CAPÍTULO 41: EL CIELO Y EL INFIERNO
Bip. Bip. Bip. Bip.
Era un ruido
familiar y a la vez desconocido. Poco a poco fui entendiendo que era el sonido
de alguna máquina de hospital, de esas que controlan las pulsaciones. Aunque
con la apendicitis no llegaron a ponérmela, el ruido me sonaba de las típicas
series y películas de hospitales. Me era familiar también porque marcaba el
ritmo de mis latidos, y mi cuerpo de alguna forma conocía esa cadencia.
Así que aún estaba en el hospital. Bueno, era lógico, teniendo en
cuenta que lo último que recordaba era ver a papá muy asustado, a los médicos
cuchicheando algo, y a alguien explicándome que algo no les había gustado al
examinar mi resonancia. Después de eso creo que perdí la consciencia.
Sentía la garganta extraña, como reseca, y me asaltó una especie de
sueño o recuerdo en el que una enfermera me sacaba un tubo de la boca…el mismo
que me habían metido antes de sedarme. Traté de moverme, y vi que mi cuerpo no
respondía. Me asusté un poco, pero luego poco a poco conseguí mover mis brazos.
Me llevé una mano a la cara porque sentía que algo ahí no estaba bien. En mi
nariz no había ningún tubo ni nada, sólo mi mano estaba agujereada y con una
vía. ¿Entonces? ¿Qué era esa sensación
extraña, como una presión en la frente? Subí la mano, y noté una venda. Oh. Una venda me cubría toda
la cabeza.
Tras un rato asimilando mi situación, observando la cama y notando que
aquella habitación era algo diferente a la última, como más equipada, empecé a
sentirme realmente ansioso por el hecho de estar solo en aquella estancia.
Además me sentía raro. Me costaba mucho abrir y cerrar los párpados, tanto que
decidí dejar de hacerlo y cerrar los ojos de nuevo. Tal vez pudiera seguir
durmiendo un rato…
No sé cuánto tiempo pasó, pero noté que alguien estaba a mi lado. Abrí
los ojos con la esperanza de que fuera papá, pero se trataba solo de una
enfermera trasteando con la bolsa de líquido que se comunicaba con mi mano a
través de la vía. Se percató de que estaba despierto, y me sonrió.
-
¿Cómo te
sientes? ¿Sabes dónde estás?
Traté de hablar, pero me atasqué con mi propia lengua, así que asentí,
algo frustrado por ser incapaz de transformar mis pensamientos en palabras.
Segundos después volví a dormirme.
Cuando volví a despertar me sentí mucho más despejado. Un grupo de
doctores hablaban entre sí a los pies de mi cama, como si yo no estuviera
presente o fuera solo un mueble más. Me di cuenta de que no sabían que estaba
despierto, así que decidí hacerme el dormido para ver si escuchaba algo sobre
mí, y sobre “mi estado”.
-
… no, no,
no tenía el cráneo fracturado. Pero sin duda tuvo que ser un gran golpe. Al
parecer estuvo en una pelea…
-
Más bien
le dieron una paliza, tiene el resto del cuerpo con moretones y hematomas. Nada
serio, aunque si miras su costado derecho… - dijo una voz de hombre, y entonces
sentí que manipulaban las sábanas y la bata que me cubría, como para mostrar
efectivamente mi costado.
-
¿Qué es
esa cicatriz?
-
Le
operaron recientemente de apendicitis. Lo que me preocupa es el hematoma. No
parece nada, pero creo que no estaría de más un escáner para descartar daños en
algún órgano, o incluso una costilla rota.
-
Su
hermano no ha mencionado nada al respecto del costado. – replicó el otro, y
entonces alguien apretó mi piel, justo encima de los riñones, y me acordé de
todos sus difuntos familiares. No era un dolor insoportable pero tampoco fue
agradable. ¿Por qué narices lo había tocado? ¿Tenía pinta de peluche parlanchín
en plan “apriete aquí a ver si emite algún sonido”?
-
… Pobre
chico – murmuró uno de ellos.
¿Por qué pobre chico? ¿Qué me pasaba? ¿Qué tenía? ¡No
podían dejarme así, tenían que decir algo más!
-
Soy
bastante positivo en esto. Habrá que esperar a que despierte para ver si puede
hablar, pero no creo que haya daños cerebrales. El hematoma no era muy grande.
-
¿El
diagnóstico es hematoma subdural, entonces? ¿O epidural?
-
Subdural.
Pero los síntomas tardaron en presentarse. Tuvo dolor de cabeza desde el golpe,
y no fue hasta la tarde que empezó a presentar otros síntomas, como la pérdida
de consciencia. ¿Te encargas tú desde
aquí? Tengo otra operación en media hora.
-
Sí,
tranquilo… Ahora me leo el informe… Ahí fuera está su madre, y no deja de
preguntarme... ¿podrá volver a hablar? ¿conservará su capacidad intelectual?
-
Aún es
pronto para decirlo, pero hablar es casi seguro que sí. Aunque quizá se exprese
en un lenguaje confuso.
Ahí entré en pánico. La máquina que medía mis latidos aumentó la
frecuencia del sonido. Dejé la farsa y abrí los ojos.
-
¿Voy a
volverme tonto? – tuve que preguntar.
Los médicos parecieron sorprendidos de escucharme hablar.
-
Hola,
Theodore. Soy el doctor Frost. ¿Cómo te sientes?
-
No
esquive mi pregunta. Mi capacidad intelectual, eso que han dicho. ¿Voy a
perderla?
Se miraron entre sí, y uno de ellos se acercó a observarme las pupilas.
-
No las
tiene dilatadas. Parece que habla bien.
– comunicó, como quien inspecciona una máquina.
-
¿¡Quiere
responderme alguien!?
-
Tenemos
que hacerte varias pruebas, Theodore. Lo que te ha pasado es bastante grave.
Pero, hasta el momento, todo parece estar bien. Hemos quitado la presión que
había en tu cerebro y ahora tenemos que ver si causó daños o no. La resonancia
que te hicimos mostraba cierta inflamación, y es importante ver si ya no está.
Decidí que ese doctor era mi favorito, porque era el único dispuesto a
ser sincero. Lamentablemente su voz se correspondía con el que había dicho que
tenía que irse a otra operación.
-
Ya no me
duele. ¿Eso es bueno?
-
Estas
medicado. Pero sí, siempre es bueno que no te duela.
-
¿Puedo
ver a mi padre?
-
¿Padre?
-
Hermano.
Lo que sea. El hombre que vino conmigo – respondí, con impaciencia.
-
No está
ahí fuera. Ahí sólo está tu madre.
-
¿Qué?
Estuve a punto de decir “yo no tengo madre” pero tuve
una intuición que me hizo cerrar el pico. Quizá fue sólo curiosidad, o quizá
simplemente aún estaba asimilando el hecho de que Aidan no estaba.
-
Vamos a
decirle que entre ¿de acuerdo?
-
Antes…
¿podría ir al baño? Es que… - me mordí el labio. Me estaba meando.
-
Claro.
Ahí tienes una palangana que…
-
Baño. Me
han operado la cabeza no el pito ¿no? Quiero ir al baño – dije, firmemente. Me
soné algo infantil, pero no encontré una forma más directa de decirlo. No
necesitaba un orinal, eso era absurdo, asqueroso y humillante.
-
No puedes
levantarte ahora, muchacho, acabamos de…
-
Que sí.
Traté de levantarme, pero no podía. ¿Me habían atado las piernas acaso?
Retiré las sábanas y me observé los pies. No había ataduras. Traté de mover los
dedos, pero…
-
Las
piernas no me responden. – dije, asustado.
-
¿Qué?
-
Las…las
piernas…Quiero moverlas, pero no puedo…
El médico que tenía más cerca de mis pies agarró el derecho y lo apretó
un poco.
-
¿Notaste
esto?
-
Sí….
Sentía su mano perfectamente.
-
Trata de
empujar contra mí, ¿de acuerdo? Haz fuerza con la pierna. – me dijo, y lo intenté.
-
No
puedo…¡No puedo!
En ese momento, sentí que entraba en pánico. La máquina que medía mis
pulsaciones se disparó de nuevo, y eso sólo contribuyó a ponerme más nervioso.
No habían soltado mi pie y de pronto sentí un pellizco en el empeine.
Bruto.
-
¿Sientes
esto?
-
¡Au!
¡Sí!…Yo diría que lo siento más que nunca…
-
De
acuerdo…a ver Theodore… voy a soltarte el pie y quiero que trates de mantenerlo
en el aire ¿vale?
Apenas me dejó asentir, y me soltó. Inmediatamente
después mi pie cayó como un peso muerto, golpeando el talón contra el colchón.
Mis piernas no respondían. No podía ponerme de pie. No podía andar. No
podía hacer nada. Estaba inválido. Empezó a faltarme el aire. Tenía miedo,
mucho miedo. Necesitaba a mi padre. Necesitaba que me dijera que todo iba a
estar bien, o tal vez que todo era un sueño.
-
¡Quiero
ir con mi padre! ¡Quiero ir con él! ¿Dónde está?
-
Ahora
mismo no…
-
¡Quiero
ir con él, quiero ir con él! – medio grité, llorando. Tuve que contenerme para
no empezar a gritar “Papá”, como haría Alice. Sabía que no por llamarle iba a
aparecer. No entendía nada. ¿Dónde estaba Aidan? ¿De verdad me había dejado
sólo?
-
Cálmate
chico, moverte así no te hará bien.
-
¡QUIERO
IR CON ÉL!
-
Necesitas
reposar…
-
¡¡QUIERO
IR CON ÉL!!
-
…tu
cabeza….
-
¡Maldita
sea, déjeme en paz, yo…! – empecé, pero entonces las puertas se abrieron otra
vez y una mujer de pelo claro entró en
la habitación.
-
Señora,
no puede entrar aho… - dijo uno de los doctores.
-
Oh, ¿de
veras? Entonces, ¿sabe usted como lidiar con un chico asustado con un berrinche
monumental?
-
No es un
berrinche - protesté – No soy un niño.
-
Está
bien, Ted, no pasa nada. Todo el mundo tiene alguno de vez en cuando. Los
adultos tienen su propia forma de hacer pataletas y hasta donde sé tú tienes un
buen motivo ahora mismo. – respondió la mujer, con una voz muy muy dulce, y
unos ojos que me sonreían, pero no fue eso lo que me calmó, sino la sorpresa
ante el hecho de que supiera mi nombre. Se acercó a mí y me tomó una mano,
haciendo circulitos en mi dorso con su pulgar. De pronto, no sé por qué, me
sentí mucho mejor. - ¿Cuándo le llevan a planta, doctor?
-
Debe
quedarse en la UCI un poco más. Aún así, ya hemos solicitado una habitación
para él, para trasladarle mañana mismo.
Intercambiaron algunas palabras más, pero yo no les presté atención
porque estaba poniendo todas mis energías en ordenar a mis pies que se
movieran. Traté de sentir mis músculos de forma consciente, de moverlos uno a
uno, pero nada. No había nadie al otro lado. Mis músculos estaban apagados o
fuera de cobertura.
Cuando levanté la vista de mis inútiles piernas, reparé en que los
doctores me habían dejado a solas con esa mujer. Mi supuesta madre, al menos
para aquella gente, que tal vez pensasen que era adoptado, porque ella no podía
ser más blanca. Mucho no se equivocaban, pero se habían confundido de “padre
adoptivo”.
¿Cómo había podido Aidan dejarme solo en un momento así?
-
Tu padre
ha tenido que irse a tu casa porque algo pasaba con tus hermanos. Ya no creo
que tarde mucho en venir. No quería irse, pero no le quedó más remedio – me
explicó la mujer rubia, como leyéndome la mente.
Contuve un gruñido. Mentiría si digo que no me molestó enterarme de
eso. Aunque su excusa fuera buena, mi padre me había dejado tirado por mis
hermanos. Me había dejado solo en un momento horrible como aquél.
Aun así sabía que no era algo por lo que pudiera enfadarme. Él hacía lo
que podía.
-
¿Y usted
quién es? – pregunté, curioso por saber la identidad de quien se hacía pasar
por mi madre.
-
Soy
Holly. Soy… una amiga de tu padre. Tuve que… tuve que mentir un poco para que
me dejaran pasar.
-
Tuvo que
decir que era mi madre – traduje, aunque no era recriminatorio, sólo constataba
un hecho.
-
Bueno…
sí.
La miré bien. Holly. Así que por fin la conocía. Bueno y…¿qué hacía allí? De verdad que cada
vez entendía menos. A lo mejor seguía anestesiado y todo eso estaba pasando en
mi cabeza, durante la operación…
Pensar en eso me llevó a hacer una pregunta macabra.
-
Me
han…¿me han abierto la cabeza?
- No. Te han hecho un pequeño agujero.
Vale, esa tal Holly me agradaba. No se paralizaba ante las preguntas
difíciles, no me mentía, y era directa a la par que amable. Era una persona
transparente.
Durante unos segundos no dije nada,
haciendo respiraciones profundas mientras buscaba aclarar mi mente y
disipar el miedo.
-
Dios, de
verdad que necesito ir al baño…. – murmuré, en voz alta sin darme cuenta.
-
¿Otra
vez? Bueno, supongo que es normal… tienes que terminar de expulsar la
anestesia.
-
¿Cómo que
otra vez? Si llevaré horas sin ir…
-
Te
despertaste hace un rato – me explicó Holly. – Te despertaste, te quitaron la
intubación y dijiste que querías orinar. Te trajeron la palangana y te ayudé un
poco con la bata. Luego me hicieron salir porque entraron los doctores. Me
indigné mucho: siempre me han dejado quedarme cuando atendían a uno de mis
hijos. Aunque cuando mi niño estuvo en la UCI era mucho más pequeño… supongo
que las normas son diferentes en cuidados intensivos, y sólo hacen excepciones
con niños pequeños…
Dejé de escucharla más o menos a la mitad, al caer en la cuenta de una horrible y
vergonzosa verdad.
A pesar de que sentía como si no tuviera sangre en el cuerpo, o como si
esta estuviera helada, en ese momento mis mejillas ardieron. No había entendido
todas las implicaciones del hecho de que todos los médicos y enfermeros
pensasen que ella era mi madre.
-
¿Me ha
visto desnudo? – pregunté, y quise morirme. Una desconocida me había ayudado a
mear. Y estaba tan grogui que ni siquiera lo recordaba. Aunque quizá era mejor
no recordarlo…
-
No he
visto nada, Ted, tranquilo. Es Ted, ¿verdad? Aidan nunca dice Theodore.
Asentí suavemente, aunque no sé si eso fue buena idea porque al hacerlo
noté que las vendas –y lo que no eran las vendas- me tiraban.
-
Tienes
que estar tan asustado… - susurró – Estás siendo muy valiente. No tengas miedo,
Ted. Todo va a salir bien. Y tu padre vendrá enseguida.
-
Por mí
como si se muere. – gruñí – No voy a perdonarle en la vida.
Pensé que Holly empezaría a hablar a favor de Aidan, a tratar de
hacerme entrar en razón, o a decirme que no debía hablar así de mi padre, pero
no dijo nada. Lo cierto es que no sabía lo que esa mujer conocía sobre mi
familia. No sabía cuánto le habría contado papá, pero al menos parecía saber
que mi relación con Aidan no era simplemente de hermanos.
-
Que
sientas las piernas es buena cosa. Los médicos me lo han dicho, pero me dio la
sensación de que no estabas escuchando. Si no puedes moverlas tal vez es porque
estén entumecidas o…
-
…por la
anestesia. Eso creo yo también – dije, y me sentí más relajado. Había sido una
forma horrible de despertar, pero me había asustado infundadamente. Nada
parecía indicar que fuera a tener secuelas mentales, notaba que mi cerebro
funcionaba igual que siempre. Aunque no estaba seguro de que de no ser así
fuera a notarlo… En cuanto a mis piernas, Holly tenía razón: seguro que era
mero entumecimiento, o quizá es que mi cuerpo aún no había despertado del todo.
Al menos eso era lo que necesitaba creer, así que me lo creí.
Volvimos a estar en silencio por un rato, pero hablar me ayudaba a
distraerme y a controlar el temblor de mis manos. Ella me había llamado
valiente, pero no lo era: sólo trataba de fingir que sí y de no portarme como
un niño. Lo cierto era que tenía muchas ganas de llorar, y de no estar en
compañía de una semi extraña lo habría hecho.
-
¿Por qué
estás aquí? – la pregunté, porque no se me ocurría una explicación coherente.
- Bueno… tal vez…tal vez tu padre te haya hablado de mí….aunque igual
no…lo más probable es que no…
-
Sí lo
hizo – la corté, sintiendo repentina simpatía hacia ella y su azoramiento. Hablar de Aidan parecía costarle mucho.
-
Bueno
pues…el caso es que soy periodista. Gracias a eso me enteré de que “al hijo de
Aidan Whitemore” lo habían ingresado, al parecer por consecuencia de la pelea,
y pensé que tu padre podría necesitar algo de ayuda o de apoyo. Además tenía
que impedir que un par de compañeros cotillas le acosaran a preguntas.
-
Pero ¿por
qué te quedaste? – insistí. - ¿Por qué estás aquí conmigo?
En algún momento había pasado a tutearla, pero para mi fue lógico. No
era una mujer mayor y tratarla de usted me parecía frío y lejano. Yo necesitaba
calidez en ese momento, y no gélida cortesía. Su presencia contribuía mucho a
mantenerme tranquilo.
-
Tú padre
no podía dividirse y…¿quieres que me vaya?
-
¡No! –
exclamé, con demasiada desesperación. Soné patético, pero en ese momento no
hubiera soportado quedarme sólo – Es que es raro… no me conoces, no te conozco,
y….pues eso, que es raro. Aunque supongo que tendré que habituarme, y de alguna
forma tendríamos que conocernos, si vas a …mmm…si vas a salir con… bueno, con
él.
El rostro de Holly se tiñó de rubor hasta el punto de que parecía que
en el interior de sus mejillas había un par de bombillas led de color rojo.
-
Eso no…
No creo que tu padre y yo… Somos sólo amigos… apenas conocidos, en realidad.
-
¿De
verdad? – inquirí, con cierta incredulidad. Uno no se queda a acompañar al hijo
de un “conocido”. Tampoco acude corriendo al hospital por “si necesita apoyo”.
-
Sí…
-
No me lo
creo.
-
Bueno, yo
no me creo que tú le odies o que no le vayas a perdonar en la vida. Estaba
terriblemente preocupado por ti. Él sí que no va a perdonarse, pero en serio se
tenía que ir.
Oh, ahí estaba. La defensa. Había esperado a pillarme con la guardia
baja, como para que sus palabras calaran más en mí.
-
No le
odio… jamás podría…. Él lo es todo para mí. Él es…yo…le…le necesito aquí
conmigo…- susurré, y cerré la boca porque me noté la voz quebrada.
Holly pareció dudar un momento y luego extendió su mano lentamente
hasta rozar mi mejilla, en una caricia que me estremeció un poco.
- Vendrá enseguida, Ted.
Asentí, incapaz de hablar. Respiré hondo y traté de estar tranquilo.
-
Gracias
por… por estar aquí conmigo…
-
No tienes
que agradecérmelo. No sabía si estaba bien que entrara, pero me pareció que no
querías estar solo y que necesitabas algún tipo de explicación de por qué tu
padre no estaba.
Volví a asentir, y de nuevo nos quedamos en silencio. Por más que lo
intenté, no hubo nada que yo pudiera hacer para que las lágrimas no rebosaran
de mis ojos. Holly entreabrió los labios y se agachó para abrazarme, frotándome
la espalda de una forma parecida a como lo hacía papá. No me dijo nada. No
trató de consolarme con palabras estúpidas que en ese momento sólo me habrían
hecho sentir rabia. Fue sólo un consuelo físico, cariñoso, y –lo supe entonces,
aunque jamás hubiera experimentado algo así- … maternal.
-
AIDAN´S POV –
Michael dormía
plácidamente usando mis piernas de almohada. Me había costado tanto que dejara
de llorar que despertarle me parecía una crueldad, pero tenía que volver al
hospital… Le hice cosquillas bajo la barbilla y él se revolvió un poco sin
llegar a despertar, de una forma tierna que recordaba ligeramente a los
movimientos de un cachorro. Así dormido parecía mucho más joven de lo que era.
Además se había afeitado aquella mañana, y con eso se había quitado tres o
cuatro años de encima.
De alguna forma, Michael me había puesto a prueba y yo había pasado el
test. Había tratado de provocarme para ver si yo perdía los nervios mientras le
regañaba. Me asustaba lo cerca que había estado de hacerlo, pero me alegré de
ser más fuerte que mis instintos.
-
Michael…
Mike, pequeño….despierta, campeón.
-
Hmggg….
-
Tengo que
ir al hospital, hijo.
-
Pues
ve - refunfuñó sin abrir los ojos,
reacomodándose para seguir durmiendo.
-
Tengo que
hablar contigo antes. Y necesito recuperar mis piernas.
Michael abrió los ojos por fin y sólo entonces pareció darse cuenta que
se había dormido encima de mí. Se levantó poco a poco y me miró algo
avergonzado por la situación. Le sonreí porque tenía una expresión confundida
que se me antojó muy graciosa.
-
Me dormí…
-murmuró.
-
Pues sí,
eso parece. Siento haberte despertado, pero tengo que volver con Ted y necesito
que te encargues de tus hermanos. Mañana me encargaré de buscar una niñera,
pero hoy ya es tarde. Seguramente pase la noche en el hospital, así que
Alejandro y tú tenéis que ocuparos de todo, por favor. Mañana no hay clase, así
que sólo… que se metan en la cama… y dormid todo lo que podáis.
-
Va…vale.
-
Y
Michael. Si dan problemas les regañas, les quitas el ordenador, me llamas al
móvil… pero no les pones un dedo encima. Si lo haces estarás en muchos
problemas conmigo. En muchísimos. Y perderás mi confianza.
Llevaba un rato ensayando esas palabras para ser capaz de pronunciarlas
sin sentirme un miserable. Normalmente habría dicho aquello de forma más suave,
pero no tenía tiempo para una conversación larga ni podía arriesgarme a que no
me obedeciera. Tenía que poder irme con la tranquilidad de que en casa estarían
bien.
Michael asintió rápidamente y
sentí que se llenaba de una aureola de tristeza. Debía de pensar que me había
decepcionado o algo así. Sé que fue horrible por mi parte ser tan brusco con él
después de haberle castigado. Generalmente llevaba la frase “borrón y cuenta
nueva” a su máxima expresión, y no solía volver a mencionar el tema. Aquella
vez fue como si le estuviera diciendo “no me he olvidado de lo que hiciste”.
Hice que me mirara a los ojos y me sorprendí una vez más de la
intensidad del azul que rodeaba su pupila.
-
Sé que lo
harás bien, Michael. Lo sé, porque eres una gran persona. Un buen chico, del que estoy orgulloso.
-
No tan
buen chico…- murmuró, tratando con todas sus fuerzas de mirar a cualquier otro
lado que no fueran mis ojos, pero lo tenía difícil porque yo no le dejaba
apartar la vista.
-
Sí,
Michael, sí lo eres. Un error no cambia lo que eres como persona.
-
Desde tu
punto de vista yo no dejo de cometer un error tras otro.
-
Eso no es
cierto – me sorprendí – Haces muchas cosas bien.
-
Dime una
sola – me retó.
Apenas tuve que dedicar un segundo a pensarlo.
-
Sabes
cuáles son las palabras adecuadas cuando alguien está en pánico. Sabes cuáles
son las cosas verdaderamente importantes en la vida. Sabes valorar el esfuerzo,
eres trabajador, valiente (quizá demasiado, si me lo permites), sencillo en tus
costumbres, buen observador, buen imitador, y más paciente de lo que crees.
Cuando te traje aquí pensé que te cargarías a alguien en menos de dos horas,
porque pasar de vivir solo a tener once hermanos pequeños es cuanto menos
impactante.
-
¿Soy todo
eso? – preguntó, con una incredulidad y una ilusión que se me antojaron
infantiles y tiernas.
-
Y mucho
más, canijo. Ante todo eres un buen hermano.
Eso le sorprendió mucho. Supongo que de todas las cosas del mundo jamás
se consideraría eso en un momento como aquél, cuando había hecho daño a Harry.
Me pidió una explicación con la mirada.
-
Hoy he
visto algo que ya sabía: lo mucho que quieres a Ted. Mis hijos serán
afortunados si llegas a quererles a todos con esa intensidad – le dije, con
sinceridad.
-
Ya
les….ya les quiero…
-
Entonces
puedo irme tranquilo, porque les dejo en buenas manos – zanjé, y le di un beso.
Le dejé meditando sobre aquella breve conversación mientras iba al cuarto de Ted a preparar una
mochila con sus cosas, con todo lo que pudiera necesitar mientras estuviera en
el hospital. Cosas de aseo, algún libro, etc. Cuando terminé con aquello, fui a
buscar a Harry. Le debía algo más que cinco minutos pero por desgracia era todo
lo que podía dedicarle en aquellas circunstancias.
Estaba tumbado sobre su cama, boca abajo. Aquella postura no sería
extraña de tratarse de Ted, de Michael, de Kurt o de Barie. Ellos muchas veces
dormían así. Pero Harry siempre dormía boca arriba, y despatarrado ocupando
como tres plazas. No sabía si estaba
siendo exagerado o si realmente le dolía tanto como para tener que descansar
sobre su estómago. En cualquier caso, me inspiró compasión, en un instinto de
protección que era más fuerte que yo.
-
Campeón…
¿estás despierto?
Harry giró la cabeza, se contorsionó y me miró. Sus ojos claros estaban
llenos de una profunda tristeza.
-
Sí… no
puedo dormir.
-
¿Tus
hermanos hacen mucho ruido? – pregunté, haciéndome un hueco en su cama para
poder acariciar su pelo y su espalda. Harry cerró los ojos y disfrutó de los
mimos, con una expresión de paz que me hizo sonreír.
-
Un poco…
pero hay más ruido dentro de mí.
Frases como esa me hacían pensar que Harry, en algún lado dentro de él,
tenía alma de artista.
-
¿Y cómo
es eso? – le animé a continuar, sin detener las caricias. Estábamos solos. A
pesar de que ya era hora de que Zach estuviera en su cama, ninguno de mis hijos
se había acostado aun aquella noche, salvo Harry.
-
No dejo
de pensar en Ted. De haber sido yo el enfermo él no habría parado de preguntar
por mí. Michael tiene razón: soy un egoísta. – gimoteó y se tapó la cabeza con
la almohada, como si quisiera esconderse del mundo o ahogarse entre la tela, no
lo tuve claro.
-
Ey, no,
no, no. – protesté, mientras tiraba de la almohada para que la soltara - No
digas eso. No es verdad, Harry. No eres egoísta. Tú no sabías que Ted… bueno,
pensaste que no era nada, que era como uno de esos virus que se pilla Kurt en
el estómago.
-
Sí soy
egoísta. A él le da igual si estoy resfriado o me estoy muriendo: siempre se
preocupa por mí cuando estoy malo. Y yo pensé todo el rato en lo mal que me
venía a mí que él se pusiera enfermo justo hoy. Y fui a la maldita fiesta.
-
De eso
tenemos que hablar, campeón, pero no ahora. No he venido a regañarte ni a
escuchar cómo te torturas. He venido aquí a mimar a mi bebé.
