domingo, 12 de abril de 2020

CAPÍTULO 95: El acuario (parte 1)



CAPÍTULO 95: El acuario (parte 1)

Me despertó un temblor suave en mi cama, con las mantas moviéndose y sacándome del agradable calor con el que había dormido.
-         Buenos días, dormilón – susurró papá.

-         Ahuuum.
Abrí los ojos justo para ver a papá sonreír. Esperé unos segundos a que mi vista se enfocara.
-         Buenos días – respondí. De pronto me vino un recuerdo a la cabeza y tiré de las mantas para taparme la cara.

-         Ey, ey. ¿Por qué te escondes?

-         Por nada – mentí, sin salir de mi caparazón improvisado.
Aidan me hizo cosquillas, una de las formas más efectivas para forzarme a hablar.
-         Es que me acordé de algo.

-         ¿De qué?

-         Mmm. Ayer le conté a Agustina… Le dije… que… mmm…

-         Vaya, esto se pone interesante – escuché la voz de Michael. - ¿Qué le dijiste?

-         Nada – repetí y, por si acaso, me aparté de papá y de sus dedos habilidosos.
No me hizo más cosquillas, pero sí me destapó para que no pudiera seguir esquivándole.
-         ¿Tuvisteis una pelea? A mí me pareció que estabais bien cuando ella se marchó. 

-         No es eso, no peleamos… Es que… Me vio regañar a los enanos y… mmm… puede-que-le-contara-de-qué-forma-nos-castigas.
Hablé muy deprisa, juntando las palabras y papá arrugó la frente mientras hacía un esfuerzo por entender lo que había dicho. Michael lo entendió primero y asomó la cabeza por el hueco de las literas.
-         ¿Le dijiste que te dan palmadas como a un niño pequeño? – preguntó, con incredulidad.

-         Hombre, así no se lo dije…

-         ¡Madre mía, Ted! ¿Eres idiota o qué? ¿Cómo puede ser que alguien como tú tenga novia, me lo explicas? – se sumó Alejandro. No podía verle desde donde estaba, pero al parecer él sí podía escucharme.

-         ¿A ella no le dan palmadas, papi? – escuché a Kurt. Genial. ¿Acaso estaban todos? La voz de mi hermanito sonaba encima de mí, así que debía de estar en la litera de Michael. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Habría dormido con él? No, cuando me acosté el enano estaba en el cuarto de papá… Pero, ¿por qué estaba ahora en la cama de mi hermano? … ¿Por qué no estaba en la mía?

-         Hay padres civilizados que no castigan así a sus hijos – le explicó Michael.

-         Especialmente cuando tienen más de seis años – añadió Alejandro.

-         Lástima para vosotros, os tocó el padre incivilizado – replicó papá. - ¿Y qué te dijo Agus, campeón?

-         No mucho. Cambié de tema enseguida. Pero lo sabe.

-         Tarde o temprano se iba a enterar – opinó Cole. – Mejor que se lo cuentes tú a que un día lo vea.

-         Papá nunca me avergonzaría así… ¿verdad?

-         Claro que no, hijo – me aseguró.

-         O sí, quién sabe – me chinchó Michael. – Ya tienes algo con lo que amenazarle, papá.

-         Dejad de meteros con vuestro hermano. A este paso no saldrá nunca de la cama y entonces no nos dará tiempo a ir al acuario.

-         ¿Al acuario? – pregunté.

-         Es el plan para hoy. Fue idea de Kurt.
Pensé que papá no iba a estar de humor para grandes planes fuera de casa y que el sábado en familia consistiría en ver una peli tranquilitos, pero si lo sugería el enano era diferente: haría lo que fuera por hacerle feliz.
-         ¡Vamos a ver a las “besugas”, Ted! – exclamó el peque, bajándose a mi cama. Le atrapé posesivamente, en plan mimoso pero también, aunque no quería admitirlo, con algo de celos porque hubiera ido primero a la cama de Michael.

-         Belugas, enano – le corregí.

-         ¿Qué es eso? – preguntó Michael, extrañado.

-         Mmm. No son ni una ballena, ni un delfín, sino como una mezcla. Luego las verás – le dijo papá.

Sentí algo de pena. No es que fueran un animal muy conocido, pero fue como una prueba más de que mi hermano mayor no había tenido una infancia como la nuestra.


-         AIDAN’s POV –
El viernes por la noche me entró el bajón que había estado conteniendo durante todo el día. La doctora había acabado con cualquier duda que yo tuviera acerca de si Kurt debía operarse con las palabras “paro cardíaco”. Pero eso no lo hacía más sencillo.
¿Y por qué Andrew había corrido con los gastos? Llevaba horas con la tentación de llamarle, pero me resistí. No tenía sentido reclamare por haberme ayudado y si le echaba en cara las veces que no me ayudó en el pasado tan solo tiraría por la borda todo lo que habíamos conseguido en los últimos meses. Aunque solo fuera por no perjudicar el proceso de adopción de mis hijos, debía hacer lo posible por no complicar las cosas.
Tenía tantos asuntos en la cabeza que solo pensar en ellos me cortaba la respiración. La operación de Kurt; el juicio de Greyson con el que, con suerte, podríamos limpiar todo el historial de Michael; la visita a la cárcel para ver a su padre biológico; la adopción de los chicos; la universidad de Ted; contactar con mis dos supuestos nuevos hermanos; permitirme lidiar con el hecho de que Andrew no era mi padre y dejar de bloquear las emociones que eso me provocaba…
“No te olvides de la Primera Comunión de Cole” intervino mi cerebro. “Es más pequeño de lo que Harry y Zach eran a su edad, así que no le vale ninguno de sus trajes”.
Genial, sí, estaba eso también.
Holly” hizo notar mi corazón, compitiendo por mi atención.
“Ella no es un ‘asunto’. Holly es un sueño por cumplir, no algo de lo que ocuparme”.
Pero todas esas cosas debían esperar, porque en lo único en lo que podía pensar era en el bienestar del pequeño bultito que dormía en mi cama. Acaricié el pelo rubio de Kurt mientras intentaba dormirme.
-         Papi.

-         Perdona, bebito. ¿Te desperté?

-         No, es que no puedo dormir.

-         ¿Por qué no puede dormir mi campeón? – pregunté, preocupado porque todo aquello le estuviera afectando. Intentaba mantenerme animado para él y era demasiado pequeño para entender el riesgo al que se enfrentaba, pero tal vez era más consciente de lo que había creído.

-         ¿Qué vamos a hacer mañana? Es sábado – me recordó.
Sonreí y lo medité unos instantes. Lo cierto era que no había pensado nada.
-         No lo sé, peque. ¿Qué te gustaría hacer?

-         ¡Ir al acuario! – exclamó, ilusionado.

-         Shh, cariño. No hables tan fuerte, que es muy tarde ya. ¿Quieres ir al acuario? Está bien, tesoro. Allí iremos.

-         ¿De verdad?

Casi le podía notar temblar de la emoción. Cosita hermosa.
-         De verdad, campeón.
Salidas como esa solían implicar una mayor planificación por mi parte. Pero al ver su cara de ilusión, supe que era la decisión correcta. Si ponerle contento era tan sencillo, compraba un abono para todo el año. Compraba mil abonos. Un millón.
Me costó trabajo dormirle después de aquello, Kurt se había activado mucho con la noticia, pero me inventé un cuento sobre un pececito que iba de visita al terrario de los humanos y poco a poco conseguí que cerrara los ojos.
El cuento se quedó dando vueltas por mi mente después de que el enano se durmiera. Al principio pensé que era porque se trataba de algo cómodo en lo que pensar, que me mantenía alejado de otras ideas más lúgubres, pero después entendí que acababa de tener un fogonazo de inspiración para una historia infantil. Con cuidado de no despertar a Kurt, me levanté y me puse frente al ordenador. Mis dedos empezaron a pulsar las teclas prácticamente con vida propia.
Estuve tres horas escribiendo y, cuando acabé, presentía que tenía un primer boceto para un libro infantil. Tenía que pasárselo a los de la editorial. Abrí el correo y me encontré con dos mensajes nuevos de mi editor. Querían reunirse conmigo urgentemente. Vaya, eso era telepatía. Solicité si podía ser una videoconferencia, no quería dejar a mis hijos solos a no ser que fuera imprescindible. Como no iba a obtener ninguna respuesta de madrugada, apagué el ordenador y me fui a dormir. Aún podía descansar cuatro horas hasta que sonara el despertador.
Al día siguiente, a todos pareció gustarles la idea del acuario.
Ted tenía el sueño pesado aquella mañana, así que costó un poco que reaccionara y después se ocultó bajo las mantas avergonzado por haber sido demasiado sincero con su novia. Le entendía, tenía que haber sido una situación bochornosa para él. Agus había presenciado cómo regañaba a Kurt una vez, pero no es lo mismo que tu novia vea cómo castigan a tu hermanito de seis años a que sepa que a ti te castigan de la misma manera. Por suerte, parecía que la chica no había tenido una mala reacción.
Cuando los más mayores estuvieron levantados, pensé que era buen momento para ir a vestir a las enanas.
-         Ted, ¿te encargas de Kurt? – le pedí. – Y de Dylan.

