miércoles, 4 de enero de 2017

¡PRESS!



¡PRESS!

Correr, es lo que más se me daba bien, cualquier dolor que aquejaba mi mente y alma parecía calmar cuando daba marcha a mis pies, dándome la sensación efímera de distancia a mis problemas, aunque el ardor en mis músculos era lo que realmente me reconfortaba. Poco después la cruda realidad me caía de golpe, eso solo empeoraba las cosas. De eso sí que estaba consciente, pero no sabría qué hacer si no fuera correr.     
– ¡Ángel espera, que Tamara no podrá seguirte! –  Gritó Alex casi sin aliento, no era muy atlético desde luego, incluso Tamara nuestra pequeña hermana me seguía sin sacar la lengua por el cansancio. Había que ver las escusas que Alex ponía para esconder sus debilidades pero eso me gustaba de él. Odiaba a la gente que mostraba sus debilidades. Y claro que yo no me quedaría atrás.
– Alcáncenme si pueden – les grite a todo pulmón y me reí con fuerza, mientras subía a carrera la empinada.
Seque frenéticamente mis ojos  tratando de eliminar todo rastro de tristeza. No soportaba la idea de que mis hermanos pequeños me vean así, sobretodo Alex que no dejaría de reprochármelo nunca. Corría cuesta arriba por la empinada de piedra y pasto fresco, era inicios de primavera después de todo, y las primeras matas de verdor ya se imponían sobre las piedras pulidas e intentos de asfalto desgastado.
Un poco más arriba, divisé el castillo, como le llamaba mi hermana menor, lugar que últimamente ocupábamos como casa de juegos. Era una construcción antigua algo gótica estancada en un siglo anterior, tan lúgubre como extraña. Imponentes en todas las cornisas superiores de la casa se encontraban unas gárgolas con cuernos y rostros de demonios dando la impresión de estar vivas con un color plomo oscuro que erizaba mi piel de vez en cuando y de seguro de todos en la villa.
El castillo, estaba al final de una colina con hectáreas de tierra sin sembrar u ocupar y no es que tuviera dueño o mallas que restringieran el paso, sin embargo todos respetábamos esos límites de tierra. Y por supuesto no tenía nada que ver con los rumores que se escuchaban en los mercados de barrio o en los bares clandestinos: “de que la casa estaba embrujada”. Es solo que nada crecía en el lugar, repito: “absolutamente nada”, eran tierras oscuras e infértiles con maleza, troncos y tallos sin vida y la mayor parte del tiempo cubierta por una extraña neblina. Las pocas familias que se atrevieron a construir sus casas cerca, no podían tener hijos y sus sembradíos quedaban solo en semillas podridas. Sacerdotes y otros emisarios religiosos reconocidos intentaron dar paz al lugar con misas y rituales vanos, bueno al menos lo habían intentado ¡benditos sean! Se hablaba que los dueños hace ya tres generaciones que no habían regresado, lo extraño es que nadie los vio partir. Pero cualquiera que se acercara a la casa podía dar fe de que estaba abandonada y por la sensación desagradable de desesperanza que les entumecía cada vez que lo hacían muchos juraron no regresar. Aprendiendo simplemente a dejar en paz el lugar.

Pero para mis hermanos y para mí y azumo que también para muchos otros niños, que se aventuraran a jugar en los patios de la casa embrujada, no se aplicaba esa sensación de desesperanza. No podíamos negar que era un lugar lúgubre pero con un poco de imaginación lograba ser la mejor casa de juegos y refugio.
Llegando al castillo agradecí que ya no me brotaran lágrimas, me asi de la ventana que nos servía de entrada y me sumergí en la oscuridad total, me había adelantado bastante a mis hermanos y eso me dio ventaja para secarse bien los ojos, por si acaso y de recuperarme del encuentro con mi padre. Pues el salvaje me dio una bofetada al enterarse que nuevamente había faltado a clases. Le quería mucho pero a veces parecía tan irracional y darle explicación de mis actos era realmente imposible, al menos para mí. Y aunque hubiera tenido la oportunidad, el hecho de decir la verdad era tan atemorizante que la bofetada no era más que una parte minia del castigo, pues guardaba un secreto que no podía revelar a nadie sobre todo a mis hermanos. No soportaría las miradas de odio de Tamara y Alex y quien sabe que me haría mi padre al saber que yo era la causa principal de que su esposa y nuestra madre nos abandonara. Ellos la adoraban y no dejaban de extrañarla nunca.
Esa mañana había visto a mi madre frente a la acera del colegio cubierta de un sombrero de los que se usan en verano aunque prácticamente estábamos en Primavera, no había sol del que cubrirse, el cielo estaba nublado y amenazando con llover pero ¿llevar una bufanda que le cubriera el cuello y gran parte del rostro? Eran obvias sus intenciones. Ocultarse de nosotros. Aun así supe quién era, pese al tiempo distanciados, era mi madre.  
Ella escapo en cuanto se dio cuenta de mi presencia y yo la seguí, no con la esperanza de que me abrace sino con la plena idea de pedirle que regrese y prácticamente implorarle si no me escuchaba. Pero ella fue más rápida y al verse descubierta solo tomo un taxi y se fue sin más, bueno no sin antes dedicarme una mirada de horror que considere exagerada, aunque aceptaba conscientemente. Ya que para ella era un demonio antes que hijo. Después de ello y sin darme cuenta ya estaba lejos de la escuela y no tenía sentido regresar. Iba retrasadísimo y no tenía la mente como para soportar las clases de esa mañana.