-
Pues te
confundiste de habitación, porque en esta no hay bebés. – refunfuñó, pero
empezaba a intuirse en él cierto tono mimoso.
-
¿Ah, no?
¿Y qué hay en esta, entonces? ¿Hombrecitos? – pregunté, y le hice cosquillas en
un costado. Me asombraba que aquello les siguiera gustando. Tal vez yo supiera hacer cosquillas muy bien, no lo sé, porque después de trece años
haciendo aquello Harry seguía riéndose y se había convertido en una forma de
comunicación más entre nosotros.
-
Jajajajaja….
¡sí! ¡Ya soy mayor así que ya no puedes hacer esto! Jajajaja
-
Puedo,
mientras sigas teniendo cosquillas – rebatí, y la tomé entonces con su pie.
Harry rió mucho más alto y reptó sobre la cama hasta abrazarme.
-
Te
aprovechas de que eres más grande que yo – se quejó.
-
Chi
^.^ -admití, sin ningún remordimiento.
Harry sonrió y se reclinó poco a poco sobre mí, hasta que al final
acabó tumbado con la cabeza en mis piernas justo como había hecho Michael.
¿Tenía pinta de cama o qué?
-
Me gusta
cuando me dices hombrecito – confesó. – Es como si supieras que soy mayor pero
a la vez dejaras claro que siempre seré pequeño para ti.
-
Es que
significa justo eso. Siempre serás mi
niño, y siempre querré protegerte, porque viene en el paquete de padre. Que yo
no te…
-
“Que yo
no te parí, pero con los años te vas cobrando las contracciones” - terminó por mí – Vaya, hacía mucho que no
soltabas esa. Ya pensé que por fin habías renovado el repertorio.
Le saqué la lengua y le revolví el pelo.
Sabía que Harry estaba en esa época de querer sentirse mayor, y para él
era doblemente difícil, porque le precedían varios hermanos y siempre sentiría
que le trataba como si fuera más pequeño que ellos –por que lo era- y además
tenía un gemelo que en cambio no tenía prisa por crecer. A veces era difícil
individualizarles en algunos aspectos. Era difícil darle a Zach la seguridad
que necesitaba sin cortar las alas de Harry. La independencia de uno entraba en
conflicto con el carácter del otro, y era complicado ser justo con los dos a la
vez. Pasó por ejemplo cuando empezaron a
salir solos. Zach aún no estaba preparado, y Harry llevaba meses rogándome que
le dejara ir a dar una vuelta con sus amigos.
Aunque a título personal me gustara más lo que hacía Zach, porque
significaba que seguiría siendo mi niño un poquito más, sabía que lo correcto,
lo menos egoísta, era enseñarles poco a poco a ser independientes. Sin embargo
demasiada independencia era peligrosa…
-
Pues sí,
y bien cobradas, como lo de hoy.
-
Pensé que
no me ibas a regañar – se quejó, poniendo una expresión muy parecida a un
puchero.
-
No voy a
regañarte… sólo quiero entender lo que pasó… ¿Desde cuando bebes, Harry? Sé
sincero, por favor. – le pedí, pero no obtuve respuesta. Harry miró las sábanas
como si fueran algo muy interesante, incómodo por tener aquella conversación.
Tal vez había esperado que yo no me hubiese enterado de que se emborrachó. – Escúchame.
Por un rato quiero que… quiero que me veas solo como tu hermano ¿de acuerdo? Tu
hermano mayor que te puede dar buenos consejos. Nada de lo que digas me hará
enfadar.
-
Mi
reciente experiencia con los hermanos mayores es peor que mi experiencia con los padres…. – murmuró. No sé si trataba de
hacerme reír, pero no me hizo ni pizca de gracia. Apreté los puños, angustiado
por la idea de que le habían hecho daño y yo no había estado para defenderle.
Para mediar entre ellos como hubiera correspondido.
-
Harry, no
te haré nada. No habrá ningún tipo de castigo, esto es solo una conversación.
En lo que a mí respecta ya has sido castigado. Pero hay algunas cosas que
necesito saber.
Me miró a los ojos, y supe que iba a decirme la verdad. Con él era
difícil saberlo, tenía la fea costumbre de mentirme, pero aquella vez su mirada
me decía que iba a ser sincero.
- No bebo, papá. Esta fue la primera vez. En serio.
Suspiré, realmente aliviado.
-
Y la
última – añadí por él. Asintió tímidamente y decidí levantarle para hablar más
en serio, frente a frente. Quería que entendiera que aquello era importante. –
Harry… mira… no sé si es una virtud o un defecto, pero soy consciente de que a
veces me falta un poco de realismo. Sé que pedirte que no vuelvas a probar el alcohol
es demasiado, y sería un iluso si creyera que me vas a obedecer. Tampoco sería justo pedírtelo, porque cuando
tengas la edad adecuada querrás irte a tomar algo con un amigo o una novia y no
habrá nada de malo en ello. Pero lo que si te pido (y en verdad es más que una
petición, es la orden más inviolable que te he dado jamás) es que nunca pongas
en peligro tu salud. Y eso incluye beber más alcohol del que tu cuerpo puede
asimilar, o beber antes de que tu cuerpo
esté preparado.
Harry me escuchó sin decir nada, jugueteando
nerviosamente con los botones de su pijama. Le sujeté las manos para que se
estuviera quieto un segundo y asegurarme de que me había entendido:
-
¿Alguna
pregunta? – le invité.
-
¿Cuándo
mi cuerpo “estará preparado”? – susurró, muy bajito, casi como dudando si en
verdad podía preguntarlo o no.
-
La edad
legal son veintiún años…
-
No te he
preguntado eso. Has dicho “antes de que tu cuerpo esté preparado”. Eso me ha
sonado más lógico que “espera hasta que en tu carnet ponga que ya puedes
beber”. En otros sitios se puede beber con dieciocho años, y en alguno hasta
con dieciséis. El año que viene puedo pedir la emancipación legal y conducir un
ciclomotor, y dentro de dos años puedo conducir un coche. Podré votar dentro de
cinco, pero no podré beber legalmente hasta dentro de ocho años. Eso es
absurdo. ¿Puedo elegir el futuro de un país pero no qué líquido me llevo a la
boca?
Vaya. Por lo visto mi niño era muy inteligente. Le
dejé acabar y quedarse a gusto, comprobando que hablaba con cierta rabia. No
había que ser un genio para entender que Harry odiaba que le dijeran lo que
tenía que hacer. Era de esas personas que vivirían mejor en una cueva anárquica
que integrado en una sociedad, al menos en algunos aspectos.
-
En primer
lugar, no es tan sencillo como lo planteas. No puedes pedir la emancipación
legal y ni se te ocurra pensarlo, ¿eh? – le advertí. Después de todo Andrew
había hecho justo eso. Él lo había hecho con dieciséis, porque es a la edad a
la que te permiten vivir sólo, pero en California también se podía pedir con
catorce años y que te asignaran un tutor. Siempre con un buen motivo, claro, y
no sólo porque a uno le apetezca.
-
¡No
cambies de tema, papá, sabes que no iba por ahí! Mi punto es que las leyes son
estúpidas…
-
Tal vez,
pero mientras no haya una ley que te pida algo incorrecto, debes respetarlas.
Si algún día se promulga una ley que te obligue a matar personas entonces seré
el primero en apoyar tu rebelión anti sistema. Pero hasta entonces entierra el
hacha de guerra. Madre mía, te pareces tanto a Alejandro…
-
Y tu….¡tú
te pareces a una pared! No se puede hablar contigo… - protestó, y se cruzó de
brazos de una forma algo infantil que contrastaba con el hecho de que quisiera
ser tomado en serio.
-
Sí se
puede, campeón. Sé lo que intentas
decir, y te entiendo. Cada parte del mundo tiene su propia legislación. Todo
tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Tal vez te parezca absurdo poder
conducir, o votar, o vivir solo antes que beber alcohol, pero así es como son
las cosas. Y, desde mi punto de vista,
no es tan mala idea que no puedas beber hasta ser ya más un hombre que un niño.
-
¿Por qué
no? – me increpó. - ¿Qué tiene de malo?
-
Requiere
mucho autocontrol, Harry. ¿Sabías que hay quien considera el alcohol un tipo de
droga?
-
Pero la
droga hace daño y el alcohol no…
-
Todo hace
daño en exceso. Es cierto que una copa no te hará nada, pero si bebes muy
seguido harás daño a tu hígado, a tu cerebro, y a otras partes de tu cuerpo.
-
No soy
idiota. Nunca beberé tanto como para eso…
Le miré con una mezcla de cariño y compasión. Qué ingenuo era. Incluso
él, quizás el menos ingenuo de mis hijos, era muy niño. Yo también lo era a su
edad. Cuando empecé a beber, yo también pensé que a mí no me pasaría lo mismo
que Andrew. Que jamás me volvería un alcohólico.
-
Si se empieza a beber antes de los quince años
hay muchas posibilidades de caer en la adicción, Harry. Te lo digo por
experiencia. No sólo la mía, sino también la de mi padre. No quiero que esa sea una de las cosas que
heredes. Por no hablar del hecho de que beber a tu edad puede producir
problemas con las hormonas.
-
Espera…
eso que has dicho… Alejandro ya me comentó algo….¿tú bebías?
Estaba mentalizado para tener aquella conversación con él. Sabía que
debía hacerlo después de lo que había pasado, pero eso no hizo que fuera menos
duro.
-
Yo tenía
un problema, Harry. Empecé justo cuando tenía tu edad, y me curé cuando era un
poco mayor que Michael. Tengo que tener cuidado, sin embargo, y es por eso que
nunca me veis beber. Tal vez en otra casa, con otro padre, hubieras probado el
alcohol en alguna cena familiar, o en alguna fiesta. Conmigo no, porque yo no
me acerco al alcohol y por tanto nunca hay, y porque soy bastante susceptible
con ese tema. Tal vez el padre enrollado
de algún amigo enrollado le deje beber en la comunión de su hermano, pero yo
nunca lo haré. Me gustaría alejaros del alcohol para siempre, pero tendré que
confiar en que cuando la ley te lo permita serás capaz de controlarte, y de
beber de forma sana y controlada, y no como lo hacía yo.
Me miró muy atento, con mucha curiosidad. Nunca había tenido una
conversación similar con Ted, aunque algo me decía que él intuía el problema.
Era bastante intuitivo y observador, mi hijo mayor, y también prudente respecto
a las preguntas que hacía.
-
¿No
puedes entrar a un bar?
-
Sí, sí
puedo. Han pasado muchos años ya. Puedo ver beber a otras personas sin desear
hacerlo yo, aunque prefiera evitarlo por si acaso. Lo que no puedo es tomar una
bebida alcohólica.
-
¿Por qué
no?
-
Porque volvería
a recaer. Aunque me proponga beber sólo una copa, es superior a mí. Es un
problema de dependencia, y es difícil de explicar bien, campeón. Pero no pasa
nada. No echo de menos esa parte de mi vida. Eso te demuestra que se puede
tener una vida normal y feliz sin que el alcohol forme parte de ella.
-
¿Eso me
pasará a mí si bebo? ¿Qué no podré parar? – me preguntó.
-
No tiene
por qué, Harry, si haces las cosas bien. Tal vez seas propenso a ello, si eres
de los que piensan que la biología tiene algo que ver en este tipo de
problemas, pero no es que estés condenado a volverte un adicto. De todas
formas, tienes que ser responsable, como todo el mundo, y eso implica no
empezar a beber tan joven. No hay necesidad. Eres un niño, Harry. No te piques
conmigo, que no lo digo a malas. Sé perfectamente que ya tienes trece años, y
por eso te digo que aun eres un niño. Al menos para determinadas cosas. Para
ti, de momento, refrescos y nada más.
-
¿Hasta
los veintiuno?
-
Hasta los
veintiuno – respondí, pese a saber que no lo cumpliría.
“Hasta los
dieciocho por lo menos ¿sí?” le pedí al cielo.
-
Bueno. De
todas formas no merece la pena. Me dolía el estómago horrores.
Le sonreí y le di un abrazo, satisfecho porque
sus intenciones fueran no volver a hacerlo.
Aquello no había ido tan mal. Tenía miedo de
perder el respeto de mis hijos si descubrían determinadas cosas de mi pasado.
¿Qué opinión les merecería al saber que había sido un adicto? Yo sentía hacia
Andrew un profundo e irremediable asco, y me mataría saber que ellos sentían lo
mismo hacia mí.
-
… No
hables de esto con tus hermanos ¿vale? -
le pedí - En algún momento se enterarán todos, pero… prefiero que sea lo más
tarde posible.
-
Papá, yo
creo que más o menos ya lo saben. Pero no diré nada si no quieres. Aunque deberías
estar orgulloso.
-
¿Orgulloso?
-
Sí.
Porque te curaste. Porque fuiste más fuerte.
Le estreché más, agradecido por esas palabras.
Le besé justo donde acababa su frente y empezaba su pelo, y luego me levanté,
dejándole a él en la cama.
-
Me voy al
hospital a ver a tu hermano. Si pasa cualquier cosa, o me llamas al móvil, o
mejor, si no es grave, se lo dices a Michael o Alejandro. Yo volveré por la
mañana, pero por si me retraso, que seguramente lo haga, ya sabes que tenéis
que hacer los deberes que os hayan mandado. No hay cole, ya lo sabes, pero
nadie puede salir de casa. Y a usted, señorito, debería castigarlo sin
videojuegos. Pórtate bien con Michael o tal vez lo haga.
-
Yo a ese
no le quiero ver ni en pintura. – me bufó.
Idiota de mí, reconozco que no se me había
ocurrido pensar en cómo afectaría todo aquello a la relación entre Harry y
Michael. Harry parecía odiarle en ese momento, pero confiaba en que fuera algo
pasajero.
-
Harry…
-
No, papá.
No quiero oírlo. Yo no debí hacer lo que hice, pero él no debió pegarme. Es mi
hermano, y aun eso está por ver que lo sea. Al menos Ted me conoce. Hubiera
sido humillante igual, pero estoy seguro de que él no me habría hecho daño.
-
Tienes
razón, Harry. Él no debió hacer eso, y créeme que una parte de mí… -empecé,
pero me callé a tiempo.
-
¿Una
parte de ti, qué? – preguntó con curiosidad.
-
Nada.
Olvídalo.
-
¿Pensaste
en darle la patada? ¿En echarle de aquí? – inquirió, aparentemente entusiasmado
con la idea.
-
¡No!
Michael es mi hijo – le respondí, rotundamente. – Es mi hijo, y lo será para
siempre. Si algún día cometo la estupidez de echarlo de casa será para ir a
buscarle al segundo siguiente y rogarle que me perdone.
-
Entonces
¿qué pensaste?
-
No sé lo
que pensé, Harry. No pensé, para ser sinceros. Estaba enfadado y casi hago algo
de lo que me hubiera arrepentido siempre.
Nunca me había sentido tan cerca de perder los
estribos con uno de mis hijos. Quise golpear a Michael, esa es la verdad. No
castigarle, no, quise golpearle, hasta hacer que su cerebro volviera a
reaccionar. Darle de tortas, o algo así. Tratar con él aquella noche había sido
todo un ejercicio de autocontrol, así que podía entender la ira de Harry mejor
de lo que él pensaba.
-
Papá,
pero sé sincero. Apenas le conoces. Has metido en casa a un exconvicto. No sé,
yo he tratado de verle solo como el hermano de Ted, pero hasta donde sé puede
tratarse de alguien violento. Y tú le has metido en tu casa, con niños de
cuatro y seis años.
-
Basta,
Harry. Entiendo que estés molesto, pero Michael no es peligroso.
-
Yo solo
te lo digo papá. Toma esto como la primera señal. O la segunda, más bien. Ya
has visto cómo te habla. No me extrañaría que un día decida levantarte la mano.
No has traído un niño, has traído un hombre y en concreto un delincuente. Y uno
que sabe actuar bastante bien, así que tal vez el chico al que adoras sea solo
una tapadera, y Michael en verdad sea un hijo de puta.
-
O tal vez
sea al revés y va de duro pero por dentro es una persona excelente. Él os
quiere a todos vosotros como si fuerais de su propia sangre, él mismo me lo ha
dicho y tú me estas pidiendo que le eche de aquí sólo porque la cagó un
poco. No voy a permitir que le hagas
daño con alguna de esas palabras ¿me escuchas? Y ahora mismo vas a ponerte a
copiar cien veces que no debes decir palabrotas.
-
¿Qué? ¡ÉL
ME PEGÓ! ¡ME HIZO MUCHO DAÑO Y TÚ ME CASTIGAS POR ESTAR ENFADADO!
-
No. Te
castigo por decir semejante taco. Te dejaría sin paga, pero ya estás castigado
sin ella.
-
Lo que te
molesta es que en el fondo sabes que tengo razón… Pero no te dan los cojones
para hacerlo porque crees que Ted te odiará para siempre si lo haces.
Abrí mucho los ojos. Ganas no me faltaron de
enseñarle una pequeña lección sobre el respeto y la forma en la que debía
hablarme, pero recordé que tenía moretones y que lo que debería estar haciendo
era mimarle, y no castigarle más.
-
Lo que no
me da es el corazón. Soy humano, y como tal me enfado, y mi instinto de padre
hace que cualquiera que haga daño a mis hijos sea mi enemigo. Pero no cuando el
que lo hace es otro de mis hijos. Michael es tu hermano, Harry. Le quiero, y
tengo miedo de no llegar a ser su padre nunca, porque la relación entre los dos
es difícil. Pero al menos seré su….”algo”…y estaré allí para él. Me necesita.
Poco a poco se está abriendo a mí y apenas alcanzo a vislumbrar todos los
secretos que esconde. Te mentiría si te
digo que eso no me da miedo, o que no me asusto cuando se pone a gritar. Pero
si creyera que es un peligro para vosotros no podría sentirle como hijo mío. Y
lo hago. Y a veces hace cosas que demuestran que no me equivoco. Hoy hablé con
él por teléfono desde el hospital, y
entendí que sería capaz de morir por Ted. Literalmente hablando. Ya
antes de conocerle parecía tener una obsesión malsana por él, como si la
familia fuera para él algo sagrado. Ahora nosotros somos su familia. Y tenemos
suerte de serlo, porque es difícil encontrar a alguien capaz de quererte con
tanta intensidad. Dices que no te extrañaría que un día me levantara la mano: a
mí sí. Ya he comprobado que no es capaz de hacer eso. Y, pese a lo que pudiera
parecer, no le gusta la violencia. No la verdadera violencia: la que va más
allá de peleas entre hermanos. No soy estúpido: sé que Michael sabe cómo hacer
daño a alguien, que ha vivido cosas muy oscuras y que tal vez nunca sepa hasta
qué punto. Pero también sí que nunca usará esas cosas en nuestra contra. Es una
buena persona, aunque él mismo no se lo crea.
Harry no respondió, pero pude ver que era
porque estaba demasiado enfadado para encontrar las palabras.
-
Sé que te
va a costar perdonarle, hijo. Lo sé, y lo entiendo. Pero no pretendas
convencerme de que es peligroso. No me pidas que eche a uno de tus hermanos,
porque es algo que jamás haré.
-
No me
digas que no pensaste en hacerlo ni siquiera por un momento…
-
Dejé a
Ted sólo en el hospital, llegué a casa y me la encontré destrozada, y a Michael
y Alejandro sangrando. Después te vi a ti, que apenas podías andar, y a Dylan,
que ha escuchado algo muy fuerte sin la explicación oportuna. Créeme que pensé
muchas cosas, y ninguna de ellas fue bonita. Los pensamientos no los
controlamos. Lo que sí controlamos son las palabras y las acciones. En ese
momento me sentí un padre de mierda, y pensé, como pienso muchas veces, que
doce hijos son demasiados.
-
¿Piensas
eso? – preguntó, asustado, dejando su enfado de lado por un momento. Creo que
me malinterpretó, y que entendió que me arrepentía de ser su padre. Le alcé la
barbilla.
-
Tendría
veinte más como tú, sino fuese imposible porque eres único en este mundo. Que a
veces me desborde no significa que me arrepienta de la familia que tengo. Os
amo a todos y cada uno de vosotros.
-
¿A
Michael también?
-
A Michael
también. Lo siento. Bueno, no, no lo siento, pero lamento que eso te moleste.
-
Es un ca…
-
Eh, eh,
eh. Mejor no termines esa frase. Ya tienes que hacer doscientas líneas,
campeón.
-
¿Doscientas?
¡Eran cien!
-
Ah, pero
son dos los tacos que has dicho. ¿Hace falta que te recuerde que me dijiste,
literalmente, que no tenía cojones para echarle? Para otra vez di mejor “no
tienes valor”, aunque mejor no digas nada y no me hables así, que soy tu padre.
-
¡No
terminaré en la vida! – protestó - ¡Y además es para críos!
-
Puedes
hacerlo de pie – fue lo único que dije, al ver que detrás de su protesta había
una preocupación real por el hecho de tener que sentarse. Cada vez que pensaba
en eso tenía la sensación de haber sido demasiado blando con Michael. Pero me
dije que no se trataba de vengarme, sino de que aprendiera de su error.
-
Eres malo
– me protestó, en un tono más propio de Kurt que de él. Ya volvía a ser mi niño
mimoso. Me fascinaba esa reacción que tenían todos mis hermanos ante un regaño,
cuando no querían darme la razón pero sabían que la tenía. Usaban entonces un
lenguaje infantil, como para indicar que solo estaban jugando, a ver si
lograban ablandarme.
Me acerqué a darle un beso, para despedirme.
-
Mucho. –
respondí, con un intento de sonrisa. Le acaricié el pelo - Siento lo que pasó
con Michael y siento la forma en la que hemos hablado de esto. Se trata de un
hermano nuevo, no se supone que tengamos que discutir. No quería pelear
contigo. Lo siento. Tengo la cabeza en otra cosa, y fui demasiado brusco.
“Ni
siquiera te imaginas lo asustado que estoy” pensé, para mí. Mi cuerpo
estaba en ese cuarto. Mi mente, estaba con Ted. Por eso mismo no quería pasar
al siguiente punto en mi lista de “cosas pendientes”. Sabía que tenía que
hablar con Dylan, pero no estaba seguro de que fuera el momento adecuado para
hacerlo. Mi mente no estaba al cien por cien.
-
… ¿Nos
llamarás para contarnos que tal está Ted? – preguntó, con algo de ansiedad.
-
Claro. En
cuanto sepa algo os lo digo. No te preocupes, campeón… estará bien…
-
Pero…mmm…¿qué
es lo que tiene? Michael dice que le operaron y…y él…no sé, parecía encontrarse
bien…
-
Los
médicos dicen que fue un hematoma subdural. Por los golpes que recibió el otro
día. Pero no me preguntes lo que es porque no lo sé bien del todo – respondí,
con sinceridad. Tal vez, de haberlo pensado mejor, le habría dicho una mentira
o habría evitado contestar a su pregunta.
-
Vale… Ve
con él…. Y dile que… bueno, no le digas nada.
–musitó, ruborizándose.
-
Le diré
que le quieres, campeón, aunque ya lo sabe.
Salí de su habitación y me fui a buscar a
Dylan. Por más que pensase que aquél no era el momento adecuado para hablar con
él, sabía que no podía dejar correr el tiempo porque por la cabeza de Dylan
podrían estar pasando muchos pensamientos erróneos.
Le encontré en su cuarto, rompiendo en
pedacitos un trozo de papel. Le gustaba hacer eso: romper las hojas para luego
lanzar los pedazos como si fueran confeti. A veces me sentía capaz de observar
a Dylan durante horas. De observar todo lo que hacía para distraerse, como si
me estuviera ofreciendo un pequeño atisbo de cómo funcionaba su mente.
Me senté a su lado sin decir nada y traté de
robarle un trocito de los que estaban por el suelo. Me agarró la mano para
impedirlo, y sonreí. Aunque parecía que no era consciente de mi presencia, en
realidad me estaba prestando mucha atención, y esa rapidez de reflejos lo demostraba.
-
¿No me
das uno?
-
Hay
cin-cinc-cuenta y cinco. Es un número p-perfecto. Si c-coges u-uno habría
c-cincu-cuenta y c-cuatro. – me dijo. No pude evitar fijarme en que hacía
tiempo que no se trababa tanto con las palabras. Eso confirmaba mi teoría de que su afasia tenía mucho que ver con sus
emociones.
-
¿Los
cuentas? – me maravillé, aunque no sé por qué me sorprendía, si Dylan era capaz
de contar cualquier cosa, como cuántos coches azules veía a lo largo del día
No obtuve ninguna respuesta, pero Dylan volvió
a agrupar todos los pedazos y los volvió a esparcir.
-
¿Por qué
haces eso? – pregunté, tratando de comprender una vez más cómo funcionaba su
cerebro. Tampoco me respondió entonces. Tal vez ni él mismo lo sabía, aunque
creo que en definitiva la relajaba, y quizás lo hacía sólo por eso.
Le dejé hacerlo un par de veces más, y
entonces le agarré las manos para que lo dejara y me prestara atención. Aquello
no le gustó nada y emitió un gemido mientras trataba de soltarse.
- Escúchame, Dylan. Tengo que decirte algo
importante. Deja eso un momento.
-
¡No!
-
Necesito
que lo dejes, campeón.
-
¡NO! –
chilló, y como vio que intentaba apartar
los papeles de él, me mordió la mano.
-
¡Dylan!
Pero bueno ¿qué fue eso? - le regañé,
frotándome la mano con la marca de sus dientes. No solía hablarle así, sino que
le explicaba las cosas sin regaños. Algo debió de notar en mi voz, porque se
quedó quieto – No se muerde ¿eh? Y a papá menos. ¿Me escuchaste? No se muerde.
Haces daño. No se muerde.
Se lo repetí para asegurarme que se quedaba
con el mensaje.
-
Solo
quería hablar contigo. Y aun quiero. Los
papeles seguirán ahí después. Ven, vamos a levantarnos del suelo. – me levanté
y le agarré bajo los brazos para auparle y ayudarle a levantarse. Dylan era
algo torpe con algunos movimientos físicos, aunque a medida que crecía sus habilidades motoras
se parecían cada vez más a las de un chico cualquiera de su edad.
Ocurrió entonces algo extraño, y es que cuando
se vio de pie sobre el suelo, se llevó las manos atrás como hacía a veces Kurt
cuando sabía que había hecho algo mal y que yo iba a castigarle. Dylan jamás
había hecho eso, pero Michael le había pegado aquella tarde así que supuse que
asociaba “se enfadan conmigo” con “me van a pegar”.
Muy lentamente corrí sus manos, sorprendido
por el hecho de que Dylan cada vez mostraba más reacciones ante lo que pasaba a
su alrededor. Lo consideré muy positivo, aunque aquella reacción en particular
no me gustara.
- No necesitas hacer eso, mi amor. – le
aseguré, con algo de pena por el miedo que mostraban sus ojos. Despacio, para
no asustarle, le abracé y le cogí en brazos. Esperé a ver si daba muestras de
querer que le bajara, incómodo por el contacto físico, pero no dijo nada y
tampoco luchó por soltarse. - ¿Qué ha pasado hoy con Michael, campeón?
-
N-no
quiero hablar de eso.
Dylan a menudo daba esa respuesta, cuando la
conversación no le gustaba. Aunque generalmente lo decía cuando sabía que había
hecho algo mal y no quería hablar al respecto. En aquella ocasión él no había
hecho nada malo…
-
¿Por qué
no? ¿Estás enfadado? ¿Estás enfadado con él?