-         Ya lo hago yo – se ofreció Michael.
Le miré con sorpresa. Cuando llegó a casa, Mike evitaba quedarse a solas con los peques: no sabía cómo tratarles. Pero había ido aprendiendo y ahora se veía capaz de ayudar a prepararlos. Le había salido como algo natural, quizá ni él mismo se había dado cuenta de lo mucho que había avanzado como hermano mayor.
-         Me lo ha dicho a mí – gruñó Ted.

-         ¿Qué?

-         Que me lo ha dicho a mí. Ven, Kurt, vamos a por tu ropa – dijo, y se llevó al peque.

-         ¿Y a este qué mosca que le ha picado? – preguntó Michael. No supe qué responderle, porque estaba tan desconcertado como él. - ¿Se ha molestado por lo de su novia? Tampoco le he dicho nada.

-         No creo que sea eso, Mike – respondí y sacudí la cabeza. Luego me ocuparía de averiguar qué le pasaba a Ted. – Gracias por ofrecerte, campeón.

Michael se encogió de hombros, incómodo.
-         Hace ya mucho me dijiste que tenía que intentar acercarme más a Kurt. Y la verdad es que no es difícil, el mocoso se hace querer.

-         Como tú – le sonreí.
Fui al cuarto de las peques y las encontré ya despiertas y sentadas en sus camas, pero sin salir de ellas.
-         Hola, princesas.

-         ¡Papi! Trixie tiene hambre – me dijo Hannah.
Trixie era una hadita que tenía encima de su mesilla. Hannah no solía hablar mucho con o de sus juguetes, pero creo que la reciente obsesión de Kurt con su canguro le habían hecho buscarse su propio juguete especial.
-         ¿Sí? Pues dile que enseguida vamos a desayunar, pero primero tenemos que vestirnos. Porque hoy vamos a hacer algo muy divertido.

-         ¿El qué? – preguntó Alice, enredándose con las sábanas mientras intentaba salir de ellas. La liberé y estiré sus brazos para sacarle la camiseta del pijama.

-         Vamos a ir al acuario.

-         ¡Wiiii!

-         ¡Bieeen!

Sonreí ante su entusiasmo y me acerqué al mueble para escoger su ropa.
-         ¿Falda o pantalones? – pregunté, aunque fue más bien para mí mismo. - Creo que con pantalones estaréis más cómodas.

-         Quiero vestir igual – pidió Alice.

-         ¿Igual?

-         A Hannah.

-         ¿Quieres vestirte igual que Hannah? – reformulé, intentando seguir el razonamiento de mi bebé de cuatro años.

-         ¡Shi!

-         ¡Y yo! – aprobó Hannah.

Sonreí. Había pasado un tiempo desde que Harry y Zach querían vestirse iguales, y Kurt y Hannah nunca habían querido.

-         Está bien. Entonces cogeremos una camiseta blanca y un vaquero, ¿qué os parece?

Mis enanas asintieron, así que procedí a vestirlas. Hannah en realidad ya hacía mucho sola. Ella se desvistió mientras yo me ocupaba de Alice. Solo tuve que ayudarla a abrocharse el pantalón.

-         Muy bien, tesoro. Ahora los calcetines.

Esa parte ya era más complicada, así que la senté en la cama y me arrodillé frente a ella para ponérselos.

-         ¿Los mismos zapatos, también? – pregunté. – Solo tenéis un par que sea igual, los zapatitos rosas.

-         Ño, papi, yo quero deporitas – dijo Alice.

-         ¿De bolitas? – me extrañé.

-         ¡No! ¡Deporitas! ¡Con cordones!

-         ¡Ah! Deportivas, cariño - corregí. Iba a tener que hacer un esfuerzo por no comérmela entera, pero no me lo ponía nada fácil.
Finalmente, le puse a Hannah las bailarinas y a Alice unas deportivas. Después les cepillé el pelo. Alice me pidió unas coletitas mientras que Hannah quería llevarlo suelto. No todos mis hijos habían tenido las cosas tan claras a su edad. Alice y Hannah tomaban muchas pequeñas decisiones por su cuenta y yo trataba de incentivarlo, si sus deseos eran sensatos y manejables.
Cuando estuvieron listas, pasé por el cuarto de Kurt y Dylan. Sabía que Dylan podía ponerse un poco difícil, pero de hecho Ted lo estaba llevando bastante bien. Le daba instrucciones al enano, sin vestirle, dado que a Dy por lo general no le gustaba que le tocaran.
-         Muy bien, peque, ahora el otro botón. No me mires así, fuiste tú quien quiso una camisa. Las camisas tienen muchos botones – decía Ted.

-         No me gustan los botones.

-         Entonces quizá quieras una camiseta – le sugirió.

-         Pero mi c-camiseta v-verde está s-sucia.

-         ¿Otra camiseta, tal vez?

-         ¡N-no! ¡Quiero ir de verde!
El verde era el color favorito de Dylan para la ropa, creo que porque le recordaba al color de la mayoría de los dinosaurios y reptiles, que eran los animales que más le gustaban.
-         Entonces, habrá que aguantar los botones – repuso Ted.
Dylan se resignó ante lo inevitable y terminó de abrocharse la camisa. Kurt ya estaba vestido y esperaba con paciencia sentado en la cama, que estaba perfectamente hecha. Cosa de Ted, lo más seguro.
-         Muy bien, Dylan – le felicité. - ¿Ya estás listo?
No me respondió, y en lugar de eso se puso a revolver en su arcón. Esperé, con paciencia. Así solía tener mejor resultado que insistiendo. Al cabo de unos segundos, Dylan se levantó de nuevo con un reloj que tenía forma de pez. Fue un regalo de cuanto cumplió siete.
-         Ahora sí – respondió.

-         Ya veo. Desde luego, ese es el mejor accesorio para ir al acuario – sonreí.
Dylan me sonrió de vuelta, y eran tan pocas las veces que sonreía que me hubiera gustado hacerle una foto.
-         Si ya estáis listos, id a desayunad, peques. Papá baja ahora.
Kurt se fue enseguida, pero Dylan echó un vistazo a su tablón antes de salir. Se me había olvidado cambiarlo, seguía poniendo “hora de dormir”. Ted se dio cuenta, y cogió un sol y un letrero de “Buenos días”. Dylan pareció satisfecho con eso, su pequeño universo necesitaba que cada cosa estuviera en el lugar correcto…. aunque luego fuera incapaz de dejar sus dinosaurios en el arcón.
-         Has hecho un gran trabajo, Ted – le dije, cuando nos quedamos a solas.

-         Gracias. Pero no hice nada, en realidad. Dylan está… mejor. Más comunicativo. Ya sabes lo que quiero decir.
Sí, entendí a lo que se refería. El autismo no se cura, ni mejora con los años. Dylan no era neurotípico y nunca lo sería. Pero algunas de sus conductas sí podían cambiar. Podía aprender. Especialmente si uno utilizaba los recursos correctos para ayudarle.
-         Sabes cómo tratarle. Cada vez está más cómodo contigo - declaré.
Ted sonrió, porque había costado un poco que Dy aceptara que él hiciera algunas de las cosas que solía hacer yo. Nadie más podía ayudarle en la ducha, ni peinarle, ni arroparle. Pero eso había cambiado.
Aunque quizás malinterpreté el motivo de su sonrisa.
-         Michael no hubiera sabido manejarlo.
Esa era una faceta que uno no veía mucho en Ted. No era altanero. Para empezar, mi muchacho rara vez estaba orgulloso de sí mismo y, cuando lo estaba, no solía compararse con otras personas. Desde que era muy pequeño aprendió a dejar ganar a sus hermanos en las tontas competiciones infantiles, de tal forma que cuando Alejandro se bebía un vaso de Coca-cola sin respirar, Ted se aseguraba de terminarlo tan solo un segundo más tarde, para que Jandro pudiera saborear una victoria junto con el refresco. Y, en asuntos más complejos, como la natación, por ejemplo, donde mi chico era realmente un prodigio, jamás se vanagloriaba de su talento. No lo usaba para presumir frente a sus hermanos, ni siquiera de broma. Tampoco cuando competía con otro instituto era partidario de humillar a los rivales y siempre felicitaba al capitán del equipo perdedor.
En definitiva, parecía que sentirse superior a otras personas iba en contra de su instinto. Cuando tenía un pensamiento positivo hacia sí mismo lo contrarrestaba con decenas de pensamientos negativos, como si tener autoestima fuera algo malo.
Por ejemplo, cuando tenía nueve años solía necesitar que yo le felicitara constantemente. Si hacíamos un viaje en coche y aguantaba todo el camino sin protestar ni armar jaleo, siempre me preguntaba “¿me he portado bien, papá?” y un día, uno en el que Harry armó un berrinche estratosférico y se pasó todo el camino dando patadas en mi asiento, preguntó “¿me he portado mejor que Harry?”. Se sintió mal inmediatamente después y me dijo que Harry se había portado bien, solo que era pequeñito y estarse quieto le costaba. Criticar a su familia iba en contra de su código genético, por lo menos en voz alta. De niño, cuando se enfadaba mucho mucho con alguno de nosotros, solía escribir algo en un papel y luego lo rompía. Una vez me dijo que yo no podía leer lo que ponía en ese papel o me enfadaría y le castigaría, y le respondí que algunos pensamientos son malos y es mejor no tenerlos, pero que, si se tienen, siempre es mejor escribirlos en privado que decirlos, porque no estaba bien herir los sentimientos de los demás. Y que, si uno se esforzaba por hablar bien, terminaba pensando bien. Creo que aquellas palabras calaron mucho dentro de él, porque siempre intentaba reprimir la rabia ante cualquier pelea. A veces su rostro le traicionaba, mi niño era muy expresivo y tenía sus momentos de furia, como todos, pero se esforzaba por ser humilde con sus labios cuando su corazón no se sentía así.
Así que era raro escucharle decir que era mejor que sus hermanos, o que ellos no harían tal o cual cosa tan bien como él.
Pero claro, ese era el asunto: Ted estaba acostumbrado a ser el hermano mayor. Era mucho más fácil dejarse ganar que aceptar que te ganan en algo de verdad. Tenía que hacerle entender que aquello no era una competencia.
-         Michael es perfectamente capaz de ayudar a los enanos - repliqué. – Aún no se conoce todas las manías y peculiaridades de Dylan, pero está aprendiendo. No pasa nada si empieza a pasar más tiempo con ellos. No tienes por qué estar celoso.
Había dado en la diana, claro. La mirada de Ted me dejó claro que eso era justo lo que pasaba. Sus ojos se parecieron tanto a los de un cachorrito desvalido que no pude hacer otra cosa que abrazarle.
-         ¿De dónde crees que ha aprendido a ser tan buen hermano, tontorrón? – le pregunté. – Tú le has enseñado a cuidar de los peques. Y no te preocupes, que voy a seguir necesitando mucho de tu ayuda no remunerada – bromeé. 

