lunes, 9 de enero de 2017

CAPÍTULO 6



Marcos no había dormido en toda la noche e iba ya por su tercera taza de café, aunque el temblor de sus manos le indicó que tal vez era hora de pasarse a la tila, para ver si conseguía calmarse un poco. En pocas horas tendría un niño de doce años viviendo bajo su techo y sentía que no estaba preparado. Apenas le doblaba la edad. Hacía dos años que había salido de la universidad, por el amor de Dios.

Intentaba calmar estos pensamientos recordándose que había pasado el “examen” de los servicios sociales. Habían considerado que su casa era “apta” para que un niño viviera en ella y él había obtenido una licencia provisional para poder hacerse cargo del chico. Le habían hecho un montón de preguntas, y tenía que haber respondido bien, porque no habían puesto impedimentos. Eso tenía que significar algo. Alguien, en alguna parte, consideraba que estaba listo para aquello.

Había preparado una de las habitaciones para él. Aquella casa tenía tres dormitorios: el suyo, el que perteneció a su hermano antes de que se casara, y el de sus padres, el cual apenas había pisado desde su muerte. Decidió instalar al niño en el de su hermano, sintiéndose algo culpable por no consultárselo primero. Pero su hermano ya no vivía allí, ni siquiera vivía en Madrid y ya no necesitaba el cuarto. O eso habría creído, porque ese mismo día en el que Gabriel iba a empezar a vivir con él, recibió una llamada madrugadora.

-         Hermanito – saludó una voz alegre por el teléfono. – Si no llamo yo, no hablamos.

-         Hola, Rubén. ¿Cómo estás? ¿Y los niños?

-         Ah, insoportables, porque mañana les dan las vacaciones.

Marcos se sorprendió un poco. Con los últimos acontecimientos que estaban tambaleando su vida se había olvidado de la cercanía de la Navidad. Estaban a 21 de Diciembre, lo que significaba que a sus sobrinos les iban a dar vacaciones en el colegio. La proximidad con la Navidad también explicaba la llamada de su hermano: seguramente quería hacer planes para los días festivos, ver en qué casa se reunían. Cualquier otra cosa la habrían hablado por Whatsapp.

Le asaltó una breve oleada de pánico al recordar que todavía no había comprado ningún regalo. Cuando él y su hermano eran pequeños, solo recibían regalos el 6 de Enero, por Reyes, pero sus sobrinos eran “del nuevo milenio”, y habían crecido en un mundo que abrazaba todas las fiestas americanas, sobre todo las comerciales: ellos también tenían regalos de Papa Noel. Así tenían más tiempo para disfrutar de los regalos.

-         Vamos, no seas Grinch. En el fondo les envidias porque tú también querrías vacaciones – replicó Marcos.

-         Eso es lo mejor de todo, ¡sí las tengo! El jefe me debía unos días. Así que llamaba para decirte que vamos a hacerte una visita.

-         ¿¡Qué!?

A Marcos se le paró el corazón y le entraron repentinas ganas de toser.

-         Vaya, no pareces muy contento. Siempre dices que por qué no pasamos unos días en casa… Los niños apenas conocen Madrid y me pareció el momento perfecto, con las vacaciones y eso. Sería solo hasta el 26…

Marcos pudo notar la confusión en la voz de Rubén. Era cierto que les había insistido muchas veces. No solo echaba de menos a su hermano, sino que no le apetecía estar solo en la casa en la que había crecido,  vacía ya de todos sus seres queridos. Marcos había heredado esa casa, así como su hermano había heredado un chalet en un pueblecito de Valencia, pero Marcos sabía perfectamente que Rubén hubiera deseado quedarse con aquél piso en pleno centro de la capital. Él era el mayor, y ya tenía su propia casa y su propia familia, así que sus padres consideraron que Marcos la necesitaba más. Su vida estaba en Madrid, mientras que Rubén se había asentado en Sevilla. No había habido peleas entre ellos a causa de lo heredado, se querían demasiado como para distanciarse por esas cosas, pero Marcos le había dicho que siempre tendría una habitación en la casa en la que habían crecido. La cosa era que ya no la tenía…

-         Sí estoy contento, es una gran sorpresa… Es solo que… hay un pequeño problema… Concretamente… un problema de metro cincuenta y unos cuarenta y cinco kilos…

-         ¿Qué? ¿De qué estás hablando?

-         Pues que… ahora hay un niño viviendo en tu cuarto…

Se hizo el silencio al otro lado de la línea.

-         Mira, Marcos, si no quieres que vayamos, lo entiendo. No te he avisado con nada de antelación, ha sido una idea repentina de Rebeca y a lo mejor hemos desbaratado tus planes para las vacaciones. Basta con que digas que no, no tienes por qué inventarte nada ni mentirme así.

-         No me invento nada… Es la verdad…Se llama Gabriel y tiene doce años.

-         ¿¡Me estás diciendo que has adoptado un hijo!? – medió gritó su hermano. Marcos separó el teléfono de su oreja, por si acaso había más gritos.

-         No exactamente… Es largo de contar.

-         ¿¡Y cuándo pensabas contármelo!?

-         Iba a hacerlo… En cuanto lo asimilara…

-         ¡Asimilar mis narices! ¿Cómo ha pasado? ¿Cuándo? ¿Quién es el chico?

Marcos suspiró y se sentó en el sofá. Durante la media hora siguiente se ocupó de poner al día a su hermano de todo lo que había pasado desde aquél día en la sierra. Rubén alternaba entre la indignación, la sorpresa, la preocupación y de vuelta a la indignación por no haber sido informado hasta entonces. Cuando Marcos concluyó su relato, emitió un suspiro. Se sentía aliviado de contárselo a otra persona.