-
No m-me
llevó a p-por c-caramelos. Es un m-mentiroso. P-pero n-no estoy enfadado.
-
Bueno, pues eso está muy bien. Demuestra que
ya eres un niño mayor que entiende que las cosas no siempre salen como queremos
–le alabé. – No has podido ir hoy a por chuches porque Ted se ha puesto malito.
Nadie tiene la culpa de eso, campeón, así que me alegro de que no te enfadaras
con él.
-
Dylan no
está enfadado. Él s-sí. C-con Harry. Mucho.
-
Sí…
bueno… Eso es… complicado.
-
Y con
Dylan.
-
¿Con
Dylan? ¿Contigo? No mi amor, Michael no está enfadado contigo. – me apresuré a
aclarar.
-
Sí.
P-porque soy a-autista. Él me lo d-dijo. Y m-me pegó.
-
Escúchame,
cariño. Préstame mucha atención ¿sí? Michael no debió pegarte, ni decirte eso.
Estaba enfadado, sí, pero no tiene nada que ver contigo. Tú no has hecho nada
malo.
Dylan no me respondió, así que le separé un poco para
verle la cara, para saber si me había escuchado. Me sorprendí al notar que
tenía las mejillas húmedas. Era raro verle llorar, y de todas formas siempre me
sobrecogía cuando mis hijos lloraban en silencio, como si fuera algo que les
salía directamente del alma. Tenía que solucionar eso pero ya.
Sin decir nada,
le llevé a mi habitación, donde aún estaba Michael. Nos miró
sorprendido, y más cuando Dylan se escondió un poquito en mi pecho, como si
buscara que Michael no le viera.
-
Michael,
¿verdad que él no hizo nada malo? ¿A que no estás enfadado con él?
Había esperado oír un “no, claro que no”, inmediato.
También había imaginado que se pondría de pie y vendría a darle un beso. No me
di cuenta de que eso es lo que habría hecho Ted, y que estaba siendo iluso al
pensar que reaccionarían de la misma manera.
Michael se nos quedó mirando sin decir nada, pero ese
silencio resultó muy elocuente.
-
¿Michael?
– interrogué.
-
No estoy
enfadado. Pero no puedo decir que no hizo nada malo cuando no es verdad.
-
No me
puedo creer lo que estoy oyendo… ¿De verdad crees que tu hermano tiene alguna
culpa?
-
Sí, claro
que sí. Será autista y todo lo que tú quieras, pero no es idiota.
-
¡Sé más
delicado! – regañé, indicándole con la mirada que Dylan estaba delante.
-
No
entiendo cuál es el problema – dijo Michael – Yo soy diabético y no me traumo
cuando me lo dicen. Va a vivir toda su vida con ello ¿no? Entonces no está mal
que sepa lo que tiene. No lo digo por insultarle ni por hacerle sentir mal.
Sólo describo lo que tiene. No hay por qué ocultarlo como si fuera un tabú.
Traté de responder algo, pero lo cierto es que me había
dejado sin palabras. Eso era muy cierto. Yo sabía que Dylan tendría que
enfrentarse en algún momento a la realidad, sólo era que me parecía muy pronto
aún. Sólo tenía ocho años…
-
En
cualquier caso él no tiene culpa de… no es su culpa que… él no eligió esto. –
repliqué. Se me hacía incómodo tener esa conversación con Dylan presente. – Y no es algo malo. No entiendo cómo puedes
decirle eso, Michael, precisamente tú, que también padeces algo que no puedes
controlar.
-
¿Qué?
¡No, claro que eso no es su culpa!
-
¿Entonces?
¿Qué es lo que se supone que ha hecho mal? – insistí.
-
Yo hablo
de su numerito de autolesionarse. De esa manía que ha cogido de hacerse daño
cuando estás regañando a alguno de los otros. Eso fue lo que pasó con el
maldito macarrón: se lo tragó a propósito. Y hoy por poco se revienta el pie
para distraerme y que dejara en paz a Harry.
Las fichas empezaron a caer como castillos de naipes.
No había tenido ningún sentido para mí que Michael le pegara ni que dijera que
era su culpa el ser autista, por más enfadado que estuviera. Ahora entendía que
todo era mucho más grave de lo que había imaginado. Por supuesto que Michael no
le culpaba por eso.
-
Dylan,
¿es eso verdad? – exigí saber, recordando la angustia que sentí cuando casi se
ahoga delante de mí. Recordé también cuando dijo que se encontraba mal justo
cuando estaba regañando a Kurt. Y por lo visto también aquél día, para distraer
a Michael.
Mi pequeño no dijo nada y siguió con la cara escondida
en mi pecho.
-
Respóndeme,
Dylan. ¿Es verdad lo que dice Michael?
-
Te
confundes al pensar que no tiene malicia alguna sólo porque su mente funcione
diferente. – me dijo Michael - No deja de ser un niño de ocho años que intenta
salirse con la suya siempre que puede. Le dejas hacer absolutamente todo lo que
quiere y nunca hay consecuencias para él.
-
No es
momento de hablar esto ahora. Tengo que volver con Ted…
-
Claro,
porque te conviene. Porque así lo dejas pasar una vez más, y que siga haciendo
lo que quiera.
-
No le voy
a pegar, si es lo que estás sugiriendo. Antes estábamos en su cuarto y se ha
tapado, asustado porque pensaba que yo iba a hacer lo que le hiciste tú.
Gracias por eso: ahora no se siente seguro.
-
Vaya,
pues entonces ya no quiero contarte como debe de sentirse Kurt. A él no tienes
ningún problema en castigarle, y es más pequeño.
-
No se
p-pega, papi – me recordó Dylan, asomando por fin su cabecita.
-
No,
Dylan, no se pega, cariño. Pero no
puedes volver a hacerte daño a ti mismo o a decir que te duele algo cuando papá
esté regañando a tus hermanos. ¿Me oyes, Dylan? No puedes hacerlo. No se
miente, y no se hace daño, menos a uno mismo.
-
¿Estás enfadado?
De alguna forma tenía que conseguir estar seguro de
que no lo hacía de nuevo.
-
Sí,
Dylan, estoy enfadado, porque me asustaste mucho al tragarte aquél macarrón, y
eso no se hace. No se le dicen mentiras a papá, tampoco. No se le dicen
mentiras a nadie.
Dylan puso la palma estirada de su mano sobre
mi mejilla. Él no sabía disculparse. Es decir, había aprendido a decir “Lo
siento”, pero siempre que lo decía sonaba a mentira, porque su lenguaje
corporal no acompañaba a su disculpa. Lo decía con la barbilla alzada, los ojos
seguros y a veces hasta sonriendo, de tal forma que alguna persona que no le
conociera pensaba que se estaba burlando de él. Dylan no sabía interpretar los
lenguajes gestuales de algunas emociones, y sobre todo, no sabía hacerlos.
Sabía reconocer cuando alguien le pedía perdón, pero no sabía repetirlo. Así
que en algún momento aprendió que había gestos que a la gente le gustaban más
que una disculpa que no parecía sincera. Aprendió que si me tocaba la mejilla
como en ese momento, yo automáticamente me sentía obligado biológicamente a
sonreír, y entonces él sabía que no estaba enfadado.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano por no
sonreír aquella vez. La vida de mi hijo había corrido peligro con aquél
estúpido macarrón. Me había desesperado al pensar que no había nada que yo
pudiera hacer para asegurarme de que no pasaba de nuevo. Había creído que Dylan
era incapaz de entender que no podía hacer eso. Pero no sólo era capaz, sino
que lo entendía perfectamente. Sabía que hacerlo era peligroso, y lo había
usado para manipularme. Para distraerme. No dejaba de haber un buen gesto en el
hecho de que pretendiera defender a sus hermanos, pero no podía hacerlo a costa
de su salud. O de mentirme. Ya me costaba bastante saber cuándo estaba enfermo,
teniendo en cuenta que a veces elegía callarse las cosas, como para encima
tener que dudar cada vez que me lo dijera por si era otra de sus mentiras.
Al ver que seguía serio Dylan apartó la mano.
Miraba al infinito con inexpresividad, pero yo sabía que estaba triste.
-
Vas a
irte a la cama ahora. De todas formas ya es hora de que estés acostado, pero
hoy te vas a ir a dormir sin cuento y mañana también. Y quiero que me des tus
canicas.
Le dejé en el suelo para ver qué hacía. Para
ver si entendía que le estaba castigando. Hacía mucho que yo había dejado de
intentar hacer eso. Dylan no dijo nada y se giró para marcharse. Imaginé que
había ido a por sus canicas, y pensé que había sido mucho más fácil de lo que
esperaba.
Michael me miró con aprobación, pero por
alguna razón fui incapaz de sentirme bien conmigo mismo. Me dije que tendría
que haberle sonreído, o al menos haberle dicho que estaba perdonado. Dylan
había manifestado, a su peculiar modo, que lo sentía. Y había algo más, algo
más que no me dejaba tranquilo… Caí en la cuenta de que se suponía que yo debía
hablarle de lo que había escuchado de labios de Michael y en vez de eso le
había regañado y castigado por primera vez en la vida. Dylan había pensado que
Michael estaba enfadado porque era autista. Igual se creía que yo me había
enfadado por eso también.
Maldije mi aspereza mentalmente, y fui a
buscarle. Le encontré rodeado de cajas, que iba sacando de debajo de su cama.
En cada una de ellas había un montón de canicas. No sabía que tuviera tantas.
Mientras sacaba una caja tras otra, nuevas lágrimas rebosaban y caían sin
control por su rostro, hasta el punto de que parecía que su cuerpo se estaba
cobrando todas las lágrimas que no había derramado de más pequeño. Empezó a
dejar caer las cajas en vez de a colocarlas, cada vez con más rabia, y supe ver
que estaba a punto de tener una rabieta.
Tenía práctica ya en sus ataques, así que en
menos de un segundo estaba con él, agarrándole. Comenzó a gritar y a
contorsionarse. No eran gritos coherentes, sino sonidos semiguturales. Nos
senté en el suelo y esperé a que se calmara. Le llevó un rato, pero al final lo
hizo. Cada vez le llevaba menos tiempo.
Poco a poco, aflojé el agarre que tenía sobre
él y se quedó sentado sobre mis piernas, respirando hondo como yo le había
enseñado cuando se alteraba. Acerqué a nosotros una de las cajas con canicas, y
tome una de ellas. Se la enseñé con la palma abierta, y luego cerré el puño.
-
Este eres
tú, Dylan. Esta canica. Estás aquí dentro, y no puedes salir. A veces se está
muy solo ahí. – le dije, y con la otra mano cogí varias canicas más. – Estos
somos nosotros. Estamos aquí, cerca de ti, observando tu mundo sin llegar a
entenderlo. Tú no puedes salir, pero nosotros, a veces, podemos entrar. Cuando
tú nos dejas. – continué, y fui levantando uno a uno los dedos de la mano con
la que apresaba la primera canica, hasta que asomó un poquito. Metí una de las
otras canicas con esa primera y luego le di las dos a Dylan – Eso es lo que te
pasa, Dy. No es una enfermedad, tampoco es algo que puedas evitar, y no es algo
que vaya a curarse. Es, simplemente, parte de lo que eres. Es algo que te hace
muy especial y que te permite ver el mundo de otra manera. Haces cosas mejor
que otras personas, y aquellas cosas que te cuestan las puedes aprender, aunque
haya gente estúpida que te diga que no alguna vez. A esa gente no les escuches.
Yo te he visto aprender muchas cosas. Te he visto en el escenario en la función
del colegio, mirándome a los ojos. Estabas tan guapo ahí arriba… Me sentí muy
orgulloso de ti. Te dirán que hay muchas cosas que no puedes hacer. Que no
puedes mirar a los ojos de las personas cuando te hablan, pero tú me miraste. A
veces me miras. Y eso es porque no hay NADA que no puedas hacer. Tú, campeón,
puedes conseguir aquello que te propongas. Y yo voy a estar siempre aquí para
ayudarte.
No obtuve ninguna respuesta, pero ya estaba
acostumbrado a sus silencios. Generalmente eran algo más bueno que malo.
Significaba que estaba procesando mis palabras.
Tras unos segundos, Dylan se puso de pie, y
empezó a rebuscar algo entre sus cosas de la escuela.
-
¿Qué
buscas, campeón? - le pregunté, pero
para entonces ya lo había encontrado. Vino hacia mí con un papel, un folleto
con dibujos que le daban en el colegio. Los de color rojo eran para cosas que
no se podían hacer. Los de color azul eran con instrucciones. Aquél era de
color azul.
“¿Cómo
pedir perdón?” decía el título.
“Pedimos perdón cuando hacemos o decimos
algo que hace daño a otras personas. A veces esas personas nos dicen claramente
que les hemos lastimado, pero hay otras en las que creen que nosotros vamos a
saber lo que les pasa. “
-
¿Qué es
eso, Dylan? – indagué, pero seguí leyendo. El folleto le daba algunas
instrucciones para reconocer el enfado en otras personas, y por último algunas
indicaciones sobre cómo disculparse. Seguí leyendo en voz alta. - Cuando pedimos perdón las palabras tienen que
ir acompañadas de unos gestos. Tenemos que mirar a los ojos de la otra persona.
-
Eso es
muy difícil – comentó Dylan.
-
Tenemos
que poner la voz grave, seria.
-
Mi voz es
aguda – protestó él.
-
No
podemos sonreír. La sonrisa significa que estamos alegres, y la otra persona se
sentirá muy mal si cree que nos alegramos de haberla hecho daño. – continué,
preguntándome quién habría escrito con el firme deseo de enviar una tarjeta de
agradecimiento.
-
Eso sí es
fácil.
- Y sobre todo, cuando pidamos perdón
tiene que ser por algo que sentimos de verdad. Son palabras muy importantes. –
concluí, entendiendo por qué me había enseñado ese folleto. Dylan había
adoptado justo la posición que indicaba el dibujo del papel, y estaba intentando mirarme a los
ojos.
-
Siento
haberte hecho daño. No era mi intención perjudicarte de ninguna forma. –
murmuró. Algo propio de Dylan, y de muchos niños como él, era utilizar un
lenguaje característico de gente mucho mayor. Esto a veces les hacía parecer
prepotentes, pero era simplemente su forma de expresarse. - ¡Conseguí d-decirlo
d-de c-corrido! – exclamó, con una sonrisa genuina como las que nunca le veía
poner.
Tiré de él y le atrapé entre mis brazos,
ladeándole un poco para verle la cara y darle besos en la frente.
-
Yo te
como. Enterito. Empiezo por la nariz y termino por los deditos de los pies.
-
Las
personas no se comen.
-
Ah, pero
los niños sí, y me los como yo. – repliqué, y le di otro beso, aprovechando que
medio se dejaba. – Estás más que perdonado, Dylan. Sé que no pretendías hacer
nada malo, cariño. Es más, estoy seguro de que querías hacer algo bueno, porque
solo tratabas de defender a tus hermanos. Y eso está muy, muy bien – alabé,
consciente de que era un logro el hecho de que Dylan mostrara algún tipo de
interés por otra persona – Pero hay una forma correcta de hacerlo, campeón, y
una incorrecta, y tú elegiste la incorrecta. Hiciste algo muy peligroso y
además le mentiste a papá, y ya sabes que eso no se puede hacer.
-
¿P-por
eso me vas a q-quitar mis c-cánicas? – preguntó, con algo que se parecía tanto
a un puchero que dudé por un segundo si
no estaba hablando con un Kurt algo más alto y algo menos rubio. Reparé en que
ellos dos se parecían bastante, aunque los ojos de Dylan eran del mismo color
castaño que los de Cole.
Me quedé con la vista fija en un punto de la
pared mientras buscaba la forma de responder a su pregunta. Ninguno de mis
hijos me había preguntado antes por qué les castigaba. Es decir, sí alguna vez,
por una situación concreta en la que quizá no entendían lo que habían hecho
mal, pero nunca como concepto. Sabía que la pregunta de Dylan iba más allá de
aquél caso particular. Estaba tratando de encontrar la relación entre “hago
algo mal” y “hay consecuencias”. Yo sabía que mi hijo era listo, sin embargo, así que una parte
de él debía de intuir la respuesta y sólo quería que yo se lo dijera.
-
Pienso
devolvértelas ¿sabes? No te las estoy quitando. Te las daré el fin de semana.
Sólo… las estoy requisando por un tiempo. Sé que no te gusta, y lo siento
mucho, pero quiero que te sirva para recordar que nunca debes volver a tratar
de hacerte daño ni a mentirme.
-
Pero… me
acordaré… - protestó. Agarró una de las
cajas, como diciendo “mía”. Le separé de ella con cuidado y gimoteó un poco.
Luego fue hasta su mesa, cogió un papel y un lápiz y me los dio.
Parecía estar diciéndome “así es como funciona, has cambiado las reglas. Si hago algo mal tú me
lo enseñas con dibujos no me quitas mis cosas”
Lo cierto es que yo estaba tan confundido como él. No
sabía si estaba haciendo lo correcto. El
método de los dibujos funcionaba, así que ¿por qué cambiar las normas justo
entonces?
“Porque casi se
ahoga” dijo una voz en mi cerebro.
“No lo hará otra vez”.
“¿Vas a arriesgarte?”
Le miré a los ojos
durante un rato, o al menos lo intenté porque él tenía la mirada puesta
sobre el lápiz que me ofrecía.
-
Es que…
esto no se puede dibujar, Dylan. Esto lo vas a aprender de otra manera.
“¿Por qué tiene que hacerlo tan
difícil?”
“Es su trabajo hacértelo
difícil. El tuyo es ser fuerte y resistir esa carita”.
-
Snif…-
dejó el papel en el suelo y me dio las canicas que yo había usado para hablar
con él. Lo tomé como un gesto de buena
voluntad.
-
Gracias,
campeón. ¿Me das un beso?
Me lo dio, más mimoso de lo que era habitual en él, y
se recostó sobre mí, en algo que era más un intento de usarme de colchón que de
abrazarme. Jamás pensé que llegaría el día en el que vería a Dylan hacer eso.
Jamás pensé en que le vería tan… mayor…Confrontando aquello como... bueno, como
cualquier otro de mis hijos, sin entrar en pánico o sufrir uno de sus ataques
–no me gustaba referirme a ellos como pataletas porque no eran exactamente
eso-.
-
Me parece
que alguien tiene sueño – comenté, y me puse de pie con él en brazos para
llevarle hasta su cama.
-
No tengo.
-
Sí tienes,
que lo sé yo. – apreté su costado cariñosamente.
-
Mentira.
Dylan no solía poner problemas con la hora de dormir.
Es más, ponía problemas si, como aquél día, llegaba “su hora” y aún no estaba
en la cama. Había aprendido a ser más flexible con los horarios, pero aun así
la hora de dormir era sagrada para él, y a mí me venía de perlas, la verdad.
-
¿Y cómo
es que no tienes sueño, mm? - le dije,
reprimiendo una sonrisa porque le vi bostezar. Más bien parecía ya medio
dormido.
-
No
tengo. – insistió. – No podré dormirme
sin cuento.
Oh. Pequeña cosita mona y manipuladora…
-
Mmmm…
Papá te dijo que no había cuento, campeón.
– le recordé, como si no lo supiera. – Pero no dije nada de una canción.
¿Quieres una canción?
Dylan no dijo nada, pero lo tomé como un sí. Ya estaba
consiguiendo bastante conversación por su parte. De hecho me sentía eufórico
por lo bien que estaban saliendo las cosas con él. La forma positiva en la que
iba respondiendo a tantos cambios.
El siguiente punto era pensar qué canción escogía. A
Dylan no le gustaban las nanas, o algo que él intuyera que era una nana, como
si no quisiera nada capaz de adormecerle. Recordé que le encantaba la película
de El Hobbit, y que salía una canción cortita que había logrado aprenderme.
Además era fácil de cantar. Estiré la mano para ver si me dejaba acariciarle el
pelo y sonreí cuando no me apartó. Le di un beso, y comencé a canturrearle muy
bajito:
Far over the Misty Mountains cold
To dungeons deep and caverns old
We must away ere break of day,
To find our long-forgotten gold
The pines were roaring on the height
The winds were moaning in the night
The fire was red, it flaming spread
The trees like torches blazed with light
On silver necklaces they strung
The flowering stars, on crowns they hung
The dragon-fire, in twisted wire
They meshed the light of moon and sun.*
Dylan me miró fijamente con una intensidad que, la
verdad sea dicha, me hacía sentir bastante incómodo. Pero poco a poco sus
ojitos se fueron cerrando, y aunque no llegó a dormirse del todo parecía que le
faltaba poco. Me aseguré de que
estuviera bien arropado, me levanté de su cama y le di un beso.
-
Te quiero
mucho, campeón, y no soportaría que te pasara nada malo.
Juraría que cuando salí de la habitación ya estaba
dormido.
… Solo me faltaban otros diez hijos por acostar. Y el
reloj seguía avanzando, y yo no estaba con Ted. Desesperado, traté de reunirlos
a todos en el salón. Menos a Harry, que estaba acostado también.
-
A ver, a
ver. Pero ¿qué hace todo el mundo levantado? Ya es hora de que todos estéis en
la cama.
-
¿Ted no
va a venir a dormir? – preguntó Cole. Pobrecito. Tenía los ojos enrojecidos, y
parecía a punto de llorar.
-
Creo que
no, campeón. Pero va a ponerse bien, ya lo verás. Yo ahora me voy con él, y
vosotros os quedáis aquí con Michael y Alejandro. Ellos están al mando
¿entendido? –añadí, mirándoles a todos - Y se les hace caso. No quiero escuchar
una sola queja o todos estaréis castigados hasta que Alice cumpla dieciocho.
-
¿Y si son
ellos los que la lían? – repuso Barie, como diciendo “los que la armaron antes
fueron ellos”.
-
Entonces
les regañaré a ellos cuando vuelva a casa. Pero realmente confío en que todos
mis hijos sepan comportarse por unas horas. Así que venga, todo el mundo a la
cama.
Subía a acostar a los pequeños, y fue todo un reto
meter a Kurt en la cama sin despertar a Dylan. Cuando acabé con los más peques
pasé a dar un beso a todos los demás y me demoré un poco con Zach.
-
Zachary…
- le dije, mientras él trasteaba con el móvil un rato. Levantó la vista un segundo
– Ayuda a tus hermanos ¿quieres? Échales un cable. Todo esto es nuevo para
Michael y necesitan toda la ayuda posible.
-
Vale. – respondió, y siguió a lo suyo con el móvil.
-
¿No me
vas a preguntar por Ted? – alguno de mis hijos, mientras les arropaba, habían
intentado sonsacarme algo por si me estaba callando cosas delante de los
enanos.
-
¿Me vas a
contestar?
-
Dentro de
lo poco que sé… - le respondí. Zach ya tenía trece años, y suponía que a él no
le valía con un “Ted no vendrá a dormir hoy, pero va a ponerse bien”.
Zachary dejó el móvil y me miró fijamente, con cierta
gravedad impropia de él, que casi siempre estaba de broma.
-
¿Por qué
no le llevaste antes al hospital?
Esa acusación me dolió en lo más hondo. No era el tipo
de pregunta que me esperaba.
-
Yo... no
sabía… Él parecía estar bien.
-
No me
refiero a eso. Me refiero a que por qué no te dijo que se encontraba mal.
Cuando vuelva, le voy a matar.
-
Ah.
Bueno, tampoco creo que él fuera consciente de que le pasaba algo.
-
Aun así
le mataré – me aseguró. Se veía bastante
tierno con ese mohín a medias de enfado y a medias de preocupación.
-
Buenas
noches, Zach. Qué duermas bien.
-
¿Tú vas a
dormir algo?
-
Claro, en
el hospital. – le mentí. Dudaba que pudiera pegar ojo aquella noche.
Apagué la luz, y salí del cuarto. Veinte minutos
después salía por fin de casa, más tarde de lo que había planeado.
-
Ted´s POV -
Holly me dejó llorar sin decir nada, como
respetando que me estuviera haciendo el
dormido. Los dos sabíamos que era mentira, pero yo había girado la cara y
cerrado los ojos. Unicamente las lágrimas me delataban.
Creo que ella estaba esperando que terminara
por dormirme de verdad, pero como el
tiempo pasaba y yo seguía despierto debió de decidir que tenía que hacer algo
por distraerme. Se acercó a mí, pasó el dedo por mis mejillas para secármelas y
no me quedó más remedio que abrir los ojos.
Los suyos me miraban fijamente, azul profundo, probablemente lo más
bello de su rostro. No era fea, aunque sí algo regordeta. Pero tenía rasgos
delicados e iba muy bien maquillada.
-
Ya no se
llora más – me dijo, en tono suave, como si me estuviera regañando, pero estaba
sonriendo. - ¿Cómo te encuentras? Al
final no fuiste al baño. ¿Quieres que te ayude?
-
No…
Me estaba muriendo de ganas de vaciar la vejiga,
pero me daba demasiada vergüenza.
Holly me ignoró, cogió la palangana y se
acercó a mí. La miré horrorizado, pero parecía inmune a mis miradas. Me
desarropó y puso la cosa esa en mis manos.
- Los hombres lo tenéis más fácil. Sólo
tienes…ya sabes…que apuntar. Me doy la vuelta ¿vale?
Se giró, y yo me quedé quieto sin saber qué venía a continuación. Al
principio no entendía lo que quería que hiciera. Luego entendí que aquello era
parecido a orinar en una botella… cosa que nunca había hecho y que me hubiera
venido bien para practicar. Hice lo que pude con la bata y luego intenté
olvidarme de que estaba delante…
“Lo
va a escuchar… así no hay quien haga nada, es como si me estuviera viendo…ay
madre como odio esto….”
-
¿Sabes?
No sé por qué me recuerdas mucho a uno de mis hijos. Aún no he encontrado nada
que tengáis en común, pero me recuerdas mucho a él. – me dijo. Me estaba dando
conversación para distraerme.
-
¿Cuántos…
cuántos hijos tienes?
-
Once.
Glup. Ella once y papá doce. ¡Viva la fiesta!
-
¿Y eso? –
pregunté, casi de manera inconsciente - ¿No son muchos?
Temí haber sido indiscreto, pero ella solo se rió, aún
sin girarse.
-
Ya sé… ya
sé que es irónico que te diga eso cuando nosotros somos doce - añadí – Pero… en nuestro caso… Papá
no…mm…papá…
Aidan no nos planeó. No éramos sus hijos biológicos.
Él no eligió tener tantos hijos, pero Holly sí… En fin, papá siempre podría
haberse desentendido de nosotros, pero no fue cosa suya el traernos al mundo.
-
Siempre
quise una familia numerosa – me respondió – Y…las cosas…se dieron así.
-
¿Mi padre
lo sabe?
-
Sí.
Até cabos y me di cuenta de que probablemente por eso
las cosas no parecían haber ido bien en su cita. Papá debía de haber sumado dos
más dos, o mejor dicho, once más doce, y debía de haber llegado a la conclusión
de que lo suyo no podía continuar. Lo mismo debía de haber pensado Holly y por
eso negaba que fueran a seguir juntos.
-
Háblame
de ellos. ¿Son todos…tuyos?
-
Eres
directo ¿eh?
-
Perdona….No
quería molestarte…
-
No me
molesta. Sí, todos son mis hijos, sí es lo que me preguntas, aunque solo parí a
diez de ellos.