-         Ya sé… Pero… Kurt está de pronto muy unido a él.

-         ¿Y eso es malo?

-         No…

Ted sonaba como si tuviera diez años menos, y era adorable.

-         Aunque el enano empiece a recurrir a él en ocasiones, incluso aunque a veces recurra a él antes que a ti, no quiere decir que haya dejado de quererte o que a él le quiera más. ¿Te cuento algo? Así es como me siento yo cuando Cole prefiere estar contigo.

-         Pero Cole te adora, papá.

-         Ese es mi punto – respondí.

-         Ya… Ya sé todo eso. En mi cabeza lo sé. Pero quisiera estar ahí con el peque cuando va al médico. Sé que es absurdo, que yo esté no cambiará nada, pero me haría sentir más útil… como que le protejo… Siempre he estado con él cuando lo pasa mal. Cuando se raspa la rodilla, cuando se le acaba el chocolate y viene a ver si a mí me queda…  Y pensé que yo le hacía sentir seguro, pero en realidad…

-         …estar con él te hace sentir seguro a ti – completé yo. Acababa de describir mis emociones exactas. Yo no podía operar a Kurt, ni operarme por él, cosa que hubiera preferido, pero al menos estando a su lado sentía que hacía algo, que podía hacerle de escudo aunque solo fuera contra el miedo. – Te llevaré con nosotros a la próxima cita, ¿vale? – le ofrecí y Ted asintió.

Estiré la mano para acariciarle la cabeza, recordatorio de su propia fragilidad y del peligro que había corrido él también.

-         No te preocupes, Teddy. Tu hermanito estará bien – aseguré. - ¿Sabes algo? Cuando estabas en el hospital, Michael me pidió que te dijera que no tenías permiso para que te pasara nada malo porque que tú siempre me hacías caso. Haremos lo mismo con Kurt, ¿bueno?

Ted esbozó una media sonrisa, pero no lo dejó pasar:

-         No me llames Teddy.

-         Teddy. Teddy, Teddy, Teddy – le chinché.

-         MADIE’s POV –

Bárbara no solo es mi hermana, también es mi mejor amiga. Es la primera persona a la que quiero contarle cualquier cosa que me pasa y a veces ni siquiera necesito contárselo porque ella lo adivina. Es la mejor compañía en las tardes aburridas y la mejor compañera de habitación. Pero incluso con todo la que la quiero, tengo que admitir que a veces es un grano en el culo. Como con todo el asunto de Holly. Ya había aprendido a aceptar que papá y esa mujer se iban a seguir viendo y tal vez no fuera tan malo, pero es que Bárbara no era capaz de hablar de otra cosa: Holly, Sam, trillizos, Blaine, Scarlett, Jeremiah, Holly otra vez, Aarón, Sam de nuevo, West…. Era un bucle constante de entusiasmo que se transformaba en una conversación eterna. Era como tener a Hannah y Kurt con sobredosis de azúcar revoloteando alrededor.

Aquel día íbamos a ir al acuario y todo lo que ella tenía que decir al respecto es “se lo podíamos haber dicho a Holly”. Iba a explotar, así que decidí que debía distraerla y hacerla pensar en otra cosa. No es que debiera, es que era una necesidad, o yo iba a terminar sufriendo un aneurisma.

-         Oye, ¿sigues teniendo el maquillaje que te regalo Michael? – pregunté.

-         No, se rompió casi todo.

-         Casi no es todo – repliqué, con una mirada insinuante. – Y yo tengo algunas sombras, también.

Barie lo pilló enseguida y dejó escapar una sonrisa traviesa que no era usual en su rostro. Fuimos al baño y copiamos un tutorial de maquillaje que buscamos con la tablet. Nos llevó un buen rato y papá nos llamó varias veces diciendo que ya estaba el desayuno. Finalmente, se cansó de llamar y vino a buscarnos. Golpeó la puerta del baño.

-         ¿Chicas? ¿Estáis las dos ahí dentro? ¿Va todo bien?

Barie soltó una risita y me la contagió.

-         Shh, que nos va a oír.

-         Pero si ya sabe que estamos aquí – objetó.

-         Princesas, ¿pasa algo? Voy a entrar, ¿vale?

Papá no esperó respuesta y abrió la puerta. A Barie y a mí nos dio un ataque de risa por la cara que se le quedó e intentamos recoger un poco el lavabo, porque estaba lleno de frascos y manchas de pintura.

-         ¿Os habéis maquillado? – preguntó.

Dah, era evidente. No me molesté en contestar.

-         ¿Te gusta? – preguntó Bárbara.

Papá se quedó en blanco durante unos segundos. Carraspeó.
-         No sé… no sé mucho de estas cosas. Pero el azul te sienta bien – le dijo, refiriéndose a su sombra de ojos. Mi hermana sonrió, feliz por el cumplido. - Venga, limpiaros eso. Se nos está haciendo tarde…

-         ¿Qué? ¡No, papá! – protestó ella.

-         Cariño, te queda muy bien, pero no hay por qué maquillarse para ir al acuario.

-         Ya sé que no, pero yo quiero. Es azul y plateado. Como una sirena…

“Sonando como una niña no vas a conseguir nada, Barbara” pensé.

-         No estamos jugando. Nos hemos pintado porque queremos salir así – afirmé, cruzándome de brazos. Papá tenía que aceptar que ya no teníamos la edad de Hannah.

Le escuché suspirar y se rascó la nuca, como si no supiera qué decir. Ahá, estaba ganando.

-         Chicas, ya hemos hablado muchas veces de esto, ¿mm?

-         Sí, sí, ya sé, “no hay que quemar etapas”, sea lo que sea que signifique eso - bufé, repitiendo lo que nos había dicho en otras ocasiones

-         Significa que hay una edad para cada cosa. Y entiendo que estéis creciendo y que queráis arreglaros, pero no necesitáis nada de esto para ser hermosas, porque ya lo sois. Si queréis pintaros un poco, en alguna ocasión especial, podéis usar algo de rímel o un pintalabios, pero de un tono más claro. Esos colores no son apropiados para niñas de vuestra edad y…

-         ¡NO SOMOS NIÑAS! – le grité, porque él no parecía entender eso.

-         Sin chillar, Madelaine.

-         ¡Ya no somos niñas, papá! ¡Tenemos doce años! – insistí.

-         Sí, y esos son pocos para maquillarse.

-         ¿Por qué?

-         Porque lo son. Porque no seréis niñas, pero tampoco sois adultas. Y porque lo digo yo.

Papá usaba con poca frecuencia el argumento de “porque lo digo yo” y solía hacerlo cuando en verdad no tenía motivos o cuando andaba corto de paciencia.

-         Pues yo digo que no me importa y que voy a ir así y punto – repliqué. Tal vez no fue la mejor de las ideas.

-         ¿Disculpa?

-         Disculpado.

Quizás pasaba demasiado tiempo con Harry y Alejandro.

-         Madelaine, tonterías las justas, ¿eh?

-         ¡Tú eres el único que dice tonterías! ¡No puedes controlarlo todo, no puedes controlarnos a nosotras!

-         Ni lo pretendo, pero sí tienes que hacerme caso cuando te digo algo.

-         ¿Por qué? – repliqué. – Y no digas que porque eres mi padre, porque esa no es una razón y además no lo eres.

