martes, 3 de enero de 2017

CAPÍTULO 4




CAPÍTULO 4

Pese a ser una persona con las ideas bastante claras, Marcos era de lo más indeciso. Sabía lo que quería respecto a “las grandes cuestiones de la vida”, pero era incapaz de elegir entre un helado de fresa y uno de chocolate. En esos momentos, en aquél centro comercial, tampoco podía elegir entre los pantalones de su derecha y los de su izquierda.

El color amarillo siempre le había parecido de lo más hortera para la ropa. Definitivamente se llevaba los negros, a pesar de que no le parecía el color más apropiado para un niño. Sabía que Alicia tendría previsto el asunto de la ropa, puesto que el pequeño salvaje había llegado sin repuestos, pero él también quería contribuir. Quería darle algo al niño para que se acordara de él y, puesto que aún no sabía qué podía llegar a gustarle, pensó en regalarle algo que realmente necesitara, como la ropa. Seguro que no le venía mal el tener más ropa que la que el estado le pudiera dar.

Le iban a dar el alta al día siguiente. Estaba totalmente recuperado de la neumonía y, aunque la costilla tardaría en sanar, podía hacer vida normal siempre y cuando evitara el deporte y los movimientos bruscos. Marcos ya había conseguido que comiera y en definitiva no había ninguna excusa para mantenerle en el hospital. Le habían tenido incluso más tiempo del debido, mientras se definía su situación.

Lo cierto era que su situación estaba lejos de ser definida. No sabían mucho más de él de lo que sabían cuando Marcos le encontró. La posibilidad de que su origen estuviera en Francia seguía en pie, pero no habían encontrado más hilos de los que seguir tirando. Por el momento el chico era anónimo, un indocumentado sin familia conocida y por eso el Estado se iba a hacer cargo de él, temporalmente.

Marcos se esforzaba por mantener un pensamiento positivo. Aquello era lo mejor para el muchacho, le iban a cuidar bien y la policía estaba haciendo lo posible por averiguar quién era. Encontrarían a su familia y en pocos días lo habría olvidado todo. Pero, si tenía familia, ¿por qué nadie había dado señales? ¿Cómo es que nadie había acudido a las autoridades, echando en falta a algún menor que encajara con la descripción del niño? ¿Las dos personas de la avioneta le habían secuestrado? ¿O es que acaso llevaba perdido mucho tiempo más y por eso nadie le buscaba? Marcos se sentía inclinado a pensar esto último. En su interior, sabía que ese niño hacía mucho tiempo que no había estado rodeado de otros seres humanos. Era la única explicación para su extraño comportamiento.

Quizá no había nadie buscándole. Quizá había desaparecido hacía tanto tiempo que le habían dado por muerto. Quizá nadie iba a reclamarle nunca. ¿Y entonces?  Marcos recordó la violenta conversación que había tenido con Alicia una hora antes.

  • ¿No has pensado en que el niño…? – le había dicho Alicia, dejando la oración inacabada.

  • ¿Sí?

  • Bueno, su situación es muy… peculiar. Por eso… ¿no has pensado que podría quedarse contigo? Un par de días. No te lo estaría diciendo de no ser por esa conexión que parece tener contigo.

  • ¡No! – replicó Marcos, con fiereza.

  • Va…vaya. No esperé que fueras a negarte tan rotundamente. Pensé… Has venido a verle todos los días durante esta semana y no tenías por qué. Creía que…pensé que le habías cogido cierto cariño. – se justificó Alicia, algo azorada y con una mirada cargada de decepción. – No debería habértelo propuesto, perdona. De todas formas iba a ser algo muy difícil de conseguir. Los de arriba tendrían que dar su consentimiento y seguramente acabarían por negarse para escoger la opción más cómoda.

  • No vuelvas a insinuar algo así – gruñó.

Había cogido cierta confianza con Alicia en la semana en la que ambos habían estado compartiendo ese pequeño cuarto de hospital con el niño. De alguna manera, Marcos se estaba esperando que ella sugiriera algo así, porque él mismo había estado a punto de hacerlo varias veces. Ella había tenido razón, se estaba encariñando con el chico y por eso mismo no podía aceptar hacerse cargo de él.

  • ¿Tan malo sería? – se atrevió a preguntar Alicia.