“Sólo”. Caray.
Me pregunté cuál sería la historia del número once.
-
Yo…
siempre he querido tener muchos hijos, como papá. Aunque a veces le veo y se me
quitan las ganas – comenté.
-
¿Por qué?
– preguntó Holly. Su voz sonaba divertida.
-
Porque
hay días que no parece que vaya a llegar a los cincuenta. Le volvemos loco…
-
Estoy
segura de que si le preguntas a él te dirá que volverse loco es lo mejor que le
ha pasado.
No supe qué responder, pero ya estaba más relajado y de pronto me
vinieron las ganas de orinar. Lo hice y carraspeé, incómodo, cuando hube
terminado. Holly esperó un poco para darse la vuelta, y luego me miró como si
nada. Aquello era tan humillante…había dejado la palangana en una mesita y me
sentía un inútil por no poder ir al baño como una persona normal.
-
No
tienes…¿no tienes que ir con tus hijos? – murmuré. No la estaba echando, ni
nada, pero ella tenía una familia de la que ocuparse.
-
Están con
mi hermano. Y a estas horas, estarán durmiendo.
-
¿Puedo…?
Mmm…No sé si debo preguntarte por….. No, lo siento, déjalo. – me interrumpí a
mí mismo varias veces al darme cuenta de lo improcedente de la pregunta que
quería hacer. Sentía mucha curiosidad, y descifrar los misterios que escondía
Holly era mejor que pensar en el hecho de que estaba en el hospital.
-
¿Qué ibas
a decirme? No tengas vergüenza, ni nada. Pregunta lo que quieras. – me invitó,
y parecía totalmente sincera.
-
¿Qué le
pasó a tu marido? – dije al final, tras unos segundos. Estuve atento a su
reacción. Sus ojos se nublaron, pero no solamente con tristeza. La mirada que
puso al recordar a su marido fue parecida a la que ponía papá al acordarse de
Andrew…
-
Era
soldado. Murió en acto de servicio.
Abrí la boca sin saber qué decir. En mi mundo las
guerras eran algo muy lejano, que sólo se veía en las noticias.
-
Lo… lo
siento mucho. Yo… la verdad es que…no sé qué decir.
-
Está
bien, Ted, no tienes que decir nada. Ocurrió hace un año. No me gustaría que
pensaras que… que trato de aprovecharme de tu padre de alguna manera.
-
¿Qué?
¿Por qué pensaría eso?
-
Es sólo
que… algunas personas recientemente me han dicho que solo estoy buscando a
alguien para…. para que me ayude con…con todo…con los once…y …quiero que sepas
que no es eso.
-
Eso es
absurdo. Además, no sería muy inteligente de tu parte hacer eso con Aidan, que
tiene más hijos que tú. Quien te haya dicho eso es imbécil. – declaré.
-
Me lo
dijeron mis hijos.
-
Ah.
¿Sabías que a veces hablo demasiado? Creo que mejor me voy callando porque
llevo ya unas cuantas que…
De pronto Holly soltó una carcajada. Fue un sonido
alegre y contagioso, que me recordó de alguna forma a la risa de mis hermanos
pequeños.
-
No, para
nada. Eres sincero, eso me gusta.
-
Aunque
sean tus hijos no debieron decirte eso. No es justo. Tienes… tienes derecho a
rehacer tu vida. – opiné. En fin… Holly no estaba haciendo nada malo ¿verdad?
-
Era su
padre. – respondió únicamente, como si no hiciera falta decir nada más, y los
dos nos quedamos algo pensativos.
Supuse que ella estaría dándole vueltas a
recuerdos dolorosos. Me había dado cuenta de que sus ojos eran tristes, salvo
cuando sonreía. Eso me hacía pensar que se esforzaba por estar animada,
pero que por dentro era una persona que
cargaba con una gran tristeza. Su mirada estaba teñida por una angustia que
creo que jamás llegaría a comprender. Me pareció una mujer muy fuerte, aunque
fue sólo una intuición.
Iba a decir algo más, pero en ese momento se
abrió la puerta y Aidan entró en la habitación. Tenía aspecto de cansancio y
preocupación, y pude escuchar su alivio en forma de suspiro cundo vio que
estaba consciente. Recorrió la habitación en dos zancadas y acercó su frente a
la mía.
-
Ted… -
susurró. Parecía querer decir muchas cosas con tan solo mi nombre. Fue un
saludo, pero también una disculpa, y la expresión de un miedo profundo, y una
pregunta no expresada, todo ello a la vez. – Ted… ¿cómo te encuentras? ¿Cómo
estás, hijo?
Le miré fijamente sin responder nada. Estaba
tan enfadado con él… Sabía que no se había ido por gusto, y por eso quería
perdonarle, pero no podía. No tan pronto.
Aidan miró a Holly preocupado, tal vez
reparando por primera vez en su presencia, creo que con la duda de sí es que
acaso yo no podía hablar. Tal vez le habían dicho que podía tener secuelas y le
asustaba pensar que no podía contestarle. Estaba bien que se asustara un poco:
¡yo había pasado mucho miedo y él no había estado conmigo!
-
Está
bien, Aidan. – le tranquilizó Holly.
-
No, no
estoy bien. Me han abierto la cabeza, tengo que mear en una especie de orinal,
hay una aguja clavada en mi mano y me han puesto una anestesia tan fuerte que
no puedo mover las piernas. ¡Y todo esto lo sabrías si hubieras estado aquí! –
le solté, rabioso.
Papá me miró con dolor en los ojos. Al principio
pensé que era fruto del rencor en mis palabras, pero luego me di cuenta de que
no tenía nada que ver con eso. Estaba mirando mis piernas, como quien sabe una
mala noticia. Le presté más atención entonces y me di cuenta de que tenía los
ojos húmedos.
-
¿Qué
ocurre? – le pregunté, pero no obtuve respuesta. - ¿Papá? ¿Qué ocurre?
-
Los
médicos no… no creen que sea por la anestesia. Están preocupados porque algo
haya podido ir mal en la operación, aunque más bien creen que es un efecto
secundario de… de la presión que había en tu cerebro. – me explicó. Noté que
hablar le costaba un esfuerzo sobrehumano. Estaba intentando sonar tranquilo para no alterarme a mí, pero no
consiguió ni lo uno ni lo otro.
-
¿Qué?
¿Eso que rayos quiere decir?
-
Pues…pues….Ted…yo….
-
¿Hasta
cuándo voy a estar así? - le corté, al
ver que no era capaz de responderme. Cerró los ojos y negó con la cabeza, como
indicando que no lo sabía. – Estoy… ¿estoy…paralítico?
-
Mañana te
harán pruebas pero… tu columna parece estar bien. No es eso… Es…debilidad
muscular… Yo…me lo han explicado todo muy rápido y… mañana nos lo dirán mejor,
hoy ya es muy tarde, el doctor te verá por la mañana.
Traté de decir algo, pero las palabras no me
venían. La realidad me golpeó como un martillo. Fui comprendiendo hasta qué
punto era grave lo que me había pasado. El enfado quedó en un segundo plano y
busqué con mi mano la de mi padre porque necesitaba que me la agarrara.
-
Papá… -
debió de sonar como un lloriqueo, o como una súplica, no sé. Soné desesperado,
porque lo estaba.
-
Vas a
estar bien, hijo… Todo va a estar bien… Ted…lo siento tanto… debes odiarme…
-
No te
odio…
-
Deberías.
Tendría que haberte llevado al médico nada más verte llegar todo golpeado, y
nada de esto habría pasado. Tendría que haberte llevado cuando te
desmayaste. …tendría…tendría que haber
estado aquí contigo todo el rato…
Le rocé la cara con el dorso de la mano y noté
sus mejillas húmedas. Me sentí idiota por haberme enfadado con él.
-
No podías
hacer otra cosa. Y tú no sabías lo que iba a pasar. Nadie lo sabía. Yo no me
encontraba tan mal… sólo me dolía la cabeza…y el labio…
-
Fui un
estúpido. Un estúpido inconsciente…y…jamás… jamás debí castigarte… debí estar
más atento para que no te fueras, en primer lugar… y jamás debí castigarte…. No
después de que esos chicos…..
Papá dejó la frase incompleta y yo busqué a
Holly con la mirada, muy incómodo porque papá hablara de castigos delante de
ella. Pero Holly ya no estaba, sino que nos miraba desde el otro lado de la
puerta de cristal. Había salido con sigilo en algún momento, dándonos un poco
de intimidad.
-
Tú no
tienes la culpa… nada de lo que tú hicieras o dejaras de hacer tiene que ver
con lo que me ha pasado… - murmuré.
-
Debería
ser yo el que te estuviera reconfortando a ti y no al revés… Ven aquí….Me
asusté tanto… - dijo papá, y levantó mi espalda para abrazarme. Tocó con mucho
cuidado las vendas de mi cabeza, con miedo a hacerme daño. - ¿Te duele?
-
No… Debo
estar lleno de calmantes…
-
Pequeño… Me asusté tanto…
Papá no deshizo el abrazo, y no parecía capaz
de hacerlo en un futuro próximo.
-
AIDAN´s POV –
Los hospitales son los únicos lugares donde el
día y la noche no se diferencian. La gente se pone enferma o sufre un accidente
a cualquier hora, y las urgencias siempre tienen gente. Aquél hospital no era
una excepción: estaba abarrotado. Cuando llegué no supe bien a dónde dirigirme,
pero al final fui a información y pregunté por mi hijo. Llamaron al médico que
atendía su caso y solo pudo hablar conmigo unos segundos.
-
Su hijo
ya ha despertado. Puede hablar y no parece tener alteraciones cerebrales.
El alivio que sentí sólo pudo compararse al
que sentí cuando me dijeron que Zach y Harry no tenían SIDA. Pero me duró poco.
-
Sin
embargo, hay algo que nos preocupa…aunque tiene sensibilidad en las piernas, no
puede moverlas. Puede que se deba a…
Empezó a contarme teorías y me enteré de la
mitad, porque aún estaba asimilando que mi hijo no podía caminar. Me abracé a
la esperanza de que según el doctor podía ser reversible. Podía ser solo algo
temporal.
Cuando se fue me tomé cinco minutos para
asimilar la noticia. Para enfadarme a solas, y ser capaz de entrar con él
estando tranquilo. Mi hijo… mi niño…. Era tan joven…
Entre donde me habían indicado y vi que Holly
estaba con él. Me alegraba saber que al menos había tenido compañía, pero no
dejaba de pensar en que Ted había tenido que enfrentarse a aquello solo. Sin
mí. Jamás podría perdonármelo.
Holly nos dejó a solas para que pudiéramos
hablar y cuando le abracé supe que no iba a soltarle en al menos media hora.
Sentía que tenía que tener mucho cuidado con mis movimientos. Temía que al más
mínimo roce le pudiera romper. Parecía tan frágil sobre esa cama…. Era horrible
no poder hacer nada. ¿Y si nunca recuperaba la fuerza de sus piernas? Era
demasiado joven para vivir en una silla de ruedas, ni siquiera podía plantearme
esa posibilidad. Dios, todo había sido tan repentino… Aunque todo era repentino
con él. También fue repentino el tenerle viviendo conmigo, cuando él sólo era
un bebe de seis meses, y yo un mocoso que acababa de cumplir los veintiuno.
Jamás podré olvidar esos días, porque conocí el cielo y el infierno al mismo
tiempo.
Vivía en un pequeño apartamento con un solo
dormitorio, pero eso no era problema porque el bebé podía estar conmigo en una cuna.
Es más, seguramente fuera buena idea que estuviera en mi habitación, por si le
pasaba algo durante la noche. El problema era que el apartamento no era lo
único pequeño: mi sueldo también lo era, y pronto descubrí que los pañales y la
comida de bebé no eran los productos más baratos del mercado. Quería darle lo
mejor a mi hermanito, y por eso tuve la brillante idea de pedir un aumento de
sueldo. La consecuencia fue que me despidieron del bar en el que estaba
trabajando. No querían padres solteros que pudieran faltar al trabajo si su
hijo se ponía enfermo. Debí de haberlo imaginado, si ese tipo había despedido a
un compañero cuando se cogió una gripe…
-
En el
fondo te estoy haciendo un favor, chico. No puedes mantener un crío con
trabajos como este. Búscate algo decente, y la próxima vez usa un condón.
-
No es mi
hijo, señor, es mi hermano.
-
Entonces
llévalo con su padre. Si lo haces puedes venir y recuperar tu empleo. – me
soltó. En ese momento juro que le hubiera dado un puñetazo, pero lo último que
me faltaba era una denuncia por agresiones.
Aquello se volvió cada día más difícil. El
bebé lloraba a cada segundo, y nunca sabía por qué. Mis tímpanos iban a
reventar, la cabeza me latía en un dolor intenso que no había sentido ni en las
peores resacas y una tarde llegué a mi límite cuando me cortaron la luz, y todo
el apartamento quedó a oscuras. En ese momento sentí que necesitaba un trago
desesperadamente, y me puse a buscar alcohol por toda la casa. No había una
sola gota, claro. Me deshice de todo cuando tomé consciencia de que tenía que
hacer un cambio en mi vida.
Esa tarde revolví todos los cajones, vacié
todos los armarios y busqué por el suelo con la absurda idea de encontrar
mágicamente un billete que me permitiera comprar una botella. Fue una suerte
que ya no trabajara en el bar, o tal vez en ese momento lo habría asaltado.
Siempre había sido una tentación, pero sabía que mi jefe se la podía jugar si
pillaban bebiendo a un menor empleado suyo, por lo que trataba de dejarlo para
cuando no estuviera en el trabajo. En Alcohólicos Anónimos tenía que mentir,
porque si se enteraban de que trabajaba en un bar rodeado de alcohol pondrían
el grito en el cielo. Pero ¿dónde iban a contratarme si no? En esos días había
comprobado que nadie quiere contratar a un chico sin estudios y sin
referencias.
Me volví medio loco, con rabia y con el mono.
Volqué la mesa, di portazos, y el ruido hizo que el bebé llorara muy fuerte.
Estaba tan mal en ese momento que su llanto ni me importó. En lo único que
podía pensar era en lo mucho que necesitaba una copa. Por fin tenía veintiuno,
por fin podía beber legalmente. No
pasaba nada por un trago. No hacía nada malo, nadie podría meterme en la
cárcel ni multarme por tomar una cerveza con veintiuno… Me clavé las uñas en el brazo porque a veces
sentir dolor ayudaba algo a calmar la ansiedad. Cuando mi cuerpo quería beber
me entraba taquicardia, y sudores y a veces distraerme ayudaba. Irónicamente
sentía ganas de vomitar pese a estar sobrio…. Había sido mucho peor las
primeras 48 horas. Entonces sí vomité. Lo llamaban síndrome de abstinencia, y
se sentía peor que diez resacas juntas.
Un instinto más poderoso que yo me hizo
reparar en que el bebé llevaba llorando más de media hora. No sé cómo, pero el
alcohol empezó a ocupar un segundo lugar en mis pensamientos, y fui a ver a mi
hermano, que lloraba en su cuna de puro miedo. Creo que también tenía hambre,
pero no quedaba en la casa un maldito potito de los que tenía que comer.
Tampoco había leche y era evidente que yo no podía darle el pecho. Ni siquiera
eso podía hacer por él. Si hubiera sido mujer al menos hubiera podido
asegurarme de que no se moría de hambre.
Le saqué de su cuna y paseé con él en brazos
tratando de calmarle.
-
Ya sé… ya
sé…ya sé bebé… shhh…
No le había puesto nombre aún. Sólo llevaba
dos semanas conmigo. Las personas que se habían hecho cargo de él mientras me
localizaban y se arreglaba todo para que pudiera venir conmigo, me sugirieron
que le pusiera el nombre del padre, pero
antes muerto que llamarle como el hombre que había renunciado a él. Además, a
Andrew nunca le había gustado su nombre y una parte de mí pensó que si algún
día quería hacerse cargo de su hijo no le gustaría que yo le hubiera puesto un
nombre así. Tampoco podía ponerle mi nombre porque éramos hermanos. Estaba bien
que padre e hijo compartieran nombre, pero que lo hicieran dos hermanos era
confuso y ni siquiera sabía si podía poner ese nombre en el libro de familia.
De hecho no tenía ni idea de cómo coño rellenar el libro de familia, y sabía
que tenía que hacerlo más pronto que tarde.
… No sabía cómo hacer nada. ¿Por qué había
pensado que hacerme cargo de él era buena idea? Había ido a varios cursillos
para padres primerizos, había leído cinco libros sobre cómo cuidar a un bebé y
aun así seguía sin saber cómo se hacían la mitad de las cosas. No tenía a mi
lado a alguien mayor que yo para explicarme los pasos a seguir, ni tampoco una
pareja con quien compartir los problemas.
Respiré hondo, sabiendo que no podía dejar que
el agobio pudiera conmigo. Recordé que el libro de familia ya estaba relleno, y
que me lo habían dado cuando me dieron al niño. Sólo tenía que poner un nombre
y llevarlo a no sé dónde a que lo firmaran y lo sellaran. En él figuraban
Andrew Whitemore y Adele Jones como padres biológicos. Había sido expreso deseo
de su madre que no le pusieran ningún nombre hasta encontrar una familia para
él. Era lo último que había dicho antes de morir. Por desgracia la tal Adele no
tenía familia, y por eso yo había sido la única opción del bebé… La única, que no la mejor, porque
ni siquiera tenía un trabajo decente. ¿Qué clase de futuro le iba a dar?
Esa noche fue una de las peores de mi vida. El
niño lloraba porque tenía hambre y yo no tenía nada que darle, ni sabía cómo le
iba a hacer porque dudaba que al día siguiente encontrara un trabajo por arte
de magia, cuando llevaba una semana
buscando sin éxito. Presentarse a una entrevista con un bebé en brazos no suele
dar muy buena impresión.
Para colmo ensució su último pañal y ahí sí
que me sentí totalmente perdido. ¿Qué hacía? Tenía que sacárselo y limpiarle o
se escocería, pero no tenía nada que ponerle después… ¿Si le ponía una tela a
modo de pañal le haría daño? ¿Sería higiénico? De alguna forma tenían que
hacerlo en la Edad Media ¿no? Finalmente decidí dejarle sin pañal, y si
manchaba el pijama y las sábanas de la cuna pues ya las lavaría. Aunque se
estuviera acabando el detergente. Aunque no hubiera luz con la que encender la
maldita lavadora. Aunque no tuviera dinero para ir a una lavandería.
Mientras le observaba dormir me di cuenta de que no
podíamos seguir así. Tenía que pagar facturas del médico, de las vacunas. Tenía
que comprarle comida y pañales. Tenía que darle seguridad y estabilidad o de
otra forma estaría mejor en un hogar de acogida que conmigo. Necesitaba un
trabajo, y lo necesitaba ya, pero ya lo
había intentado todo…Todo salvo trabajos nocturnos. Cogí las llaves de casa y
miré al bebé, sabiendo que no podía llevarle conmigo. No si de veras quería
encontrar un trabajo… Pero dejarle solo era tan irresponsable…¿y si le pasaba
algo en la noche? Me acerqué a la cuna y le di un beso en la frente.
-
Siento
tanto no ser el hermano que te mereces… -
susurré, mojando su cara con algunas lágrimas que me traicionaron.
Me separé de él y salí por la puerta. Dejarle solo
era malo, pero no tener con qué darle de
comer era peor.
Me recorrí las calles buscando los locales con
luces encendidas. No vivía en un barrio especialmente malo, pero estaba lleno
de discotecas y muchas de las personas que iban allí se drogaban. Había un
motivo por el cual aun no había intentado lo de los trabajos nocturnos, aparte
de que me complicaba un poco el asunto con el bebé: permanecer sobrio de noche
era mucho más difícil que de día. Supe que si entraba en uno de esos lugares
volvería a recaer. Solo llevaba tres semanas sobrio, y los pocos días que había
durado en el bar habían sido una prueba constante…No era el trabajo adecuado
para mí en ese momento.
Entonces, en una de esas señales que te da la
vida, un chico que salía de uno de esos locales me vomitó en los pies. Lo tomé
como una señal de que no debía entrar ahí, y volví con mi hermano. Estaba
sudando para cuando entré en casa, y las manos me temblaban. De haber tenido
dinero en ese momento, habría entrado en ese lugar para vaciar las botellas de
licores. Lo supe, y aquello me asustó.
Tenía que hacer las cosas bien. Tenía que
buscar algo mejor, para él, para mí, para ambos. Le saqué de la cuna y me senté en el sofá
sin que se despertara. Me había acostumbrado a hacer eso. Dormía mejor con él en brazos, sobretodo en
noches como aquella.
Al día siguiente, me despertó el ruido de
alguien llamando a mi puerta frenéticamente. Me froté los ojos, dejé al bebé en
la cuna, y fui a abrir. Era mi casero, y estaba muy alterado. Hacía tres días
que tenía que pagarle el alquiler, pero no estaba tan enfadado por eso. No era
un gran retraso. Estaba enfadado porque los vecinos se habían quejado de los
ruidos del bebé, y porque él había alquilado el piso a un hombre soltero, no a
un tipo con un crío. Me acusaba de haberle engañado, y cuando vio el destrozo
que había hecho la noche anterior –la mesa seguía por el suelo ya que no me
había molestado en recogerla- montó en cólera y hasta amenazó con denunciarme.
No había llegado a romper nada, así que no lo hizo, pero si me dijo que me daba
dos días para abandonar la casa. Rompió nuestro contrato y me dejó,
literalmente, en la calle. Con un bebé. No recuerdo si le llamé hijo de puta,
pero si no lo hice me quedé con las ganas.
No entendía por qué todo me salía mal. Sólo estaba intentando hacer lo correcto…
Sólo quería encargarme de mi hermano… ¿Qué iba a hacer a partir de entonces?
¿Dormir en el coche? Si ya me costaba encontrar un trabajo directamente sería
imposible si me convertía en un sin techo. Nadie contrataba a un hombre sin
domicilio. Necesitaba ayuda. Necesitaba ayuda porque estaba desbordado, me iba
a dar un ataque, y mi hermano necesitaba comer. En un impulso, le cogí en
brazos tomé las llaves del coche y me dirigí a casa de Andrew.
Por las mañanas, mi padre trabajaba. Nunca
supe de qué, pero salía de casa vestido con ropa más o menos elegante y no
volvía hasta bien entrada la tarde. Con suerte, sin embargo, le pillaría antes
de que se fuera. Aún era temprano. Comprobé con alivio que su coche aún estaba
en la puerta.
Volver a esa casa siempre era complicado
emocionalmente y más en esa ocasión en la que iba poco menos que a mendigar su
ayuda. Pero el orgullo, el miedo y el dolor no tenían cabida cuando se trataba
de poder alimentar a mi hermano. Bajé del coche con el crío en brazos, y llamé
al timbre.
Andrew se sorprendió mucho de verme pero
sobretodo se enfocó en el bebé. Creo que nunca había visto a su propio hijo. Yo
había hablado con él para que se hiciera cargo, pero él no quiso saber nada del
tema, y sé que jamás fue a visitarle al centro donde se lo llevaron al morir su
madre.
-
¿Es…es
mi…? –balbuceó, a modo de saludo.
-
Es tu
hijo.
-
Es negro.
-
….su
madre también lo era. – repliqué. Él sabía quién era Adele. No podía estar tan
borracho cuando se acostó con ella como para no recordarla…
-
No me
refiero a eso. Me refiero a que es más negro de lo que imaginaba. Pensé que se
parecería un poco más a mí. Nadie diría que es hijo mío.
Andrew no era racista. Solo estaba
manifestando su extrañeza. Me obligué a no enfadarme, porque no había ido allí
a pelear.
-
¿Qué
haces aquí? – me preguntó sin rodeos. Se sentía amenazado porque me hubiera
presentado con el bebé.
-
Yo
también te hecho de menos, padre – respondí con sarcasmo.
-
Yo a ti
no. ¿Qué haces aquí?
Me
sorprendió que sus ataques me siguieran doliendo. Ya tendría que estar
acostumbrado a sus palabras duras.
-
Me han…
me han despedido… el bebé lleva un día sin comer nada… y no me quedan
pañales…todo lo que tengo son cinco dólares y… tengo que encontrar un trabajo
nuevo. Pero no puedo dejarle solo… necesito... necesito…
-
Necesitas
un empleo, lo pillo. Arréglatelas. – me cortó, y cerró la puerta. Reaccioné el
tiempo de poner el pie antes de que se cerrara del todo.
-
¡Eso
intento! ¡Pero no puedo cuidar de él mientras trabajo, no funcionará! Nadie me
contratará si tengo que llevar al bebé al trabajo.
-
¿Y qué
quieres que yo le haga?
-
¿Qué
qué….? ¡ES TU HIJO! ¡Es tu hijo, maldita sea! Te estoy pidiendo ayuda. No, no
te la estoy pidiendo, te la estoy suplicando. Te estoy rogando que me eches una
mano antes de que me vuelva loco o me pegue un tiro o me le quiten los
servicios sociales.
-
Eso
debiste pensarlo antes de hacerte cargo de un bebé. Te dije que no podrías. Cuando
viniste aquí a decirme que te harías
cargo de él, te advertí de que sería demasiado. Y ¿qué me dijiste entonces? “Si
un tipo como tú pudo hacerlo entonces no será tan difícil” – me recordó.
-
Lo
siento… lo siento por eso… lo siento por todo… Haré lo que me pidas, papá, lo
que sea. Haré cualquier cosa. Me han echado del piso, no tengo trabajo y no
tengo dinero. No sé que va a pasar con mi vida y si tú no me ayudas yo…yo… -
empecé a llorar como nunca lo había hecho, humillado por hacerlo delante de él
-... Te pido disculpas por todo lo que haya podido hacer para ofenderte….te
pido disculpas por esas palabras y hasta
te pido disculpas por haber nacido y haberte arruinado la vida…. Te agradezco
todo lo que hiciste por mí y te admiro por haber podido tu sólo cuando solo
tenías dieciséis años. Fuiste mejor hombre de lo que yo soy, pero…pero…por
favor, papá…por favor…
-
Si fuera
tu hijo, quizá te ayudaría. Pero decidiste hacerte cargo de él cuando no te
correspondía. Lo mejor que podía pasar es que te lo quiten. Jamás debisteis
conoceros. Sigue con tu vida y deja que otra persona se encargue de él. Si esa
maldita mujer hubiera accedido al abor…
-
¡NO! ¡NO,
ESO NO! – le interrumpí. No conocía a Adele, pero estaba en deuda con ella por
no haber cedido a las presiones de mi padre, y no haber abortado. Andrew había
estado dispuesto a pagar lo que hiciera falta por llevarla a algún sitio donde
la permitieran interrumpir un embarazo
avanzado. Solo de pensarlo me daban ganas de vomitar. Odié a mi padre con todas
mis fuerzas por eso. Le odié mucho, y me pregunté si a mí también me había
querido abortar. De alguna forma supe
que el bebé y yo nos llevábamos tantos años de diferencia porque en el medio
había…. Había abortado a quién sabe cuantos niños más. Me puse como objetivo en
la vida el lograr que eso nunca volviera a pasar. No iba a dejar que matara a
mis hermanos.
-
Hubiera
sido lo mejor para todos.
-
¡Es mi hermano! No me le quitarán…no… eso
jamás… no dejaré que le lleven a un orfanato… le cuidaré…daré con la manera….
-
Asúmelo,
Aidan. No puedes. Ya está. Se término.