Las palabras salieron solas antes de que pudiera retenerlas. La mirada de sorpresa de papá fue lo que me hizo darme cuenta del tamaño de la burrada que había soltado.

-         ¡SÍ ES NUESTRO PADRE! – chilló Barie y, sin que pudiera preverlo, me dio un empujón. Ella y yo no solíamos pelear y menos aún atacarnos físicamente. - ¡SÍ ES NUESTRO PADRE, IDIOTA!

-         Bárbara – dijo papá, a modo de regaño. Mi hermana se giró hacia él y le dio un abrazo espontáneo. – Gracias por defenderme, leoncita. Pero no está bien que empujes a tu hermana ni que la insultes, ¿mm?

-         ¡Solo dije la verdad! ¡Es idiota y estúpida y una niñata!

Au. Papá frunció el ceño y sé que estuvo a punto de darle una palmada, pero se lo pensó mejor y frotó su espalda, sin soltar el abrazo.

-         No es nada de eso. Solo está enfadada, como tú ahora.

-         Snif… sí eres nuestro padre.

-         ¿Estás llorando? – se extrañó papá. – Princesita sensible. Claro que soy vuestro padre y lo voy a ser siempre y además me voy a encargar de que no solo lo sepáis vosotros, sino todo el mundo y de que lo ponga en un papel. No llores, cariño, si no ha pasado nada. Se te va a correr toda la pintura, ¿mm?

Papá cogió una de las toallitas que usaba con los enanos y la pasó delicadamente por la cara de Barie, quitándole el maquillaje, con movimientos suaves y tiernos. Le dejó los ojos tal cual estaban.

-         ¿Así que mi princesa es una princesa sirenita? – preguntó, infantilmente. – Está bien, mi vida. Puedes llevar los ojos pintados, si quieres. Te quedan muy bonitos.

-         Les falta purpurina.

-         Tienes toda la razón, tesoro.

Papá estiró la mano para coger un bote y se echó un poquito en el dedo. Después lo extendió cuidadosamente sobre los párpados de Bárbara, que cerró los ojos y sonrió con algo de vergüenza.

-         Ji :3

La escena recordaba a cuando Hannah jugaba a maquillarse, o nosotras mismas a su edad y me dio mucha rabia.

-         ¡DEJA DE TRATARNOS COMO SI TUVIÉRAMOS SEIS PUTOS AÑOS!
- Madelaine, ya estás en muchos problemas, señorita. Deja de decir tacos.
- ¡Puto, puto, puto! – exclamé. Pese a mi enfado, una parte de mí pudo ver cómo yo sola acababa de desmontar mi argumento de que ya éramos mayores con ese arranque que casi pareció una pataleta.
Papá suspiró y luego frunció el ceño.
-         Barie, ve a desayunar, corre. Esos glotones te van a dejar sin galletas.
Bárbara miró en mi dirección por un instante, pero después me dio la espalda y se marchó. Seguía molesta conmigo.
El baño se quedó en un tenso silencio cuando ella se fue. Permanecí callada, porque sabía que era lo que más me convenía. Cuando ya no lo soporté más, me rasqué el brazo, no porque me picara, sino porque necesitaba hacer algo.
-         Recoge todo esto y después ve a tu habitación – me ordenó papá.

-         No iba en serio lo de que no eres mi padre… - susurré, preocupada por lo frío que sonó.

-         Ya lo sé, pero no estuvo bien que lo dijeras.

-         Perdón…
Los hombros de papá se destensaron un poco y me invitó con gestos a darle un abrazo.
-         No puedes ponerte así solo porque te prohíba algo. Por más que pienses que es injusto.

-         Lo siento…
Papá enredó las manos en mi pelo cariñosamente.
-         Sientes lo que me dijiste, pero no los gritos ni las malas palabras – replicó y me pregunté si acaso me leía la mente. – Guarda eso y ve a tu habitación, Madie. Yo voy en un rato.
No tenía muchas más opciones que hacerle caso, así que metí el maquillaje en el neceser y fui a mi cuarto.

-         AIDAN’S POV -
Hacía años había dejado de depender de los libros o revistas para padres, porque después de criar a tantos niños uno tiende a tener sus propias ideas, además de haber asimilado algunas ajenas. Sin embargo, a veces me sorprendía a mí mismo consultando cosas sobre adolescentes, especialmente adolescentes femeninas.
Tenía fases en las que me convencía a mí mismo en que no había diferencias entre cuidar de un niño y una niña. Por ejemplo, existe el estereotipo de que los chicos son más agresivos, pero quienes decían eso no conocían a mi Madie ni a mi Cole. O que las chicas hablan más: nuevamente, no conocían a Kurt, o a Ted. Pero había otras cosas que no podía negar. Biológicamente eran distintos, y se enfrentaban a problemas distintos al llegar a la adolescencia. Y, hasta el momento, ninguno de mis hijos varones me había pedido maquillarse. Eso me llevó a preguntarme cómo reaccionaría si se daba la ocasión, pero era un dilema para otro día. No obstante, me acordé de Sam y sus ojos delineados. Holly sí había vivido eso. Y también tenía una hija mayor en perfecta edad de maquillarse. Y ella misma era mujer. Quizás hubiera manejado las cosas con Madie de otra manera.
Recordé que tenía varios mensajes de Holly sin responder. Pensaba hacerlo justo antes de salir hacia el acuario, cuando ya estuvieran todos listos, pero en ese momento cambié de idea y pensé que podía hacerle un par de consultas rápidas. Sin embargo, cuando abrí el chat, vi que lo último que había escrito era “Llámame cuando puedas, por favor”.
Sus anteriores mensajes no eran alarmantes, solo eran quejas porque la tocaba trabajar aquel sábado y se suponía que libraba.
Algo preocupado, pulsé su nombre en la agenda y el botón de llamada.  Lo cogió al segundo toque.
-         ¿Aidan? – preguntó, avisada por la pantalla.

-         Sí. ¿Va todo bien?

-         Sí, gracias por llamar. En realidad, yo solo… quería… quería pedirte un consejo.

-         Oh. Dispara.

-         Yo... no sé por dónde empezar – confesó. No solía tener tantos problemas para expresarse. Me recordó al principio, cuando nos conocimos, y se ponía tan nerviosa que era incapaz de unir dos frases. – Es Scarlett…

La imagen de su niña tímida y adorable apareció en mi cerebro.

-         ¿Qué pasa con ella? – pregunté, cuando vi que no iba a continuar. Tendría que sacarle las palabras poquito a poco. Pero entonces Holly empezó a hablar y ya no tuve que sonsacarle nada más.

- Se pasa el día leyendo o con sus mascotas. Y dirás que eso no es nada malo, y yo también pensaba así, pero no se relaciona con nadie… Ni con su familia. Por más que lo intento, no consigo que hable conmigo. Que me cuente sus cosas, sus preocupaciones, o incluso cualquier tontería que le pase por la cabeza. Apenas habla y esto no es nuevo, pero es que va a peor. En el colegio ya no saben qué hacer, son conscientes de su problema, pero se aísla por completo y si se dirigen directamente a ella se encoge y se esconde – explicó. Podía notar la desesperación en su voz. – Esta mañana tenía un nuevo correo de su profesora. Me ha sugerido ponerla en un curso más bajo y no es la primera vez que lo insinúa. Pero mi niña es la mejor de su clase, no quiero que… no quiero que se vea perjudicada por algo que… algo que yo debería saber solucionar. Lo ha pasado tan mal…

Enseguida me compadecí, tanto de Scarlett como de Holly. Iba a decir algo, pero ella no había terminado.
-         Hoy… hoy he perdido un poco los nervios. Estaba hablando con ella y no conseguía que me mirara. Tenía en el regazo a su hurón y no respondía a nada de lo que yo decía. Así que… he levantado un poco la voz. No debería haberla gritado pero ella… ella ha corrido a esconderse dentro de su armario. Como si tuviera miedo de mí. Y de esto no puedo culpar a mi difunto marido ni a Aaron, porque jamás la han tocado. La han tratado con mimo, el mismo mimo con el que la trato yo porque sé que pasó… sé que vivió cosas horribles.

-         Bueno, tranquila. No es culpa tuya – sentencié, firmemente. – No has hecho nada malo. ¿Hablaste con su terapeuta? – pregunté. Me había contado que Scarlett estaba viendo a un especialista.

-         Sí… Y me ha dicho que necesita salir de su asilamiento. Eso ha sido de mucha ayuda: si no me lo llega a decir, ni cuenta me doy.

El sarcasmo en su voz era evidente y poco común.

-         ¿Te ha sugerido alguna forma de hacerlo?

-         Que traiga amigas a casa o salga con ellas. ¡Pero si no tiene! A veces me pregunto si este hombre conoce realmente a mi hija. Llevo tiempo queriendo llevarla a otra consulta. Me gustaría llevarla con la terapeuta de Sean, pero ahora mismo no puede tomar más pacientes.
Me quedé en silencio un momento, mientras intentaba pensar en una forma de ayudarla, pero ella continuó antes de que encontrara alguna:
-         Soy una mala madre, Aidan – susurró. – No puedo ayudar a Scay, no puedo controlar a Sean y la única forma de que Blaine no se rompa la cabeza con alguna de sus ideas arriesgadas es ser dura con él, y es un papel que odio y que no me queda bien. Ayer le castigué – me confesó. – Le… le pegué. Y te lo cuento solo porque sé que no vas a juzgarme. No fue la primera vez, pero se sintió horrible.