-         ¿Estás seguro de lo que haces? – le preguntó Rubén, al final. – No tienes ninguna responsabilidad con ese chico. Lo sabes ¿no?

-         Lo sé, pero… No puedo explicarlo, es más fuerte que yo.

-         Entiendo que te hayas encariñado, pero estas cosas hay que pensarlas con la cabeza. Eres joven para asumir esa responsabilidad, Marcos, tienes veinticuatro años…

-         Tu tenías solo uno más que yo cuando te casaste – replicó.

-         Y gracias a Dios que tengo a Rebeca, o cuando nació Jaime me habría vuelto loco. No sabes lo que es cuidar de un niño, da mucho trabajo.

-         Será solo por un tiempo. Tú no le viste, Rubén. Su forma de mirarme…Es como si no hubiera nadie más en el mundo para él.

Escuchó como Rubén emitía un gruñido de resignación, como haciéndose a la idea. Entendía la preocupación de su hermano: a veces dudaba que fuera capaz de cuidarse a sí mismo, como para cuidar también de otra persona.

-         Ahora sí que tengo que ir. Tendré que conocer al crío, vamos, digo yo. Y ejercer de “tío” temporal. – refunfuñó Rubén.

-         Pero no sé dónde vais a dormir…

-         En el cuarto de mamá y papá pueden dormir los niños. Rebeca y yo usaremos el sofá-cama.

-         Eso no está bien, yo dormiré en el sofá y vosotros en mi cuarto. Aunque mi cama es pequeña…

-         Ya lo discutiremos.

-         ¿No te importa que le haya dado tu cuarto? No sabía dónde ponerle si no…

-         No pasa nada.

-         Pues suenas molesto…

-         Porque no me dijiste nada – protestó Rubén. – Si no llego a llamar no me entero.

-         Perdona…

-         Grr. Idiota.

-         Estúpido – sonrió Marcos. Así solían despedirse.

-         Cuídate.  Mañana te llamo para ver cómo te fue con el crío  y pasado te veo. Llegaremos sobre la hora de comer.

-         Vale, os estaré esperando. Saluda a Rebeca y a los niños.

Después de hablar con su hermano, Marcos se sentía más tranquilo, como si la voz de alguien conocido hubiera actuado de sedante. Al estar más relajado, pudo notar cuál era el verdadero sentimiento que le embargaba: impaciencia. Quería que Gabriel traspasara esa puerta lo antes posible, con sus ojos curiosos y su pelo desordenado. Sabía que Alicia tenía que terminar el papeleo del alta antes de traerle, pero cada segundo hasta que oyó sonar el timbre fue como una tortura.

Se secó las manos en el pantalón antes de abrir la puerta, a pesar de que no estaba sudando. Vivía en un segundo piso, y solo habían llamado al portal, pero él quiso adelantarse y salir al rellano a recibirle. ¿Qué pensaría Gabriel de aquél edificio? ¿Cómo se había sentido durante el viaje? ¿Seguían asustándole los coches?

-         Quiero, Gabriel, quieto…. – se escuchaba la voz de Alicia. Sonaba alterada y sin resuello.

Marcos escuchó un grito que no era del todo gutural, pero se acercaba mucho a un rugido. Enseguida entendió que el que gritaba era el niño, y aunque ya sabía que no era mudo, se sorprendió de la capacidad de sus pulmones. Marcos se apresuró a bajar las escaleras, hasta el portal, para ver por qué gritaba y cómo podía calmarlo antes de que asustara a los vecinos.

Gabriel se revolvía y chillaba mientras Alicia intentaba sujetarlo, sin embargo se quedó quieto cuando vio a Marcos y corrió hacia él como un cachorro correría hacia su madre. Se agarró del brazo de Marcos, pidiéndole protección contra un peligro que sólo él veía.  Marcos intentó confortarle al mismo tiempo que le observaba bien. Apenas había tenido ocasión de verle de pie desde el día que le encontró. Era bastante bajito. Llevaba puestos una camiseta y unos pantalones que le había comprado Alice, y no terminaban de quedarle bien, quizá porque llevaba la camiseta medio fuera, como si hubiera intentado sacársela.

-         ¿Por qué grita? – preguntó Marcos, aunque Gabriel ya no estaba gritando.

-         Vives en una calle muy ruidosa – explicó Alicia. – Ya estaba histérico en el coche, pero al salir y oír los coches, y ver a tanta gente por la calle, se ha vuelto loco. Menos mal que pesa poco, o no habría podido traerle hasta aquí. Prácticamente he tenido que arrastrarle.

-         Tranquilo, Gabi. Todo estará bien – susurró Marcos, y puso una mano en su espalda con mucho cuidado, con movimientos lentos para no alterarle. Él pronunciaba su nombre sin acento, como si fuera español. En realidad el niño no daba signos de entender que cuando decían “Gabriel” se estaban refiriendo a él.

-         Todo esto es nuevo para él. Es un chico muy valiente – dijo Alicia.


-         Sí que lo es – respondió Marcos, sintiendo admiración hacia ese pequeño del que cada vez estaba más seguro que se había criado en salvaje libertad. 

2 comentarios:

  1. Cada vez me gusta mas esta historia. Confieso que estaba escriboendo una historia similar pero prefiero leerlo de tu mano que describirlo yo 😂😂. Esta genial

    ResponderBorrar
  2. Me encanta. Pero debió haber sido más largo el capítulo, supongo que el encuentro con los "primos" será interesante.

    ResponderBorrar