Cerré los ojos con fuerza, para obligar a mis
lágrimas a que dejaran de salir. No podía derrumbarme. No podía rendirme.
Rendirme no era una opción. Ya sabía que Andrew podía decirme que no. Tenía que
seguir buscando alternativas, porque dijera lo que él dijera aquello no había
terminado. Jamás iba a terminar. El bebé estaría conmigo para siempre y nada ni
nadie me separarían nunca de él.
-
Algún
día…. Algún día el mundo será justo y la gente como tú pagará por sus errores.
– le solté, y me di media vuelta, caminando aceleradamente hasta mi coche.
Me metí dentro y coloqué a Ted en la silla
para bebés. Apoyé los brazos en el volante y la cabeza sobre ellos. Me miré la
muñeca. Ese reloj… ¿Cuánto podría valer? ¿Y mi cadena? La cadena era de oro…
“Era
de tu madre, Aidan. Es lo único que tienes de ella.”
“Le
daré un buen uso, entonces”,
pensé, y conduje rumbo a una casa de empeño.
Me
dieron cuatrocientos dólares por el reloj, la cadena, y mis gafas de sol.
Utilicé cincuenta para comprar pañales y comida para el bebé. Con el resto
llené el depósito de gasolina del coche, y aun me sobraron cien que guardé para
emergencias.
Fui a casa a por algo de ropa y di de comer a
mi hermano antes de emprender el viaje. Le observé mientras bebía el biberón y
me sonreía.
-
Juro
solemnemente que nos sacaré adelante, enano. Aún no sé cómo, pero te prometo
que lo haré.
Después de comer se quedó dormido. Me daba
mucha paz verle dormir, así que le observé un rato antes de arrancar el coche.
Iba a ser un viaje largo, porque el camino hasta Ohio en coche llevaba más de un día.
Conduje durante muchas horas, parando cuando
sentía que me dormía o cuando tenía que cambiar al bebé. Le puse música
suavecita así que se pasó la mayor parte del viaje dormido. Cuando se hizo de
noche aparqué el coche y me dormí ahí
mismo, para continuar por la mañana. Finalmente, vi el cartel “Bienvenidos a
Ohio” y suspiré aliviado. No recordaba
el camino hasta la casa de mis abuelos, así que me detuve a preguntar.
Sabía que ir allí era una locura. La última
vez que había visto a Joseph me golpeó hasta hacerme sangrar, y no sabía si iba
a ser capaz de verle sin morirme de miedo o de rabia. Pero no me quedaba otra
opción. Era el único vínculo familiar
que yo tenía además de Andrew. Durante el viaje había pensado en lo que les iba a decir y ya lo tenía más o
menos claro. En cuanto averigüé cómo llegar, empezaron a entrarme los nervios,
pero estaba decidido. No tenías más opciones. Era o eso o nada.
Aparqué el coche en aquella finca y todo era
tal como lo recordaba. Seguía habiendo caballos y todo tenía como un color
rojizo. Saqué al bebé de su sillita pero
no salí del coche en un buen rato.
-
Tu
hermanito esta loco, enano. Loco de remate. – le dije. Le di un beso, y
finalmente me animé a salir.
Caminé hacia la puerta y golpeé con los
nudillos. Luego reparé en el timbre y llamé también.
Hubiera esperado que saliera mi abuela a abrirme. Me sentía más capaz de
hablar con ella, al menos en primera instancia. Pero ni en eso iba a tener
suerte, porque el primero fue Joseph. Hacía siete años que no nos veíamos y yo
me había convertido en un hombre, pero me parecía mucho a mi padre y a él
mismo, así que me reconoció.
-
¿Aidan?
-
Sí,
señor. Y él… él es... bueno, es un bebé. – respondí, y quise golpearme. ¿Qué
clase de presentación era esa?
-
¿Es tu
hijo?
Dudé unos instantes. ¿Qué respuesta le haría sentirse
más inclinado a ayudarme? Luego me dije que no podía empezar con mentiras.
-
No, no
señor, es…es de Andrew…es mi hermano. Pero…le estoy cuidando yo.
-
¿Te estás
haciendo cargo tú de él? – me preguntó.
Asentí, y estreché un poco al niño contra mí, en un
gesto involuntario. Joseph no le había dedicado una sola mirada, y eso me daba
mala espina.
-
Pero qué
capullo irresponsable tengo por hijo… - murmuró. Interiormente le di la razón.
-
Señor,
yo… no me voy a andar con rodeos… He hecho un viaje muy largo y…y fue con un
motivo… Yo…. no tengo trabajo, no tengo casa y no tengo dinero. Sé que usted no
tiene ninguna obligación de ayudarme pero… pensé que… pensé que le gustaría
conocer a su nieto…y…y yo podría…mmm….estuve pensando que…que tal, vez….
Pudiera trabajar aquí….para usted….un tiempo.
Joseph me miró fijamente sin decir nada
durante varios segundos. Me ponía nervioso su frialdad y su estoicismo, pero
aguanté, esperando una respuesta.
-
¿Qué
sabes hacer? – me preguntó.
No pude evitar que una sonrisa se adueñara de
mi rostro. Llevaba días sin sonreír.
-
Pues….
Limpiar, cocinar…lo que usted me diga….
-
Eres un
hombre, no una chacha. No quiero una chica de servicio. Quiero un chico del
establo.
Tan borde y machista….”Muérdete la lengua, Aidan, muérdete la lengua”
-
Está
bien, señor, lo que sea. Aprendo rápido y…
-
Tienes
buenas espaldas, como tu padre. Eres fuerte. Necesito un hombre, no un crío.
Tienes que ser responsable. Tendrás que levantarte a las cinco de la mañana
todos los días.
-
Lo haré,
señor, eso no será problema.
-
Y supongo
que tendrás que vivir aquí, al menos hasta que consigas algo. De todas formas
creo que será mejor que te quedes. Mi mujer podrá cuidar del niño mientras tu
trabajas.
Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero eran
de alegría.
-
Gracias….
Gracias….yo….
- No me lo agradezcas. Trabaja bien, y no será
un favor, sino un contrato. El primer mes servirá para tenerte de prueba, y
pagar tu manutención y la del niño. Después te pagaré quinientos dólares
mensuales. Si eres listo y los ahorras podrás prosperar.
- Le prometo que no se arrepentirá…
-
Eso
espero. Pasa, llegaste a tiempo para la comida.
Bastante cohibido, crucé el umbral de la puerta con el
niño en brazos, sintiendo que ya no había vuelta atrás. Joseph me pidió que
esperara en el salón mientras le explicaba la situación a su mujer, y yo me
senté en el sofá, sujetando al bebé sobre mis piernas.
-
Parece
que todo va bien, peque. Tal vez tengamos suerte por fin. – le dije. A veces
hacía eso, lo de hablarle como si pudiera entenderme.
Les escuché discutir un poco. Me pregunté si acaso mi
abuela no me quería allí, pero hablaban en voz baja así que no pude escuchar
nada. Tras unos minutos los dos vinieron al salón y yo inmediatamente me puse
de pie, nervioso.
-
¡Aidan!
Mi abuela había envejecido mucho. Joseph también, pero
Marie parecía realmente una mujer muy mayor. Traté de recordar la edad que
tenía. Papá no me lo había dicho nunca, pero si rondaba los sesenta la primera
ven que estuve allí, ahora tendría que tener cerca de setenta. Parecía muy
frágil. Yo era mucho más alto que ella y hubiera jurado que podía levantarla
con un solo brazo. Por eso tuve cuidado cuando se acercó a abrazarme, porque
tuve la sensación de que si apretaba podía romperla.
-
Ho…hola.
-
Cuánto me
alegra que estés aquí. ¿Y esté bebe quién es, eh? ¿Quién eres tú? – preguntó
con voz agua, haciéndole cosquillas al niño. El bebé soltó un gorgorito que
automáticamente me hizo sonreír.
-
Aún…aún
no le puse nombre…
-
¡Pero si
ya está muy grande! Tendrá casi un año ¿no?
-
Sí… pero…
lleva conmigo solo dos semanas. Me costó más de cuatro meses arreglar las cosas
para….tenerle.
-
Oh.
Bueno, tienes que pensar un nombre. Una cosita tan mona necesita un nombre
¿verdad que sí?
Aquella situación era muy rara para mí. Ver a mi
abuela en modo amoroso con el bebé era contradictorio con el último recuerdo
que tenía de aquella casa. Si bien Marie nunca me había hecho nada, no impidió
que Joseph me lo hiciera.
-
Yo…
gracias por…por ayudarme… realmente no sabía qué hacer.
-
Eres
nuestro nieto, cariño. Claro que vamos a ayudarte. Has tenido que pasarlo muy
mal… Ven ¿quieres comer algo? Hice lasaña ¿te gusta?
Cualquier cosa me hubiera gustado en ese momento, con
el hambre que tenía. Asentí y la seguía hasta la cocina, donde la mesa estaba
puesta y sus platos a medio comer. Me hico un hueco y me sirvió un plato.
-
Mm… no
hay una sillita para el nene. Tendrá que valer con la del coche por ahora.
Joseph, ¿por qué no vas a por ella?
El bebé no podía sentarse en una silla normal,
claro. Mi abuelo me pidió las llaves del coche para ir a por la silla y por un
segundo me sentí… me sentí en familia, como no me había sentido nunca. Mi
abuela me llenaba el plato mientras insistía en que estaba muy delgado… No era
muy diferente de lo que pasaba en las familias normales ¿verdad?
Mis abuelos me dieron una habitación, pero no
fue la que tuve cuando niño. Joseph dijo que era su empleado, por lo que debía
dormir en una anexo, en una casa que habían habilitado para un chico del
establo que tuvieron hace mucho. Mi abuela trató de hacerle cambiar de opinión,
insistiendo en que yo era de la familia, pero la detuve.
-
Está bien
así, lo entiendo. No es caridad, es un puesto de trabajo, y me parece justo ser
tratado como un empleado. Tengo que ganarme esto. Me da igual dormir en un
sitio o en otro, siempre será mejor que dormir en el coche.
Me sentiría más cómodo allí, en verdad.
Tendría más intimidad y haría todo aquello más llevadero. Lo único que me ponía
un poco nervioso era que la habitación tenía un cerrojo por fuera, pero tenía
aspecto de que nadie lo usaba en mucho tiempo. Aun así, odiaba sentirme
encerrado, pero me sentí mucho más tranquilo al ver que la ventana era grande y
la habitación estaba a ras de suelo. A unas malas podía escapar por ahí.
Instalé al bebé en el que iba a ser nuestro cuarto y miré por la ventana. En
realidad no sabía hasta dónde llegaba el terreno de Joseph. No sabía cuántas
hectáreas abarcaba, pero algo me decía que todo lo que estaba viendo a través
del cristal era suyo.
Empezaría a trabajar al día siguiente, así que
básicamente no tenía nada que hacer, por lo que me ofrecí a lavar los platos y
ayudé a Marie en todo lo que tenía que hacer.
Tras un rato hablando de trivialidades sentí que ganábamos un poquitito
de confianza, así que la pregunté que por qué no contrataban a alguien que la
ayudara en casa. A cocinar, y todo eso. No parecían tener problemas de dinero y
aquella era una casa y un terreno muy grande para que lo mantuvieran dos
personas mayores. Ella me respondió que a Joseph no le gustaba tener extraños
en la casa. Que en parte por eso me había contratado a mí: hacía tiempo que andaba necesitando un chico
joven y yo le vine caído del cielo.
-
Bueno, me
alegra ser de alguna utilidad. – respondí.
Tenía que esforzarme un poco por olvidar lo
que Joseph me había hecho y el rencor que le guardaba. En mi mente intentaba
hacer como que no había pasado nada, y si hacía eso mis abuelos no parecían
malas personas. Eran los únicos que me habían echado una mano en aquella
situación.
El trabajo resultó ser más pesado de lo que
había imaginado. Debía levantarme antes de las cinco, en realidad, porque a las
cinco tenía que estar ya trabajando. Tenía que recoger los huevos de las
gallinas, limpiar los establos, cepillar a los caballos, darles de comer y
trabajar en una valla enorme que Joseph
quería construir bastante lejos de donde quedaba la casa. Por lo visto hacía
poco había adquirido unos terrenos anexos a los suyos y quería delimitar su
propiedad con postes y alambradas. Cavar
el suelo para poner cada poste fue un trabajo de veras duro teniendo en cuenta
que en total tenía que poner más de dos mil quinientos, pero a decir verdad no
era nada desagradable. Pasaba mucho calor trabajando al sol, pero de alguna
forma me descargaba y me daba paz. Y me gustaba cuidar de los animales, en
especial de los caballos.
Al principio sentía una especie de inquietud
cuando cogía las herramientas y me alejaba de la casa para trabajar en la
valla, porque me tenía que separar del bebé. Pero Marie se quedaba con él y
comprobé que sabía lo que hacía. Le
compró una cuna y algunas cosas de bebé y realmente sentí que ella y yo
conectábamos. Siempre se ocupaba de tenerme un vaso de limonada preparado
cuando volvía de trabajar y ejercía de abuela preocupada cuando me veía
trabajar sin camiseta y sin sombrero, regañándome porque podía coger una
insolación. Pronto sentí como si nos conociéramos de toda la vida.
Con Joseph las cosas no iban tan fluidas. Él
no hablaba mucho y casi siempre era para darme órdenes. Le gustaba
especialmente mandarme una tarea nueva cuando aún no había terminado la
anterior. Ya llevaba dos semanas viviendo con ellos y no había habido ningún
tipo de acercamiento o de palabra amable por su parte.
-
Ese poste
no esta recto, chico. Tienes que cavar un poco más. Y date prisa con eso, que
creo que la yegua blanca va a parir hoy y
el veterinario necesitará que le eches una mano.
El poste estaba condenadamente perfecto, pero
lo saqué y volví a cavar sin decir nada. Después caminé hasta el establo donde
efectivamente la yegua estaba en trabajo de parto. En realidad el veterinario
no necesitaba mi ayuda para nada y me sentí privilegiado de estar allí
presenciando el milagro de la vida. Al menos hasta que el milagro comenzó y vi
que realmente era algo asqueroso. Pero entonces nació el potrillo, y me fascinó la rapidez con la que fue capaz de
ponerse de pie, aunque en precario equilibrio.
Sus movimientos torpes daban mucha ternura…
-
¡Aidan! ¿Qué haces ahí sin hacer nada? Los postes no
van a ponerse solos y hoy además tienes
que limpiar el gallinero.
Creo que a Joseph le molestaba verme relajado,
o algo. Salí del establo y continué
trabajando en la valla a pesar de
que tenía muchas agujetas en los brazos.
Colocar los postes era algo bastante mecánico. Ahuecar la tierra, clavar
el poste, colocar el poste, golpear el poste hasta hincarlo en el suelo.
Repetir la operación. Encajar dos
maderos horizontales. Pesaba un copón, pero más allá de eso no era difícil.
-
¿Has
hecho tú ese pilón de madera para el agua? – me preguntó Joseph, cuando vino a
ver cómo iba dos horas después.
-
Sí,
señor.
-
Está bastante
bien. El otro había empezado a romperse.
Guau. Vaya. Joseph Whitemore me estaba
felicitando. ¿Alguien podía grabarlo? Sonreí un poco sin levantar la vista del
poste que estaba colocando en ese momento.
-
Trabajas
bien, chico. No eres perezoso. Nada mal para un señorito de ciudad.
Y otra vez. Igual era Navidad y no me había
enterado.
-
No creo
que se me pueda llamar “señorito”, señor. Es verdad que Andrew tiene bastante
dinero, pero nunca he llevado esa clase de vida.
-
No,
supongo que no. – repuso. – Ven. Entra en casa. Mañana seguirás con eso.
Recogí las herramientas y le seguí hasta el
edificio, con todos mis músculos gritando de agradecimiento porque se hubiera
terminado por ese día. La cena fue muy agradable. El bebé tomó su biberón
encima de mí y jugaba con las cosas de
la mesa. Hacía tiempo que no le veía tan juguetón. Desde que habíamos llegado
parecía muy cohibido, supuse que porque todo aquello era nuevo para él. Me
alegró verle revolver todo con curiosidad, como correspondía a un bebe de su
edad. En una de esas dio un tirón del mantel
e hizo que a Joseph se le cayera la comida encima. Yo me asusté por cómo
pudiera reaccionar, pero él sólo sonrió y fue a limpiarse. Marie fue a por una escoba para barrer lo que había caído al
suelo.
-
Creo que
esto está funcionando, enano. – le dije al bebé – Realmente creo que podemos
ser felices aquí. Hasta juraría que empezamos a caerle bien… aunque tú casi la
fastidias ahora. Ya sé, ya sé, no fue culpa tuya, peque. No pasa nada.
Aquella noche me acosté con una sensación de
paz que no había sentido… bueno, nunca. Me sentía protegido. Sentía que había alguien cuidando mis espaldas. Tal vez, después de todo, si pudiera tener
una familia.
Todo cambió al día siguiente. La mañana
comenzó como cualquier otra. Me levanté temprano, me vestí, me preparé el
desayuno, le di un beso al bebé que aún dormía en su cuna y salí a trabajar cuando el sol apenas
asomaba por el horizonte. Apenas había empezado cuando la pala se rompió, y fui
a buscar a Joseph para ver si tenía una de repuesto. Temía que aún estuviera
dormido, por eso entré sin hacer ruido. La casa estaba en bastante silencio,
pero me pareció escuchar un tarareo suave. Busqué la fuente del sonido y entendí que Marie debía de estar arrullando
al bebé. Morí de ternura y me acerqué a ver.
Efectivamente, Marie estaba tarareando una
canción mientras mecía algo, pero no era mi hermano. En sus brazos sólo había
una almohada, pero ella se balanceaba y le cantaba como si estuviera viva. Me
quedé congelado al entender que debía de padecer alguna enfermedad mental. No
me había dado cuenta hasta entonces porque no había dado síntomas. Tal vez
fuera una primera fase de Alzhéimer, o demencia senil… o… cualquier cosa.
Me acerqué a ella despacio y sin movimientos bruscos, dispuesto
a sacarle la almohada, y ella me miró con una sonrisa.
-
Vamos a
dejar que el bebé se duerma ¿sí? – sugerí, con voz amable, y la saqué la
almohada. – Seguro que está cansado.
-
Es un
bebé precioso… tan blanquito…tan perfecto…
-
Sí, es
muy bonito – respondí, con algo de lástima. Pobre mujer.
-
No es
como el otro…el negro no es un color para un bebé…el negro es el color del hijo
del diablo…
Jadeé. Una parte de mí sabía que no podía
juzgarla por ese comentario, que no estaba en sus cabales, pero me preocupó ese
sentimiento racista contra mi hermano. ¿Y si le hacía daño? ¡No podía seguir
dejándole con ella! Estaba enferma…
Busqué a Joseph por toda la casa y le encontré
poniéndose las botas. Me encaré con él dejando a un lado el excesivo respeto con el que le había estado
tratando.
-
¿Por qué
no me dijiste que estaba enferma? – demandé.
-
¿Qué?
-
Marie.
¿Por qué no me dijiste que la pasaba algo? La he estado dejando con el bebé.
-
¿Qué es
lo que ha pasado? – preguntó, sin perder la calma.
-
Me la he
encontrado como en la típica película de terror antes de que mueran todos. Sólo
faltaba la niña tétrica. Le estaba cantando a una almohada, y luego ha dicho no
sé qué de que mi hermano es negro…
-
Bueno, lo
es ¿no?
-
¿Y eso
qué corchos tiene que ver? ¿Qué es lo que tiene? ¿Qué la pasa a Marie?
-
A veces
se disipa un poco, nada más.
-
¿Se
disipa un poco? ¡Esa es una curiosa forma de decirlo! ¿No la has llevado al
médico? ¡Estas cosas, cuanto antes se traten, mejor!
-
¡No la
pasa nada! – rugió. El brillo de sus ojos me pareció algo peligroso así que
retrocedí un poco instintivamente. Muy dentro de mí seguía teniendo miedo de
ese hombre.
Pensé en mi abuela, en cómo en esos días me
había sentido algo más cerca de ella y en el hecho de que ahora les debía mucho
a ella y a mi abuelo. Ella necesitaba ayuda,
así que lo correcto era llamar a un médico. Caminé hasta el teléfono y
Joseph me siguió. Abrí la guía telefónica buscando algún tipo de centro médico.
-
¿Qué
haces?
-
Llamo a
un hospital. Necesita ayuda.
-
¡Te he
dicho que no la pasa nada!
-
¡Puede
tener Alzhéimer!
-
Lleva así
más de veinte años, chico, no sabes lo que estás diciendo.
-
¿Me estás
diciendo que tiene estas…fugas… desde hace años, y tú no hiciste nada? ¿Le
estaba cantando a una almohada, entiendes? Como si fuera un bebé. No puedo
dejarla con mi hermano si no sé que…
-
Así que
eso es lo que te preocupa – me cortó. – Siempre he sabido que eras un egoísta
desagradecido.
-
¿Qué? ¡Lo
estoy haciendo por vosotros! Es evidente que también quiero proteger a mi
hermano, pero…
-
¡Pues no
te molestes porque no tienes nada de qué protegerle! ¡Os quiero fuera de esta
casa ahora mismo!
Me quedé muy quieto con el teléfono en la
mano. Luego suspiré, y cerré los ojos. Bueno, se había terminado. Al menos
había tenido unas semanas de tranquilidad.
-
Está
bien. Pero aún así voy a llamar. Porque no, mi hermano no es lo único que me
preocupa. También me preocupo por ella, y empiezo a pensar que más que tú.
No lo vi venir. Me concentré en la guía
buscando un número, y entonces Joseph me giró bruscamente y me dio un puñetazo.
Pegaba fuerte para un hombre que debía sacarme cerca de cincuenta años.
Mi primer instinto fue devolvérselo, pero no
iba a golpear a una persona mayor, y mucho menos a mi abuelo. Tal vez no
tuviéramos la mejor de las relaciones, pero había como un imperativo moral que
me decía que pegar a un padre, o a un abuelo, era de los actos más ruines que
podía hacer un hombre.
El problema fue que él no había quedado satisfecho, y siguió
golpeándome. A pesar de que paré varios de sus golpes, hacía daño, por lo que
al final tuve que empujarle para
apartarle un poco. Tal vez empleé demasiada fuerza porque le empotré
contra la pared. Me miró con más ira de la que he visto nunca en los ojos de
una persona, y se llevó las manos a la cintura.
-
No vas a
hacer eso. – me sorprendió la calma con la que hablé. – No me quieres aquí, lo
he entendido. Pero voy a asegurarme de que mi abuela esté bien antes de irme.
Joseph terminó de desabrocharse el cinturón, y
me dije a mí mismo que no podía tenerle miedo a un trozo de cuero.
-
Cálmate.
No he hecho nada. No puedes hacer eso, ya no soy un niño y ante todo soy un ser
humano. No puedes emprenderla a golpes cada vez que te cabreas. Respira hondo,
y siéntate. Vamos a hablar esto y verás que tengo razón, y la abuela…
-
¡No vas a
decirme lo que tengo que hacer en mi propia casa!
Joseph levantó esa cosa y la bajó muy rápido,
pero como estaba lejos solo chasqueó
contra el suelo en un sonido que me heló la sangre de las venas. ¿Cómo
era posible que tuviera miedo de él, cuando
su edad le hacía menos fuerte que yo?
-
¡Sólo
trato de ayudaros! ¿Es que no lo ves?
-
¡No
necesitamos tu ayuda! ¡Eres tú el que necesita la nuestra y por eso viniste
aquí con ese bastardo!
-
¡Cuidado
en cómo te refieres a él, que no tiene culpa de nada!
-
¡Sal
ahora mismo de esta casa! – me rugió.
Volé de la habitación, sintiéndome como un
cobarde pero estaba totalmente acojonado.
Fui al anexo en el cual dormía, cerré el pestillo, cogí al niño y empecé
a hacer la maleta a todo correr. Apenas había empezado cuando Joseph aporreó la
puerta.
-
¡Estoy
haciendo la maleta! Ya nos vamos ¿de acuerdo? ¡Nos vamos ya!
Terminé de guardar las prendas sin doblarla
sin nada y me quedé escuchando, nervioso y asustado por lo que pudiera encontrar
al otro lado si abría la puerta. Estuve
así unos minutos, sin atreverme a salir, pero entonces escuché un ruido fuerte.
Estaba golpeando la puerta con algo, creo que tratando de forzarla.
-
¡Esto es
una locura, Joseph, no hice nada para que te pongas así!
No obtuve ninguna respuesta, porque en ese
momento las bisagras, que estaban bastante viejas de todas formas, cedieron y
la puerta cayó dejándole vía libre para acercarse a mí.
Se me aceleró el corazón, y a punto estuvo de
salírseme por la boca. Instintivamente abracé al bebé en ademán protector.
-
¿Así es
cómo me pagas el haberte dado un techo, un trabajo y comida? – bramó.
-
¡No
pretendía ofenderte! Por favor, Joseph, cálmate… - supliqué, pero fue en vano.
Estaba tan fuera de sí como la última vez que estuve allí. Observé sus
movimientos y solo tuve tiempo de tapar mejor al bebé cuando esa cosa me golpeó. ¿En serio iba a
pegarme con el niño en brazos?
Joseph levantó el cinturón una y otra vez,
dejándolo caer con toda su fuerza indiscriminadamente sobre cualquier parte de
mi cuerpo. Dolía bastante, pero era algo que podía soportar. No era tan
doloroso como lo recordaba, quizá porque yo ya no era un niño de trece años.
Lo que no hubiera podido soportar era que
lastimara al bebé. En una de esas agarré el cinturón y me lo enrollé en el
brazo, tirando de él para intentar sacárselo, aunque sin éxito. Los dos tiramos
con fuerza y la presión me hacía daño en la muñeca.
-
¡Tengo a
un bebé en brazos maldito hijo de puta!
Ocurrió muy rápido. Joseph agarró a mi hermano
con un movimiento brusco, y tiró de él. Al principio le retuve pero luego temí
que le dislocáramos un brazo, así que le solté. Joseph le agarraba de una forma
extraña, con un solo brazo porque en la otra mano sostenía el cinturón.
Comprendí entonces que sólo estaba alejando al niño de mí porque me había
escuchado y me relajé un poco, pero volví a asustarme al ver que no le estaba
dejando respirar. Estaba apretando mucho, muy cerca de la garganta del bebé,
que por supuesto había empezado a llorar. Joseph ni siquiera parecía consciente
de la forma en que lo estaba agarrando, cegado por la ira.
-
¡Le haces
daño! ¡Le estás haciendo daño!
Me abalancé sobre él para quitarle al niño pero Joseph sólo lo agarró mas
fuerte. Me asusté al ver que el bebé tosía y entré en algo así como histeria
cuando dejó de emitir sonidos, llorando sin ruido porque no tenía aire. Solo
entonces Joseph se dio cuenta de que algo no iba bien y puso al niño frente a
él para mirarlo.
-
¡Casi le
matas! ¡Eres un animal y un cabrón!
Cogí al bebé y le examiné. No respiraba. ¿Por
qué no respiraba? Estaba consciente, pero con una mueca de dolor y los ojos muy
abiertos, luchando por llenar los pulmones. Creo que se había lastimado el
cuello o la garganta por el agarre de Joseph.