-         No eres una mala madre. Adoras a tus hijos y ellos te adoran a ti. Y desde luego, nunca serás mala madre por regañarles cuando lo merezcan, aunque el sentimiento de culpabilidad lo conozco y te entiendo.

-         Pues algo tendré que estar haciendo mal, porque todos los días son como una batalla campal…

“Vivís muchos en una casa pequeña y tu hermano no creo que ayude con ese carácter suyo” pensé, para mí, pero no se lo dije porque no era lo que necesitaba escuchar en ese momento.
-         ¿Sabes qué? No lo describiría como una batalla campal, pero mis hijos se meten en más líos de lo que deberían. No muy grandes, pero les castigo con mucha frecuencia. Ahora mismo, estaba por regañar a Madie – compartí, formulando las ideas conforme me venían a la cabeza e intentando que me saliera algo coherente. – A veces no sé si es que no me escuchan cuando les hablo o si quieren llamar mi atención. Son muchos y cada uno tiene una forma de hacerse notar. Por ejemplo, Alejandro es muy buen chico, pero tiene un pico de oro y a veces me insulta como si no hubiera un mañana. No puedo dejar que haga eso y le reprendo, y he conseguido que abandone algunas costumbres, pero no otras. No sé si eso me hace mal padre, un fracasado en mi misión de educarle, pero sé que no puedo rendirme ni dejar de intentarlo. Y la verdad es que estoy jodidamente orgulloso de todos ellos, así que tan mal no lo estaré haciendo – declaré. – Yo también estoy lleno de dudas…. Soy una persona muy física, en lo bueno y en lo malo. Me paso el día dándoles abrazos, aunque con otras personas rechace el contacto. Tengo muchas formas de decirles que les quiero. Una de ellas son las palmadas, aunque sé que no es su preferida. Pero es justo eso: una forma de decirles que les quiero y no voy a dejar que se hagan daño, ni que se lo hagan a otros, ni que actúen como si no tuvieran un padre que les enseña sobre acciones y consecuencias. Tenemos muchos hijos, Holls, así que creo que la sensación de que es una lucha continua la tendremos siempre. Pero hay guerras que vale la pena luchar.

-         Ese fue… ese fue un buen discurso – respondió.

-         Repítemelo la próxima vez que me entre la inseguridad – me reí. - Creo que nos parecemos demasiado. A mí también me da por pensar que no sé cuidar de ellos. Pero no es un trabajo al que pueda renunciar. No es un trabajo: son mi vida entera.

-         Y la mía – respondió ella, sonando de pronto más relajada.

-         Con Scay… se me ocurre una locura. Le encantan los animales, ¿no? ¿Eso incluye los acuáticos?

-         ¿Por qué lo preguntas?

-         Mis hijos y yo vamos a ir hoy al acuario. Es una buena forma de hacer que se desaísle… Ya sé que tú no puedes, pero de hecho casi es mejor. Si vinierais todos se camuflaría, como en el día de la pizzería, que apenas habló.

-         Te lo agradezco, pero no va a querer. No hay forma de que vaya a ningún sitio sola, ni aunque ya te conozca – me explicó.

-         Sí, claro. Entiendo que no me tiene confianza. Mmm. ¿Y si viniera Sam con ella?

-         Sam no está en casa… pero tal vez Blaine… Déjalo, Aidan, no quiero molestarte.

-         Tú no molestas – medio gruñí. – Y tus hijos tampoco. Decidido, entonces. Se vienen, ¿no?

-         Se lo tengo que preguntar… Es una gran idea. Le encantan los sitios así… ¿Seguro que puedes? ¿No será demasiado con tanto niño?

-         Bobadas. Tu princesa es más buena que el pan, y estoy seguro de que Blaine y yo nos sabremos entender. Es un gran chico.

-         Eres un salvavidas. Ojalá Scay acepte… Blaine va a querer, le esperan dos semanas sin salir, así que cualquier excusa le parecerá buena. Además, le caes muy bien. Mejor que bien.
Sonreí, contento por ese pequeño logro.
-         Gracias, Aidan. En serio, gracias. No sé cómo devolverte el favor.

-         No tienes por qué hacerlo, pero de hecho tú puedes ayudarme en algo también.

-         ¿En qué? Lo que sea – se ofreció, rápidamente.

-         Vaya, cuidado con eso.  Me lo puedo tomar en serio, ¿eh? – bromeé, en un tono seductor que no sabía que podía poner.

-         Oh, espero que te lo tomes muy, muy en serio – respondió ella, con voz pausada. Sonó… sensual. Los pelos del brazo se me erizaron. ¿Esa era la misma mujer tímida que se sonrojaba con un beso?

Tosí un poco, intentando recuperar mi capacidad para respirar.

-         En realidad… quería un consejo yo también – logré decir, y le expliqué lo que había pasado con Barie y Madie. Holly me escuchó sin interrupirme. – Me parece que son muy jóvenes todavía para maquillarse. Entiendo que llegará un momento en el que será inevitable, pero cómo se vistan o cómo se pinten la cara no debería ser importante para la gente de su alrededor y no quiero que se acostumbren a esconderse bajo kilos de maquillaje. Es una forma sutil y repetitiva de dañar su autoestima, hasta que llegue el punto que sean incapaces de salir sin pintarse. No quiero que lleguen a eso. Y no sé si a su edad es bueno para la piel y… en fin, tú tienes a Leah. ¿A qué edad dejaste que se maquillara?

Holly soltó una risita, como si hubiera preguntado algo muy gracioso.
-         Leah odia maquillarse. Nunca lo hace y tampoco lleva vestidos, ni pendientes, ni collares. Pero si preguntas cuándo es un buen momento para empezar, yo creo que debería ser gradual… Tienes razón: doce años son pocos. Y no es que haya que forzarlas a ser niñas, pero cuando las chicas de esa edad se creen demasiado mayores es cuando empiezan a hacer tonterías. Un poco de sombra de vez en cuando, o un pintalabios suave está bien para ir empezando. Yo no les dejaría en ningún caso pintarse como rutina, para ir a clase, por ejemplo, pero en el colegio de mis hijos está prohibido.

-         En el de los míos también. Entonces… ¿no me paso de sobreprotector? – pregunté, dudoso.

-         Aidan, le estás preguntando a la más protectora de entre las madres sobreprotectoras – se rio. – Pero casi todo el mundo coincide en que la edad ideal para empezar a maquillarse es entre los catorce y los dieciséis. En el caso de mi padre, la edad ideal era nunca… Pero yo lo hacía a escondidas, cuando tenía quince o así.
Quise hacerle preguntas al respecto, pero ya había notado que no le gustaba mucho hablar de su padre y que este no había sido un buen hombre, así que era mejor no presionar.
-         Tampoco quiero que sientan que deben hacerlo en secreto…

-         No les has pedido nada ilógico, Aidan. Tú has cedido un poco, y dejas que Barie vaya con los ojos pintados. Pintalabios rojo pasión no me parece el más adecuado para una niña, hiciste bien en negarte.

-         Ojalá ellas lo vieran así. Especialmente Madie…

-         Aún es una niña, amor, pero no le gusta que se lo recuerdes.

“Amor” repetí en mi mente.

“Ya, Aidan: concentración” me regañé a mí mismo.

-         Debería ir con ella, por cierto. Tenemos una conversación pendiente y no quiero hacerla esperar.

-         Ya me imagino el tipo de conversación... No seas duro – intercedió, tímidamente.

-         Nunca lo soy, de eso se aprovechan – repliqué.

Los dos utilizábamos métodos parecidos para regañar a nuestros hijos, pero hasta donde yo sabía ella era más blanda que yo, aunque no habíamos hablado mucho del tema.

Concreté con Holly cuándo recoger a Blaine y Scarlett. Blaine aún no conducía, pero con mi coche y el de Ted teníamos justo quince plazas, que eran las necesarias, aunque íbamos a ir un poco apretados.

Me dio algunas indicaciones sobre cómo tratar con Scay y después nos despedimos. Mordí la esquina del teléfono después de colgar, recién asimilando lo que yo mismo había propuesto. Holly debía tenerme en muy buena estima para confiarme a sus hijos.

Guardé el móvil y fui al cuarto de Madie.

-         Has tardado mucho – me acusó, en cuanto entré.

-         Perdona, cariño. Pero así has tenido un tiempo para pensar en lo que pasó en el baño, ¿mm?

Recibí un gruñido como toda respuesta.

-         Has armado toda una rabieta solo porque te he prohibido algo – le dije.

-         No fue una rabieta – protestó.

-         Pues se pareció mucho a una, con gritos e insultos. Y sé que crees que tienes razón y tal vez no consiga que entiendas mi punto de vista respecto al maquillaje, pero nada justifica que me hables así. Porque sí, jovencita, soy tu padre, y no puedes negarlo cuando te convenga.
Madie me abrazó, creo que sintiéndose culpable por haberme dicho eso.
-         ¿Qué ojitos te pone Kurt para conseguir que no le castigues? – me preguntó.