  • Lo sería cuando se lo lleven – respondió Marcos, apartando la mirada de los ojos verdes de la mujer.

Él no estaba hecho para ser padre temporal. Aún era joven para ser padre a secas, pero lo que desde luego no hubiera podido soportar es una relación con fecha de caducidad. Querer a alguien y luego dejarle marchar, a otro lugar… otra familia. No podía.

Y, sin embargo, ¿acaso no era ya tarde para eso? ¿Acaso no se sentía ya atado al muchacho? ¿Es que no iba a dolerle cuando se lo llevaran a algún centro a esperar a tener señales de su familia?

- Maldita Alicia – le murmuró a los pantalones. – Maldita sea ella y sus estúpidas ideas….

Pagó su compra y emprendió el camino al hospital, pero era viernes por la tarde, había nevado y medio Madrid estaba aprovechando para hacer una escapada a la sierra para ver la nieve. La carretera que debía llevarle al hospital de Guadarrama estaba colapsada y se vio atrapado en un atasco de más de veinte minutos. Aquello le dio justo lo que no quería tener en ese momento: tiempo para pensar.

En realidad, había intentado no apegarse demasiado al muchacho. Ayudaba el hecho de que no supieran su nombre: Marcos siempre se refería a él como “el niño” o “el chico”, y de alguna manera lo despersonalizaba cuando hablaba con Alicia de él.  Sabía que en algún punto se marcharía con su familia, y por eso él no podía ser más que un encuentro fortuito en su vida, una casualidad que le había devuelto a sus padres. Pero, lo quisiera o no, a lo largo de aquella semana sus intenciones de mantener las distancias habían quedado sepultadas por el espíritu curioso y travieso que intuía en el niño. Su forma de jugar con sus manos, como si nunca hubiera visto las manos de un adulto. La forma en la que le miraba al entrar en el cuarto, como si fuera una especie de Superman…

Golpeó el volante del coche, frustrado. ¿Por qué tenía que encariñarse tan rápido con la gente que solo estaba de paso por su vida? Le había pasado lo mismo varias veces y nunca aprendía. Siempre volvía a caer, siempre volvía a hacerse daño. Pero por más que doliera, sabía que tenía que tomar la decisión correcta. Si no para él, al menos para el niño: su lugar no estaba en un centro de acogida. Difícilmente podrían atenderle allí, cuando decidiera no comer, o no meterse al baño, o se asustara de algún objeto cotidiano, o se pusiera a arañar, patear y morder. Esa gente no podía hacerse cargo de un chico en circunstancias tan especiales. No le entenderían  y, si le entendían, no tendrían el tiempo o los medios suficientes para ayudarle. Mientras que él… él parecía entenderse bastante bien con el pequeño. Él sabía y había empezado a aceptar que tal vez nunca le escuchara decir una palabra.

Cuando llegó al hospital, subió los escalones de dos en dos hasta llegar a la planta donde dormía el niño. Entró en la habitación y cogió aire para decirle a Alicia que había cambiado de opinión, pero no tuvo ocasión de expresarlo en voz alta. Ella estaba al teléfono y parecía muy agitada.

  • Sí, sí, lo comprendo, gracias….ay madre mía…claro… Marcos, ya saben quién es. ¡Saben quién es! – dijo, haciendo un inciso para ponerle al corriente. Después siguió hablando por  el aparato. – Claro, sí, será lo mejor. Yo voy a estar aquí todo el día, hasta las nueve. Me da igual mi horario, esto es más importante. ¿Están seguros de que…? Eso es maravilloso, de verdad que sí. ¿Y sus padres?

Los hombros de Marcos se hundieron al mismo tiempo que el aire abandonaba sus pulmones en un suspiro. Desvió la mirada hacia al niño, que parecía contagiado del nerviosismo de Alicia. Tenía una expresión de asombro y llamó la atención de Marcos por gestos, exigiendo una explicación a algo que no entendía. Marcos se giró y salió del cuarto en vez de darle ninguna respuesta. Ahí estaba lo que tanto temía, pero había llegado mucho antes de lo esperado. Había perdido al chico incluso antes de haber llegado a tenerlo.

1 comentario:

  1. Tiene q haber maas capis y pronto.. O me va a dar una crisis de ansiedad

    ResponderBorrar