En ese momento cualquier miedo que hubiera
podido sentir hacia ese hombre se transformó en puro rechazo hacia su persona y
en miedo por la salud del bebé. Le había insultado, sin embargo, y varias
veces, y por supuesto Joseph no lo iba a dejar pasar. Fue su turno de empujarme
contra la pared, y el bebé se me cayó de las manos. El tiempo se detuvo hasta
que vi que caía sobre el colchón de la cama.
Eso no estaba bien. No podíamos pelearnos así
con un bebé de por medio. Un bebé que todavía no respiraba. Traté de levantarme
e ir con él, pero Joseph no me dejó.
-
¡Tengo
que ayudarle! Luego me harás lo que quieras pero tiene… tiene que respirar…
-
Un negro
menos en el mundo no supondrá ningún problema.
Ese fue el momento exacto en el que mi cerebro
decidió que le sudaba que fuéramos familia. Con toda la fuerza de mis piernas,
le di una patada a Joseph, le tiré al suelo y cogí al bebé. Salí corriendo de
aquella habitación y eché el cerrojo externo. Alguna vez me había preguntado
por qué todas las habitaciones de aquella casa tenían un cerrojo por
fuera. Había tratado de no pensar mucho
en el tema porque una parte de mí creyó que los habían puesto para encerrar a
Andrew de niño, igual que él me encerraba a mí en un armario. De pronto pensé
que era Andrew el que debía de haberlos puesto, para encerrar a sus padres. Por
eso había sabido qué hacer cuando me golpeó aquella vez siendo niño.
Jadeé y llamé por teléfono a una ambulancia
antes de salir de aquella casa de locos. Esperé en el porche a que vinieran,
llorando como un histérico ante el temor de que fuera tarde para el bebé.
Aunque les dije que mis abuelos estaban enfermos, sabía que ya era demasiado
tarde para ellos.
El bebé pasó las siguientes 48 horas en un
hospital, y yo con él. No tuvo secuelas, y creció hasta convertirse en el
hombrecito que de diecisiete años que volvía a estar sobre la cama de un
hospital. Lo que le pasó de bebé fue culpa mía, por llevarle a aquella casa. Y
si nunca podía andar otra vez, sería culpa mía también, por no haber sabido
protegerle como era mi deber hacerlo.
Había veces en que no podía evitar recordar
las palabras de Andrew, resonando en mi cerebro: “Te dije que no podrías”.
-
ALEJANDRO´s POV-
Puta alarma. ¿Quién tuvo la brillante idea de
incluir una alarma en los móviles? ¿Cómo algo que tenía internet y aplicaciones
chulas podía tener también ese invento del diablo?
Estiré el brazo para coger el móvil, desactivar al alarma y dormir un poco más,
pero alguien me lo impidió, agarrándome del brazo. Abrí los ojos y vi a
Michael, que me miraba con una especie de sonrisa burlona.
-
Ah, ah,
bella durmiente. Nada de dormir hasta las tantas hoy. Voy a necesitar tu ayuda.
Resoplé, y miré a mi alrededor. En el cuarto solo
estábamos Mike, Cole, Kurt y yo, pero aquella noche habíamos dormido todos
juntos, compartiendo cama y con colchones en el suelo. Nadie quería dormir solo
después de todo lo que había pasado. El único que no se sumó fue Harry, que
prefirió estar solo en su cuarto a tener que ver a Mike. Dylan se acopló a eso
de las tres de la mañana y se adueñó de mi cama, y como el señorito no quiere
dormir con nadie, Michael me hizo dormir a mí en uno de los colchones del
suelo. Grr.
-
¿Y no
puedes apañártelas solo? No he dormido una mierda con tus ronquidos y tanto crío dando patadas.
-
Disculpa,
pero no era yo el que sonaba como si hubiera un elefante en la habitación.
Vamos, vístete. Necesito que me eches un cable con el desayuno. Mucho me temo
que mis dotes culinarias son bastante peores que las de Ted.
Bostecé, con pereza, y miré la hora. Eran las diez y
media de la mañana.
-
¿Papá no
ha venido todavía?
-
Ha
llamado hace un rato. Estaba a punto de salir del hospital, así que no tardará
en venir.
-
Entonces
que haga él el desayuno – gruñí.
-
Ha pasado
la noche en la UCI, Alejandro, y él si que no habrá dormido nada. No seas
idiota y ayúdale un poco.
-
¡Vale,
vale!… Empiezo a notar que compartes genes con Ted – farfullé. - ¿Papá ha dicho
algo de él? ¿Cómo está?
La expresión de Michael se ensombreció un poco.
-
No, no ha
dicho nada, y eso no me da buena espina. Sólo dijo que le habían hecho un par
de pruebas a primera hora.
Nos miramos un par de segundo, compartiendo temores y
preocupaciones. Los últimos en dormirnos aquella noche habíamos sido nosotros,
después de consolar a alguno de los enanos. Nos venció el agotamiento, pero nos
costó dormir porque entendimos que aquello parecía grave. El silencio de papá
sobre el estado de Ted sólo lo confirmaba.
Me levanté de la cama y me estiré un poco.
-
Será
mejor que despertemos a los enanos. – le dije - ¿Los demás ya están?
-
Sí… Zach está ayudando a Dylan porque el enano no
me tiene ahora entre sus personas favoritas…. Oye…esto…¿tú y yo estamos… bien?
– preguntó, frotándose un poco el brazo.
Ladeé la cabeza, porque mi yo adormilado casi se había
olvidado de nuestra pelea.
-
Claro.
-
Tienes un
moretón en el pómulo… - comentó.
-
Y tú una
herida en la cabeza. Ya sabes: para otra vez, no seas tan gilipollas. –
respondí, y me encogí de hombros. – No voy a dejar de hablarte ni nada porque
nos demos un par de leches. No podría
hablarme con los gemelos, entonces.
Michael me sonrió y fue a despertar a Cole. El enano
había dormido en la cama de Ted, abrazado a su almohada. Papá había estado muy
ocupado el día anterior y no le prestó
mucha atención, pero el peque estaba hecho polvo.
-
Ey…Cole…
vamos, enano, arriba. Hay que despertarse, renacuajo.
Cole parpadeó, sin lograr abrir los ojos del todo.
-
¿Ted? –
murmuró.
Michael puso una mueca de dolor, al entender que les
había confundido, pero más dolorosa fue la expresión de Cole al despertar del
todo y recordar todo lo que había
pasado.
-
No, soy
su hermano mayor y mucho más atractivo – bromeó Michael, en un penoso intento
de hacerle sonreír. – Vamos, enano, cambia esa cara. Ted me regañaría si ve que
te tengo tan tristón.
La relación entre ellos dos era complicada.
Todos sabíamos que no habían empezado con buen pie, pero aun así se notaba que
a Michael le caía bien Cole. Tenía la edad perfecta para ser un hermano
pequeño: ni demasiado crío, como Kurt, ni demasiado mayor y por tanto
susceptible de ser un contrincante en una pelea como…bueno, como yo. Cole era
alguien a quien proteger y con quien jugar sin tener que tener tanto cuidado
como con los más pequeños.
-
He
soñado… he soñado que no volvía.
Michael le dio una colleja suave, aprovechando
que Cole ya se había sentado.
-
Pues muy
mal. Te prohibo que sueñes eso. ¿Qué tonterías son esas, vamos a ver? Nadie en esta casa tiene permiso para irse, y
Ted mucho menos. Sólo se está tomando unas vacaciones.
-
… Se le
llevó la ambulancia. – replicó Cole, como para decir “te estoy hablando en
serio, así que respóndeme igual”.
-
Se pondrá
bien, Cole. Aidan está con él y verás que antes de lo que imaginas le trae de
vuelta a casa.
Deseé que Michael tuviera razón, y que no
fueran solo palabras vacías para consolar al enano. Dejé de observarles y me
puse a tratar de despertar a Kurt. Le agité un poco y abrió los ojos, pero se
dio la vuelta enseguida. Me recordó tanto a mí que tuve que sonreír.
- Sí, sí, ya sé, enano, es una mierda. Yo
también quiero dormir más, pero todos están levantados ya y si no vamos a
desayunar empezarán a comerse unos a otros. Como te vean dormido serás el
primero a quien se comerán.
Kurt no dio señales de haberme oído y se
limitó a hacerse el dormido. Por lo general él no tenía problemas para
despertarse, pero supuse que tendría el día perezoso o algo.
-
Vamos,
Kurt. Ey, si bajas antes de que venga papá puedo hacerme el tonto y dejar que
desayunes magdalenas con nocilla. ¿Qué dices?
-
Que te
las metas por el culo.
Uno sabía enseguida cuando Kurt no había
dormido bien porque empezaba a decir tacos,
pero por regla general eran cosas como “tonto”, “estúpido” y demás
infantilismos. Creo que nunca había escuchado algo así saliendo de su boca. Me
quedé como en shock, pero luego traté de decirle algo. Algo como lo que hubiera
dicho papá de haber estado ahí.
-
¡Pero
bueno! ¿Qué acabo de escuchar? ¿Tan pronto por la mañana y ya quieres quedarte
sin postre?
-
¡No, no,
no! ¡Ale, no! – gimoteó, y me puso un puchero.
-
No quiero
volver a oírte algo como eso ¿entendido? Tienes suerte de que papá no esté o te
habrías despertado con una buena calentada.
-
Tú lo
dijiste ayer – protestó, con los ojos algo acuosos. Suspiré y me senté a su
lado.
-
Nada de
lo que Michael o yo dijéramos ayer mientras estábamos peleando es algo que
debas repetir, enano. Sólo te meterá en muchos problemas, y me parece que tú ya
lo sabes. Decir esas palabras no te hará parecer mayor, ni más guay, ni nada.
Sólo hará que papá se enfade contigo y te castigue.
-
¿Entonces…snif…
por qué tú las dices?
-
¿Nunca
escuchaste eso de haz lo que ellos digan, pero no lo que ellos hagan? Realmente
puedes aplicar esa frase conmigo – le dije, y le revolví el pelo. - Anda, ve al baño y baja. No se lo diré a
papá, pero no quiero escuchar ninguna palabra fea saliendo por esa boca.
Le empujé un poquito y se fue al baño. Michael me miró
alzando una ceja, conteniendo una risa.
-
¿”Palabra
fea”? – se burló. – Cursi.
Le tiré una almohada.
-
Marica. –
contraataqué, y me incliné a tiempo de esquivar un almohadonazo de vuelta.
Michael soltó una de sus carcajadas potentes y se largó antes de que pudiera
tirarle nuevos proyectiles. Sacudí la cabeza y empecé a ponerme los calcetines.
-
MICHAEL´S POV-
Dormir en una habitación más bien pequeña con
diez niños era una experiencia de veras agobiante. A mitad de la noche me
desperté sin apenas poder respirar, porque Hannah me estaba usando de almohada
y su cabeza me estaba cortando la respiración. Sin embargo, cuando conseguí encontrar
una postura cómoda, encontré cierta paz en estar todos así, y me di cuenta de
que no era la primera vez que ellos hacían algo como eso. Ante situaciones
difíciles se apoyaban unos a otros, haciendo una piña. Era bonito formar parte
de algo así.
Me propuse firmemente no cagarla aquél día.
Aidan me había dado una segunda oportunidad para quedarme a cargo y hacer las
cosas bien, en parte porque no tenía más remedio. Quería demostrarle que podía
confiar en mí.
Aídan llamó para decir cuándo vendría pero no dijo nada de Ted. Me
di cuenta de que no había caído en que los peques no tenían clase, pero yo sí
tenía que ir a la comisaría. El pobre tenía demasiado en lo que pensar, así que
decidí ahorrarle un problema. Cuando aún todos dormían, salí al pasillo y llamé
a Greyson.
-
¿Diga? –
respondió, con la voz algo ronca, como si acabara de despertarse.
-
Soy yo.
-
¿Cuántas
veces te he dicho que no puedes llamarme? – me gruñó, molesto.
-
Rélax,
men, soy tu ayudante o algo así en la comisaría, así que nadie tiene por qué
sospechar.
-
Dejemos
las cosas claras: tú no eres mi ayudante, sólo…
-
Lo que
sea – le interrumpí. – No es como si yo me muriese de ganas de hablar contigo.
-
¿Entonces
por qué me llamas?
-
Hoy no
voy a poder ir.
-
¿Te crees
que esto es un juego, y que puedes llamar para decir que te quedarás en casa?
Tú vienes si yo te digo que vengas, chico. Llevas mucho tiempo holgazaneando,
pero he encontrado un nuevo trabajito para ti. De los que te gustan, además,
así que deberías darme las gracias. Hay una exposición que…
-
No me
importa. Ya no me dedico a eso. Ya no falsifico cosas.
Greyson se rió al otro lado de la línea.
-
¿Desde
cuándo? ¿Te has olvidado ya de quién eres, Michael? Creo que te estás creyendo
demasiado lo de formar parte de esa familia…
-
¿Esa es
la idea, no? – le corté, sabiendo que no ganaría nada discutiendo - Que me lo crea. Que me gane su confianza tal
como me pediste.
-
Bueno,
sí…supongo que sí…
-
Para
luego incapacitar a Aidan o algo así, una vez me haya nombrado su heredero.
-
Sí. ¿Cómo
va eso, por cierto? ¿Aún no te ha dado los papeles?
-
No –
mentí. Si algún día descubría que le mentía… ese día, me podía dar por muerto.
-
Mala
cosa. Es más desconfiado de lo que pensé. ¿Seguro que no sospecha nada?
-
Seguro…
Pero aun así, tengo que integrarme un poco más. Por eso es que tengo que
quedarme. Es algo así como una emergencia familiar. Ted se ha puesto
enfermo…Que, por cierto, es otro de los motivos por los que te llamo…Tú no
tendrás nada que ver ¿verdad?
-
En contra
de lo que pareces pensar, Michael, no tengo la culpa de todo lo malo que sucede
en tu vida. – replicó, y no me pareció que estuviera mintiendo. Lo de Ted tenía
toda la pinta de ser consecuencia de la pelea, lo cual significaba que yo iba a
hacer una visita a viejos conocidos y a romperles las narices por hacer daño a
mi hermano… - Está bien, quédate con ellos, y consígueme esos papeles. Nos
quedamos sin tiempo.
-
¿Sin
tiempo? ¿Cuál es el límite?
-
Sólo
tengo una ocasión para deshacerme de Andrew y todo tiene que estar arreglado
para entonces. Necesito a Aidan fuera de juego… o tendré que sacarle de otra
manera.
-
¿Qué?
Pero…dijiste que no le harías daño…- balbuceé, entrando en algo así como en
pánico.
-
No
pretendo hacerlo, y por eso tú tienes que hacer bien tu trabajo. Aidan tiene
que ser considerado mentalmente incapaz de aquí a dos meses como mucho,
¿entendido?
-
No creo
que sea tan fácil que le tomen por loco… Es una de las personas más estables
que conozco…
-
Oh,
confía en mí. Lo harán. Es cosa de familia.
– murmuró, y aunque no le estaba viendo, no sé por qué, me dio la
impresión de que al decirlo sonreía.
Aquella conversación me dejó una mala
sensación en el cuerpo. De haber tenido
un porro en ese momento, lo habría encendido. Sólo lo había probado una vez, y
no soy del tipo de los que se drogan, pero estaba bien para no pensar en nada.
Aunque claro, estaba bastante seguro de que si me acercaba a una de esas cosas
a diez metros de distancia, Aidan me mataba.
Aidan…. Mi padre… ¿A qué estaba jugando? No
podía encariñarme con la persona a la que tenía que joder. Primera regla del
estafador. Claro que, técnicamente, la persona a la que tenía que joder era a
Andrew…¿Realmente podía participar en la muerte de alguien? Aunque fuera
indirectamente. ¿Podía jugar mi papel sabiendo que Greyson pretendía matar a
Andrew? Por duro que fuera admitirlo, lo que más repulsa me causaba no era eso,
sino lo que pretendía que hiciera con Aidan. Separarle de su familia. Joder a
todos esos niños a los que había prometido proteger…
No podía jugar eternamente a lo de no firmar
los papeles. Greyson se enteraría tarde o temprano de que Aidan me había dado
los formularios hace mucho. Pensé en la suerte que tenía de ser mayor de edad:
de haber sido menor, mi firma no hubiera sido necesaria, y entonces la adopción
se habría formalizado ya frente a un juez, y todo estaría perdido.
Me tomé una taza de café solo y eso ayudó a
despejarme. La vida me había hecho una persona fría capaz de apartar sus
problemas para seguir adelante, así que
traté de olvidarme de aquella locura, y me centré en los enanos…en mis
hermanos… Fueron despertando poco a poco y yo desperté a Alejandro, que me
demostró que no era para nada rencoroso. Deseé que pudiera perdonarme también
por todo lo que les ocultaba y me prometí no volver a pelear con ninguno de
ellos. El día anterior había estado fuera de mí, y había lastimado a más de
uno… Eso me recordó a Harry, y decidí ir a verle, ya que era el único que no
había venido a dormir con los demás.
Me dedicó una mirada de odio nada más verme
entrar. No podía culparle. Le había zurrado, lo cual básicamente tenía que
haber sido humillante para él, y además le había hecho más daño del que era mi
intención hacerle.
-
Lárgate –
me espetó.
-
Buenos
días a ti también.
-
Este es
mi cuarto y quiero que te vayas. ¡Largo!
Suspiré. Me acerqué para ver que estaba
haciendo porque ya estaba vestido pero no había bajado a desayunar. Estaba de
pie junto a su mesa, escribiendo algo. Lo tapó antes de que pudiera ver qué
era.
-
¡Piérdete!
¡Que te vayas! ¡Humo!
-
Cálmate,
Harry. Vengo hacer las paces ¿bueno?
-
¡No me
interesa!
-
Vale… sé
que la cagué ¿sí? Lo sé. Quiero… quiero pedirte disculpas. No debí hacer lo que
hice…
-
¡No,
claro que no debiste! NO ERES NADIE PARA PEGARME, ¿TE ENTERAS? ¡NADIE!
-
Soy tu
hermano mayor…
-
¡Sólo
cinco años mayor! – me ladró.
Pese a su evidente enfado, no pude evitar
sonreír un poco. No me había negado como hermano. Lo consideré como un punto a
mi favor: como el signo de que se le iba pasando el enfado.
-
Tienes
razón. No estuvo bien, y además me pasé. Ey, ¿te duele mucho?
-
¡No
pienso responder a eso!
-
Como
quieras. Vamos, ¿tú nunca has metido la pata? ¿Nunca has tenido bronca con los
demás o qué?
-
¡No
así! ¡No es así como peleo con mis
hermanos! ¡Si tengo que darle un puñetazo a Zach se lo doy tan ricamente pero
jamás se me ocurriría hacer de padre con ninguno de ellos!
-
No es lo
mismo, Harry, yo…
-
¿Tú qué?
¿Eres mayor? ¿Eres más fuerte? ¿Los tienes más grande?
-
Pues sí,
a las tres, pero..
-
¡Y una
mierda! ¡Me da igual cuántos años me saques, no puedes hacer eso!
-
¡Escúchame,
joder! – grité un poco para conseguir que me prestara atención y me dejara
hablar - Estoy tratando de disculparme
aquí, y no me lo estás poniendo fácil.
-
¡No es
una disculpa de verdad si en realidad no lo sientes! ¡En el fondo crees que
hiciste bien!
-
Creo que
tú fuiste un capullo, pero yo también lo
fui. Lamento lo que hice y lo siento aún
más si te hice daño.
-
¡No me
puedo ni sentar!
-
¿De
verdad? - pregunté, intentando ver si
exageraba. Sabía que le había dado mucho más fuerte de lo que Aidan le daba
nunca porque esa había sido mi intención, pero no había pretendido dañarle de
verdad.
-
De
verdad, genio, de verdad. Y ahora vete a la mierda que tengo que terminar esto.
-
¿El qué
es eso?
-
No es de
tu incumbencia.
Rodé los ojos y le quité los papeles para ver
qué era. Me di cuenta de que eran
copias, sobre no decir palabrotas. Debía de ser un castigo…
-
¿Esto no
es como para niños?
-
Como si a
mi padre eso le importara lo más mínimo…
-
Touché.
Le cogí el boli y probé a hacer una línea. La
letra de Harry era muy fácil de imitar.
-
¿Cuántas
tienes que hacer?
-
Doscientas…
-
Vale. –
me senté en la silla y me concentré en el trazo de una “n” que en nada se
parecía a las mías.
-
¿Qué
estás haciendo? – me preguntó.
-
Las hago
por ti.
-
¿En serio?
– dijo, con incredulidad.
-
Si con
esto estamos en paz, sí.
-
Te va a
costar más que unas pocas líneas – rebatió, viendo que podía obtener cosas de
aquella situación.
-
No te
pases. El chantaje no funciona conmigo, esto lo hago por la bondad de mi corazón.
-
Pero si
tú ni sabes lo que es eso. – gruñó, pero ya no estaba tan enfadado, y daba igual cuánto empeño pusiera en fingir
que sí.
Iba por buen camino con él, así que estaba pensando en cómo continuar arreglando
las cosas cuando escuché un ruido y voces algo elevadas que venían de abajo.
-
ALEJANDRO´S POV -
Michael había ido a hablar con Harry y quise
darles algo de tiempo para que solucionaran lo suyo, así que bajé abajo con
todos y empecé a servir el desayuno. Básicamente leche fría con colacao para
todos y bollos de la despensa. Michael había dicho que él no sabía cocinar,
peor no sé por qué había pensado que yo sí. Bueno, no era tanto que no supiera
como que no me daba la gana. Papá me había enseñado a cocinar algunas cosas.
-
Esto no
es un desayuno saludable – se quejó Barie – Los carbohidratos no…
-
Mira,
Bárbara, no me hinches las pelotas. Ahí tienes huevos y una sartén: haz magia.
-
Papá no
me deja cocinar cuando no está él delante.
-
Ni que
fueras Hannah.
Barie se encogió de hombros y empujó el platito con los bollos como para
apartarlo. Si no desayunaba más que un colacao luego encima papá la tomaría
conmigo, así que no me quedó otra que levantarme a hacer huevos revueltos para
la princesa mandona, y claro, luego tuve que hacerlo para varios más.
-
Eres una
tirana, que lo sepas – la gruñí, poniéndola el plato delante.
-
Yo no te
pedí que lo hicieras. Podía tomar tostadas…
-
Te
hubieras comido los bollos y ya.
-
¿Por qué
siempre tienes que tomarla conmigo? – preguntó,
visiblemente dolida. Parpadeé un poco, porque yo ni siquiera estaba
molesto de verdad. ¿Tanta sensibilidad era cosa de chicas, o solo de mi
hermana, que era especial?
Quitando eso, el desayuno fue bastante silencioso. No
sabía si es que tenían sueño o estaban pensando en Ted. Tal vez deberíamos
haber esperado a Michael y a Harry pero en verdad no siempre comíamos al mismo
tiempo, sobretodo en días en los que no había
colegio.
-
Alejandro,
yo también quiero huevos. – dijo Kurt al cabo de un rato.
-
Te lo
pregunté antes y dijiste que no, enano.
-
Pero
ahora sí quiero – protestó, con un puchero.
-
Pues te
aguantas.
Kurt puso un mohín y dio un golpe al plato con el
tenedor. Se cruzó de brazos con su mejor cara de enfado y justo cuando iba a
reírme por un gesto tan infantil, volvió a la carga.
-
¡Quiero
huevos!
-
Ya te he
dicho que no.
-
¿Por qué
no?
-
Porque
no.
-
¡Pero los
demás tuvieron!.
-
Los demás
supieron decidirse a tiempo. – repliqué.
Durante unos segundos pareció que le había dejado sin palabras, pero luego…
-
Quiero
huevos. No me hinches las pelotas.
Bárbara, Madie, y Zach estallaron en carcajadas, pero
enmudecieron ante la mirada que les eché. Taladré a Kurt de la misma forma.
-
Tú ya has
acabado de desayunar. Ve a vestirte, y cuando venga papá le cuentas todas esas
palabras nuevas, a ver qué te dice.
-
Qué
hipócrita eres, si sólo ha repetido lo mismo que has dicho antes tú – dijo Barie.
-
Sí, justo
después de que habláramos sobre no repetir todo lo que escucha. No sé qué le
pasa hoy, pero está muy palabrotero. Y si a papá no le gusta que nosotros
hablemos mal, no quiero ni contarte cómo se pondrá cuando el enano le mande a
la mierda, o algo así.
-
Se
enfadará mayoritariamente contigo, con Madie, con Harry y con Michael, que es
de quien ha podido escucharlo – replicó Bárbara.
-
¡Oye! –
protestó Madie. Bárbara se encogió de hombros, como diciendo “sólo constato un
hecho”.
-
Me da
igual de quién lo escuchara. No puede repetirlo y punto. Kurt, a vestirte, ya
te lo dije.
Sorprendentemente el enano me hizo caso, pero se
levantó de la mesa con demasiada actitud y volcó la silla. En ese punto me
harté, cansado de esa actitud de niño malcriado. Sabía que papá me mataría si
volvía a castigarle, así que traté de contenerme.
-
YA VALE,
¿EH? Recoges eso ahora mismo y te vas a
tu cuarto, que papá vendrá enseguida y te vas a enterar.
Kurt salió como un torbellino, pasando de recoger la
silla, pero al menos subió a su cuarto.
-
¿Qué
diablos le pasará? – pregunté. Vale que mi hermano tenía berrinches, pero nunca
había mostrado ese genio, así, de la nada. Era como un adolescente en el cuerpo de un niñito.
Nadie tenía respuesta, claro, pero Barie se levantó y
trató de ir a hablar con él. Bajó enseguida, diciendo que Kurt no la había
dejado entrar.
-
Déjale.
Tiene un berrinche de campeonato.
-
Quizás es
algo más… - dijo Barie, no muy segura.
-
Se me
olvidaba que tú lo sabes todo. Ilumínanos: ¿qué le ocurre?
-
¡No lo
sé, pero al menos yo doy ideas y hago
algo más productivo que ser sarcástico!
-
Para tu
información, eso que acabas de usar se llama sarcasmo, Olivia Newton.
-
…Sabes
que esa no tiene nada que ver con el científico, y que es sólo la actriz de
“Grease” ¿no? – me dijo. Odiaba cuando se ponía así, realmente lo odiaba.
Sobretodo porque me di cuenta de que tenía razón, y sentí que me había dejado
en ridículo.
-
Eres una
sabelotodo insufrible.
-
Y tú
un…¡un troglodita que siempre tiene ganas de pelear! ¡Pero luego bien que
lloras cuando te regaña papá!
-
Oh, tú
llorarás también, pero cuando te subas a la báscula. Deberías haberte comido
los bollos: hubieran sido tu premio de consolación cuando la máquina se rompa
por exceso de peso.
Juro que mi intención inicial era decir algo
así como “llorarás también en cuanto acabe contigo”, y pretendía acercarme y
pellizcarla el brazo. No sé si eso hubiera estado muy bien, pero de seguro
hubiera sido mejor que meterme con su peso. Había sido un golpe bajo. Muy bajo,
puesto que ella estaba algo rellenita y se percibía a sí misma con más
sobrepeso del que tenía, con una autoestima casi inexistente.
Mi hermana no era fea. Más bien al contrario:
si no hubiera sido mi hermana hasta podría haberla considerado guapa. De hecho
todo en su rostro parecía encajar con esos pocos kilos de más, y de haber sido más delgada tal vez no sería
tan atractiva. Simplemente estaba en su constitución. Pero ella no lo veía así.