Me oculté en uno de los cuartos de la vieja casa cuando escuché los pequeños pasos de mis hermanos, ya totalmente recuperado salí y me apoye en la baranda del primer piso ingresaban por el mismo lugar que yo lo hice exhaustos y con la respiración entrecortada, pero igual llamándome como si eso fuera su meta principal en la vida, sonreí. Eran mis enanos.

Yo había descubierto esa entrada cuando jugaba a las escondidas con varios amigos de la villa, en cuanto ingrese pensando que nunca me encontrarían dejo de interesarme el juego, sus voces me llamaban para que salga, sabía que no me buscarían dentro ya que nuestros padres nos lo repetían siempre “Nunca entren a esa casa, que puede que este endemoniada y se lleve sus almas al infierno”. Para algunos el temor era más fuerte que la curiosidad. Estaba consiente también que la curiosidad mato al gato. Por eso recorrí el lugar lentamente, esforzándome en oír cualquier sonido peligroso ya que una persona precavida vale por dos, cuando mis ojos se acostumbraron a las oscuridad puede notar los muebles, era sorprendente, estos estaban intactos, y muchos de los cuartos con llave, lo que me hacía querer saber más de ellos para mi desgracia. Sobre la entrada a la casa solo les había contado a mis hermanos y allí pasábamos a partir de mi descubrimiento la mayoría del tiempo. No lo hubiera hecho de no ser que era el lugar perfecto para hacerles olvidar a nuestra madre. Cada día lográbamos abrir una puerta del montón de cuartos que tenía la inmensa casa, era casi incontables, bueno así nos parecía porque la mayor parte del tiempo la pasábamos de miedo y escalofríos que causaba tal oscuridad, y las velas solo le daban un tono lúgubre más del que ya tenía. Aun así algo nos movía a continuar visitándola. Y pues yo no podía evitar la entrada a mis hermanos, como lo había dicho, eran los únicos momentos en los que se olvidaban de mencionar a nuestra madre. Logramos abrir un par de puertas y dentro encontramos juguetes que al parecer eran de buena calidad, justo lo que se esperaba de los hijos de gente rica, y más aún de gente antigua. Aunque los juguetes estuvieran algo maltratados, a comparación de los que tenían Alex y Tamara estos les parecían  geniales, y no es que fuéramos pobres precisamente.
– ¿Por qué me siguieron? – Pregunté malhumorado y con aires de aquí no pasó nada.
– Papá ya se fue, y dijo que quiere verte en casa cuando regrese – dijo Alex alicaído tan triste y furioso a la vez, me reí. Alex el chico obediente y correcto siempre con muestras de suficiencia, pero que necesitaba ayuda para todo. Era un inútil cuando se trataba de actividades fuera de los deberes escolares.  
– ¿De veras? – Pregunté algo divertido desde el primer piso apoyado en las barandas para que no me temblaran las rodillas – Entonces tendré que pasar la noche aquí, en compañía de las gáaargolas – dije tratando de parecer genial levantando las manos y todo – bueno, al menos hasta que se le pase el mal genio a  nuestro padre – reí más fuerte.
– No es gracioso, no pasarás la noche aquí, las gárgolas te comerán – Grito Tamara asustada, Alex y yo nos vimos y luego nos sujetamos la tripa matándonos de la risa. Realmente mi pequeña hermana creía que las gárgolas tenían vida, bueno no podía culparla, pues fui yo quien le dijo eso al principio pero solo lo hice para evitar que vengan solos, no creí que ninguno se lo tomará en serio.
– De acuerdo nos iremos a casa antes de que él llegue – dije frotando mi brazo, aun sonriendo, por no frotar mi rostro, que aún me ardía. Los signos de debilidad, debía de guardármelos solo para mí.
– Lo siento es mi culpa, yo… no debí… - titubeaba Alex realmente arrepentido, eso me basto para perdonarle.
– Sí, debiste ver que papá no estaba antes de soltar que él no fue a clases – Tamara alzó los brazos enojada con exagerada mímica. Estaba realmente enfadada con Alex.
