y yo me opuse a que le sujetaran… Tal vez deba dejar que lo hagan, por su propio bien.

  • ¿Puedo pasar a verle? – insistió Marcos, esta vez de forma más directa. La trabajadora social asintió y él caminó lentamente hasta atravesar la sencilla puerta de la habitación.

El niño se agitó cuando reparó en su presencia, pero luego se quedó quieto, estudiándole. Se acordaba de él. Siguió con la mirada cada uno de sus movimientos, tensándose sobre la cama.

Marcos se fijó en la bandeja de comida que había en una mesilla auxiliar. Era una sopa y un filete de pollo, totalmente intactos. Era cierto pues que el niño no estaba comiendo.

  • Hola – decidió saludar, sabiendo de antemano que no obtendría respuesta.

Alguien le había vestido, poniéndole un pijama de hospital que quedaba extraño al combinarlo con el pelo greñudo del chico. Marcos se preguntó por qué no le habían peinado o cortado el pelo, pero luego cayó en la cuenta de que el niño difícilmente se hubiera dejado y de que además había otras prioridades.

  • ¿No se sabe nada sobre él? ¿Ninguna pista de su familia? – le preguntó a la mujer, que había entrado tras él.

  • No. La policía está investigando posibles denuncias en torno a la zona. Los médicos creen que tiene entre diez y doce años. Los análisis muestran cierta malnutrición, así que puede ser mayor de lo que aparenta.

  • ¿Y la neumonía? ¿Va mejor?

  • Hoy tiene menos fiebre. Los médicos le hicieron una radiografía de tórax y parecen contentos con el resultado, aunque han descubierto que tiene una costilla fisurada. Nadie lo diría por la forma en la que se revuelve cada vez que un doctor se acerca a examinarle…

Marcos observó al niño y luego volvió a mirar la bandeja de comida. Distraídamente, partió un trozo de pollo y se lo llevó a la boca, mirando en todo momento al chico a ver si manifestaba algún deseo de arrebatárselo, pero no tuvo éxito.

  • ¿Han probado a darle de comer otra cosa? – preguntó.

  • ¿Cómo qué? Ayer le trajeron macarrones, eso suele gustarle a los niños, pero él ni siquiera lo miró.

  • No lo sé, pero tiene que comer – replicó Marcos, algo frustrado.

  • Eso ya lo sé – se defendió la mujer. – Y ya lo he intentado todo, pero no he conseguido más que una chaqueta manchada, una patada en el estómago, un arañazo y un suelo lleno de comida. Después del desayuno me dije que iba a dejar de forzarle y que esperaría a que tuviera hambre. No puede estar eternamente sin comer.

  • ¿Agua sí bebe?

  • Sí, aunque la primera vez tiró el vaso al suelo.

Marcos pensó con rapidez, casi sin esperar a que una idea se uniera con la anterior. El niño tenía que estar hambriento, pero se resistía a probar bocado. Tampoco se había sentido a gusto en su coche, a pesar de que dentro hacía calor. Era como si no fuera capaz de reconocer las cosas que podían hacerle bien: simplemente rechazaba todo lo que le era extraño. Pero ¿cómo podía la comida serle extraña? ¿Es que acaso no se alimentaba? Nadie puede sobrevivir mucho tiempo sin comer algo. Incluso en el impensable caso de que llevara años viviendo solo tendría que haber…

  • … suponiendo que no lleve días en la montaña, sino años, no está acostumbrado a los platos, ni a los cubiertos. Los hospitales tienen unos olores y unos sonidos extraños, todo lo que ve le resulta ajeno y peligroso y no estoy seguro de qué tipo de cosas suele comer, pero seguro que si ha estado solo no las toma con cuchillo y tenedor – concluyó Marcos, en voz alta, para que la mujer participara de sus pensamientos. Luego cogió el plátano que le habían puesto de postre y lo peló con sus manos. Se lo ofreció al chico, que reculó sobre la cama para alejarse de él y de la fruta que le ofrecía. – No te hará daño, es comida. Cógelo. Cógelo, vamos.

Le dio un pequeño mordisco a la fruta, a modo de demostración. El niño le miró, comprendiendo que le quería decir algo. Marcos acercó el plátano hacia la boca del pequeño y vio cómo arrugaba la nariz, como si lo estuviera oliendo. Luego puso una de sus manos sobre el plátano, rozando con los dedos la mano de Marcos. Los dos se sorprendieron por el contacto, pero ninguno se apartó. El niño terminó de aferrar la fruta y volvió a olerla. La lamió, como reconociendo el terreno y finalmente dio un mordisco. Masticó lentamente y segundos después arremetió con un segundo bocado, esta vez mucho más grande. Aplastó con la mano lo que quedaba y se lo metió de golpe en la boca, tragando con dificultad porque apenas le cabía entre los dientes. Marcos reconoció enseguida lo que esos gestos delataban: ansia. Tenía hambre y, una vez alejada de los objetos que le daban miedo –la bandeja, el tenedor y el cuchillo-, no rechazaba la comida.

  • Yo empezaría trayendo un buen manojo de plátanos – sugirió Marcos – Al menos hasta que consigamos que pruebe algo más.

La mujer asintió y se movió para salir del cuarto y hacer lo que Marcos sugería en ese mismo instante, pero se giró de nuevo y le dedicó una larga mirada al joven librero.

  • Eres la primera persona que logra acercarse tanto a él. A los médicos, a las enfermeras y a los celadores les ataca hasta la extenuación.

  • A mí ya me conoce – respondió Marcos. – Me recuerda, lo que por otro lado quiere decir que su cerebro funciona perfectamente.

  • No creo que el problema esté en su cabeza, sino en lo que ha pasado fuera de ella – replicó Alicia, tranquila por primera vez en más de veinticuatro horas porque alguien, aunque no fuera ella, había logrado algún tipo de acercamiento con el pequeño.

2 comentarios:

  1. Super interesante. Jamás había leído u oído de un concepto moderno parecido a lo de "niño salvaje" criado en el campo sin adultos, pero sin duda me ha intrigado.

    ResponderBorrar