El resto de la tarde fue tranquila.
Rubén y Marcos se sentaron en el sofá a ver la televisión y observaron la
reacción de Gabi ante el aparato. El niño miró la pantalla unos segundos, se
acercó y la rodeó, como si intentase descubrir cómo habían entrado ahí esas
personas tan pequeñitas. Se le notaba confundido y empezó a mirar a Marcos en
busca de una explicación. Marcos, pese a saber que el pequeño no le entendería,
intentó dársela:
- Es una televisión, Gabi. Son
imágenes, no personas de verdad.
- ¿En el hospital no había
televisión? – preguntó Rubén.
- La pusimos muy poco y había otras
cosas extrañas que le distraían. Además, estaba muy alta, colgando en la pared.
Quizá pensó que eran personas que le observaban. O quizá ni se fijó. Pero ahora
le da curiosidad. La curiosidad es buena, hará que aprenda antes...
- "¿Pusimos?" – repitió
Rubén, porque no se le había escapado el uso del plural.
- La trabajadora social y yo –
explicó Marcos.
- Oh.
Su hermano puso cierta expresión de
decepción que no le pasó inadvertida.
- ¿Qué?
- Nada.
Marcos se quedó en silencio, hasta
que poco a poco entendió lo que Rubén había querido decir con ese
"oh".
- No seas como mamá, ¿quieres? –
protestó. – Cuando tenga novio, lo sabrás. Ahora no puedo pensar en eso, tengo
que ocuparme de Gabi.
Incómodo porque odiaba hablar de su
soltería perpetua, Marcos cogió el mando y cambió de cadena, yendo a parar a un
documental sobre tigres. Gabriel pegó un salto cuando vio a esos animales en la
televisión
- ¿Crees que le recuerda a su casa?
- No digas tonterías. Gabi no ha
crecido en la selva, ha crecido en algún lugar de los pirineos.
- Oh, perdona, eso es mucho más
normal – replicó Rubén con sarcasmo.
Marcos no hizo caso de su hermano y
se enfrascó en sus propios pensamientos. El niño reaccionaba ante las imágenes.
Podía enseñarle muchas cosas a través de ellas... se puso de pie y se agachó al
lado de Gabriel.
- Mira, Gabi. Tigres. ¿Lo ves?
Ti-gres.
- Es una palabra un poco complicada
para que la aprenda ahora... - dijo Rubén.
- Ya lo sé. Solo quiero que
entienda que estoy hablando de lo que sale en la tele. Con el ordenador y unas
cuantas imágenes, puedo enseñarle muchas palabras – explicó Marcos. – Tigre –
repitió, señalando.
Gabi miró la dirección de su mano y
señaló la tele.
- Creo que piensa que el televisor
en sí es un tigre, Marcos.
Marcos resopló y volvió a cambiar
de cadena.
- Niño – dijo entonces, señalando
de nuevo. Gabi miró el mando, después miró la pantalla, y después a Marcos. –
Niño, como tú.
- Asesino, asesino – indicó Rubén
en tono apremiante. – ¡Cambia, cambia!
- ¿Qué?
- ¡Es una peli de terror, hombre!
Marcos reaccionó deprisa y volvió
al canal de los tigres, pero en esos escasos dos segundos dio tiempo a ver una
enorme mancha de sangre en el suelo. Se fijó en Gabi, preocupado porque la
imagen le hubiera podido traumar, pero si el niño entendió lo que era, no
pareció asustado. Más bien, se mostraba interesado por los tigres. Lentamente,
puso una mano sobre el cristal.
Rubén se levantó inesperadamente
del sofá.
- ¿A dónde vas?
- Ahora vengo. ¿El arcón sigue
estando en el altillo? – preguntó.
- ¿El arcón? – preguntó Marcos,
haciendo memoria. Hacía años que no pensaba en el viejo mueble, que estaba ahí
desde antes incluso de que Rubén se fuera de casa. – Sí...
Rubén se marchó sin dar más
detalles y se empezaron a escuchar ruidos, como si estuviera revolviendo entre
las cosas. Volvió al rato con algo tras la espalda. Se agachó junto a ellos y
sonrió. Sacó el objeto escondido, que resultó ser el peluche de un tigre que
había pertenecido a Marcos en su más tierna infancia.
- ¿A que no te acordabas? – dijo
Rubén. – Sé que es mayor para peluches, pero...
- ¡Es perfecto! Gracias. Mira la
cara que ha puesto, está extrañadísimo. Es un juguete, Gabi. Para ti.
- Habría que lavarlo antes – sugirió
Rubén, pero el niño olisqueó el juguete y lo tomó entre sus manos.
- Creo que él opina diferente – rio
Marcos. – No te preocupes, en cuanto lo suelte lo lavaré.
Gabriel observó el peluche desde
varios ángulos y lo apretó, aparentemente fascinado con la textura. Rubén no
tuvo claro que lo fuera a soltar por un buen rato.
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