– Ya basta, no es culpa de nadie. Además no me dolió y de todas formas se enteraría tarde o temprano, seguro que le llamaron del colegio, por eso es que estaba en casa cuando regresamos ¿No creen?  – Dije totalmente convencido ya que mi padre no regresaba nunca hasta muy entrada la noche, su trabajo era en el centro así que no le daba el tiempo suficiente de regresar a casa para almorzar juntos, lo que significaba que ese día no comió nada.
 (Cuando regresamos a casa, prepare la cena como de costumbre. Era un gran cocinero, sin presumir, claro. Pero aunque me esmere en hacer el plato favorito de mi padre, chuletas, arroz con queso y papas fritas, gastando casi todo mis ahorros por cierto, él ni siquiera se inmuto. Comimos en silencio y luego nos cepillamos los dientes para que cada uno nos vayamos a su respectico cuarto, menos yo claro, antes mi padre les dio un abrazo y un beso de buenas noches a mis hermanos con tanta fuerza que me dio envidia ¿porque siempre era más frio conmigo? me pregunte, pero ya sabía la respuesta, papá estaba enterado de todo la verdad sobre el porqué se fue mi madre, y no tenía el valor de reprochármelo, al fin y al cabo era un hipócrita más en mi lista negra. Resignado y lleno de ira tanto hacia a mí como hacia mi padre me fui hasta el garaje sin terminar de ver esa empalagosa visión. Sabía por experiencia que debía esperarle allá, o el mismo me llevaría a coscorrones. Note su mirada fija en mí mientras salía por la puerta principal. Al menos era consciente de mi presencia antes de castigarme.
Me senté en el sillón cerca de la mesa de madera que mi padre tenía a plan de taller. Pues el mismo reparaba su coche, que pese a ser un oficinista, tenía a bien por no confiar a nadie su AUTO, tanto que a veces me parecía que le quería más que a mis hermanos y a mí. Aunque lo mío era de esperar.
Al fin después de quince minutos ingreso al garaje ¿Por qué había tardado tanto? Pues ese tiempo me hizo reflexionar de lo estúpido que fui, quizás eso esperaba, suspire intranquilo y me puse de pie estrujando mis dedos con la mirada fija en los pies sin decir nada.
·  ¡Miguel, no entiendo porque aun sabiendo que estas apunto de reprobar este segundo trimestre persistes con escaquearte de tus clases! – Suspiró, para hacerme notar que estaba  lo que iba a pasar después fuera mi culpa, si cómo, pensé angustiadísimo -  Quiero que sepas que estoy muy enfadado contigo. Y no solo porque te vi caminando por las calles sin rumbo, sino por el hecho de que trataste de ocultármelo.
·  Papá… - dije sorprendido, así que realmente ya sabía que falte y no era culpa de Alex, y no recuerdo habérselo ocultado, simplemente me sorprendió cuando me dio el golpe en la cara, sin siquiera permitirme una palabra cuando me descubrió en esa tarde … quise recordárselo pero solo me quede en silencio. 
·  No, no seré blando – dijo mi padre jalando de mi brazo hasta tenerme inclinado sobre la mesa.
·  Serán 50 palmadas, 20 azotes con cinturón y 6 con el trenzado de tu abuelo.
·  Papá… – dije sollozando antes de que empezara, era mucho podía soportar las palmadas pero los cintazos no, y ni hablar del trenzado, solo atine a sollozar como un animal herido.
·  No, no, aguanta esto es lo menos que puedo hacer por ti. Ya la última vez te dije que sería el doble del castigo si faltabas nuevamente a clases, y te lo repito la próxima será el triple ¿entiendes?
·  Si… - pronuncié lastimeramente, sí que lo recordaba, la anterior vez dolió demonios, pero igual comenzó sin piedad, sentí cada palmada con tanta intensidad que daba miedo.
·  Plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass,
Plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass.
·  Lo siento…
Plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass,
Plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass.
·  Papá…
·  Plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass, plass – Lloré con más fuerza, pues sabia contar, y ahora era con el cinto, pensé que estaba preparado, pero no era así.