-         Ningunos, porque no le funciona – repliqué, negándome a sonreír con todas mis fuerzas porque era lo que esa granuja pretendía.

 Me puso un puchero adorable y lo de no sonreír fue aún más difícil. Me separé de ella lentamente y me senté en su cama.
-         Esta vez no será dinero en el tarro porque eso parece que no funciona. Además no fueron simples palabrotas, sino que me insultaste.

-         Lo sé… Lo siento – murmuró.

-         …Esos son los ojitos que te ayudarán ahora, fierecilla. Ven aquí. Vamos a terminar con esto y después vamos a tener un gran día.

Tiré de su brazo y se tumbó sobre mis piernas, agarrando instantáneamente la almohada. Aparté su camiseta y aproveché el gesto para frotar su espalda, para que no estuviera nerviosa.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-         ¡Au! ¡Papi, ya! Snif…

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Rompió a llorar estruendosamente y eso me desconcertó, porque ella solía ponerle un poquito de orgullo a esas situaciones y se resistía a quejarse en voz alta.
-         Snif… Ya, papá… No lo haré más…

-         Llevas un vaquero, Madie, no te puede estar doliendo tanto.
En seguida la noté ponerse rígida y me arrepentí de haber dicho eso. La levanté, pero mi fierecilla hizo lo posible por no mirarme.
-         Perdona, cariño… Puedes llorar si lo necesitas, solo me extrañó – dije, y la abracé. Ella sollozó sobre mi hombro, rompiéndome en mil pedacitos. – Qué malo que es papá. Shhh, tranquila.

-         Lo… snif… lo siento. No sé… snif… por qué dije… snif… que no eres mi padre.
Oh. Mi bebé lloraba porque se sentía culpable.
-         ¿Que dijiste qué cosa? A mí ya se me olvidó.
Madie hizo un ruidito extraño y se frotó los ojos. La separé lo suficiente para poder besarla en la frente.
-         Ya está. Con ese beso lo borré todo – susurré, con voz mimosa. En ese momento no pareció importarle que la infantilizara.

-         Snif… Los besos rompen hechizos, no borran la memoria.

-         Este sí.

Busqué en su cajón un clínex y le limpié la cara. Todo el maquillaje se le había corrido. Luego le di otro para que se sonara.
-         ¿Quieres pintarte los ojos como tu hermana? – pregunté y ella asintió, con una sonrisa incipiente. – Solo los ojos – advertí.

-         Está bien. Pero yo no soy una sirena.

-         ¿Ah, no? ¿Y qué eres?

-         No sé, pero eso no. Es tonto. Barie a veces es una cría – declaró.

-         Sí, mi amor. Tu hermana es muy niña todavía, pero eso no es malo.

-         Y que ella tenga novio y yo todavía no – refunfuñó.

-         Ni falta que hace. ¿Quieres que se me pare el corazón antes de los cuarenta?

Madie sonrió y rodó los ojos.

-         DYLAN’s POV -
El triceratops fue uno de los últimos dinosaurios en aparecen antes de la extinción masiva del final del Cretácico. Eso quiere decir que solo caminó sobre la tierra unos dos millones de años. Eso es poco para un dinosaurio, pero mucho en comparación con los humanos, que solo llevamos aquí 315.000 años.
Lo que caracteriza a los triceratops son sus cuernos. Nadie sabe muy bien para qué servían, aunque existen varias teorías. Algunos científicos dicen que eran una defensa contra los terópodos (la familia de los velocirraptores), pero eso es un poco absurdo, porque los terópodos atacaban en grupos y desde los laterales. Tener cuernos en la cabeza no ayuda mucho para que no te desgarren el lomo. Es más lógico pensar que los usaban para defenderse de predadores más grandes, que atacaban frontalmente. Otra teoría dice que servían como medio de cortejo para ejemplares del sexo opuesto. De eso no entiendo mucho, pero es algo parecido a lo que hacen los ciervos, así que quizá tenga más sentido.
Mi teoría favorita, sin embargo, es la que considera que utilizaban los cuernos como medio de comunicación entre miembros de su manada. No tenía ningún libro que explicase bien los detalles de esa hipótesis, así que había creado mi propia versión, basada en las abejas y las feromonas. Los cuernos de triceratops podían contener feromonas que se liberaban con determinados movimientos, dejándole saber a su manada que estaban cerca. Impidiendo que las crías se perdieran de sus padres, quedando a disposición de algún hambriento tiranosaurio.
A veces me gustaría poder liberar feromonas yo también. Pero papá era muy alto y su cabeza sobresalía en cualquier multitud, así que eso también me valía, normalmente. Sin embargo, íbamos a ir al acuario y allí habría mucha gente. Era un ambiente hostil, un terreno desconocido en el que podía haber todo tipo de depredadores. No era lugar para un triceratops pequeño y no sé por qué teníamos que ir, aunque por otro lado tenía ganas de ver a las ballenas. Y a los tiburones.
Tal vez los triceratops también supieran nadar. Quién sabe.
Como la naturaleza no me había dado los mismos mecanismos de defensa que a los dinosaurios, ideé un sustituto, y busqué el desodorante de papá en su estante del baño. Olía muy fuerte y lo reconocería en cualquier lugar: era perfecto. Apreté el botón del spray y me eché por todo el cuerpo. Después sí, bajé a desayunar.
Ted y papá se habían quedado hablando en el cuarto, así que les esperé en la mesa del comedor, haciendo dibujos en mi cuaderno. Muchos de mis hermanos ya estaban allí, pero no presté atención a lo que decían. Eran una manda muy ruidosa.
-         ¿A qué huele aquí? – preguntó papá, cuando por fin bajó.

-         A feromonas – respondí yo.
Alejandro se rió, pero no entendí por qué, yo no había dicho nada gracioso.
-         ¿Te has echado mi desodorante?
Asentí y seguí dibujando. Papá no dijo nada, pero se acercó y trató de darme un beso. Me aparté. Sabía que era un gesto de cariño, pero la boca de una persona no debería estar tan cerca del cuerpo de otra. Era antinatural.
Ya estábamos casi todos, pero faltaban Barie y Madie. Papá las llamó varias veces. Me tapé los oídos: era molesto escucharle hablar tan fuerte. Al final subió a por ellas, así que saqué las manos y seguí dibujando. No sé cuánto tiempo pasó, pero al rato bajó Barie.
-         Mira, Dylan. Me he pintado los ojos, ¿te gusta? – me preguntó.

-         No. Estás rara.

-         Tú siempre tan sincero, enano – dijo Michael. – A mí me parece que estás muy guapa, Bar.
Miré a Michael sin entender. Claro que Barie era guapa, pero no era eso lo que le había preguntado. Sin embargo, ella parecía satisfecha con la respuesta.
Papá no venía y yo tenía mucha hambre. Quise coger una galleta, pero Ted no me dejó.
-         Vamos a esperar a papá y a Mad, peque.

-         Pero se va a q-quedar frío y no me g-gusta la leche f-fría.

-         Te la caliento en el micro, ¿vale?

-         También podríamos empezar ya – dijo Harry.

-         Empezar ya – apoyé.

-         Está bien, pirañas – respondió Ted. No entendí por qué nos llamaba pirañas. A lo mejor tenía que ver con que íbamos a ir al acuario, pero eso no tenía sentido: en el acuario no había pirañas.
Ted me pasó una tostada con mantequilla y mermelada, pero sin que se tocaran. La mantequilla estaba en una mitad y la mermelada en la otra, justo como a mí me gustaba.
De pronto Michael me quitó mi cuaderno. No lo podía tocar, era mío.
-         Después de desayunar continúas, enano. En la mesa no.

-         ¡Dámelo, dámelo, es mío!

-         Dylan, el cuaderno se queda en esta esquina, ¿vale? Cuando termines de comer lo puedes coger – dijo Ted.
Ted dejó el cuaderno en la encimera. Ahí no se podía manchar, así que no era mala idea del todo.
Me estaba comiendo mi segunda tostada cuando papá regresó seguido de Madie. Ella llevaba los ojos pintados también.
-         Vale, como ya estamos todos, tengo algo que deciros – anunció papá. – Blaine y Scarlett van a venir con nosotros al acuario.

-         ¿Por qué? – preguntó Alejandro.

-         Mmm. Scarlett necesita salir de casa, campeón. Tenemos que hacer que se lo pase muy bien, ¿bueno?

-         ¡Genial! – exclamó Barie. Sonreía mucho, por lo que supuse que la noticia le hacía feliz.

-         Sé que siempre os digo que los días es familia son para estar juntos y es mejor que no traigáis amigos, pero…

-         Está bien, papá. Ellos van a ser nuestra familia – dijo Barie.

-         Si te descuidas un poco, te organiza la boda – repuso Michael y eso les hizo reír, así que debía ser una broma, pero yo veía a mi hermana perfectamente capaz de hacerlo.

-         Entonces… ¿no os importa? – preguntó papá.

-         Nah. La mocosa parece maja y Blaine no me cae mal. Si hubiera sido Sean, sería distinto – respondió Alejandro.