Sus ojos oscuros se volvieron acuosos como a cámara lenta y yo abrí la boca, con la
repentina necesidad de disculparme, pero no se me ocurrió nada que decir. Ella
se giró, llorando ya, pero no sin antes gritar, con la voz algo aguda:
-
¡TE ODIO!
Justo en ese momento papá llegó a casa y abrió la puerta principal.
Creo que escuchó el grito, y en cualquier caso la vio correr escaleras arriba.
-
¡Barie!
Bárbara, ¿qué sucede? – pregunto, pero no obtuvo respuesta. Segundos después se
escuchó un portazo que venía desde la
habitación de mi hermana.
-
AIDAN´s POV –
Minutos después de que yo llegara al hospital
Holly me dijo que se tenía que ir. No sé si la agradecí lo suficiente el haber
estado ahí con mi hijo. Esa mujer era realmente increíble, y sentía como si me
hubiera salvado la vida.
Al principio no iban a dejarme dormir con Ted
en esa habitación, pero no había nadie más en cuidados intensivos aquella
noche y yo no estaba dispuesto a
separarme, así que dormité en una silla a su lado y realmente creo que no dormí
más de diez minutos en toda la noche. No sólo por la continua entrada de
enfermeras, que venían a ponerle tal o cual medicina o a revisarle la vía, que
se le salió un par de veces, sino porque mi cerebro no dejaba de funcionar,
pensando y sufriendo por mi hijo. Ted si durmió bastante, dentro de lo incómodo
de la situación, y me dije que eso era bueno, que tenía que dormir para
recuperarse.
El día en los hospitales empieza muy temprano,
y el nuestro no fue la excepción, porque a primerísima hora de la mañana
llevaron a Ted a hacerse una serie de pruebas. Me pasé cerca de dos horas en
diferentes salas de espera, con el corazón en un puño. Me dijeron luego que,
puesto que había pasado bien la noche, le trasladaban a planta.
Nos colocaron en la cuarta planta, ala norte,
en la sección de lesiones cerebrales. Me quedé mirando el cartel unos segundos,
asimilando el concepto. Asimilando que mi hijo había sufrido una lesión
cerebral.
Una doctora que debía de rondar mi edad vino a
vernos cuando acababan de instalarnos y dijo que ella iba a estar a cargo de la
recuperación de Ted. Nos dijo lo que ya sabíamos: que Ted no podía mover las
piernas como consecuencia de la presión que había sufrido su cerebro. No podría
asegurarnos si era temporal o no hasta tener el resultado de las pruebas que
acababan de hacerle.
-
¿Eso que
quiere decir? ¿Que Ted… que no podrá caminar de nuevo?
-
Eso es
poco probable, señor Whitemore, solo le estoy mencionando todas las opciones.
Sé que esto es difícil, pero en verdad le estoy dando buenas noticias. Hemos
descartado daños cognitivos y créame que eso es tener mucha suerte considerando
las horas que pasaron desde el golpe hasta que vino al hospital.
Esas palabras
echaron sal en una herida abierta: me recordaron lo estúpido que había
sido por no llamar a emergencias cuando le vi magullado en la puerta de casa.
Andaba por su propio pie, así que no supe ver el riesgo que estaba corriendo
por no llevarle a un hospital. Eso pesaría para siempre sobre mi conciencia.
Cuando nos dejaron solos comprobé que Ted no
estaba muy hablador. Parecía entre deprimido y rabioso, y fingía ver la
televisión sin prestar ninguna atención. Quería encontrar la forma de hablar
con él, de ver lo que sentía, de buscar juntos una solución, de darle ánimos,
pero no se me ocurrían las palabras adecuadas. En mi interior pensaba que lo
que le sucedía a Ted era exclusivamente culpa mía, y sentía que nada de lo que
pudiera decir iba a hacer que él me perdonara.
Recibimos entonces una visita temprana e
inesperada. Una adolescente medio desecha en lágrimas entró en la habitación y
prácticamente se tiró encima de mi hijo.
-
¡Ted, oh Ted, que susto me he llevado!
-
Agustina
¿qué haces aquí? – pregunté yo, al ver que Ted ni podía hablar, no sé si por la
sorpresa o el aplastamiento.
-
Ha salido
en todos los periódicos, señor. Yo no los leo, pero mis padres sí, y mi madre
creyó reconocerle de cuando me… de cuando me salvó…oh, Dios, esto es culpa
mía…. Lo siento tanto, Ted….. En Facebook estaban diciendo de todo… algunos
hasta decían que te habías… te habías…y yo…
-
Cálmate,
chiquilla, que te va a dar algo – la interrumpí, porque apenas se la entendía –
A ver, respira hondo. ¿Quieres un poco de agua?
-
Estoy
bien, Agus. – dijo Ted por fin. – Me encuentro bien.
Ella pareció aferrarse a esas palabras y solo
entonces fue consciente de su brusca entrada. La preocupación fue dejando paso
a la vergüenza en su rostro y decidí distraerla para minimizar su apuro.
-
¿Cómo es
eso de que salió en los periódicos?
-
Mire, lo
tengo aquí. – dijo, y sacó de su bolso un recorte de periódico, en el que daban
la noticia de que mi hijo estaba ingresado. – No dicen mucho, solo adelantan un
programa de televisión de esta noche en el que “se dirá toda la verdad”
-
Debe ser
lo que me dijo Holly…. – comenté, maravillado porque hubiera cumplido con su
palabra con tanta eficacia.
-
Vaya. Así que leíste esto y…. claro, perdona.
– dijo Ted – Tendría que haberte dicho algo. No se lo hemos dicho a nadie, en
realidad. Fue como muy rápido todo.
-
¿Qué te
pasó?
-
Ayer
empecé a encontrarme mal, y…
Ted la puso al día mientras yo les observaba.
Ellos no se daban cuenta, pero sus movimientos se sincronizaban un poco. Cuando
Ted miraba distraídamente el agua, Agustina le llenaba un vaso casi como si le hubiera leído el pensamiento,
y sin interrumpir su conversación en ningún momento, como si sus cuerpos
actuaran por sí solos.
Agustina se había preocupado sinceramente. Se
notaba en su rostro. Se había asustado al leer que algo le había pasado a mi
hijo y no saber qué. Debe ser duro enterarte de las cosas relacionadas con la
gente a la que aprecias a través de los medios de comunicación. El caso es que
me di cuenta de que ella quería a mi hijo. No sabía cuánto, ni cómo, ni si aquella
especie de relación suya iba a funcionar, pero al menos sabía que no quería
hacerle daño y que era poco probable que se lo hiciera. Eso era más o menos lo único que yo
necesitaba para quedarme tranquilo al saber que Ted le había entregado su
corazón.
Pensé que tal vez querrían hablar a solas, ya
que debe ser un tanto incómodo hablar con tu novia con tu padre delante, así
que le dije a Ted que iba al baño y aproveché ese momento para llamar a casa.
¿Cómo narices iba a hacerlo para ocuparme a la
vez de Ted y de mis otros once hijos? Necesitaba una niñera y la necesitaba con
urgencia. No podía pretender que Michael y Alejandro se encargaran de todo. No
sabía por cuánto tiempo iba a quedarse Agustina, pero esperaba que pudiera
quedarse un rato, y así yo podía ir a casa a tratar de solucionar aquello sin
dejar solo a Ted.
Cuando volví a la habitación, les encontré
besándose. Fue uno de los momentos más extraños de mi vida como padre, pero
hacía mucho tiempo me había propuesto no ser la clase de persona que hace que
sus hijos sientan que deben besarse a escondidas. Carraspeé un poco para que
notaran mi presencia y Agustina dio un
saltito hacia atrás. Se mostró muy azorada y creo que por poco sale corriendo.
-
Acabo de
llamar a casa – dije, como si nada. – Agustina, ¿crees que podrías quedarte un
rato aquí, o te esperan tus padres?
-
No,
señor, si quiere puedo quedarme toda la mañana.
-
Eso es
estupendo. Tengo que… tengo que buscar una niñera para mis hijos pequeños.
-
¿Una
niñera? Mi tía tiene una agencia. Si le
explico la situación sé que podrá conseguir a alguien aunque sea con poco
tiempo.
-
¿De
verdad? Me vienes caída del cielo –
respondí, sin poder contener mi alivio. Eso lo solucionaba todo, la
verdad. Ninguna agencia me enviaría a alguien si avisaba con tan solo unas
horas de antelación, pero si era familia de Agustina y ella podía hablar en mi
nombre, sería estupendo. Además era una garantía de que estaba contratando a
alguien de fiar… No me gustaba meter extraños en casa, por más que mis hijos
mayores supieran defenderse ya si resultaba ser alguien inepto.
Agustina sonrió con algo de timidez y sacó el
móvil.
-
¿Quiere
que la llame?
-
Por
favor. Y no me llames de usted, ya te lo dije. Llámame Aidan.
Llamó a su tía y estuvo un rato hablando con
ella. Luego me puso a mí al teléfono, y cuando colgué habíamos quedado en que
en una hora y media enviarían a alguien a mi casa para atender a los niños. Le
di el teléfono a Agustina y tiré un poco de ella para abrazarla.
-
Gracias.
La noté ponerse tensa y muy muy roja.
-
Papá, no
seas tan impulsivo ¿quieres? – me reprochó Ted. – La vas a asustar.
Pero, a decir verdad, Agustina no parecía
asustada. Más bien parecía como si nadie la hubiera abrazado en mucho tiempo.
Ted había mencionado que su historia familiar era complicada, y a juzgar por la
fuerza con la que me devolvió el abrazo, supe que era cierto.
-
Me alegro
mucho de que mi hijo te haya conocido, Agustina. Anímale un poco ¿vale? Sácale
una sonrisa. Y si le traen la comida antes de que yo vuelva, vigila que come.
-
¿Te vas?
– preguntó Ted, antes de que ella pudiera responder. Puso tal cara de pena que
supe que no podía irme aún.
-
Me quedo
un rato… pero luego me tengo que ir… tengo que recibir a la niñera y
presentársela a tus hermanos.
Estaba preparado para que se enfadara y
protestara. Estaba en su derecho. Sin embargo, Ted se limitó a asentir, y a
apretar la mano de Agustina. Dudé un segundo, pero luego saqué un billete de
diez dólares.
-
Ten,
Agustina, ve a comprarte algo. Si vas a estar aquí toda la mañana lo mínimo que
puedo hacer es invitarte a un sándwich, o a un café, o a lo que quieras.
-
Oh, no,
no puedo acepta..
-
Cógelos.
-
Es inútil
discutir con él, ya lo irás aprendiendo. – dijo Ted. Agustina sonrió, creo que
por el hecho de que Ted hubiera hablado en futuro, dando a entender que
seguirían juntos.
-
Muchas
gracias.
-
De nada.
Según mis hijos, las palmeras de chocolate que tienen aquí están bastante
buenas – sugerí. Agustina me miró durante unos segundos, no muy segura de si
aquello había sido una indirecta para que se fuera un momento. Por las dudas,
me sonrió, y dijo que se iba a comprarla.
Ted si había pillado la indirecta y me miró
con curiosidad.
-
Parece
que os habéis cogido mucho cariño – comenté, para romper el hielo.
-
Siento…
lo de antes. – susurró. Debía de pensar
que había querido quedarme a solas con él para regañarle, o algo así.
-
¿El qué?
¿Lo del beso? Caray, Ted, no lo sientas.
-
Me da
vergüenza…
Me reí un poquito.
-
Eso es
porque eres vergonzoso, pero es normal. Escucha, hijo, no tienes que pedirme
disculpas por algo así. No es nada malo… - le aclaré, pero él puso una
expresión etraña - …¿Piensas que es malo? – indagué. Eso encajaría con el hecho
de que el otro día en el colegio le viera esquivar un beso de ella.
-
….Pensé
que tú creerías que sí. – confesó, mirándose las manos.
-
¿Yo?
-
No sé…
nunca hemos hablado de eso… Has sido muy…específico… con otras cosas…. Pero de
besos jamás hablamos.
Fruncí un poco el ceño y me acerqué a él.
-
Sé que es
raro y hasta puede que esté mal que te diga esto, pero no puedes basar todas
tus decisiones pensando en lo que yo vaya a pensar, Ted. Espero que sepas
entender en qué sentido lo digo, porque no me gustaría que empezaras a hacer lo
que te diera la gana sin medir las consecuencias. Eso no. Pero creo que a veces
las mides demasiado. Si yo me enfado porque le des un beso a la chica que te
gusta, estaría siendo un idiota.
-
Estarías
en tu derecho… El padre de Mike no le deja tener novia hasta los dieciocho.
-
¿Qué?
¿Por qué?
-
Quiere
que se centre en los estudios, supongo. El caso es que no tiene permiso para
salir con chicas…
-
Eso me
parece absurdo, y más teniendo en cuenta la cantidad de horas que le dejan
solo. ¿En serio esperan que cumpla esa norma? En fin, no voy a meterme, son sus
padres pero… Yo no creo que eso esté bien. No creo que pueda inmiscuirme así en
tu vida ¿entiendes? Ya no estamos en el
siglo XVI y con quién quieras compartir
tu vida es solo asunto tuyo. Yo solo tendré algo que decir si creo que esa persona no es buena para ti,
que por cierto, es de lo que quería hablarte ahora…
-
¿Crees
que Agustina no es buena para mí? – pregunto, horrorizado.
-
No, todo
lo contrario, pero, espera, espera. No cambies de tema aún. Quiero que esto
quede claro, Ted. Si quieres besarla, hazlo. Si no quieres hacerlo, no lo
hagas. Que nada ni nadie tome esa decisión por ti.
-
Es que…
no sé… no… lo tengo claro. Hay gente que piensa que está mal…
Creo que esa era una de las cosas en las que
ser relativamente joven me daba ventaja. Supuse que alguien más mayor tendría
otra actitud ante aquél tema…
-
¿Por qué?
– le pregunté.
-
No sé… ¿Y
si en vez de ser yo fuera Barie quien se estuviera besando?
-
Ah
no. Tú tienes diecisiete años. Barie
todavía es una niña. – repliqué. ¡Mi princesa era joven para esas cosas!
-
¿Y si
Barie tuviera diecisiete años? -
contraatacó. – O Madie, me da igual.
-
Supongo
que….tampoco habría problema… - respondí, aunque me costó un poco. – Si digo que no hay problema es que no lo
hay para ninguno, Ted, aunque si alguien
quiere acercarse a tus hermanas tendrá que pasar primero por encima de mí. No
creo que besarse esté mal… al menos no en ciertos contextos. No me gustaría que
lo hicierais en clase, o en los pasillos del colegio, ni delante de la gente,
porque eso sería maleducado…
-
¿Tú no
crees….no crees que sea…. que sea pec…?
Le dio vergüenza terminar la frase, pero aun
así le entendí. Bueno, de una cosa podía estar seguro: no tenía que preocuparme
porque Ted me hiciera abuelo tan joven.
-
No, Ted.
No creo que sea pecado. Vamos, hijo, no es la primera vez que besas a alguien….
-
Es la
primera vez que el beso significa algo.
Lo que hice con doce años no cuenta.
Me besaron a mí y no fue con lengua.
-
Eh, eh,
alto, no necesito tantos detalles. – le corté, y luego respiré hondo. -
¿Quieres que sea sincero? ¿Quieres que te diga lo que me gustaría que hicieras
y lo que no? Me gustaría que tu primera novia fuera la última. Que encontraras
a la mujer de tus sueños, te casaras con ella, y nunca tuvieras que pasar por
una ruptura o una desilusión. Me gustaría que te reservaras para esa persona, y
que fueras capaz de expresar tu amor con
palabras, sin sustituir un “te quiero” por un emoticon, como se hace ahora. Me
gustaría que experimentaras un amor apasionado, y no una pasión amorosa que no
conduzca a nada más que a un par de veces compartiendo cama y ya está. Eso es
lo que me gustaría. Si consigues eso, serás muy afortunado y muy valiente, a
partes iguales, por la parte que te toca y por la que no depende de ti. – le
dije. - Y también me gustaría que la gente fuera capaz de abrir los ojos y
cerrar los oídos: de dejar de comentar las vidas ajenas como si fueran propias,
criticando todo lo que no concuerde con lo que a ellos les han enseñado. Pero,
al menos esto último, hijo, no es posible, así que escucharás más de una
critica en tu vida, como ya has comprobado por desgracia recientemente. Lo
cierto es que habrá personas que estén constantemente juzgando tus decisiones,
por lo que a veces te encontrarás pensando no sólo en cuál es la opción
correcta, sino en cuál es la opción que los demás considerarán correcta. Y eso
jamás te llevará a nada bueno. Lo único que debes escuchar siempre, es tu
conciencia. Tu padre dice que se ha encargado de que tengas una bastante buena
– comenté, y le guiñé un ojo. Ted sonrió un poco y dejó que le hiciera una
caricia. – No, cariño. Claro que no está
mal que le des un beso a tu novia. Pero si lo dudas, entonces no es por el beso
en sí, sino por lo que hay detrás de ese beso. Un beso significa lo que
nosotros queramos que signifique. Si tu beso significa “te quiero”, entonces
¿por qué tendría que enfadarme yo o cualquier otra persona?. Si tu beso
significa “quiero estar contigo en un hotel y ya sabes lo que viene después”
entonces no estaré contento, pero creo
que tampoco lo estarías tú, en realidad, porque te conozco.
-
¡Papá! –
exclamó, avergonzado porque hubiera sido tan directo.
-
¿Todo
aclarado? – pregunté, y él asintió, aún abochornado. – Perfecto. Lo que yo en
verdad quería preguntarte es si crees que estás enamorado de ella. A mí me
parece que hacéis muy buena pareja, pero da igual lo que me parezca a mí.
-
Yo….ella…pues…¡Ay,
papá! ¿Por qué tienes que ser así? ¿Por qué haces tantas preguntas?
Me senté en su cama sin perder la sonrisa.
-
Porque me
gusta la cara que pones cuando te da vergüenza. Pero aún no me has respondido.
– insistí.
-
Creo…
creo que sí – susurró, mordiéndose el labio, y a mí con eso me bastó. Me agaché
a darle un beso justo donde terminaba su venda y comenzaba su frente.
-
Espero
que seas muy feliz.
Después de aquél momento tan intenso, volvió
Agustina y yo tanteé a Ted para ver si todo estaba bien si me iba. Por lo visto
si le dejaba con su novia me podía ir al fin del mundo que a él le daba igual
-.-
Aun así, no pensaba tardar mucho. Solo lo
necesario para dejar las cosas listas en casa. Para hablar con mis hijos, y con
la niñera. Cuando me vi solo en el coche pude descargarme un poco, sin miedo a
que Ted me viera, y me permití golpear el volante un par de veces. ¿Por qué
tenía que pasar esto? ¿Por qué mi hijo había tenido que sufrir aquél accidente?
¿Qué ganaron esos chicos al golpearle? Me llené de rabia y a los pocos segundos
me liberé de ella yo solo, porque tenía que ir con los demás. Conduje de vuelta
a casa y miré el reloj. Eran cerca de las once de la mañana. Yo llevaba cuatro
horas levantado, pero ellos tal vez estuvieran recién saliendo de la cama.
… Por lo visto no. Cuando entré en casa vi que
estaban levantados… y discutiendo. Bárbara pasó frente a mí como un huracán y
subió las escaleras, creo que llorando, e ignorando mis llamadas. Respiré
hondo, me armé de paciencia, y fui al comedor, donde los demás desayunaban. El
hecho de que Alejandro mirara al suelo
en vez de a mí me indicó que él tenía algo que ver con la huida de Barie.
- A ver…. ¿qué ha pasado?
Silencio. Una planta rodadora de las que hay en el
desierto hubiera sido un buen atrezzo para aquella situación.
-
¿Nadie?
¿Tengo que ir uno por uno? Está bien. ¿Alejandro?
-
Yo… no
pretendía…estábamos discutiendo un poco, y se me fue…
-
¿Qué se
te fue?
-
La
lengua…- murmuró.
Suspiré.
-
Anda, ven
un momento, hijo. Vamos al salón y me cuentas.
No parecía que Alejandro tuviera muchas ganas de
hacerme caso, pero lo hizo. Vino conmigo a la habitación de al lado y me
resumió lo que había pasado, incluyendo la parte en la que Kurt parecía poseído por el espíritu de un
quinceañero.
-
Os he
advertido mil veces sobre eso. Escucha todo lo que decís y al final le ha dado
por repetirlo – le regañé, bastante molesto. – Y lo de Bárbara…¿en qué estabas
pensando? ¿Cómo se te ocurre decirle algo así?
-
Lo
siento, papá, de verdad que lo siento…
-
Ayer os
pedí por favor que os comportarais mientras yo estaba con tu hermano. ¿Esto es
lo que tú entiendes por comportaros?
-
No pasó
nada tan malo…
-
Pasó lo
que tenía que pasar: tienes que aprender a pensar antes de hablar, Alejandro.
-
¡Lo mismo
podría decirte a ti! ¡Sólo nos peleamos un poco y estás siendo un capullo!
Abrí un poco los ojos justo antes de entrecerrarlos y
agarrarle por el brazo. Forcejeé un poco con él y eso solo me molestó más. Al
final pude girarle pese a sus esfuerzos por alejarse de mí.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
A mí no
me hables así.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Ni a mí
ni a nadie, y tampoco uses esas palabras delante de tus hermanos pequeños.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Y mide
tus palabras antes de lastimar a tu hermana con ellas.
PLAS PLAS PLAS
- Que sea la última vez que la dices algo tan cruel.
PLAS PLAS PLAS
Le solté y le miré aun con algo de enfado.
-
Ahora
quiero que subas y te dis… - empecé, peor no tuve ocasión de terminar, porque
Alejandro salió corriendo, llorando escaleras arriba justo como lo había hecho
Bárbara justo antes. Se escuchó un portazo.
Bueno, aquél no se contaría entre los recibimientos
más agradables que había tenido. Tomé aire y volví al comedor con los demás, a
darles un beso de buenos días. Me preguntaron por Ted y evité decirles acerca
de que no podía caminar. Les dije que se estaba recuperando y que pronto se
pondría bien, y les dejé terminar de desayunar porque aún tenía que hablar con
Barie y Kurt y tratar de arreglar las cosas con Alejandro.
Iba a entrar en la habitación de Barie, pero al pasar
por la de los mayores escuché a
Alejandro sollozar y me detuve frente a su puerta cerrada. Me dio
bastante lástima oírle llorar tan fuerte así que abrí la puerta y me acerqué a
él, aún a riesgo de enfrentarme a su rechazo y de que me echara de allí.
-
¡Eres
injusto, no hice nada tan malo! – me reprochó, sin dejar de llorar.
Me compadecí un poquito, entendiendo que había sido
algo brusco con él, y tal vez duro de más al recordarle que habían prometido
portarse bien. Tenía razón: no había sido nada tan malo, sólo una pelea normal
entre hermanos. Alejandro y Barie se querían,
pero se peleaban con frecuencia.
Probé a abrazarle a ver si me dejaba, y aunque no se
mostró muy colaborador, tampoco me rechazó. Saqué un pañuelo y se lo ofrecí,
mientras acariciaba su pelo.
-
Lo que le
dijiste a Barie fue un golpe bajo, campeón. Ya sabes lo que opino sobre meterse
con las cosas que hacen que los demás se sienten inseguros. Pero sé que no
querías hacerla daño y siento si te hice sentir mal, ¿bueno? No llores así, cariño, no fui tan malo
contigo.
Alejandro se calmó enseguida, pero no me
soltó. Se frotó un poco contra mi camiseta, creo que usándola de pañuelo para
sus lágrimas.
-
¿Le vas a
pedir perdón? – pregunté, en un tono ligeramente infantil. Él asintió, con algo
parecido a un puchero. Sonreí y le di un beso. – Ese es mi niño. Déjame hablar
primero con ella ¿vale? Y cambia esa carita. No pasa nada, campeón. No fue
nada.
Le acaricié un poco más el pelo antes de ir
con Bárbara. Ella también estaba llorando, tumbada sobre su cama, con la cara
enterrada en su almohada. Me hice un hueco a su lado y puse una mano en su
espalda. Cuando era más pequeña las cosas eran más fáciles. Hubiera bastado con
un “¿por qué está tan triste una princesa hermosa como tú?” para hacerla
sonreír. Pero sabía que aquella vez iba a hacerme falta algo más elaborado.
-
Alejandro
me ha contado lo que pasó, princesita. Quiero que sepas que lo siente mucho, y
ahora va a venir a hablar contigo. No lo dijo en serio.
-
Sí lo
dijo… snif…. y tiene razón.
-
¿Sobre
qué, amor?
-
¡Estoy
gorda! – exclamó, y rompió a llorar con más energías.
Parpadeé unos segundos. Luego le levanté para
conseguir sentarla encima de mí, y la abracé
como cuando era pequeña y se pasaba horas sentada en mi regazo.
-
No quiero
escucharte decir eso ¿eh? Mi vida, eres preciosa. Sé que crees que no, pero lo
eres.
-
La
báscula no miente, papá.
-
La báscula
es una máquina, y no tiene ojos humanos. Cualquier con dos dedos de frente es
capaz de ver lo hermosa que eres. Lo único por lo que debes preocuparte es por
tu salud, y si quieres intentar bajar de peso sabes que yo te ayudaré, pero no
quiero que lo hagas porque no te sientas atractiva. Lo eres, y ese no es un buen motivo.
Se dejó mimar y abrazar por un rato, hasta que su
respiración recuperó su ritmo normal.
-
No quería
discutir con él…
-
Lo sé, mi
amor.
-
Y no le
odio. Yo tampoco lo dije en serio.
-
Pues
estaría bien si se lo explicas a él ¿no crees? Ahora os dais un abrazo y hacéis
las paces.
Ella asintió, y cerró los ojos, recostada sobre mí.
Sonreí, y la di un beso.
-
Barie…
¿me cuentas qué pasó con Kurt? Alejandro más o menos ya me ha contado…
-
No se
limitó solo a repetir lo que él decía… Parecía perfectamente consciente de que
estaba mal dicho y lo hizo igual… y tiró la silla….Fue como uno de sus
berrinches pero al mismo tiempo no lo era….No sé, es sólo una intuición.
-
Fuera por
lo que fuera, no puede decir esas palabras.
-
No te
enfades con él, papi…
-
No me
enfado. Pero tiene que entender que solo porque yo no esté no significa que
pueda hacer esas cosas.
La apreté un poquito, como en un abrazo de despedida y
la puse de pie con cuidado.
- Anda, ve a hablar con Alejandro.
Esperé a que se marchara y me tomé unos segundos para
pensar qué hacía con Kurt. No podía dejar que empezara a decir tacos tan
fuertes a sus seis años.
Salí al pasillo, y ahí me encontré a Barie y Alejandro
fundidos en un abrazo. Sonreí al verles, sobretodo al ver la cara horrorizada
de Alejandro, apresado por Barie, quien no tenía aspecto de querer soltarle
pronto. En el fondo le gustaba que le abrazara y no engañaba a nadie tratando
de pretender lo contrario.
Observé aquella bonita escena un poco más, y luego fui
al cuarto de Kurt. Había esperado
encontrarle triste sobre su cama, o tal vez enfurruñado, pero no aquello: Kurt
había roto varios de sus dibujos y los había esparcido por el suelo, en lo que
tenía que ser una de las pataletas más absurdas de la historia, porque había
roto algo que era suyo. Le encantaba dibujar y regalar dibujos a todo el mundo,
no tenía ningún sentido que los
rompiera. Cuando entré justamente iba a romper uno de ellos.