·  Estate quieto -  me exigió el muy, sin considerar que esto ya era demasiado para una simple escapada. Yo sabía que mis notas no eran la gran cosa, pero una escapada no merecía tanto. Y aunque quiera un hijo perfecto no lograría mucho conmigo.
·  Mggg… - quise aguantar.
·  Plaaz, plaaz, plaaz, ya papá lo siento, plaaz… lo siento de veras, plaaz, plaaz, plaaz, plaaz, plaaz, papá por favor – rogué sin éxito – plaaz. Termino con el cinturón y salió, seguro en busca del trenzado.
·   
Aproveche el momento para frotarme con fuerza, pero aun así no podía soportar más, llore con más fuerza y me escondí justo en el espacio entre el armario de herramientas y la pared. Sabía que mi padre no me vería, pero aun así me encogí todo lo que pude para hacerme invisible.
Le escuche buscarme y no me encontró, yo estaba de los más feliz pero luego me di cuenta que lo único que hacía con ello era enfurecerlo más de lo que ya estaba.
El salió a buscarme, igual nunca me encontraba ¿Pero qué sería de mí, a dónde iría y qué pasaría con mis hermanos? Me pregunte desesperado y en un momento de cordura, salí tras mi padre llamándole. El me miró con furia, pero igual note algo de alivio bajo sus ojeras que siempre llevaba. Después de unos segundos bajo su escrutante mirada él simplemente me cogió del brazo y me regreso hasta la mesa y esta vez no me pidió que me agachara si no que me tumbo sobre ella, antes tirando todo lo que había encima, me bajo los pantalones y el calzoncillo. Estaba tan asustado que no opuse ni la más mínima resistencia, pero el primer golpe con el trenzado me hizo reaccionar.
·  Trazz – trate de bajarme de la mesa, pero el brazo de mi padre presiono con fuerza mi espalda, inmovilizándome – trazz, trazz – Llore con fuerza me revolví todo lo que pude pero sin lograr nada, era un dolor tan intenso que mil veces me maldije por tratar de escapar, quizás iba a ser algo suave, pero luego menee la cabeza negándome a pensar que algo tan monstruoso lo sea nunca.
·  Trazz, trazz, trazz– respire profundo, pensado que era el final pero una vez más el maldito trenzado ataco mis nalgas con tanta fuerza – trazz – lo siento, lo siento, por favor papá, ya no más… - gritaba sin que me importe que mis hermanos o mis vecinos escucharan – trazz… auuuu… trazz…
·  No vuelvas a faltar a tus clases o intentar escaquearte de un castigo – sentencio mi padre – Vete a la cama – dijo con furia, temblando me baje de la mesa y subí mis pantalones, camine despacito hacia la puerta, tardaba demasiado pero ¡Demonios como ardía! Y sin pensar mi papá se acercó yo por instinto protegí mi rostro, pero lo que recibí fue un abrazo, y toda la furia por el dolor se fue, me sentí como una nenaza y comencé a sollozar.
·  Ya paso, shhh… tranquilo, vamos te llevare a tu cama – me dijo y me cargo en brazos, yo sin pensarlo me aferre a su pecho tratando de apagar mi llanto. Agradeciendo tanto ese gesto que me hacía dudar sobre el odio de mi padre hacia a mí. Él era mi padre después de todo. Y un padre no puede odiar tanto a un hijo ¿verdad?
              Al día siguiente como de costumbre fuimos hasta el Castillo y no pude evitar sentir dolor en mis piernas cuando rocé el alféizar, me preguntaba si había crecido o la entrada se encogía. Obviamente no era ninguno.
Mil gracias por leer mi  historia, espero tus novedades
Saludos Cordiales
Atte:

DANIELA SHAIMON

5 comentarios:

  1. No al contrario, gracias por escribir y dejarnos leerte. Espero nuevas actualizaciones!

    ResponderBorrar
  2. Daniela espero saber mas de esta historia: Ángel, Tamara y Alex ya me cayeron bien ;) y aunque no pueda decir lo mismo de su padre, quiero leer mas.



    ResponderBorrar
  3. Interesante historia! Me has dejado con muchos interrogantes, que ha pasado con la madre porq Miguel se culpa y que edades tienen supongo que poco a poco irás contándonos más de estos chicos.

    ResponderBorrar