Recordé el día de la pizzería y estuve de acuerdo con él. Scarlett era buena y no hablaba mucho. Ese día pasé mucho rato con ella porque era un alivio entre tanto ruido.

-         Sean no es malo, campeón…

-         Ya sé, ya sé, no puede controlarse. Pero prefiero tener un día en paz.

Cuando todos terminamos de desayunar, papá dijo que subiéramos a preparar una mochila pequeña con una botella de agua.  Le pregunté si me podía llevar también mi cuaderno de dibujo y me dijo que sí. Kurt quiso llevarse su peluche y papá le dejó, aunque tuvo que coger una mochila más grande.

-         Cuídalo mucho, ¿vale, campeón? Que no se te pierda.

Si perdía su canguro iba a llorar mucho, pero era poco probable que se separase de él.

-         Muy bien, Dylan, ¿ya lo tienes todo? – me preguntó papá.

-         Sí.

-         ¿Tienes ganas de ir?

-         Sí.

-         Recuerda las reglas: siempre tienes que estar donde puedas vernos a alguno de nosotros, preferiblemente a mí, ¿bueno?

Asentí, pero había dicho “reglas” en plural y solo había nombrado una.
-         Te agarrarás de mi mochila cuando salgamos de una sala y nos metamos en otra – continuo. Papá sabía que no me gustaba que me dieran la mano, así que era yo el que solía agarrarle a él. Volví a asentir.
Me gustaba que hubiera reglas. Me gustaba saber lo que tenía que hacer.
-         ¿Quieres llevar tus canicas?
Cuando estaba en un sitio en el que había mucha gente o mucho ruido encontraba relajante la sensación de frotar dos canicas la una contra otra. Metí la mano en el bolsillo y se las enseñé a papá. Él sonrió.
-         Estupendo, campeón. Pues, hale, vámonos.
Salimos de casa y nos metimos en los coches, pero Kurt quería ir en el de papá y también con Barie.
-         Bar va a ir en el coche de Ted, peque – dijo papá.
Mi hermano puso un puchero. Normalmente en esas situaciones hacía un berrinche, papá le daba unas palmadas y luego estaba media hora llorando.
-         En el acuario estaremos todos juntos, bicho – le recordó papá. Eso sí lo entendí: le llamaba bicho porque Kurt era pequeño, inquieto y molesto como uno. Pero los bichos molaban y mi hermanito también.

-         Blaine irá en el coche de papá, enano – le informó Ted.
Kurt le miró atentamente y se limpió las lágrimas que le empezaban a caer.
-         ¿De verdad?

-         Ahá. Así que si vas con papá irás también con él.
Mi hermanito sonrió y dejó que le metieran en el coche de papá y le abrocharan a la sillita.
-         Me siento traicionada – dijo Barie, pero no parecía enfadada, sino contenta. A veces la gente decía lo contrario a lo que quería decir y eso era muy confuso.

Papá abrochó mi cinturón también y el de Alice.  Los mayores se metieron en los coches y arrancaron.
Papá paró frente a una casa azul. Había tres personas afuera de la casa: Scarlett, Blaine y Aaron. Nos quedamos en el coche y solo se bajó papá. Vi cómo le daba la mano al más mayor.
-         No le cae bien – dijo Zach.

-         ¿C-ómo lo s-sabes? – pregunté. Si no podíamos oír lo que decían…


-         Parece que le quiere reventar la mano, fíjate.

Intenté observar lo que decía Zach, pero yo no veía nada extraño. Aunque ni papá ni Aaron sonreían y tal vez se refería a eso. Papá siempre decía que sonreír le indicaba a los demás que estábamos contentos.
Sí que le sonrió a Blaine y a Scarlett. Le dio un abrazo al chico e intentó hacerle una caricia a la niña, pero ella no se dejó y se escondió detrás de su hermano.
Les guio hacia nuestro coche y les abrió la puerta.
-         ¡Hola!  - saludó Blaine.
Mis hermanos le devolvieron el saludo, pero Kurt destacó entre los demás porque prácticamente dio un salto en su silla.
-         ¡Blaineeeee!

-         Hola, enano. Yo también me alegro de verte.
Scarlett se encogió, ocupando muy poquito espacio y apresando el brazo de su hermano. Era mayor que yo, pero en ese momento parecía un triceratops recién nacido que no quería salir del nido.
-         Lo sé, Kurt p-puede s-ser muy r-ruidoso – le dije. – Te a-acostumbrarás.
Papá arrancó el coche otra vez.
-         Blaine, Scay, ¿vosotros habéis ido al acuario alguna vez? – les preguntó.

-         No, señor. Nunca – respondió el chico.

-         Ey, ¿a qué viene eso de “señor”? Llámame Aidan.

-         ¿Nunca? – se extrañó Zach.

-         Es caro – respondió Blaine y metió la mano en su bolsillo. – Por cierto… Esto es para la entrada de mi hermana y la mía…

-         Guárdatelo.

-         Pero mi madre dijo…

-         Guárdatelo – insistió papá.

-         La primera vez que vinimos nosotros fue hace tres años – comentó Alejandro. - Tampoco teníamos dinero antes.
Me pregunté por qué habría dicho eso. Era difícil para mí conocer las intenciones detrás de algunas frases, pero creo que Alejandro intentaba ser amable.
-         Sí hemos estado en el zoo – respondió Blaine. – Fuimos en el cumpleaños de mi hermanito.

-         ¿El día que se perdió Kurt?

-         Sí.

-         ¿De quién era el cumple? – preguntó Zach.

-         De West.
Siguieron hablando todo el camino, pero su conversación no me parecía interesante. Me hubiera gustado dormirme, pero para eso hubiera necesitado más silencio.
Cuando llegamos al acuario apenas había cola, y eso era genial porque odiaba esperar. Bajamos del coche y esperamos a que Ted aparcara. Entonces los que habían ido en el coche de Ted vinieron a saludar a Blaine y Scarlett.
Scarlett fue retrocediendo lentamente, como quien tiene miedo de provocar una estampida de saurópodos. De pronto, echó a correr y papá y Blaine fueron tras ella.
-         No te asustes, pequeña.

-         ¡Scay, no puedes irte así! – le regañó Blaine.

-         Ya nos conoces a todos, ¿mm? Nadie te va a hacer daño – le aseguró papá.

Scarlett se abrazó a Blaine y no parecía dispuesta a soltarle en algún momento.
-         Escucha… Vamos a entrar al acuario, y si no te gusta me lo dices y te llevamos a casa, ¿bueno? Solo intentémoslo.
La niña le miró con sus grandes ojos azules y después de un rato asintió. Papá sonrió y nos acercamos a las taquillas, donde él compró las entradas. Agarré la cinta de su mochila para entrar, mientras él le daba la mano a Kurt. Ted le dio la mano a Alice y Michael a Hannah. Scarlett agarró la de su hermano.
Los triceratops siempre protegían a sus crías.
En el acuario casi todo era de color azul, incluso las luces. Por suerte, en cuanto entramos por un túnel, las luces se atenuaron y ya no resultaban tan molestas. En cambio, el arco encima de nuestras cabezas brillaba, permitiendo ver un montón de peces pasando no solo a nuestro lado sino por encima.
Recorrimos varios túneles. En ocasiones los túneles se ensanchaban, dando lugar a pequeñas cuevas, como cuando llegamos al acuario de las belugas. Kurt tiró de la manga de papá para que nos acercáramos.
-         ¡Mira, mira, papi!

-         Ya lo veo, peque.

No solté la mochila de papá hasta que llegamos donde los tiburones. A Alice, a Hannah y a Kurt les daban miedo, así que papá se acercó con ellos al otro lateral, donde nadaban las mantarrayas. Pero yo me pegué al cristal de los tiburones.

Me pregunté por qué no se comían a los otros peces. Tal vez no tenían hambre.
Conté sus branquias. Los tiburones normalmente tienen de cinco a siete branquias. Aquellos tenían cinco. Eran más grandes que yo, pero más pequeños que las belugas que habíamos visto antes. No sabía de qué especie eran, porque no conocía tanto sobre los tiburones como de los triceratops. Pero me propuse observar cada pequeño detalle ya que les tenía delante, cosa que nunca podría hacer con un dinosaurio.
Uno de los tiburones – le reconocía porque era el más pequeño – aparecía y desaparecía periódicamente. Conté los segundos que tardaba en regresar y después intenté averiguar a dónde iba. El espacio era grande, tenían mucho sitio para nadar y había también algunas cuevas en las que el tiburón se escondía, pero no tardaba mucho en salir de ellas. Quizá le daban miedo, porque estaban oscuras.
De repente alguien me agarró del brazo y me asusté. Había gente mala que se llevaba a los niños lejos de sus padres. Grité para que ese hombre me soltara y cuando lo hizo me tapé los oídos con las manos. Varias personas se giraron para mirarme.
Los triceratops eran herbívoros, así que nunca atacarían a otros dinosaurios, pero para defenderse ante un peligro desconocido a veces se volvían un poco agresivos. Nadie quería estar cerca de un triceratops enfadado. Podían llegar a pesar doce toneladas.