-
¡Kurt!
Se lo quité de las manos y me di cuenta de que no era un dibujo
cualquiera. Era un dibujo de Ted. Me fijé en el suelo y vi que todos los
dibujos que había roto tenían que ver, en mayor o menor medida, con Ted o
conmigo.
-
¡Pero
bueno! ¿Qué has hecho?
-
¡Papi! –
sonrió y se tiró a mi cuello.
Ese cambio fue tan repentino que no supe cómo
reaccionar. Le sujeté, claro, y le apreté contra mí, correspondiendo a su
saludo.
-
Hola,
campeón. Ey… ¿qué es todo esto? ¿Por qué has roto los dibujitos?
No me respondió, pero me dio un beso. En vista de que
estaba de buenas conmigo, le dejé un ratito más en mis brazos, y luego le puse
en el suelo, mostrándome serio pero no enfadado.
-
¿Kurt?
¿Por qué has roto esos dibujos? ¿Y qué
son esas palabras tan feas que me he enterado que has dicho?
De nuevo, nada.
-
¿Es que
estás enfadado? ¿Es eso? ¿Estás enfadado porque ayer no pudiste ir a por
caramelos?
Se mordió un poco el labio, y eso me hizo pensar que
había acertado. Me agaché junto a él.
-
No puedes
portarte así porque las cosas no salgan como tú quieres, hijo. Hemos hablado de
esto demasiadas veces ya. Esas palabras no las puedes decir, porque entonces ya
sabes lo que pasará - regañé, y tiré un
poquito de su pantalón, para bajárselo.
Sorprendentemente no protestó, ni trató
de que lo soltara, ni nada.
Le incliné un poquito sobre uno de mis rodillas algo
intranquilo por su silencio. ¿Habría entendido?
-
¿Me
oíste, Kurt? Nada de malas palabras, ni de berrinches.
Me resigné a no obtener respuesta y levanté un poquito
la mano.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Empezó a llorar suavecito, de una forma muy sentida, y
me dio algo de pena. Decidí dejarlo ahí si me demostraba que había entendido.
-
Ahora
vamos a recoger los papeles, ¿bueno, bebe?
-
¡No me da
la gana, idiota!
Bien pudieron pasar diez segundos en los
cuales yo me quedé mirando al infinito sin decir nada. ¿Mi niño de seis años
acababa de hablarme así? ¿Kurt? ¿Mi Kurt?
Cuando finalmente me autoconvencí de que sí, me descubrí a mí mismo
bastante enfadado. Aun le tenía inclinado sobre mí, así que volví a levantar la
mano y la dejé caer, esta vez algo más fuerte.
PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Bwaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
-
Sabes de
sobra que esas cosas no puedes decirlas, Kurt, y a papá mucho menos.
PLAS PLAS
-
Au…
papiiii…bwaaaaa
Puso las manos, y así me di cuenta de que yo
no se las había sujetado y hasta entonces no las había interpuesto. Había
demostrado un autodominio inusual en él, pero en ese momento de autodominio le quedaba poco porque estaba
llorando mucho. Le subí el pantalón y le cogí en brazos.
Su llanto se prolongó por varios minutos, y
comencé a desesperarme por no lograr que dejara de llorar ni con besos, ni con
caricias, ni con nada. Me senté con él
en la cama y le acuné un poquito. El movimiento pareció serenarle y conseguí
que poco a poco dejara de llorar.
-
Sé que he
sido duro contigo, campeón, pero es que eso no se dice, ¿sí?
-
Ya
sé….snif…que no se dice.
-
….Sé que
lo sabes, Kurt. Por eso no entiendo por qué lo hiciste. – le dije, mientras le
acariciaba el pelo. – Entiendo que estuvieras enfadado, pero…
-
No
estaba…snif…enfadado.
-
¿Ah no?
-
No….snif.
Seguí acariciándolo a ver si se animaba a
seguir hablando. Tardó un poco, y ya pensé que no iba a añadir nada más, pero
al final me lo dijo:
- Pensé que…snif…si me portaba mal…snif….Ted
tendría que venir…snif….a regañarme.
¿Pero cómo podía ser tan adorable? ¿Se cayó de
recién nacido en alguna marmita de azúcar?
-
No es tan
fácil, enano… Ted está malito… No es que no quiera venir, es que no puede,
campeón. Sino sí que vendría, pero a darte un beso.
-
Snif…
Mi cosita…
Le tuve medio sentado encima de mí un buen rato, y de vez en cuando le
daba un beso. A ratos parecía que se dormía, pero luego se espabilaba, y yo no
dejé de mirarle en todo el rato, intentando
seguir la evolución de sus pensamientos infantiles.
-
¿Cómo se
te ocurren esas ideas, eh?
-
Ayer…snif…
Michael y Alejandro se portaron mal…snif…y tú viniste. Si yo me porto mal me
regañas tú y me regaña Ted….así que lo intenté a ver si volvíais…
-
….Te
adoro, enano. Tienes que ser la cosa más tierna de este planeta – susurré, y le
di un beso - ¿Qué voy a hacer contigo, mm?
Kurt se acurrucó más sobre mí, como aportando
una sugerencia: que le mimara. Al pobre le había dado un gran castigo y, aunque
había dicho cosas muy fuertes, había sido con una intención muy inocente. La
mente de mi bebé era todo un mundo…
Al final el que iba a dormirse de estar así
era yo, porque había dormido muy poco y así abrazado a mi pequeño estaba muy
cómodo. Pero enseguida noté que algo no estaba bien. Kurt no parecía tan
relajado como yo.
-
Papito….si
te digo algo…. ¿prometes no enfadarte conmigo? – me preguntó Kurt, sin mirarme
a la cara. Esa forma de esquivar mi mirada, y el hecho de que nuevas lágrimas
estaban naciendo en sus ojos me hicieron ver que era algo importante. Algo
parecía estar atormentando a mi pequeño, algo que le hacía sentir muy
miserable. Le temblaba el labio y estaba al borde del llanto otra vez.
No sabía qué era lo que estaba pasando por su
cabeza para ponerse así, pero lo primero que pensé era que se sentía culpable
por alguna travesura que yo aun no sabía. Le acaba de castigar y ya iba a tener
que hacerlo de nuevo… ¿Por qué le costaba tanto hacerme caso?
-
Qué
hiciste ahora, Kurt… - suspiré, con algo de cansancio. Me dije que tenía que
ser paciente, que era pequeño aun….
Las lágrimas que Kurt trataba de contener se
desbordaron como un río al escucharme.
-
Nada…
snif… papito…. –lloriqueó, y pocas veces me he sentido tan monstruo como en ese
momento. Mi niño lo estaba pasando mal y todo lo que yo hacía era pensar mal de
él y frustrarme. Tal vez no había hecho nada malo, y aunque así fuera si estaba
siendo valiente para contármelo yo tenía que ser amable con él. Cualquier otra
cosa sería cruel de mi parte, y él dejaría de confiar en mí para contarme sus
trastadas.
-
No
llores, bebé. Shhh, no llores. Puedes contarme lo que sea, cariño. Claro que no
me enfadaré. Ya sabes que no puedo enfadarme contigo, y menos si me dices la
verdad como siempre haces.
Kurt se restregó en mi camiseta por un rato,
mimoso como un gatito, y luego me miró con sus ojos aguamarina aún algo
húmedos. Le acaricié la espalda para animarle a decir lo que le estaba haciendo
sufrir.
-
Me
gustabas más antes – me confesó.
Parpadeé, confundido.
-
¿Antes?
-
Cuando
era más pequeñito…. Y no me hacías pampam todos los días.
Kurt siempre había tenido la habilidad de
dejarme k.o. con sus declaraciones espontáneas, sabias, e infantiles a la vez.
Su ingenuidad y su inocencia le hacían decir cosas que muchos adultos o niños
más mayores se callarían, y además era bastante inteligente y solía hacer
pequeñas reflexiones que en verdad eran muy grandes. Sin embargo jamás me había
impactado tanto como en aquél momento. Sentí que me estremecía y
automáticamente le apreté contra mí, como para sentirle cerca.
-
No te
castigo todos los días, campeón… - traté de defenderme.
-
Casi
todos…
A quién pretendía engañar: era cierto. Kurt
era difícil de controlar, era todo un torbellino que se volvía muy peligroso
cuando estaba aburrido o cuando quería un poco de atención. Le castigaba a
menudo, y últimamente casi todos los castigos eran palmadas. Me pregunté por
qué, y me di cuenta de que de alguna forma me había acostumbrado a hacerlo.
Dejarle sin cuentos, o sin pintar, me parecía cruel, porque eran cosas que solíamos
hacer juntos. Era como dejarle “sin papá” y sin las cosas que le gustaban hacer
conmigo. Dejarle sin postre o sin televisión era difícil, porque solía terminar
en un berrinche. Darle un par de palmadas era una forma tajante y rápida de
conseguir que me hiciera caso….y me di cuenta de lo peligroso que era ese
proceder… del mal precedente que estaba sentando…
En cierto sentido él también se estaba
acostumbrando a eso. Era como un círculo vicioso y yo cada vez era más y más
duro con él. Hacía muy poco tiempo ocho palmadas me parecían muchas para él, y
ya había pasado ese límite más de una vez.
Kurt sabía que si se portaba mal, yo le
castigaría y luego le daría un beso... A veces sentía que lo hacía a propósito
porque sabía que yo estaría con él un rato, haciéndole mimos. Que esa fuera su
forma de comunicarse conmigo era algo muy triste… Que sintiera que merecía la
pena meterse en problemas para que yo le mimara era algo doloroso e insufrible
para mí como padre.
-
Lo siento
mucho, pequeño… - susurré. Dios mío, qué mal me sentía. Me hubiera gustado
poder justificarme con alguna excusa. Decir que estaba alterado por lo de Ted,
por ejemplo, pero el problema con Kurt había empezado mucho antes, y yo había
sido incapaz de verlo. Me puse de pie con él en brazos y froté mi nariz con la
suya porque sabía que eso le gustaba. – Kurt… Quisiera poder hacer que
entiendas lo mal que me siento….
-
Ya voy a
portarme bien, papi….snif
Cerré los ojos con fuerza, y apoyé los labios
en su frente. Siempre he creído firmemente que la conducta de un niño es culpa
o mérito de sus padres, en gran medida. Si un niño se porta mal, no es en sí
culpa del niño, que está aprendiendo, sino de los que le enseñan mal. No era
tanto de ponerle límites o no, como de poner los límites correctos y de la
forma correcta. Sabía por ejemplo cuáles eran mis errores con Alejandro, y por
qué se metía en tantos problemas: mi forma de educarle era muy diferente a la
forma en la que su madre le había criado sus primeros tres años de vida.
Alejandro no podía acordarse de eso, o si se acordaba jamás hablaba del tema,
pero yo tuve que parecerle un ogro los primeros meses de su vida conmigo,
porque nunca antes le habían dicho que “no” a algo. No culpo a su madre, de
verdad creo que esa mujer le quería y trató de hacerlo lo mejor que supo, pero
Alejandro estaba acostumbrado a bañarse sólo una vez a la semana, a desayunar
gominolas y cenar hamburguesa todos los días, y a coger lo que quería y cuando
quería, sin preguntar primero y sin opción a que otros dijeran que no. No se
puede llamar robar a lo que hace un niño de tres años, pero pasé muchos apuros
con él en las tiendas, y su manía de guardarse todo en los bolsillos, haciendo
que al salir pitaran las alarmas.
Alejandro pasó de una vida en salvaje libertad
–creo, de hecho, que estaba acostumbrado a estar desnudo en su casa, porque
tenía la manía de quitarse siempre la ropa- a una vida con quizá demasiadas
normas. Yo no peleé en las batallas correctas, regañándole por cosas que en
verdad podría haber dejado pasar porque no eran importantes, como manías
respecto a comerse la miga del pan dejando la corteza. Sin embargo le dejé pasar cosas que si eran
más graves, como el hecho de que muchas veces él decidía cuándo se apagaba la
tele y cuándo se dejaba de jugar. Fui yo el que le hizo rebelde. El que
incentivo un carácter fuerte que él ya tenía. Eso tenía sus cosas buenas y sus
cosas malas. Alejandro siempre iba a luchar por sus ideales… aunque a veces
luchara también sin causa alguna, como buen adolescente que era. Era consciente
de que muchas veces yo entraba al trapo discutiendo con él, que era lo que
parecía querer conseguir en muchas ocasiones.
Aun así, no creía haberlo hecho todo mal con
Alejandro. Es decir, por dentro no era mal chico y confiaba que cuando pasara
la adolescencia le entrara un poco más de sentido común. Estaba orgulloso de
él, y del hombre en el que se iba a convertir. Le había enseñado a diferenciar
el bien del mal, y él hacía un buen trabajo a partir de eso. Una vez, por
ejemplo, invitó a casa a un chico al que detestaba con todas sus fuerzas,
porque sabía que no tenía amigos y que se sentía solo. Hizo el esfuerzo de
llevarse bien con él, y sobre todo, de hacer que pasara un buen rato jugando.
Fue un gesto que me impactó mucho, porque yo no se lo había sugerido, sino que
salió entero de él.
… Kurt tenía cada día mil gestos como ese. Era
sincero, era generoso, era buen hermano, e incluso era obediente, porque me
hacía caso más veces de las que me desobedecía. Era caprichoso y tenía bastante
genio, sí, pero creo que eso era básicamente normal en alguien de seis años.
Él, como ser humano, como personita, era bueno. Y si “se portaba mal”, como
decía él, era porque yo no le había enseñado a hacerlo mejor. Si Kurt no se
portaba como yo quería era culpa mía. Empezando porque pedía mucho de él. Si
asumía que no podía hacer que fuera perfecto, tal vez me diera cuenta de que su
comportamiento no era tan terrible.
-
Ya lo
haces, Kurt. Ya te portas bien. No pasa nada porque a veces te equivoques y
papá te regañe un poco. Prometo intentar ser más paciente….Siento mucho haber
sido duro contigo. Papá también se equivoca – le dije, y me miró con toda su
atención. A veces Kurt me miraba de una forma que me hacía sentir Superman – Me equivoco más de lo que me gustaría. Pero
nada ha cambiado, bebé. Sigues siendo pequeñito y sigue siendo como antes. Te
quiero mucho, y aunque tú o yo tengamos un mal día te seguiré queriendo.
Prometo quererte más y más cada día aunque eso suponga romper las leyes físicas
del universo.
Me sonrió y pareció hincharse por esas
palabras.
-
¿El
universo tiene leyes, papi? ¿Pero eso no lo hace el Presidente? ¿Es que el Presidente pone también las leyes en el
universo?
Me reí.
-
No mi
cielo, Obama sólo manda en los Estados Unidos. En el universo el que manda es
Dios.
-
Pues Dios
también se equivoca. – me dijo. ¿Se entiende ya lo de sus repentinas
declaraciones que me dejaban a cuadros?
-
¿Por qué
dices eso, peque?
-
Porque
deja que Ted esté malito y los malos que le hicieron pupa no.
Busqué la forma de responder a aquello
logrando que me entendiera. Claro que era difícil, porque ni siquiera lo
entendía yo.
-
Dios es
como un papá, Kurt. Él nos dio unas normas hace mucho tiempo y espera que
nosotros las sigamos. Las cosas malas que pasan si no las seguimos son culpa
nuestra ¿entiendes?
-
Pero… Yo
a veces digo palabras feas. Dios no quiere que diga palabras feas pero nunca me
ha castigado… ¿es que le da igual si no hacemos caso de lo que nos dice?
-
No, claro
que no le da igual, le duele mucho. Pero por eso me puso a mí, ¿mmm? Para
cuidar de ti en su lugar, y asegurarme de que eres feliz y bueno. Así que puede
que él no te castigue, pero es porque ya lo hago yo. Y te mimo. Y juego
contigo. Y te quiero.
Vi en sus ojos que me entendía, y le sonreí con
cariño al ver que ya no parecía ni siquiera un poquito triste. Tan inmerso
estaba en mi burbuja con el peque, que no me di cuenta de que Michael llevaba
un rato observándonos.
-
Menuda
lavada de cerebro… Dios no existe, Kurt. No es tu padre, ni el que pone las
leyes en ningún sitio, ni nada. Tú único padre es Aidan y la única vida que
existe es esta, sin seres mágicos, sin arcoíris y sin unicornios. Así que deja
de creer en que un tipo invisible vela por ti y observa todo lo que haces.
-
¡Dios si
existe! – reclamó Kurt, muy sorprendido y mirándonos alternativamente a uno y a
otro. Parecía bastante confundido.
-
No
existe, Kurt, es un cuento chino casi tan grande como Papa No…
Le tapé la boca con la mano antes de que
terminara la frase y le saqué fuera de allí. Debía de estar echando fuego por
los ojos, o al menos esa era mi intención.
-
¿Te has
vuelto loco? ¿Cómo le vas a decir a un niño de seis años que no existe Papá
Noel? Y que lo compares con Dios resulta
para mí poco menos que ofensivo. Escucha Michael, respeto tus creencias, o más
bien tus no-creencias, pero tú has de respetar las mías y la forma en la que
educo a mis hijos.
-
¡Exacto!
¡Les educas! ¡Les educas para que crean! Es una lavada de cerebro total. Las
religiones son peor que una enfermedad hereditaria. Te la transmiten al nacer y
mucha gente nunca llega a curarse.
Hablaba con tanta rabia… Hasta ese momento
había pensado que Michael era ateo o agnóstico. Pero en ese instante me di
cuenta que en verdad era anticristiano. No era solo que no creyera, sino que
realmente parecía sentir repugnancia hacia los que si lo hacían, aunque hasta
entonces se había contendido.
-
Cuánto
siento que lo veas así… Pero yo no les impongo nada. De hecho Ted quiso esperar unos años antes de
hacer la confirmación y respeté su decisión. Se confirma el año que viene
porque él ha decidido confirmarse. Si hubiera dicho que no yo habría tratado de
entender el motivo, pero jamás le habría obligado.
-
Eso no te
lo crees ni tú. Les obligas a todos a ir a la iglesia.
-
A todos
los menores de cierta edad, sí, porque no me vale que quieran quedarse en casa
por jugar a la play o ver la tele. A Alejandro no. Muchas veces no nos acompaña
y creo que eso ya has podido comprobarlo. Me parece muy injusto que me acuses
de algo así, me considero bastante liberal y tolerante con esas cosas. No creo
que ninguna religión deba ser impuesta: debe ser enseñada. Parte de esa
enseñanza consiste en entender el concepto del libre albedrío. Quiero que
entiendan que pueden escoger creer o no creer. Claro que a mí me gustaría que
creyeran: como padre, quiero lo mejor para mis hijos, y en mi escala Dios es lo
mejor. Así que es un sentimiento natural. Tal vez pueda ponerme pesado desde tu
punto de vista al hablarles del tema, pero jamás les he lavado el cerebro.
Jamás. Confío en que Dios tiene un plan para todos, y en que todo llegará a su
tiempo. Yo no empecé a creer hasta los veinte años ¿sabías eso? Mi padre jamás
me habló de Dios, de ningún Dios, tal vez porque se supone que es judío pero no
cumple con ninguna de sus normas, y eso le hace sentir culpable. – le dije, y
esa fue una confesión que no le había hecho a nadie, nunca - …. De hecho no
hablo de religión con mis hijos tanto como debería, porque yo me siento
culpable también. Son los hijos de Andrew…. Su familia es judía…mi familia es
judía….y yo les he educado en el cristianismo. A veces me pregunto si tengo
derecho hacerlo. Si debería haber seguido la religión de su…de mi padre. No es
como si alguna vez le hubiera podido preguntar a él cómo quería que les
educara. Nunca he tenido ninguna conversación sobre consejos parentales ni
espirituales, así que lo hago lo mejor que puedo, considerando que de niño Dios
estuvo siempre fuera de mi vida. No tengo experiencias sobe cómo se vive la
religión en una familia. Así que por eso yo les muestro lo que yo creo, y ellos
elegirán cuando estén preparados. ¿Cómo van a poder elegir ser creyentes si no
conocen en qué consiste de verdad el serlo? ¿Si no conocen a Dios? Si hago bien
mi trabajo, al menos conseguiré que, crean en lo que crean, sean respetuosos
con las creencias ajenas, y no alberguen tantos prejuicios como los que pareces
tener tú. De verdad que no lo entiendo. Además fuiste tú el que quiso
acompañarnos a la iglesia el otro día por pura curiosidad. Entonces no parecías
tan molesto con todo esto.
-
No
entiendo como puedes creer en un Dios que permite que tu hijo enferme, y que un
hombre tan egoísta como tu padre viva en la abundancia. – me bufó, pero le noté más calmado, menos beligerante.
-
No he dicho
nunca que esté de acuerdo con todo lo que hace. Supongo que a veces no le
entiendo. Pero el dinero de mi padre puede ser más una maldición que algo
bueno. A veces tener dinero, o desear tenerlo, trae más problemas que carecer
de él.
-
Oh, no
sabes qué razón tienes en eso – murmuró.
Le miré interrogante, extrañado por esa frase,
pero no añadió nada más.
Me hubiera gustado seguir hablando con él un
poco más, tanteando ese terreno en el que habíamos profundizado poco, pero el
tiempo corría y el timbre sonaría en cualquier momento.
-
Oye,
Michael, estos días… voy a tener que pasar mucho tiempo en el hospital. Aun no
sé cuándo le darán el alta a Ted pero…no creo que sea pronto.
-
¿Le has
dejado solo ahora?
-
Está con
Agustina. Pero aun así quiero volver cuanto antes. No sé… no sé cómo voy a
hacerlo…dividirme entre aquí y allí…
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No te
preocupes por nada, Aidan…papá… yo… déjalo en mis manos.
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Pero tú
trabajas en la comisaría, Michael, y vuelves tarde. Y además tener diez
personas a tu cargo puede ser demasiado. Créeme, sé de lo que hablo. Por eso…
por eso voy a contratar una niñera…Lo tengo arreglado, en realidad…debe estar
al llegar.
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¿Una
niñera?
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Sí…. No
creo que a tus hermanos les haga mucha gracia…. Y quiero pedirte que la ayudes
en todo lo que puedas…. Ella no está aquí para cuidarte a ti ¿bueno? No quiero
que creas que pienso que necesitas una niñera. Pero, para bañar a los peques,
para ayudarles a comer, para vestirles…
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Dios, una
niñera me salvará la vida – susurró Michael.
Sonreí, por el tono desesperado con el que lo
dijo. Justo en ese momento llamaron a la puerta.
N.A.: Hola a tod@s. Solo decir
que siento haber estado desaparecida. La universidad, y eso. Me di cuenta el
otro día de que hacía más de un mes que no actualizaba….vamos, que no subí nada
en el 2015. En parte para compensar eso, y en parte como respuesta rebelde a
los que dicen que hago capítulos demasiado largos, este es el capítulo más
largo que he escrito hasta ahora. Espero poder actualizar pronto. Gracias por
leer ^.^
Perdón por todos los regalos de
cumpleaños que nunca hice -.-
*La canción es “Misty Montain”, efectivamente de la
película El Hobbit. Es un guiño friki, porque el actor que le pone cara a Aidan
en mi mente sale en esas películas xD
emmm, pues yo no soy una de esas personas que digan que tus cap son largos ... menos si son asi de buenos ... me gusta que siempre hay una mezcla de todo, incluso del pasado y creo que eso ayuda a entender un poco mas a los personajes...!!!
ResponderBorrarMe fascino.
ResponderBorrarAidan tiene un pasado muy triste :( y la verdad es que me dan mucho coraje que tenga ese padre y esos abuelos, tan buena persona que es y que le toque ese tipo de familia... pero tiene unos hijos- hermanos, que lo llenas de alegría y de preocupaciones :) me encanta me leí todo el capitulo aunque no lo puede hacer en un solo día :S.
ResponderBorrarY espero que esa persona que esta en la de fastidiar a Aidan se rompa la cabeza antes de que le haga daño a a esta familia.
DreamGirl me encanta tus hijo mm en especial el caracteres de Alejandro ;)
Por suerte para mi... hoy era feriado... porque me leí el capi de corrido lo que implico acostarme tarde muuuuy tarde... pero no podía dejar de leerlo... que te digo... lo disfrute... con sus altos y bajos emocionales....
ResponderBorrarPobre Ted... ojala sea temporal.... Aidan no merece esa culpa en sus hombros porque seria el motivo perfecto para Greyson, para declararlo loco.... El enano me mato... con eso de que me gustaba más antes... te hace pensar sobre ... ¿Qué pasa lo que por la mente de un niño?
Alejandro... es todo un ejemplo para el peque con las groserías jajajjaja
Felicidades...Dream quiero mas....
Mientras más largó mejor dream jajjaja amo me encantan así es como sí te dejarás atrapar, y vieras una película en tu mente no se a mi me pasa jajaja por cierto pobre ted yo también me asuste junto con el al leer que no podía mover las piernas ojalá no sea nada malo por cierto que horror con los abuelos me quede de a cuadro con la abuela que se le van las cabras y al abuelo agresivo mmmmmm quise devolverle uno que otro golpe por todo el trata a anidan y por como se expresaron de ted, fue un capi muy intenso lleno de revelaciones.....
ResponderBorrarOye yo soy la única que se reserva el derecho de desaparecer literalmente por meses, pero te perdono =), y a mi me encantan tus largos capítulos sigue así, besos
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarNo importa lo largo con que no nos abandones en mucho tiempo jejje porfa que te no quede inválido
ResponderBorrarBellísimo capítulo!!! Hermoso, hermoso! Ninguno de tus niños puede dejar de ser más adorable!! Ted... Ay, no seas malita... que se ponga bien, por fis!!! Kurt, un solcito como ninguno...Alejandro, jejej... es encantador, Michael mi favorito =P Pero realmente son bellos TODOS tus personajes... En cuanto a Aidan, ufff, existirá alguien tan bueno como él???
ResponderBorrarConfieso que a mí sí me cuesta leer capis tan largos, mi atención es súper pobre jejej... pero elijo leerlos y los disfruto mucho!!
Besitos Dream... Sigue siendo tan increíble como siempre!!! =D
geial capitulo... largo para nada me encanta!!! amo con locura al pequeño dylan <3 ,,,,, aidan es un sol.... lindo alejando awww dream me entantan todos tus chicos y chicas
ResponderBorrarlargo o corto niña encantan, asi que tu no hagas caso a las malas lenguas, seguro lo dijeron con la intencion de que rompas tu record y lo hagas mega para gusto nuestro como que lo fue y lo disfrute hasta las 4 de la mañana, pero hasta hoy no pude poner mi comentario
ResponderBorrarestoy pendiente d ela salud de Ted... y me dolio el pasado de Aidan y esa laca de famiia que se gasta, creo que sus abuelos estan con algun problema mental, ojala y no salte en alguno de sus hijos como espera ese buitre del poli corrupto que me atormenta a mi dulce bombom
Por favor, no te pierdas taaaaaaaaaaaaaaanto
Cariños
Marambra
estoy enamorada de esta famila de verdad!!!!!
ResponderBorrarme encantan tus capis largos, llenos de tanta emociones!!!!
todos tus personajes me encantan pero sin duda alejandro y michael son mis favoritoos