-         AIDAN’S POV –

Ver la boca entreabierta de mis hijos pequeños cada vez que entrábamos en una sección nueva era muy tierno. Llené mi móvil de cientos de fotos. Kurt estaba en éxtasis, pero no era el único que estaba disfrutando. Michael también lo miraba todo con atención y era difícil decir si él tiraba de Hannah o Hannah de él.

Scarlett en cambio era una bolita asustada que no se separaba de Blaine. Intenté hablarle varias veces, pero no conseguía una respuesta. Al menos, no me había pedido que nos marcháramos.

-         Mira, Scay. Mira ese pez – le dijo Blaine. - Qué colores más raros tiene.
Ella asintió.
-         Hazle una foto – le pidió.

Me había olvidado de cómo era el sonido de su voz.

Su hermano la complació y fotografió el pez.

-         ¿Os está gustando el acuario?  - les pregunté.

-         Mucho – respondió Blaine. – Gracias por invitarnos.

-         A vosotros por venir.

-         ¿Qué se dice, Scarlett? – la animó Blaine.

-         Gracias – susurró ella.

Esbocé una sonrisa y ella me la devolvió. Bueno, poco a poco.
-         Al tío Aaron le hubiera gustado venir – continuó.

-         ¿Sí? – respondí, eufórico porque por fin hablase conmigo.

-         Le gustan mucho los peces – me explicó. – Está diseñando un acuario.

-         Scay, ¿crees que podrías soltarme el brazo? Se me va a dormir – pidió Blaine y ella le soltó, reticente. Se limitó a darle la mano, en un gesto que me pareció muy tierno.

-         ¿Y a ti te gustan los peces? – seguí preguntando.

-         Sí… Pero me gustan más los conejitos. Tengo dos.

-         ¿Dos? ¡No me digas! – respondí. Ya lo sabía, pero fingí que lo escuchaba por primera vez, como cuando Hannah me contaba una película que yo ya había visto.

-         Se llaman Algodón y Nieve. Porque son blancos. Mamá dice que no los puedo sacar de casa.

-         Es que es peligroso para ellos.

Scarlett asintió y siguió contándome cosas de sus mascotas.
-         Nosotros tenemos un gatito – intervino Barie, tímidamente. Llevaba queriendo hablar con Scay desde que habíamos llegado y vio su oportunidad. – Se llama Leo.

-         Lo sé, Blaine me lo contó.
Empezaron a hablar, algo torpemente al principio, pero Scarlett se fue soltando. Le guiñé un ojo a Bar para darle ánimos y me fui con Alice, que me reclamaba para enseñarme una tortuga.
Todo fue sobre ruedas hasta que llegamos al área de los tiburones. Mis hijos más pequeños tenían algo de miedo, sobre todo Hannah, así que les alejé de ahí. Dylan en cambio estaba fascinado por aquellas criaturas. Me soltó la mochila y se quedó embobado mirándoles.
-         Estamos aquí mismo, ¿vale, Dy? No te alejes – le dije. Creo que ni me escuchó.

Alice tenía cientos de preguntas sobre las mantarrayas, algunas las sabía contestar y otras no, pero intenté satisfacer como pude a mi pequeña. De vez en cuando miraba a Dylan y no se había movido ni un milímetro de donde le dejé, así que no me preocupe… Hasta que le escuché gritar.

Un hombre con el logo del acuario grabado en el jersey estaba hablando con él. Le estaba pidiendo que por favor no tocara el cristal, pero mi hijo no estaba en condiciones de escucharle. Había cerrado los ojos con fuerza y se tapaba los oídos con las manos. Me acerqué corriendo.

-         ¿Es su padre? No le he hecho nada, de verdad. Le estaba hablando y no me oía, así que le agarré del brazo, pero no quería asustarle – se disculpó el trabajador.

-         Mi hijo es autista – le expliqué, a él y a todos los que habían empezado a observar la escena, ya que Dylan no había dejado de emitir grititos inconexos. – Tranquilo, campeón… Todo está bien…

Pero nada estaba bien. Dylan tenía una crisis y estas nunca se resolvían tan fácil. Empezó a balancearse y de pronto se golpeó la cabeza contra el cristal. Siempre me asustaba cuando hacía eso. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Le separé como pude, pero él rechazó mi contacto. Se tiró al suelo y se hizo un ovillo, sin soltarse las orejas, como si quisiera conseguir una insonorización total.

-         ¡Dylan! – exclamó Alice, preocupada por su hermanito, y quiso agacharse a su lado, pero yo la sujeté, sabiendo que Dylan necesitaba espacio en ese momento.

-         Tranquila, bebé. Dylan está bien.

-         ¿Qué hacemos? – preguntó Michael, confundido y abochornado, porque todo el mundo nos miraba.

Ted, más acostumbrado a esas situaciones, se había quitado su chaqueta, pero luego lo pensó mejor y se la dio a Michael.

-         Ponla debajo de su cabeza. Avísale de que vas a hacerlo primero – le instruyó.
Michael dobló la chaqueta y se acercó a Dylan, mientras yo consolaba a Alice, que se había puesto a llorar al ver así a su hermano.
-         Peque… voy a ponerte algo bajo la cabeza, ¿sí? Como una almohada.

-         Movimientos lentos - le recomendó Ted.

-         ¿Quiere que avisemos a alguien? – preguntó el empleado, visiblemente preocupado.

-         Me gustaría que un médico le viera la cabeza después. Creo que no se golpeó fuerte, pero por si acaso.

-         Claro, le avisaré.

-         Y… si pudiera… si pudiera despejar esto… Se lo agradecería.

El trabajador empezó a desalojar la sala. Michael ya había conseguido que Dylan se apoyara en la chaqueta.

-         Túmbate a su lado – le indicó Ted. – Muy despacio.

-         Jandro… ve con tus hermanos al sector anterior, ¿vale? Os encontraremos allí – le pedí.

Alejandro dudó unos instantes. Despegué a Alice de mi cuello y se la tendí para que la cogiera.

-         Vamos, chicos – les llamó Blaine. – Vamos a dejarle tranquilo. Ven, Scay.

Agradecí su ayuda con un triste intento de sonrisa y les observé marchar. Ted había empezado a recitar uno de los mantras de Dylan:

-         Cadminizado, galvanizado, tropicalizado, niquelado, latonado, fosfatizado, pavonado.

-         ¿Qué es eso? – susurró Michael, hablando muy bajito.

-         Los tipos de tornillo según su acabado. Dylan repite listas cuando está nervioso. Cosas de mecánica o de dinosaurios. Soy incapaz de pronunciar el nombre de los dinosaurios – le explicó Ted.

Me arrodillé cerca de Dylan y de Michael y agaché la cabeza hasta que quedó apoyada en el suelo al lado de la de Dylan.

-         Shhhh. No pasa nada, campeón. No pasa nada.


-         Coritosaurio, tuojiangosaurio, apatosaurio, protoceratops, anquilosaurio, estegosaurio, triceratops, lambeosaurio, paquicefalosaurio, parasaurolofus, iguanodonte, maiasauria, estiracosaurio…. Coritosaurio, tuojiangosaurio, apatosaurio, protoceratops, anquilosaurio, estegosaurio, triceratops, lambeosaurio, paquicefalosaurio, parasaurolofus, iguanodonte, maiasauria, estiracosaurio …

Mi asombroso hijo, que se trababa con las palabras más sencillas, era capaz de articular sin dudar los nombres de cualquier especie de dinosaurio. Dejé que lo repitiera un par de veces y después, lentamente, puse una mano sobre su mejilla para que abriera los ojos. Los abrió de golpe y me miró sin quitar todavía las manos de sus orejas.

-         Eso no era una r-regla. Tocar el c-cristal no era una r-regla – protestó.

Dylan pertenecía al espectro autista, pero era de alto funcionamiento. Las metáforas y las cosas abstractas le resultaban muy difíciles, pero respondía muy bien cuando le dabas instrucciones claras y concretas. Por eso era fácil olvidar lo mucho que nos había costado llegar a donde estábamos. La primera vez que fuimos al acuario, las luces le alteraron tanto que tardamos cuarenta minutos en poder entrar. A los seis años no iba a ningún lado sin cascos que le aislaran de los sonidos, y fue gracias a uno de sus profesores que conseguí que dejara de usarlos. Me había acostumbrado a tratar a Dylan como a uno de sus hermanos neurotípicos, pero no lo era.

-         Tienes razón, campeón. Papá no te habló de esa regla… Es una regla del acuario, peque. Pero tú no tenías por qué saberlo.

Me insulté mentalmente por no haberme dado cuenta. Le había visto tocando el cristal, pero estaba distraído con Alice y no caí en que le podían llamar la atención.

Experimenté el sentimiento de hacer mal las cosas que había expresado Holly aquella mañana. Yo tendría que saber evitar que Dylan sufriera esas crisis. Sabía que cosas le alteraban, maldita sea. ¿Cómo podía ser tan descuidado?

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N.A.: Feliz Pascua a tod@s 😊
Es la primera y seguramente última vez que escribo desde el POV de Dylan.

1 comentario:

  1. Me gusta el punto de vista de Dylan, lo hace más presente en el universo hermanos
    Grace

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